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Entre clases y sábanas por Aludra

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Notas del capitulo:

No sé cuándo fue la última vez que actualicé y no quiero revisar :-) 

Pero, si aún quedan lectores (o se suman más), les cuento que como estaba actualizando cada tanto tiempo y sentía demasiada presión para actualizar (no por ustedes, obvio, sino por mí no más), he estado tooooodo este tiempo continuando la historia para actualizar cuando la hubiera terminado, así que...

¡LA TERMINÉEEEE! 

y estoy muy feliz al respecto jsj. 

Espero que les guste lo que viene. No sigue el mismo ritmo que llevaba antes, pero creo que dado el tiempo que hay entre la última actu y esta, eso sea algo bueno.

Sorano

 

—Deberías trabajar conmigo —dijo enarcando una ceja, dándole un sorbo a la cerveza—. Mandas tu currículum, y ya estás dentro.
—Mando mi currículum y estoy dentro —repetí, sirviéndome más vino en la copa—. No le haces buena propaganda a tu trabajo.

El sonido de los autos, las voces lejanas y casi imperceptibles de la gente que transitaba por la avenida; las luces, la brisa, la noche iluminada por la ciudad. 

—Gaël —dije mirando hacia el ventanal.
Él me miró, y luego dejó su mirada caer también en la lejanía.
—¿Qué piensas sobre la vista de las luces desde acá?
—¿En la noche, como ahora?
Asentí. Sin despegar la vista.
Advertí que Gaël sonreía.
—Lindas, supongo —respondió, y se giró a mirarme—. Se ven como estrellas.

Suspiré. Gaël me estaba observando, y me giré también. 
Sus ojos siempre parecen cansados: son así. Cuando me observa, los abre más de lo normal. 

—Te toca —dijo él—. Ahora respóndeme tú.

Le entregué una sonrisa, y me acerqué más a él, apoyando mi mano sobre la suya.

No quería responderle. 
No quería hablar con él.

 

—¿Qué piensas de las luces, Amida?

Nuestros pies dolían, pero nos sentíamos victoriosos: habíamos llegado a la cima. Ya no podíamos ver con claridad nuestros rostros. Todo detalle se fundía en la oscuridad, pero sentíamos nuestras presencias, nuestras respiraciones, y leves jadeos.

Cuál en peor condición física que el otro.

La ciudad resplandecía. En realidad, sólo su forma: las luces no distinguían entre edificios ni distancias, y brillaban por igual.

—Brillan —dijo él, casi en un susurro—. Brillan, y las recordaré. 
—¿Sólo eso?
—Ni siquiera sé si las recordaré porque parezcan una imagen de postal. Creo que las recordaré por haberlas visto en este momento —dijo él, mirando hacia la ciudad—. Aunque… son algo violentas, ¿no?

Solté una risita que Amida condenó con su mirada.

—No te rías, Sorano —dijo con seriedad—. Es violento que nos impidan ver las estrellas.

 

Acerqué mi rostro al suyo, pasé mi mano por su cintura, y dejé a mis labios que continuaran la noche.

 

 

Eida

 

Los días siguientes al encuentro con Abel me habían tenido con pesadillas y parálisis de sueño durante las noches, y con ansiedad durante el día. Revivir malos recuerdos, todos de golpe, al parecer me había afectado más de lo esperado.

Sin embargo, Amida me contuvo y me acompañó durante todo lo que duró esa mierda, hasta que pude dormir una noche de corrido, sin pesadillas, sin parálisis, y al día siguiente todo lo anterior se sintió como una mala resaca. 

Una que no entendía cómo había terminado, pero lo agradecía.
O eso supuse.
Hasta que advertí que las caminatas para volver a nuestros hogares eran más silenciosos que nunca.

El día que lo advertí, desperté sudando, con miedo y con una sensación de angustia comiéndome las tripas. No sé qué mierda soñé. Pero recordé, de golpe, que había olvidado el papel que estaba en mi puesto.

