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La mécanique de cœur vide por Siamy

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Notas del capitulo:

Capítulo 8:

Mansión Kim 

¡Diablos! Estoy… hecho polvo. Suena el despertador. Me duele absolutamente todo el cuerpo. Entra Song Qian. Se tapa los ojos para dejar el uniforme en la silla y no mirarme otra vez en ropa interior.  ¡Pero si ni siquiera me puedo levantar!

—Allí está el uniforme, joven JongIn— se golpea contra una mesa y sale dando traspiés.

Pero qué pesada…

Ahora tengo que hacer un esfuerzo. Levántate, JongIn. ¡Ouch! Mi espalda. ¿Pero qué rayos pasa conmigo? Soy un adolescente, tengo que poder…
Adolorido, bajo las escaleras. El mayordomo se pasea como de costumbre por los pasillos.

— ¡Hey, JaeWon! Que venga la masajista cuando llegue de la escuela. Estoy… todo contracturado. —el mayordomo asintió y luego hizo unas llamadas.

—Buenos días. —dijo JoonMyun, con una sonrisa.

—No tienen nada de buenos. —dije, recordando la paliza de ayer.
No volvió a decirme nada. Parecía que el adorador de indigentes había aprendido un poco de prudencia.
Tomé el desayuno y me fui a la escuela. ¡Diablos! Me seguía doliendo el cuerpo. No tengo idea de cuántas veces bateé con Dodo ayer. ¿Qué? ¿Unas 500?

No puedo recordarlo. Sólo puedo recordar la sonrisa del final… y mi ser fundido en unas gradas, enfurruñado. Esperaba que cuando llegase a la escuela, se burlara de mí. Pero no. Él no es esa clase de pueblerino. Ni siquiera me dirigió la mirada. Como si todo lo acontecido el día anterior, jamás hubiera sucedido.

Tan sólo a la segunda hora de clases, me dirigió la palabra.

— ¿Qué tal vas con el bebé?— me puse rígido. Me había olvidado por completo del robot y este seguía sumido en las profundidades de la cajuela del auto.

—Eh… bien, excelente. —él frunció el ceño.

— ¿De verdad?— dijo, y entonces decidí que lo mejor era ser sinceros.

—No lo he sacado desde ayer; sigue en el auto. —él resopló.

—Lo sabía. Lo que no puedo entender es cómo pudiste olvidarlo allí dentro. No importa. De todos modos tendrás que sacarlo algún día. O más bien… justo ahora. Tenemos clase con el profesor. — era verdad. Enfurruñado, me puse de pie al escuchar la campana. Crucé los pasillos saludando a las fangirls (las que eran acreedoras de grandes fortunas) y luego abrí la cajuela del Ferrari de esta semana.

Desde lejos se escuchaba el ruido atropellado de los sollozos de Dodo II.

—No me das ni un respiro. —dije, un poco molesto. Lo saqué y de mala gana, lo metí en una bolsa. Nadie tenía que verlo.
Llegué al aula 8. KyungSoo parecía distraído mirando por la ventana.

—Ya vine. —él se encogió de hombros.

—Mira… aquí está la cosa. —la arrojé sobre el pupitre y él se sobresaltó.

—No lo trates así frente al maestro; sabes lo que nos costará. —dijo, amenazador.

—Sí, lo sé, lo sé. —ese chico… me irrita.

—Pareces cansado. — dijo, echándome una ojeada.

— ¿De verdad? Bueno, quizás se deba a las 500 veces que bateamos ayer ¿No crees?— dije, con sarcasmo.

— ¡Ja! Vaya que es deprimente. No tienes condición. —me puse rojo de cólera. Lo cierto es que él parecía de lo más fresco. Como si ayer hubiera pasado la tarde durmiendo u holgazaneando por allí.

—No me retes, pueblerino. Aún quiero la revancha. —él me sonrió con malicia.

