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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D

Sé que me vais a matar, y con razón u.u Lo sé, he tardado demasiado en subir la continuación, lo siento muchísimo TT.TT No sé si os lo creeréis o no, pero mis lectoras son lo primero! Bueno, y los estudios, y la universidad, y la familia, y los amigos, y el nov-si por los cojones.

En fin, que no tengo excusa :__________(

Aunque he de decir que estos días han sido unos de los mejores de toda mi vida, primero porque han empezado las fiestas de verano en los pueblos, y me encantan; segundo porque estoy leyendo un libro fantástico que no sabría si me gustaría; y tercero porque he conocido a dos de mis autoras favoritas, Elbaf y AnikoSan. No sabéis la emoción que me hizo, de verdad. Me sentía una jodida teenager xDDDD. Si no las conocéis, muy mal. dejad de leer esta mierda de fic y pasáos por los suyos, que esos sí que merecen la pena.

He de anunciar que estoy feliz como una lombriz por haber llegado a las 9.000 visitas. De verdad, sois los mejores *3*

Y no me enrollo más que sino tendréis más razones para matarme jejeje. Espero que os guste! :3

Los potentes rayos de sol despertaron a Eustass Kid, quien dormía plácidamente entre oscuras sábanas. Se desperezó, se frotó los ojos y buscó con sus manos y los ojos aún cerrados a su acompañante. Pronto escuchó el chapoteo del agua, así que abrió los ojos y se dirigió a la bañera en busca del moreno. Y allí estaba Trafalgar Law, jugando con el agua mientras se embadurnaba el cuerpo con un gel color carmesí de flores. Kid se quedó pasmado mirando a su enamorado, todavía algo adormecido y anonadado por la escena que se estaba representando ante sus narices. Así como estaba, dentro de la bañera y enjabonando su cuerpo con la suave crema perfumada, Law le parecía a Kid algún dios acuático, como una ninfa. Las sirenas existían en el Grand Line, ¿habría encontrado él a la suya?


Trafalgar se había percatado de que su hombre estaba despierto desde el momento en que éste había puesto un pie en el suelo, no le quitaba un ojo de encima, aunque lo hacía de una forma muy discreta. Fingiendo no haberse enterado de nada, el moreno hizo ademán de buscar con la mirada un trapo húmedo para retirarse el gel, pero sus ojos se desviaron “inconscientemente” para ver a su hombre. Law sonrió ladinamente, Kid continuaba estático sin mover un solo músculo, pero lo que más gustaba al sacerdote era la cara de estúpido que tenía, de embobado, como si estuviera viendo una joya. Su hombre era tan simple, pero en esa simpleza radicaba su atractivo, además de en otras muchas cualidades que Law no se iba a poner a enumerar en un momento así. Verle así de pasmado le encantaba, porque era a él a quien miraba, era él quien le hacía sentir así, quien conseguía aturdir a un sanguinario pirata como era Eustass Kid. Le encantaba porque se sentía deseado por aquel torbellino pelirrojo, porque se veía su más precioso tesoro. Y era una sensación que nada ni nadie harían desaparecer, porque Eustass Kid permanecería en Babilonia por el resto de su vida. Para siempre. Solo para él. Única y exclusivamente para Trafalgar Law.


-Buenos días, Eustass-ya-saludó el tatuado con sensualidad-. ¿Un baño?


Kid lo miró curioso, como si estuviese analizando las palabras que le había dicho, pero sonrió cual tiburón y se lanzó sin pensárselo dos veces a la bañera. Entró y se sentó en el suelo de la misma, descansando su espalda en la fría pared de mármol. Agarró a Trafalgar y lo atrajo hacia sí, colocándolo entre sus piernas pero dándole la espalda. Dejó sus brazos en el abdomen de éste y comenzó a besarlo parsimoniosamente por el cuello, dando pequeños lametones por su morena y delicada nuca. Law suspiró, le encantaban los “buenos días” de su hombre.


