Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Entre clases y sábanas por Aludra

[Reviews - 49]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Para la gente maravillosa que llegó hasta acá. 
¿Díganme si está muy fome o algo así? Es re importante saber esas cosas. 

Tenganlindosdías.

Amida

—Qué molesto eres.
—No te enojes, si ya te responderé.

Amida reía en cada palabra, y Eida se limitaba a fruncir el entrecejo. 

—Pero últimamente siempre me dices eso, y al final no lo haces —Apenas abría la boca para modular, y Amida se enternecía cada vez más con su actitud.
—Aún puedo contestar a tus otras preguntas —Amida intentaba buscar la mirada de su amigo, pero éste la evadía. —¡Ah! —exclamó en un largo suspiro —Está bien, te diré.
Eida lo miró incrédulo, pero en seguida volvió a su fachada de molestia.
—No. Ya no te preocupes, porque no quiero saber.

A cada segundo que se perdía, Eida demostraba más su enojo, y Amida intentaba evitar la risa colocándose la mano por encima de la boca, pero sólo conseguía sonrojarse por el esfuerzo.

—A veces siento como si fueras un niño pequeño.
—¿Huh?— Eida me miró aún con el ceño fruncido, aunque sus mejillas enrojecieron apenas dije esas palabras. —¿A qué te refieres?
—Sólo a lo que dije.
—Sigues siendo molesto.

Y tú tan divertido cada vez que te enojas.

—Oye, Eida. Mírame.

 

Hoy desperté desconcertado. 
El salón estaba vacío. Sólo yo estaba sentado en mi puesto. No había siquiera un murmullo, no corría viento; todo estaba en completo silencio y quietud. Me sentía muy tranquilo, pues en ese momento creí que estaba viviendo en el año anterior, en ese tiempo en que me sentía en la plenitud. 
Pero, de repente, sentí un olor que me sobresaltó, y todo lo vivido después de esa época apareció en mis recuerdos en un sólo instante. El olor era el de Eida. En seguida miré hacia su puesto, pero él no estaba ahí. Me paré, salí de la sala, corrí por toda la escuela buscándolo, pero al parecer yo era el único en todo ese lugar que estaba completamente vacío. Durante una gran parte del sueño me mantuve buscándolo por todas partes, pero llegó un punto en el que me rendí y volví al salón para sentarme nuevamente en mi puesto. Pero, cuando entré, Eida estaba esperándome ahí, sentado en el puesto del profesor. En ese punto noté que la tranquilidad que sentí al comienzo había sido falsa, pues recién al ver a este chico me sentí completamente bien, y pude relajarme totalmente. 
Me acerqué a Eida, y él, al verme, sonrió. ¿Lo había visto sonreír antes? Al menos en el sueño, sentí como si hubiese sido la primera vez. Sus ojos almendrados se hicieron más pequeños y vívidos, y su sonrisa tan brillante me pareció verdaderamente hermosa. Recuerdo que me acerqué a él, y él decía unas palabras que no recuerdo, quizás en el sueño tampoco les presté atención por lo perplejo que quedé ante su sonrisa, pero en ese instante, mientras él me hablaba y yo me acercaba cada vez más, desperté. Lo primero que tuve en mente al despertar fue la imagen de su rostro tan cerca del mío, todo iluminado por los rayos amarillos que entraban de todos lados. 

Apenas llegué a la escuela y vi a Eida, me sentí extrañamente feliz. No era la misma alegría de todos los días, pues cada día al verlo sólo sentía lo genial de tener a un amigo que pudiera sentir tan cercano como él a mí, pero esta vez fue diferente. En el momento en que lo divisé entre toda la gente que seguía parada conversando con otros compañeros, sentí como si cada pensamiento triste que alguna vez tuve se hubiese marchitado, y todo mi cuerpo se sintió más débil e inquieto. 

