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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones!

YA ESTOY AQUÍ, PERDÓN POR LA TARDANZA! U.U

Pero os informo de que ya he acabado los exámenes (con erótico resultado o///o) (esto... no ¬¬) y este mes de julio seré libre para poder escribir (y espero acabar) el fic.

Siento muchísimo el retraso, pero no he tenido tiempo de escribir, primero por asuntos personales, y segundo porque estamos de obras en casa, y con una taladradora desde las 8 de la mañana a las 8 de la tarde no me puedo concentrar.

Mañana a las 8 de la mañana (valga la redundancia) estaré rumbo al norte de mi país (País Vasco, más concretamente) para tomarme unas merecidas vacaciones (por los estudios, no por el fic xDDD), así que empezaré a escribir de nuevo el lunes. Por eso quería subir este capítulo antes de irme.

Espero que os guste, a disfrutarlo con salud! :3

Law se frotó los ojos mientras se revolvía entre sus delicadas sábanas. Aún era temprano, la brisa que mecía sus cabellos estaba fresca. Arrinconado en el lado izquierdo de la cama, Trafalgar giró y se enredó entre las sábanas como si fuese un rollito de carne. Por las mañanas solía estar de buen humor. Pero ese buen humor se le agrió de golpe cuando sus ojos descubrieron que no estaba solo en su alcoba. Un enorme pelirrojo dormía plácidamente estirado cuan largo era en mitad de la cama, moviéndose y gruñendo cuando su mente le jugaba una mala pasada en sueños. Y entonces, el moreno lo recordó todo.


-Flashback de Trafalgar-


Tras una sesión de sexo desenfrenado en la que sus protagonistas habían perdido la cuenta del número de polvos que llevaban, Trafalgar Law se dejó caer rendido sobre el suave colchón de algodón y lana de oveja. Ya no podía más, su cuerpo y su cerebro le pedían descansar, parar de una buena vez. El moreno estaba lleno de semen que se escurría por su pecho, por sus abdominales, pero sobre todo por sus piernas porque de su entrada no dejaba de salir líquido.


Y a su lado, el causante de su situación, un demonio pelirrojo que luchaba por recobrar el aliento. Law se giró para verle, para observar su agitada respiración, el vaivén calculado de su pecho, el sudor discurriendo por su frente… era un espectáculo digno de conservar en su memoria para siempre. Kid se percató de que estaba siendo observado, y se giró para encarar a ese sacerdote del demonio.


-¿Qué estas mirando? ¿Quieres más o qué?-preguntó con una sonrisa de oreja a oreja. Sabía que ese sacerdote había tenido la mejor noche de su vida. Lo sabía. ¿Y cómo era eso posible? Fácil, porque la había pasado con Eustass Capitán Kid. Law se quedó callado procesando las palabras del pelirrojo mientras lo miraba atento, un poco aletargado.


Los ambarinos ojos de Kid escrutaban cada facción del moreno, cada gesto y movimiento que hacía, pero sobre todo, esos preciosos orbes grises vidriosos todavía por el placer que no apartaban sus pupilas de las suyas. El pirata giró la cara bruscamente para ocultar su sonrojo y se levantó para irse a su habitación. Pero antes de poder despedirse, sintió una fina mano que le agarraba de su muñeca y le impedía marcharse.


El pirata miró por encima de sus hombros a Trafalgar, que ahora estaba sentado en la cama envuelto entre las lujosas sábanas de seda con un gesto en la cara que Kid no supo descifrar.


-P-Por favor, Eustass-ya-susurró el moreno sin apartar sus ojos de él-. Q-Quédate a dormir…


El nombrado tragó saliva porque se le había secado la garganta. Esa sinuosa voz del sacerdote, esa mirada suplicante de cariño, ese cuerpo demandante de calor humano… Mierda, no podía negarse a alguien así. No podía decir que no a Trafalgar Law. Y eso le fastidiaba sobremanera, porque llevaba toda la noche sometiéndole a su gusto y ahora que había saciado su sed (por esa noche), Trafalgar tenía que abrir la puta bocaza y desmoronar todo su plan con cuatro palabras mal dichas. Pero no le quedaba otra opción, no sabía decirle que no.


A regañadientes y sin mirarle directamente a los ojos, Kid volvió a tumbarse en la cama. El moreno, en cuanto su hombre se acomodó en su cama, se abalanzó sobre él apoyando su cabeza en el fornido pecho del pirata y rodeando su cintura con sus tatuados brazos. El pelirrojo se molestó levemente por esa intromisión de su espacio vital, pero se resignó al instante y pasó uno de sus brazos por la espalda del mayor acercándolo más hacia sí.


-Ni siquiera te has lavado…-gruñó el pirata, notaba como el semen de su compañero (que en realidad era suyo) le estaba manchando. La verdad es que no le importaba, pero intentaba quitar un poco de “romanticismo” a la escena-. Me estoy pegando.


-No importa-sonrió el sacerdote ronroneando como un gato mimoso en el pecho del pelirrojo-. Es todo de Eustass-ya…


Kid sintió como su sangre se congelaba al ver esa sonrisa. Trafalgar acababa de sonreírle tiernamente, cariñosamente, dulcemente, como un perrito que recibía caricias detrás de las orejas, como un niño que dormía por primera vez con un peluche nuevo. Nunca antes le había sonreído de esa forma tan sincera y sin tapujos, descubriendo una faceta suya poco conocida, pues siempre era frío y calculador, serio salvo por esas ladinas sonrisas tan características. El corazón del pirata aumentó el ritmo de los latidos, pero su dueño pronto lo tranquilizó, principalmente porque Trafalgar escuchaba perfectamente sus pulsaciones y no le hacía ni puta gracia que se enterara.


Aunque el moreno parecía que ya había caído en brazos de Morfeo, pues su respiración y el agarre de sus brazos se habían relajado. Kid inspiró y a su nariz llegó el olor del cabello del tatuado: jalea real. El pelirrojo hundió su nariz en el moreno cabello desordenado y volvió a respirar ese agradable y dulce aroma, y sin ser muy consciente de ello, le dio un leve beso. Se acomodó por última vez dispuesto a dormir después de una agitada noche de pasión, ejerciendo algo de presión en su brazo y acurrucando más al moreno entre su pecho, pues no iba a soltarlo. No quería soltarlo, era su magnético tesoro.


Pero el moreno aún seguía despierto impregnándose de ese calor natural que desprendía el hercúleo cuerpo del pirata, un calor que no quería perder por nada del mundo.


-Fin flashback de Trafalgar-


Law se volvió a frotar los ojos y se revolvió el pelo algo nervioso. ¿Qué le había pasado anoche? Había perdido el control completamente, se había dejado arrastrar por sus pasiones internas para sucumbir ante ese dichoso pelirrojo que ahora descansaba en su cama tranquilamente. ¿Cómo podía haber sucedido? ¿Cómo podía haber perdido el control de la situación? Si él era quien preparaba cada movimiento, quien calculaba milimétricamente la estrategia a seguir, quien permanecía impasible ante cualquier imprevisto… El moreno acarició su nuca para quitarse unas inusuales gotas de sudor frío, parecía que no había sido capaz de dominar ese enorme imprevisto pelirrojo.


Completamente molesto consigo mismo por la falta de seriedad y frialdad, Law se levantó de la cama sigilosamente para no despertar a su amante, no quería ver esa sonrisa de satisfacción y superioridad en su cara. No quería rememorar su penosa actuación completamente sometido ante aquel demoníaco pirata. Con un paño húmedo se limpió por encima los restos de semen y, agarrando su túnica favorita, salió de la habitación como si tuviese alas en los tobillos.


Estaba cansado por la falta de sueño, apenas había dormido cuatro o cinco horas, pero tenía que escapar de allí. Su cabeza no paraba de recordarle una y otra vez lascivas imágenes de su encuentro con el pelirrojo, haciendo que se desesperase más y más. Necesitaba volver a controlar la situación, encaminar su plan hacia el camino correcto, mandar de nuevo sobre Eustass Kid. Ese maldito pirata, su sola presencia le turbaba, le ponía alerta. Trafalgar necesitaba calmarse, dejar su mente en blanco y comenzar de nuevo.


Ligero como una pluma, el moreno descendió por las escaleras hasta el pasillo principal de la planta calle, y accionó una palanca oculta en una tesela, haciendo que un mosaico se recolocase mediante un mecanismo oculto y apareciese una puerta ante sus grisáceos ojos. Atravesó el marco de la puerta y ésta desapareció tras de sí. El sacerdote apareció en un minúsculo cuarto alumbrado por la luz de una lucerna con forma de lámpara mágica en un pequeño agujero que había en la pared, la agarró, y descendió las escaleras de piedra toscamente talladas.


