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Breve estío de florecimiento por Marbius

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7.- Trébol: Incertidumbre. “Querría saber”

 

Muy en contra de su impuntual ser, Tom no dejó pasar ni una noche sin ir a visitar a Bill a su habitación.

Sin falta, cada vez que el reloj del recibidor marcaba las doce, Bill contaba ansiosa los minutos que Tom tardaría en simular un breve viaje al baño, y una vez comprobado que la luz bajo la puerta en el cuarto de su madre y Gordon estaba apagada, recorrer el tramo de pasillo que las separaba.

Lo que ocurría en esas horas que le robaban a la noche, era motivo suficiente para mantener a Bill impaciente a lo largo de todo el día, dibujando figuras en el aire y arrancándole los pétalos a las margaritas, deseosa de que el perenne sol del verano se fuera de una vez y otro ciclo más diera comienzo. Y no es que se tratara de lo único que cruzara su mente, pero sí lo que la mantenía distraída unas tres cuartas partes de su tiempo despierta, y que le había ganado el mote de soñadora en más de una ocasión.

Luego de lo acontecido en el cuarto de Tom, y después de la repetición que tuvieron horas después en su propia habitación, Bill había pasado el día siguiente caminando de punta sobre los dedos de los pies y con “una sonrisa de lo más boba, ¡disimula!” dicho por parte de Tom, sin mucha convicción, porque ella misma era consciente de no estar haciendo un mejor trabajo.

Bill no recordaba haberse sentido así de feliz en mucho tiempo, y se lo hizo saber a su gemela con un sonoro beso en la boca que acabó con ellas dos compartiendo un momento íntimo frente al fregadero de la cocina.

Sin que la transición supusiera un trauma en ninguna de las dos, la timidez inicial dio paso a una osadía nunca antes descubierta, y Bill cesó de sonrojarse a cada dos por tres que Tom la arrinconaba en algún lugar de la casa y procedía a besarla con la familiaridad de quien lo hace bien y seguido. Pronto ella cobró de esa nueva confianza que reinaba ahora entre las dos, y pasó de entrelazar las manos a su espalda, a hacerlo en la de Tom, y después de rebuscar bajo sus ropas en búsqueda de cualquier contacto piel a piel que pudiera robarle.

El carecer de inhibiciones desde un origen les ayudó a superar el periodo de prueba en el que tocarse era a la vez fuente de gozo y de sufrimiento, y el ser gemelas contribuyó a que ‘lo tuyo es mío, y lo mío es tuyo’ cobrara un nuevo significado.

Según razonó Tom dos días después, mientras yacían desnudas a excepción de las bragas en el alfombrado del cuarto de Bill, era de lo más normal que estuvieran pasando por una nueva etapa de redescubrimientos físicos. Similar a la que habían vivido cuando eran pequeñas y Simone todavía las bañaba a las dos en la tina para ahorrarse repetir una labor que le resultaba engorrosa. En aquel entonces, su madre les había explicado con infinita paciencia que si bien por ser gemelas monocigóticas sus cuerpos eran idénticos en todo aspecto fisonómico, tanto por fuera como por dentro, eso no era motivo suficiente para invadir la privacidad de la otra. Que debían respetarse, y que mientras era natural explorar las similitudes y diferencias, era preferible que mantuvieran cierta distancia.

De ahí que Bill aceptara como cierta la creencia de Tom y permaneciera tan quieta como le era posible mientras su gemela examinaba su cuerpo y lo recorría usando las manos, la boca y la lengua según fuera su antojo, y después exigiera su turno, haciéndole pagar a Tom con la misma moneda.

Por espacio de cinco idílicos días, esa fue su rutina. Después de escabullirse a su lado a medianoche, Tom se levantaba a eso de las cinco, y tras una breve despedida que incluía un par de besos y otros tantos mimos, abandonaba el cuarto de Bill y se retiraba al propio para ahorrarse momentos incómodos con su madre y Gordon, quienes no tardarían en despertarse y empezar con su ritual de cada mañana para ir a trabajar. Tanto Bill como Tom esperaban hasta que sus padres se marchaban cada uno a su empleo, y una vez que esto ocurría, era el turno de Bill se buscar a Tom. Juntas, dormían unas horas más hasta pasado el mediodía, y quien fuera la primera en abrir los ojos, atormentaba a la otra a base de caricias. Comían, veían televisión, volvían a besarse, se divertían, reanudaban sus besos. A veces Tom sacaba su guitarra, y Bill tarareaba alguna canción, y otras preferían tenderse en la alfombra y conversar de todo y nada.