Así estuvieron un buen rato, sin pasar de los besos cariñosos, enjabonándose el uno al otro en silencio a veces roto por leves suspiros y risas de Law, y algún gruñido del pelirrojo. No era de muchas palabras por la mañana, le costaba funcionar, que le llegase la sangre a todos los órganos y músculos de ese enorme cuerpo. No tenían necesidad de decirse nada, con las miradas era suficiente: las indecentes de Law y las penetrantes de Kid. Ninguno quería romper el silencio de la habitación, en la que sólo se escuchaba el chapoteo del agua y el cantar de los pájaros del exterior. Sus cuerpos se complementaban de una forma que no tenía explicación, congeniaban de una manera sobrenatural, como si estuvieran predestinados a estar juntos.


Después de la “desaparición” de Law, la parejita había estado más que unida. Kid no tenía nada que hacer salvo ver el sol subir y bajar, y Trafalgar no quería dejarlo solo ni un segundo. Sabía que no se lo robarían porque estaba perdidamente enamorado de él, pero comenzaba a sufrir una malsana obsesión por aquel joven pirata. Por las mañanas, ambos se iban a las cascadas a disfrutar del paisaje. El pelirrojo le estaba cogiendo el gusto a aquella maravilla de la naturaleza. Luego comían juntos en la habitación del sacerdote, y se pegaban allí toda la tarde, solos, sin tener contacto con nadie salvo con las sirvientas cuando Trafalgar pedía un té o algún dulce. No necesitaban a nadie más. En la alcoba, el moreno le contaba historias y anécdotas de la isla, leyendas de dioses y hechos extraordinarios que él había visto con sus propios ojos. El menor escuchaba fascinado, no por enterarse de esas fábulas, que más bien le importaban muy poco, sino por oír la dulce voz del tatuado. Esa melodiosa y sensual voz, tan parsimoniosamente calculada, con un tono permanente que parecía un susurro. Eustass se sentía irremediablemente atraído por esa voz, se dejaba arrastrar sin oponer resistencia por unos finos hilos que le sometían sin contemplaciones ante ese endemoniado sacerdote. No había otra explicación posible, Trafalgar Law le ataba con su invisible tela de araña y él se volvía un preso feliz, pero un preso al fin y al cabo.


Por las noches, se amaban hasta caer rendidos en brazos del otro. Las noches eran todo lo contrario a las tardes. Si las tardes eran tranquilas y lentas, las noches eran fogosas y pasionales. Se deseaban con tantas ganas que les dolían los labios de tanto besarse, tenían la piel llena de arañazos de pasión desenfrenada. Se deshacían el uno en los brazos del otro. Era una sensación tan abrumadora, tan asfixiante pero a la vez tan placentera y reconfortante. Se amaban siempre que querían, independientemente del momento del día, pero por las noches, Trafalgar se dejaba mostrar en todo su esplendor. Y Kid quedaba fascinado, era como subir al cielo y volar entre las nubes, como sumergirse en el peligroso océano y nadar entre tiburones. En la habitación del sacerdote, ambos se transportaban a un mundo nuevo en el que nadie ni nada les importunaba, sólo estaban ellos. Como si estuvieran protegidos por un extraño campo de fuerza que repelía al resto de intrusos.


-Eustass-ya-comenzó el moreno mientras enlazaba su mano con la de Kid-, hoy es la Noche de las Candelas. Es una celebración muy importante, se conmemora la paz que los babilonios mantenemos para no enfadar a Enurta, dios de la guerra. Es un dios vengativo y cruel, nos odia a nosotros, los mortales, y si se enoja, crea tormentas y diluvios muy peligrosos-hizo una pequeña pausa para ver si Kid reaccionaba, pero permanecía callado aspirando el olor de su cabello azabache, aunque Law notó como su cuerpo se había tensado-. Así que hoy estaré muy ocupado con los preparativos y no podremos estar juntos…


Trafalgar había dicho esas últimas palabras con algo de recelo, no sabía cómo iba a actuar su hombre. No quería hacerlo, pero era su obligación. Como Sumo Sacerdote, debía presidir todas las fiestas religiosas y eventos públicos de la ciudad, debía mantener el favor de los dioses otro año más. En una semana comenzaría el Año Nuevo, y Law no podía esperar. Sería un año grandioso porque Kid estaría a su lado, y habría que celebrarlo correctamente, pero primero debían conmemorar el final de año como era tradición.


