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Clandestinos por PandoraBoxx

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Notas del capitulo:

Aquí la continuación del escrito, espero que sea de su agrado... ya saben que los personajes usados aquí son de Oda-sensei, unicaménte los tomó prestados para luego (en contra de mí voluntad) devolverlos...

 

 

—Cuéntame más, ¿Puedes?— Insistía Luffy al lamer con gran deleite el tazón de vidrio con restos de chocolate.

—Pero no hay mucho que contar, eso era lo que hacía cuando estaba en el internado. —Respondía Sanji decorando con merengue sabor mango  un pastel.

Ya se había cumplido una semana desde su inicio de labores en la cafetería y ¡Por supuesto que le costó el entender de medidas para preparaciones del café! Como estudiante culinario comprendía bien  que el café y el chocolate tenían infinidad de preparaciones,  desde los expressos hasta los moka  que variaban en granos; incluso los convencionales con canela tenían su cantidad exacta no fuera que se pasara y quedaran amargosos. Los ice con decoraciones dulces —que bien competían  con las que en galardonaban  a los pasteles— fueron sus favoritos, ya que el café demostraba una faceta distinta a la normal, pasando de ser una bebida caliente a una fría que  dependiera del  hielo granulado.

Y fue gracias a su talento nato que con unos días le bastó para que se adaptara.

Eso quedó muy en claro después del cuarto día, Sanji fue reconocido de inmediato como el más puntual de todos, cuando el grupo de cuatro llegaban él ya estaba esperando, además cumplía con su labor de limpiar la cocina antes de cerrar y, por si fuera poco, ayudaba al resto con sus áreas comenzando cada día. Fue ayuda y sobre todo balance lo que el rubio ofrecía.

Pero si para Luffy, Usopp y Ace, Sanji era un balance que les gustaba que deambulara cerca, para Zoro resultaba una distracción; nunca lo admitiría por su gran orgullo, más sus movimientos torpes que causaban estragos simples como limpiar líquidos derramados; hasta las miradas penetrantes, que terminaban por estrellarlo en las puertas o mesas en su camino, lo delataban constantemente.

En su mente él bien sabía que no tomaría mucho tiempo para que las cosas cambiaran repentinamente,  pero los cambios en su vida no siempre resultaban bien y eso en su interior le atemorizaba.

Sanji por su parte disfrutaba de la compañía de los chicos que, como hermanos, hablaban y hablaban con él. Con pláticas diarias los años pasados desaparecieron y lo pusieron casi al tanto de todo lo ocurrido en su ausencia, aún así ni uno sólo respondía la interrogante del cambio de actitud del marimo.

—Oí Luffy, ¿Soy yo o el marimo luce muy serio últimamente? —Preguntaba sin distraerse de su labor.

—Si, ahora es así, creemos que es por causa de Perona, ya sabes, la que era su novia. —Respondía el chico risueño, tambaleándose en un banco. Simulando a perrito en espera de alguna sobra, así pasaba Luffy sus descansos, hablando y hablando con Sanji, preguntándole sobre su vida en el recinto o sobre comida, su tema favorito era saber como preparar carne, pero en ese instante, el asunto fue otro.

— ¡¿Su novia?! —Preguntó un tanto sorprendido.

—Bueno, su ex novia.

—Ahh, el marimo fue tan tonto como para dejar escapar a una bella señorita, era de esperarse que pasara, él no es un caba…

— ¡No fue eso Sanji!  — Lo interrumpió de golpe Luffy, en tono molesto. —Ella murió…

El rubio lo miró sin parpadear, él nunca le había contado nada de eso en las cartas que le enviaba.

Con la mirada le pedía que le contara la historia y Luffy lo entendió.

Sin embargo un gran dilema se le presentó al  moreno, Zoro había pedido que nadie dijera nada de eso a Sanji por dos razones, una de ellas: eso no era de incumbencia para el rubio y la segunda: no quería que se preocupara por él. Suspiró y después de analizar, lo mejor que pudo, decidió que era lo mejor para ese par que últimamente actuaba extraño, Sanji tenia marcada una línea que no se animaba a travesar con Zoro y el último, ni siquiera peleaba con Sanji a como antes lo hacían, algo simplemente no cuadraba en esa ecuación y a Luffy no le agradaba esa separación entre ellos. Y si Sanji sabía lo que le pasaba quizás cambiarían para bien, ¿No?