En las raras ocasiones que Bastian o Andreas interrumpían su retiro autoimpuesto, la gemela en cuestión lo mandaba a freír espárragos alegando que estaba con la regla, eso sin mucho pudor de su parte, y que ya le llamaría ella cuando se le pasaran los cólicos asesinos que sufría con gran pena y dolor, ‘ay, ay, cuánto me duele, ¡ay!’ incluido para mayor dramatismo. La única ocasión en la que Simone había atrapado a Tom dándole ese razonamiento a Bastian, la había tachado de descarada y poco femenina, y de paso la amenazó con ganarse para la próxima vez que hiciera una barrabasada semejante un castigo de dos semanas sin salir del que Tom renegó con mucha amargura.

Por el resto, Bill y Tom habían pasado unos idílicos días en los que habían vivido la vida del león. Y así habrían seguido indefinidamente engañando a medio mundo con la menstruación compartida más larga de la que se tuviera conocimiento en los anales médicos, de no ser porque luego de cinco días, un viernes para ser más exactos, Georg llamó y les dio la maravillosa noticia de que su muñeca ya estaba como nueva y podían continuar con los ensayos, de preferencia, lo antes posible.

Eso de ‘lo antes posible’ como un sinónimo de ‘nos vemos mañana sin falta en el garaje’, contra el cual no funcionó esgrimir su excusa de siempre. Gustav, que estaba con Georg en esos momentos, prometió llevar toallas femeninas de su hermana Franziska y robarle un par de sus pastillas para los cólicos, así que Bill y Tom se vieron obligadas a punta de pistola a aceptar el reencuentro de la banda muy a regañadientes.

Y no es que no quisieran… nada más lejos de la realidad, pero…

—No me da la gana ir —dramatizó Bill la mañana del sábado, a la hora del desayuno, para cualquiera que tuviera oídos y le prestara atención—. Es decir, sí, mi periodo ya se acabó, pero quién sabe, ¿y si vuelve de improviso y termino pasando por la peor humillación de mi vida? ¿De verdad quiero correr ese riesgo?

—No es así como funciona, cariño —le recordó Simone desde su sitio frente a la estufa donde preparaba huevos y salchichas para ella y Gordon, en vista de que Bill había elegido un tazón de cereal con doble azúcar, y Tom waffles con mermelada antes que el desayuno tradicional de siempre—. Tu periodo viene en ciclos de veintiocho días, o así será en cuanto se regularice del todo, pero por nada tendrás uno seguido del otro, así que no cuentes con ello.

—Sigue sin apetecerme el salir de casa —gruñó Bill apretando la cuchara como una especie de arma homicida.

—No será tan malo —dijo Tom, intentando por todos los medios que su gemela viera el lado bueno de las cosas—. Hemos trabajado en algunas canciones y ya es hora de que el Hobbit y Ricitos de Oro se ocupen de algo que valga la pena.

—¿Qué no ha trabajado Gustav todo el mes en la ferretería de Herr Grauer? —Preguntó Gordon.

—Bueno, sí —concedió Tom—, pero me refiero a algo interesante de verdad. Y vender tornillos y tuercas no tiene ese mismo glamour que ensayar nuestros futuros éxitos. Quién sabe, tal vez esta canción nueva sea el primer sencillo del álbum que saquemos o-…

—Basta ya de eso, déjenlo para después —le interrumpió Simone, posando sobre la mesa su humeante plato y el de Gordon—. Guarda el periódico, por favor.

Gordon así lo hizo, y procedieron a comer los cuatro en relativa calma y armonía. Eso hasta que Simone abrió la boca y anunció una calamidad.

—Ah, por cierto Bill, casi lo olvidaba —murmuró cubriéndose la boca llena con su servilleta—. Andreas llamó ayer y me pidió avisarte que hoy va a venir a la casa.

—¡Pero mamá! —Resopló Bill todavía insoportable en su proverbial mal humor—, ¿cómo va a venir a la casa si voy a estar en el garaje con Tom y los demás? ¿Es que planeas entretenerlo en tu taller de costura mientras nos espera o qué?

—Ese chico se divertiría ahí sin dudarlo —murmuró Gordon, más alto de lo que él había planeado, y se ganó la mirada extrañada de sus hijastras y la de reprobación de su esposa.

—¡Gordon, shhh!

El aludido levantó las manos al aire pidiendo una pizca de piedad. —Lo siento, se me escapó sin planearlo.

—¿Qué tiene que ver Andreas y el taller de costura de mamá? —Preguntó Tom, frunciendo las cejas.

—Sí, amor —rió Gordon al comprender el apuro en el que ahora se encontraba su mujer—, ¿qué posible nexo hay de por medio? Me encantaría escuchar tu teoría.

—Nada —desdeñó Simone la posible relación entre esos dos temas—. Absolutamente ninguno.

—Eso no responde a mi pregunta —volvió Bill a la carga—. ¿Qué hará aquí Andreas esperándome? Es una tontería que venga si no voy a estar para recibirlo.