 

—Te miro. 
—Hmm.
—¿Qué?¿Qué tengo?
—Sonríe.
—¿Ah? —Tenía cara de no entender por qué le pedía eso. Sus expresiones son realmente graciosas y lindas.
—Nunca te he visto sonreír, así que me da curiosidad.
—No lo haré.
—Normalmente dejaría de insistir en este punto, pero en serio quiero ver cómo es tu sonrisa. 
—Entonces yo insisto. No lo haré. —Él continuaba serio, pero había desviado la mirada hacia el costado de la banca en la que estábamos sentados. 
—Está bien, pero, ¿cómo puedes evitar reír? Entiendo que son muy pocas las situaciones que no te desagradan. Pero conmigo tampoco ríes, así que no comprendo. 
—¿Debería reír estando contigo?
—¿Te hace sentir bien estar conmigo, o también te hastío?
Antes de acabar la pregunta, Eida volvió rápidamente su rostro para mirarme con bastante molestia. Pensé en disculparme por preguntar aquello, pues la conversación no había seguido el hilo que tenía en mente, y definitivamente no tenía la intención de cuestionar semejante tontería. Aunque, de todas formas, quería saber su respuesta. Pero al momento de comenzar con las disculpas, él tomó mi cabeza con sus manos, y noté que estaba excesivamente enfadado. 
—¿Qué te ocurre, idiota?¿Qué estás esperando que te diga o haga con todo esto?¿Quieres que sonría para darte en el gusto como todos tus otros amigos que andan tras de ti como imbéciles? —el volumen de su voz había incrementado, y los otros chicos que estaban cerca comenzaron a mirarnos y a murmurar cosas. Los ojos de Eida estaban cada vez más vidriosos y enfurecidos. —Si sólo quieres gente que te haga caso en todo, ve con ellos, está bien si lo quieres así. 

Su rostro estaba tan cerca de mí como lo estaba en mi sueño. Sentí deseos de reír y abrazarlo, pero también entendí que algo le molestaba, algo más allá de lo que me había comunicado. 

—Oye —dije mientras él continuaba sosteniendo mi cabeza y haciendo un esfuerzo increíble por retener la ira que sentía. —No quiero que seas distinto. Me gusta como eres tú.
—¿Entonces por qué me pides algo que me es tan difícil?

Sus ojos, sus labios, su nariz, su frente, sus mejillas, sus manos: todo en él ahora parecía triste y angustiado. Cuando noté que él también se había enterado de esta situación, soltó mi cabeza y apoyó el brazo sobre sus ojos. Sabía que no estaba llorando, pero en algunas ocasiones, que salgan lágrimas o no, no dice absolutamente nada. 
Soy un imbécil.

—Eida, discúlpame. Jamás volveré a insistir en algo que tú no quieras...
—Cállate.
—De verdad lo siento mucho, Eida. No quería que todo terminara así, pero de ahora en adelante, nunca volveré a hacerte sentir mal, o triste, o incómodo. —él permanecía apretando los dientes y mordiéndose los labios, con su brazo tapando la parte alta de su rostro. Creo que jamás había entendido lo sensible que podía ser, lo mucho que le podrían afectar las cosas. En realidad, por cómo actúa generalmente ante los demás, creí que nada conseguía afectarlo realmente, que simplemente todo se deslizaba a su al rededor, sin calar en él. Me equivoqué durante todo este tiempo. —Nunca pensé que algo así te afectaría, pero ahora que lo sé, te prometo que jamás te haré sentir mal nuevamente. 
—No me prometas algo así. —en voz muy baja y poco modulada, mencionó esas palabras como si viniesen desde un lugar más profundo del que vienen las que generalmente saca a luz. —Tú no sabes si eso será o no como dices.
—Es cierto, no lo sé. Pero eres mi amigo, y te quiero cuidar, incluso de mí. 
—Amida.
—Eida.
Apartó el brazo de su cara, y me miró. Parecía nuevamente tranquilo, envuelto en su seriedad de siempre. 
—De verdad me hace feliz que quieras ser mi amigo. 

Eran al rededor de las tres de la tarde, y el sol de otoño le otorgaba a todo lo que tocaba un cierto aire de calidez. Los rayos naranjos estaban tras de mí, por lo que llegaban directamente al frente de Eida. La brisa era helada, pero, gracias al color en que todo se sumergía, sólo se sentía lo más grato de su frescura. Y, en ese punto de la existencia, en ese pequeño paréntesis de la vida, en su rostro todo iluminado y bañado en lo naranjo del sol, se dibujó una sonrisa. Era aún más hermosa que la de mi sueño. Su cabello parecía dorado, y sus ojos atrapaban toda la luz que llegaba a ellos. Con sus mejillas tan sonrojadas y sus ojos tan alegres y enérgicos, me sentí como jamás lo había hecho. Era el único espectador de lo más sublime que había existido desde que apareció la primera partícula en la nada. Me sentí, al fin, bien.