—No debes decir nada, ¿De acuerdo?

Moviendo la cabeza ligeramente de arriba abajo, continuó con su labor en lo que Luffy le contaba lo sucedido.

—Bueno, ella era la hija de Mihawk, ¿Si lo recuerdas? —Preguntó.

—Si, el hombre de mirada fiera, pero ¿Tenía una hija? —Lo miró curioso.

—Si, la chica de las fotos, la de cabello rosa largo, le gustaban mucho las historias de fantasmas, castillos embrujados y cosas por el estilo, muy linda a la vista…

—Vaya.

—Síp, justo ella…

Sanji no lo interrumpió más, la curiosidad le ganaba terreno.

—Bueno, ella se convirtió en su prometida, primero obligadamente, después por gusto. Mihawk y Koshiro pensaban unir sus empresas por este modo, ya sabes que siempre han sido rivales en su campo, decidieron hacer una alianza y hacer a su empresa  la más grande del mundo. —Declaraba con mucho interés Luffy, le gustaba narrar esa historia, o eso parecía.

—Un plan ambicioso. —Respondía entre dientes el rubio.

—Lo era, a un principio ninguno de los dos estaban de acuerdo con el matrimonio, en especial Zoro, él decía que ya quería a otra persona, pero cuando le preguntaban de quien se trataba, nunca respondía por eso se perdió la oportunidad de alejarse del compromiso varias veces.

— ¿Un amor? ¿El marimo? ¿Tú sabes de quién se trata?

—No, ninguno de nosotros sabemos.

Sanji miró muy intrigado y de inmediato su cerebro analista comenzó con las deducciones  ¿Qué él ya tenía un amor? Eso si que era extraño, el marimo confiaba ciegamente en el moreno y si ni a él le había dicho algo con referencia a esa persona, era por que quizás y sólo quizás estaba hablando del mismo… ¡¿Luffy?!

La sorpresa  apareció en la faz del rubio, ¿Zoro estaba enamorado de Luffy? Y si era así ¿Por qué  no le decía nada? ¡No! Estaba pensando de más, sería mejor prestar atención a la historia del risueño, pensaba al agitar la cabeza en negación, sacudiendo las ideas y dejando espacio para la historia que Luffy continuaba contando.

—Duraron en “noviazgo” casi ocho meses, luego Zoro comenzó a cambiar dedicándole pequeños detalles, quizás porque pasaban mucho tiempo juntos él se encariñó con ella.

—Suele pasar con este tipo de arreglos, que gusto por el marimo de que conociera ese sentimiento. —Alegaba Sanji al colocar el pastel ya terminado en la bandeja plateada y sonriendo pícaramente, había pensado de más y se había percatado de ello.

—Pues eso también fue malo, porque cuando ella murió fue cuando Zoro cambió.

—Tú… ¿Estabas ahí cuando ella murió? —Preguntó curioso al lavarse las manos.

—No, estuvimos en el hospital con él después. —Respondía dejando el tazón en apariencia limpio en el fregadero.

—Entiendo. —Agregó sacudiéndose las manos. —Continua chico goma, no me dejes con la duda.

—Pues, según Zoro, iban a un concierto que ella tenía días de estarle pidiendo que la llevara, y dijo que por su culpa, ella había muerto.

— ¿Y fue así? —Interrumpió el seminarista encendiendo un cigarrillo.

—No sabemos, el coche salió de la carretera y terminó en el fondo del barranco,  Zoro quedó mal herido y pensamos que no se salvaría, en  ese accidente, perdió su ojo.