El palacio tenía una amplia red de túneles secretos subterráneos que lo conectaban con las diferentes puertas de la ciudad y algunos edificios singulares. Sólo aquellos que servían a la Diosa conocían tales pasadizos, muy útiles para escapar de un asedio o, simplemente, para viajar por la ciudad sin ser visto. Trafalgar se dirigió a la Puerta Norte, y cuando llegó a su destino, subió las escaleras que le devolvían a la superficie y apareció en una de las torres de la muralla que cercaban la puerta. Cuando un grupo de soldados lo vio, se arrodillaron hincando una rodilla en el suelo y agacharon la cabeza como saludo sin decir una palabra. Se veía en su cara que Law no estaba teniendo un buen día, y cuando el sacerdote estaba de mal humor, era mejor no molestarle en nada. Serio y completamente mudo, Trafalgar salió de la torre y a paso ligero se encaminó entre la selva agarrando los bajos de su toga para que no se enredasen con cualquier rama.


El tatuado caminaba sin fijarse en su alrededor, el paisaje se lo conocía de memoria. Law conseguía fusionarse con la exuberante naturaleza convirtiéndose en un ser más de ese majestuoso paraíso tropical: parecía que las ramas le abrían el paso para que caminase sin ninguna dificultad, que los mosquitos eran repelidos por una invisible capa… parecía que la Madre Naturaleza se sometía con gusto ante aquel moreno hombre de ojos grises. Hasta una anaconda que colgaba de una rama pareció hacerle una reverencia con la cabeza al sacerdote cuando éste pasó por debajo del árbol. Pronto llegó a su destino: las imponentes cascadas de agua fresca y cristalina. Si había un sitio para desconectar, era ese. Al ser propiedad exclusiva del Sumo Sacerdote, nadie podría importunarle con preocupaciones banales y lamentaciones.


Trafalgar dejó caer su toga al arenoso suelo y escaló por la roca para tirarse de cabeza a la zona más profunda del lago. Le encantaba esa sensación, sentir de un golpe el frío contacto con el agua y dejar que sus pensamientos fluyesen con el líquido elemento, perderse en esa inmensidad azul y abandonar sus preocupaciones, cerrar los ojos y bucear hasta alcanzar esa paz interior y tranquilidad que todo ser humano necesita para vivir. Además, como era un usuario de Fruta del Diablo, el poder hacer algo que le estaba impedido por fuerza le hacía sentir muy poderoso, casi como un dios. Law nadaba y buceaba con extraordinaria agilidad, sumergiéndose y saliendo a la superficie como si fuese un pez, como si llevase toda la vida viviendo bajo el agua.


Allí solo, perdido en el corazón de aquel paraíso vegetal, se creía el dueño del mundo. Ese misterioso mundo que se escapaba de sus finos y tostados dedos, ese misterioso mundo que quizá nunca llegase a conocer, ese misterioso mundo que no encajaba con Babilonia y el archipiélago de islas cercanas. ¿O era Babilonia la que no encajaba con el mundo? Para Law, Babilonia era el mundo. No había nada más allá de sus costas, no había más vida más allá de sus selvas, no había más humanos más allá de su gente. Claro que le encantaría conocer el mundo exterior, perderse por la infinidad desconocida que había tras la frontera de la isla. Pero si lo hacía, ¿sería capaz de sobrevivir? En Babilonia estaba bajo la protección de los dioses, pero si se embarcaba hacia lo desconocido le abandonarían a su suerte, y eso era algo por lo que Law no quería volver a pasar.


Law había sido criado por una familia que no era la suya hasta que unas fiebres acabaron con todos sus “seres queridos” y le dejaron completamente solo a la escasa edad de seis años. Diez años estuvo vagando por la ciudad, robando y atracando como un vulgar ladrón de pacotilla para poder comer, hasta que un guardia le descubrió intentando colarse en el templo por un pequeño recoveco de la pared. Fue llevado ante el Sumo Sacerdote, pero en vez de recibir un castigo digno de tal atrocidad, la Diosa se manifestó y el pequeño entró a trabajar para ella. Gracias a los dioses había llegado hasta donde estaba, en la cúspide de la pirámide social de Babilonia, rodeado de todo tipo de lujos y placeres. Sus deseos eran órdenes para sus súbditos, podía conseguir cualquier cosa con solo lanzar unas penetrantes miradas. Si vivía como un marajá, ¿para qué iba a renunciar a ello? ¿Para qué iba a cambiarlo por lo desconocido, por la incertidumbre? Trafalgar prefería seguir siendo un pez gordo dentro de una pecera que un pececillo libre en el océano.


Pero todo eso había cambiado ahora que había conocido a Eustass Kid. El moreno tenía más dudas que nunca, no sabía cómo reaccionar, no sabía qué hacer para enredar a ese pirata bajo su telaraña, encerrarlo por siempre en ese palacio y que no escapase jamás. Lo quería para sí, era suyo exclusivamente. Nadie podía disfrutar de su compañía, nadie podía mirarle con segundas intenciones, nadie podía acercarse a él… nadie podía salvo Trafalgar Law. De golpe, el mundo de Law se había visto agitado por una maraña de cabellos pelirrojos, y ahora el moreno estaba confundido, aturdido. Había desechado sus convicciones, había trastocado sus prioridades y ahora Trafalgar no sabía qué era lo más importante en su vida. Mantener el favor de los dioses era algo primordial, pero verse protegido por esos musculosos brazos de pirata y arrastrado por esos ambarinos ojos al mundo del placer se estaba convirtiendo en una adicción. No podía sacárselo de la cabeza, estaba copando por completo sus pensamientos día y noche. Y eso no era bueno, porque era él quien debía caer en sus redes y no al revés. Y con lo sucedido en la pasada noche, parecía que Trafalgar estaba rindiéndose a los pies del pelirrojo sin oponer resistencia.


El moreno nadó hasta la orilla y reposó su cuerpo sobre la cálida arena dejando que ésta se pegase por todo su ser, rebozándose en ella. Le gustaba estar limpio, pero luego volvería a bañarse y la arena se iría por completo. Se llevó sus manos a la cabeza intentando no pensar en nada, o más concretamente, en nadie. Maldito Eustass Kid.


Un rugido ensordecedor rompió el silencio sacando de sus ensoñaciones al sacerdote. Abrió los ojos y comprobó como un enorme tigre se acercaba a él a paso ligero. Se incorporó sentándose sobre sus rodillas para recibir el fuerte abrazo del felino. Era Bepo, su mascota y ser más querido. Lo había encontrado en ese mismo lago cuando apenas era un cachorro de unos tres meses cojeando porque tenía una punza clavada en la pata. Al no estar su madre cerca, Trafalgar se acercó con cuidado calmándole y susurrándole en sumerio algo parecido a un hechizo adormecedor, con notable éxito. Le sacó la punza y le vendó la herida con los bajos de su toga. Desde entonces, ambos se encontraban de vez en cuando en el lago y se bañaban y jugaban juntos. Y Trafalgar había llegado a encariñarse mucho de aquella fiera.


El tigre lamió su rostro en señal de saludo, restregando su fino y suave pelaje por todo el cuerpo de Law, quien le acariciaba y reía por las cosquillas que le producía su áspera lengua. Bepo tumbó de nuevo a Law al echarle encima todo su peso para poder hacerle cosquillas lamiéndole y mordiendo suavemente sus costados y su estómago. Era un felino más grande de lo normal, estaba muy bien alimentado porque, aparte de cazar en la selva, Law le traía comida del palacio. Además, su pelaje brillaba con fuerza porque el moreno lo peinaba con un cepillo de vez en cuando, y también limaba sus uñas. Pero lo que de verdad demostraba que aquel “gatito” era su mascota era el collar que le colgaba del cuello, una gruesa cadena de plata con una chapa en la que se podía leer su nombre inscrito. Sin duda alguna, era alguien muy importante para Law, era a quien más quería en esa isla.


El tigre se revolcó por la arena contento de encontrar a su amo, y para limpiarse, corrió hacia el agua zambulléndose en el lago. El moreno no dudó y volvió a meterse en el agua para nadar con su mascota, pues también podía bucear (levemente) y se divertían juntos intentando agarrar las algas que había en el fondo del lago. Sin duda, Bepo era la mejor distracción para no pensar en el pelirrojo.


Un pelirrojo que amanecía lentamente, como un coloso de roca. Se estiró cuan largo era todavía tumbado en la cómoda cama y envuelto parcialmente con las sábanas del moreno. Kid buscó con su mano al sacerdote, pero estaba solo en el lecho. Se decidió entonces a abrir los ojos, con cuidado para que los potentes rayos de sol no le dejasen ciego. ¿Dónde coño se había metido ese estúpido sacerdote? Después de la noche que tuvieron… Estaba dispuesto a darle un poco más de su pelirroja medicina cura-lo-todo, pero Trafalgar no estaba para “curarse”. Ahora era el momento de darse mimos y cariñitos, esas cosas que hacían las parejas acarameladas que no se separaban ni para ir al baño, pero Trafalgar no estaba presente. Y eso molestaba a Kid, porque, después de todo, era como si le hubiesen usado. Después de pasar una noche irrepetible, el pirata esperaba despertar junto a su nuevo amante, quien específicamente le había suplicado que se quedase a dormir, pero estaba más solo que la una. ¿Qué diferencia había entre los hombres que pasan la noche con una prostituta y su situación? No había cobrado nada, pero se había despertado igual de abandonado. Y por una vez en su vida, Kid deseaba despertarse con alguien en la cama.