—No la tendrás cuando quieras. —dijo, y entonces comenzó la instrucción.
Pasaron las clases. Una tras otra. Yo ya no podía más con el dolor de espalda. Quería llegar a casa. Recostarme sobre alguna superficie lisa y suave; mientras la masajista hacía lo suyo. Y relajarme. También quiero un baño de burbujas. Y… una copa de vino. ¡Vamos, vamos! Termina con el rollo profe; estoy a punto de caer rendido en esta maldita silla.
Y por fin, fue como escuchar el coro de los ángeles. El camino hacia la libertad. El himno de Corea. La campana de salida.
Tomé a Dodo II y mi mochila. Crucé caminando el vestíbulo con una sonrisa en mi rostro. Ahora sí me voy a consentir, eso fue lo que pensé. Luego vi que alguien tiraba los libros al suelo. Se había tropezado con una pluma en el suelo.

Era KyungSoo.

—Vaya… pero qué torpe eres. —dije, y con todo el esfuerzo del mundo, intenté agacharme.

—Lo siento. —en cuanto se dio cuenta que era yo, me miró ceñudo.

— ¡Auch, mi espalda!— dije, sin poder mover un músculo.

— ¡Haha! Descuida, ya lo tengo todo. Ve a casa, anciano; necesitas reposo por la paliza de ayer. — a expensas de mi evidente sufrimiento, él osaba mofarse de mí.

—Cierra la boca… estoy bien. —dije, sosteniendo la mochila con dificultad.

—Como sea. Adiós. — dijo, dando media vuelta.

—Espera. Hoy vienes conmigo. —él se quedó perplejo cuando lo arrastré a la salida del Instituto.

— ¿Eh? ¿De qué hablas?— dijo él, soltándose de mi agarre en el estacionamiento.

—Vendrás a mi casa… verás que tengo una sorpresa. —dije, con una sonrisa arrogante.

— ¿Sorpresa? Qué diablos… me largo. —dijo, pero entonces lo volví a detener.

— ¡Basta! Hoy no tienes nada que hacer. Preparé algo especial. —dije, arrojando a Dodo II al asiento trasero del Ferrari y también la mochila. Luego, le quité a Dodo la suya; a jalones, porque es un testarudo, y también la arrojé al asiento trasero.

— ¡No! Dame mi mochila. —dijo, tratando de apartarme para tomar sus cosas.

—No. Dije que vendrás. ¡Es viernes Dodo! No me digas que tus padres no te dejarán escaparte unas dos o tres horas. —él abrió los ojos como platos.

—Mi tío va a enfadarse. —dijo, perdiendo la paciencia.

— ¿Vives con él? ¡Oh! Perfecto, supongo que los tíos deben ser más flexibles. Llama a tu casa y di que llegas tarde. —dije, ofreciéndole el BlackBerry. Él no lo tomó.

—Esto es absurdo. No lo haré. —entonces me desesperé. Lo tomé por las mejillas y lo atraje hacia mí.

—Lo harás. Es importante. Tiene que ver con Dodo II. —por nuestra cercanía, sus mejillas teñidas de rojo le dieron un aire divertido.

—Suéltame. —dijo, haciéndose el difícil conmigo de nuevo.

—Puedes hacerlo al menos por la paliza que me diste ayer, y porque ahora cuidaré del bebé robot. ¿No crees que es justo?— él pareció meditarlo un poco.
Luego, creyendo mío el poder de convencimiento, le volví a tender el teléfono.

— ¿Exactamente qué vamos a hacer?— le guiñé un ojo y le abrí la puerta del Ferrari.

—He dicho que es una sorpresa. —entonces él se quedó allí parado. Me sacó de quicio y lo subí al auto a regañadientes. Lo tuve que cargar para hacerlo entrar en el auto. El golpeaba el cristal con violencia cuando cerré la puerta.

Luego llegué al asiento del piloto.

— ¡Ya! Podrías ser menos ruidoso. No voy a secuestrarte. —él se quedó estupefacto.

— ¿Secuestrarme?— dijo, aferrándose a la puerta del auto.