 

Eida

—¿Podemos hablar?

El retrasado me miró extrañado. Pero, para qué culparlo, yo también lo estaba. 

—¿Me esperas acá, Lara? Volveré en seguida.
—Claro—dijo la chica mientras sonreía, exhibiendo sin contratiempos su exorbitante belleza— te espero.

 

Red caminó siguiéndome, sin hacer preguntas. En realidad, sin mirarme ni dirigirme la palabra. Llegamos a un pequeño callejón que hay dentro de la escuela, donde los más pequeños suelen ir a almorzar. 

—Bueno pendejo, ¿qué quieres?
—No puedo decírselo hoy— En el momento de pronunciar esas palabras, me sentí completamente humillado por estar asumiendo algo que sabía no podía hacer. Además, se lo estaba diciendo precisamente al idiota que busca verme en esta situación. 
—¿Ah, y eso por qué?
—No interesa por qué. Sólo no puedo hacerlo. 
—¿Y qué quieres que te diga? Tú ya sabes lo que hablamos ayer, así que va en ti nada más cómo quieres que él se entere.

Y acá, el poco orgullo que poseo se reducirá a nada.

—Quiero hacer un trato contigo.
—¿Ah, sí?— Red comenzó a reír descontroladamente, tanto que presionó sus brazos contra su estómago para calmar la exaltación. Y, cuando por fin se calmó (o al menos para poder continuar hablando), prosiguió —¿Para qué haría un trato contigo? Eres realmente estúpido.
—¿Sabes, Red?—Eida lo miró desafiante y seguro de sí mismo, por lo que Red se calmó definitivamente y le prestó atención —Hace unos días comencé a pensar en cuál sería tu razón para hostigarme, pero por más que lo pensaba, no lograba entenderlo, pues desde la primera clase de deportes comenzaste con ello. Todo este tiempo asumí que era por lo que ocurrió en mi escuela anterior, pero había algo que no coincidía con esa idea, algo que seguía molestándome. 
—Eh, ya ve al punto, me cansas con toda esta basura. 
—Sí, sé que no procesas muy rápido las ideas, pero escucha. Aquello que me molestaba, descubrí que eran las ocasiones en que te acercabas a mí. Durante la clase de gimnasia, después de clases cuando me encuentro solo, o los días en que Amida falta. —Red empalideció, y en su expresión se reflejó un miedo inmenso. —Jamás me has prestado atención cuando estoy con Amida. Y, es raro, pues te da lo mismo que tus otros amigos te vean conmigo. Así que, comencé a pensar qué relación tenía todo esto, y el otro día le hice una pregunta a Amida que respondió todas mis dudas. Le pregunté si el primer día de clases se había fijado en mi existencia, y me respondió "Tu nombre me llamó la atención; tan así, que levanté la cabeza de mi puesto sólo para mirarte, y desde ese día siempre sentí interés por ti, y me fijaba en todo lo que hacías". —El musculoso ya no podía más. Estaba tan enfurecido que comenzó a apretar sus puños hasta hacer sonar los nudillos. Mientras, Eida lo miraba con total serenidad, pero mezclada con burla, y eso a Red lo hacía exaltarse aún más. —Así que.. ¿Entiendes lo que digo?
—Déjate de decir todas esas imbecilidades, maricón— la cara de Red estaba totalmente roja y su cuerpo a la defensiva. —No sé de qué mierda hablas.
—Ah, ¿quieres que lo diga? Creí que te sería más incómodo. —Eida se apoyó contra el respaldo de la pared que estaba frente al asiento en que yacía Red. Al contrario de este último, el más pequeño parecía muy tranquilo.
—Con esto sólo demuestras que eres una basura. 
—Entonces, ¿trato? —Eida continuaba con una mirada desafiante hacia el otro tipo que ahora parecía rendido. 
—Está bien. 