Furioso, agarró una de las sábanas y la aventó al suelo, pero el movimiento hizo que el aroma del moreno inundase la estancia, pues estaba impregnado en la cama. El pelirrojo se quedó paralizando oliendo tan extraño aroma, ni siquiera podría describirlo a pesar de haberlo olido ya varias veces. Era dulce y suave, pero a la vez potente y pasional, frío y cálido, hielo y fuego. Sin duda, era Trafalgar Law hecho perfume. Kid se dio media vuelta y hundió su afilada nariz en la almohada embriagándose de tal perfume. La primera vez que lo había olido, le había parecido completamente desagradable, pero ahora había quedado prendado por completo de tal característico olor. No tenía nada que hacer en todo el día, así que quedarse en la cama impregnado por el perfume de Trafalgar era una opción más que factible. Por lo menos, si cerraba los ojos, era como si el moreno estuviese también allí.


Un piso más abajo, Killer se encaminaba hacia la calle para llevar a cabo su nueva misión: descubrir qué hacía Penguin durante el día. Ya desayunado, vestido, aseado e impoluto, el rubio salió del palacio para perderse por la inmensa ciudad. Intentaba pasar desapercibido entre la marabunta de gente, pero le resultaba realmente complicado por su característico casco blanquiazul. Por el casco y porque, al llevar la chilaba sin una manga, se veía una de sus cuchillas, y eso era algo realmente extraordinario. Los habitantes de Nínive aborrecían la violencia, pero convivían constantemente con ella. Estaban acostumbrados a ver muertos por las calles, a ver cadáveres descomponiéndose mientras los cuervos los devoraban, a ver castigos públicos consistentes en mutilaciones y daño físico… Las clases bajas podían verse involucradas en algún proceso fuera de la ley, pero la mayoría de irregularidades las cometían los wardu. Y si eran los mushkennu quienes las realizaban, culpaban a los wardu.  Y claro, ellos eran esclavos y la mayoría de los habitantes no los consideraban personas, sino animales de trabajo como vacas o cerdos. Así que no importaba que muriesen, siempre habría de repuesto.


Rápidamente llegó al arrabal, pero el barrio estaba desierto. No había ni un alma por las calles. Las casas estaban cerradas a cal y canto como si estuviesen deshabitadas. Esa extraña situación puso alerta a Killer, quien aceleró el paso para llegar a casa de su pequeño pastorcillo. Pero su chabola también estaba cerrada completamente. El pirata llamó varias veces a la puerta, pero nadie contestó. Con imágenes horripilantes de Penguin muerto en el suelo rondándole la cabeza sin parar, Killer pateó la puerta hasta que cedió y entró.


La casa estaba a oscuras casi en su totalidad, pero por las minúsculas ventanas entraban los rayos de sol que iluminaban parcialmente las estancias. El rubio apareció en una habitación bastante pequeña que parecía ser el salón. Una mesa de madera y un par de sillas carcomidas decoraban la estancia junto a destrozadas alfombras de lana colgadas por las paredes. Las paredes también tenían pequeños huecos donde colocar velas para alumbrar. La cocina, mucho más reducida que el salón, estaba separada de éste por un muro de adobe que le llegaba a Killer por la cadera. En ella había un horno de barro abovedado sobre un pedestal de ladrillos también de barro, otra mesa de madera que hacía las veces de encimera, y baldas también de madera donde reposaba la vajilla de cerámica. Debajo de estas baldas había cestos de mimbre donde se conservaban los alimentos. En una esquina había una pared de madera tras la cual estaba la cuadra donde se recogían las vacas. Al otro lado del salón estaba el dormitorio, en el que apenas cabía un lecho de paja con mantas (literalmente, no había cama) y una cómoda de madera bastante vieja. Olía bastante fuerte, pues no tenía ventanas para ventilar. La habitación más pequeña de todas era el baño (o eso dedujo Killer), en la que sólo había un balde con restos de agua y un perchero de madera para sostener las toallas.


Killer tuvo que quitarse el casco para poder respirar mejor, el ambiente dentro de esa chabola estaba realmente cargado. Además, el olor a vaca era insoportable. ¿En esas condiciones tenía que vivir su pequeño tesoro? ¡Si él apenas podía aguantar cinco minutos ahí dentro! Con una vivienda tan deprimente, era normal que Penguin no le hubiese permitido pasar ni una vez, ahora comenzaban a encajar las cosas. Pero la casa estaba completamente vacía, no había rastro de Penguin ni de su hermano, aquel muchacho muy parecido al pastorcillo que vio la primera vez que vino a buscarle. Utilizando su instinto analítico, el rubio dedujo que su pequeño había salido a pasear con las vacas, como estaba haciendo la primera vez que se juntaron en aquella plaza.


¡Eso es! A Killer se le iluminó el rostro de repente: tal vez su pequeño podía estar en la plaza. Se colocó de nuevo el casco y, arreglando la puerta con una extraordinaria maña, el pirata salió corriendo rumbo a los barrios altos en busca de Penguin.


El astro rey brillaba con fuerza en el despejado cielo. Killer suspiró de nuevo mientras perdía otro litro de agua corporal sudando. Debía ser mediodía, y todavía no había encontrado a su hombre. El rubio comenzaba a desesperarse, se había recorrido de cabo a rabo toda la maldita ciudad y no había rastro de Penguin por ningún lado. Un característico olor a carne aderezada con especias comenzó a invadir las fosas nasales del pirata, pues había decidido tomar un respiro y sentarse en el borde de una fuente para reponer el agua perdida y descansar un rato. Sus tripas rugieron con ganas, con las prisas sólo había desayunado un zumo.


El delicioso aroma provenía de un restaurante de la plaza, donde en la puerta, el cocinero estaba asando a la parrilla unos enormes filetes de ternera, lomo de cerdo y varias aves enteras. Killer se relamió los labios mientras salivaba como un poseso, esa carne se veía más que apetecible. Rebuscó entre su chilaba y se percató de que no había cogido la bolsa de dinero que siempre llevaba encima, pues desde que habían sido acogidos en palacio no había gastado una mísera moneda, aunque eso no era realmente un problema, a fin de cuentas era un pirata y los piratas eran los más famosos ladrones que había en el mundo. Hambriento como el perro de un ciego, el rubio entró en aquel local, se sentó en una mesa y, dando un puñetazo sobre ésta, llamó al camarero, quien acudió enseguida asustado. Killer le indicó por señas y algún que otro insulto que quería carne, y el camarero, al no saber muy bien qué le estaba pidiendo, le trajo un plato con un revuelto variado de ave, cerdo y ternera recién sacada de la parrilla y varias verduritas asadas para acompañar, así como una jarra de cerveza.


Killer se puso redondo a comer y a beber, pues la cerveza era de trigo en vez de cebada y estaba realmente buena. Cuando hubo acabado, salió del restaurante sin pagar, aunque tampoco había nadie para impedirle que se fuera. Se arrancó la única manga que le quedaba a su chilaba y robó dos patos de la parrilla, los cuales envolvió y se los colgó al hombro. En ese mismo instante, unos guardias patrullaban por la plaza, pero Killer le lanzó una asesina mirada al dueño del local, quien no pudo verla por culpa del casco pero sí sentirla, una mirada que firmaba su sentencia de muerte si se le ocurría decir una palabra a los soldados.


El pirata se encaminó con su presente hacia la casa de Penguin de nuevo para comprobar por última vez si estaba allí. Si antes las calles estaban desiertas, ahora sí que no había un alma. Ni una leve brisa rompía el paisaje monótono que Killer tenía ante sus ojos cada vez que cruzaba la esquina y se adentraba en una calle nueva. Cuando llegó a la chabola, comprobó que la puerta había sido removida y un rayo de esperanza surcó su mente. Aunque también podían haber sido ladrones… Killer estaba dispuesto a llamar, pero prefirió entrar directamente para encarar a cualquiera que estuviese dentro. Con una potente patada derrumbó la puerta, para susto de los inquilinos que estaban en el comedor recogiendo la mesa porque habían terminado de comer. Ambos hermanos soltaron un grito agudo cuando la puerta cayó al suelo, pero Penguin pronto se calmó al ver quien entraba.


