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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones!

Por fin os traigo la continuación, no me matéis por tardar una semana! T.T

La verdad que estaba un poco atrancada. Después de hacer un capítulo con un lemon tan exitoso (no veais lo contenta que me puse al leer en los reviews que os había encantado el KillPen), temía escribir un capítulo basura. Y creo que así ha sucedido :(.

Es un capítulo centrado más en el diálogo que en la acción, y prácticamente no se avanza nada en la historia. Pero era necesario porque se explican las líneas de actuación que van a seguir los personajes. Y como no me gustan hacer los capítulos muy largos, no tuve más remedio que cortarlo antes de escribir 15 páginas xDDD. Ya lo siento porque no pasa nada "interesante" T.T

Y agradecer en especial a mis fieles seguidoras: Ann-chan, Childerika y, sobre todo, Korone-chan, que me ha ayudado muchomucho ^^. Sois unos amores <3.

Y sin más, os dejo con el capítulo. Que lo disfrutéis :3

Eustass Kid, más cabreado que nunca, apartó de un manotazo la cortina de seda que hacía las veces de puerta en su habitación y salió al pasillo más furibundo que de costumbre. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había percatado que iba desnudo. Y tampoco lo notaba, a pesar de ser temprano ya hacía calor. Ese maldito y sofocante calor, ese bochorno asfixiante que se te pegaba al cuerpo. Jodida isla.


En el pasillo había dos escalinatas, una que subía hacia arriba y otra que bajaba al piso de abajo. El pelirrojo creía conocer todas las estancias que el piso principal tenía, así que sin dudarlo ni un segundo, subió por los marmóreos escalones. Cuando llegó al piso superior, mucho más pequeño que el suyo, se encontró dos puertas. En realidad había una puerta de madera y una cortina púrpura que hacía las veces de puerta. La brisa movió la cortina sinuosamente, como si estuviera invitando al pirata a entrar. Las fosas nasales de Kid se vieron embriagadas por esa fragancia que tanto odiaba, por ese dulce perfume. Esa debía ser la habitación del jodido sacerdote.


Como si de un tornado se tratase, Kid entró en la estancia. Si su habitación le había parecido lujosa, ésta le daba mil vueltas. Los muebles eran similares, pero éstos tenían ese toque que Kid no sabía clasificar que los hacía mucho mejores y, por supuesto, mucho más caros. Sofás alargados como los suyos (pero éstos eran de un precioso color azul marino), una mesita de té, sillones color púrpura, una enorme estantería llena de códices y rollos, un escritorio con más pergaminos extendidos, elegantes alfombras en el suelo, muchas macetas con flores y plantas, muchas velas aromáticas, un cuarto de baño separado por dos biombos del que sólo se podía advertir una enorme bañera de mármol, una cómoda de madera y una cama con dosel.


Y allí, en esa enorme cama de sábanas azules con adornos dorados, envuelto entre ellas, estaba el sacerdote. Law miraba curioso al pelirrojo, sonriendo sibilinamente ante la repentina aparición. Sus grisáceos ojos no podían apartarse de ese cuerpo esculpido por los dioses, y ahora que estaba despierto (y desnudo), a Law se le hacía más apetecible que nunca. Revolviéndose como un gato, el moreno giró su cuerpo para colocarse tumbado de lado, reposando su cabeza sobre su mano, clavando su codo en el almohadón. La sábana había descendido por su cuerpo, dejando al aire libre su tatuado pecho. Kid no pudo evitar mirar. Su morena piel contrastaba tanto con la suya, tan blanca. Pero también se veía delicada, fina, suave. Era un muchacho delgado, pero estaba bien formado. Su cuerpo estaba fibroso, sus músculos se marcaban perfectamente. Y esos extraños tatuajes le daban un aire tan enigmático… Por un momento, Kid se olvidó de su enfado. Su mente se quedó en blanco.


-Buenos días, Eustass-ya-habló el sacerdote, con una melodiosa y sensual voz-. ¿Has dormido bien?-sonrió torcidamente, haciendo que Kid se enfadara de nuevo.


-Déjate de gilipolleces, sacerdote de mierda-le espetó Kid. No le gustaba que le tomasen el pelo, y menos de esa forma tan descarada. Pero Law no hizo más que sonreír de nuevo-. Dime qué coño pasó después de que me quedase inconsciente.


-No te quedaste inconsciente, Eustass-ya, la diosa te castigó-corrigió el moreno, sonriendo sintiéndose superior. Sabía cómo molestar al pirata, y quería comprobar hasta dónde podía llegar con su actitud-. Te desmayaste cuando la diosa se desvaneció.