Durante todo el resto del día, el pecho me ardía al recordar lo bajo que había caído. 
Pero aún no era momento de que Amida se enterara. Aún no quería que supiera esa parte de mí. 

 

Amida

Cuando llegué a mi casa, luego de despedirme de Eida en la reja (el cual me ha acompañado hasta mi casa casi todos los días después de que me visitó), noté que todo estaba desordenado y oscuro. Nadie había limpiado la casa ni abierto siquiera las ventanas. Generalmente es mi hermano quien lo hace durante la semana, y yo los sábados y domingos. Pero... aunque Sorano sea tan frívolo y despreocupado de nosotros, siempre cumple con lo que debe hacer. 

—¡Sorano!—grité, pero nadie respondió. —¡Sorano!— pero nada. 

Decidí ir a su habitación para ver si se había quedado dormido, o simplemente no estaba. La puerta estaba cerrada, y, como era posible que estuviese durmiendo (y en tal caso no quería despertarle), abrí cuidadosa y suavemente. Apenas la abrí, el cambio de presión entre la habitación de Sorano y el exterior hizo que una brisa escapase por la puerta. Sentí un olor que sólo me hizo pensar en una cosa, pero me apresuré a ver adentro, y contemplé una escena que me hizo sentir que el corazón se me detenía. Estaba Sorano acostado bajo sus sábanas, al parecer desnudo, abrazando a otro tipo que parecía un poco más joven que él. Inmediatamente cerré la puerta, y subí a mi habitación. 

—No puedo dejar de pensar en esa escena. No puedo entender por qué ocultó esto durante tanto tiempo, ni por qué justo hoy se acostó con un tipo en nuestro propio hogar, si sabía que yo llegaría de la escuela y que mamá podría llegar en cualquier momento. ¿Cómo lo veré ahora? Ya era difícil estar en el mismo espacio antes, imagino lo desastroso que será después de esto. Pero.. —Amida estaba sentado en el suelo de su habitación, pensando en todo esto cuando lanzó un gran suspiro y se quitó los lentes, los dejó en el suelo y se tapó el rostro con las manos. —No, no puedo dejar de pensar en eso. No es asco lo que siento, sino...— Pero ya a esas alturas sus manos presionaban muy fuerte su rostro y suspiró nuevamente. —No lo sé, no lo sé. No concibo que Sorano... no entiendo por qué jamás me lo dijo, al menos antes, cuando éramos más unidos. 

Amida se quedó dormido sobre el suelo. Para cuando despertó, tenía mucho frío, y, aún somnoliento, bajó de su habitación para tomar una taza de té. Apenas bajó, vio que ya estaba todo en orden, todo limpio y pulcro, como siempre. Pero como aún se sentía aturdido por el sueño, y todo parecía igual que siempre, no recordó el incidente de aquella tarde sino hasta que entró a la cocina y vio a su hermano tomando de una taza de café, con una manta que le cubría la espalda. En ese instante rememoró todo, y sintió dolor de estómago por los nervios que se apoderaban de él. Cuando su hermano lo divisó con su mirada fría, éste la desvió. 

—¿Te pasa algo? —preguntó Sorano con la taza caliente apoyada sobre sus labios. Amida enrojecía progresivamente, pero no podía evitarlo.
—No, estoy bien —pero los nervios y el frío lo hacían temblar, y sus labios, que ya eran morados, en ese momento resaltaban muchísimo más en contraste de su piel tan clara. 
—Si te enfermas, ya sabes que seré yo al que retarán. Así que anda a abrigarte o algo antes de bajar de nuevo. —Sorano miraba de una forma distante y molesta a su hermano, pero éste seguía temblando y con los pómulos enrojecidos. Aunque ambos hermanos midiesen prácticamente lo mismo y sus apariencias fuesen tan parecidas, en ese momento Amida se veía mucho más pequeño e indefenso. —Qué terco te pones. Toma. —extendió su brazo hacia donde estaba Amida, entregándole la manta que tenía en su espalda. Amida la recibió, aún un tanto perplejo, y se la colocó encima. —Ya, haz lo que venías a hacer. Volveré a mi habitación. —Pero cuando la manta abrigó su cuerpo, el olor de su hermano se desprendió de ella. Instantáneamente pensó en lo que había visto, y se sonrojó aún más. Pensó en preguntarle por lo que había pasado, o si aquel tipo aún seguía en la casa, pero su lengua no pudo articular palabra alguna. 
Aún abrigado por la manta, sacó una taza, colocó en ella una bolsita de té, sirvió el agua que su hermano había hervido seguramente para el café, y tomó de ella. Se sintió más tranquilo, pero no conseguía olvidar lo de esa tarde. 