Killer se quedó estático viendo como los hermanos se habían quedado de piedra mientras recogían la mesa, uno de ellos más asustado que el otro. Al parecer sí que estaban en casa después de todo. Se maldijo a sí mismo por ser tan imprudente e intentó colocar la puerta de pie de nuevo, algo que consiguió de malas maneras. Mientras tanto, Penguin se reía por lo bajinis al ver que su hombre estaba pasándolo bastante mal para encajar de nuevo el cerrojo de hierro en la corroída madera. Él tampoco sabía mucho de bricolaje, esas cosas se las dejaba a su hermano Sachi, quien estaba más blanco que la leche completamente petrificado a medio camino entre levantarse y sentarse de la silla con los platos en la mano.


Una vez que el pirata apañó un poco el destrozo, Penguin se lanzó a los brazos de éste feliz por la sorpresa de su inesperada visita. El rubio le respondió gustoso estrechándolo entre sus músculos mientras dejaba caer los patos al suelo. Había pasado toda la mañana buscándolo, desesperado porque no lo encontraba en ningún sitio, pero al fin lo veía. Ahora podía estar tranquilo. El abrazo duró más de lo previsto porque ninguno de los dos quería soltar al otro, Penguin por lo feliz que estaba al verle allí, y Killer por comprobar que estaba sano y salvo. Era una sensación maravillosa, estrecharle entre sus brazos, perderse en su cuerpo, probar su aroma una vez más.


Cuando rompieron el abrazo, Killer agarró la improvisada bolsa y se la dio al pastorcillo algo sonrojado, pero el casco le tapaba cualquier expresión facial, y eso era una ventaja. Penguin miró sorprendido la bolsa y, cuando la abrió, se le iluminaron los ojos. Comenzó a gritar emocionado algo incomprensible para Killer y fue corriendo junto a su hermano, quien había mojado su turbante en agua y se lo había vuelto a colocar en la frente a modo de paño húmedo a ver si así podía reaccionar. Pero cuando Penguin sacó un pato y se lo puso en las narices, comenzó a salivar como un perro hambriento y en segundos devoraron tan apetecible regalo. Era lo más delicioso que habían probado nunca, pues estaban acostumbrados a comer poco y mal. De hecho, acababan de comer un cuenco de gachas de avena nada sabrosas.


Penguin guardó los dos patos restantes en una canasta de mimbre y volvió de la cocina con un vaso de barro lleno de vino para su hombre en señal de agradecimiento. El rubio aceptó el vaso gustoso, pues tenía sed por el calor que hacía en esa casa a pesar de estar casi a oscuras, pero no probó el zumo de uva porque su hermano seguía presente y no quería quitarse el casco. La costumbre. Aunque en realidad no sabía muy bien cómo actuar, seguía quieto en la entrada esperando que Penguin le dijese algo por signos. Había una silla libre, pero por su aspecto, el pirata sabía que estaría más cómodo de pie.


El pastorcillo empezó a hablar con su hermano un poco molesto, y éste le contestó con aspavientos sonrojado y temblando de miedo. El rubio observaba la escena intentando descifrar algo, pero el sumerio era un idioma jodidamente complicado. Sachi al fin se encaminó hacia Killer ayudado por Penguin, quien lo agarraba de los hombros para que no se fuese corriendo, que es lo que quería hacer realmente. Sachi, completamente rojo de vergüenza y temblando de miedo, extendió su mano hacia Killer para saludarlo mientras su hermano sonreía satisfecho. Cuando Sachi creyó conveniente, apartó su mano bruscamente y salió corriendo del salón para encerrarse en el dormitorio. Killer suspiró acostumbrado a que la gente reaccionase de esa forma al conocerle, sabía que era un hombre imponente, mientras que Penguin se reía intentando quitarle hierro al asunto.


El menor cogió una de las alfombras que colgaban de la pared y la extendió en medio del comedor, indicando al pirata que se tumbase en ella. Éste obedeció dejando el vaso de vino en la mesa y acomodándose como buenamente podía en el duro suelo mientras Penguin se encerraba en el dormitorio para salir sin el turbante y sin ese mono blanco, ahora únicamente tapado con una faldita blanca que le llegaba por encima de las rodillas. Rápidamente se acurrucó junto al rubio dándole la espalda y agarrando uno de sus brazos haciendo que éste lo pasase por su cintura para quedar unidos. Con su mano libre, Killer se quitó el casco y la pasó bajo el cuello de Penguin para que hiciera de almohada. Le besó tiernamente y disfrutó del momento, en esa oscuridad cálida y acogedora que los protegía a ambos de cualquier peligro. No necesitaba nada más para ser feliz, con Penguin a su lado era más que suficiente.


Sanji terminaba con los preparativos de la cena antes de la hora prevista para tener tiempo libre para… la cita. Cada vez que la palabra resonaba en su cabeza, su mente se nublaba y no acertaba con lo que estaba haciendo. Había servido la ensalada sin aliñar, había colocado cucharas y no había sopa para cenar… estaba hecho un manojo de nervios. Nami entró en la cocina y le sacó de sus ensoñaciones:


-¿Pero todavía estás aquí, Sanji-kun? ¡No te va a dar tiempo!-y la muchacha le quitó los utensilios que tenía entre las manos-. Venga, vete a bañar que yo termino con esto.


-Puedo hacerlo, Nami-san, no pasa nada-sonrió nervioso el rubio. Prefería tener la cabeza ocupada, sabía que la hora se aproximaba y no estaba preparado en absoluto. Pero la peli-naranja no le hizo caso y lo sacó a rastras de la cocina.


Al ver que no tenía forma alguna de replicar, Sanji se dirigió al servicio común de hombres para bañarse. Se llevó una sorpresa cuando vio que la bañera estaba llena de agua, y en el borde de ésta había varios botes con sales de baño, perfumes y cremas corporales. El rubio sonrió para sus adentros, esta Nami…


El baño le había sentado realmente bien, estaba mucho más relajado. Su fibroso cuerpo (porque Sanji era delgado pero fuerte) desprendía una exótica fragancia a rosas por una crema que Nami le había prestado exclusivamente (y eso era bastante raro, porque Nami era realmente tacaña), además de tener la piel más suave que la seda, y su cabello olía a limón cuando el viento lo movía. El rubio se escrutó desnudo frente al espejo. Siempre se había considerado un caballero, y también alguien apuesto y, por qué no decirlo, guapo. Su rubia melena resaltaba ante la inmensidad de gente morena de la isla, y sus ojos azules como el cielo eran el colofón perfecto. Su ceja de caracol le confería el toque gracioso y distendido, mientras que sus cigarros de hierba le daban un aire misterioso y cautivador.


Cubriéndose con su chilaba azul de siempre, el cocinero se encaminó hacia la habitación comunal de mujeres para vestirse porque Nami, para prevenir cualquier imprevisto (como que Sanji se juntase con Zoro, o que Zoro viese el vestido y malinterpretase todo), había guardado la nueva adquisición en su armario. La habitación estaba vacía, lo que fue un alivio para Sanji porque así se podía cambiar sin tener que dar explicaciones a nadie. Aunque sabía de sobra que, conociendo a Nami como la conocía, todos allí estaban al tanto de su cita.


Cita. Cita. Cita. Ci-ta. C-I-T-A.


Sanji se tiró de los pelos pro volver a pensar en ello, y para mantener su cabeza ocupada, comenzó a vestirse. La verdad era que la peli-naranja se había explayado con el nuevo conjunto, ¡si hasta le había pagado los complementos! El traje constaba de un vestido con un único tirante hasta los tobillos bastante ajustado de un azul crudo. El corte dejaba al aire una de sus clavículas y parte del pectoral. En el otro lado, el vestido se sujetaba con un broche de oro en forma de medallón con un pez grabado. Aunque en realidad, ese vestido iba por dentro, pues encima llevaba una toga color crema semitransparente que se pegaba al vestido azul gracias al broche del hombro y a un cinto de cuero. Esta toga tenía una única manga, la cual salía del broche para acabar en su codo, una manga ancha de murciélago con el borde fruncido con finos hilos de oro. La toga era más escotada que el vestido azul, dejándolo ver, además de que era mucho más volátil y holgada. Acababa en los tobillos con otro bordado de oro. Como la guinda del pastel, Nami le había comprado una pequeña cadena de oro para que vistiese con algo su brazo desnudo.


Cuando hubo terminado de vestirse, con parsimonia para no arrugar el conjunto nuevo, se miró de nuevo al espejo y algo en su interior se sobrecogió. Estaba realmente atractivo. El vestido azul se pegaba a su cuerpo como si fuese una segunda piel, pero la toga semitransparente le confería la ligereza y el vuelo necesarios para no parecer una morcilla embutida. Además, como era semitransparente, su cuerpo se intuía a través de la fina capa de seda pero no quedaba expuesto como si no llevase nada encima. Se colocó de nuevo el cabello correctamente, se pellizcó las mejillas para darles un poco de calor y salió al patio, donde Nami le aguardaba para acompañarle a su destino. Sanji le había insistido en que no hacía falta que viniese, pero la peli-naranja se había salido con la suya. Quería acompañarle para que no tuviese ningún percance por el camino, pero sobre todo para enterarse de quién era su cita. La curiosidad la estaba matando por dentro, no conocía a nadie con el nombre de Portgas D. Ace.


