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Entre clases y sábanas por Aludra

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Eida

Ya ha pasado una semana desde aquel bochornoso momento. Amida no se ha tomado la molestia en siquiera dirigirme la palabra, ni ha pasado de unas cuantas miradas cuando cree que no le estoy prestando atención. 
Pero no me siento molesto, ni defraudado. Creo que es mejor que sea así, pues he podido pensar mejor la situación. 

Me estaba perdiendo. 

Dejé de leer, dejé de escribir, dejé de pensar en lo que me trajo a este sitio. No puedo perdonarme por ese momento, por lo que hice, y no debería olvidarlo sólo por una distracción momentánea. La gente es sólo una desagradable distracción. Por un par de meses sentí como si pudiera redimir mi pasado con la amistad de Amida, e incluso llegué a sentir que se trataba de una amistad real, a pensar que ya no tenía más que desear volver a aquellos días anteriores, pues unos nuevos estaban comenzando. 
Detesto saber cuando me equivoco. Al menos sin saberlo, permanezco en una ignorancia que me hace sentir mejor conmigo mismo, y no es más que eso lo que busco ahora. 

No puedo odiarlo. No puedo pensar que es un imbécil irritante, aunque lo sea. Supongo que también he cambiado. 

 

Eida pensaba y pensaba mientras caminaba de vuelta a su casa. Estaba tan absorto en aquel soliloquio que no lograba percibir el frío que atestaba su cuerpo desde los pies a la cabeza. 
Quería buscar una explicación a todo lo que le resultaba tan doloroso y no quería asumir (o no podía asumir). Pero todo lo que suponía como resolución estaba conectado a más y más preguntas que sólo le traían incómodos y tristes recuerdos (pues en esos momentos, algún recuerdo alegre en conjunto con alguien que ya no está, se siente con nostalgia y pesar). 

 

Lo único que jamás logré entender del todo —continuaba— fue qué buscaba Amida con mi amistad. Él tenía amigos, y, al parecer, buenos amigos (al menos tenía a Red, que puede ser el retrasado e imbécil más detestable que he conocido, pero hasta cualquier descerebrado se daría cuenta de lo mucho que le importa Amida). Pero… —rectificó— no, la pregunta es otra. ¿Qué buscaba yo en él?

 

Sin darse cuenta, llegó a la casa de Amida. Para cuando lo notó, ya estaba frente a la reja, y se sintió increíblemente enojado. 
Qué mierda de costumbre. 
Luego de maldecir cada paso que lo llevó hasta ahí (literal y figurativo), cuando ya estaba dando la vuelta para largarse, escuchó que la puerta abría, y pensó que ya era demasiado tarde. Sus piernas se helaron, y aquella maraña de hielo subió hasta llegar a su garganta. 
Escuchó una voz.

—¿Eres el amigo de Amida?

Aquellas palabras lo confundieron. 
Giró medio cuerpo para ver quién le estaba hablando. Había olvidado la existencia del hermano de su amigo. 

—Podrías responder.

Tuvo la misma sensación que la vez anterior. Era como ver a Amida más cansado, más triste, con más años. Su mirada aún era frívola, y su actitud distante. Le recordó a su amigo la primera vez que lo vio en esa mañana de clases, hablando con tanta propiedad como solía hacerlo.

—Sí, soy su amigo, Eida— al pronunciar la palabra “amigo” tuvo la misma sensación que surge cuando su mamá le pregunta qué hacía en su pieza y él sólo responde “estudiaba”. Pero ahora la sensación era más incómoda aun. 

Sorano lo quedó mirando, y antes de hablar puso los ojos en blanco, como si la situación lo estuviera fastidiando en demasía. 

—No sé si quieres pasar o qué. Amida aún no ha llegado pero no quiero estar allá dentro sabiendo que hay un chico merodeando mi casa. 

Comenzaba a entender el desprecio de Amida hacia él.

—No te preocupes. Me iré. 

Eida comenzó a caminar, pero Sorano abrió la reja y, asomado, le gritó “oye”. El chico se detuvo de mala gana, y miró atrás. Sorano le hizo señas para que se devolviera, y éste sólo hizo caso porque no quería que luego ese tipo le comentara cosas desagradables de él a Amida, menos aún en la situación en la que se encontraban las cosas. 

