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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D

La tita Lukkah ya está aquí después de una calurosa semana en la que casi muere achichorrada por el sol. En serio, esta ola de calor es demasiado para mí, y eso que prefiero mil veces el calor al frío. Mira que mi ciudad (Zaragoza) es bastante calurosa, pero la gente que vive más al sur, y no digamos ya en Sudamérica, de verdad que no sé cómo aguantan. Me pegaría horas y horas en el agua y acabaría más arrugada que mi abuelita :'(.

Pero ya traigo el nuevo  capítulo, que espero os guste. Es más un capítulo reflexivo, donde comienzan a verse las evoluciones de los personajes, pero también hay sorpresas y algo que seguro que os gusta :> jejeje.

Lo subo hoy porque en dos horas me piro a Teruel, que están en fiestas. No es como San Fermín, pero oye, también son buenas fiestas. Éste es el tercer año que voy ^^. Igual pensáis que me voy mucho de fiesta... Tenéis razón. No lo voy a negar, me gusta más la fiesta que a un tonto un palo :/. Peeeeeeeeeeeeero no se le puede hacer nada, soy así 8D.

En fin, que no os voy a contar nada más de mi vida que sino esto no avanza. Os dejo con el capítulo y nos leemos abajo. Espero que os guste :3.

P. D.: No sabéis la alegría que me da haber superado ya los 100 reviews. No os hacéis a la idea! *llora de felicidad*

Eustass Kid jugaba aburrido con la cucharilla de su desayuno atrayéndola y repeliéndola. Desde que habían llegado a Babilonia no había podido utilizar sus poderes, y siempre que tenía oportunidad lo hacía, para no “oxidarse”. Estaba muerto del asco. Se había levantado a media mañana, en su habitación, solo. ¿Por qué? Porque el estúpido sacerdote había desaparecido. Se había volatilizado. Habían pasado dos días desde aquella noche, dos largos y tediosos días en los que no había visto a Trafalgar ni de refilón por los pasillos.

 

Esa mañana se había despertado sólo en la cama y se había quedado allí embriagado por el aroma del moreno, ese dulce aroma que ahora le volvía loco. Estuvo allí hasta que sirvieron la comida, pero Trafalgar no apareció en toda la mañana. El pelirrojo decidió entonces comer y darse una ducha, pero en su habitación, se había cansado de esperar a ese mocoso tan caprichoso. Por la tarde le llegaron sus pantalones, lo que le alegró un poco el día. Se puso los amarillos, y le quedaban realmente bien. Además, eran ligeros y fresquitos, no se le pegaban a la piel y no le daban calor. Por lo menos, esa mujer le había hecho caso. A la hora de cenar apareció Killer y le contó que iba a pasar unos días fuera de palacio con su amigo. Kid no se molestó, era una reacción lógica al fin y al cabo. Además, su segundo le prometió ir al barco para comprobar cómo marchaban las cosas por allí. Cuando Killer se fue, después de cenar, Kid subió en busca del moreno, pero la muchacha peli-naranja le dijo que esa noche estaba “durmiendo con los dioses”. La cara del pelirrojo fue un poema cuando se lo dijo.

 

¿Qué cojones era eso de “dormir con los dioses”? A la mierda los dioses, ¡Trafalgar tenía que dormir con él! El pirata se fue a la cama de muy mala hostia esa noche, primero porque se había quedado sin sexo, y segundo, porque esos malditos dioses estaban interfiriendo otra vez. No se podían estar quietos en donde fuera que estuvieran, no, tenían que venir a tocarle los huevos. A dos manos además. Ahora que había encontrando un entretenimiento, ahora que tenía en plan encauzado y estaba saliendo a la perfección, esos indeseables se lo robaban una noche entera sin ninguna razón aparente. Dormir con los dioses, menuda gilipollez. Seguro que todo era culpa de esa diosa impertinente… Ishtar… Hasta pensar en ella le producía dolor de cabeza. Maldita. Maldita. Maldita.

 

El día siguiente tampoco es que hubiese sido como para tirar cohetes. Kid se despertó aún de mala leche, y continuó así durante todo el día. Por la mañana casi se muere del asco en su habitación, lo más entretenido que hizo fue darse un baño y hacerse una paja. Después de comer y echarse una siesta, el pelirrojo salió a dar una vuelta por la ciudad. No es que le entusiasmase el plan, pero perderse por las calles le distraería un rato. Pero fue una idea pésima: a los habitantes de allí, por no haber visto a nadie así o por mera curiosidad, Kid les hacía gracia. Un muchacho tan blanquito, pero tan alto y fuerte, con ese cabello rojo fuego y esa cara de pocos amigos. Les resultaba, cuanto menos, llamativo. Mientras andaba, la gente le señalaba y cuchicheaban a sus espaldas, le miraban con admiración pero también con un deje cómico, como si fuese una especie de atracción de circo. Y eso, al pelirrojo, no le hacía ni puta gracia. Ya se podían morir todos allí mismo. Pero no quería montar un espectáculo, por una vez en su vida se iba a comportar.

 

Harto de la gente y del bochornoso calor, el pirata decidió regresar al palacio. En el patio se encontró a Luffy, quien vino corriendo a saludarle y a suplicarle que le contase alguna de sus aventuras en los mares, pero Kid lo rechazó de mil maneras y a punto estuvo de hacerle tragar los dientes. Pero el moreno no se rendía fácilmente, una de sus cualidades (si es que se podía considerar como tal), era ser tremendamente pesado. Cansino. Lo que venía siendo un somardas. Como el pelirrojo no se lo quitaba de encima ni con agua caliente, acabó cediendo y prometió contarle una historia al día siguiente. Mientras el pequeño canturreaba feliz expectante por el día de mañana, Kid se reprendía mentalmente por haber sido tan blando. ¿Desde cuándo se había vuelto así de débil? Que le jodiesen a ese crío con sombrero de paja, si quería historias que se leyese un libro.

 

Y para rematar el día, el dichoso sacerdote de los huevos se había ido (otra vez) a dormir con los dioses. Kid estuvo a punto de explotar. Casi revienta los almohadones de plumas, pero recordó que eran muy cómodos para dormir y decidió dejarlos en paz. Estúpido Trafalgar Law. ¿Es que la noche que habían pasado no había significado nada para él? No, claro que había significado algo. Si le suplicaba más, con esas mejillas sonrojadas, esos ojos vidriosos de placer, esos labios húmedos por los que se escapaba una juguetona lengua, esos morenos cabellos pegados a su frente por el sudor, esa lujuriosa sonrisa… El pelirrojo se tiró de los pelos, cuanto más lo recordaba, más enfermo se ponía. ¿Cómo podía… gustarle tanto?