—Y no sólo eso, también su modo de ser…

—Algo así…

—Entiendo… ¿Quieres algo de comer o de tomar?—Cambió de tema el rubio, ya tenía la información que quería. — Tu descanso terminó hace rato, el gruñón no tarda en llegar y…

—¡¡Luffy!! La mesa tres necesita un mantel limpio… —Cortó de golpe la oración el dueño del sitio al entrar a la cocina de súbito.

—Ya voy… Sanji, más tarde me das de ese pastel… ¿Si?

—Claro, te guardaré un trozo.

— ¡Siiii! —Salió gritando con las manos al aire. —Sanji guardará un pe-da-zo… —Tarareaba al salir de la cocina.

—Que simple…

—Lo es. —Respondía Zoro.

—Si, no como otros presentes. —Refunfuñaba el rubio mirando atento al dueño.

Sanji escudriñaba la mirada vacía del propietario y ya entendía un poco su pesar, más ahora le sembraba otra duda, ¿Quién era el amor de Zoro? Ese que le impedía querer a una bella y peculiar joven como la qué había descrito Luffy.

Esa mirada era tan profunda que Zoro se sintió… Incomodo…

— ¡¿Qué demonios estás mirando?! ¡¡Tienes trabajo qué hacer!!

—Lo sé, no tienes que gritar, estoy en frente idiota, ¿O es que de plano ya no ves nada?

—Ufff… —Suspiró Zoro. —Termina tu trabajo…—Declaró saliendo de la cocina, dejándolo parado sin más.

El cansancio y el estrés parecían mermar al dueño de la cafetería porque ni para pelear tenía ánimos, o es que en verdad ¿No quería cerca al rubio?

 Desde su entrada a trabajar ahí, Zoro casi no “hablaba” con él, a lo mejor continuaba con la molestia de siempre hacia Sanji, la misma que le venia remarcando desde el inicio de sus estudios, y que según Luffy le pregonaba en sus cartas: “Esa profesión no es para ti” “Puedes hacer algo mas” “¡Deja esa tontería! Sabes bien que nunca serás un hombre así…” “¿Por qué desperdiciar tu vida de esa manera? Digo, Dios ni siquiera existe y lo sabes… “. Esa oración siempre le causaba un suspiro largo al rubio por que Zoro tenía razón en que esa vocación no era para él y  Sanji lo sabía bien.

Pero en ese momento no tenía tiempo para perderse en sus pensamientos, le esperaban órdenes que llevar y bellas señoritas que cortejar, él actuaba así sin importar que la tira blanca en su cuello nunca faltara, y siendo sincero, sabía que eso atraía la curiosidad de las bellezas que llegaban al sitio y según él, sacaba provecho, uno que terminaba con el mismo orden, primero la pregunta: “¿Eres sacerdote?” y después la respuesta “Si”,  a lo que ellas, dedicaban una mueca dulce y tierna para luego decir, “Lastima”.

Sanji trataba de acostumbrarse a eso, el ser un Don Juan en ese caso no era cosa simple, con cada vez que escuchaba esa palabra su corazón se estrujaba un poco, aún así, no rompería su palabra a ser sacerdote, se mantenía con el timón firme y continuaría de ese modo sin importar los reclamos de Zoro,  ni las bellezas que si aceptaban sus cortejos  —Que eran pocas— ni tampoco que el mismo cardenal no estuviese de acuerdo.

Las once con cuarenta y cinco minutos marcaban el reloj cuando por fin, el último cliente abandonó la cafetería, Usopp se dejaba caer y cubría su cara con el mandil.

— ¡Que cansado!

—Lo sé, hoy estuvo llenísimo… —Recalcaba Ace acompañándolo en la misma mesa.

—Sannnnjiiiiii, mi pastel. —Gritaba Luffy deslizándose en el pasamanos desde el segundo nivel.

—Si, si… aquí lo tienes. —Le esperaba el cocinero al pie de la escalera, sentado en el último peldaño con la mano en alto sujetando el postre en cuestión.

—Chicos, mañana es mi turno de preparar el desayuno de los enanos… ¿Alguno de ustedes podría llegar antes para que abra un poco más temprano? —Preguntaba el seminarista levantándose y palmeando su posterior.