—Es por eso que le informé del ensayo de la banda, y que mejor se encontraran ahí —dijo Simone.

—Argh, pero mamá —atacó esta vez Tom—, esos ensayos son importantes, y Bill no se va a concentrar si todo el rato está chupándose la cara con Andreas.

—¡Hey! —Reclamó su gemela, lanzándole un trozo gelatinoso de su cereal ya reblandecido.

—¡Alto! No peleen en la mesa —ordenó Gordon con voz autoritaria, y despacio Tom bajó el pellizco de waffle que tenía en la mano y que apuntaba directo al cabello de Bill—. Andreas es su amigo y ya las ha acompañado antes a sus ensayos, así que no entiendo cuál es el problema aquí, a menos que se trate de otro asunto del que deba yo enterarme, ¿es eso y debo tomar cartas en el asunto?

—No, Gordon —corearon Bill y Tom a la par, bajando los mentones en señal de respeto.

—Muy bien entonces, problema solucionado —dijo Gordon, recuperando su relajado estado de ánimo habitual—. Simone, ¿me pasas la sal?

El resto del desayuno transcurrió sin contratiempos, pero mientras que Tom se enfrascó en un duelo de miradas con sus waffles ya fríos, Bill empezó a sentir un repentino dolor de estómago que nada tenía que ver con ser mujer, sino con el miedo de verse atrapada en sus mentiras.

No sólo tenía que aparentar normalidad frente a Gustav y Georg con respecto al crucial cambio en su relación con Tom, sino que debía de aguantar el ensayo de por lo menos tres horas al cual no quería asistir, y todo eso a la par que fingía por doble cuenta su noviazgo con Andreas frente a Tom, y con Tom… que lo que fuera que ocurriera entre ambas no existía. Triple embrollo, y uno al que no le apetecía enfrentarse justo ahora.

Suspirando por el panorama sombrío que de pronto se vislumbraba en su camino, Bill aceptó con resignación que todo aquello era la cosecha de las decisiones que había sembrado antes.

Nunca mejor expresado: Estaba jodida.

 

Después de finalizar su desayuno, y despedirse de su madre y Gordon, Bill y Tom emprendieron el camino en dirección al garaje en el que hasta hace un mes ensayaban con ahínco dos días sí y uno no. La distancia entre un punto y otro se podía medir en algo así como media hora de caminata, poco más o poco menos, dependiendo del paso con el que se decidieran a andar, y en lo que respectaba a esa fecha en particular, iban a tardar al menos cuarenta minutos en llegar, si es que se debían fiar de lo lento de sus pisadas y la desgana de sus extremidades el moverse hacia adelante.

Durante el primer cuarto de hora que caminaron por la calle desierta, Bill no se atrevió a romper el denso y pegajoso silencio que se había instaurado sobre ambas, y Tom pareció compartir su parecer, porque iba ligeramente rezagada, arrastrando los zapatos sobre la acera caliente y con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

Normalmente, la falta de palabras no habría hecho mella en el estado de Bill, de no ser porque Tom daba la impresión de ir mascando su mal genio, y de su dirección le llegaban oleadas grandes de una vibra oscura y pesada que se le adhería al cuerpo como petróleo sin refinar, y a la que le atribuía la sensación de asfixia que la mantenía corta de aliento. Suponía ella, porque se iban a encontrar con Andreas, y la última vez que habían estado los tres juntos en buenos términos era antes de ellas dos besarse por primera vez.

Porque ese beso y no otro había sido el catalizador en esta nueva etapa de su vida compartida que acababan de comenzar, Bill decidió en el ahí y el ahora que su existencia se iba a separar en base a ese parteaguas, y que de ahí en adelante, se referiría a cualquier hecho como antes y después del beso que lo vino a cambiar todo. Resumido en A.B. y D.B., con toda la solemnidad que le correspondía a un acontecimiento de tal magnitud.

Satisfecha por su significativa epifanía, de vuelta con la cabeza perdida en las nubes, Bill no atinó a esquivar una hendidura en el pavimento y se fue de bruces al suelo. Al instante ya estaba Tom a su lado y la ayudaba a incorporarse con extremo cuidado.

—¿Estás bien? ¿No te has hecho daño? ¿Eso es sangre? —La atosigó con preguntas, y Bill procuró bien ocultar la sonrisa que le curvaba los labios. Si una caída de lo más simple era todo lo que hacía falta para sacar a Tom de su estado meditabundo, desde un kilómetro atrás ya se habría lanzado ella misma sobre uno de los baches que decoraban el camino.

—No pasa nada, es apenas una señal sin importancia —murmuró, examinando la piel lacerada a la espera de encontrar más que un par de gotas de sangre.