-Te estaré esperando en mi habitación-dijo el pelirrojo con voz ronca, bastante serio. No le hacía ni puta gracia tener que separarse de Trafalgar, pero lo que menos gracia le hacía era que fuese porque los dioses se lo “robaban” de nuevo. Jodidos dioses, siempre dando por culo. Hizo más presión en la cintura del moreno y continuó besándole la nuca con parsimonia, pero ya se había puesto de mala hostia y no habría nada que se la quitase.


-En realidad…-continuó el sacerdote acariciando los fornidos brazos del pirata, que descansaban sobre su estómago, intentando calmarle un poco-. Me gustaría que vinieses, Eustass-ya.


-¿Qué?-Kid dejó de besar al moreno y le dio la vuelta para mirarle a la cara directamente-. Tienes que estar de coña.


-Vamos, Eustass-ya…-Law descansó su cabeza en los pectorales del pelirrojo y comenzó a acariciarlos dulcemente con la yema de sus dedos mientras suspiraba levemente-. Así podríamos estar juntos…


-No me sale de los cojones ir, allí no pinto nada-sentenció el pirata-. Además, no quiero ir.


-Pero…-Law comenzó a besar tiernamente el pecho del menor-. Me gustaría que viesen el hombre con el que paso las noches… y se muriesen de envidia y celos porque jamás encontrarán a alguien como tú, Eustass-ya…


Dicho esto, Trafalgar acercó su rostro al de Kid y, pasando sus manos por el cuello de éste, lo besó con ganas. Con pasión. Demostrándole que necesitaba que estuviese con él en la celebración, tenía que exhibirlo como un premio, presentarlo en sociedad, dejar a todo el mundo perplejo con él. Ese hombre tan alto y fuerte, tan rudo, tan… hombre. Eso era Eustass Kid, un hombre con todas las letras. Y era el hombre de Trafalgar Law, y quería fardar de ello.


-¿Qué… tendría que hacer?-preguntó el pirata resignado. No lo reconocería, pero la idea de que Law fardase de él en público le gustaba. Así dejaba patente quién mandaba allí.


-Durante la ceremonia puedes permanecer aquí, pero luego se celebrará una cena con la aristocracia local y una fiesta-Law estaba sonriendo, pero Kid estaba bastante serio. No le gustaban ese tipo de fiestas, y eso que ni sabía cómo sería-. Será divertido, Eustass-ya.


El pelirrojo bufó de mala gana indicando que no estaba de acuerdo, pero no quería discutir ya por la mañana. Además, no podía negarle nada a su chico. No con esos perlados ojos grises, no con esa melodiosa y sensual voz, no con esos carnosos y sabrosos labios, no con esa delicada piel de terciopelo marrón. Trafalgar, para desenfadar a su “chico grande”, comenzó a besarle la mejilla derecha para continuar descendiendo por su cuello mientras ronroneaba como un gato. Kid lo agarró con fuerza entre sus brazos, y el moreno se revolvió feliz. Nunca había conocido a nadie con quien estuviera tan a gusto, con quien encajase tan bien. Definitivamente, Eustass Kid iba a ser suyo para siempre.


La Noche de las Candelas era una fiesta muy importante, la última del año. Se celebraba en el templo de Marduk, patrón de la ciudad y dios supremo de los babilonios. El templo estaba situado en el centro de la ciudad, pero era mucho más pequeño que el dedicado a Ishtar, pues éste también era el palacio residencial del sacerdote y sus ayudantes. Los habitantes de la isla iban llegando al templo y ofrecían una vela encendida a Enurta, representado en una estatua de piedra de tres metros de alto. Como todos los ciudadanos deseaban llevar una vela (o más bien, se veían obligados para no enfurecer al dios), el templo se llenaba de velas que sobresalían por la escalinata de acceso y rodeaban los cimientos del mismo. Parecía estar rodeado por un halo divino de fuego iluminador.