— ¿Mas temprano? —Recriminaba Ussop —Sanji, ya eres quien llega antes, ¿Para qué quieres llegar más temprano mañana?

—Porque narizotas, quiero prepararles pan con nuez y… ¡¿Por qué carajos te explico?! ¡No me entenderías! —Le gruñía.

—Yo vendré más temprano. —Declaraba seriamente Zoro, tan formal que casi, CASI lo toman a pecho, sin embargo…

—¡¡¡Nunca llegarías!!! —Le respondían los cuatro al mismo tiempo agitando levemente la mano.

La mirada de sorpresa que apareció acompañada de una ligera tira roja en el rostro del cafetero, causaron  carcajadas abiertas y sonoras de los demás.

Después de varios minutos riéndose, todos colgaron sus mandiles en sus sitios y salieron del local, Sanji cruzó la calle, pensando que quizás sería mejor cambiar el desayuno de los niños del día siguiente, sería mejor preparar algo menos elaborado y justo en la esquina de la iglesia, el grito del marimo lo retuvo.

—¡¡¡Cejiiiiillassss!!!

El seminarista detuvo su andar y esperó bajo la farola resguardándose levemente de la luz dio un par de pasos atrás, mirando atento como Zoro caminaba con largas zancadas en su dirección y de nuevo, la curiosidad lo atacó, ¿Quién era el dueño del corazón de su camarada?

Tan centrado estaba en sus pensamientos que no se percató cuando su jefe se posó en frente, demasiado cerca, tanto que Sanji bien pudo analizar la cicatriz del cafetero, su bello rostro no cambiaba, esa marca no le quitaba su belleza natural y sus gafas únicamente le acentuaban el misterio.

— ¡Hey ¿Me escuchas idiota?!

—Lo siento… —Aclaró su garganta. — ¿Qué me decías?

—Imbécil cejillas ¿Qué demonios piensas?... tómalas y abres a la hora que te convenga, nosotros llegamos después.

El seminarista miraba atento e incrédulo. Sin importar que ya tuviese varios establecimientos a lo largo del país esa cafetería era la favorita del marimo, ¡Ni de chiste se la confiaba a nadie! Y ahora, ¿Le daba por su cuenta las llaves del sitio? Algo estaba mal en el propietario, la tremenda curiosidad del seminarista se desató y junto con ella su ansiedad.

Ese par tenía un único modo de entenderse y era con las peleas, pero Zoro ni  a los insultos respondía últimamente y eso muy en el fondo al rubio le entristecía de sobremanera, porque aunque Zoro fuese un gruñón y sobre todo hombre solitario, para Sanji significaba algo  mucho mas allá del simple “amor de hermano” que tenía con los demás, pero ese no era el momento ni el lugar para pensar en eso, optó por tomar las llaves y guardárselas en el pantalón.

—Te encargó mucho mi local, es mi favorito.

—Si no me tienes confianza, no me las des, idiota. —Le refunfuñaba el rubio extendiendo la mano entregándole el manojo de llaves, tratando de provocarlo.

—No es eso, es… —Dudó Zoro —Olvídalo.

El propietario le dio la espalda tratando de caminar en dirección del trio que lo aguardaba afuera de la cafetería, Sanji se cabreó y le dio una patada a modo de coscorrón.

— ¡Basta idiota! ¿Qué demonios te pasa?

Zoro giró y le dedicó una mirada fría, intimidante y triste, obligándolo a retroceder  un poco ante sus pasos, un aura amenazante y  muy melancólica lo obligó a ello, sobre todo porque las intenciones del empresario quien determinadamente se acercó a él, no estaban a la vista concretamente.

Siempre y antes como viejo cuento trillado, él respondía a las agresiones del rubio con el mismo entusiasmo y ese siempre había sido su dialecto. Uno que sin importar lo fieras  que lucieran sus batallas al término de estas  y  después de intercambiar palabras,  volvían a ser grandes amigos.  

Pero ahora, al no ver respuesta alguna lo hacía dudar, ¿Qué pretendía? Era lo que en realidad pensaba Sanji.