 

Eida

Mientras Eida caminaba hacia la escuela en compañía del nuevo grupo que había conocido la noche anterior por la radio, Explosions In The Sky, una mano tomó la suya. Al voltearse, extrañado, vio que era Amida. Pensó en decirle que no hiciera ese tipo de cosas, que era molesto, pero notó algo distinto en él, en su expresión. Parecía que no había dormido, o que había dormido horriblemente mal. Pero además, se veía triste, o preocupado, o algo que en ese momento no supo qué era. 
Amida continuaba apretando la mano de su amigo, y éste dejó el intento de zafarse, tomando también su mano. 

—¿Qué te ocurre, Amida?

Pero éste sólo abrazó a su amigo. Eida lo abrazó también, pero seguía inquieto por saber qué le había ocurrido. Aunque, claro, sabía que ya no debía seguir preguntando si éste no le respondía. Ambos se alejaron entre sí, y se quedaron mirando. 

—No te preocupes por responder, sólo vamos a la escuela.
—Gracias, Eida. 

Continuaron el camino hacia la escuela, pero Eida seguía pensando en qué podía haber ocurrido para corromper así el ánimo de su amigo. Dentro de sus suposiciones sólo imaginó los peores escenarios, pero no, debía ser algo distinto. Si no —pensaba— no habría actuado así conmigo. Lo más probable es que yo no tenga que ver con el asunto, pero, ¿entonces quién? 

 

Amida

Generalmente paso la mayor parte del día con Eida, y en algunos momentos estoy con los que Eida llamaría "mi ejército". Pero el día que siguió al incidente con mi hermano, cambié de puesto con el chico que se sienta tras él, pues así me sentía más cómodo, y podía hablarle en cualquier momento. 

—Buenos días, pequeños. ¿Cómo estuvieron el día de ayer?¿Algo interesante que contar?

Interesante per se, pues claro, semejante imagen es difícil de pasarla por alto. 

Varias personas le respondieron, pero desde ese momento opté por desconectarme de todo lo que no tuviera relación con el chico que ahora estaba frente a mí. Acaricié su nuca y sus hombros, y también jugué con su cabello ondulado y desordenado. En ese momento no pensé más que en lo que deseaba hacer. Sólo me percaté de lo que había hecho durante toda la clase cuando, al finalizar, Eida se volteó enfadadísimo y me empujó de la frente. Pero en ese momento sólo reí, y le pedí disculpas, explicándole que no me había dado cuenta. Eida no rió, pero se disculpó por haberme empujado, y volvimos a lo de siempre. 

 

Todos estábamos saliendo de la escuela. A mi lado iba Eida, y estábamos conversando acerca de un libro de filosofía que le habían regalado hace poco y que coincidentemente yo también había leído. Generalmente Eida habla poco, pero cuando se trata de un tema que le interesa, a medida que habla de éste comienza a emocionarse y a hablar de temas complejos con una simpleza que siempre me impresiona. No necesita recurrir a un universo desconocido de términos y palabras para poder expresar lo que quiere. 
Pero, mientras charlábamos, escuché que alguien decía mi nombre. Volteé para ver quién era, y vi a la profesora Luz que me llamaba desde un poco más adentro. 

—¿Qué pasa, Amida?
—La profesora de historia me está llamando. 
—Ah... ¿irás?
—Iré a preguntarle qué quiere. ¿Me esperarías afuera?
—Bueno, pero apúrate. 