El mensaje. La reunión del sábado. El encuentro con algún psicópata, o con un idiota queriendo burlarse de mí.

Me destapé y me puse de pie al instante, sacándome la camiseta que estaba empapada. Me senté en la cama por algunos segundos, pero luego saqué todas mis chaquetas, las dejé sobre el suelo y busqué bolsillo por bolsillo, mas luego de haber revisado cada uno de ellos, tuve la sensación de que no podría encontrar el papel: lo había perdido. O botado. No recordaba el momento exacto de hacerlo, pero sabía que no existía siquiera un solo motivo para haberlo guardado.

Excelente. Nunca sabré quién lo escribió.

 

 

Aaron

 

Decidí irme por el camino que tiene la casa con esa menta muy frondosa, ésa que a veces sale a regar una señora. Cuando paso por ahí —y no está la señora—, saco una ramita de la menta y me la como. Una vez Tomás dijo que hacía bien y además daba buen aliento, así que cuando la vi, fue lo primero en lo que pensé.

Por este camino generalmente no me topo con nadie de la escuela. Cuando voy por el camino principal suelo toparme con Ámbar, y es incómodo caminar con ella, así que me acostumbré a caminar por dentro de los pasajes. Por aquí suelo encontrarme con Eida.

Vi la menta de lejos: sin señora a la vista. Caminé algo agachado y con ligereza, y saqué una ramita —en una ocasión traje a Eida conmigo por este camino, y me dijo que caminar así me hacía parecer más sospechoso. Estaba a punto de metérmela a la boca, cuando sentí una mano sobre mi espalda. Me congelé. Me voltee, y me encontré con el rostro sonriente de Alex. 

Desplegué una sonrisa enorme, y me lancé hacia él, abrazándolo con fuerza. 

—¡Qué haces acá! —pregunté.

Alex se rió, y dijo que era el camino que acostumbraba tomar para ir a la escuela cuando se quedaba en la casa de su padre.

Cuando Alexander reía, sus ojos, que ya eran súper-almendrados, se hacían más largos y bajo ellos se formaban dos pequeñas arrugas que le hacían ver más contento. 
Me gustan sus ojos. Y sus pecas. Desde pequeño me siento estafado por no tener pecas: toda mi familia tiene, excepto yo. 

—Pero Alex, ¡cómo no me dijiste antes! Todo este tiempo pudimos haber caminado juntos durante las mañanas.
—No vengo muy seguido donde mi padre —respondió él, mirando de reojo la ramita que tenía en la mano.
—¡Pero igual! Hemos perdido valiosas mañanas.
Alex me sonrió, y yo lo miré hacia arriba, sonriéndole también.

A él, a diferencia de a mí, no le gustaban las pecas. Ni siquiera las suyas.

Caminamos juntos hasta una esquina, en la que nos despedimos.

—Alex, Alex, dile a Tomás y a Max que los quiero.
—Eso ya lo saben.
—Sí, pero si se los recuerdas estarán todo el día felices gracias a mí.

Alex sonrió, y apoyó su mano en mi cabeza, desordenándome el pelo con los dedos.

—De acuerdo, pigmeo. Yo les digo.

 

 

Eida

 

Luz. Se cortó el cabello. Me gustaría que el corte hiciera que su apariencia al fin reflejara lo podrida que está por dentro, pero lo cierto es que se ve bien.

Jamás le diré a Amida que pensé eso.

Él aún no ha llegado, y la clase comenzó hace más de veinte minutos. Creo que deberíamos adquirir la costumbre de hablar por celular. Aunque la vez que comenzamos esa charla, acabamos ambos convencidos de que la mejor forma de comunicación no-personal eran las cartas, porque el olor y la caligrafía las hacían sumamente íntimas. Pero claro que eso no resolvió el tema de cómo comunicarnos fuera de la escuela si no es irrumpiendo de golpe al ir de visita. 

Tan torpes.