-Me suda la polla tu diosa-blasfemó el pelirrojo-. Ahora que he despertado, me voy de aquí.


-¿Es que piensas obviar lo que te ha pasado?-inquirió el sacerdote-. ¿Acaso crees que puedes librarte de un castigo así como así? ¿Que puedes pasar de los dioses tan fácilmente? Los dioses son poderosos, y no se dejan amedrentar por los mortales. Si abandonas, la diosa te maldecirá de por vida. Serás un maldito.


-¿Y es que acaso no lo soy ya?-preguntó socarronamente Kid-. Soy el pirata más temido de todo el Grand Line. Cuando mi barco llega a un puerto, la ciudad entera tiembla. Hasta la Marina sabe que no me ando con gilipolleces. Soy un jodido demonio, ¡un jodido demonio que será el próximo Rey de los Piratas!


-Te equivocas-dijo Law serio. ¿Es que ese chico era tonto? ¿Cómo no podía temer a los dioses después de lo que le había pasado?-. La Diosa Madre Isthar sentenció tu futuro, y no serás el próximo Rey de los Piratas.


-¡Tu maldita diosa puede comerme el rabo!-gritó Kid fuera de sí completamente. Él iba a ser el próximo Rey de los Piratas, le costase lo que le costase. Y desde luego, una estúpida diosa (si es que se podía calificar como tal) no se lo iba a impedir-. Me largo de esta isla.


-¡Espera!-gritó Law, más desesperado de lo que hubiese querido. Incluso se incorporó en la cama, ahora sentado y tapando sus vergüenzas con la sábana-. No sabes lo que significa ser un maldito, ¡no tienes ni idea!


-¡No lo sé, ni me importa!-volvió a gritar el pelirrojo. Si el sacerdote quería empezar un concurso de chillidos, llevaba las de perder. Lanzó una última mirada furibunda al moreno, y se encaminó hacia la puerta. El pirata se sorprendía del aguante de su oponente, otros en su lugar ya habrían echado a correr horrorizados. La furia de Eustass Capitán Kid era famosísima.


-Si te conviertes en un maldito, se acabó-la voz de Law sonaba más neutra que nunca, casi de ultratumba. Kid no pudo evitar girarse y mirarlo perplejo. No lo admitiría jamás en la vida, pero había logrado inquietarlo-. Esta vida es un mero tránsito, un paréntesis hacia el Más Allá, el lugar al que van las almas al abandonar el cuerpo mortal. Tu alma viaja al Inframundo, un lugar lúgubre y tenebroso del que no hay escapatoria. En el Inframundo, tu alma pertenece a la diosa Ereshkigal, una diosa rencorosa y malvada que te hará sufrir eternamente-Trafalgar hizo una pausa para dar relevancia a lo que continuaba-. La única forma de que tu alma encuentre la paz en la otra vida es recibiendo las ofrendas y los honores de tus seres queridos en el mundo de los vivos. Si nadie te recuerda, estarás condenado al sufrimiento después de morir.


-Eso está bien para ti, pero no para mí-contestó Kid más calmado-. Yo no creo en tus dioses.


-¡Estúpido pirata!-le insultó el moreno-. Desde el momento en que pusiste un pie en esta isla, estás a merced de los dioses.


-Eso tiene fácil solución-sonrió el pelirrojo-. Me marcho de esta maldita isla de locos.


-Eustass-ya, detente-suplicó el sacerdote-. La única forma para regresar a tu antigua vida es satisfaciendo los deseos de la diosa y cumpliendo su castigo.


-Tu diosa puede meterse el castigo por donde-pero no pudo terminar la frase. Los ambarinos ojos de Kid se cruzaron con los grisáceos de Law, y se quedó sin habla. Nunca había visto unos ojos tan bonitos, a pesar de esas horribles ojeras que tenía. Esos ojos le estaban pidiendo, le estaban rogando que no se marchara. Una silenciosa reclamación, una muda plegaria. Y algo en el interior del pirata se revolvió. Estaba a punto de humillarse, pero no tenía elección. No ante esos ojos-. Tsk… ¿Qué tengo que hacer para que tu maldita diosa me perdone?


-Primero, dejar de llamarla maldita-le corrigió Trafalgar mucho más calmado. Su corazón se había desbocado sólo de pensar que su hombre podía convertirse en un maldito-. Y segundo, debes hacerte indispensable para alguien, que no pueda vivir sin ti…


-Oye, sacerdotucho, a mí me dices las cosas claras-Law sonrió para sus adentros. Al parecer su hombre no era un lumbreras. Y desde luego que no lo era.