Amida corrió hacia la profesora, para saber por qué lo estaba llamando. Luz le pidió si podía ir hacia adentro con ella, para conversar en la oficina de la orientadora de la escuela. Amida le respondió que lo estaban esperando, pero la profesora insistió con que era un asunto corto, que no se demorarían demasiado. Amida aceptó, y ambos recorrieron la escuela para llegar a la oficina. Ya adentro, se sentaron en unas sillas, y comenzó la charla. 

—Amida, ¿tienes algún problema que quieras contar?

No entiendo por qué exactamente ella tiene que estar haciéndome estas preguntas. 

—No quiero faltarle el respeto, profesora. Pero, ¿no es la orientadora quien debería estar haciéndome esta pregunta?
—Le pedí si podía ser yo quien hablara contigo. —Luz tenía el pelo largo, rojizo y estaba sin amarrar. Sus rasgos eran femeninos y muy sutiles. Ella se encontraba con una pierna sobre la otra, las manos sobre las rodillas y con la espalda recta, mientras miraba a Amida sentado con igual formalidad sobre el otro siento. —También soy una adulta que quiere el bienestar para sus estudiantes, y tú eres un muy buen alumno mío, así que quería ayudarte. 
—Se lo agradezco —La voz grave de Amida reverberó en la pequeña sala. —Pero no deseo hablar estos temas con usted. Lamento ser irrespetuoso, pero el objetivo de esta reunión no podrá ser efectuado, así que no encuentro razón para permanecer aquí. Además, mi amigo me está esperando. —En el instante en que se levantó de la silla, la voz decisiva de su profesora sonó en cada rincón.
—¿Me quieres contar entonces acerca de tu nuevo amigo? —la profesora parecía tener un leve tono de enfado, pero Amida no le dio importancia, y salió de la habitación. 

 

—¿Y qué quería esa mujer? —dijo Eida, tan serio e inexpresivo como siempre.
—Me preguntó si tenía algún problema que le quisiera contar. 
—Ah. ¿Qué le dijiste?
—No sentí deseos de charlar con ella, así que me fui. Si quisiera contarle a alguien mis problemas, probablemente sólo te los diría a ti. 

Ambos caminaron durante algunos minutos en silencio. Pero cuando faltaban apenas dos cuadras para llegar a la casa de Amida, Eida interrumpió el silencio. 

—¿Por qué no me los quieres contar? —Seguían caminando, a paso más lento, pero aún con la vista al frente. 
—No lo sé, creo que me avergonzaría hacerlo.
—No me reiría de ti. —Tras escuchar esa frase, Amida se rió suavemente. 
—No se trata de eso, pues sé que no reirías de lo que te cuente. Es sólo que me sentiría avergonzado tras decírtelo, pues, aunque después no me sea problema alguno charlar normalmente contigo, posiblemente a ti sí te sería incómodo verme. —Eida caminó más rápido para plantarse frente a su amigo. 
—Sigues siendo un idiota. Dudo que algo haga que me aleje así de ti. —Eida miró fijamente a Amida, y estiró los brazos para tomar sus hombros. —Tú puedes decirme lo que sea. 

Supongo que está bien.

—Ayer entré a la pieza de mi hermano y lo vi acostado durmiendo con un tipo. Ambos estaban desnudos.—Eida permaneció mirando a Amida durante unos segundos, pero no sacó las manos de sus hombros. Luego, lo miró extrañado. 
—¿Te dio asco? 
—No. Sólo me impactó, pues no tenía idea acerca de las preferencias sexuales de mi hermano. 

Hubo silencio. Se quedaron mirando, pero al cabo de unos segundos, ambos rieron. Tanto Amida como Eida rieron a carcajadas, afirmándose el uno en el otro. 

—Eres un imbécil. Debiste decirme antes, y habríamos podido reír durante todo el día. 

Amida se acercó a su amigo, y lo abrazó fuertemente. Ya habían llegado a su casa. 

—De verdad te lo agradezco. Y no me digas "No lo hagas" o "Lo hago porque quiero", pues de verdad me siento agradecido.
—Sólo te diré que sigues siendo un imbécil, y tus palabras de ahora fueron ridículas. —Eida se mantenía cerca de Amida, mirándolo con desdén. Pero este último le acarició el cabello, y se despidió antes de entrar a su casa. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).