-Sanji-kun, estás estupendo-sonrió la muchacha, aunque en el fondo el mérito era todo suyo, pues ella había elegido el vestido y le había cedido sus perfumes que encandilaban a cualquiera.


-G-Gracias, Nami-san-sonrió el rubio sonrojado hasta las orejas. Ya lo sabía, pero nunca venían mal unos halagos-. Estoy muy n-nervioso…


-No te preocupes, Sanji-kun, con lo guapo que estás lo dejarás anonadado-rió la peli-naranja de forma coqueta mientras agarraba al muchacho por el brazo-. Vamos, hay que hacerse de rogar pero no demasiado.


Desde detrás de una columna, un oculto espadachín observaba la escena con rabia. Furioso, hincó sus uñas en la piedra hasta sangrar, la sola idea de ver a Sanji en brazos de otro hombre le corroía por dentro. No podía permitirlo, él era suyo y de nadie más. Sin saber muy bien cómo actuar, se llevó las manos a la cabeza para tranquilizarse y analizar la situación con perspectiva, pero rozó sin quererlo sus tres pendientes de oro en forma de lágrima y éstos tintinearon levemente. Entonces, una brisa gélida se apoderó de su cuerpo y su corazón dejó de latir por unos segundos. Notó como la vista se le nublaba, pero fue una sensación pasajera. Rendido, Zoro se marchó de allí directo a la bodega a por un poco de vino, necesitaba calmarse un poco, pues sabía que era mejor para el rubio no permanecer a su lado.


-Sir Crocodile-el nombrado se giró y vio como un moreno pecoso lo llamaba mientras cerraba la puerta de su casa-. Buenas noches, sir. ¿Se dirige al Paraíso?


-Buenas noches, Portgas-saludó cortésmente el mayor-. Así es, voy hacia allí.


-¿Me permite acompañarle? Aunque veo que viaja con escolta…


-Esto es cosa de Doflamingo-el moreno rodó los ojos. Desde que le habían asaltado aquel día, Crocodile no podía salir solo de casa-. Pero nunca rechazo una agradable charla. Vas muy elegante… se nota que tienes un compromiso.


-Me gusta arreglarme, eso es todo-el pecoso quitó hierro al asunto con una de sus inmensas sonrisas, esas que conquistaban a todo el mundo-. Además, usted también va muy elegante esta noche. ¿Celebran algo importante Doflamingo-sama y usted?


-Es nuestro aniversario-sonrió nostálgicamente el moreno. Ya habían pasado diez años, diez eternos y fabulosos años.


-Eso es maravilloso, se ve que se quieren mucho-volvió a sonreír el menor, si su jefe estaba contento, él también-. Felicidades.


-Gracias, Portgas.


Allí estaban los dos, en la puerta del Paraíso. Sanji temblaba de nervios, y Nami de expectación por saber quién sería el afortunado que disfrutaría de su amigo por esa noche, y a saber cuántas más. Llegados a este punto, los compañeros debían separarse.


-Muchas gracias por acompañarme, Nami-san, pero ahora tengo que estar solo y…-Sanji no pudo terminar la frase por miedo, ¿qué se supone que debía hacer ahora? ¿Estaría ya su cita dentro del local o tendría que esperar? Con lo que odiaba esperar…


-Lo entiendo, Sanji-kun-sonrió la muchacha-. Será mejor que vuelva ya al palacio.


-Pero no me gusta que andes sola por las calles a estas horas…


-¡No hay problema alguno!-rió la sacerdotisa-. Todos saben de mi condición y estoy segura que me acompañarán encantados-le guiñó un ojo con complicidad-. Disfruta de tu cita, Sanji-kun-y con un beso en la mejilla, la peli-naranja se encaminó hacia su destino.


El rubio permaneció dubitativo en la puerta unos minutos, pero al final se decidió a entrar. Si ya había llegado hasta allí no podía dar marcha atrás y volver. Respiró hondo, se acomodó el vestido y el cabello, y entró por las puertas del Paraíso. Desde que había conocido a Zoro cuatro añosa atrás, no había vuelto a estar en aquel prostíbulo, pero apenas había cambiado. El local estaba mejor decorado, era más refinado, pero la estructura y la distribución seguían siendo las mismas. El cocinero se quedó embobado mirando las lámparas con vidrios tintados de colores que, gracias a las velas de su interior, alumbraban la estancia con diferentes tonalidades. Una muchacha que parecía ser la recepcionista se le acercó al verle un poco perdido y sin saber muy bien qué hacer:


-Buenas noches, señor. ¿Le puedo ayudar en algo?


-B-Buenas noches, señorita-el rubio hizo una reverencia y besó la mano de la muchacha, era todo un caballero-. M-Me están esperando… y bueno…-no sabía cómo continuar, así que se rió con nerviosismo rascándose la cabeza.


-Es probable que esa persona se encuentre en el bar-sonrió la recepcionista graciosa ante el nerviosismo del chico, le parecía muy dulce.


-¡Seguramente!-Sanji volvió a hacer una reverencia y besó la mano de la mujer de nuevo-. Muchas gracias, madeimoselle.


El rubio entró en el bar con timidez, no sabía lo que se iba a encontrar allí. Bueno, en realidad sí que lo sabía: hombres y mujeres con sus respectivos acompañantes bebiendo, jugando a los dados, riendo, coqueteando… disfrutando al fin y al cabo. Miró a un lado y a otro, pero no encontró a nadie solo en una mesa. Genial, parecía que le tocaba esperar. Algo incómodo por el ambiente cargado de sexo, Sanji se encaminó a la barra para sentarse en una banqueta de madera con un cojín de piel de leopardo y pidió un licor de manzana aderezado con miel. Lo único bueno de estar solo esperando en un sitio como ese era que los borrachos y los hombres cachondos como mulas no se le acercaban porque no llevaba una cadena con una piedra, símbolo indiscutible de la condición de hetaira.


-Llegó la hora de separarse, muchacho-dijo Crocodile mientras entraban en el local-. Doflamingo me está esperando, y a ti también-sonrió el moreno mientras miraba de reojo a Sanji, quien estaba sentado de espaldas a la puerta y no se percataba de nada-. Pasa una buena noche, Portgas… y trátamelo bien, es un buen chico.


-Que pase usted una buena noche también, sir Crocodile-se despidió el pecoso con una reverencia-. Y felicidades de nuevo.


Ace se quedó mirando al cocinero bajo el marco de la puerta del bar. A primera vista, y de espaldas, podía intuir que tenía un cuerpo agradable, el muchacho era delgado pero su brazo al aire libre indicaba que estaba fuerte, pues era pura fibra muscular. Su espalda era ancha pero no demasiado, y su cintura se estrechaba levemente, confiriéndole una figura bastante atractiva. Pero lo que más le había llamado la atención era ese brillante cabello rubio, resplandeciente como el sol y sumamente extraño de ver en la isla. Sin pensárselo dos veces, Ace se dirigió hacia la que iba a ser su presa esa noche.


Sanji casi había acabado con su copa. Estaba realmente desolado, su cita no aparecía. ¿Acaso le había visto desde la puerta y su pretendiente se había echado para atrás? ¿Por qué? ¿Por feo? ¿Por aburrido? ¿Por ir mal vestido? ¿O ni siquiera había llegado a cruzar el umbral del prostíbulo? ¿Le habían dado plantón? Su gozo se había ahogado en un pozo y ahora estaba enterrado cien metros bajo tierra sin posibilidad de salir. Se bebió el último suspiro de licor de un trago y, cuando estaba dispuesto a marcharse completamente derrotado, una mano se posó sobre su hombro haciéndole dar un respingo.


-Disculpa-Sanji se giró para ver quién le hablaba con esa voz sumamente dulce, y se encontró con unos enormes y penetrantes ojos negros y una cálida sonrisa-, debes de ser Sanji-y el rubio asintió un poco aturdido por la repentina sorpresa-. Encantado, soy Portgas D. Ace.


Muy educadamente, el moreno cogió la mano de Sanji y se la besó de la misma forma que había hecho él con la recepcionista. El rubio se sonrojó por la acción, además de por las miradas cargadas de significado que Ace le lanzaba.


-K-Kuroashi Sanji-acertó a decir el cocinero-. E-El placer es mío.


-Camarero, quiero una mesa para dos un poco retirada…-el pecoso se levantó la manga de su chilaba y le enseñó el bíceps al tabernero, mostrándole el tatuaje que todos los subordinados de Doflamingo llevaban, las siglas de la familia en cuneiforme, y con voz autoritaria, preguntó-. ¿Entendido?


El tabernero asintió algo asustado y, con un gesto, les indicó que le siguieran hasta la mesa requerida, que, como había pedido Ace, estaba más apartada gracias a unos biombos que hacían las veces de paredes. La pequeña mesa de forma octogonal tenía un mantel color vino con bordados dorados y la vajilla preparada para servir la cena. Antes de sentarse en los cojines del suelo, el moreno volvió a besarle la mano a Sanji, y éste se sonrojó hasta las orejas, aunque se había puesto alerta con esa extraña escena de la barra.