-Debes hacer que una persona se enamore de ti, Eustass-ya-y el tono sensual volvió. A Kid le hervía la sangre cada vez que Law lo llamaba con esa voz, pero no de rabia. De hecho, no sabía por qué le hervía, pero le hervía. Totalmente relajado y tomando de nuevo el control de la situación, Trafalgar se volvió a recostar en la cama esperando una contestación.


-¿¡Y cómo cojones voy a hacer eso!?-la cara de Kid era un poema. Él no creía en el amor. Bueno, sabía que la gente cometía estupideces por otras personas, pero el amor era cosa de cuentos para dormir. Su vida sentimental se basaba en ir a burdeles (o a veces ni eso) y pagar (o a veces ni eso) por sexo. Cuando se era un pirata de su categoría, las mujeres se le echaban a los pies. El amor no era para él, desde luego.


-Ese es tu problema-sonrió ladinamente Law-. Pero aparecer completamente desnudo en la habitación de otro hombre es un buen comienzo.


Como si de de un jarro de agua fría se tratase, Kid reaccionó al comentario de Trafalgar y recordó que había salido desnudo de su habitación. Miró hacia abajo temiendo, y sus sospechas se confirmaron. Ahí estaba, como los dioses le trajeron al mundo, luciendo su trabajado cuerpo ante ese sacerdote de poca monta que no dejaba de mirarlo con lujuria. El moreno se mordió su labio inferior y guiñó un ojo al pelirrojo, haciendo que éste se ruborizase como nunca antes lo había hecho y se tapase sus genitales con un cojín que había a sus pies. ¿Es que Law se le estaba insinuando?


“Si así fuera, desde luego que me lo follaba hasta dejarlo seco”.


Completamente petrificado ante el pensamiento que circulaba por su mente, negó instintivamente con la cabeza para borrarlo de su cabeza. ¿Qué cojones acababa de pensar? A él no le interesaban los hombres, le gustaban las mujeres. Ese maldito sacerdote le estaba confundiendo con su estúpida sonrisa ladina y sus gatunos ojos grises. Y esa pose, tan insinuante recostado en la cama, mostrándole su desnudo pecho y una de sus morenas piernas. Sí, eso era. Era todo por su culpa. Se había metido en su cabeza y estaba cayendo en su juego. El tío raro de pelo azul les dijo que era un usuario de una Fruta del Diablo. Seguro que ese era su poder, meterse en la mente de las personas y hacer que creyeran cosas que no eran. Esa era la única explicación para que se pudiera sentir atraído por él.


Convencido al cien por cien de su razonamiento, Kid (todavía sonrojado) se atrevió a encarar al sacerdote, que lo miraba eróticamente. Por un momento se sintió un corderito delante de un lobo. Pero sacando fuerzas de su interior, el pelirrojo se armó de valor y, dedicando una mirada llena de ira al moreno, salió de la estancia con el cojín todavía tapándose sus vergüenzas. Cuando éste hubo salido de la habitación, Law no pudo dejar de reír maliciosamente. Se iba a divertir de lo lindo.


Kid anduvo lo más rápido que pudo por los pasillos hasta llegar a su cuarto. Cuando atravesó la cortina de seda, estampó contra el suelo el cojín que hacía las veces de taparrabos y gritó de rabia. Ese maldito sacerdote, ¿quién coño se creía para meterse en su cabeza? Iba a hacerle pagar todos estos malos tragos, uno a uno. Pero primero tenía que resolver un pequeño problemita. Todavía ruborizado, deslizó su mirada hacia su miembro, que por una extraña razón desconocida para él, se había despertado. Se cabreó consigo mismo, no era el momento para eso.


Sin dudarlo, se metió en la bañera y dejó que su cuerpo se enfriase al sentir el contacto con el agua. Era raro, porque él no había llenado la bañera. Pero ahora sí lo estaba. Sin darle más importancia de la que tenía (Kid supuso que era algún tipo de magia), decidió hundir su cabeza y dejar la mente en blanco. Quería borrar de su mente los grisáceos ojos que había visto apenas unos instantes antes, el seductor cuerpo del sacerdote que lo llamaba con lujuria, y esos enfermizos pensamientos que habían rondado por su cabeza segundos atrás.


