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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

Espero les guste.

Eida

Olía a él; a ese olor que estaba pegado en cada muralla de su casa, de su habitación, de sus libros, de la huella que deja en el aire tras su paso al caminar. Ahora volvía a sentir ese olor, y con más intensidad que nunca (quizás por la costumbre de estar juntos todos los días dejé de percibirlo tan fuertemente). 

Amida seguía abrazándolo, y Eida no oponía resistencia, pero tampoco respondía a aquel gesto de… ¿de qué? en fin, sólo se dejaba abrazar. 
Se sentía incómodamente nervioso, pero aquel aroma que se desprendía de todo cuanto veía, lograba tranquilizarlo. 
Tampoco entendía muy bien cómo un día cualquiera terminó siendo así, pero trató de no reparar más de la cuenta en ello. 
Estaba bien así. 
Ya se sentía más relajado, cuando escuchó el susurro de su amigo.
—Por favor, discúlpame, Eida.
Pero éste seguía sin entender, así que no respondió.
—Esa noche…— a Eida se le heló la piel, y sus pequeños y claros vellos en los brazos se electrificaron. Su corazón latía exageradamente fuerte y rápido, tanto que temió Amida pudiera escucharlo o sentirlo. —tuve miedo.

Algo le dolió. Lo sintió, un pequeño dolor punzante dentro de su pecho, pero no logró notar por qué le había ocurrido. 
Esperó a que el chico que aún lo mantenía entre sus brazos, continuara con su monólogo (no tenía intención alguna de responder. No si Amida quería hablar de ese tema). 

—Querías demostrar tu confianza hacia mí, y te expusiste, me otorgaste la posibilidad de contemplar tu interioridad, y lo desperdicié. Huí, fui un cobarde. Un imbécil, sí. Pero te quiero, Eida, y no desapareceré ahora, que es cuando más quiero conocerte.
Su rostro se había ruborizado: ahora sus mejillas parecían dos pequeñas manzanas. Se sentía extraño, como si durante sólo una semana hubiera olvidado cómo era estar alegre. 
Amida continuó:
—Eres honesto conmigo, y realmente siento un gran aprecio por aquello. Sé que hay partes de tu vida que no me has revelado, y que quizás jamás lo hagas. Pero eres puro en tus acciones, eres puro conmigo.— Sintió como si le creciera maleza en la garganta a velocidad logarítmica; algo espeso y enredado que le apretaba dentro del cuello, que quería salir de alguna forma y no podía.
Sentía culpa. 
—Sé mi amigo por siempre. Sí, por toda la vida. Quiero que sea así. 

¿Por qué me siento peor que antes?¿Por qué no me siento feliz por lo que me está diciendo? No quiero que se vuelva a alejar. Pero…
Amida se despegó de él. Tenía la mirada cubierta por una capa de lágrimas cristalinas que aún no caían. Eida se paró, y le habló:

—No pestañees aún.
Amida pareció no entender, y en seguida preguntó, confundido:
—¿Por qué?
Eida posó cada uno de sus pulgares vueltos arriba bajo los ojos de su amigo. 
—Ahora sí.
Amida pestañeó, y los dedos de Eida se mojaron con las lágrimas de Amida. Luego los sacó, y ambos quedaron mirándolos, como aturdidos.
—Tampoco me gusta hacerte llorar. 
Amida miró a Eida como si jamás hubiera esperado algo así de él, y en seguida sonrió.
Eida pensó que sus labios no eran morados, sino sólo como el interior de su boca.

Mientras estaban ahí en silencio, procesando todo lo que había ocurrido (y que, por cierto, ninguno aprehendía muy bien del todo sin saber siquiera por qué), escucharon unas risas.
Provenían del cuarto de Sorano.
Amida abrió más los ojos, y pareció adolorido por algo, pero hizo un intento por no caer de nuevo. 

—¿Quieres salir a caminar?— preguntó Amida, sonriendo a su amigo.

A Eida no le gustaba caminar acompañado si no era por una situación que lo obligara socialmente a ello. Pero entendió que en esa situación era distinto, y aunque prefería quedarse en la pieza de su amigo leyendo algo, o por último irse solo hacia su casa, aceptó la solicitud, pues parecía que Amida realmente necesitaba salir de ahí. 

—Está bien— dijo en tono molesto y apagado —Salgamos.
Amida rió.
—Ya pareces ser el de siempre— dijo antes de salir, mirándolo con su sonrisa que intentaba no serlo. 