Pero la pareja no se percataba de que estaba siendo espiada por una peli-naranja desde la puerta del recinto. Una vez que la muchacha descubrió la identidad de la cita de Sanji, se decidió a salir de allí porque, como sacerdotisa, tenía prohibido vagar por las calles de noche. Guiñándole el ojo a un solitario hombre, que esperaba para ser atendido por la recepcionista, y echándole todo el morro del mundo que la caracterizaba, le pidió que le acompañase al palacio porque “había ido a realizar un entierro en la casa de un particular y se le había hecho de noche”. El hombre, ante esa mirada suplicante, asintió sin dudarlo ni un segundo.


-¿Has cenado?-preguntó el pecoso cortésmente-. Espero que no, porque mi estómago ruge como un león y es de mala educación que uno coma mientras el otro mira-rió Ace con esa enorme sonrisa tan suya.


“Este muchacho es como Luffy”, pensó el rubio. Ambos eran morenos con ojos oscuros, amables, y con una sonrisa que iluminaba el mundo. Pero Ace era tremendamente educado, algo que chocaba con la espontánea naturaleza del pequeño. Algo en el interior del rubio se revolvió, no quería pensar en Luffy, no en ese momento. Así que con una sonrisa, contestó:


-Tienes suerte, porque no he cenado-rió el cocinero. Por la hora a la que le había dicho Crocodile que sería la cita, se imaginó que cenaría con su acompañante.


-¿Y voy a seguir teniendo suerte, Sanji?-una ladina sonrisa apareció en el rostro del moreno, y el rubio se ruborizó hasta sus rizadas cejas ante esa pregunta y el doble significado que tenía. Y por si fuera poco, el moreno había pronunciado su nombre con una voz cargada de sensualidad que le había hecho estremecer. Este chico iba a por todas.


Sanji se quedó sin habla, no sabía muy bien qué contestar porque no quería cerrarse una puerta tan pronto, no le había dado ninguna oportunidad a Ace para que le encandilara, pero tampoco quería decirle que sí porque no estaba seguro de querer lanzarse a los brazos de otro hombre tan pronto. Ese muchacho era tan diferente a Zoro… Tenía los mismos ojos oscuros, pero éstos eran mucho más cálidos y penetrantes, unos ojos que te hipnotizaban y te llevaban a su terreno, una sonrisa encantadora que reconfortaba a cualquiera, unas graciosas pecas que le conferían un aura de dulce inocencia, una bonita media melena azabache, y un cuerpo envidiable. No era tan musculoso como Zoro, pero se veía que era un chico fuerte.


Además, vestía muy elegante, y esa exquisita educación que tenía le ayudaban a crear un halo exótico a su alrededor. El pecoso llevaba una bonita chilaba de un rojo cobrizo oscuro con un dibujo abstracto bordado de color naranja que parecían llamas en las mangas anchas de murciélago y los bajos del vestido. El pecho lo tenía totalmente al descubierto, mostrando sus potentes pectorales y un curioso collar de perlas granates que a Sanji le pareció bastante lujoso. La chilaba se cerraba a la altura de su ombligo gracias a un cinto de tela púrpura, y caía hasta los tobillos.


Ace miró al rubio levantando las cejas demandando una respuesta, pues Sanji se había perdido observando a su acompañante con más calma. Parecía que esos penetrantes ojos negros le devoraban, que le arrastraban a una hoguera donde quemarse eternamente. Era una mirada sobrecogedora, pero no era fría y cortante como la de Zoro, heladora, sino agradable y misteriosa, una mirada que te hacía querer perderte en esos dos pozos sin fondo. ¿Cuánto hacía que alguien no le miraba así? Antes, las mujeres le devoraban con los ojos (y él a ellas también), pero desde que Zoro entró en su vida… ¿Le había mirado él de esa forma alguna vez? Sanji juraría que no, el marimo no era como ese chico. Este chico era diferente… reconfortantemente diferente.


Una camarera apareció detrás del biombo para tomar nota, rompiendo así la magia del ambiente que se había creado en un momento, despertando a Sanji de su ensoñación y molestando al moreno, quien había aprovechado para acercarse un poco más al rubio.


-¿Ya saben lo que van a pedir, señores?-preguntó la chica con una aterciopelada voz. Doflamingo las entrenaba a conciencia para que fuesen las mejores en su trabajo, tanto en el servicio normal como el sexual.


-Yo querré dos jarretes de ternera en salsa de champiñones acompañados de un cuenco de cuscús y frutos secos, unos filetes de merluza al horno con miel, unos dátiles fritos envueltos en tiras de beicon, y una fuente de marisco con verduritas a la parrilla para compartir-Ace sonrió a Sanji, que se había quedado a cuadros con la enorme cantidad de comida que había pedido. No conocía a nadie que comiese tanto, a excepción de Luffy, claro…


-Creo que me quedaré…-Sanji hojeaba la carta por encima pero la cantidad de platos le sobrepasaba. Si ni siquiera se había percatado que la carta estaba en la mesa esperando a ser leída, seguía un poco atontado-. La merluza al horno con miel tiene buena pinta…


-¿Y para beber?-preguntó la muchacha mientras apuntaba todo con una pluma.


-El mejor vino que tengas, esta noche invito yo-esa sonrisa de nuevo, esa sonrisa que desprendía calor y amor por los cuatro costados, esa sonrisa que Sanji había presenciado ya varias veces y no dejaba de sorprenderle.


La cena transcurrió tranquila, una velada encantadora. Ace le estuvo contando sus viajes por las diferentes islas de alrededor, la cantidad de comidas exóticas que había probado, la cantidad de animales curiosos que había visto, las varias lenguas que había aprendido, pero no mencionó los trabajos que en esas islas realizaba. Estaba al tanto de que Sanji conocía que era un subordinado de Doflamingo, y ese nombre sólo se asociaba a negocios turbulentos, así que el moreno se limitó a omitir esa parte de su vida. Entre anécdota y anécdota, el pecoso le lanzaba miraditas cargadas de deseo y le hacía comentarios con doble sentido tales como “seguro que esas manos hacen maravillas”, o “tienes una voz muy tranquila y sugerente… me pregunto si por las noches se mantendrá igual de relajada”.


Por su parte, Sanji le contó que trabajaba de cocinero en el palacio y que su vida era bastante monótona, pero no se quejaba porque disfrutaba haciendo lo que hacía. Al principio, el rubio evitaba las miradas sinuosas del moreno y se sonrojaba con los comentarios, pero los efluvios del vino comenzaban a hacer efecto en su cuerpo y cada vez se sentía más cómodo con Ace y con esos comentarios y miradas, pues le hacían sentirse deseado. También él comenzaba a soltarse, coqueteando mientras jugaba con su rubio cabello o se mordía el labio inferior.


-C-Creo que no debería beber más-s…-dijo el rubio despacio para no trabarse, él no estaba acostumbrado a beber y una copa ya le hacía ver doble-. Además, se hace tarde…


-Vivo bastante cerca del palacio, ¿y si nos tomamos la última en mi casa y luego te llevo?-el moreno sonrió inocentemente, pero sus ojos insinuaban lo contrario. Sanji se quedó mirando esos profundos pozos negros, sintiendo como se perdía de nuevo en ellos, como caía por una espiral fría y lúgubre para amanecer en un mundo nuevo de placer y calidez. La velada había sido fantástica, y Ace era un encanto. Tomar una copa no implicaba nada más que eso, ¿no? Algo confuso y sin estar seguro al cien por cien de sus sentimientos, Sanji asintió algo tímido mientras desviaba la vista a los platos vacíos de comida. Y menos mal, porque la sonrisa de tiburón que se le dibujó a Ace en el rostro le hubiese hecho replantearse su decisión.


Salieron del prostíbulo y Ace, haciendo gala de su educación y su galantería, pasó su brazo por la cintura de Sanji con el pretexto de ayudarle a caminar para que no se cayese, pues el pobre iba haciendo eses a causa del alcohol. Sanji podía caminar perfectamente, pero no opuso resistencia y se dejó abrazar por el moreno, que desprendía un agradable calor interior. Era como una hoguera humana. Continuaron en silencio hasta llegar a casa del pecoso, uno porque no sabía qué decir, y otro porque estaba disfrutando del agradable aroma a limón que desprendía el cabello del rubio.


Cuando llegaron a su destino, Ace deshizo el agarre con una bonita sonrisa y abrió la puerta. Sanji se quedó impresionado con la vivienda, parecía un palacio en miniatura. La casa de adobe tenía dos plantas con dos pequeñas ventanas en la planta superior para evitar que el calor entrase. Por dentro, la distribución estaba realizada en base a un patio central cuadrado por el que entraba luz natural durante el día y aire fresco por la noche. En la primera planta estaba la cocina, un comedor relativamente grande, un salón con sofás y mesas auxiliares, un servicio y las habitaciones de los criados, mientras que la planta superior estaba destinada a los dormitorios y a dos baños, uno exclusivo para Ace que se comunicaba con su habitación, y otro para los invitados.