Mientras se bañaba absorto en quién sabe qué, Sanji entró sigilosamente en la habitación y dejó una bandeja con el desayuno. El pelirrojo se percató de su presencia a pesar de que un biombo lo tapaba casi en su totalidad. Iba a gritarle algún improperio sobre la intimidad y la privacidad de las personas, pero prefirió no hacerlo al verle la cara. El rubio, con unas ojeras impropias en él, caminaba arrastrando los pies como un vagabundo. Su cabello, completamente revuelto, le tapaba más la cara que de costumbre. Sus azules ojos, tan brillantes y sobrecogedores como el mar, habían perdido su fuerza por completo. Y el canuto de marihuana apenas pendía de mala gana sobre el labio inferior del cocinero. Verle en ese estado le revolvía el alma a cualquiera. A cualquiera que tuviese alma, por supuesto. Porque Eustass Kid no la tenía, aunque podía comportarse como una persona corriente alguna vez y no ser ese pirata sanguinario que dominaba los océanos. Lo dejó marchar con su aura de desolación, y se preguntó si los dioses le habían maldecido a él también. Si así era como lucía un hombre maldito, desde luego que no quería ser uno.


Limpio y aseado, Kid se vistió y se dispuso a desayunar. No había relojes por ninguna parte, pero mirando el sol intuyó que serían sobre las 11 de la mañana. Hasta depresivo, ese cocinero preparaba los mejores platos que había probado en la vida. También era cierto que tenía un hambre de mil demonios y era capaz de comerse un jabalí si se lo ponían en las narices. El rubio había dispuesto para desayunar un zumo de naranja natural, un café, unas tortitas con mermelada de arándanos, y unos huevos revueltos con beicon y queso fundido.


Mientras se llevaba el último trozo de tortita, bien untado en mermelada, Killer apareció por la puerta. Se quedó de piedra al ver a su capitán despierto, sano y salvo, engullendo (que no comiendo) como un salvaje casi sin respirar. Sin pensar en las consecuencias (y en que ellos nunca hacían eso), el rubio se tiró a los brazos del pelirrojo.


-¡Capitán!-gritó emocionado Killer, ahogando levemente al susodicho, que aún tenía el trozo de tortita bajando por la garganta-. ¡Ya creía que no despertarías en la vida!


-¡Joder, Killer, que me ahogas!-tosió Kid, y de un suave empujón apartó a su subordinado.


-Perdona, Kid-rió despreocupado el rubio. Estaba un poco incómodo por haberse dejado llevar por sus sentimientos, nunca había abrazado a su capitán a pesar de la amistad que les unía.


-No tiene importancia-sonrió el pirata, y golpeó ligeramente el hombro de Killer con el puño en señal de afecto-. Ya sabes que mala hierba nunca muere-y ambos se rieron a la par.


-Veo que te encuentras recuperado del todo, capitán.


-Así es. No sé cuánto tiempo habré dormido, pero estoy como nuevo-y un silencio llenó la sala. Killer no se atrevía a preguntar por ese tema, y Kid parecía no querer hablar de ello. No era un tema de conversación agradable. Inspirando todo el aire que sus pulmones pudieron albergar, el pelirrojo se atrevió a cortar el hielo-. ¿Has podido comprobar si el castigo se ha cumplido?


El rubio enmudeció. Su capitán, siempre tan directo. Killer no sabía por dónde empezar. ¿Cómo le iba a decir que había desaparecido de la faz de la tierra? Ni siquiera su tripulación, su fiel tripulación, le recordaba. Es más, él le había suplantado. Deseaba que la tierra se lo tragase allí mismo y no dejase ni el casco. Empezó a sentir rayadas en el estómago de los nervios, y también a sudar. Pero tenía que afrontar la realidad, y cuanto antes, mejor.


-La m-mañana siguiente a q-que te desmayaras…-comenzó el rubio con un deje tembloroso en la voz. A pesar de llevar el casco, sentía que su capitán adivinaba todas sus expresiones faciales. Le estaba mirando con esos ojos inquisitoriales, esos orbes ambarinos que brillaban con una luz especial, dándoles un aspecto similar al metal fundido y ardiendo de las forjas-. E-esa mañana… f-fui al barco… y…


-¿Y?-preguntó Kid impaciente. No le gustaba que le hicieran esperar.


-Y-y…-Killer tragó saliva, esto que iba a decir no era fácil-, se habían olvidado de ti. Ni siquiera Heat o Wire se acordaban.