Eida sólo se enfurruñó más, y salió.

 

 

Amida

«¿Por qué tienen que seguir bailando juntos?» 

Esta vez el profesor sólo había destinado los últimos quince minutos de la clase para ensayar el baile. 
Hacía un par de días, la clase lo escuchó discutiendo con la directora afuera del salón.

—¡¿Por qué tienen que ensayar ese inútil baile desde comienzo de año?!— se oía la voz del profesor de educación física, muy enojado, enfrentando a la directora Henriette. 

Todos temían a la directora. Era una mujer vieja, alemana, de cabello amarillento y tez tan rosada como un melocotón, que, además de su fornida apariencia, tenía un carácter del que nadie se podía hacer cargo.

—Señor— respondía la directora con aquella voz opaca que la caracterizaba —Si esos niñitos no saben siquiera cómo mover los pies a una semana antes del baile de graduación, usted se hará particularmente cargo de enseñarles a bailar.— Se oyó un quejido del profesor, al que la directora respondió con aún más intensidad y molestia —Usted sabe lo mucho que me importan esos bailes, ¿no es cierto?— hizo una pausa (el profesor debió asentir o algo por el estilo) y continuó —Así que si no resulta un encuentro perfecto, pues será usted el único afectado. ¿Le quedó claro?

 

Ahora Amida estaba bailando con Lara, y ellos claro, lo hacían de maravilla. La gentileza y sutileza de Amida se acompañaba perfectamente de los movimientos delicados de aquella hermosa chica. Pero ellos no eran los únicos que ya dominaban el baile a la perfección.

—¡Eh, ustedes!— se dirigía a Eida con Aaron —realmente son una de las mejores parejas.— el profesor rió como si hubiese dicho un muy buen chiste —No, no, pero en serio. Fue una buena elección cambiar de pareja, ¿eh Eida? Antes pensaba que eras un caso perdido.— se volvió riendo hacia donde sentado, mientras Eida lo fulminaba con la mirada. 

—¡Ay!— exclamó Lara, agachándose para palpar su pie.
—¿Qué ocurrió?— dijo Amida algo distraído, pero Lara no le respondió, y entendió que había tropezado con ella al ensayar. —Vaya, lo lamento mucho. ¿Estás bien?— Se agachó para ver el pie de su compañera, pero ésta se volvió a parar y, muy sonrojada, le agradeció la preocupación y le insistió para que continuaran bailando. 
Pero Amida seguía pendiente de Eida, y de Aaron. Éste continuaba sin agradarle, por alguna razón que desconocía. 

Todas las parejas practicaban; Eida con Aaron, Amida con Lara, Red con el profesor (ninguno de los dos parecía feliz de aquella situación), y todos los demás con sus respectivos compañeros. 

Luego de finalizada esa clase, Amida sintió que había sudado, lo cual era extraño pues generalmente el ensayo no significaba un esfuerzo tan grande como para necesitar una ducha (menos aún si eran sólo quince minutos), pero decidió ir al vestidor con los demás para refrescarse. 
El profesor le pidió ayuda para guardar los materiales de la clase, así que se retrasó, y tuvo que ir solo.

Antes de llegar, se cruzó con Eida, que venía de vuelta de las duchas.

—¿Ya te bañaste?— preguntó Amida al ver que el cabello de Eida estaba húmedo, y olía a jabón. 
—¿Qué crees?— musitó Eida, algo molesto. 
—Já— dijo Amida, invocando una de esas expresiones que solía hacer que Eida se sonrojara y molestara aún más (lo cual dio resultado) —Yo ahora iré para allá. Quería ir con ustedes, pero me tuve que quedar ordenando unos materiales.
Eida lo miró extrañado.
—¿Por qué?
—No lo sé, hoy debí hacer más esfuerzo. 
—Ah— dijo Eida, algo desconfiado —ve luego, las cierran pronto. 

Eida siguió caminando hacia el salón, y Amida continuó en dirección a las duchas. 
Antes de llegar, a unos pasos de la puerta, escuchó voces dentro del vestidor. «¿Aún sigue gente acá?» pensó, y se quedó parado en el umbral de la puerta, esperando a saber quiénes eran los que estaban ahí.