El propietario lo arrinconó entre la pared y él. Observo como Sanji esperaba un golpe. Repentinamente todo el desconsuelo de tenerlo tan cerca se convirtió en  un martirio para Zoro y ahora viéndolo de frente y directo a los ojos le provocaba un sin fin de emociones que al final de unos instantes de únicamente verlo terminaron con su autocontrol y cediendo ante el deseo, perdió esa fuerte característica.  Atrayéndolo por la cintura con su brazo lo apretó  fuertemente hacia él, en su interior deseaba fundirlo en su cuerpo, deseaba encerrarlo dentro de él y nunca más dejarlo salir, deseaba que Sanji se quedara con él para siempre y aún así, se negaba a aceptar el fuerte sentimiento.

—No… es nada…— Titubeó al pronunciar esas palabras.

—Si no lo es, ¿Por qué me abrazas?— Respondió el rubio.

—No lo hago.

—Cierto. —Replicó Sanji, aplicando un poco de fuerza en sus brazos que funcionaban como separador en ese momento, siendo Zoro, ese comportamiento era algo… ¿Consuetudinario?

Sin importar que su unión fuese fuerte y con bases en la confianza o que proviniera desde sus días en el orfanato, la partida de Sanji había causado una separación que causaba una ligera ofuscación a ese cariño, —Te tropezaste, ¿no?—Preguntó sin intentar alejarse de él, Sanji mentiría si diera que ese acercamiento le molestaba.

—Así es. —Respondía.

Zoro continuó con ese dulce agarre, aspirando el aroma del cocinero, memorizándolo; moviendo leve y casi imperceptible un paso para pararse a toda su extensión, dio un leve trompicón en la banqueta.

Nunca en su vida Zoro había presumido de ser “afortunado” pero en ese momento, esa fuerza invisible le ayudó a su causa y con ese leve mal paso, lo acercó aún más al rubio, sintiendo toda la delgadez del mismo restregándosele en su cuerpo; Sanji se mantuvo estático, en su mente un sin fin de cosas comenzaron a revolotear y a causarle revoltura de estomago, sin embargo, el aroma del marimo lo tranquilizaba y sin saber porque y la verdad sin interesarle mucho, se recargó en el amplio pecho y disfrutó de ese dulce y tierno abrazo por parte del cafetero.

No está bien… pero, —Pensaba— ¿Hay algo qué quieres decirme?—El seminarista lo alejó un poco, lo suficiente para poder verle el rostro mirándolo directamente a su ojo, sin parpadear, incitándolo a hablar dedicándole  una mirada comprensiva y cariñosa que Zoro, muy a pesar de que si la notara, la dejó pasar respondiendo:

—Nada.

— ¿Nada? —Suspiró Sanji. —Si  no hablas no escucho.

Zoro lo soltó y con un empujón hacia atrás lo hizo rebotar en la pared, dejándole como única opción por el momento mirarlo de frente.

Todo les jugaba a su favor, la farola no aluzaba completamente y para ojos del trio que esperaba en la esquina, ellos forcejeaban como era lo habitual, no obstante, la realidad del rubio era otra, Zoro con su mano libre, tomaba su rostro con suavidad y dulzura, alzándolo en su dirección.

El seminarista por la sorpresa no sabía como reaccionar, ¿En verdad Zoro se le acercaba con esas intenciones? Lentamente se le acercaba más y más, la distancia fue recortada casi por completo, el joven de cabello verde buscaba sus labios y lo extraño de esto fue que…  Sanji no se retiraba.

No se alejaba ni un poco aún entendiendo de sus intenciones. Su corazón y cerebro pronto comenzaron a pelear, mientras uno aplicaba la razón y le mandaba la orden de alejarse, el otro únicamente se aceleró y le incitaba a permanecer justo así, por unos minutos más.

Cuando la cercanía fue mínima, cuando Sanji sintió el aliento del marimo en sus labios y respiró el mismo resuello, la imagen de su padre lo obligó a empujarle con todas sus fuerzas por el estómago y a la distancia, una patada empujaba a Zoro sacándolo a la luz.

