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Carta en Rojo por Jesica Black

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Carta en Rojo.

Parte II

 

                Las vacaciones de verano sin duda eran las mejores que podía tener; no es que fuéramos muchos en la pequeña casucha en la que vivía, solo mi padre y yo, pero fue suficiente para mí. Él era increíblemente talentoso para lo que respecta a la magia. Si no fuera por su condición de hombre lobo seguramente hubiera podido ser un extraordinario auror de la más privilegiada casta, pero tenía que vivir con el estigma de ser un condenado social, no salir de su casa a menos de ser estrictamente necesario.
Me han preguntado muchas veces como mi padre no me ha matado estando en su transformación lupina e increíblemente mi respuesta es simple: ‘soy su cachorro’. Si han leído detalladamente el libro de criaturas mágicas entenderán que los hombres lobo se rigen por el llamado de los suyos, es decir, para mi padre soy, al igual que él, un hombre lobo a pesar de no poder transformarme, su cachorro. En su momento, Remus creía, que dado a que fui engendrado por un mago y una criatura mágica, podría tener efectos secundarios de nacimiento, pero no encontraron rastros de ninguna enfermedad hereditaria cuando era apenas un bebé, solamente el hecho de mi pésimo carácter que aumentaba su nivel al imponerse la luna llena frente a mí, sólo eso, por lo que al igual que mi padre, las noches de luna llena prefería aislarme de mis compañeros y dormir en la sala común.

–¿Y cómo te ha ido? –Me dijo una tarde mientras comía algunas tostadas recién hecha y le untaba mantequilla. Levanté mi cabeza para ver su aspecto enfermo y delicado–. En el colegio, no me has comentado nada cuando viniste en vacaciones de invierno para las fiestas.

–Hm, ¡bien! –susurré, no quería hablar con mi padre sobre mi falta de interacción social y sentido del humor, además que tampoco había podido entrar al equipo de Quidditch como bien había querido mi otro padre.

–Tus notas son excelentes –susurró mientras releía nuevamente el pergamino que había llegado momentos antes en una carta junto a mi lechuza Doddly.

–Me he esforzado mucho –era un vil engaño, nunca me esforzaba, simplemente tenía el don que muchos carecían, pero no debía presumir frente a él.

–Eres igual a Sirius –masculló, se escuchaba un dejo de tristeza en su melodiosa voz, intenté ignorar el comentario, odiaba que me comparara siempre con él.

–No, no lo soy.

–Si lo eres –sonrió de costado, con una expresión avasallante.

–Él está en Azkaban, preso por ser asesino, yo no soy él –inmediatamente me miró, seguro pensó: ‘como un crío de doce años podía decir tantas verdades juntas en una oración corta’. Asistió y me tranquilicé.

–¿Has hecho nuevos amigos? –preguntó, era fácil ignorar esa pregunta pero no quise hacerlo, respondí de forma tajante, poco común en mí, al menos con mi padre.

–No.

–¿Hm? ¿Y eso por qué? Tu padre hacía amigos con absoluta facilidad –y otra vez la burra al trigo, a pesar que se encontraba terriblemente consternado por la situación de mierda que habíamos vivido años antes, pareciera un especie de vicio seguir nombrando a mi traidor padre una y otra vez.

–Eso me da aún más la razón que no me parezco a él en lo absoluto –volví a mascullar, entendió que no podía seguir nombrando a Sirius Black en la mesa mientras yo estaba en ella.

–Sigue siendo tu padre, tienes sus ojos y su apellido.

–Ojala pudiera ser Lupin, papá –le contesté, esta vez mi voz salió de mi, rasposa y amargada–. Tú eres un orgullo.

–No hables así de Sirius.

–No hables de ese traidor –levanté mi vista inundada de odio, no quería nuevamente tener la misma discusión, sabía que le dolía y sabía lo que había sufrido, hasta sabía el hecho que fue, durante una de esas escapadas en mis cuatro o cinco años, a ver a mi padre a Azkaban y debido a su locura no pudo siquiera mirarlo a los ojos y terminó corriendo hacia casa nuevamente.

No terminé la merienda completa pues me fui a la mitad del discurso de mi padre sobre la herencia y el amor familiar. De sopetón cerré la puerta y me eché a la cama. No tenía amigos, mi familia estaba completamente destruida, apenas mi padre que se mantenía en pie gracias a una poción que le suministraba Severus Snape, mi profesor de pociones.

