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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

No está muy movido el capítulo, pero lo encontré necesario. 
Durante la próxima semana subiré el siguiente. Me demoro afinando detallitos. 

¡Les agradezco los comentarios! Los responderé la próxima vez que tenga un tiempito para estar en el compu. Pero, de verdad, montón de gracias. 

Eida

 

Apenas se detuvo frente a la reja, el sonido de los aires intercambiándose de adentro hacia afuera  por la puerta entreabierta demandó su atención, encontrándose al levantar la vista con un chico alto, delgado, con el cabello aún mojado y destilando gotitas, marcadas en los hombros de una camiseta marengo. Llevaba unos pantalones negros lo suficientemente ajustados como para denotar el perfil esbelto que lucía bajo aquellas ropas, levemente arrugados al acabar sobre las zapatillas también negras y supeditadas al paso del tiempo.
No tenía gafas puestas, y el viento llevó a la nariz de Eida un suave olor a jabón.

—Te vi por la ventana —dijo serio, a la vez que abría la reja y le invitaba a entrar, evadiendo su mirada—. Aunque no sabía si eras tú, así que vine para comprobarlo.

Al inclinarse para girar la llave, el cabello mojado de Amida quedó a la altura del más bajo, y fueron esos pocos segundos los que bastaron para hacer que toda la tranquilidad que Eida había logrado con tanto esfuerzo reunir, se disipara en tan sólo un respiro.

Olía a él. A su ropa, a sus sábanas, a sus brazos.
A todo lo que quería para siempre consigo.

—Porque verme con la misma ropa de siempre te hizo dudar, ¿no?—soltó en conjunto de un increíble esfuerzo para que su rostro no estallara, desviando la vista mientras pasaba a su lado.
—Las gafas no son para adornar —respondió a la vez que llegó a la puerta, deteniéndose al lado de Eida y observándole desde el costado con una sonrisa que dejaba ver sus blancos y limpios dientes.
Las mejillas de Eida enrojecieron al instante, y con su entrecejo más fruncido y molesto que nunca, entró tras Amida al abrirse la puerta.

Ningún sonido irrumpía el espacio. Sólo el aroma de algo que Eida identificó como sopa o algún tipo de guiso perturbaba la tranquilidad residente en aquella casa.

—Mi madre llegará a almorzar con nosotros —dijo Amida anteponiéndose a las preguntas del más bajo—. Y sólo seremos los tres —agregó con una sonrisa mientras le observaba desde arriba.
—¿Y Sorano? —preguntó, sintiendo una ligera incomodidad al pronunciar su nombre.

Eida esperaba que la expresión de Amida revelara la fatiga de siempre cada que le hablaba de su hermano, pero a diferencia de las veces anteriores, esta vez el más alto sonrió tranquilo, respondiéndole sin titubear.

—Salió con sus amigos, probablemente regrese mañana —indicó, y en aquel instante Eida se extrañó de saber que incluso un sujeto tan arrogante como él tenía amigos.
Parecía que Amida continuaría hablando, pero calló al momento de poner su índice sobre su mentón, y luego mirar inquirente al más bajo.
—¿A qué hora debes estar en tu casa? —preguntó en forma previa a lo que parecía realmente querer preguntar o decir.
—No lo sé —respondió, extrañado—. Supongo que a las diez, o a las once —adujo con cierta desconfianza al no entender a qué se debía esa extraña mirada con la que Amida no dejaba de apuntarle—. ¿Por qué la pregunta?

Amida sólo se limitó a sonreír con sutileza, entrecerrando los ojos y haciéndosele unas pequeñas marcas entre éstos y los pómulos, y al ver esa expresión Eida notó que era la primera vez que lo veía sonreír de esa forma, en la que parecía un niño al que le hacen cosquillas o le regalan un dulce sin razón alguna.

En ese momento, pensó que aún había demasiado que no conocía de él.

—Por nada —respondió, y antes de avanzar y subir hacia su habitación, enredó sus dedos entre los cabellos de Eida y los desordenó aún más, ganándose una mirada avergonzada y a la vez enfadada del más bajo.