Un poco agitado, el rubio encendió un cigarrillo y luego de darle una profunda calada se dedicó a mirarlo pensativo. Mientras el cigarrillo estaba en su mano, mordía su labio inferior, el calor de Zoro se había fundido en ese pequeño espacio.

—Lo siento, no sé que pasó… —Alegaba el último mirando en dirección de la cafetería.

—No importa… —Suspiró el rubio al exhalar el humo del tabaco. —Cuando quieras decir algo, ¡Hazlo! Raro en ti que actúes así, ¿Te duele mucho la muerte de tu prometida? ¿En realidad fue culpa tuya? Eso lo dudo…

Tremenda boca la del seminarista, mira que decirle eso sin el mínimo de tacto a un hombre dolido quizás y a eso se refería su padre al decirle que esa no era su vocación, pero claro que ese no era el motivo principal. Su razón fundamental era que: ¡Así era él! Para suerte suya Zoro ya de antemano lo sabía.

—¡¡Eso es…!! —Desvió  la mirada al piso. —Es verdad.

Sanji frunció el seño, pero  antes de continuar con la charla, observó por encima del hombro del propietario como Ace corría en su dirección.

 Él notaba la actitud de Zoro hacia el rubio, si para los demás pasaba desapercibida la nostalgia y cierta ansiedad, para el pecoso era más que evidente, incluso el nerviosismo que demostraba lo delataba y lo único que se le ocurría que le pasaba era: Amor.

Porque con  la seguridad del cafetero expuesta en todas sus acciones diarias, esa que  le había facilitado el expandir su imperio y que lo exhibía como hombre suficiente y capaz de resolver todo en su camino, lo único que bien se le ocurría que podría doblegarlo era ese sentimiento. Además, ¿Qué otra cosa podría ser si se mezclaba con Sanji? Respuesta: ninguna, ya que para Ace la cercanía de ese par siempre fue evidente, que los demás niños no supieran ver nada era un asunto distinto.

—Zoro, ¿Nos adelantamos?— Preguntó mirando esa escena que bien había sido interrumpida antes.

—No hace falta. —Respondía asintiendo y evitando ver al rubio. —Ya tienes las llaves, no vemos mañana.

Sanji confirmó y sin mas se dirigió a la entrada secundaría del recinto, Ace y Zoro comenzaron a andar en dirección del dúo que esperaba inquietos.

Sanji apenas se dio la vuelta y comenzó a analizar sus palabras, “Qué cruel fui” se recriminaba a si mismo, pero algo  más le llamaba la atención, ¿Qué había sido ese actuar de Zoro? Acaso, ¿Le gustaba? ¿Él era su amor? ¿Ese por el que no aceptaba a la joven? ¡Imposible!

Asimismo algo mucho más importante que todo eso merodeaba en su mente: ¿Por qué no lo había pateado lejos? ¿Por qué se quedó esperando esa caricia? ¡Algo estaba mal con él! ¿Cierto?

Con todas esas preguntas se dirigió a su alcoba, pero fue incapaz de recostarse siquiera, se quedó sentado en la cama, fumando y viendo en dirección de la cafetería que a esa hora lucía apacible y solitaria, un poco lúgubre también. Entendía que sus sentimientos por el marimo eran muy distintos a los que tenía por los demás y aunque comprendiera que eso no era posible por sus estudios y porque nunca ninguno de los dos había mencionado algo así, los seguía conservando.

Desde el segundo nivel de la iglesia la vista era plena y llamativa, con ver la calle se distrajo hasta entrada la madrugada, al final  de esa noche se resignó y trató de consolarse pensando que seguramente estaba confundido y eso pasaría en unos días.

 Miró su reloj y se sorprendió de saber que le quedaban únicamente un par de horas para descansar. Sin quitarse los zapatos se recostó y se quedó profundamente dormido, todos sus pensamientos anteriores no eliminaron esa escena y soñó con el episodio bajo  la farola, ese en el que disfrutó de tener al arisco marimo tan cerca de él, disfrutaría en sueños cuando menos, esa bella escena, en ese modo nadie se lo recriminaría nunca, aunque eso estaba mal y lo sabia.