                Pasé todo el verano, o al menos gran parte de ello, encerrado en mi cuarto. Debes en cuando salía con mi padre al callejón diagón a comprar algunas cosas para mi segundo año, sobre todo algunas bufandas de Gryffindor para la época más invernal, dado que había pasado mucho frío durante los días anteriores a la navidad donde aún tenía clases.

Comenzó entonces mi segundo año en Hogwarts, esta vez un poco más despreocupado de ser el nerdillo que resultaba victimas de bromas absurdas y carentes de sentido. Ya todos a sabiendas que mi padre era un traidor de su sangre y todo eso, pude disfrutar un poco más de mi camino hacia la sala común de Gryffindor. Me preguntaba si algún día sería prefecto o premio anual como lo eran mis compañeros de Gryffindor en ese entonces, probablemente por mi  intelecto sería hasta el mejor auror.

Como siempre, había transformaciones con los Slytherin, Defensas contra las artes Oscuras con los Ravenclaw y  pociones nuevamente con los Slytherin; pareciera que el destino me juntaba con mis enemigos, aunque eran más los otros Gryffindors los que gastaban bromas a las serpientes que yo mismo.
Me senté junto a un compañero flacucho y de gruesos dedos, tenía la nariz más grande que hubiera imaginado y el cabello muy fino, tal así que se le notaba el cuero cabelludo. Entonces abrí el libro, tenía conmigo los ingredientes necesarios para hacer una poción simple, la que veríamos ese mismo día.

–De acuerdo –habló Snape, quiso decir ‘mocosos’ pero las palabras murieron en su boca–. Pónganse en pareja para la siguiente poción, las indicaciones están en el pizarrón como podrán ver y los ingredientes detallados. Esta opción es simple pero engañosa y los calificaré.

–¿Qué? –la mayoría de los compañeros estaban sorprendidos, era la primera semana de clases y ya teníamos una nota.

–Y para que aquellos perezosos que quieran absorber la inteligencia de sus compañeros –continuó hablando–. Pondré al señor Black con el señor Melvick, dado que ambos son los mejores, por lo que el resto tendrá que trabajar sin su ayuda.

 

                Aunque mis compañeros comenzaron a bufar molesto, tanto Melvick como yo no estábamos gustosos de tener un gran mago heredero de don del envenenamiento al lado, porque más que jóvenes con talento en pociones podríamos llegar a ser potenciales asesinos. Un rubio contra un rubio que simulaba ser moreno, pues debido a mi estatura privilegiada, podía ver raíces rubias en su cabello.
Conseguí cortar las hojas necesarias y echarle unos ojos de salamandra, además de lengua de serpiente, él también ayudaba un poco, al menos no me estorbo, aunque de vez en cuando tenía que mirarlo para ver si claudicaba de hacer algún estúpido encantamiento estando relativamente más cerca de mí de lo que podría ser sano.

–Mezclar en dirección a las agujas del reloj –dijo Melvick con esa insoportable voz suave, giró para verme de reojo con sus esmeraldas frías y tomé el cucharón de madera.

–¿Cuántas veces?

–Tres –me susurró, comencé a girar una, dos y tres.

–La poción debe tener un aspecto grisáceo y transformarse progresivamente en color verde –ambos miramos el caldero y ocurrió, la poción estaba excelentemente hecha.

–Muy bien –susurró pasando junto a nosotros el profesor para luego anotar en su libreta–. Veinte puntos para Gryffindor y Slytherin.

 

 

                ‘El año que viene entra Harry Potter’, escuché una vez de la boca de uno de los hermanos Weasley. Ellos iban a mi curso, habían entrado al igual que yo a Gryffindor pero mucho no congeniábamos. De casualidad había escuchado algunos de sus relatos y antes había visto que poseían consigo el mapa del merodeador, el cual había perdido adrede a comienzo del año, aunque nunca pensé que serían los gemelos quienes lo consiguieran rápidamente. Gracias a mi increíble capacidad de recordarlo todo, se perfectamente donde se encontraban los caminos secretos de Hogwarts como si fuera la palma de mi mano.
Algo en mi nació ese día, seguramente era porque dentro de mi mente estaba completamente seguro que la llegada de Harry Potter a Hogwarts estaba destinada a ser trágica, pues con aquella marca que el señor tenebroso había dejado en él, lo más seguro es que lo fuera.

 

–¿Eres Black, cierto? –preguntó uno de los gemelos cuando me vieron entrar, giré hacia ellos con mi expresión de pocos amigos.

–¿Me van a llamar traidor por lo que hizo mi padre? Porque si es así, la broma dejó de ser divertida el año pasado –simplemente mi rabia contenida se mostraba en mis ojos.