Kid enmudeció. Su rostro estaba serio, sus brillantes pupilas se clavaban en los ojos del rubio aguijoneándole el alma. Su cabello se había erizado y parecía una fulgurante hoguera, como si el pirata tuviese pelo de fuego. Las venas de su cuello se marcaron, al igual que una en su frente. Dejó de mirar a su subordinado y se centró en un punto inexistente de la habitación, posando su vista sobre el horizonte. Cerró sus manos apretándolas en un puño con fuerza. Por su parte, Killer no se atrevía a decir nada. Sabía que su capitán tenía que asimilar todo lo que esas cinco palabras significaban, todo lo que conllevaban. Pero también sabía que, cuando a Kid se le erizaba el cabello y cuando se le marcaban las venas del cuello, algo malo estaba a punto de suceder. Y así era. Como un resorte, Kid se levantó del sofá y, aventando la bandeja de la comida al suelo, gritó lleno de furia:


-¡JODIDA DIOSA DE LOS COJONES!-su rostro estaba desencajado por completo, su pecho se agitaba con rapidez-. ¡Ésta me las pagarás!-y agarrando de dos de sus patas, tiró la mesita de té y la estampó contra la pared, partiéndola por la mitad.


-K-Kid…-intervino el rubio temiendo por su integridad física-. Tranquilízate…


El nombrado le dedicó una aniquiladora mirada como respuesta. Pocas veces Kid le había mirado de esa forma, por no decir casi nunca. Y eso sólo significaba que su capitán estaba fuera de control. Los objetos metálicos comenzaron a volar por el aire, estrellándose contra las cuatro paredes que los recluían. Mientras tanto, el pelirrojo se dedicaba a partir en mil pedazos los caros y elegantes muebles de madera. Había rasgado uno de los sofás y había sacado su relleno de plumas de ave, al igual que había hecho con los cojines, que ahora yacían esparcidos por el suelo llenando la estancia de plumas. El dosel de su cama había sido arrancado con furia y roto en finas tiras de gasa. Los biombos que separaban el cuarto de baño del resto de la habitación estaban tirados en el suelo y perforados por varios objetos metálicos. El espejo del baño estaba roto en mil pedazos por un puñetazo de Kid. Se le habían clavado varios cristales en la mano, y ésta chorreaba sangre, pero parecía importarle poco. Las sábanas de su cama pronto volaron por la ventana. Una de las velas que se encontraban por toda la habitación rodó por el suelo hasta que chocó con una alfombra, y rápidamente se prendió. A Kid pareció no importarle, de hecho, no se había dado ni cuenta. Pero Killer sí. Se levantó de su privilegiado asiento, y como alma que lleva el Diablo, lanzó la alfombra a la bañera para sofocar el fuego.


-¡Ya está bien, Kid!-gritó por fin el rubio-. ¡Cálmate! ¡Así no vas a conseguir nada!


Como si de unas palabras mágicas se trataran, el pelirrojo se paró en seco. Su respiración estaba más que agitada, y sus ojos destilaban un brillo asesino helador. Se giró para ver a su subordinado. El rubio estaba estático al lado de la bañera, y había desplegado sus cuchillas por si acaso. No quería atacar a su capitán, pero lo haría si no tenía otra opción de pararle. Kid escrutó a Killer, lo miró de arriba abajo, y luego posó su vista sobre la destrozada habitación. No había dejado nada con vida. Apretó sus puños con fuerza y emitió un gutural grito, un rugido de león, un sonido de ultratumba.


-¿Sabes cómo me puedo librar del castigo?-preguntó el pelirrojo con una extraña voz mientras se sentaba en el suelo. Parecía que había recobrado la calma. Eustass Kid era un verdadero tornado, una furia descontrolada, pero también se tranquilizaba con rapidez si sabías cómo hacerlo. Killer negó con la cabeza-. Tengo que enamorar a una persona.


El rubio se quedó de piedra. Kid… ¿enamorar a alguien? Eso era una completa locura. Su capitán era de todo menos cariñoso, dulce, amable, sentimental, amoroso, tierno, agradable, bueno, adulador, detallista, perfeccionista… Vamos, esas cosas que gustaban a las mujeres. Una batalla contra 100 barcos de la Marina era más fácil que conseguir que Kid enamorase a alguien. Esa diosa le había puesto un castigo hercúleo, desde luego.


-¿E-Enamorar?-se atrevió a hablar el rubio, pero sus palabras apenas salían de su garganta.


Y Eustass Kid comenzó a reír como nunca antes lo había hecho. Pero no era una risa normal, no era su risa. Su voz sonaba completamente diferente. Era una mezcla entre una risa malévola y de desesperación. Sí, esa era la palabra: desesperación. Parecía la risa de un hombre que sabe que va a morir, un hombre sentenciado a muerte, un hombre sin salvación.


-Tenemos que irnos de aquí-dijo el pelirrojo cuando dejó de reírse. Estaba serio-. No quiero volver a esta isla nunca más. A la mierda su magnífico tesoro, a la mierda sus habitantes y a la mierda ese jodido sacerdote.