Law, como Sumo Sacerdote, debía permanecer en el templo rezando por el alma de todos los individuos que llevaban una ofrenda. La sala principal, en la que se encontraba la imagen del dios, estaba repleta de velas, pero él tenía un espacio preparado a los pies de la estatua para poder orar con tranquilidad. Las sacerdotisas iban colocando a su alrededor las velas que los fieles traían, siempre delante de la estatua pero dejando un pequeño pasillo para que Trafalgar pudiera salir cuando hubiese terminado. Debía rezar desde las doce del mediodía hasta que anocheciese, momento en el cual le relevarían las sacerdotisas.


La cena de la alta sociedad y la fiesta se celebraban en palacio. La sala principal, la del trono, se había acomodado de tal forma que había una enorme mesa rectangular decorada con mantelería y cubertería lujosa sobre la que descansaban unos suculentos platos preparados por el cocinero de palacio, Sanji. En una esquina de la sala, varias esclavas tocaban instrumentos de cuerda y percusión mientras que otras bailaban completamente desnudas, luciendo únicamente un collar de plata que se unía a un cinturón mediante una cadena, y unos pañuelos de seda transparente en las muñecas y en los tobillos. El cinturón estaba decorado con minúsculos cascabeles, y cuando las muchachas se contoneaban al ritmo de la tranquila música, los cascabeles sonaban. El resto de la sala estaba acondicionado con alfombras, mesitas de té pequeñas, e infinidad de cojines y almohadones en el suelo, para que después de cenar, los invitados reposasen allí la comida y charlasen de una forma distendida.


Y para servir todo este banquete, los guardias de palacio habían “alistado” a numerosos wardu de os barrios bajos. Las propias muchachas que bailaban y tocaban instrumentos eran wardu, pero había otros encargados de servir la mesa, estar pendientes de los invitados por si su copa se vaciaba y pedían más cerveza o vino, o simplemente, por si necesitaban cualquier cosa. Eran esclavos, la clase más baja que había, por lo que estaban destinados a ello según los dioses dictaminaron las leyes. Y las leyes de los dioses son inamovibles.


Los trabajadores de palacio estaban considerados clase alta, awilu, pero como no dejaban de ser trabajadores (es más, pertenecían a la clase alta precisamente porque servían en palacio), no tenían permitido disfrutar de la cena. Se encargarían de continuar con sus labores habituales como si fuese un día corriente: Nami y Robin estarían rezando en el templo de Marduk cuando Law se hubiese ido, Zoro y Luffy estaría vigilando el recinto para que no ocurriese nada que alterase el orden, Sanji estaría cocinando todos los platos que se iban a servir, ayudado por Usopp y Chopper. Y Law, como anfitrión, debía velar por que todo transcurriese a la perfección esa noche. Desde que había salido de su habitación por la mañana, abandonando a un enfadado Eustass Kid, había dado órdenes a todos con las indicaciones que debían seguir, cómo debían acondicionar la sala, qué platos cocinar, qué música tocar… absolutamente todo. Era una tarea complicada, pero Trafalgar disfrutaba mandando y sabía hacerlo, tenía mucha capacidad de organización.


Como la sala del trono era la más lujosa del palacio, profusamente decorada con estelas de dioses y antiguos reyes, apenas había que hacer nada. Llenaron el suelo de alfombras para que los invitados caminasen descalzos, como marcaba la ley; recogieron todas las almohadas y cojines que había en las habitaciones (exceptuando las de Law y Kid), y los colocaron en círculo en el suelo, acompañados de mesitas de té de madera en forma octogonal sobre las que descansaban pastas y galletas muy dulces. El té se serviría después del banquete para que no se enfriase. Para iluminar la estancia se habían repartido lámparas de pie con lucernas, además de velas y candelabros por todas las mesas. Junto a las velas había ramilletes de incienso que cargaban el ambiente con un aroma dulce y algo excitante para los sentidos.


Las muchachas encargadas de tocar los instrumentos vestían un ajustado vestido blanco sin mangas hasta los tobillos y un curioso tocado en el pelo consistente en un enorme moño hecho a partir de finísimas trenzas sujetas con hilos de colores. Las sirvientas también iban así vestidas salvo por el tocado, pues ellas llevaban el pelo suelto. Los hombres llevaban el pecho al descubierto, y en la parte de abajo vestían un pantalón blanco bombacho hasta los tobillos con un cinto de tela también blanco.