 

Así que allí estaba, solo en su habitación después de desayunar a media mañana sin expectativas de un buen. Lo más productivo parecía ser jugar con esa cucharilla, y pronto vendrían a retirar las bandejas y se la quitarían. Kid se sentía fuera de sí, como una fiera enjaulada en un pozo sin fondo: sabes que estás encerrado, que no puedes huir, pero no consigues ver los barrotes que te mantienen preso. Y la única luz que le iluminaba eran esos faros grisáceos que el moreno tenía por ojos. Llevaba dos días sin verlos y ya estaba perdido en la inmensidad de esa isla. ¿Cómo podía haberse hecho tan indispensable para él en tan poco tiempo? El pelirrojo estrujó la cucharilla con rabia hasta doblarla por la mitad. Ese no era el plan a seguir. Era él quien tenía que quedar enamorado, y no al revés. Estúpido, Eustass Kid se veía como un estúpido segundo plato que esperaba a ser elegido para tener su momento de gloria, para poder pasar una noche con Trafalgar. Una noche… Las noches allí duraban un poco menos que en las islas normales, el sol reinaba en el cielo imponente durante casi 16 horas. Y en ese lapso de tiempo, Trafalgar le había engañado, le había sometido a su gusto, le había dominado por completo. Después de la última noche, Kid estaba segurísimo de ser él quien llevaba la voz cantante, pero ahora que habían pasado dos días sin ver al tatuado, el pirata se daba cuenta de quién mandaba allí realmente.

 

Robin apareció en el marco de la puerta y le sacó de sus ensoñaciones. La morena hizo una reverencia como saludo y se dispuso a retirar la bandeja del desayuno. Ya se marchaba por la puerta otra vez cuando se quedó pensativa y comenzó a hablar mirando al pelirrojo, que no se había movido un ápice del sofá:

 

-No tiene por qué estar tan decaído, pirata-san-comentó la muchacha con una sonrisa-, Law-sama siempre va a las cascadas por la mañana, es parte de su rutina diaria-Kid la miró estupefacto, había dado en el clavo. Robin era igual de analítica que Nami, o más, pero a diferencia de la pelirroja, ella sí se atrevía a decir las cosas a la cara-. Había descuidado su relación con los dioses, por eso ha estado desaparecido estos días.

 

El pelirrojo contestó con algo parecido a un gruñido de animal, un gruñido de molestia que la morena interpretó como un “da la impresión que no le importo nada”. La muchacha se rió tiernamente y continuó hablando:

 

-Law-sama es un hombre muy ocupado, por algo es el Sumo Sacerdote. Los habitantes de esta isla tenemos puestas nuestras esperanzas en él, es quien se comunica con los dioses y les traspasa nuestros deseos y peticiones en un intento de conseguir su favor. Se debe a su pueblo de la misma forma que se debe a los dioses, está atado por ambos lados…

 

Atado. Sí, estaba atado. Esa palabra resonó en la cabeza de Kid y martilleó su cerebro hasta hacerlo añicos. En cambio, él era un hombre libre, y adoraba serlo. Sentir el viento cambiante en tu cara todas las mañanas, la brisa marina inundar tus fosas nasales, saborear la sal del océano en tu propia boca, atracar en una isla diferente cada semana… Eso era vida, y no estar allí, muerto del asco en un palacio esperando a un hombre que sólo podía ver por la noche. Ambos eran muy distintos.

 

Robin advirtió el cambio de actitud en Kid. Sus ojos pasaron de reflejar enfado a reflejar pena. ¿Pena? ¿Acaso un sangriento pirata como él podía conocer un sentimiento como ese? Ella se había codeado siempre con gente de malvivir, y no lloraban. Ellos no lloraban. Estaban hechos de otra pasta mucho más dura, eran fuertes como hierros ardiendo. Pero ese muchacho… estaba confundido. Y no era para menos, de golpe y porrazo había aparecido en una extraña isla donde se le había condenado al absoluto anonimato y sólo podía librarse si encontraba un amor verdadero. No era fácil encontrar un amor así, y menos para un pirata. Ellos estaban siempre en alta mar, viajando sin parar, buscando tesoros. Era una vida llena de aventuras, siempre con la muerte en los talones. Era una vida para muy pocos elegidos.

 

-Pero he de decir-continuó la morena-, que Law-sama está mucho más contento desde que usted está aquí. Es un hombre complicado… pero un hombre al fin y al cabo. También necesita a alguien a su lado, y parece que la compañía de pirata-san le agrada.

 

Con una sonrisa en sus labios, la muchacha salió de la habitación con la bandeja del desayuno vacía, dejando atrás a un petrificado Eustass Kid. ¿Cómo que su compañía le agradaba? ¿Cómo que estaba más contento? ¿Es que esa mujer le estaba tomando el pelo? No… ¿por qué iba a mentirle? Eso quería decir que… ¿también le gustaba? Kid se tiró de los pelos desesperado. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? Si le gustaba, ¿por qué cojones no estaba allí con él? ¿Por qué tenía que estar en esa maldita cascada? Una idea surcó la mente del pelirrojo a velocidad de la luz: ¿debería ir a buscarle? Pero si iba significaba que estaba cediendo, que se estaba dejando ganar por el sacerdote… Otro tirón de pelo. Si esto era amor, que se lo llevasen porque le habían engañado. Él, Eustass Kid, que nunca había dudado en la vida. Que siempre había hecho lo que quería, que siempre lo había conseguido todo. Él, Eustass Capitán Kid, tenía dudas. Dudas amorosas. Por un hombre. Trafalgar Law. Eustass Kid tenía dudas amorosas gracias a Trafalgar Law. Cada vez que lo pensaba se ponía más enfermo.

 

Para su desgracia (o suerte, dependiendo de cómo se mire), Luffy llegó a la habitación como un torbellino, gritando algo incomprensible con un trozo de pastel del desayuno en la boca y dos más en las manos. La mañana cada vez pintaba peor.

 

-¡KIIIIIID!-el pequeño se lanzó al sofá como si estuviese vacío, pero el pirata aún seguía sentado y se llevó un bonito rodillazo en su frente-. ¡Cuéntame una historia de piratas! Shishishi.

 

-¡Serás estúpido!-gritó el pelirrojo mientras se frotaba su nuevo chichón-. Mira, mocoso, no estoy de humor para aguantarte, así que vete con otro-hizo mención de levantarse, pero el moreno lo agarró del brazo y le obligó a quedarse allí.

 

-Pero Usopp está ocupado reparando unos muebles-Luffy comenzó con sus característicos pucheros-, y las chicas están en el mercado, y Sanji aún no ha comenzado a hacer la comida… y Torao-sama ya no juega conmigo…

 

Kid abrió los ojos como platos ante esa confesión indiscreta. ¿Jugar? ¿Qué tipo de juegos? La rabia fluyó por su interior como hoja que lleva el viento y unas ganas terribles de matar a ese mocoso aparecieron. Nadie tocaba a Trafalgar. Nadie. ¿Y qué era eso de llamarle Torao? ¿Qué confianzas eran esas? Tenía que enterarse de todo.