-P-Pero…-el rubio no entendía nada de lo que estaba pasando.


-No hay peros que valgan, nos marchamos hoy mismo-sentenció el capitán levantándose y dirigiéndose hacia la salida.


-¡Pero los muchachos no te recuerdan!-saltó Killer-. No dejarán que un desconocido se suba al barco…


-Pero tú sí me recuerdas, así que les podrás explicar quién soy. Se fiarán de ti-explicó Kid, aunque se le notaba que no estaba nada convencido-. Por cierto, ¿quién es el capitán ahora?


-Esto…-Killer dudó en contarle la verdad. A pesar de que Kid estaba calmado, él lo conocía mejor que nadie y sabía que en el fondo estaba destrozado-. Soy… yo.


-Es lógico, después de todo eres mi segundo-sonrió el pelirrojo. Pero a Killer no le pareció una sonrisa sincera, era una sonrisa melancólica, triste. Su capitán había tocado fondo, y a él se le partía el alma. Nunca había visto a Kid sonreír de esa forma. Y eso sólo podía significar una cosa: estaba perdido-. Aprovecha ahora que puedes y marchaos.


-Kid… No me iré sin ti-contestó el rubio muy serio. No iba a abandonar a su capitán, a su mejor amigo. Habían estado toda su vida juntos, desde críos, luchando por sobrevivir primero en aquel orfanato y, cuando fueron más mayores, en las frías calles. Se habían embarcado juntos en una nueva vida como piratas siguiendo un sueño compartido por muchos, pero ambos tenían esa convicción de seguir adelante, de continuar a pesar de las adversidades, que pocos esgrimían como suya propia. Estaban destinados a ser piratas, los mejores. Y por supuesto que se harían con el One Piece, a pesar de lo que hubiese dicho esa diosa. Por toda una vida a su lado, por toda una amistad forjada desde la infancia, por todas las aventuras vividas en el mar… No iba a abandonar a su capitán, no ahora que estaba tan mal, no ahora que necesitaba todo su apoyo para superar este mal trago-. Te ayudaré con esto.


-Killer, esto no tiene solución-ni el propio Kid se reconocía, tan quejumbroso y decaído. No recordaba haber estado así nunca. Pero esta situación le rebasaba. No sabía muy bien por qué, pero desde que había subido a hablar con el sacerdote hasta que había aparecido Killer, su mente había pasado por infinidad de fases, sus pensamientos fluían a velocidad de la luz y se le escapaban de las manos, la situación lo rebasaba con creces. Si no hubiese visto esos malditos ojos grises, ya estaría zarpando con su tripulación en busca de otra isla. Pero esos jodidos ojos le habían cambiado, algo habían revuelto en su interior. Estaba completamente perdido.


-Kid…-intentó levantarle el ánimo su segundo de abordo-, aunque parezca misión imposible, nunca hemos fracasado y siempre hemos superado todos los problemas que nos han surgido. Y este no va a ser una excepción. Me quedaré aquí contigo y conseguiremos salir adelante.


-No sé cómo puedes tener tantas esperanzas…-hasta el propio Kid sabía que nunca enamoraría a nadie. De hecho, desde el principio de su aventura se había hecho a la idea de estar solo toda su vida. “Una mujer en cada puerto”, esa era su máxima a seguir.


-No te subestimes, seguro que puedes enamorar a alguien-dijo Killer, aunque en el fondo no se lo creía ni él. Pero debía animar a su capitán, debía apoyarle en todo lo que le fuera posible.


-Sabes que las mujeres se me acercan para pasar una noche, pero no quieren nada más.


-¿Y por qué tienes que enamorar a una mujer?-preguntó el rubio inocentemente. Haber pasado la noche con ese muchachito le había abierto un mundo nuevo, nunca antes había experimentado tanto placer durante el sexo. Él mismo se había sorprendido de que fuera con un hombre, pero así era. Lo que ese muchachito le hacía sentir no lo había conseguido ninguna mujer en su infinidad de encuentros sexuales esporádicos. Pero claro, no le iba a contar esto a su capitán. Y tal cual iba preguntando, Killer se percataba de lo absurdo de sus palabras, así que intentó arreglarlo como pudo-. Q-Quiero decir, ese sacerdote…


-¿Qué insinúas, Killer?-inquirió Kid con una voz más que terrorífica. No le gustaba cómo estaba girando la conversación, no le gustaba hablar de ese jodido sacerdote.


-Q-Quiero decir…-comenzó el rubio algo tembloroso-. E-Ese sacerdote te mira de una forma un tanto… curiosa.