Sin decir palabra, Ace fue directo a la bodega, que estaba en un pequeño sótano al que se accedía por la cocina, y cogió una botella de vino y dos copas de su mejor vajilla de plata. Con una de sus encandiladoras sonrisas, condujo a Sanji hasta la azotea, donde había preparados unas alfombras, unos cojines y varias mantas de algodón fino. También había diversas macetas a imitación de los jardines colgantes del palacio. “¿Lo tenía todo preparado desde el principio?”, pensó el rubio, pero pronto se olvidó de sus inquietantes pensamientos cuando el pecoso se recostó sobre las alfombras y llamaba a su compañero con una copa de vino en la mano. El cocinero se recostó con un poco de miedo y se acomodó en los cojines mientras Ace se servía otra copa.


-No tenías que abrir una botella-sonrió el rubio algo nervioso.


-Para ver las estrellas es necesario abrir un buen vino-rió el pecoso mientras daba un trago.


Sanji lo miró extrañado, y Ace le contestó con una juguetona sonrisa. Inconscientemente, el rubio alzó la vista al cielo, y se quedó anonadado. El firmamento estaba completamente despejado y las estrellas brillaban con fuerza, iluminando con su luz el oscuro manto, pues hoy era luna nueva y los dioses la habían escondido para jugar con ella por unas horas.


-Es precioso-dijo Sanji en un susurro más para sus adentros que para su acompañante, y se dejó caer por completo sobre la alfombra, pero éste contestó de todas formas.


-Sí…-Ace no le quitaba los ojos de encima al rubio, escrutando con milimétrica habilidad todas sus facciones, todas sus arrugas, todas sus expresiones.


Sanji parecía brillar con luz propia. Sus azules ojos centelleaban por el efecto del vino y por el asombro en el que estaba mientras observaba las estrellas, su rubia cabellera ondeaba por la leve brisa nocturna y desprendía un agradable olor a limón, además de parecer rayos de sol, sus labios húmedos por la bebida eran sumamente apetecibles, su cuerpo envuelto en aquel sinuoso traje azul inundaba el ambiente con rosas invisibles…


Ace no pudo contenerse, tenía ante sus ojos a un hermoso querubín caído del cielo, un verdadero tesoro del más resplandeciente y puro oro de veinticuatro quilates. El pecoso se bebió el  vino de su copa de un trago y, metiendo su mano debajo de la nuca del rubio para levantarle la cabeza un poco, le plantó un intenso beso. Sanji, que seguía embobado mirando las estrellas, se sobresaltó y al sentir los finos labios del moreno sobre los suyos, un escalofrío le recorrió el cuerpo entero.


Ace ejerció más presión y aprisionó el cuerpo del rubio bajo el suyo imposibilitándole cualquier movimiento. Además, con su mano libre había agarrado una del cocinero. Por su parte, Sanji luchaba con escaso éxito por quitarse de encima al pecoso dándole inútiles golpes en el pecho y arañando el cuello de su chilaba roja, pero con eso sólo consiguió que ésta se deslizara por el hombro del moreno y quedase más expuesto. El pecoso, viendo que la boca del rubio estaba sellada por completo y no le permitía introducir su lengua, desistió en su empeño y separó sus labios buscando un poco de aire que respirar.


-¡Q-Quítate de encima! ¡Fuera!-gritó Sanji con la respiración acelerada por el repentino movimiento de su compañero. No quería nada de él, sólo había accedido para continuar con la agradable charla que estaban teniendo y conocerse un poco más. Pero no estaba preparado en absoluto para empezar otra relación, no tan pronto ni mucho menos de esas maneras. Sanji era un romántico, y no quería otro cerdo descerebrado en su vida. Movía su única mano libre con furia, pero el moreno era mucho más fuerte que él. Además, su cuerpo estaba completamente inmovilizado. Unas alborotadas lágrimas de rabia y de frustración comenzaron a brotar de sus azules orbes-. ¡Déjame libre! ¡Vete!


-Perdóname, Sanji-el nombrado se quedó petrificado ante el tono de voz del moreno, tan dulce pero tan cargado de culpa. Sus miradas se cruzaron, y el rubio observó la pena y el dolor en esos penetrantes ojos oscuros, unos ojos que le suplicaban clemencia. Ace deslizó la mano que sujetaba la nuca del cocinero por su mejilla y limpió su rostro de lágrimas con sumo cuidado, como si temiese que de un momento a otro el rubio se fuese a romper-. Lo siento, Sanji, sólo quería tenerte una noche para mí… Me gustas mucho.


-¿Q-Qué?-el rubio no se creía lo que acababa de escuchar. Su respiración se calmó levemente y sus lágrimas dejaron de brotar, pero seguía queriendo salir de allí porque el moreno sólo quería llevarle a la cama, lo había dicho. Aún así, la repentina confesión le había dejado a cuadros-. ¿Yo t-te gusto?


-Eres hermoso…-contestó Ace despacio, sopesando sus palabras y observando detenidamente, ahora que estaban a escasos centímetros, el rostro del rubio. Con sus dedos apartó el flequillo que le cubría un ojo, ese rubio flequillo que le daba un aire ciertamente misterioso-. Eres realmente hermoso…


Sanji se ruborizó hasta la punta de los dedos de los pies, nunca le habían dicho con tanta franqueza y tranquilidad que era hermoso. Hermoso… Ace había utilizado una palabra bastante inusual para describirle. Él podía ser guapo, atractivo, apuesto, lindo… pero hermoso… Eso eran palabras mayores. Estaba bloqueado, no sabía qué hacer. Ace era un encanto, tan atento y galante, todo un caballero que le había tratado como una reina durante toda la noche. Hasta se había disculpado de verdad por el asalto de minutos antes. Pero él no estaba preparado para comenzar una nueva relación, no quería volver a pasarlo mal por un hombre, sólo quería olvidar al desgraciado de Zoro, sacárselo de su cabeza de una buena vez. Su imagen se formó en su mente, su cabello verde césped, sus tres pendientes de oro, sus fríos ojos, su inexistente sonrisa… “De ahora en adelante, eres sólo mío”. Esas palabras habían sido su sentencia de muerte, esas palabras pronunciadas por el espadachín y que a Sanji le habían parecido lo más bonito del mundo. Ese maldito espadachín, desgraciado egoísta que le había apartado por confesarle su amor. Le odiaba con todas sus fuerzas.


Sanji respiró hondo, ahora lo tenía claro. Esa era la forma de olvidar a Zoro, esa era la manera correcta de hacer las cosas. Ace era un buen chico, y le parecía terriblemente atractivo. ¿Por qué no? ¿Por qué no dejarse arrastrar por esos dos enormes pozos negros sin fondo al mundo del placer carnal? ¿Por qué no perderse en esos azabaches cabellos? ¿Por qué no? Con esa pregunta en mente, el rubio se lanzó a la boca del pecoso y le besó pasionalmente mientras agarraba el cuello de su chilaba para atraerlo hacia sí. Ace se quedó estático ante el cambio de humor de su compañero, y quiso asegurarse antes de empezar algo que no podría parar después.


-San-Sanji-acertó a decir mientras el otro le mordía el labio inferior con pasión-, ¡para!-y el nombrado obedeció algo contrariado-. ¿Estás seguro de esto? Mira… me gustas mucho, y me encantaría pasar una noche contigo y luego te acompaño al palacio, pero si estás intentando engañar a alguien…-la cara de Sanji era un poema, ¿le había descubierto?-, yo no quiero saber nada y es mejor que no continuemos…


-Eres un buen hombre, Ace-el rubio le sonrió mientras le apartaba unos mechones negros de sus ojos para poder verlos mejor-. No sé qué te habrá contado Crocodile, pero no estoy saliendo con nadie… y quiero recuperar el tiempo perdido con una persona que merezca la pena-le besó fugazmente-. Además, esta noche el Sumo Sacerdote está acompañando a los dioses y mañana se despertará tarde…-se mordió el labio inferior de una forma muy coqueta y sensual-, así que no tienes que llevarme al palacio luego…


-Te advierto que una vez que empiece, no podré parar…-la distancia entre sus labios se iba acortando conforme Ace hablaba, hasta llegar a un punto en el que estaban casi unidas-. Me gustas mucho, Sanji…


-Es que no quiero que pares, Ace…-Sanji se liberó del agarre del moreno, que había dejado de ejercer fuerza sobre su cuerpo, y hundió ambas manos en los negros cabellos del otro para terminar de fusionar sus labios en un pasional beso.