 

-¿A qué jugáis…-le costaba pronunciar su nombre, pero al final se atrevió a hacerlo, en parte porque el nombrado no estaba presente-, Trafalgar y tú?

 

-Me enseña las estrellas, me da comida a escondidas, y me cuenta muchas historias increíbles de hombres que vivieron en el pasado y se atrevieron a desafiar a los dioses-al pequeño se le saltaban las lágrimas de la emoción-. Siempre dice que soy como un hermano pequeño para él shishishi.

 

Kid volvió a respirar aliviado. No había nada entre ellos, menos mal. Pero aún quería saber más, ese chico no tenía pelos en la lengua y parecía demasiado inocente como para no enterarse de que le estaba sacando información muy valiosa.

 

-¿Y por qué ya no juega contigo?-el pelirrojo intentó parecer lo más sereno posible.

 

-¡Porque ahora está ocupado contigo! Shishishi-Luffy comenzó a comer una de las dos porciones de pastel que había traído, no aguantaba tener comida cerca y no probarla-. Yo creo que le gustas mucho shishishi.

 

A Kid se le dislocó la mandíbula de tanto que había abierto la boca. Esa no era la respuesta que estaba buscando, aunque era una buena respuesta. Una muy buena respuesta. ¿Pero podía fiarse de ese chico? Estaba claro que el pobre no tenía muchas luces… pero no tenía cara de mentiroso, todo lo contrario. “Le gustas mucho”. Esa frase retumbaba en su cabeza como un martillo pilón, poniéndole de los nervios. Eso quería decir que su plan iba por buen camino, que podía acabar enamorándolo y marcharse de allí como si nada hubiese ocurrido. Pero Kid no admitía, o no quería hacerlo, que a él también le gustaba mucho Trafalgar.

 

-¡Pero despierta de una vez!-Luffy pellizcó los mofletes del pelirrojo buscando una reacción, pues se había quedado de piedra ante las palabras del moreno-. ¡Quiero mi historia de piratas, me la prometiste! Shishishi.

 

-¡Quita las manos de encima, mocoso!-Kid hizo unos aspavientos y obligó al menor a moverse para que no siguiese dejándolo en ridículo más todavía-. No voy a contarte ninguna jodida historia, así que ya puedes irte por dónde has venido.

 

-¿Ehhhhhhhhhhh?-otro adorable puchero-. ¡Me lo prometiste! Encima de que te he contado cosas de Torao-sama… ¡Si se entera se enfadará!

 

-Tsk…-la verdad que no tenía ganas de hacer de niñera, pero el pequeño tenía razón. Además, la información que había obtenido le había mejorado el día. Aunque no lo exteriorizase, Kid estaba bastante contento-. ¡Pero te contaré una historia corta y luego te vas! ¿Entendido?

 

El pequeño rió contento mientras asentía enérgicamente y se tiró al suelo esperando atento a que el mayor comenzase. Se sentó en la alfombra, y sus ojos desprendían un brillo especial, un brillo inocente que a Kid le ponía de los nervios. La gente así le provocaba ganas de vomitar. ¿Dónde cojones se había metido Killer? ¡Que viniese a encargarse de esto, que se le daba mucho mejor que a él! El pelirrojo suspiró hondo, y rascándose la nuca, empezó a contarle a Luffy una de sus aventuras en alguna isla del Grand Line.

 

Killer se dejó caer en el lecho de paja, estaba agotado. Se había levantado antes del amanecer siguiendo la rutina de Penguin, habían desayunado unas gachas de avena asquerosas y se habían puesto en marcha con las vacas. Habían estado toda la mañana paseando a los animales por los claros de la selva, una zona próxima a la ciudad preparada para los pastos, ya que los animales no podían andar por el interior de la selva. La mañana había trascurrido tranquila, allí alejados de los murmullos de la gente, la parejita estuvo más pendiente de sí mismos que de las pobres vacas. A los pies de una enorme palma, los protagonistas se dieron unas buenas dosis de amor intercaladas con momentos de mimos y cariñitos que gustaban tanto al rudo pirata como al tímido pastorcillo.

 

A mediodía habían regresado a la ciudad, habían encerrado a las vacas y las habían ordeñado, habían guardado la leche en pequeños calderos de hierro algo oxidado y habían comido gachas de nuevo. Quizá la comida era el único momento del día por el que el rubio desearía estar en palacio. Bueno, y por la noche, dormir en un lecho de paja no era precisamente cómodo. Pero todos sus males desaparecían cuando Penguin se acercaba a él, ya fuese pare servirle la comida o para acostarse a su lado bien acurrucado como un pollito en busca de calor.

 

Y así estaban en ese preciso instante, acurrucados en el lecho de paja rodeados por una oscuridad profunda al no haber velas en el dormitorio. Penguin, sin decir palabra, las había sacado de la habitación para que Killer pudiese quitarse el casco sin problemas. Intentaba no pensar en ello, pero por dentro le corroían las ganas y la curiosidad por saber quién era aquel misterioso hombre que le había descubierto un mundo nuevo. Todas las noches, se entregaba a esos musculosos brazos y se dejaba arrastrar por el placer carnal que ese fornido cuerpo le proporcionaba, un placer desconocido hasta su curioso encuentro en ese lujoso prostíbulo. Penguin agradecía todos los días a los dioses por aquello.

 

El menor dormía desnudo de lado en posición fetal mientras Killer, también desnudo por el incesante calor del ambiente, pasaba un brazo por debajo del cuello de Penguin para que le sirviese de almohadón, y otro por encima de su cintura para atraerlo más hacia sí. No era necesario el sexo, esos momentos eran más que suficientes para hacerle feliz. Solos, sin ninguna preocupación rondándoles la cabeza, sintiendo sus cuerpos hacerse uno, atesorando cada segundo que pasaban juntos.

 

Pero uno de los amantes parecía no estar conforme con esa situación. Penguin agarró el brazo de Killer que descansaba en su cintura y tiró de él, juntando más su espalda con el pecho del rubio. Cuando estuvieron pegados como lapas, el pequeño dirigió esa misma mano del pirata hacia su entrepierna con sumo cuidado, despacio, haciendo que las yemas de Killer palparan la fina piel del pastorcillo y sintiese lo caliente que estaba. Cuando ambas manos llegaron a la entrepierna, Penguin comenzó a temblar algo nervioso y también avergonzado, aunque estuviesen a oscuras notaba como Killer estaba clavando sus ojos en la nuca mientras sonreía gracioso por haber sido él quien tomase la iniciativa ese día. El pequeño soltó la mano de Killer dejándole el camino libre, y el rubio se puso en activo ante los deseos de su hombre.