—No mientas— escuchó que decía una de las voces. No logró identificar de quién era. 
—Te he escuchado otras veces haciendo lo mismo, así que deja de mentir.— Era la misma voz, pero no le parecía muy conocida, así que continuó escuchando. 
Otra voz respondió.
—¿Y a ti qué te importa, imbécil?¿Crees que por llegar acá y que todas las chicas estén detrás de ti te da el derecho de decirme qué hacer? 
Pero esa voz sí que la conocía. 
—Esas razones me dan lo mismo— Amida empezó a dilucidar quién podía ser el propietario de aquellas palabras —Pero Eida es mi amigo, y no dejaré que hables mal de él. Es un buen amigo, es una buena persona, y nadie debe decirle todas esas cosas ni tratarlo tan mal como tú lo haces siempre. 
Al escuchar el nombre de Eida, Amida sintió su corazón latir más rápido. Abrió más la puerta, lentamente, hasta poder entrar. Los chicos estaban doblando la pared, y no habían notado la presencia de alguien más ahí. Seguían hablando.
—Ni siquiera conoces a ese maricón asqueroso, así que no te gastes más en defenderlo, ¿eh? no vale la pena. 
Amida se asomó por la pared, y comprobó su deducción, no sin cierta decepción y tristeza. Aquel que hablaba pestes sobre su amigo, era Red. Y, sorprendentemente, el que lo defendía era Aaron. Sintió vergüenza de haber pensado mal de él, aunque aún seguía sin agradarle.
Ante las palabras de Red, Aaron se había exaltado, y ahora estaba de pie frente a él con la cara roja por la rabia, y hacía exageradas gesticulaciones y expresiones corporales al hablar. 
—¡Deja de decir todas esas cosas, tú eres el que no lo conoce, así que por favor, detente!— Amida se sorprendió aún más al ver que Aaron parecía al borde del llanto. ¿Por qué a ese chico le afligía tanto lo que otros pudieran decir de Eida?¿Por qué le afectaba tanto como le estaba afectando a él?
—Qué mierda te crees que eres— replicó Red, mientras reía —¿Por qué sigues defendiendo a esa basura?¿Acaso estás enamorado de él o algo así?— y volvió a reír, ahora con más ímpetu.
Amida se encontraba hecho un manojo de dudas, de penas, de desconciertos. No entendía cómo Red podía hablar tan mal de Eida, si sabía lo mucho que le importaba la amistad de ambos. 
Pero Aaron respondió, y Amida sintió que le pesaba el pecho. 
—Sí— dijo, con voz triste y sincera —Sí— repitió, mientras se sentaba en la banca que estaba frente al musculoso, guardando su cara entre sus manos —Es como lo dices.
Red dejó de reír. Lo miró como quien mira a un fantasma (o como quien cree podría mirar a un fantasma si se le apareciese uno), y no tuvo palabras para responder en ese momento. 
Amida se agachó, y se apretó el estómago. «¿Cómo él se pudo haber enamorado de Eida?», pero imaginó a su amigo mirándolo con desaprobación y molestia por aquel pensamiento. «Pues sí, es atractivo, es único en todo aspecto, pero…» y se apretó el estómago con mucha más fuerza, mientras contraía los músculos de su rostro, apretando ojos y mejillas «¿Acaso lo llegó a conocer tanto como para sentir eso?».
Amida tomó sus cosas, se levantó, y salió de las duchas.

Cuando corría para llegar al salón, alguien le tomó el brazo, y éste se detuvo unos metros más allá. Cuando se volvió, vio a Eida, que al parecer iba en dirección a las duchas para ir a buscar a su amigo. En sus brazos llevaba un paquete de galletas y dos jugos. 

—Toma— extendió un brazo con uno de los jugos en mano —lo saqué de tu mochila.
Amida lo miró y se sintió aliviado. 
Aceptó el jugo y le agradeció. 
—¿Pasa algo?— preguntó Eida, que observaba a Amida con intriga.
—No— mintió —ya habían cerrado las duchas, y me demoré buscando al conserje pero no lo encontré.
—Ah— respondió Eida mientras tomaba de su jugo. 

 

Amida no podía dejar de preguntarse cosas respecto de lo que había oído decir a Aaron, ni de martirizarse pensando en lo falso que había sido Red todo el tiempo. Le habría gustado comentar todo con Eida, preguntarle por qué jamás le había dicho que Red lo trataba de esa manera, pedirle algún consejo con respecto a eso, preguntarle qué siente él por Aaron, o si se había dado cuenta. Pero todas parecían dudas superficiales, y tampoco era Eida a quien podía recurrir para responder preguntas que lo involucraban tanto. 
¿Qué hago?