—Eida —dijo Luz secamente, mirándome desde adelante.
La miré expectante.
—Te pregunté si sabes algo de Amida.

Miré a mis compañeros. Nadie parecía sorprendido ante una irrupción de tal tipo a la mitad de la clase.

Debí hacer un gesto que reflejó exactamente lo que estaba pensando, porque Luz me miró molesta y, luego de poner los ojos en blanco —pero intentando pasar inadvertida cuando notó que había hecho ese gesto—, continuó con su clase.

 

Al sonar la campana, Luz se acercó a mí. Su presencia me pareció, por primera vez, hostil.
—¿Ahora sí puedes responderme? —inquirió ella, mirándome mientras guardaba mis cosas.
Claro que puedo responderle. Puedo decirle que se vaya al carajo. Puedo preguntarle qué le importa a ella Amida.
—Ni idea por qué Amida faltó.

Me miró seria por unos segundos, como buscando algo en mí, y con mueca de disgusto.

—No me refería a eso.

Creí que seguiría hablando, pero solo tomó su cartera y salió del salón.
No me importa la profesora.

Pensé en Amida. Él no acostumbraba faltar.

 

 

Amida

 

La noche anterior, Sorano regresó en la madrugada. Mamá lo había llamado tantas veces que a la vez número veinte o treinta, me dijo que esperaría solo una hora más antes de llamar a la policía. 

—¿No crees que es una medida algo exagerada?
—Tu hermano dijo que llegaría en la tarde, y que, de no ser así, me avisaría.

Sorano jamás llegaba cuando decía que llegaría. Y siempre regresaba tarde. O no regresaba, y no se comunicaba por días. ¿Por qué ahora sería un problema?

—Mamá —dije, con voz calma y baja—. Ve a dormir. Yo puedo quedarme aquí a esperarlo.
—No —soltó ella, y se sintió como una golpiza hecha voz—. Yo lo esperaré. Tú puedes ir a dormir, mañana debes despertar temprano.

No era como si debiera despertar temprano. En realidad, no era como si debiera ir a la escuela. Mis calificaciones se mantendrían exactamente igual.
“No vas a la escuela por tus calificaciones”, pensé.

Permanecimos un rato más ahí, sentados en el sofá, hasta que me atreví a preguntar.

—¿Por qué esto te preocupa tanto ahora, mamá? 
Ella me miró como si la hubiera ofendido, pero de inmediato cambió su expresión, y bajó la mirada, como rendida o cansada.
—No puedo decírtelo, Amida. Tuve una conversación con tu hermano, y me pidió explícitamente que no te hablara sobre lo que me dijo.
El sueño y la resignación me impidieron sentir algo respecto a lo que mamá dijo. Sólo asentí con la cabeza, y suspiré.
—Amida… —espetó con culpa.
—Está bien —interrumpí.
—Sabes que no lo está —dijo ella—, pero también… Pues, conoces a tu hermano. Sabes que es reservado con sus cosas.

Las palabras “conoces a tu hermano” resonaron en mi cabeza. No, mamá, no conozco a mi hermano. 

Una hora más. Me llevé un libro para esperar. Es uno que Eida dejó en mi casa hace algunas semanas, y que no le devolví a propósito. Aunque, días después, me dijo que no lo quería de vuelta. 

—Me trae malos recuerdos.

No me dijo por qué.

Lo leí. Chayka me emocionó. Si alguien me preguntara qué me pareció, probablemente la llenaría de elogios idiotas con palabras académicas. Si ese alguien fuera Eida, le diría que me hizo sentir. Estaba en Vishniovy sad cuando la reja sonó. Miré mi reloj: cuatro con treinta y ocho. Abrió la puerta con cautela, mas cuando nos vio en el salón, retrocedió, y juntó la puerta. Oímos voces. La de Sorano, y otra voz, algo más aguda y joven. Pasaron unos minutos antes de que Sorano entrara, dejando la puerta junta tras de sí. Miró a mamá, y luego a mí. 