 

Agarró el erecto miembro del muchacho y comenzó a masturbarlo muy lentamente. Apretaba con fuerza la polla, como si quisiera estrujarla entre sus dedos, subiendo y bajando a ritmo de tortuga. Penguin gemía entrecortadamente mientras apretaba con fuerza la mano libre de su amante. Cuando parecía recobrar la respiración normal, Killer ejercía más presión en su hombría para provocarle más jadeos. Era una tortura deliciosamente eterna. Para causarle más placer, el rubio empezó a repartir tiernos besos por el cuello y la parte superior de la espalda del menor. Apenas un roce de labios, una minúscula muestra del amor que se profesaban.

 

Los húmedos besos volvían loco a Penguin. Su boca era tan ruda pero a la vez tan placentera. ¿Cómo era posible que un hombre que llevaba incrustadas dos cuchillas en los brazos fuese así de dulce? ¿Cómo un asesino podía ser tan tierno? Estaba acostumbrado a convivir con la muerte, a verla en el rostro de compañeros y vecinos, a sentirla en las oscuras noches sin luna, a temer por ella si secuestraba a su querido hermano. Sabía que Killer era un pirata, un asesino, pero a Penguin e le resistía la idea de creer que aquel hombre fuese capaz de matar. Si le trataba tan bien, se sentía en el cielo con solo estar a su lado. Sus musculosos brazos le rodeaban y le protegían de cualquier peligro, era su caballero de brillante casco blanquiazul.

 

El pene de Penguin ya correaba líquido preseminal, y Killer se estaba poniendo cada vez más y más cachondo. Cuando era su pequeño quien comenzaba el juego amatorio, lo disfrutaba el doble. Le gustaba saber que el pastorcillo le necesitaba, que le buscaba para perderse en la inmensidad del goce carnal. Y él siempre estaba dispuesto a trasportarle allí.

 

Killer notaba el fuego interior de Penguin, sentía sus ganas lujuriosas de sexo, percibía la sangre fluir con rapidez por sus venas agolpándose en una única zona. Una zona que tenía bien sujeta entre sus fuertes dedos de marinero, una zona que estaba a punto de caramelo. El menor gemía con ganas aunque intentaba controlarse para que su hermano no les escuchase, pues había ido al río a por un caldero de agua pero seguro que ya había vuelto y ahora estaría en el salón o en la cocina oyendo todo el espectáculo.

 

El rubio continuaba besando el desprotegido cuello del muchachito, y cuando estuvo empapado en saliva, deslizó su lengua hasta el lóbulo de la oreja, haciendo jadear a su compañero con fuerza. Introdujo su lengua en el interior de la oreja, jugueteando con ella por esa estrecha cavidad, mientras mordía levemente la zona exterior de la misma. Penguin se estaba derritiendo. Estaba siendo masturbado a una velocidad condenadamente lenta para retardar el incipiente orgasmo, notando el contacto de su espalda con el fornido pecho de su amante, sintiendo su lengua inquieta por su oreja, escuchando su aliento entrecortado en la nuca. El pequeño creía morir.

 

Sin previo aviso, Killer se soltó del agarre y acercó dos de sus dedos a la boca de Penguin, quien los chupó con ganas sabiendo lo que vendría después. Y es que, el rubio no se podía esperar más. Necesitaba follárselo de una buena vez. Sin perder un segundo, el pirata sacó rápidamente los dedos de la boca de su amante y se los introdujo en su interior con cuidado pero de forma algo ruda debido a sus incontrolables ganas de sexo. Hundió sus dedos en el interior del pequeño un par de veces hasta conseguir rozar ese punto que tan loco volvía a Penguin, ese punto escondido entre su perfecta y delicada anatomía que Killer había dominado con extraordinaria maestría en pocos días.

 

En cuanto rozó su próstata, Penguin se revolvió entre los brazos de su hombre y un espasmo surcó su espina dorsal anunciándole un próximo y placentero orgasmo. Killer adoraba esa reacción, adoraba sentir a su pequeño así de perdido en el mundo del goce carnal, adoraba escucharle decir su nombre entre jadeos y gemidos. Movió sus dedos con rapidez sin dejar de rozar la próstata de su compañero mientras lo masturbaba a la misma velocidad y le besaba con una dulzura desmesurada. Penguin no aguantó el ataque a tres bandas y, notando un escalofrío mucho más potente que los anteriores, se corrió en la mano de su amante mientras éste le besaba en un intento por acallar su voz. Su cuerpo temblaba y su entrada se dilataba y contraía con fuerza, haciendo que Killer notase el calor que emanaba del interior del pequeño y llevándolo a la locura transitoria por poseer aquello que ya era suyo.

 

Así como estaban, tumbados de lado con la espalda de Penguin pegada al pecho de Killer, sumidos en la oscuridad profunda, ambos contendientes se dieron cuenta de que no necesitaban nada más para vivir. Aunque ninguno viese la cara del otro, sabían lo que reflejaban sus ojos. Cuando hacían el amor se convertían en un solo ser, un ente etéreo que vagaba protegido por una película invisible sin ser molestado por nada exterior. Killer. Penguin. Nada más. No había nada más. Ni piratas, ni vacas, ni barcos, ni religiones, ni dioses. Nada.

 

El rubio agarró la pierna del castaño y la colocó en posición vertical para abrirle los glúteos y penetrarle con más facilidad. Cuando lo hizo, la entrada de Penguin aún estaba sufriendo contracciones, y Killer jadeó con fuerza de placer. El pastorcillo, que no aguantaba escuchar jadear a su hombre, movió las caderas con algo de dificultad y terminó de empalarse, gimiendo él también al unísono. “¿Cómo puede sentirse tan bien?” pensaron ambos.

 

Con una pierna sujeta, y su otro brazo agarrando el pecho del menor para acercarlo más si cabe a su cuerpo, para poder meter por completo su erecto pene y conseguir otro gemido de su querido amante. Ahora sí, comenzó a moverse con rudeza. Una parte de su interior lo sentía por el pequeño Penguin, porque no sabía si quería que le follase de una forma más delicada, pero por otra parte, Killer no sabía hacerlo de otro modo. ¿Cómo resistirse a ese culito tan agradecido? Todo en el pastorcillo era precioso, digno de admiración. Y así era como Killer le demostraba su amor, haciéndole llegar al cielo una y otra vez hasta que sus alas dejaran de moverse exhaustas. Ya que no se lo podía demostrar con palabras, lo hacía con hechos.