 

 

Eida

—¿Estás seguro de esto?
—Deja de hacerme esa pregunta. 

Ambos caminaban de vuelta de la escuela luego de un día agobiante, lleno de tareas, de pruebas, de actividades que a ninguno le hacía mucha gracia. 

 

Durante aquella mañana, Eida había estado actuando extraño, y aquella actitud duró hasta que Amida le preguntó qué era lo que ocurría. 

—Siempre eres serio e inexpresivo— le dijo mientras estaban almorzando, apartando la comida de ambos hacia un lado para que éste no tuviera esa excusa de evadirlo —Pero hoy pareces más ridículamente irritado de lo normal, además de que te ves nervioso por alguna razón, y me preocupa no saber qué es lo que te está molestando— Eida seguía sin mirar directamente a los ojos de su amigo —Quiero ayudarte. Quiero que estés bien.
Eida lo miró con el ceño fruncido, y suspiró (aunque más parecía que refenfuñaba). 
—Hoy…— sus mejillas se tiñeron de un tono rojizo —después de clases ven a mi casa. 

Amida lo miró extrañadísimo, e intentó no reír. Eida parecía fastidiado, y no quería molestarlo más. 
—¿A qué se debe la invitación?
—El otro día cometí la imbecilidad de mencionarte ante mi mamá. Me insistió para invitarte y ya me hastió. 

 

Ahora caminaban en dirección al hogar de Eida. 
«Sólo estará mi mamá» pensó, «no debería ser tan desastroso». Pero eso era precisamente lo que Eida no quería: presentar a Amida ante su mamá. O, mejor dicho, presentar a su mamá ante Amida. 

 

—¿Así que tienes un amigo?— preguntó emocionada la mamá de Eida, Sunna, quien físicamente era totalmente distinta a Eida, exceptuando en los ojos, lo cual era el único rasgo que los conectaba en apariencia. —¡Debes traerlo a la casa! Así conocerá a tu hermana y podremos comer todos juntos viendo alguna película. 
Eida detestaba que su madre hiciera ese tipo de cosas. Siquiera que se le ocurrieran ya le parecía humillante y desagradable. 
—¡Sí, invítalo, invítalo!— gritó Elín, la hermana pequeña de Eida que había cumplido los siete en febrero. 
—No— sentenció Eida con su seriedad habitual.
—Si no lo haces nadie creerá que de verdad hiciste un amigo— dijo su madre. 
—No me interesa que me crean.
Su madre parecía molesta, pero Eida no le dio importancia. Le parecía una petición sin sentido alguno. 
—Si no lo invitas, te quitaré tus discos y tu mp3. 

De no haber sido su madre, Eida habría pensado en los peores y más detestables improperios en su contra. E incluso, quizás se los habría dicho. Pero no podía.

—Es una amenaza absurda y corrupta. 
—Si llega a funcionar no es absurda— rió su madre. 
—No lo decía en ese sentido.
Eida estaba cada vez más y más molesto. Vio a su madre con una expresión de satisfacción y llegó a la conclusión: ella había ganado. 

 

Los chicos caminaban, y Eida sentía cada paso más pesado. En los últimos años sólo había invitado a una persona a su hogar, y no se sentía preparado para volver a recibir a alguien dentro de esas cuatro paredes que lo veían dormir cada noche, que lo acogían en madrugadas de llanto, que escondían sus intimidades. 
Pero ya no había marcha atrás.
Luego de unas cuadras, llegaron. 
Qué detestable.

 

 

Amida

Cuando estábamos frente a su casa, Eida se detuvo, y se quedó inmóvil por unos segundos. 
Amida sabía lo preocupado que estaba, y lo mucho que le molestaba la situación. 

—He pensado cómo podría ser tu habitación— dijo Amida muy despacio —y no logro imaginar el color, ni las cosas que tienes encima, ni si hay plantas o cuadros, ni cómo es tu cama. Pero eso sí— y se acercó un poco más al oído de su amigo, reduciendo a su vez el tono con que hablaba —todo debe estar plagado, infestado de tu olor. ¿Sabías que hueles a almendras? Pero más agradable aún. Desde hace un tiempo había tenido ganas de entrar a tu habitación y sentir aquel aroma mientras veo el mismo techo que ves todas las mañanas al despertar. 
Y luego de pronunciar esas últimas palabras, tomó la mano de su amigo y ambos se acercaron hacia la puerta de entrada. Eida estaba aferrado a la mano del otro. 
Resonaron pasos interiores, y una voz femenina. Cuando la puerta se abrió, Eida soltó la mano de su amigo. Era su madre. 
Amida la miró. Pensó que se parecería a Eida, pero sólo distinguió los ojos de su amigo en aquel rostro moreno con cabello lacio y negro. De todas formas, apenas la mujer rió al saludar, vio que su sonrisa también era como la de su amigo. «Es muy bonita», pensó. 