El rubio abrió levemente su boca para tomar un poco de aire, pero Ace, veloz como un rayo, aprovechó el momento para introducir su lengua en la cavidad bucal de Sanji. Éste no opuso resistencia, simplemente se dejó hacer, sintiendo como las manos del otro se hincaban en su mandíbula y parte del cuello de la pasión que emanaba su cuerpo. Sus lenguas se movían frenéticas buscándose la una a la otra, sintiéndose, jugando a esconderse y a encontrarse, ahogando sordos gemidos de placer. Ace descendió una de sus manos por el pecho del rubio presionando con relativa fuerza, hundiendo su vestido azul en un intento de fusionarlo con su dulce piel de rosas, llegando hasta su entrepierna, la cual agarró y comenzó a masajear con furia, haciendo que su dueño jadease sin poder contenerse.


-No puedo más-acertó a decir Ace con una voz cargada de placer y ansiosa de sexo-. Agárrate fuerte, no quiero que te lastimes.


El rubio obedeció sin saber a qué se refería el moreno, y entrelazó los brazos a su cuello. Cuando Ace comprobó que Sanji estaba bien sujeto, pasó una mano por su cintura y otra por la parte de atrás de sus rodillas y lo levantó como si fuese una princesa. Con inusitada agilidad, descendieron las escaleras sin ningún percance a pesar de la poca iluminación por las velas, y llegaron a la habitación del pecoso. El mayor recostó a Sanji con mucho cuidado sobre la cama, como si fuese una pieza de coleccionista.


-No sé con quién has estado-susurró el mayor-, pero debe ser el tío más imbécil que hay en el mundo por dejar escapar a alguien como tú.


Sanji se sonrojó como un tomate y, para que Ace no le viese en esas condiciones, le volvió a besar pasionalmente mientras quitaba sin mucho éxito su chilaba roja. Al notar como el rubio había fracasado estrepitosamente por lo nervioso que estaba y la deteriorada percepción a causa del alcohol, Ace se incorporó y se desabrochó su cinto de tela púrpura, haciendo que su chilaba se abriese por completo dejándolo totalmente expuesto ante el rubio. Éste, al ver el miembro del moreno erecto y duro como una piedra, se lanzó sin miramientos para introducírselo en la boca, pero el pecoso lo detuvo.


-No hay necesidad de ir tan rápido-dijo mientras terminaba de desnudarse y se colocaba encima del cocinero mirándolo con esos penetrantes ojos negros-. Tenemos todo el tiempo del mundo…


Y dicho esto, comenzó a morder el lóbulo de la oreja derecha del menor. Sanji emitió un jadeo de placer, al que le siguieron muchos más cuando Ace pasó de su oreja a su cuello, succionando y besando cualquier pedacito de la lechosa piel del rubio que se le pusiera por delante. Éste, se retorcía bajo el fornido cuerpo del moreno ante los espasmos y escalofríos que sentía todo su ser, sentía las ardientes manos de Ace recorrerle sin pudor alguno su figura todavía enguantada en ese sedoso vestido azul. Esas manos rudas pero suaves, impregnadas en un tórrido fuego invisible pero que se dejaba sentir y palpar en cada poro de la piel de Sanji, que reaccionaba al contacto con éstas con contracciones y sacudidas involuntarias.


Ace era una completa hoguera humana, era una pira incendiaria avivada con brea, una llama permanente, una fogata sin fin. Ace era tan diferente… tan diferente a Zoro. El espadachín era frío y seco, como un pedazo de hielo, pero el moreno era todo lo contrario, era tan cálido y amable, le había tratado tan bien durante las escasas horas que habían estado juntos… Sanji estaba confuso, no sabía qué sentir por el pecoso. Le gustaba, era un hombre muy atractivo y educado en extremo, era todo un caballero de brillante armadura, y sólo con besarle prendía su fuego interior como nunca nadie había conseguido. ¿Acaso era eso una señal de los dioses? ¿Le estaban diciendo que Ace era el indicado? ¿Ace era el hombre esperado?


Sanji estaba hecho un manojo de sentimientos, y a pesar de que su cuerpo reaccionaba a los estimulantes besos y lametones del moreno, su cabeza estaba perdida en pensamientos oscuros y nada positivos. Y Ace lo sabía. Lo notaba. Y no le gustaba.


-Sanji-susurró el moreno con voz queda mirándole directamente a los ojos, clavando sus pupilas en las del rubio-, no sé qué es lo que te atormenta, pero juro que te haré olvidarlo.


-No jures en vano-le contestó el cocinero con un hilo de voz colocando su dedo índice en los sabrosos labios del pecoso, indicándole que no debía hablar más de la cuenta-, los dioses podrían oírte…


-Hace tiempo que los dioses dejaron de preocuparse por mí-Ace se introdujo el dedo en la boca y lo succionó muy eróticamente sin dejar de mirar al rubio, quien sintió un escalofrío recorrerle toda la espina dorsal-, y yo por ellos…


Y como un tifón, Ace se lanzó de nuevo en busca de la lengua del cocinero atrayéndolo con sus manos para hacer más presión. El contacto con ese húmedo músculo era sensacional, indescriptible. Ace era un volcán. Y Sanji comprendió en ese instante, cuando sus lenguas se unieron de nuevo, que quería quemarse en el fuego del placer. Enredó sus brazos en el cuello del moreno para hacerle saber que estaba dispuesto, que quería disfrutar esa noche con él y que quería que le hiciese suyo, a lo que Ace respondió besándole con más presión hasta quedarse sin aliento. Una de sus manos descendió por el níveo torso del rubio hasta su cintura, desabrochando con maestría el cinturón de cuero y liberando así el fuego interior que oprimía el estómago del cocinero, expandiéndose al instante por todo su ser.


Sanji fue directo al broche de su hombro, soltándolo con premura, no aguantaba más tiempo con ropa, quería sentir el ardiente cuerpo de Ace sobre el suyo sin ninguna barrera sin ningún impedimento. La toga semitransparente de color crema se esfumó al instante por la volatilidad de la propia prenda, pero el vestido azul estaba bien sujeto al cuerpo del rubio. Hizo mención de quitárselo, pero Ace le detuvo con una sibilina sonrisa y fue él quien le desnudó con total parsimonia, disfrutando al máximo con cada trozo de piel que quedaba al descubierto, llenando la estancia con esa fragancia a rosas que desprendía el rubio. Sanji, que advirtió entre la penumbra de las velas el rostro del moreno, se sonrojó como un tomate y se llevó las manos a la cara para que no le viera de esa guisa. La penetrante mirada del pecoso se había convertido en una lasciva y ansiosa de sexo, demandante de goce carnal, necesitada de él. Por vergüenza, el rubio cerró sus piernas para ocultar su erecto miembro.


-No te escondas-ordenó Ace con una melódica y sensual voz-, tienes un cuerpo hecho para el pecado, Sanji-y sus manos descendieron por las piernas del rubio abriéndolas lentamente y calcinando todo a su paso-. Eres tan hermoso…


Ace volvió a recostarse encima de Sanji pero sin llegar a aplastarlo, haciendo que sus miembros se rozaran y gimieran ambos a la vez. Sanji arqueó la espalda y agarró el cuello de Ace para atraerlo hacia sí y besarlo como si no hubiera un mañana, como si esa fuese la última noche en la tierra. El moreno no podía tocarle porque tenía las manos ocupadas sosteniendo su peso, pero comenzó a jugar con sus caderas haciendo que ambos penes volviesen a tocarse una y otra vez.


El pecoso descendió su lengua por el cuello del cocinero, succionando y dejando notorias marcas que a Sanji pareció no importarle por la forma en que gemía y movía sus caderas buscando más fricción. Ace continuó su camino besando el pecho del rubio y lamiéndole los pezones, chupándolos con ansia como si quisiera sacar leche de ellos. Mientras, con parsimonia, movía sus caderas ralentizando el ritmo de las de Sanji, llevándolo al extremo de la desesperación por querer hacer el amor de una buena vez. El rubio se estaba quemando en la hoguera del pecoso, estaba siendo abrasado por esa lengua experta, y envuelto en llamas por esos fornidos y fibrosos brazos. Sin poder aguantarse, Sanji le suplicó que le hiciera suyo de una vez, y Ace aceptó con gusto.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Lo he hecho sumamente largo para compensar la espera, pero he tenido que cortar en el lemmon de Ace y Sanji porque sino se iba de madre xDDDD. Ya lo siento por dejaros con las ganas, pero prometo que habrá más de ellos! (Me vais crucificar, lo sé x.x)

Siento haber cortado la historia de Killer y Penguin, pero tampoco pasaba nada más, sólo se quedaban en casa y follaban xDDDD. Ahora, Kid ahí se ha quedado en la cama esperando a Trafalgar... ¿habrá llegado ya?

Creo que no tengo nada más que decir, salvo que siento de nuevo la tardanza. Espero que os guste y que no se os haga demasiado pesado (me han quedado 20 páginas o.o).

Un besazo enorme guapísimas, que sois las mejores! <3<3<3<3


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