—Mmm, tal vez deberíamos de volver. Decirle a mamá que te cuesta doblar la mano.

—Bah, ni ella se lo creería —respondió Bill—. Lo único que necesito es lavarme este raspón con jabón e ignorarlo. Por el resto, se curará solo.

Tom arrugó la nariz, no del todo convencida, pero terminó por hacerle caso a Bill, y en un impulso, le levantó la mano a la altura de sus labios y le depositó un ligero beso justo donde la piel se había rasgado.

—Sana, sana, colita de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana —le canturreó por lo bajo la misma canción que la nana Kaulitz les solía cantar cuando eran pequeñas y se lastimaban jugando en su jardín trasero. Bill no estaba segura si se trataba de un conjuro resabido de la Alemania rural cuando su abuela había sido niña o de una simple copla que se cantaba como distracción, pero le gustaba pensar que había magia natural de por medio, y que gracias a ello el dolor poco a poco había desaparecido.

—Ya me siento mucho mejor. Gracias, Tomi —dijo Bill, mirando a los ojos de su gemela. En contraste a los últimos meses en los que sus diferencias de carácter se habían hecho notables al grado de marcar una brecha entre las dos, Tom le devolvió el gesto, y en sus pupilas encontró Bill los rastros de un amor que no requería de títulos para definirse como único.

—Creo… que deberíamos de irnos ya. —Parpadeando primero, Tom sujetó a Bill de la otra mano, y entrelazó sus dedos con los de ella.

Recuperando el ritmo de sus pasos, esta vez fue Bill la que tomó la iniciativa a la hora de hablar, y con la seguridad de quien sabe estar haciendo lo correcto, le dijo claramente a Tom lo que concebía ella como plausible en la situación que se encontraban.

—Andreas sigue siendo mi novio, lo justo sería que al menos tuviera la decencia de terminar con él.

—Oh.

—Y me gustaría que hicieras lo mismo con Bastian. Eso sí-…

—Lo haré —interrumpió Tom su oración, apretando la mano que le sujetaba en lo que esperaba fuera una muestra de su arrojo—. Él no se te compara —murmuró—, y de cualquier modo, es tal y como has dicho antes, no es nada más que lo justo.

—Uhm… Sólo que… me gustaría que nada cambiara entre Andreas y tú. Quién sabe, ha pasado tan poco entre él y yo que los tres podríamos volver a lo de antes. Ser amigos nada más, y dejar todo esto enterrado en el pasado como si este mes no hubiera existido.

—Él te besó, así que no. No sé si soy capaz de pasarlo por alto —confesó Tom, ralentizando sus pisadas hasta casi detenerse—. Es como si yo te pidiera que Bastian siguiera yendo a visitarme, o que a diario nos reuniéramos para ir al parque de skate usando de pretexto la expresión como amigos —enfatizó Tom con su mano libre marcando las comillas en el aire—. O cortas de raíz o no mejor no haces nada, porque hacer los trabajos a medias es… de mediocres y cobardes.

—No es lo mismo —resopló Bill—. Andreas es nuestro amigo de muchos años, y Bastian no. Tenemos una historia los tres juntos que atesora valor.

—Ya, pero Bastian es mi amigo, de verdad me divierto con él, y no por ello estoy luchando para mantenerlo cerca una vez se acabe el enamoramiento que tenemos. En mi opinión, deberíamos de ser equitativas; o terminamos con ellos o no terminamos, pero no a dejar las cosas incompletas, y sólo uno y el otro no, porque hasta donde entiendo, eso no es ser justas —lanzó de vuelta y como un dardo envenenado el término que Bill había utilizado antes, y ésta lo sintió clavársele en el pecho, desprovisto de cualquier rastro de humanidad.

Incrédula de la visión en blanco y negro que Tom le presentaba, Bill se desasió del agarre que Tom tenía de su mano, y la enfrentó con el ímpetu que la caracterizaba. No por ser la menor se iba a dejar mangonear por Tom, y se lo esclareció casi a voz de grito.

—¡No! Me niego a terminar mi amistad con Andreas y permitir que tú hagas lo mismo. ¿Qué pasa con todos los recuerdos que tenemos juntos, eh? ¿Tan fácil tiras todo por la borda, Tom? ¿Tan poco aprecio le tienes a nuestro mejor amigo, el que ha estado con nosotras en las buenas y las malas? Porque por si no te has dado cuenta, Andreas es el único que ha estado a nuestro lado desde que vivimos en Loitsche, y eso por sí solo vale su peso en oro.

Tom frunció las cejas hasta tener aspecto de estar sobrellevando una terrible jaqueca. —No se trata de eso.

—¿Entonces qué es? Porque francamente… no reconozco a esa persona que se para frente a mí y me hace semejante petición.