—¡Así que tú eres Amida!— dijo emocionada la mujer —Para ser sincera, no pensé que llegaría contigo— y comenzó a reír despacio.
Eida miró de reojo a Amida, pareciendo desesperado, pero resignado.
—¡Ah!— dijo la madre de Eida —Disculpen, pueden pasar— y dio lugar para que los chicos entraran. 
La casa de Eida estaba pintada de blanco, y todo estaba muy ordenado. Incluso la pequeña que se escondía detrás de su mamá parecía muy bien vestida y pulcra. Todo estaba en su lugar: vasos y copas en el estante con vidrio cristalino, papeles puestos con mucha precisión sobre un estante, el piso de madera pulido y encerado; todo parecía perfecto, y olía a productos para limpiar mezclado con un leve aroma a naranja. 
Mi casa jamás ha estado ni la mita de limpia y ordenada que ésta. —pensó— ¿Qué le preocupa tanto a Eida?

—Mamá— dijo Eida —Iremos a mi habitación. 
—Está bien— dijo sonriente la mujer —pero bajen para comer más tarde, prepararé algo rico. 

Eida partió en seguida a su habitación que quedaba en el segundo piso, pero antes de subir, Amida se devolvió unos pasos para dirigirse a la mujer. 

—Su casa es verdaderamente muy bella, señora…  —y Amida la miró con vergüenza al notar que no sabía su nombre.
—¡Señora!— y rió divertidísima por lo que había dicho el amigo de su hijo —no te preocupes por la formalidad, dime Sunna. 
De todas formas, no podría referirme a ella con un trato de “tú a tú”. Pero fue un grato gesto. 
—Y muchas gracias, generalmente no está tan limpia como hoy pero durante la mañana limpié todo con la esperanza de que Eida te invitara. ¡Es que me hace tan feliz que vuelva a traer a alguien para acá!
¿”Vuelva”?

Se escucharon pasos en la escalera. 
—Mamá— dijo Eida, con tono molesto, y luego se dirigió a Amida —Ven— y esta vez ambos subieron. 

 

Su pieza era azul marino. Tenía dos ventanas grandes por las cuales entraba la suficiente luz como para que ese color se viese bien. Sobre su escritorio —el cual era bastante grande— tenía varios montones de libros viejos, al igual que al lado y a los pies de su cama. Sobre una silla para el escritorio tenía mucha ropa sucia, y, sobre su velador, una computadora portátil. En las paredes tenía algunos dibujos y fotografías  —¿Él los habrá dibujado?¿Él las habrá tomado?— y en la pared de al fondo había una cajonera. Su pieza no parecía acorde al resto de su casa. Se veía muy desordenada, como su cabello (Amida gustó de esa analogía). 

—Sí, es fea— dijo Eida al entrar delante de Amida. 
—No esperé que fuera diferente— dijo Amida —Y me gusta así. 
—Detesto que seas condescendiente— Eida se recostó sobre su cama —Sólo dilo: es fea. 
—Aquí es donde has crecido, es el espacio que has ido formando durante estos años. Y me gusta lo que eres, como eres. Así que, este espacio me gusta también. 
—Es un pésimo silogismo. 

Amida estaba de pie, al lado de la cama, observando la habitación, y pensando en cómo responder a lo que había dicho su amigo. Pero sintió que Eida jalaba despacio de su pantalón, y se dio vuelta para ver qué ocurría. Eida estaba acostado, con su rostro enrojecido y hundido en la almohada, mirando hacia arriba a Amida.

«Qué lindo se ve» pensó, pero reparó en aquel extraño pensamiento en seguida y lo asoció a que era extraño ver a Eida sin una expresión de enojo y tan calmado, por lo que corrigió su primer pensamiento con «Qué bien se ve». 