 

Penguin se retorcía de placer ante las certeras estocadas de su hombre. Desde que se la había metido, no había dejado de rozar una y otra vez su próstata. Y por si el placer fuera poco, la boca de éste descansaba sobre su cuello propinándole sonoros lametones y chupetones, llenándoselo de marcas que al día siguiente taparía con su turbante blanco, aunque le encantaría lucirlas para que todo el mundo viese que tenía alguien a quien amar y que le amaba. Sintiendo su agitada respiración sobre su nuca, sus roncos gemidos de fiera indomable, sus rubios cabellos sobre su rostro. Esos cabellos que olían a mar, un mar que causaba pavor al menor por puro desconocimiento, pero también porque un día le robaría a su hombre y no se lo devolvería jamás. Los pocos que habían salido de Babilonia en busca de un futuro mejor como piratas jamás habían regresado, y su temerosa mente le hacía creer que eso era porque habían perecido en e intento, no porque hubiesen alcanzado sus sueños.

 

En Babilonia no había sueños, la gente sólo vivía su vida. Aquella para la que una persona había sido creada desde que los dioses inscribieron su destino en las tablillas mágicas de barro. Los superiores le habían creado como un wardu, a él y a su hermano, a sus padres, a sus abuelos, a los padres de éstos, y a los padres de éstos también. Era una línea continua que no se sabía dónde empezaba, pero que podía acabar en cualquier momento con su muerte o la de su hermano. Serían enterrados en alguna fosa común, se convertirían en polvo, y su alma viajaría hasta el Inframundo para que la diosa Ereshkigal les castigase eternamente por no haber rendido los honores adecuados a los dioses, o por no haber cuidado las vacas como era debido, o por no haber compartido algún pedazo de pan con la gente más pobre que ellos, o por cualquier error… No tenían escapatoria, a no ser que alguien le rindiese las correspondientes ofrendas a su cuerpo cuando muriese. Alguien rubio que olía a mar.

 

Penguin también podía sentir sus ojos clavarse en los suyos negros. A pesar de que estaba toda la habitación a oscuras, los notaba. Una penetrante mirada desconocida. Las ganas que tenía de conocerle eran inmensas, de descubrir el rostro de aquel adorable desconocido. Quería saber de qué color eran los ojos de su amante, sus facciones, el por qué de su áspera piel. Quería saber todo sobre él. Porque no estaba seguro de sus sentimientos, desconocía si era amor aquello que albergaba su corazón porque nunca había sentido otra cosa igual, pero el menor estaba seguro de que quería pasar toda la vida junto a ese pirata de rubios cabellos.

 

Penguin sentía un angustioso dolor en el pecho cada vez que rogaba a los dioses por que le dejasen ver el rostro de su amado. Era una oración diaria, junto con la salvación de su alma y la de su hermano. Por Killer no rezaba porque sabía que ese hombre estaba fuera de la jurisdicción de los dioses, era un ser salvaje que sólo atendía al océano y al viento. Era un dios. Pero ese dolor que tanto desgarraba su pecho pronto fue sustituido por un ardiente placer desenfrenado, un placer por el que su cuerpo sucumbía a los embistes de su desconocido compañero, un placer con nombre propio: orgasmo.

 

-Ki-Killer…-el menor comenzó a gemir su nombre, pero el mero hecho de escucharle decir el suyo le provocaba un cúmulo de sensaciones contradictorias. Sus irrefrenables ganas de saber quién era aquel que le subía al cielo todos los días se materializaron en una pequeña lágrima que brotó de sus negros ojos, una lágrima a la que le siguieron muchas más.

 

-Joder, Pen… Jo-der…-Killer no era capaz de articular dos palabras seguidas, notaba como la entrada de su compañero le succionaba con fuerza llevándole al clímax-. M-Me encantas, Pen. Me vuelves l-loco…

 

Penguin no entendía una palabra de lo que el otro le decía, pero no le importaba lo más mínimo. Lo único que había en su cabeza era conocer su rostro. Nada más. Lo necesitaba.

 

-K-Killer… Mashdri-nah, mashdri-nah…-Por favor. Por favor. Sólo quería ver su rostro, sólo eso. Y sería el muchacho más feliz del mundo. Por favor-. Mashdri-nah, Ki-ller…

 

El rubio, al escuchar la dulce voz del menor entrecortada por los jadeos, sintió como una bola de fuego le subía por el abdomen hasta su garganta, y para evitar que siguiese llamándole con esas misteriosas palabras que no entendía, le agarró del cuello y hundió su boca en la de Penguin moviendo sus lenguas frenéticamente. El menor, al sentir su indomable lengua y al verse envuelto por los largos cabellos del pirata, acabó corriéndose con un espasmo mientras sus gemidos eran acallados por los labios del otro. Killer, quien no podía más por la excitación que le provocaba oír su nombre en boca del pastorcillo, se corrió seguidamente.

 

Así se quedaron, besándose entre jadeos intentando recuperar el aliento. Extasiados por el ejercicio de hacía unos minutos, sus esos habían pasado de ser rudos y salvajes a ser dulces y suaves. Todavía tumbados de lado y con el pene chorreante del rubio en el interior del castaño, Killer pasó una de sus manos por la mejilla del menor y le acarició con ternura mientras le besaba. Estaba en la gloria, era como comerse un melocotón de temporada. Penguin, por su parte, se dejó inundar por esa agradable sensación que le provocaba estar entre los brazos de su hombre, tan fuertes y musculosos, agarrando con una de sus manos la que quedaba libre de éste mientras la otra simplemente descansaba sobre la paja.

 

Después de beberse el alma durante unos veinte minutos, Killer decidió salir de Penguin con sumo cuidado, dejando tras de sí un reguero de semen. Penguin, que ya estaba más que acostumbrado (de hecho le gustaba, porque se veía como si fuese una mujer a la que acababa de fecundar), se limpió con una sucia manta tirada a los pies del lecho de paja. Tanteando en la oscuridad, buscó los brazos de su amado y se acurrucó entre ellos apoyando su cabeza en el pecho de éste, sintiendo como era arropado. Ah, le encantaba dormir entre sus brazos.

 

Sanji caminaba despreocupado por el mercado en busca de fruta fresca y algo de harina. El sol se estaba poniendo y una suave y agradable brisa corría por la ciudad, haciendo más llevadero el calor sofocante. Le gustaba perderse por el mercado para cotillear los puestos de comida, ver los productos que se vendían, cómo los mercaderes regateaban el precio con los clientes… Además, le gustaba ir solo, porque así podía pensar en sus cosas y no tenía que estar pendiente de nadie más que de sí mismo.

 

Y ese día en especial quería estar solo porque las frutas y la harina de trigo que iba a comprar eran para hacer un pastel. Para alguien. Portgas D. Ace. No era un regalo de enamorados ni nada por el estilo, sólo quería agradecerle la noche tan fantástica que pasaron juntos, y que pagase toda la cena que de seguro fue cara. El moreno le había confesado que le gustaban los dulces. La verdad que él no era mucho de azúcar, pero cocinar para los demás le encantaba. Era una de sus pasiones, saber que alguien estará esperando con ganas un plato y prepararlo con todo el cariño del mundo para hacerlo lo mejor posible.