—¿Podemos hablarlo en otro lugar y con más calma? —Pidió Tom—. No se trata de Andreas, sino de… eso que tú y él empezaron.

—¿Qué, nuestro noviazgo? Llámalo por su nombre al menos. —A base de voluntad, Bill resistió el impulso de rodar los ojos y ponerlos en blanco—. Tú ya lo sabes, sólo nos hemos besado, y ya te empeñaste en establecer que fuiste tú y no él quien me dio mi primer beso. ¿No puedes tan sólo dejarlo ir? Madura de una vez por todas, Tom.

—No, ni loca —denegó su gemela con una tozudez que rayaba en la obcecación—. Tengo la impresión de que me sería imposible confiar en él estando tú presente. Incluso si terminan hoy mismo, cada vez que te mire, cuchichee contigo o te toque… aun si se tratara de un roce sin otras intenciones… lo masacraría.

—¡Tom! No te atrevas, o yo… —Enrojeciendo de golpe a causa de la rabia que bullía en sus venas al calor de su discusión, Bill retrocedió un paso—. Estás celosa… —Susurró, asombrada de la reacción que obtenía de su impávida gemela.

—¡Claro que lo estoy! —Gritó Tom, y sin darle oportunidad a Bill de recobrarse, se giró en dirección a su destino y emprendió una carrera desaforada.

—Tomi, espera…

Pero Tom no lo hizo, y antes de tener raciocinio suficiente para idear un plan mejor, Bill se encontró sola y abandonada a medio camino.

—Idiota —gruñó, cuando al cabo de cinco minutos de completa perplejidad, decidió que no la iba a dejar salirse con la suya. Costara lo que costara, iba a hacer entrar a Tom en razón, así fuera necesario el uso de la fuerza bruta, porque no estaba en sus planes rendirse sin lograr su cometido.

«Espera a que te alcance y ya verás», pensó Bill, corriendo a su vez con la misma falta de gracia que Tom había tenido antes. Culpa de pasar inactivas y sin rumbo fijo durante lo transcurrido del verano, pero esos días estaban por terminar.

Ahora que ya tenía bien claro lo que quería, iba a luchar hasta el final para conseguirlo.

 

Los diez minutos que Bill se tardó en llegar al garaje le sirvieron para recuperar la serenidad, pegarse a la cara una máscara de normalidad, y ensayar un par de frases mordaces que le diría a Tom en cuanto la viera, pero su fantasía se fue al traste cuando apenas cruzar el umbral de la entrada, descubrió que su gemela no estaba a la vista, y en su lugar, Andreas esperaba de lo más incómodo sentado entre Georg y Gustav.

—Hey, hola —la saludaron, y Bill respondió el gesto.

—Hola. Erm, por pura y llana casualidad… ¿No ha llegado Tom antes que yo?

—Ah, sí, pero mencionó algo de ir al sanitario, así que… —Dejó Gustav desvanecerse en el aire el final de su oración. Ya que el garaje en el que ensayaban se localizaba en medio de la nada a las afueras de Loitsche, ‘ir al baño’ implicaba llevar consigo una considerable dotación de papel higiénico extra suave y caminar en dirección al bosque para no ser atrapados in fraganti con los pantalones en los tobillos.

A sabiendas de lo pudorosa que era su gemela, Bill supuso que Tom se tardaría fácil un cuarto de hora antes de volver y se resignó a esperarla.

En el intervalo, no perdió tiempo, y averiguó con Georg que su muñeca estaba al cien de su capacidad y podía tocar el bajo sin que le supusiera ninguna molestia, por supuesto, con excepciones razonables.

—Según el doctor, mientras no me pase haciendo puñetas, sanará como nueva —ofreció aquel trozo de información de dudosa elegancia, y Bill esbozó una mueca de asco, igual que Andreas, no así Gustav que se rió de la broma de Georg.

—Que lo sepan, son unos asquerosos —les recriminó Bill—. Guárdense sus guarradas para después.

—Sí, para la ducha, eh —siguió Gustav con la chanza, y Georg se atacó de la risa.

—Hombres… —Dijo Andreas, en un cierto tono que detuvo las carcajadas de ese par y le ganó un par de miradas extrañadas. Ya de por sí Andreas no lograba encajar en el grupo, pero esa fue la gota que derramó el vaso y desató la tormenta.

—¿Seguro que no eres marica, Andi? —Le atajó Georg sin tantos rodeos—. Porque si es así… está bien, te lo juro. Tengo un primero segundo que vive con su novio y todo, soy de mente abierta, no pasa nada si tú-…

—¡Georg! —Le golpeó Bill en las costillas, y el bajista se calló de golpe.