 

 

 

Amida

 

—¿Qué es esto? —pensó inquieto mientras oía los cuidadosos pasos que le seguían por la escalera—. Ya ha venido en otras ocasiones, pero… —continuó, sintiéndose cada vez más nervioso—. ¿Por qué ahora tendría que ser diferente?

Al llegar arriba y entrar en su habitación, volteó hacia Eida para recibir su mochila y dejarla sobre la silla de su escritorio, pero al hacerlo, encontró en él la mirada ingenua y ansiosa de quien visita un lugar por primera vez. Sus ojos recorrían minuciosamente cada detalle, como si desconociera cada elemento que se presentaba frente a él, incluyendo al propio Amida, a quien pareció admirar extasiado al caer su vista sobre él.
Pero esa exploración sólo duró algunos segundos, pues luego pareció advertir lo que había hecho y sus mejillas se tornaron del mismo color de las flores del almendro que se vislumbraba por la ventana.

Eida, nuevamente, indagó en sus libros, sin saber Amida si era para encontrar algo nuevo o sólo porque no se le ocurría qué más hacer.

—¿Te aburres acá? —preguntó sentado desde los pies de la cama, observando al chico que dejó instantáneamente de ojear los libros para enfocar su vista en él—. O, no acá. Sino conmigo —rectificó, sin tener idea de porqué había comenzado de repente a decir ese tipo de cosas tan vergonzosas e inútiles.
La reacción de Eida, al contrario de lo que Amida había creído, fue una extraña mueca que le hizo recordar la expresión que su madre colocaba cada vez que tenía un accidente y ésta, al limpiarle la herida, le decía que no se preocupara y que pronto podría jugar nuevamente, todo acompañado por una pequeña sonrisa y los ojos más cálidos que podía recordar.
Dejó los libros a un lado, y se acercó al más alto, sentándose a su lado.

—¿Lo digo de nuevo, Amida? —inquirió serio y aparentemente confiado, mirándole directamente a los ojos.

No supo por qué, pero su mirada fue directamente a sus labios. Estaban húmedos. Su cuerpo estaba tan cerca que podía ver con claridad todos los detalles en sus facciones; sus ojos de miel fresca, su frente y sienes impecables, de un color parejo y delicado en el que resaltaban sus cejas y pestañas más oscuras, junto a sus labios y mejillas rosáceas. Notó que aún con esos rasgos finos y algo femeninos, Eida tenía, sin lugar a dudas, rostro de chico.

El más bajo continuaba observándolo en su seriedad inmaculada, quieto, esperando.

Quería besarlo. Sin saber la razón. Sin reparar en nada más que en esos labios de color tan vivo que abarcaban toda su mirada. Quería cerrar los ojos y sentir el interior de su boca. Sentir cómo el otro recorría tímidamente sus labios y apenas se atrevía a ir más allá. Quería apropiarse de esa persona; tenerla entre sus brazos, sentir cómo ambas respiraciones se agitaban, y no dar marcha atrás.

Pero tuvo miedo. Miedo de esos deseos.

Enfocó nuevamente a Eida, quien no apartaba aquella mirada ámbar de los ojos negros que no fue sino en ese momento cuando le correspondió.

—“Si no quisiera, no lo haría” —adujo con voz suave, en un intento de imitar la de su amigo.

Ambos se observaron con el semblante inexpresivo, hasta que luego de algunos segundos la risa de los dos chicos anegó la habitación.

 

 

 

Eida

 

Ahí estaban.

Amida al frente, y su madre a un costado.

La mujer desprendía el mismo aire de indiferencia que había percibido en Amida la primera vez que enfocó su atención en él, y que seguía percibiendo en su hermano.
Pero, tal como Amida y a diferencia de Sorano, ésta parecía esforzarse en tener una actitud más amena y acogedora, lo que se reflejaba en su perpetua sonrisa de labios gruesos y oscuros y en su notoria preocupación por Eida, al preguntarle constantemente si quería más de alguna comida o dejándole en claro que no eran necesarios los modales, aun si él sólo se mantenía en silencio y comiendo todo lo que le ofrecían, tal como hacía en su casa.