—A menos que lo quieras, en ese caso… podríamos pensar en algo.— dije, jugando. Él puso los ojos en blanco.

—No seas gracioso. —Llamó a su tío diciendo que iría a casa de un compañero a… hacer unos deberes. Sonreí cuando lo dijo. Luego me entregó el celular.

—Vaya, vaya, Dodo. Eres un mal chico; mentiroso ¿eh?— él se cruzó de brazos.

— ¿Qué crees que diría si le digo que un maniaco ricachón quiere llevarme a su casa para una sorpresa que tiene que ver con un bebé robot?— dijo, haciendo gala de su sarcasmo de pueblerino.

—Bueno… da lo mismo. — conduje a casa. Él en silencio. Yo tenía muchas preguntas en la cabeza.

—Oye, Dodo. ¿Por qué vives con tu tío?— dije, cuando él tomó al bebé robot y lo metió en su mochila.

—Pues… mis padres viven en Andong. Mi tío es la única persona con la que podía quedarme a vivir en Seúl. —tamborileó los dedos en el tablero.

—Ya veo. Y ellos, tus padres… ¿Viven juntos?— esa pregunta le sorprendió.

—Claro. Viven juntos. ¿Por qué lo preguntas?— me encogí de hombros.

—No lo sé. De repente se me ocurrió. —entonces el desvió la mirada a la ventana.

— ¿Tus padres no?— me tensé. Esta sería la primera cosa que Dodo sabría de mi vida; me sentí un poco vulnerable.

—No. —dije, entonces él se quedó callado. Estaba feliz de que, por un lado, no fuera tan entrometido.

— ¿Tienes hermanos?— le dije. Él negó con la cabeza.

—Soy hijo único. —estaba un poco sorprendido. No lo sé. De alguna manera me figuraba a Dodo como el quinto o sexto hijo de un matrimonio de plebeyos. De todas maneras, los pobres eran gente que tenían más hijos de los que podían mantener.

— ¡Oh! Vaya, debe ser alguna estrategia para sobrevivir ¿No?— él me dirigió una mirada asesina.

—Eres incorregible ¿Cierto?— me encogí de hombros. Yo siempre solía hablar sinceramente de temas como estos. Que él fuera o no un pueblerino no tenía nada que ver con mis principios de ser sincero cuando me place.

—Llegamos. —él se asomó por la ventanilla.

— ¡WOOOOOOOOOOOW!— dijo, como cualquier otro plebeyo que hubiera entrado a mi mansión. El jardín se extendía por aquí y por allá. Con una fuente enorme al centro, esculturas y un parque diseñado especialmente para esta mansión.

Detuve el auto en la entrada. Bajamos y tomamos las mochilas.

—Tu casa es… bueno, ya la imaginaba así de espectacular. —dijo él, mirando para todos lados.

—Entremos. —nos recibió el mayordomo.

—Bienvenido a casa, amo. — dijo él. Dodo permaneció afuera, un poco indeciso.

— ¿Qué haces? Entra ya. —lo jalé hacia adentro, poniendo los ojos en blanco.

—Esos cuadros son… ¡originales de Monet!— dijo él, examinándolos todos de uno en uno.

—Sí… a JoonMyun le gustan esas cosas. —él me miró de soslayo.

—Joven; la masajista lo espera en la habitación. —dijo el mayordomo, entonces me acerqué a su oído.

— ¡Hey! ¿Y es linda?— el otro me dirigió una mirada solemne.

—Hermosa… su señoría. —entonces sonreí. KyungSoo seguía distraído en los cuadros.

—Dodo… JaeWon te llevará a la sala de té. Pide lo que quieras, voy a demorar un poco. —él me miró un poco sorprendido.

— ¿Eh? ¿A dónde vas?— entonces me acerqué a él.

—Descuida, iré a… atender unos asuntos. Dame una hora cuando mucho, lindo. Él abrió mucho los ojos.