—Perdón, no era mi intención sacar conclusiones precipitadas, caray, no era necesario el uso de violencia —se disculpó Georg, sujetándose el costado en mímica de aflicción—. Bastaba con un pellizco discreto.

Mientras tanto, Andreas había palidecido y le temblaba el labio inferior.

—Oye, que era una broma. No lo tomes en serio. Georg es así, le faltan neuronas desde que nació —excusó Gustav a su amigo, pero Andreas daba la impresión de no escucharlo y encontrarse muy lejos de ahí.

—Par de idiotas —les dijo Bill a sus compañeros de banda, y agarrando a Andreas de la mano, lo sacó del garaje y se lo llevó a la parte lateral de la endeble construcción, donde lo único que había era basura y matorrales secos a la espera de la temporada de lluvia.

Andreas se dejó maniobrar igual que lo haría un títere siguiendo las órdenes de quien llevara el ritmo de sus cuerdas, y no fue sino hasta que Bill le tocó la mejilla húmeda de lágrimas que comprendió cuánto le había afectado escuchar la verdad de la boca de Georg.

—¿Qué le pasa a todo mundo? —Inquirió Andreas a nadie en particular—. Es la segunda vez que me lo preguntan esta semana. El primero fue papá, y resultó tan… Extraño. Pensé que se alegraría de saber que éramos novios, que iba a ser una gran noticia, y en su lugar me mira como si me hubiera crecido un cuerno en la frente y me dice: “Hijo, ¿no será que te has equivocado? A pesar del nombre, Bill es mujer, ¿entiendes a qué me refiero?”, así que yo… me quedé con la mente en blanco y no respondí nada. Mierda…

—Tal vez sospecha que tú, ya sabes… que te gustan los chicos en lugar de las chicas. Y tus padres son personas tolerantes y te aman, ¿cuál es el problema?

—Mi problema es que soy lo que siempre habían dicho que sería. Y me enfurece darles la razón —gruñó Andreas, limpiándose los ojos con las manos cerradas en puños—. ¿Y qué sí soy un gay con un poco de pluma? ¿No podrían al menos fingir una pizca de asombro cuando salga del clóset? Por mi salud mental al menos. Para dejarme conservar una pizca de dignidad, ¿uh?

—Ay, pero Andi… —Sonrió Bill muy a su pesar, rodeando a Andreas en un abrazo afectuoso—. No lo contemples todo sólo bajo los reflectores del lado negativo. Al menos dime, ¿daba la impresión de que tu papá estuviera enojado contigo? ¿Decepcionado?

—Pues… no —admitió su amigo, apoyando la frente en el hombro de Bill y correspondiendo al abrazo—. Más bien se le veía tranquilo, casi satisfecho, y tenía esa expresión suya de cuando sabe lo que hice y espera que se lo confirme.

—Ahí lo tienes. Otras personas no son tan afortunadas de tener una familia tan comprensiva. ¿Y qué más da si tu salida del clóset no tiene el dramatismo que esperabas? Guarda los globos y el confeti para después. Al menos tienes la certeza de que te aceptan como eres y que nada cambiará porque para ellos seguirás siendo el mismo hijo de siempre. Porque sin importar qué, te aman sin restricciones tontas como tu sexualidad.

—Mmm, puede que… Ok, tienes toda la maldita razón en el mundo. Gracias —murmuró contra su cuello, ciñéndola por la cintura y moviéndolos a los dos en un ritmo de rotación que les hacía aparentar que bailaban al ritmo de una música que sólo ellos dos eran capaces de escuchar—. Pero considera esto: Si salgo del clóset, te vas a quedar sin un novio con el cual seguir tu maquinación perversa de provocar a Tom.

—Uhhh… Con respecto a eso… —Bill hesitó. A cada lado de una balanza imaginaria se posaron los pros y contras de hacer partícipe a Andreas de su mayor secreto, uno que además no le correspondía en su totalidad porque era una carga compartida en partes equitativas. De su futura reacción dependía no sólo su amistad, sino que también se jugaba en todo o nada un riesgo que era similar al de prender un cerillo y lanzarlo en un bidón de gasolina a la espera de no quemarse.

Las probabilidades de que le estallara en la cara eran altísimas, pero…

—¿Sí?

—Andi… Tengo que confesarte algo.

—Oh. ¿Es gordo?

—Gordísimo —le confirmó Bill. A punto estaba de volver a abrir la boca cuando el ruido de unas pisadas y la presencia de Tom a su lado rompieron la burbuja en la que hasta entonces ella y Andreas se habían refugiado del mundo externo.

—Tenemos que ensayar, ¿sabes? —Dijo Tom en un tono que no admitía réplicas, y a quién se dirigía quedó pendiente, porque sus ojos retaron a Andreas a contradecirla mientras halaba a Bill del brazo y se la llevaba consigo casi a rastras.