Amida, en tanto, sólo comentaba una que otra cosa con su madre acerca del trabajo de ésta, y de vez en cuando le dedicaba sonrisas y miradas fugaces a Eida, quien, a pesar de entender lo incómodo de la situación, se había enfrascado en la idea de que sólo debía resistir a aquel almuerzo sin hacer comentarios desagradables y agradeciendo al momento de levantarse, para así luego subir con Amida y comentar con él todo lo que durante la comida no había podido.

Era un buen plan. Pero no había contado con que la mujer también podía tener pensado el suyo.

—Eida —dijo, y a éste le pareció recién haber oído realmente su voz, como si antes sólo hubiese actuado siguiendo sus propias órdenes sin reparar en nada más—, durante estas últimas semanas mi hijo me ha hablado bastante acerca de ti, y, para ser honesta, me hizo sentir más tranquila haberte conocido. Amida ha estado toda su vida rodeado por personas que se hicieron llamar sus amigos, pero jamás me parecieron como tal —siguió, mientras Amida la observaba sereno y al parecer sin intención alguna de detener lo que su madre decía con una sonrisa sincera pegada al rostro y las manos, una sobre la otra, apoyadas en la mesa—. Pero tú eres distinto, o eso me parece. ¿Me podrías hablar de ti, Eida?

Hablar de mí. Bien.

Observó a Amida en busca de ayuda. Sintió que era la primera vez que hacía algo así desde que se conocían. Pero éste sólo le respondió con una mirada rendida, como insinuando que su única opción era responder a la mujer que continuaba con esos ojos grandes y de pestañas largas y frondosas sobre él, esperando sin apuro a una respuesta que evaluaría minuciosa y estricta.

Buscó en su cabeza algo que lo sacara de aquel apuro. Algo, lo que fuese.

Pero nada.

Sólo le quedaba comenzar a hablar, y esperar no arruinarlo.

 

 

  

Amida

 

Lo observó mientras sus mejillas enrojecían progresivamente al mover los labios y dejar salir una respuesta a lo que su madre le había preguntado.

Sabía el gran esfuerzo que estaba haciendo. Que ser cordial y respetuoso con un adulto era tan difícil para él como sonreír.

Al acabar, supo lo incómodo, lo avergonzado que debía sentirse, así que, para demostrar que las palabras que había dicho aquella tarde en la escuela eran ciertas, estiró su pierna por debajo de la mesa hasta encontrarse con la del más bajo, causando que éste dirigiera instantáneamente su vista hacia él.
Amida sonrió, y llevó uno de sus brazos abajo. A Eida le tomó tan sólo un segundo imitar su gesto, alargando el brazo hasta encontrar a tientas la palma abierta que lo esperaba.

Compartieron el calor y el abrigo de sus manos durante los segundos que tardó su madre en sonreír afable ante el chico, confesándole lo alegre que se sentía de que alguien como él fuese amigo de su hijo.

 

 

 

Eida

 

Sentí sus dedos atrapando los míos, mientras los ojos de su madre seguían puestos en mí.
Sólo eso bastó para saber que Amida no lo había olvidado.
Que todo estaría bien.

 

 

 

Amida

 

Ya el sol había huido tras la línea que separaba el cemento del cielo anaranjado, y ambos se encontraban durmiendo descalzos, uno al lado del otro, luego de haber estado horas charlando y jugando con las cartas que Eida había encontrado al revisar las cajas que el más alto guardaba bajo su cama y que al parecer no había examinado desde hacía años, debido a la gruesa capa de polvo que las cubría.

Amida despertó por lo acalorado que sentía su cuerpo, y por el agudo dolor que sentía en el cuello.

Su brazo estaba atrapado bajo el cuerpo de Eida, apresado por las manos contrarias al otro lado. Sus cabellos estaban húmedos, y su cuello y espalda se advertían sudados bajo la camiseta color añil que se había adherido a él, dejando en evidencia su menudo cuerpo, aquel que a pesar de ser delgado tenía leves y definidas caderas al acabar aquella larga espalda.