—Mamá… —dijo, y me apuntó con sus ojos. 
—Amida, ¿podrías…?

Perfecto. Espero despierto horas con mamá a que al imbécil de Sorano se le ocurra volver a casa, y apenas llega recurre a mamá para echarme de ahí.

Iba a ponerme de pie, cuando advierto que fuera de casa seguía aquella persona con la que Sorano charlaba. Tenía la intención de retirarme, pero la poca lucidez a causa del sueño me jugó en contra.

—¿Si acaso podría irme para que Sorano pueda invitar a entrar al sujeto que está afuera? ¿para que así yo no lo vea?
Sorano y mamá me miraron, perplejos. Ambos iban a decirme algo cuando callaron para que el otro me lo dijera. Y nadie dijo nada.
—¿Qué me importa a mí a quién traes a casa, Sorano? —inquirí, mirándolo de frente, serio, hablando con calma—. No es como si fuera la primera vez que te importa una mierda lo que yo siento cuando decides salir con alguien. 

Dejé de hablar, y me oí. Oí lo que estaba diciendo. No podía creerlo. Estaba haciendo un berrinche, y frente a mamá. Y frente al sujeto que esperaba afuera. Y, lo más increíble: frente a Sorano.

Sorano me observaba, aún perplejo, y sin decir una sola palabra.

—Amida, vete a tu habitación —espetó mamá, claramente molesta, o tal vez solamente muy avergonzada.

Sí, irme a mi habitación era lo más sensato que podía hacer en un momento tan incómodo. Sin ver a Sorano, avancé hacia la escalera, y luego subí hacia mi habitación. Apagué la luz, me acosté en mi cama, y cerré los ojos. Sólo ahí, pensé en lo que había dicho. Y la expresión de Sorano no se me quitó de la cabeza. Intenté dormir, pero no podía. Debía despertar en casi dos horas.

Estaba intentando dormir, cuando escuché que mi puerta se abría. De pequeño, mamá siempre subía a confortarme luego de una discusión o pelea o momento incómodo. Me acariciaba el cabello, y me enlistaba todos los puntos favorables de la situación, haciéndome sentir mejor. Se sentó al borde de mi cama, y en vez de sentir caricias en mi cabello, escuché que decía mi nombre. 

Pero no era la voz de mamá.

Me hice el dormido. No quería hablar con Sorano luego de todo eso. Ni siquiera entendía por qué estaba en mi habitación. 

Ese sujeto debe estar esperándolo en la suya.

Suspiró. Seguía a mi lado.

De un instante a otro, sentí como si un mar de dudas me anegara. Dudas imbéciles, otras morbosas, y otras que dolían. Quería preguntarle tantas cosas. Quería saber tantas cosas que jamás me atreví a preguntar. 

—Sorano —dije bajito, esperando que no me oyera.
—Conque estás despierto —susurró él.
—¿Tienes sexo con él? 

 

 

Sorano

 

Perdóname, Amida. Hace un año no sabía lo difícil que sería mantenerme lejos de ti.

Ahora estás ahí, con la cabeza tapada por el cobertor, preguntándome si he tenido sexo con Gaël. Con un hombre. Aun habiendo dicho todo eso un año atrás.

En este momento te siento pequeño, y a mí como a tu hermano.
Como a un pésimo hermano.

 

 

Amida

 

Creí que me sentiría avergonzado, pero no. El sueño me había entregado un estado poderoso en que nada me afectaba como lo haría cuando despertara y me quisiera morir.

—¿Por qué eso te causa curiosidad, Amida? —preguntó en voz baja y suave, acercándose a los cobertores para hablar.
Sorano sabía la respuesta. ¿Por qué me lo preguntaba?
¿Creería que yo lo había olvidado?
—¿Te da asco? —inquirió, y en su voz no logré distinguir ninguna expresión.¿No eras tú a quien le daba asco, Sorano?
—No —respondí.
Sorano suspiró.
—Tenía miedo de que lo sintieras así.
No entendía nada, pero no importaba. Sorano me estaba hablando, y se sentía bien.