Eustass Kid estaba mirándose al espejo del baño con recelo. Por la tarde estaba tan tranquilo tirado en el sofá sin hacer nada, más aburrido que un ciego en un cine mudo, cuando Nami apareció con un traje entre sus brazos. Con algo de miedo, le contó que era una petición de Law y debía ponérselo para la cena. Al principio se negó, pero Kid acabó cediendo. Y allí estaba, antes de bajar a cenar, escrutándose frente al espejo. Vestía una camiseta naranja de seda completamente transparente y con pequeños detalles en oro bordados en el cuello y las mangas, que le llegaban hasta la mitad del bíceps. La camiseta era holgada, pero el calor hacía que la seda se pegase a su cuerpo y le daba un aspecto mágico, como si estuviese cubierto por una fina película de oro líquido. Además, un color tan vivo resaltaba sobre su piel tan blanca. La parte inferior estaba compuesta por una falda hasta las rodillas también naranja, pero un tono más oscuro. Era lisa, sin ningún detalle salvo por los pequeños flecos de la costura final. Para unir ambas partes, el pelirrojo llevaba un cinto de piel de camello con medallones de oro incrustados. Trafalgar también le había dejado unos brazaletes idénticos a los que llevaba siempre. Para terminar, se había colocado la cinta marrón que Franky le dio para que el pelo no le estorbara en los ojos.


Kid no sabía qué pensar. Estaba muy cómodo con ese vestuario, era ligero y fresco, y aunque la camiseta se le pegase al cuerpo, apenas la notaba. Se recordaba a sí mismo como una naranja, todo del mismo color, pero tampoco le importaba porque los detalles dorados y el cinto de cuero le rebajaban el mono-cromatismo. Pero había algo que no acababa de convencerle… Ir así vestido, como iban todos en aquella isla… Kid sentía que había perdido su identidad de pirata. Ya no era Eustass Capitán Kid, ahora era Eustass me follo a Trafalgar Law Kid. Le gustaba hacerse notar, que todos conocieran quién se tiraba al sacerdote, pero parecía un mero acompañante. Una esposa florero.


-Eustass-ya está muy elegante-la voz cantarina de Trafalgar le sacó de sus pensamientos. El moreno estaba bajo el marco de la puerta sonriendo con su característica muesca-. Sabía que te sentaría como anillo al dedo.


-¿Y no puedo ir con los pantalones de siempre?-preguntó el pelirrojo con algo de simpleza. Nunca había asistido a una fiesta de estas características, pero si ya le obligaban a vestir un determinado atuendo, no le gustaba. Odiaba a la gente estirada, y vistiendo así se convertía en uno de ellos.


-¡Por supuesto que no!-contestó enérgicamente el moreno, y se acercó hasta su hombre para rodearlo con los brazos y besarle en el pecho-. Además, quiero que vean lo afortunado que soy teniendo a un hombre como tú a mi lado.


-¿Por qué tienes tanta obsesión porque me vean?-cuestionó el pirata mientras le devolvía el abrazo y se dejaba embriagar por el sinuoso aroma de Trafalgar. Desde por la mañana, llevaba dándole vueltas al asunto-. ¿Qué les importará a ellos?


-Les importa mucho…-dijo Trafalgar hundiendo su cara en el pecho de su amado-. Son como víboras, siempre acechando y esperando el momento adecuado para matarte y tirarte al río… Lo único que les interesa es el poder de mi puesto.


-Trafalgar-lo llamó Kid levantando su mentón y mirándolo fijamente-, nadie te pondrá una mano encima mientras yo esté aquí. Cualquiera que se atreva a cruzar esa puerta acabará descuartizado. ¿Queda claro?-el rostro del moreno se suavizó un poco y una sonrisa apareció-. Oye… ¿te has pintado los ojos?


-Tengo que estar perfecto para esta noche-contestó el moreno con un extraño puchero mezcla de prepotencia y algo de vergüenza. Y al ver cómo su hombre sonreía de oreja a oreja como un tiburón, lo besó rabioso. No se pintaba porque era una mujer, sino porque era la tradición. Además, estaba realmente atractivo con los ojos delineados con kohl negro porque sus iris grises resaltaban más.


