Lucas:
Mientras los demás hacían los ejercicios que yo había terminado hace ya veinte minutos, yo me dedicaba a garabatear en mi cuaderno. No compartía esa clase con nadie con quien estuviera dispuesto a conversar y supongo que no es necesario aclarar lo jodidamente aburrido que estaba. Odio cálculo con todo mi ser, no porque me resulte difícil, sino porque… bueno, porque es cálculo.
Salí prácticamente corriendo del aula en la que casi se podía oler los cerebros quemados de mis compañeros solo para sentarme a escuchar música y terminar el dibujo que estaba haciendo (pikachu con una ametralladora destruyendo la ciudad). Tenía una hora libre entre clase y clase. Lo detestaba.
Uno creería que en un lugar tan lleno de raros la gente no se te quedaría mirando, pero aparentemente llevo un letrero en la frente que dice “fenómeno” con letras luminosas. Tal vez soy un poco paranoico.
Noté que una chica me miraba desde el otro lado del pasillo, cerré mi cuaderno con brusquedad y me alejé.
Estaba cansado de que no pasara nada nuevo en mi vida, extrañaba jugar, leer, dibujar, dormir y vaguear todo el día. Extrañaba a los amigos a los que no veía desde hace como tres meses. Necesitaba reírme a carcajadas y dejar de sentirme como si yo fuera el único que se daba cuenta de que el mundo parecía haberse detenido.
Una solo persona se me vino a la cabeza: Mattia. Con él todo siempre terminaba siendo un desmadre. Extrañaba ir y venir de su casa como si de la mía se tratara. Ese día se cumplían tres semanas desde la última vez que lo había visto, suponía que se debía al incidente de la casa de Carla.
Al terminar las clases me dirigí a la salida para tomar el colectivo y, como si yo hubiera adivinado el futuro, ahí, hablando con una chica, se encontraba él.
Mattia:
— ¡Ah! ¡Matty! — escuché a mis espaldas.
Me voltee para ver a ese ente que traía el pelo embutido en un gorro, la mochila colgada de un hombro y un cuaderno de dibujo bajo el brazo.
— Bueno, Vale, nos vemos después — me despedí sin esperar respuesta.
Lucas venía con una brillante sonrisa, como la de un niño al cual le acaban de cancelar la cita con el dentista.
— Buenas — saludé. — ¿Qué hacés por acá?
— Aquí estudio, duh…
Yo ya sabía eso, es solo que a veces hablo más rápido de lo que pienso.
— ¿Y esa chica?
— ¿Celoso? — me burlé mordiendo mi labio inferior, jugando con mi piercing.
— No, bueno, la dejaste sola por venir a conmigo… — respondió sonriente.
Sentí el color trepando por mi cara y le di un golpe en el brazo.
— Pelotudo…
— ¡Eh! ¡No hay por qué ponerse cariñoso! — se quejó.
Miré a ese pequeño (más alto que yo) idiota de la forma más asesina posible.
— Eh… sí, como sea, ¿qué hacés vos acá?
— Nada realmente, vine a acompañar a Valeria a sus clases…
— ¿La chica de hace rato?
— Yep.
Lucas se quedó callado mirándome con una expresión burlona.
— ¿Qué? — pregunté irritado.
— Nada, nada, no importa. ¿Vas para tu casa? ¿Nos vamos juntos?
— Dale…
El viaje hasta mi casa se me hizo corto, Lucas no paró de hablar ni por un segundo. Una vez ahí fuimos directo a mi habitación.
— Ah, ¿querés ver mi pikachu? — preguntó sentándose en mi cama.
— ¿Qué?
— No eso, tarado — rio.
Me pasó su cuaderno de dibujo y yo me senté a su lado.
— Lo que hace el aburrimiento…
— Lo que hace hora y media de cálculo en donde todos son idiotas menos vos.
No podía concentrarme, sin querer me había sentado más cerca de lo usual. O estaba volviéndome loco.
— ¿Te gusta?
— Sí, estás bueno.
—… ¿Qué?
— ¿Qué?
— ¿Acabás de decir que estoy bueno?
—… ¿no…?
— Sí lo hiciste.
— No, dije que EL DIBUJO está bueno.
Mierda, Lucas no paraba de reírse como desquiciado. Me tiré en la cama y me cubrí la cara con el cuaderno.
— Hey, Matty.
— ¿Qué querés?
— Gracias — dijo descubriéndome la cara. — Vos también “estás bueno” — Añadió guiñándome el ojo.
Le tiré el cuaderno por la cabeza, enfadado.
— Andate a la concha de tu hermano.
Comenzó a matarse de la risa otra vez, era tan irritante. Un repentino ataque de tos interrumpió sus carcajadas.
— Mierda, me atoré con mi propia baba — dijo todavía tosiendo.
— Es el karma, eso te pasa por idiota.
— Pero estoy bueno.
— No más que yo — respondí.
Me miró de arriba abajo como Garfield miraría un plato de lasagna.
— Yo te daba — dijo levantando una ceja y mordiéndose el labio inferior.
Lo empujé y cayó de cara al colchón.
— Ya está, ya fue mucho de tus homosexualidades, me voy.
Me levanté y abrí la puerta.
— Pero es tu casa… Matty, volvé, ¿qué le digo a tu madre si llega? ¡Oye!
— Estoy yendo a la cocina, boludo.
— Ah… Okey…
Salí de la habitación y cerré la puerta. Soy un imbécil por sonrojarme como lo hice por semejante idiotez.