Esa era la perspectiva del rubio, pero en el grupo que anduvo horas antes por la calle, la situacion fue otra.

—Zoro, si Sanji te gusta, debes decirle algo antes de que se decida por ser hombre santo. —Le decía Ace en un tono demasiado recto, tanto que Zoro lo único que pudo hacer fue verlo muy sorprendido ni siquiera  pudo negar ni alegar nada a favor o en contra.

—Tranquilo Ace, tiene aun más de medio año para que le diga algo, déjalos en paz. —Hablaba Luffy en el mismo tono que su hermano.

Los chicos continuaban con su recorrido sin mirarlo, dedicándole cierta privacidad. Sabiendo de antemano que un hombre como él nunca aceptaría abiertamente esos sentimientos y menos por el hecho de que se trataba de Sanji.

No creía lo que escuchaba, ¿Lo habían visto?  Y con esa simple pregunta muchas más lo comenzaron a acosar: ¿Por qué no se había contenido en la esquina? ¿Qué demonios le pasaba?

—Luffy, si no le dice nada, surgirá algo que de nuevo los apartará y puede que para siempre. —Agregaba el pecoso interrumpiendo sus pensamientos.

—Vamos Ace, no digas cosas tristes… —Intervenía Usopp.

El empresario de cabellera verde no logró resistirse y deteniendo su andar dejo salir la frustración a modo de reclamos.

—¡¡¡No tengo idea de que carajos están hablando!!! —Gritaba interrumpiendo. —¡¡No sé que tratan de decir con estas tonterías!!! ¿Qué a mí me gusta el idiota cejudo? ¿De dónde jodidos sacaron eso? ¡Es un hombre igual que yo! … y uno que será sacerdote, déjense de tonterías…

Lo que comenzó como una confrontación fiera y con destellos de rabia, terminó con una declaración confusa y dolida por parte de un joven que se quedó parado a media banqueta, mirando al piso.

Los chicos entendieron, mirándose entre ellos  suspiraron y continuaron con su andar. Guardaron silencio hasta la llegada a la casa de Zoro y lo dejaron con el saludo de siempre, tratando de mostrarle que no había pasado nada malo y que tampoco dirían nada al respecto.

—Hasta mañana Zoro. —Decía Luffy.

—Por favor, no trates de irte sólo, ¡Nos atrasas! —Le recriminaba Usopp.

—Ya sabes que sí llegaremos por ti, espéranos. —Agregaba Ace.

—Siii, ya no me iré sin ustedes, después se pierden y nos tardamos más en llegar.

—¡¡¡Tú eres quien se pierde!!! —Gritaban los tres al tiempo.

Zoro mostró lo que debería de ser una sonrisa, sin embargo estaba tan vacía que con solo verlo rompía los corazones del trío alegre que aunque notó eso, se alejaron como siempre, alegando entre ellos.

Cerró la puerta detrás de él y miró su casa oscura y solitaria, apenas notó la soledad  y el flashazo de la cercanía de Sanji lo hostigó igual que al rubio sin contar las palabras de sus amigos que retumbaban en sus oídos, ¡Ellos sabían! Pero… estaban equivocados a Zoro no le gustaba el rubio, era mentira, todo se trataba de un mal entendido…

…  Todo era una cruel verdad, Zoro estaba perdidamente enamorado de Sanji y no era reciente. Éste sentimiento lo resguardaba desde pequeños, desde que él llegó al orfanato y Sanji lo recibió como uno mas de ellos. Un niño atento que aunque peleara con él siempre lo acompañaba, uno qué vio como se esmeraba en todo dando lo mejor de sí y  que valoraba sus esfuerzos, uno que le brindaba su comida para que él estuviese sano y consiguiera sus objetivos por mínimos que para los demás fueran, uno que lo buscaba para resguardarse de las noches lluviosas o frías, uno qué entendía sus sentimientos sin decir nada y que al mismo tiempo que le brindaba un motivo por el cual seguir en este mundo, le mostraba que él era importante para alguien más…