 

Llegó a un pequeño puesto de un comerciante que conocía bastante bien y sabía que su mercancía era de buena calidad, así que no tardó mucho en comprar unas fresas enormes, gordas y rojas que tenían una pinta buenísima. Sanji había decidido preparar una tarta de queso, miel y fresas, una de sus especialidades. Pagó con una sonrisa y se dispuso a marcharse, ignorando que alguien le estaba espiando dos puestos más allá. Al ver que el rubio caminaba hacia la calle principal en dirección al palacio, aquel espía salió de su escondite para cortarle el paso de una forma casual, haciendo ver que era una coincidencia su encuentro en el mercado. Corrió hacia una bocacalle por la que sabía que Sanji pasaría, y esperó allí hasta juntarse con él en la esquina, fingiendo que iba caminando despreocupadamente y chocándose con el rubio.

 

-¡Oh! Discúlpeme caballero, iba caminando sin mirar y me choqué con usted. ¡Lo lamento muchísimo!-dijo Ace con sus característicos y refinados modales mientras ayudaba al rubio a levantarse, pues éste había caído al suelo del choque.

 

-¡A-Ace!-Sanji reconoció esa melodiosa voz a la primera, y levantó su vista para comprobar si estaba en lo cierto, y así era.

 

-¡Por todos los dioses, Sanji!-el pecoso fingió la máxima sorpresa posible-. ¿Estás bien? Lo siento muchísimo de verdad, iba caminando sin mirar al frente y no me percaté de que alguien venía al girar la esquina.

 

-E-Esto bien, gracias-el rubio se sonrojó, Ace le trataba como un rey-. ¿Qué estás haciendo aquí?

 

-Me gusta pasear por el mercado y ver los suculentos platos de los vendedores-echó un vistazo rápido al cocinero y continuó-. Veo que estás de compras, espero no haber estropeado tu comida… no me lo perdonaría jamás.

 

-N-No te preocupes, Ace-restó importancia Sanji, más rojo todavía-. Son sólo unas fresas y un poco de harina.

 

-¿Vas a cocinar algún plato especial?-el moreno levantó una ceja curioso, haciendo que Sanji se pusiera nervioso-. ¿Podré probarlo?-una sonrisa encandiladora-. Seguro que está de vicio…

 

-E-Es una tarta para…-el rubio buscó una mentira creíble-. ¡La fiesta de las candelas! ¡Sí!

 

-¿Y quién será el afortunado que pruebe tal manjar?-preguntó sensualmente el pecoso mientras atraía hacia sí a Sanji pasando un brazo por su cintura.

 

-E-Es para m-mis compañeros-mintió el rubio muy nervioso. El gesto de Ace cambió e hizo un pequeño mohín triste, logrando que al cocinero le entrase la culpa-. ¡P-Pero intentaré guardar un trozo para t-ti!

 

-Por cierto… ¿Podremos vernos esa noche?

 

-P-Pues…-los ojos negros del moreno lo estaban devorando allí mismo, en medio del mercado, y su voz tan sensual hacía prender su fuego interior de una forma increíble-. S-Supongo que s-sí…

 

-Estaré esperando ansioso-el pecoso mostró su mejor sonrisa de seductor y, galantemente, agarró la mano de Sanji y se la besó como la primera vez que se conocieron-. Hasta dentro de dos días, Sanji.

 

El rubio no tuvo tempo de despedirse, pero tampoco tenía palabras que decir. Estaba rojo como un tomate y su corazón latía a mil por hora. Se le iba a salir del pecho. Ese hombre… le provocaba sensaciones irrefrenables en su cuerpo. Encendió un cigarro que guardaba en su chilaba para despejarse y se encaminó, esta vez sí, hacia palacio.

 

Eustass Kid estaba hecho una furia. Llevaba todo el puto día sin ver a ese jodido sacerdote. Y todo porque al señorito se le había antojado ir a la cascada y quedarse allí horas y horas. ¿Qué cojones se podía hacer en un sitio así? Nadar tampoco era gran cosa. Encima, las conversaciones que había tenido esa mañana con Robin y Luffy no le ayudaban en absoluto. Si tanto le gustaba, ¿por qué no estaba ahí con él? El pelirrojo había pasado la tarde aburridísimo, durmiendo y luego molestando a los conejos y pavos reales que había en los jardines. Y ya está. No había hecho nada más con su puta vida. Él, uno de los piratas más temidos del mundo, había pasado la tarde persiguiendo conejos. Lamentable.

 

Ya había cenado, y era noche cerrada. Estaba tumbado en la cama intentando conciliar el sueño, pero era imposible. Su cabeza no dejaba de pensar en Trafalgar Law. Kid gruñó rabioso, ese sacerdote le sacaba de sus casillas. Ahora que se había hecho esperanzas y que su plan iba viento en popa, ahora que estaba seguro de que aquel sacerdote sentía algo por él… se volvía un cubito de hielo y desaparecía por dos días. ¿Y ahora qué tenía que hacer él? Ya había ido a buscarle dos noches, no pensaba arrastrarse como un perro. Eustass Capitán Kid no se arrastraba, hacía que se arrastrasen. Él mandaba, y punto. No había más discusión.

 

El pirata estaba comenzando a desesperarse, dando vueltas por la cama como una croqueta y estrujando las sábanas para intentar conciliar el sueño, pero parecía que los dioses, encima de robarle a su… juguete, le habían castigado a no dormir esa noche. Fantástico. Encima hacía un calor horrible, que se pegaba al cuerpo y te hacía sudar como un pollo en el horno. Eso era un puto infierno.

 

-¡JODERRRRRRRRRRRRRRRRRR!-gritó desesperado a la nada-. Puto calor de la hostia, su puta madre. Así no hay quien duerma, joder.

 

Para calmar su rabia, estrujó los cojines que hacían las veces de almohadón, pero no sirvió de mucho. Corrió las cortinas de la ventana para ver si entraba una ligera brisa, pero no. Hoy no. Harto ya de todo, se disponía a dormir en el jardín cuando en su cabeza apareció una idea mejor. Mentalmente, se felicitó por ello. Cuando quería, podía ser un genio. Con una sonrisa victoriosa en el rostro, Kid llenó la enorme bañera con agua bien fría y se metió en ella. Oh, sí. Ahora sí. El frío líquido elemento se introducía por cada poro de su piel y relajaba sus músculos, disminuyendo notablemente su temperatura corporal y con ello, su cabreo. Sumergió su cabeza y se remojó sus rojos cabellos, echándolos hacia atrás para que no le molestasen en la cara. Un baño nocturno, menuda puta idea había tenido.