—Que sepas que actúas como un bruto cavernícola —le susurró Bill aprovechando que iban unos metros adelante que Andreas y éste no alcanzaba a escucharlas.

—Pues entonces entérate que no me importa. Además, ¿qué hacías ahí con él? ¿Tanto te costó no besuquearte con Andreas apenas verlo?

—Lo mismo va para ti, ¿tan insoportable te resulta mi compañía como para que me dejes tirada a la mitad de la nada? Serás imbécil —se la sacudió Bill cuando volvieron a entrar al garaje, y tanto Georg como Gustav tensaron la espalda al percatarse que ese par peleaba.

—Yo creo que mejor me retiro. Me encantaría escucharlos tocar esa nueva canción de la que tanto hablaban, pero-… —Procuró Andreas buscarse una salida del pronóstico de huracán Kaulitz que recién había sido anunciado a los presentes, pero de entre todos que se encontraban ahí, fue Tom quien se lo impidió.

—¿De qué hablas? Viniste a oírnos, pues te quedas, Andi…

—O-Ok —aceptó éste a regañadientes, y pasó a sentarse al otro lado del improvisado escenario.

—¿Qué animal le mordió el trasero a Tom? —Le preguntó Georg a Bill, medio en broma y medio en serio mientras se pasaba el bajo por el medio y se lo acomodaba a la altura correcta—. Porque trae un malhumor que promete ser legendario y no estoy con paciencia para amarrarme la lengua si me enoja.

—Y yo qué sé. Para lo que me importa —dijo Bill, micrófono en su poder y encogiéndose de hombros.

A la cuenta de tres por parte de Gustav, empezaron a tocar, y muy en contra de todo pronóstico, el sonido que surgió del amplificador fue armónico y bien sincronizado. Aquella canción era una de tantas que entre Bill y Tom habían compuesto a lo largo del último mes, y por ello Bill cantó con el alma, dejando que sus pies la guiaran al lado de Tom.

Si bien no dio muestras de reconocer su presencia, Tom no se retiró, y Bill creyó que era una excelente señal de que podrían hacer las paces una vez se encontraran a solas.

Durante el ensayo de ese día, el ambiente en el garaje mejoró, y Andreas supo mantener un perfil bajo para que el repentino mal genio de Tom no se enfocara en su dirección.

Con el sol ya en lo más bajo del firmamento, Gustav sugirió que dieran por terminada la sesión, y bajo la promesa de verse al cabo de tres días (a Georg le dolía la muñeca, y se dispuso colectivamente que mejor descansara antes de otro ensayo), se despidieron en la parada del autobús.

Ya que eran los que más lejos vivían, fueron Georg y Gustav los que pagaron el pasaje y se fueron en el único y destartalado vehículo del servicio público que recorría Loitsche cada dos horas. A diferencia de ellos, Bill, Tom, y ahora Andreas optaron por caminar, y así llevaban ya cinco minutos en camino, moviendo los pies en silencio cuando Bill se cansó de su solemne procesión y suspiró.

—No estuvo tan mal, eh —comentó para nadie en particular—. Cada vez sonamos menos amateurs y más a lo que podríamos llegar a ser si le dedicamos horas extras.

Andreas se le unió. —Genial como siempre. En especial la penúltima canción.

—Con suerte grabemos una maqueta en otoño, y mamá prometió ayudarnos a enviarla a algunos productores.

—Qué suerte si funciona.

—Sí, porque-…

Absortos en su cháchara, ni Andreas ni Bill se dieron por aludidos a las miradas de rencor que Tom les dirigía justo a un punto invisible en sus nucas, y así siguieron hasta llegar a la casa Kaulitz, donde Bill invitó a su rubio amigo a quedarse a cenar, y éste aceptó a pesar del muy audible quejido con el que Tom pretendió desanimarlo a extender su estancia.

—¿Por qué no subes a mi habitación? En un momento estaré contigo. Hay algo que quiero mostrarte, Andi —le pidió Bill a éste, y Andreas aceptó. En cuanto lo perdió de vista escaleras arriba, Bill se giró hacia Tom y le señaló con el dedo índice a modo de advertencia—. Tú…

—¿Ahora qué? ¿Van a cerrar la puerta con llave y manosearse? —Siseó Tom.

—Si tanto te enfurece… lo voy a considerar —le lanzó Bill su propio ataque—. Espero por tu bien que recapacites, porque ahora mismo haces que me la piense dos veces antes de terminar con Andreas por ti.

Tom abrió grandes los ojos, un gesto de desconsuelo impregnando sus facciones. —No lo dirás en serio…

Bill resopló. —No, la verdad es que no.