— ¡¿Una hora?!— entonces solté una risa baja.

—Está bien, sólo media. Tengo que… es decir, me urge una cuestión.— no lo dejé decir nada más. Me perdí en el vestíbulo y JaeWon se lo llevó a la otra sala.

Ahora sí JongIn… tu momento llegó.

Subí las escaleras del siglo XIX y llegué a la puerta contigua. Abrí la puerta de ébano de una sola vez. Entonces la vi. Vaya… JaeWon tenía buen gusto al menos; la chica era bonita.

—JongIn… soy la masajista. —le sonreí con picardía.

—Lo sé. —Me quité la mochila y la dejé a un lado. Ella me sonrió y me dijo que me tendiera en la camilla.

—Ahora por favor quítese la camisa ¿Quiere?— esa era la parte más divertida de todo el “ritual”. Lo hice como si fuera cualquier cosa y ella se quedó mirándome un segundo. Luego apartó la vista a las cremas y demás.

Me tendí de espaldas en la camilla.

— ¡Dios! Vengo hecho polvo. ¿Me tratarás con cariño?— dije, haciéndome el inocente.

—Por supuesto que sí… para eso estoy aquí. —sonreí de manera arrogante al escuchar sus palabras; llenas de múltiples interpretaciones.
A los pocos minutos ya me sentía en el paraíso. De repente mis ojos comenzaron a cerrarse, pero tenía que mantenerme despierto. Dodo seguía en casa.

—Diablos… es tan relajante. —dije, casi en un susurro.

— ¿Verdad que lo es?— dijo ella, con una risa picarona.

—Sí… ¡eh! ¡Allí, justo allí! Ah~ mucho mejor. —la chica tenía manos de diosa.

—Está demasiado tenso, tiene que relajarse un poco más…— dijo ella, con un tono de voz peligrosamente atractivo. Entonces me puse alerta.

—Lo sé. Mi vida es tan difícil. El estrés es… insoportable. —ella pasó sus manos por mi espalda, pero aquello ya no era un masaje.

—Lo sé, lo sé. Los hombres poderosos y guapos como usted tendrán que hacer mil y un cosas en el día. —sonreí, con los ojos cerrados.


—Sí… mil y un cosas, es terrible. Pero al menos después de un día cansado puedo pasarla bien un rato. —era como sentirme flotar en una suave nube. Todo era tan tranquilo. Me sentí soñado.

—Yo podría… hacer que lo pasara mucho mejor…— dijo; entonces lo entendí; esa chica no era una simple masajista.

— ¿Ah sí? ¿Y cómo?— dije, siguiéndole el juego.

—Pues yo podría…



-*-



¡Pero qué pasteles más deliciosos!

¡Estaba en el paraíso! Eran la repostería más fina que había probado nunca. Había de todo: de chocolate, vainilla, fresa, zarzamora, limón. Todo.

— ¿Quisiera algo más?— dijo el mayordomo.

— ¡Oh no! Muchas gracias, con esto basta. —en frente de mí, una tetera de té negro, otra de té verde y algunos cafés importados de la mejor calidad. Yo no había pedido nada, pero aquí el servicio era excelente. Aunque al inicio me sentí verdaderamente incómodo, la verdad era que por el negro ricachón sentía una envidia especialmente alta.
Comí despacio, saboreando todos los postres. ¡Diablos JongIn! Tárdate lo que quieras… estas cosas están deliciosas.
La sirvienta me trajo más pastelillos. Recordé su rostro.

— ¡Oh! Usted es…— dijo ella, entonces alcé la mirada.

—Hum… la recuerdo de alguna parte. ¡Oh sí! Hace unos días, en el orfanato de la ciudad. —dije, ella asintió.

—Sí, usted es amigo del joven  JoonMyun. —asentí. Aunque amigos no éramos exactamente. Luego recordé, con toda la pena del mundo; que me encontraba en la misma mansión donde él vivía. Esperaba que no me viera aquí y ahora; comiendo pasteles como un muerto de hambre y sin avisar.