 

Siempre silencioso como un gato pardo, Trafalgar entró en la habitación del pelirrojo, la cual estaba alumbrada con escasas velas porque se suponía que tenía que estar durmiendo. Para su sorpresa, su hombre estaba dándose un relajante baño. Y era realmente relajante, porque tenía la cabeza apoyada en el borde de la bañera, así como sus brazos. Tenía los ojos cerrados. Así, tan tranquilo y apacible, parecía un bendito. El moreno recordó la noche en la que durmieron juntos, y cómo al despertarse primero le vio su cara mientras dormía. En momentos así parecía más hermoso aún. No, Eustass Kid no era hermoso. Era… un mismísimo dios.

 

Con el mismo sigilo con el que había entrado, Law se aproximó hasta la bañera y se sentó en el borde próximo a su hombre. Al principio, Kid no se enteró, pero pronto olió el aroma del moreno, y sin pensárselo dos veces, abrió un ojo receloso. Le iba a cantar las 40. Y allí estaba Trafalgar, con esa ladina sonrisa mirándole intensamente con esos preciosos orbes. Porque en verdad que eran preciosos. Hasta con ojeras. Vestía una llamativa túnica amarilla con unas curiosas plumas negras cosidas en los extremos de las mangas y en la cola, una cola enorme que se asemejaba a un vestido de novia. Pero lo más característico de la túnica no era su color o las plumas, sino que era completamente transparente. Totalmente.

 

El tatuado sumergió su mano en el agua y jugueteó con las finas gotas que se habían quedado entre sus dedos, como si las estuviera controlando mentalmente. Kid lo miró fascinado, era como un ballet acuático protagonizado por sus estilizados dedos.

 

-¿No es un poco tarde para estar despierto, Eustass-ya?-preguntó el moreno con gracia, pero con endemoniada parsimonia.

 

Pero el susodicho no contestó. Se miraron durante unos segundos, como si fuese una batalla sin armas, sólo de miradas. El pelirrojo asesinaba al moreno con sus ambarinos ojos, parecía querer descuartizarlo con su ceño fruncido, pero Law simplemente le miraba curioso esperando una respuesta. Pero ésta nunca llego, y el pirata decidió terminar la rápida guerra de miradas apartando su cara y lanzando un bufido, algo que hizo bastante gracia al moreno.

 

-El agua está bastante fría-prosiguió el sacerdote como si nada-. Si permaneces mucho tiempo dentro de la bañera, te resfriarás.

 

Otra vez el mismo tono de voz, otra vez la misma mirada. Trafalgar sabía que podía sacar un poquito más de quicio a su hombre. Era algo que le agradaba sobremanera, verle perder los estribos como si fuese un animal salvaje le hacía mucha gracia. Pero la paciencia de Kid era mundialmente famosa por ser más que escasa, y el pelirrojo no estaba para jueguecitos estúpidos, y menos con él.

 

-¿No tienes que dormir con tus dioses?-le espetó con un despectivo tono de voz en las últimas partes de la frase. Le volvió a mirar con el semblante serio, y giró de nuevo la cara con otro bufido, esta vez mucho más fuerte y más propio de un animal que de un humano.

 

-No te enfades conmigo, Eustass-ya-Law dejó de jugar con el agua para acariciar con delicadeza el húmedo cabello de su hombre en la zona de la nuca, rozando a veces su lóbulo y consiguiendo que éste temblara levemente-. Tú hubieses hecho lo mismo en mi lugar. Además, ahora estoy aquí… y eso es lo que importa.

 

Kid sentía la respiración del moreno en su oreja, escuchaba su armoniosa voz en sensuales susurros, notaba sus finos dedos enterrarse con ganas en sus pelirrojos cabellos. Y se estaba poniendo malo. Toda la mala hostia acumulada en esos dos días se estaba evaporando como el agua al caer sobre un hierro ardiente. Estúpido y sensual Trafalgar Law. Pero el pelirrojo no se rendiría tan fácilmente, era un pirata y tenía su orgullo y honor.

 

-Quiero estar solo, así que desaparece de mi vista-gruñó el menor con la boca pequeña, pues estaba más que claro que no pensaba lo que decía. Y Law lo sabía, porque no se le escapaba nada que tuviese que ver con su hombre de los mares.

 

-Eustass-ya…-el moreno susurró su nombre y, en un rápido movimiento, se dejó caer al interior de la bañera quedando, calculadamente, sentado sobre las piernas del pelirrojo-. Mientes muy mal, Eustass-ya…

 

-¿¡P-Pero qué cojones haces!?-escupió Kid con toda la cara mojada por el salpicón de agua-. Joder, Trafalgar, vete de aquí.

 

El moreno sonrió ampliamente, por fin había dicho su nombre. Kid se percató de que se le había escapado, y se maldijo mentalmente, pero la metedura de pata ya no tenía solución. Giró la cara algo sonrojado, pero principalmente para no ver a Trafalgar mojado hasta los huesos encima de él. Encima, el pervertido ya estaba caliente. Era como un maldito motor que se ponía de cero a cien en un segundo. Y olía tan bien. Joder, joder, joder.

 

-Eustass-ya…-el mayor agarró con delicadeza la barbilla de éste y le obligó a girarse para poder mirarle a los ojos directamente. Esos ojos de oro le tenían fascinado. Con una sibilina sonrisa en la cara, Trafalgar se fue acerando peligrosamente a los labios del pirata-. Dame un beso… Eustass-ya…

 

Y sin hacerse de esperar, el moreno se inclinó con calculada lentitud hacia la boca del pelirrojo, quien no hizo nada para evitarlo. Ambos tenían tantas ganas… El beso fue delicado, tierno, de esos de película, como el preludio de algo mucho más gordo. Kid pasó sus manos por la cintura de Trafalgar atrayéndolo más hacia sí, y notó como la túnica amarilla estaba empapada por completo y se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Quería tocar su piel, y le molestaba que un trozo de tela se interpusiera en sus deseos, pero a la vez, la seda era tan fina y delicada que se sentía terriblemente bien en sus dedos.

 

Y es que, Trafalgar había decidido meterse en la bañera con ropa y todo. Bueno, si es que una túnica transparente podía considerarse ropa. El moreno llevaba el pecho al descubierto, dejando sus tatuajes al aire, ahora completamente mojado por el que discurrían transparentes gotas de agua que se quedaban presas en los pliegues de sus músculos, haciendo que su tostada piel brillase como si emanase luz de ella. La toga amarilla se pegaba a su cuerpo como si fuese una segunda piel, pero como era tan ancha, las mangas y la cola flotaban en la bañera confiriéndole al agua un color dorado precioso. Era como estar sumergido en oro líquido. Sus húmedos cabellos habían tornado a un curioso color azul marino, como queriendo estar a juego con el cielo estrellado de esa noche. Y sus ojos… qué ojos. Dos perlas grises que dejaban a cualquiera sin aliento. Era extraño, pero Trafalgar estaba más guapo por la noche. Le sentaba bien.

