Mattia:
Todas las adolescentes son detestables. Todas.
Si bien Lucas parecía no poder distinguir a las amigas de su hermana de los flotadores, para mí estaba claro cuál era la que se babeaba por él.
Todo el día tuve que escuchar “Lucas esto”, “Lucas lo otro”, ugh, era increíblemente molesto. Pero tengo que admitir que la estaba pasando de maravilla viendo como la chiquilla se enfurecía cada vez que él me prestaba más atención a mí que a ella.
— ¿Te vas a comer todo eso? — preguntó señalando mis papas y mi media hamburguesa.
— ¿Me estás llamando gordo?
— Pff… No, te estoy diciendo que sigo teniendo hambre.
No le respondí y simplemente le pasé la hamburguesa.
— De hecho, quería las papas — pidió con cara de perrito triste.
— Ay, qué pena — contesté.
— Si querés te puedo dar las mías — interrumpió la niña babosa.
— Ah, ¿qué? No, no gracias, estoy bien — rechazó Lucas.
Una sonrisa malvada se dibujó en mi cara. En ese momento la vida fue bella. Sé que soy una mala persona, pero no me importa.
Mariana se llevó lejos a su amiga, quien tenía la cara de decepción más fatal que hubiera visto. Lucas tocó mi hombro y me ofreció un audífono.
— Dos horas después de comer.
— Dos horas después de comer — repetí a modo de respuesta.
Fuimos a sentarnos al lado de la piscina y charlamos de cualquier cosa. De eso es que se trata la vida, de escuchar música y reír despreocupadamente.
— Esperá un rato, ya vuelvo — se excusó.
— ¿A dónde vas?
— A mear.
— Oh, buena suerte, pensá en mí.
Se marchó riendo y enseñándome el dedo medio.
Me puse a canturrear Nine in the afternoon sin importarme que me escucharan hasta que en medio de mi alegría vi que Lucas venía con la niña esa.
— Estás rojo como un tomate, ¿te pusiste bloqueador?
— Sabía que me olvidaba de algo.
Me levanté y busqué en la mochila mientras escuchaba como la mocosa seguía riendo tontamente. La odié.
— Lukis.
— ¿Sí, Matty?
— ¿Me ayudás con la espalda?
Me sentí toda una suripanta, una zorra sucia y una perra loca cuando dije eso.
— Ahm… sí, supongo que está bien…
Me di la vuelta y sentí sus dedos en mis hombros. Estaba helados y me causaron un escalofrío.
— No te dolió, ¿no?
— Idiota.
No duró más que un minuto, pero me pareció que habían sido siglos.
— Esta cosa se siente asquerosa — dijo él mirando sus manos.
— Lo sé — terminé de ponerme un poco en la cara.
La chiquilla estaba detrás de Lucas con una cara de enfado bárbara. Mentiría si dijera que no lo disfruté.
— ¿Vamos a nadar? — sugerí.
— Dale.
Mientras nos alejábamos le di una última mirada a la niña, quien me estaba viendo con odio. Le sonreí y pareció haber captado el mensaje.
Lucas es de MI propiedad.
Lucas:
Supuestamente había ido a cuidar a mi hermana, pero al final ella se fue antes que yo. De hecho, la mayoría de las personas se habían marchado cuando comencé a considerar volver a mi casa.
Salí de la piscina cuando ya se estaba poniendo obscuro. Mattia seguía chapoteando como un niño pequeño.
— Nos tenemos que ir.
— Un rato más — rogó.
— Si no te apurás te dejo.
Fui hasta los baños que estaban totalmente vacíos. Me di una ducha rápida para quitarme el cloro y estaba a medio cambiarme cuando oí pasos. Salí del cubículo abotonándome los pantalones y secándome el cabello.
— Mi madre va a venir a recogernos, dijo que llegaba en diez minutos.
— Bien — respondí guardando la toalla.
Lo miré de reojo mientras se lavaba la cara de espaldas a mí. Estaba rojo como camarón. Me vio en el espejo y sonrió.
Caminó hasta donde yo estaba y comenzó a sacar ropa de su mochila. Su brazo rozó el mío. Maldije internamente.
— Olés a cloro — soltó de repente.
— ¿Podés olerme desde tan lejos? — tan pronto dije eso me arrepentí.
Mi cerebro no tiene filtro y termino diciendo cosas que no debería.
Rio y redujo la distancia entre los dos. Se inclinó hasta tocarme el hombro con la punta de la nariz y aspiró lentamente.
Carajo, había estado actuando raro todo el día, pero eso ya era demasiado. Supongo que era mi culpa por seguirle el juego. No lo hacía a propósito, mi cabeza y el resto de mi cuerpo no estaban coordinados.
Mordió su labio inferior y, si bien quería gritarle que no lo hiciera, no dije nada y mis labios se curvaron en una sonrisa. Estaba aterrado. Quería salir corriendo. Todo eso no debía estar pasando.
Se acercó hasta tal punto que pude sentir su respiración ligeramente agitada chocando contra mi piel.
Bajó la mirada y con una carcajada se apartó dándome la espalda.
Creí escuchar el sonido de algo rompiéndose dentro de mí.
Lo agarré por la muñeca, lo jalé hacia mí y lo empujé contra la pared. Hizo un gesto de dolor.
— Lucas…
— Callate — interrumpí. — No sé qué mierda tenés en la cabeza pero no… agh, deberías poder entender cuándo parar con todos esos juegos.
Estaba… no sé, supongo que enojado, pero en ese momento mi mente estaba en blanco.
Solo podía mirar su boca.
No resistí e hice lo que me había prometido que jamás haría. Lo cagué todo.
Presioné mis labios contra los suyos con rabia. Él se colgó de mi cuello y me obligó a acercarme más. Fue tal y como recordaba que había sido en la fiesta, no dejó de luchar por el control ni por un segundo.
Bajé la mano desde su hombro, por su pecho hasta su abdomen, justo por encima de sus shorts, donde sabía estaba su tatuaje. Pude sentir como se estremecía y lo mordí. Sí, eso hice, mordí su labio inferior en el lado opuesto a su piercing.
— ¡Auch! — se quejó separándose de mí.
— Agh… yo… perdón… — atiné a decir antes de escaparme.
Un par de estrellas brillaban a en el cielo. Nadie dijo nada durante todo el camino a casa.