— ¿Le sirvo algo más de té?— negué con la cabeza. Tenía la boca llena de pastel de arándano. Ella se retiró cuando hubo demostrado las cordialidades.

Al fin vida de niño rico, pensé para mí. Todo este palacio, con sus pinturas de Monet, sus jardines diseñados; su fuente, su vajilla de plata y porcelana fina; sus cafés importados y sus pastelillos de primera. Los muebles antiguos y las largas alfombras rojas. Y un escudo, sí, un escudo propio; descansando en una placa frente a la chimenea; en oro. Qué lujo.
Pasó más o menos media hora, y JongIn regresó. Me encontró todo lleno de pastelillos. Me limpié enseguida.

—Vaya… veo que no has perdido el tiempo. —dijo, un poco rojo del rostro. Me pregunté de dónde venía.

—Pues… si quieres saberlo, los pastelillos están exquisitos.— dije, notándome lleno por completo. Él me sonrió de medio lado y se sentó a mi lado. El servicio le ofreció muchas cosas pero él negó a todo. Nos dejaron solos.

—No me has dejado casi nada. —entonces me puse del color del granate. Bajé la cabeza; avergonzado. Ahora seguro pensaba que no había comido en días.

—Lo siento, yo…

—Era una broma. Me gusta el de chocolate amargo. —dijo, señalando la bandeja. Se la acerqué. Estaba un poco lejos.

—Aquí está. —la rebanada de pastel seguía en la bandeja.

— ¿Sabes? Sería mejor si me lo dieras tú mismo.— puse los ojos en blanco.

— ¡Qué listo! No. Sigue soñando. —dije, entonces él arqueó una ceja.

—Está bien entonces. Mejor pruébalo tú, es delicioso. —la verdad era que aún me cabía un pequeño trozo en el estómago. Y es que… en realidad me moría por probar otra delicia de aquellas. Cuando llegue a casa, le contaré al tío que he probado de todos los sabores del mundo.
De acuerdo, eso fue muy infantil; doy pena ¿O no? Pero qué más da.

Todo aquí es gratis.

Me llevé un trozo a la boca con la cuchara pero entonces él tomó mi mano y acercó la cuchara a su boca. Quise soltar la cuchara pero él aprisionó su mano con la mía y me obligó a darle de comer.

—Oye ¿Qué estás…?

— ¡Hum! Sí, cómo pensé, es perfecto. —dijo, haciendo caso omiso de mi cara de molestia, y soltó mi mano.

—Tú…— dije, frunciendo el ceño. El otro me sonrió con galantería. Se había manchado de chocolate en el rostro; no pude evitar reírme.

— ¿Eh? ¿Pasa algo?— dijo, un poco confundido.

—Es que tienes chocolate en el rostro. —no pareció avergonzarse por nada. Se acercó más a mí.

— ¿Ah sí? ¿Y por qué no me lo quitas? Además no lo has probado, seguro que te fascina. —acercó demasiado su rostro al mío.

—Ni lo menciones. Toma una servilleta. —la puse frente a nosotros para separarnos un poco más. Él la tomó.

—Siempre tan aburrido. ¿Aún no entiendes que me encanta jugar a esto?— puse los ojos en blanco.

—No seas ridículo. —entonces él me miró por un segundo.

—JaeWon, activa el clima, tengo mucho calor. —dijo, y el mayordomo activó el clima.

—Vienes un poco… agitado. —le dije; entonces él se atragantó con el pastel y bebió algo de té.

—No es… nada. —dijo, con una sonrisa fingida. Puse los ojos en blanco.

—Bueno… la sorpresa no tiene nada que ver con pasteles ¿O sí? Dijiste que era sobre Dodo II. — sin querer llamé al robot de esa forma, y él curvó una sonrisa.