Pensó en sacar cuidadosamente su brazo de ahí abajo, pero antes de hacerlo, sintió en sus labios el calor que emanaba su cuello, que estaba a pocos milímetros de él.

Acercó delicadamente su nariz, intentando no moverse demasiado provocando que el otro despertara.

Sólo quería sentir su aroma. Sólo sentir desde cerca aquel olor a almendras que le había fascinado desde la ocasión en que Eida le brindó refugio entre sus brazos el tiempo en que se conocieron.
Apoyó con delicadeza su nariz en la nuca húmeda del más pequeño, y logró sentir todos los aromas que deseaba recordar.
Casi en un reflejo, posó sus labios sobre aquella superficie caliente, y dejó un suave y largo beso.

Lo sintió tan cerca como jamás habían estado. Todo su cuerpo rozaba el contrario, y podía sentir en su pecho la respiración del otro, e incluso el bombeo de su corazón.  

Sin preocuparse demasiado de lo que hacía, envuelto por sensaciones y pensamientos que no se había esforzado en dilucidar, pasó su mano con sutileza sobre el costado del torso de Eida. Recorrió esa efímera distancia con el anhelo de sentir más al otro chico, de tenerlo aún más cerca.

Pero sólo al terminar con la mano sobre su cadera, dio cuenta de lo que estaba haciendo, y de lo que había ocurrido.

De un golpe se sentó sobre la cama, sacando con brusquedad el brazo de debajo del cuerpo del más bajo y causando que éste se revolviera incómodo entre los cobertores, refregándose los ojos para luego incorporarse a la situación no sin una penetrante mirada de enfado anidando en su expresión.

—Cuál es tu problema —musitó con la voz pastosa, intentando acostumbrarse a las luces de los faroles que se veían de lejos por la ventana que no se habían preocupado cubrir con las cortinas.

Amida lo observó con inquietud y se apresuró a observar la hora, diciéndole que ya el reloj marcaba las once con cuarenta y que lo acompañaría hasta su hogar.

—No es necesario —replicó, aún somnoliento y un poco aturdido, mientras buscaba en su mochila algo para abrigarse.
—Claro que no lo es —replicó Amida, alargando su brazo con una chaqueta en mano, ofreciéndosela al chico que sólo por aún encontrarse bajo los efectos del sueño aceptó sin reproches—. Pero quiero hacerlo.

Eida lo miró extrañado con los ojos empequeñecidos y ojerosos que le había provocado el haber despertado de esa forma, pero luego de dibujársele una expresión de molestia al fruncir el ceño y entrecerrar más los ojos, se puso de pie y abrió la puerta, devolviendo la vista para observar al más alto en busca de que lo siguiera.

 

 

Luego de despedirse frente a las puertas de su hogar, Amida se devolvió en sus pasos, respirando el frescor de la noche y de las calles vacías.

Pensó en lo que había hecho mientras el otro dormía, y en lo que había ocurrido luego de eso.

Se sentía extraño, y, por algún motivo, culpable.
No podía entender por qué esa reacción.

Todo en su mente era un caos, y su estómago no parecía diferir. Se sentía nervioso, y sólo deseaba llegar a su habitación y recostarse sobre la media almohada que había sostenido el sueño de su amigo, para dormir ahí, a su lado. 

Notas finales:

Nuevamente, se aceptan sus sugerencias, críticas, halagos, comentarios, ¡todo! Y, no se preocupen, que contestaré lo antes posible. Me entretiene y disfurto hacerlo. 

Lo pensé bastante, y hasta acá tengo varias dudas, pero una de las más grandes: ¿qué tal les parecería si ocurriese algo entre uno de los dos con alguien más? (Amida con alguien más, o Eida con alguien más). Sólo dejo ahí la pregunta, sin especificar qué es algo ni quién es alguien para no adelantar cosas. 

Se los agradezco. Me encanta ver que el numerito en los capítulos leídos crece cada día. Tengan bellísimos días.


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