-¿Curiosa?-los ambarinos ojos de Kid se clavaban en el alma del rubio como dos hierros ardiendo. Pero Kid estaba gratamente sorprendido de que su subordinado se hubiese percatado. Significaba que era buen observador, y eso era esencial en un pirata. Claro que no iba a admitir que él también sentía cómo le miraba el sacerdote, sobre todo después de ese desnudo encontronazo-. No digas gilipolleces, Killer.


-Kid, hazme caso-insistió el rubio-. Cuando atravesamos la puerta del palacio por primera vez, me di cuenta de cómo te miraba. Está interesado en ti.


-¿Y qué más me da?-preguntó Kid fingiendo molestia, pero desde luego que se sentía extrañamente reconfortado-. Es un hombre, y es insufrible.


-La diosa no especificó de qué sexo tenía que ser a quien enamorases, así que no le veo problema alguno por intentarlo-argumentó el rubio-. Además, eso de que sea hombre tampoco es importante…


-¡¿Qué no es importante?!-interpeló el pelirrojo. Claro que era importante, aunque una parte de sí le decía que no lo era en absoluto. Pero esa parte estaba más que silenciada después de los perversos pensamientos que había tenido en la habitación del sacerdote.


-Te digo que no es importante-contestó Killer, dudando en contarle o no a su capitán lo que había pasado esa noche. Pero no tenía otra opción, sólo podría convencerlo si veía que lo que le estaba diciendo era verdad-. Lo sé por experiencia…


-¡¿QUÉ?!-gritó el capitán con la mandíbula desencajada. Se había quedado en shock, en blanco, completamente descolocado. ¿Desde cuándo follaba con hombres? Según recordaba, a Killer le gustaban las mujeres tanto como a él. Era imposible que de la noche a la mañana hubiera cambiado radicalmente de opinión.


-Pasó, y ya está-desde luego que no iba a contarle los detalles de su fogoso encuentro con Penguin-. Yo también me sorprendí, pero ya no tiene vuelta atrás. Sé que es un cambio muy drástico, y no te digo que te lances como un loco a por ese sacerdote. Sólo te pido que, por favor, lo reconsideres. Él siente algo por ti, eso está claro, así que tienes una parte ganada.


-¿C-Crees que ese sacerdote siente algo por mí?-preguntó Kid incrédulo.


-No estoy seguro, pero está claro que le interesas. Y es más fácil enamorar a una persona así que no partiendo de cero-Killer habló claro, pero la expresión de Kid decía que no estaba convencido del todo-. Kid, no creo que ese sacerdote sea desconocedor de las relaciones entre hombres, es más, diría que sabe bastante al respecto. Encuentra el momento preciso y tantea el terreno.


-¡¿Pero de qué coño me estás hablando?!-Kid había comenzado a sonrojarse levemente, y Killer sonrió para sus adentros. Con todo lo temerario que era para unas cosas y lo precavido que era para otras-. ¿Pretendes que le ofrezca mi culo a ese desgraciado? ¡Ni de coña!


-¡Claro que no!-rió el rubio. Sabía que su capitán no lo entendería a la primera-. Sólo te digo que te insinúes, que le guiñes un ojo o le sonrías un poco para asegurarte que está receptivo. Y sobre que le ofrezcas tu culo… creo que él sería quien te lo ofrecería si se diese el caso-y volvió a reír.


-P-Pero follar con un hombre…-dijo el pelirrojo aún sonrojado-. Tiene que ser muy diferente…


-Claro que lo es, pero a fin de cuentas todo se reduce a follar-comentó Killer tan tranquilo-. De hecho, es más sencillo porque sabes que lo que le gusta al otro es lo que te gusta a ti.


Kid lo miró entre intrigado y poco convencido. En verdad que le había picado el gusanillo de la curiosidad y una parte de él quería probar cómo sería hacerlo con un hombre. Y más si era con ese estúpido sacerdote. Estúpido y sensual Trafalgar Law. Al final todo le llevaba a él. ¿Era una señal para que se dejase llevar por sus instintos y cediese ante sus provocaciones? Pero por otra parte, el tema era tan desconocido para él que no sabía ni por dónde empezar. Tenía que insinuarse… ¿y cómo cojones iba a hacer eso? Aunque pensándolo bien, si Killer había sido capaz de seducir a un hombre, ¿por qué no iba a poder él también? Su amigo era tan descerebrado como él… ¿por qué no intentarlo?


Todos estos pensamientos se vieron empañados por la repentina aparición de Trafalgar. Como si de un ente etéreo se tratara, entró en la habitación con su toga semitransparente y observó con mala cara todo el desastre causado minutos antes.