–No hombre, no, conocemos a Remus Lupin –habló Fred, lo distinguí por un gesto familiar–. Mi padre lo conocía.

–¿En serio? –pregunté.

–Sí. Un buen sujeto ¿no? Ven –me hace seña para que me acerque y me muestran el mapa–. Estos tipos son asombrosos. Padfoot, Moony, Wormtail y Prongs. Debieron tardar años en hacer un mapa como este.

–Hm, el mapa de Hogwarts –hablé con desinterés, obviamente conocía el mapa pues lo había heredado de mi padre.

–¿No te parece genial, hombre? –esta vez fue George el que habló.

–Podemos saber dónde está cada persona….

–A donde van…

–Cada minuto…

–De cada día….–odiaba cuando uno terminaba la oración del otro y gruñí, sabía que eran gemelos era estúpido que no lo supiera, pero tampoco tenían que ser tan iguales como para terminar la oración del otro.

–¿Se la quitaron a alguien?

–La encontramos entre las cosas de Filch, seguramente ni sabe que la tiene, parece algo vieja por lo que ha estado años ahí –estuve a punto de reírme pero decidí no hacerlo.

–Lo mejor es que lo guarden.

–De acuerdo –lo doblan e intentan metérselo en los bolsillos, pero es extraordinariamente grande.

–Estúpidos, tienen que desencantarlo primero –gruñí, ambos se me quedaron mirando.

–¿Cómo hacemos eso? –preguntaron al mismo tiempo, me quedé espasmado ¿sabían cómo activarlo pero no como desactivarlo?

–¿No saben cómo hacerlo? ¿Y cómo lo activaron en un primer momento? –preguntó extrañado.

–Estaba ya así, lo encontramos doblado –entonces me di cuenta que jamás lo había desactivado, suspiré y me agaché en el suelo junto a los gemelos, le quité de la mano el mapa y lo coloqué en el piso–. Ejem…..travesura realizada –dije e inmediatamente el mapa borró su contenido–. Intenta abrirlo ahora.

–No hay nada.

–Pues claro que no hay nada George, el chico éste lo ‘desencantó’ –coloca su varita contra el mapa–. Revélate ante nosotros.

–¡Mira, mira, aparece algo! –George parece entusiasmado–. El señor Moony, Wormtail, Padfoot y Proung les informa a los gemelos Weasley que dejen de meter sus narices donde no deben. ¡Eh! ¿Nos ha insultado un mapa? ¿Por qué no abre?

–Por qué no usaste la clave secreta para abrirlo –dije como si fuera lo más lógico del mundo, los dos me miraron.

–¿Y eso cómo se hace? –Preguntó Fred.

–Se los diré, pero solamente con una condición –ambos me miran y afirman–. El año que viene un chico llamado Harry Potter entrará al colegio Hogwarts. Escuchen lo que les diré, no quiero, de ninguna manera, que le den éste mapa a Harry.

–¿Qué no se lo demos? Hubiera imaginado que quería que si se lo dieramos –la pregunta de George me descolocó.

–¡Pues no! Y nada de preguntas, o no les diré el hechizo de activación.

–Ya George, déjalo, te prometemos que no le daremos ésto a ese tal Harry Potter que tanto hablan todos, pero dinos como usarlo, lo tenemos con nosotros desde fines del año pasado y no sabemos cómo utilizarlo.

–Bien, aquí va, recuérdenlo porque no se los diré otra vez –tomé mi varita y la coloqué encima del mapa, ahora escrito con unas absurdas bromas hacia los gemelos–.  Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

–Wooo, mira George, dice ‘El señor Monny, Wormtail, Padfoot y Prongs presentan el mapa del merodeador’ Nuevamente volvió a como era antes.

–Es genial. Entonces, ‘Travesura realizada’ lo desactiva y ‘Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas’ lo activará –asistí.

–Vaya chico, ¿y cómo sabes eso? –preguntó Fred.

–Pues sencillo, ese mapa es mío –ambos me miraron absortos, pero inmediatamente volví a hablar–. No lo he creado yo. Soy inteligente pero no demasiado, lo ha creado mi padre junto a sus amigos.

–¿Sirius Black?

–Shhhh –hice una señal de silencio–. No vuelvas a decir su nombre, él era Padfoot –señale  la palabra–. Fue uno de los fundadores de los merodeadores de Hogwarts. Cuando se graduaron, yo debía tener menos de un año o un año casi, el señor Black le dijo a sus compañeros que como era el primer hijo de miembro de un grupo en nacer, el mapa sería mío hasta que el próximo niño a nacer lo necesite, pero no deseo, sobre todo por el peligro que se aproxima, que caiga esto en manos de Harry.