Zoro se enamoró y guardó todo su sentir para si mismo y, eso le dolía, desde que Sanji había regresado todo para él era doloroso: ver el uniforme en Sanji —Incluida la gargantilla en blanco impropia del mismo—, hasta observarlo coquetear con las chicas que llegaban a la cafetería le causaba un llanto retenido, ansiaba con todo su ser estrecharlo entre sus brazos y decirle cuanto lo había extrañado, ansiaba con frenesí besarlo cuantas veces quisiera al igual que abrazarlo, pero repitiéndose constantemente “Eso nunca pasará” mitigaba sus deseos, ya que sólo era eso, simples pensamientos que lo martirizaban.

 Pensó muchas veces en despedirlo quizás con eso su dolor desaparecería tal vez la respuesta era alejar al rubio y tratar de volver a lo de antes, sin embargo, cuando analizaba esa cuestión entendía bien que esa acción únicamente sería ponerle sal a la herida abierta además, su debilidad saldría a flote y él no era nada débil.

 Era en casa donde podía dejar salir su rabia y su dolor, ahí nadie observaba su llanto, ese que sentía por la desesperación  de entender que Ace tenía razón, Sanji se alejaría de su vida para siempre y todo por culpa de una estúpida sotana junto con una banda blanca que ya lucía en el cuello.

 Y aunque cada noche era similar en esa culpó al pecoso por dejarle ver un punto que él continuaba negándose a enfrentar. Con esa excusa  dejó salir todo su amargo sentir, sus sollozos y golpes al piso hacían eco en su casa para al regresar, abofetearlo con la verdad de su debilidad, esa que fácilmente sería erradicada con el simple hecho de decir “Me gustas” o “Te quiero”, sin embargo, así era Zoro.

Con la cara escondida entre sus rodillas dejaba salir su frustración y dolor, abrazándose a si mismo se castigaba con las mismas preguntas: ¿Por qué no puedo dejar de sentir esto? ¿Qué tengo que hacer para deshacerme de este sentimiento? ¿Cuánto más soportaré con todo este dolor? ¡¡¡Ya no lo tolero!!! Y con un hondo respiro  y una mirada vacía al techo, mataba sus emociones y disfrazaba su cara pensando en que el día de mañana sería distinto.

Suspirando, se levantó del piso y se dejó caer en la cama, con los ojos hinchados de tanto llorar y sollozando se quedó dormido, soñando con recuerdos de su infancia esa que compartió con Sanji en la iglesia, cambiando el final de alguna escena para que terminara con un dulce beso.  

Deseaba tanto que eso ocurriera en realidad, la desesperación lo golpeaba  todos los días haciéndolo caer en la frustración y la negación, tanto así que no tener esa caricia lo exasperaba demasiado, por que ¿Quién no ha sentido el deseo frenético de besar a esa persona que amas en secreto? Y para Zoro esa ansiedad era el cantar diario, tenerlo cerca y no poder tocarlo.

Vaya mal entendido,  Zoro nunca había mencionado nada, ¡Ni siquiera había tratado de acercarse al rubio con esas intenciones!  Hasta apenas esa noche, se arrepentía y se maldecía a si mismo —internamente— por no haber besado en su momento al seminarista, ¡Nunca tendría esa oportunidad de nuevo!

 Sanji por su parte, se guardó sus sentimientos, confiándoselos únicamente a un techo que siempre escuchaba pero nunca respondía, y en ese momento comenzó a recapitular muchas de sus aventuras de infancia, ¿Por qué pasaba tanto tiempo cerca de Zoro? ¿Por qué le importaba todo lo que involucraba al marimo? ¿Qué era ese calor que emanaba de él cuando  lo veía? Y su confusión únicamente fue captada por los subconscientes de ambos, simulando versiones propias enfadadas por no entender sus sentimientos o por entenderlos y no aceptarlos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Nos vemos después, cualquier comentario es muy bien recivido...


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