—¿Qué quieres?
—Me disculpo. No quiero que después Amida me deteste más, y pareces ser alguien muy importante para él, así que si te echo de esta forma seguramente no me perdonará. 
¿Así que sí le importa Amida? 
—Ven— caminó hacia adentro, como indicando que lo siguiera. Eida ya estaba lo suficientemente molesto y rendido a la vez como para no hacer caso de manera casi inconsciente e indiferente. Lo siguió. 

—Si quieres esperas acá— señaló desganado al sillón que estaba tras una ventana —o también puedes ir a la habitación de Amida. Aunque si a él le llega a molestar, ustedes se las arreglan. 

Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo, mientras notaba que se ponía tan rojo como un tomate al siquiera pensar la idea de subir a la pieza de Amida. 

—No— dijo Eida, muy serio —prefiero esperar acá. 
—Está bien. 

Sorano desapareció tras el pasillo del fondo. Tras escuchar una puerta cerrarse, notó que Sorano estaba hablando, y distinguió otra voz aparte de la suya. Era la voz de otro hombre. No pudo evitar acordarse de lo que Amida le había comentado hacía un tiempo, y pensó en aquella imagen que le había descrito su amigo. 

“Dos torsos desnudos y acostados. Ambiente denso, Amida presenciando todo…”

Se sintió nervioso de imaginar así a Sorano, puesto que en sus pensamientos Sorano era sólo Amida pero mayor, e imaginar a su amigo en esas circunstancias le pareció un poco incómodo (aunque por alguna razón, no le desagradó del todo).

Sentado en el sillón burdeo, bajo la oscuridaad provocada por las cortinas a medio abrir en conjunto con el cielo que cubría todo con un manto gris y espeso, Eida se sentía más nervioso e incómodo que nunca en su vida, repitiéndose la pregunta de por qué había terminado ahí. 
En cualquier momento va a sonar la puerta. 
Voy a morir.

 

 

Amida

—¿Esta vez nos dejarás acompañarte?

Amida salía de un café junto con algunas compañeras. Éstas tenían las mejillas coloradas y parecían sumamente nerviosas. Incluso, cualquiera habría dicho que estaban a punto de conocer a su artista de ensueño antes de un concierto, cuando todas las fans se apelotonan entre llantos y griteríos para abordar al personaje en cuestión.
En este caso, aquel personaje anhelado era Amida. 

—No lo sé— respondió con un tono de voz indiferente y cansado. Las chicas seguían mirándolo con admiración. —Prefiero caminar solo desde acá. 

Se escuchó un suspiro al unísono, pero Amida no estaba pendiente de ellas. Ni siquiera parecía pendiente de la hora, ni de sí mismo. Su rostro reflejaba cansancio y preocupación, como si con la mirada al vacío estuviera buscando algo, esperando ver algo o a alguien que lo sacara de ese letargo. 
Pero nada inusual aparecía. 

—Pero…— musitó una de las chicas, y le comentó algo a la que estaba a su lado en forma de susurro, la cual seguía mirando al suelo con aspecto de timidez y vergüenza. —¿Dejarías que ella te acompañe?— y, con las manos sobre los hombros de la chica que daba la idea de desmayarse en cualquier momento, la apartó hacia el frente, donde estaba Amida, poco interesado en la situación. 
Al acercarse, la chica, que ahora estaba en frente de él, lo miró hacia arriba y dijo despacio:
—Disculpa…
Amida la miró, con desdén.
—No te disculpes. 
La chica abrió los ojos y parecía que iba a llorar. 
—Está bien— y la cogió del brazo —vamos. 

Desde atrás, las chicas murmuraban entre ellas, y se oyeron tantas quejas como suspiros.
Pero Amida sólo caminaba, y la niña que iba a su lado aparentaba seguir sus pasos desde el costado. 