Haciendo el primer intento por enmendar los daños que sus celos habían causado entre las dos, Tom le acarició el brazo por debajo de la camiseta que vestía, y aunque sólo duró tres segundos, Bill aceptó que ella tampoco había sido un paseo por el campo, así que la perdonaba.

—Termina con Bastian y yo lo haré con Andi —dijo Bill—. Hasta entonces…

—Lo haré. Mañana sin falta —se comprometió Tom en voz baja y similar a la que utilizaba cuando era pequeña y buscaba salirse con la suya actuando con total inocencia.

—Perfecto, pero además… —Bill tragó saliva, dolida por el desastre que había dejado a su paso con sus mentiras—. Puedes hacer lo que quieras con respecto a Andreas. Ser su amiga, enemiga, o lo que prefieras. Es tu decisión y no intentaré mandar por encima de tus deseos, pero no puedes influir en los míos de seguirnos viendo como los mejores amigos que hemos sido desde siempre. No te daré motivos para desconfiar de mí o de él, y espero que así entiendas que la irracional eres tú.

—Pero…

—Y no intentes detenerme. Respeta mi resolución como yo la tuya.

—Sigue sin gustarme lo que has elegido.

—Pues… conozco bien ese sentimiento, Tom —dijo Bill al final, y para demostrar que era lo último que iba a disputar al respecto, le plantó un beso a su gemela en los labios y se retiró.

Bill optó por no dar marcha atrás y esperar que el juicio de Tom no se viera nublado por una pasión tan primitiva como eran los celos.

Con eso en mente, casi pasó por alto los ojos grandes y desorbitados de Andreas que la recibieron en la parte más alta de la escalera, justo en el rincón donde su mamá mantenía una espantosa planta de interior que cumplía funciones decorativas tanto como de escondite. Sumar dos más dos nunca resultó tan sencillo o espeluznante como entonces.

—¿Andi?

—Yo… —Trastabilló éste con la lengua hasta dar con las palabras adecuadas, y Bill lo adivinó porque, ¿qué si no era la escena que seguramente acababa de contemplar como testigo silente?

—Las vi —musitó Andreas, parpadeando una, dos veces, y repetir—. Yo las vi. Tom... y tú…

—Uh. —Experimentando un repentino bajón de tensión, Bill requirió de la pared más cercana para no irse de bruces al frente. Detrás de sus párpados aparecieron luces cegadoras, y Bill consideró seriamente dejar que se le doblaran las rodillas y desplomarse.

—No te atrevas a desmayarte como mujer victoriana —le atajó Andreas pasándole un brazo alrededor de la cintura y llevándosela consigo a su cuarto—. Espera al menos que te pueda poner horizontal.

—¿Nos viste? —Inquirió Bill con los labios cenicientos, dejándose acostar sobre su cama y subir los pies en dos almohadas—. Andi, dímelo…

—Las vi, sí. Y… —Andreas le estrechó la mano y se arrodilló a su lado asemejando la sobriedad de quien se lamenta al lado de un moribundo.

—No me odies, Andi. Nos sientas asco por nosotras… Te lo iba a confesar hoy cuando salimos del garaje…

—… pero Tom intervino —secundó Andreas—. Lo sé. Bueno, ahora lo sé. Y está bien. Estará bien, te lo prometo.

—¿En serio? —Pidió Bill de él una confirmación de que su amistad no iba a naufragar por culpa de su falta de voluntad. No estaba para engañarse, era consciente de que lo que hacía con Tom tenía nombre, y era feo. Incesto. Y si Andreas no lo creía así, entonces sería porque era el mejor amigo en todo el mundo y Bill quería que siguiera siendo el suyo—. ¿Nos odias?

—No.

—¿Nos aborreces?

—Por supuesto que no —replicó Andreas, vehemente en su convicción—. No podría. Y no digo que sea normal, pero… en cuanto las vi fue como si… Fueran una excepción a la regla. Si Gustav de pronto admitiera que él hace lo mismo con su hermana sería un ugh total, me moriría en el acto, pero se trata de Tom y tú... Es diferente. Y no lo digo con morbo, sino… porque son ustedes, y las conozco, y… está bien.

—Somos gemelas… —Suplió Bill una justificación plausible.

—Exacto.

Bill se atrevió a sonreír, los ojos húmedos en una mezcla de felicidad y miedo que la sobrecogió hasta el tuétano, y por la idéntica expresión que Andreas llevaba en el rostro, descubrió que no era la única.

Por una vez, estaban a punto de embarcarse en una aventura que no incluía a Tom, y la percepción de cuánto podía llevar a cambiar (o destruir) en el proceso la hizo sentirse abrumada.

… Pero también decidida, así que al cuerno con lo demás.

—¿Me lo vas a contar todo?

Los ojos de Bill centellearon. —Todo.

 

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