—Claro. Song Qian, déjalos pasar. —entonces, y como si de repente todo se hubiera transformado en una pasarela, las luces se apagaron y fueron sustituidas por unos focos fluorescentes. JongIn apenas había dado una palmada al aire y la música de un carísimo reproductor de música se había activado. De repente una alfombra púrpura caía sobre el suelo y la sirvienta, en la esquina, abría la puerta de roble para dejar pasar a un sujeto con gafas oscuras y unas modelos. ¿Pero qué estaba pasando aquí?
Las modelos traían unos bebés de juguete en sus brazos. Todos ellos con un modelo de ropa completamente diferente. Desfilaron en el amplísimo salón de té de una en una; como en una verdadera pasarela. La música era, por lo menos, alta, y yo me quedé como idiota viendo cómo se desarrollaba aquel show.

—Ahora podremos escoger la ropa de Dodo II sin necesidad de ir al centro comercial ¿No crees que es una excelente idea? Este tipo de cosas solamente se me ocurren a mí. —dijo, guiñándome un ojo.

—Efectivamente… estas cosas solamente pueden salir de tu cabeza. —dije, atónito. Cuando la música paró, las modelos se quedaron estáticas, como si fueran unos maniquíes.

Luego, el que parecía ser el diseñador, miró a JongIn.

— ¿Y bien, encanto? ¿Qué te ha parecido? Sin duda superamos tus expectativas ¿O no?— dijo, con un aire peculiarmente femenino.
No me quejo, JiYong, pero exageraste con las modelos. —dijo JongIn.

—Este es el diseño de la nueva temporada. Desde Milán. Le quedará PER-FEC-TO a tu hermosísimo bebé robot. —el conjunto era elegante, ¡pero era ropa de bebé! Aquello era demasiado.

—Nunca pensaste que sería ropa de diseñador ¿Verdad?— dijo JongIn. Yo apenas podía articular palabra.

—Este otro viene directito de París. ¡Es una monada! Lo tenemos en azul y rosa. Cualquiera le va bien a ese precioso pedazo de metal. —dijo el otro sujeto, hablando como si el robot fuera en realidad, el bebé más hermoso del planeta.

—Hum… no lo sé. ¿Cuál te convence?— dijo JongIn, examinando las ropas como si lo hiciera todos los días.

—Emm… pues yo, la verdad es que…

— ¿Sí? Vamos, escoge el que quieras terroncito, tenemos 35 modelos más, querido. —dijo el sujeto de cabello decolorado peinado hacia atrás, con la mano en la cintura.

—Ninguno es suficientemente bueno ¿Verdad? Deberíamos intentar con otras personas. —el tipo, al escuchar las palabras de JongIn, tembló exageradamente.

— ¡Oh no! Pero JongIn, esto es lo más top del mercado. No puedes cambiarnos. Es decir, somos los mejores. Diseño y confort al alcance de la mano. ¡No olvides que nuestra línea es una de las mejores! Juro por mi, un icono de la moda, que todo esto es alta costura. –aquél hombre comenzaban a hacerme reír.

—JongInnie…— dije; entonces él se sorprendió. Yo igual, cuando luego me di cuenta que para mí siempre era JongIn o negro ricachón. Seguramente también notó el cambio. Ash que vergüenza me deje llevar por el momento.

— ¿Sí?— dijo, un poco interesado.

—Cualquiera me parece bien. Todos son muy lindos. —dije, y el tipo asintió.

—Definitivamente chico; nuestros materiales son siempre los mejores. Todo aquí es exclusivo. Algodón egipcio, seda de la India… lo mejor. —JongIn me miró un poco confundido.

— ¿Cualquiera?— dijo, no muy convencido.

—Pues… el celeste de allá es mucho más lindo que los otros.— dije al azar. Lo cierto es que daba lo mismo. Seguro que todos eran costosos y no merecían ser comprados para un tonto proyecto escolar. Pero él se empeñaría en comprarle ropa “decente” a Dodo II y yo no iba a tener elección.

—Entonces será ese. —dijo JongIn; el hombre aplaudió y le entregó en una caja muy fina, el modelo de ropa. Luego se retiró; besando mis mejillas y deseándome una “feliz boda”.