—¿Qué ocurre, Eida?
Eida se sentó sobre su cama, y se apartó hacia un extremo. 
—Siéntate— le ordenó a Amida, a lo que éste hizo caso.
—¿Qué es?— preguntó un tanto nervioso e inquieto.
—Debes prometer que no evadirás el tema. Y cumplirlo. 
—Lo prometo— dijo automáticamente Amida. Sentía miedo. 
—Lo has dicho a la ligera.
Y tenía razón. De haber asesinado a alguien, se lo tendría que haber dicho en ese momento, aun si no estaba preparado. Pero era el costo que tenía deshacerse de la inquietud que lo iba engullendo. 
—Pero ya lo he prometido, así que no importa lo que diga posteriormente. 
—Es cierto.
Eida se quedó mirando un rincón de su habitación, y Amida miraba su perfil. A veces pensaba que, de tener el cabello largo, parecería una chica. 
—Amida— dijo la suave y tenue voz de Eida —Por la escuela corren bastantes rumores, más aún de chicos tan populares como tú— Amida sintió saber hacia donde se dirigía aquella pregunta, y todo le comenzó a doler. —Y he oído una montaña de imbecilidades, pero hay algo que se ha repetido bastantes veces, y asumo que es cierto. 

No podré con esto.

—Eida— interrumpió Amida —no sigas.— dijo mientras ocultaba sus ojos tras la mano que apoyaba de costado sobre la frente —¿Es sobre lo que ocurrió a fines del año pasado?
—Sí— dijo Eida, muy cortante y seco.
—Si quieres saber por qué no te lo he contado, pues…— pero Eida interrumpió.
—No quiero saber tu pasado. No si no eres tú quien me lo quiere contar. 
Amida parecía no entender.
—Entonces…
—Sé que tuviste un romance o algo así que acabó saliendo mal. Eso no es lo que me importa. 
Sólo quedaba una pregunta más sobre ese hecho, y Amida ya esperaba cuál era. 
Sintió deseos de huir de ahí. De correr, de arrancar; pero de ser así, sentiría que algo le faltaba, y ya sabía qué era lo que faltaría. 
Sólo debía responder a lo que Eida preguntara, y no pensar más en ello. Ya acabaría. 
—No soy idiota. Hace un tiempo creí saber con quién quién había sido, pero fuiste tú quien me lo confirmó con un comentario que hiciste, y ya después todo pareció coincidir. 
Sólo debo esperar. Mis posibilidades se han reducido considerablemente, y ahora sólo queda afrontar lo que no había podido. 
—Amida— dijo más cercano, más cálido— no me interesa que me cuentes todo. Pero esto aún te daña; es imposible que no, dado que convives con esa persona todos los días. 
Eida tomó las manos de su amigo, y luego llevó la cabeza de éste hacia su pecho. Entrelazó algunos mechones con sus dedos muy suavemente, y le susurró:
—También quiero que estés bien.

Amida no lloró. Se limitó a hacerlo, puesto que en cualquier momento podría aparecer la madre de su amigo a pedirles que bajaran a comer, y no se sentía capaz de detener el llanto una vez que se asomara. Así que sólo abrazó a su vez a Eida, sin decir palabra alguna. 
Con el peso de Amida en él, Eida dejó caer su cuerpo sobre la cama, y ambos permanecieron acostados durante algunos minutos, abrazándose el uno al otro, intentando cuidarse y protegerse mutuamente. O esa sensación tenía cada uno. El mentón de Eida se apoyaba sobre el cabello de Amida, y éste último seguía refugiado en el espacio que se formaba entre el pecho y el mentón del otro. Ambos tenían los ojos cerrados. Ambos se sentían seguros, y mejor. 
—Amida— articuló Eida sutilmente, casi sin modular —Eres mi amigo, y te voy a cuidar. 

Luego de aquellas palabras que reverberaron en sus oídos luego de pronunciadas, Amida se apegó más al cuerpo de Eida, y ambos se quedaron allí hasta que la mujer tocó a la puerta para avisarles que bajaran en seguida porque había preparado las mejores pizzas que podían probar en sus vidas.  

Notas finales:

Pensaba actualizar el martes, pero tenía muchas ganas de publicar este capítulo. 
¡Comenten, por favor! Me gusta demasiado leer sus reviews, y también me sirve mucho. Acepto cualquier crítica/opinión/sugerencia. 
¿Qué opinan acerca de lo de Aaron?

Pasen unos lindos días. Actualizaré el miércoles sin falta.


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