 

-Echaba de menos los labios de Eustass-ya-sonrió Law con sorna al haber logrado su objetivo-. Espero que esta noche se porte bien conmigo…

 

Dicho esto, volvió a besar al pelirrojo, esta vez con más intensidad. Kid clavó sus dedos en la estrecha cintura de avispa del moreno al abrir su boca y notar el contacto húmedo con la de Trafalgar. Condenado sacerdote, qué bien besaba. Y qué bien sabía. Y qué bien olía. Y qué bien se sentía su piel. Sus cuerpos congeniaban, casaban perfectamente el uno con el otro, enviándose pequeñas descargas que se dejaban notar en la punta de la lengua y los dedos. A pesar de estar sumergidos en agua fría como el hielo, ambos sentían aumentar el calor interior.

 

Law se desabrochó los cordones que mantenían sujeta su túnica e hizo mención de quitársela, pero Kid lo detuvo.

 

-No te la quites-le susurró roncamente mientras le besaba el cuello-. Me gusta así.

 

Y el moreno aceptó sin rechistar. No iba a negarle una petición a su hombre. En un principio, Kid prefería desnudar al sacerdote y sentir en su plenitud su suave piel de flor, pero agarrar la seda era algo mágico. Como si Trafalgar estuviese envuelto en papel de regalo. Y la sola idea de imaginárselo así, completamente desnudo y con un lacito enorme en la cabeza, era demasiado para su cordura. Le apartó con brusquedad la toga de los hombros y la deslizó hasta sus codos, señal de las ganas irrefrenables que le tenía al moreno. Había estado esperando dos días. Dos eternos días. Dos putos días.

 

Cada poro de piel que Kid rozaba con sus dedos se estremecía. Era como si en la yema de sus dedos, en vez de vasos sanguíneos, tuviese cables de electricidad que despedían descargas sin cesar. Mientras se centraba en morder con lujuria el lóbulo de la oreja de Trafalgar, comenzó a acariciar sus pezones con inusitado cuidado, estirándolos y pellizcándolos sin producir el mínimo gemido de dolor, sino todo lo contrario. Law suspiraba por puro placer, las manos de aquel enorme hombre pelirrojo eran extraordinarias, estaban hechas para su cuerpo.

 

-Me pregunto si Eustass-ya ha jugado alguna vez en el agua…-susurró el moreno con un deje gracioso en la voz, pues sabía que la respuesta era no. Su hombre parecía demasiado simple a la hora de las relaciones, el sitio más extraño en el que habría follado sería en el suelo de su camarote. Y el sacerdote no se equivocaba, Kid tenía poca imaginación en cuanto al sexo.

 

Y sin poder esperar más, Trafalgar agarró el miembro semi-erecto de su hombre y comenzó a masturbarlo despacio, subiendo y bajando, estirando toda la piel para que el prepucio cubriese o dejase al descubierto el carnoso glande del pelirrojo. Al notar como Law jugaba con su miembro, le mordió el cuello con algo de fuerza y le espetó:

 

-Si vas a jugar, hazlo apropiadamente, sacerdote de mierda-y agarró el erecto pene de Trafalgar y comenzó a masturbarlo con fuerza.

 

Law se estremeció ante ese inesperado movimiento y tuvo que agarrarse al cuello del pelirrojo para no caerse hacia atrás del placer. Nunca había permitido que le vejasen y le tratasen de forma ruda, y menos su cuerpo, pero ese hombre… podía hacer lo que quisiera con él que no se quejaría.

 

-Eus-tass-ya…-acertó a gemir el moreno-. M-Más desp-pacio…

 

-Pero si estás cachondo como una perra en celo-rió el pelirrojo mientras le seguía masturbando aumentando la velocidad, presionando con fuerza la polla del moreno-. Mira qué cara pones…

 

Law se tiró a los brazos del pirata para hacerle callar, no le permitiría una falta de respeto así. Pero tampoco quería que parase, eso nunca. Antes prefería tragarse su orgullo y callarle con un beso que decirle algún comentario hiriente y que el pelirrojo se cabrease y no quisiera continuar con lo que tenían entre manos.

 

Aprovechando la situación en la que estaban, Kid sentado en la base de la bañera con la espalda apoyada en una de las paredes, y Trafalgar de rodillas porque se había levantado de los muslos del pelirrojo para darle un ardiente beso, el menor deslizó su mano, que descansaba en la cintura del moreno, hasta la entrada de éste y le metió dos dedos sin previo aviso. Law sintió un escalofrío mucho más fuerte que el anterior y arañó inconscientemente los hombros del pelirrojo, pero a éste no pareció importarle lo más mínimo.

 

-Eustass-ya… más, más-y el nombrado le hizo caso añadiendo un tercer dedo y aumentando la velocidad de su mano-. E-Eustass-ya… Eustass-ya…

 

Los gemidos de Law eran música celestial para Kid. Y más si en ellos decía su nombre. Sin poder contenerse, sacó los dedos del interior del moreno y lo volvió a sentar encima de él, empalándole sin ningún problema por lo dilatada que estaba la zona. Presionó hacia abajo para que su miembro entrase por completo, logrando que el mayor gimiese con más fuerza. La sensación era extraordinaria. Las paredes del interior de Law estaban muy húmedas por el agua, pero lo mejor era que el líquido elemento entraba también con cada embestida, reduciendo el espacio y haciendo el interior del moreno más estrecho. Joder, Kid nunca se hubiese llegado a imaginar que follar en una bañera podía ser tan placentero.

 

Sonrió pérfidamente para sus adentros, se iban a pegar así toda la noche.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Menuda sorpresa se ha llevado Kid con esas inesperadas confesiones de Robin y Luffy. Pero parece que su plan va viento en popa. ¿Y eso es bueno porque quiere recuperar su antigua vida o porque quiere conseguir el corazón de Trafalgar? ò.ó

Pobre Penguin, está desesperado por conocer quien se esconde bajo el casco blanquiazul. Pero parece que tendrá que esperar un poco más. Me da mucha pena, de verdad, pero aún no es el momento. O igual nunca lo será... Ishtar proveerá.

Ay Ace, qué hombre tan galante. Eso es un hombre ne condiciones y no los que hay ahora! Y que mal miente Sanji, por cierto xDDD. Y le quiere hacer una tarta, que cuqui ^^. Esa relación avanza!

Bueno, espero que os haya gustado! Volveré el lunes por la noche, así que el martes comenzaré con el nuevo capítulo y contestaré los reviews que esta buena gente que me lee quiera dejarme.

Muchos besos guapísimas! <3<3


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