–¿Eso quiere decir que el otro hijo de Merodeadores es Potter? –le miré con desprecio a George, pero éste simplemente se silenció a sí mismo–. Lo…sien-

–No digas más, he hablado suficiente, esta conversación jamás sucedió.

–El secreto está a salvo con nosotros, gracias por la contraseña –los gemelos se levantaron y pronunciaron la frase de desactivación al unísono.

 

                Decidí retirarme, solía hablar con ellos pero no demasiado, no quería que sospechen más de mí. Traté de pasar desapercibido el primer año en Hogwarts y este segundo no era la excepción, aunque me hubiera gustado que no pasara ‘ese acontecimiento’ que tanto desprecio. Fue una noche de luna llena, aunque lo ocurrido fue durante la tarde, luego de una clase de Aritmancia. Una muchacha, de esas que llenas de odio arremete contra ti impunemente, sin esperar que reacciones  por el hecho de ser mujer. Intentaba contenerme de todos los sentimientos negativos que tenía en mi cuerpo, pero fue imposible.
Esa tarde, entre la tarde y la noche cuando el sol baja, nos encontramos por casualidad en los pasillos. Yo, repleto de libros hasta casi no tener visual; ella, con unas hojas en sus manos.
A pesar de ser de otra casa, no Slytherin, no parecía como la media de los Hufflepuff, con un corazón amistoso y bondadoso, más bien era una arpía y perra.  Comenzó a burlarse de mí y allí, en la semi oscuridad del pasillo tiré los libros y saqué mi varita. ‘Crucio’ grité, a lo que ella calló al suelo y comenzó a gritar. El rayo de luz roja golpeó fuertemente su pecho y le hizo retorcerse del dolor. Mis manos se sentían bañadas en sangre a pesar de estar secas. Me acerco a ella, con aquella mirada propia de un Black y sonrió de costado mientras observo su mueca de absoluto dolor.

–¿Duele, Lucrecia? –Pregunté, casi con un tono de maldad–. Es una pena ¿verdad?

–Eres peor de lo que temí –me di la vuelta y le vi allí, con sus ojos abiertos de par en par y una mirada absolutamente pálida, como la de Sir Nicholas. Giré completamente hacia él y levanté la varita–. Black.

–Tú no viste nada –susurré, moví la varita suavemente y de ella salió un rayo dorado que el muchacho más joven esquivó con agilidad el hechizo y salió corriendo, seguido por mí de muy cerca–. Ven aquí Melvick.

–Estas demente, Black ¡Eres un Psicópata! –habló en voz alta, podía escuchar sus gritos mientras corría y se ocultaba tras las columnas, pero lo pude acorralar contra una pared y me le acerqué lo suficiente para sentir el miedo en su cuerpo.

 

                Allí estaba, con la cabeza alta debido a que mi varita le cortaba con su punta el cuello, como aquella vez en primer año cuando se burló de mí. Respiré hondo y rocé la varita en su piel sin provocarle daños hasta ese momento.

–Sé al menos doscientos hechizos para dejarte tu bonito rostro como una carabela.  No me subestimes Melvick –escupí en mi voz, me aparté y dejé que el muchacho respire y se deslice por la pared hasta quedar sentado–. Esto nunca pasó ¿de acuerdo?

–De acuerdo.

 

                Su voz apenas se escuchaba pero fue perfectamente audible. Esa noche me lamenté, pues una hora después la noticia sobre Lucrecia ya estaba en bocas de casi todos los compañeros. Eso sí, nadie sabía quien la había atacado y a pesar de haber encontrado mis libros junto a su cuerpo maltrecho, jamás supieron que los había robado de la biblioteca para mi lectura personal, dado que no fueron sellados por ser prohibidos.
Ese año fue enteramente menor de lo que pudo haber sido, Melvick me miraba desde su asiento en el enorme Gran comedor. A pesar que a la semana continuó gastándome bromas, probablemente para que nadie se diera cuenta de lo ocurrido entre nosotros ese 15 de Octubre.  Yo no dije nada, en lo absoluto, no me iba a incriminar por algo que se merecía esa zorra, pero en ese momento me di cuenta que era peligroso incluso para mí mismo, que dentro de mi ardía un lobo y un traidor, no podía escapar de la realidad en la cual me encontraba inmerso, definitivamente jamás sería un muchacho normal.

 

Continuará.

Notas finales:

Gracias a todos los que leyeron, espero puedan dejarme comentarios o algo que les guste o no de este cap o del anterior.


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