Ambos permanecimos en silencio durante algunos minutos. O segundos.

—¿Cómo es, Sorano?
—¿Tener sexo?
—No —espeté—. Bueno, sí. Pero con hombres.
—Es lo mismo —dijo Sorano, hablándome casi pegado a los cobertores—. Si sientes atracción por hombres, es igual tener sexo con hombres que tener sexo con mujeres si sientes atracción por mujeres.
—Pero háblame más desde ti —susurré, algo temeroso. No le había hablado así a mi hermano desde hacía años.
—Te estoy diciendo la verdad, desde mí. No me parece diferente, más allá de que los cuerpos cambian. No creo… —dijo, e hizo una leve pausa, retomando con cautela—. No creo poder responderte bien, Amida. Lo siento.
—¿Por qué dices eso?
—Porque… —suspiró—. No lo sé. Tener sexo y estar enamorado son situaciones que, de complementarse, imagino se perciben bastante diferentes que cada una por sí sola. Así que compartirte mi opinión a través de mis experiencias me parece algo sesgado.
—¿No estás enamorado de él?
Sorano tardó algo en contestar, y al hacerlo, sentí sus labios pegados al cobertor.
—No, Amida. No lo estoy.

Permanecimos unos minutos más en silencio, hasta que él se puso de pie. Solo ahí me destapé el rostro, y lo observé. Me estaba mirando fijamente. Y, por primera vez luego de tantos años, su mirada me pareció cálida. 

Soltó una leve risa, y yo también. 

 

 

Eida

 

Al acabar la escuela, una chica de otra clase que siempre está junto a Ámbar y otra de sus secuaces, me preguntó si podíamos hablar. No quería gastar tiempo hablando con ella, pero tampoco me sentía con el ánimo suficiente para tragarme las idioteces que me diría su grupo durante el resto de la semana o del mes. 

Me llevó hasta el costado del gimnasio. Se veía nerviosa. Se paró frente a mí, y dijo que esperara unos segundos, que debía pensar cómo lo diría.

Mientras esperaba, la observé. Pensé que, como era la primera vez que realmente me fijaba en ella, se sentiría como un descubrimiento. Pero no. Solo vi en ella una piel pálida, cabellos claros, pestañas gruesas, labios brillantes. Solo una cáscara.

Si la viera en la calle luego de esto, probablemente no la reconocería.

—Eida, tú… —espetó, y tragó saliva. Sus mejillas estaban coloradísimas—. ¿Quieres salir conmigo uno de estos días? 

Lo preguntó a tal velocidad, que tuve que darme unos segundos para reconstruir su frase. 

Claro que no quería salir con ella. Ni siquiera en plan de pasar la tarde para no estar en casa mirando el techo. Es hasta la primera vez que escucho su voz, y ni siquiera sé su nombre. 

Definitivamente no.

—Siendo honesto, no me interesa —respondí, y la chica me miró extrañada. Quizás asustada—. Pero me intriga, ¿por qué quieres salir conmigo?

Me otorgó una mirada entre sorprendida y triste, y tardó algunos segundos en poder sacar algo de voz, una escuálida y cortada voz.

—Eres… guapo, e interesante —dijo sonrojada, con la mirada baja, avergonzada.

Ah, conque era eso.

—Lamento haberte puesto triste, no era mi intención. 

Me miró, y buscó mis ojos. La miré, se los concedí.

—¿No puedes pensarlo? Tal vez mañana tu respuesta sea diferente, o… bueno, al menos existe una pequeña posibilidad de que quieras, ¿no? 

Seguía mirándola a los ojos.

—No lo creo —dije, dudando—. No me gustan las chicas.

 

Notas finales:

No sé si actualizar cada una semana o lanzar todos de golpe. 

Hay tantas cosas que quiero que lean quienes estuvieron leyéndolo desde el comienzooooo aunque no sé si sigan por acá jsj :(


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