— ¡Ciao mis amores! ¡Que el amor esté siempre con ustedes!— y el personaje afeminado desapareció con aire petulante.

— ¿Y bien? ¿Seguro que ese está bien?— solté una risa baja.

—Rayos… sí que eres extraño. Hacer tanto rollo por un conjunto de bebé. —dije, entonces él chasqueó la lengua.

—Te dije que era una sorpresa. Así que… ¿Te sorprendí?— dijo, y volvió a sentarse a mi lado.

—Pues… sí. No me imaginé nada de esto. — dije, cuando la sala volvió a quedar tranquila.

— ¿Aún sigues pensando que hubiera sido mejor no venir?— me quedé pensando.

—No. Ya no lo creo así. —dije, y entonces él sonrió victorioso.



-*-



Al final mis ideas complacían a todos. Incluso a un pueblerino tan testarudo como él. Su cara de “¿Qué rayos pasa aquí?” no pudo haber sido más graciosa. Me aclaré la garganta…

—Ahora vamos a…

— ¡JongIn! ¿Por qué ha escapado? Justo cuando comenzábamos a divertirnos, pequeño niño travieso. ¿Por qué has huido? ¿Tenías miedo? De repente dijiste que tenías que ir al servicio, pero me dejaste esperando. Luego vi una contrapuerta abierta… te gusta jugar a las escondidillas ¿No? ¿Te escabulliste como un gatito asustadizo? ¡Oh por Dios! ejem… yo, es decir, todavía no termina su masaje, joven JongIn. — dijo la masajista, cuando vio a Dodo en la sala de té.

— ¿Eh? No sé de qué me hablas. —dije, un poco nervioso.

— ¡Oh! Disculpe señorita, la llevaré a la salida. —dijo JaeWon, cuando le hice una seña de que la sacara inmediatamente de la sala. Volví a quedarme solo con Dodo.

— ¿Qué fue todo eso? ¿Gatito asustadizo?— dijo Dodo, muriéndose de la risa.

—Emm… no tengo idea. Pero qué mujer tan vulgar. No hagas caso. —él se desternillaba de risa.

—Ahora me explico tu laaaaaarga ausencia y los asuntos que te urgía completar. —dijo él, arqueando una ceja.

— ¡No es lo que crees! Esa mujer no era una masajista; me engañaron. Y en cuanto a ti JaeWon, hablaremos seriamente sobre qué clase de masajistas contratas para el servicio ¿Eh?— dije, hecho una furia, cuando regresó el mayordomo.

—Mis más sinceras disculpas, no tenía idea de que…

—Ya no importa… puedes retirarte. —dije; tratando de olvidar la vergüenza que esa mujer del demonio me hizo pasar.


FLASH BACK…

— ¡Hey! ¡Cuidado con esa mano!— dije, y se me puso la carne de gallina.

—No pasa nada, no tengas miedo. —aquello ya se había salido de control. ¡Ya no juego!

— ¡Oh! Acabo de recordar que… tengo que ir al servicio. —dije, poniéndome de pie.

— ¿Qué? Pero si no he terminado, ni siquiera hemos empezado a…

— ¡No! Te ves mejor así, con la ropa puesta. Yo… ya regreso. No te muevas ¿Sí?— dije, a la desesperada.

—De acuerdo. Te estaré esperando… pequeño. —aquella voz me hizo temblar de miedo. Salí por una puerta a los servicios y tomé mi camisa. ¡Diablos! ¿Pero en qué lío me había metido?  ¡Ya sé! Usaré la contrapuerta para escapar. Esa mujer me quiere…

¡No!

Y así… escabulléndome por ese agujero de la puerta, es como logré salir de la habitación y echar el cerrojo. Esperaba que se quedara atrapada todo el rato, pero encontró la salida.

Aquello estuvo a punto de convertirse en algo aterrador. Pero logré salir con vida.


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