-Veo que no sabes agradecer a quienes te prestan hospedaje, Eustass-ya-dijo el moreno bastante serio. No le hacía ni pizca de gracia tener que cerrar una habitación hasta que estuviera reparada por completo-. Si yo estuviera en tu piel, me centraría en encontrar rápidamente a alguien a quien encandilar. La diosa no se anda con tonterías.


Killer carraspeó y susurró un casi imperceptible “Ahora” a su capitán, que se había quedado mudo. Aún estaba levemente sonrojado, y ver a Trafalgar de esa guisa no ayudaba en absoluto. Pero se armó de valor, y haciendo caso a su segundo, contestó:


-No hay que preocuparse por ello-dijo Kid con voz neutral-, ya he encontrado a alguien con quien jugar-y una sonrisa más que malévola surcó su rostro. Trafalgar sintió un leve escalofrío, ese hombre era peligroso, de eso no había duda. Pero eso no hacía más que acrecentar su deseo por él.


Kid paseó su lengua por su labio superior, relamiéndose mientras miraba intensamente al moreno. Y Law sintió como su corazón le taladraba el cerebro y no dejaba que llegase aire a sus pulmones. Una oleada de calor le recorrió todo el cuerpo, y sus mejillas se sonrojaron parcialmente. No sabía cómo reaccionar, no sabía qué hacer. Ver al pelirrojo hacer ese movimiento tan sensual le había nublado la mente en su totalidad. Sin acertar a decir palabra, Trafalgar salió de la habitación a paso ligero.


El sacerdote se dirigió como alma que llevaba el Diablo a su habitación, y una vez allí, se tumbó en la cama enterrando su cara bajo los cojines. ¿Qué acababa de pasar? Era imposible que aquel pirata, su hombre, le hubiese dedicado gratuitamente ese gesto. No sabía si estaba pensando en él cuando dijo esas fatídicas palabras, pero desde luego que lo estaba mirando. ¡Y de qué manera! Esos ambarinos ojos brillaban intensamente, como una fiera a punto de lanzarse sobre su asustada presa. Una presa morena y de ojos grises.


Law respiró hondo e intentó calmarse. Esto no funcionaba así. No podía derretirse a cada movimiento que hacía el pelirrojo. Él era quien iba a jugar, él era el cazador y no la presa. Sí, él era un cazador. Jugaría hasta cansarse con aquel dios pelirrojo y luego lo desecharía de su vida, como hacía con todos los hombres. Reconocía que ese hombre lo turbaba más de lo normal, pero era por ser la novedad, por ser un peligroso pirata venido desde muy lejos. Nunca había visto a un hombre de esa categoría, nunca había visto a un hombre con esas características. Su obsesión venía por su abrumadora presencia, por su fuerte carácter, por ser un hombre tan diferente al resto de los que había conocido.


Y si ese hombre quería jugar, así sería. No se iba a dejar manipular por un pirata del tres al cuarto, no. Él era Trafalgar Law, Sumo Sacerdote de Nínive, el máximo representante de los dioses en la tierra. No era ningún chiquillo, no era un alma inocente. Exprimiría la mente de aquel demonio pelirrojo hasta volverlo loco, hasta conseguir que suplicase por él, que bebiese los vientos por él, que lo desease más que nada en esta vida. Y cuando hubiese logrado todo esto, lo condenaría al Inframundo para que sufriese eternamente por atreverse siquiera a desafiarle. Sí, eso es lo que haría.


“Eustass-ya, vas a saber lo que es jugar con fuego”.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Como os he avisado, apenas se avanza en la historia. Pero era necesario explicar la evolución de los personajes en el sentido de saber qué planes tienen a corto plazo.

Parece que Kid al fin se ha decidido a aceptar el castigo y quiere liberarse... pero no sabe cómo xDDD. Menos mal que papi Killer estaba ahí para explicarle que los hombres entre sí también pueden hacer cosas malas o///o xDDDD. Me teníais que ver riéndome yo sola mientras escribía esa parte (Lukkah bicho raro ¬¬).

A Kid le pica la curiosidad, y es que Law es un caramelito muy apetecible *¬* ¿Pero quién se saldrá con la suya? ¿Conseguirá Kid enamorar a Trafalgar? ¿O será Trafalgar quien encandile al pelirrojo? Las respuestas a todas vuestras preguntas y más se desvelarán en los próximos capítulos, así que estad atentas! (Toma promo que me he cascado).

Muchas gracias por leer, y ya sabéis, cualquier cosa que queráis comentarme, me dejáis un review y os contesto gustosa. Besotes guapísimas! <3<3<3


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