—Luna— dijo Amida, con voz seca —¿me permitirías hacerte una pregunta?
La chica se adelantó hasta estar a su lado, y asintió muy nerviosa, agitando su cabello ondulado y liso. 
—Hemos sido compañeros desde la primaria— la rapidez de sus pasos disminuyó y ahora hablaba con un tono más solemne y cálido —pero sigo sin comprender del todo por qué todas se esfuerzan tanto en llamar mi atención. He sido siempre amable con ustedes, sólo como todo el resto. Puede que me exprese diferente a los demás, pero eso no quiere decir que los otros chicos no tengan guardados los mismos pensamientos, las mismas emociones y deseos.— detuvo sus pasos, y también lo hizo Luna —¿por qué continúan centrándome en sus vidas?
Amida miraba al suelo, y Luna miraba complacida y tímida ante los finos rasgos del chico que tenía a su lado, adorando aquella nariz larga y delgada, aquellos labios oscuros y mentón definido pero delicado. Todas las chicas siempre comentaban aquellas características de Amida. Siempre lo miraban, siempre se decían la una a la otra cuánto lo deseaban y querían para sí. 
—No lo sé muy bien— dijo mientras su voz tiritaba y su cuerpo también —pero… no es sólo por cómo hablas. Yo…— y Amida la miró —yo creo que es porque siempre pareces preocupado del resto aunque seas distante y muy frío.— ahora buscaba su mirada con sus ojos tan claros —Cuando a alguien se le cae algo y tú estás ahí, automáticamente lo recoges y después le sonríes a esa persona, o aunque te veas decaído, eres amable cuando otros te hablan, y se ve que jamás tienes malas intenciones con otras personas… —la chica dejó de hablar, y ya estaba un poco más relajada. 
Amida se quedó pensando, y luego de aclarar un poco sus pensamientos, levantó el rostro y le sonrió a su compañera.
—Gracias— dijo, y la chica lo miró avergonzada. —Desde acá seguiré por mi cuenta. De verdad te agradezco lo que me has dicho. Me has aclarado bastantes dudas que jamás podría haber esclarecido por mí mismo. 
La chica, no sin tristeza en su rostro, se despidió, y Amida caminó a paso rápido hacia su hogar. Sentía que algo grande se avecinaba, y sus vísceras se enredaban unas con otras, dándole esa sensación de “mariposas” en el estómago. 

Caminó rápidamente. La sensación crecía. 
Llegó a su hogar, y abrió la reja. 
Atravesó el pequeño sendero de su jardín hasta llegar a la puerta. 
Cuando la abrió y entró a su hogar, observó su sala.
Eida estaba en el sillón, observándolo con los ojos más grandes que le había visto poner. 

Antes de aclarar motivos, Amida lanzó su mochila al suelo, y se acercó rápidamente a Eida. Llegó al frente de éste, que permanecía sentado, se agachó, y lo abrazó fuertemente. 
Parecían claras las razones que tendría para hacer esto; dos buenos amigos distanciados por un malentendido nimio que se vuelven a encontrar en una circunstancia inesperada, la cual les permite dejar de lado el orgullo y perdonarse mutuamente, celebrándolo con un abrazo. 
Pero ninguno lo sentía de esa manera, por más que interiormente se esforzaran en ello. 

Notas finales:

El siguiente capítulo comienza desde la misma escena que da final a éste.

He intentado que todo vaya no tan lento (o al menos en el siguiente capítulo se notará un poco más el intento), y también mostrar a Amida un poco más como es de verdad, aunque aún me es difícil porque no he contado mucho de ninguno de los pasados de ellos, y eso explica bastante de sus personalidades actuales. Pero ya lo haré pronto. 

También quiero que me cuenten, ¿qué piensan de Amida? Es al que más me ha costado manejar. ¿Y cómo les gustaría que empezara ya más de lleno el plan romántico de los amigos?
Además, ¿qué teoría tienen acerca de lo que le pasó a cada uno? y, ¿qué les gustaría que ocurriera con Aaron? 
Me gustaría leer lo que piensan, además de todo comentario que tengan acerca de lo que va del fic. 
(tengo ganas de publicar el 10, el final me gustó harto, siento que al fin "avanza" un poco más).

Bueno, saludos, y gracias por llegar hasta acá!


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