Un "No es posible", acompañado de una larga expresión de duda y temor a la vez fue lo que pude ver cuando escuhó su condena por nexos con la mafia, aunque fue un punto clave en la captura de Kira, la justicia a veces puede ser tan cruel como la misma traición.
No puedo describir con claridad el sentimiento que se derramo y absorbió por todos los poros de mi piel, sentí dolor punzante, casi insoportable en el estómago, unas repentinas ganas de golpear lo que sea que se me atravezara, los ojos aguados, unas ganas de gritar hasta que se me acabara la voz y por último sentí la tristeza como nunca la había sentido en mi vida, sentí que el mundo se derrumbaba a mis pies, todo me daba vueltas.
Mientras caminaba por el pasillo que salía de la corte no pude evitar mirarlo, notando al tiempo que me observaba con ojos profundamente llenos de ira eso me partió el alma en dos porque sabía que ahora mismo me estaba odiando, una vez más yo era el que ganaba y ahora el iba pasar 30 años de sufrimiento, mientras yo seguía con mi profesión de detective, siendo premiado y galardonado como el mejor detetive del mundo, legítimo sucersor de L, quien derrotó a Kira y salvó a la humanidad de una esclavitud absoluta en manos de un supuesto "Dios del nuevo mundo".
De inmediato salí rumbo hacia donde mi mente quisiera ir, caminé sin rumbo desafiando los solitarios laberintos de Japón hasta que llegó la oscura noche.
Lo que más me dolió de todo esto fue su rostro, pasaba una y otra vez por mi mente, como si fuera un recuerdo repetitivo, la ira en su mirar también sus lágrimas de impotencia. Su rostro fue como toda la ira acumulada de todos los años que me ha mirado así. Sus ojos fueron una prisión en la que solo vivía conmigo la tristeza y el vació sin el.
Tras horas de caminar si rumbo llegué a un callejón, en el cual solo habitaba oscuridad absoluta, acompañada de un fétido olor a rata muerta. Me di la vuelta, decidido a regresar a lo que se hacía llamar mi hogar, pero al instante una mano tomó mi brazo, reaccioné, pero me di cuenta de quien era.
-Que haces aquí-Su voz era tan directa cómo un puñal
-Acaso importa?-respondí desviando la mirada de aquellos ojos rojos
-Claro que si- dijo-Sin embargo fue inútil preguntar, porque estas aquí por la misma razón que la mía
-Cuál-respondí incrédulo
-La tristeza y amargura que nos da la soledad
-No creí que fuera tan obvio, dime, porque te acompaña la rauda soledad?
-Desde que tu querido L, me encerró en una maldita prisión es mi única compañía
-Como hiciste para escapar y llegar a Japón?-pregunte con duda-Acaso eso importa?-respondió levantando una ceja y avanzando a pasos lentos
-Vamos, caminemos juntos con nuestras queridas compañeras.-dijo-
Avanzé hacia su derecha, caminamos un buen raro, observando la oscuridad, hasta llegar a cierto punto, el cual parecía ser su casa. Una vieja casa de madera, al estilo oriental la cual tenía un aspecto horrible, al entrar, como era de esperarse, el horrible olor a mermelada llenaba mi naríz.
Antes de entrar, retrocedí diciendo que me tenía que ir, pues no estaba de humor, necesitaba pensar sobre lo que había sucedido, a lo cual respondio que no importaba. Entonces me fui.