-No te piques, sólo he preguntado-rió el pelirrojo. No quería admitirlo, pero Law estaba muy atractivo. Su cabello olía condenadamente bien, tanto como su piel tostada, sus ojos grises brillaban más que de costumbre. Incluso sus labios sabían mejor.


Ahora que lo tenía tan cerca, Kid se fijó en él. Trafalgar vestía una lujosa túnica azul marino con pequeñas estrellas bordadas con hilo de plata. Su pecho quedaba al descubierto y se veían sus curiosos tatuajes, pero las mangas eran tan largas y anchas que las manos no se le veían. El vestido era tan vaporoso que, según qué movimiento hiciera, el cuello de la toga se abría y dejaba al descubierto uno de los hombros del mayor, dándole un aire muy sensual. La cola del traje era muy larga, incluso más que la del traje dorado calculó Kid, y estaba decorada con pequeñas perlas relucientes que subían desde los bajos del vestido hasta la altura de los muslos haciendo sinuosos dibujos como si fuesen olas de mar. Como único abalorio, Law llevaba un collar de perlas que le llegaba hasta el pecho.


-¿Te gusta la túnica, Eustass-ya?-preguntó el sacerdote, pues se había percatado de que Kid lo estaba escrutando con la mirada-. Es uno de mis favoritos.


-Estás mejor sin ella-sentenció el pelirrojo, besándolo con ganas, jugueteando con su lengua y robándole algún que otro suspiro a su amante.


Le agarró de las muñecas y colocó sus brazos detrás de la espalda, obligando a Trafalgar a seguir el camino y situando sus brazos detrás de la fornida espalda del pelirrojo también, como si estuviera dándole un abrazo pero con las manos sujetas. Con maestría, Kid agarró ambas muñecas del moreno con una mano, y la que se había quedado libre se coló por el interior de la túnica para acariciar su definida silueta. Como no había cinturón, Kid llegó hasta la espalda y comenzó a descender, apretando con fuerza una de los glúteos del sacerdote. Éste se revolvió ante el repentino cambio de acontecimientos y se apartó como pudo de su hombre.


-Eustass-ya…-logró decir, pero el pirata trasladó los besos de los labios al cuello del mayor, haciendo que suspirara de nuevo y comenzara a derretirse-. N-Nos están es-esperando…-pero Kid no hizo caso y continuó con su tarea-. P-Por favor… Eustass-ya…


-Esta noche te voy a follar hasta que me sangre la polla-gruñó el menor al oído del moreno, logrando que éste se estremeciera por la franqueza de sus palabras. Sólo de imaginárselo ya le temblaban las piernas. Kid volvió a besar al moreno, esta vez soltando sus brazos y dejando que éste los enredase en su cuerpo para abrazarle.


Cuando se separaron, Law seguía algo acalorado por haber estado a punto de perder los papeles y dejarse llevar por aquel demonio pelirrojo. Su cuerpo le demandaba, necesitaba el calor de Kid. Entrelazando sus manos, el sacerdote guió al menor hacia la sala del trono, donde los invitados ya habían comenzado a llegar. Sus mejillas estaban levemente sonrojadas, algo que provocó la sonrisa en el rostro de Kid. Una sonrisa de cazador furtivo que anunciaba a todas luces que ese hombre era suyo, exclusivamente suyo. Y nadie debía tocarlo.


La cena transcurrió de lo más tranquila. Aunque para Eustass Kid, tranquila no era la palabra correcta. Para él, la cena había sido un coñazo. Un puto coñazo. Se había sentado al lado de Trafalgar, pero éste presidía la mesa y estaba algo lejos. Y estaba rodeado de hombres y mujeres emperifollados como pavos reales, llenos de joyas, hablando y riendo con esa voz tan insufrible que tenían los ricos. Kid había conocido poca gente así, pero todos parecían cortados por el mismo patrón. Los odiaba a todos, sin excepción. Y para rematar la jugada, hablaban en sumerio y él no tenía ni puta idea de lo que decían. Al pirata no le quedaba otra que limitarse a comer de lo que las esclavas le servían en el plato y mirar de vez en cuando al moreno, pero éste parecía muy concentrado en las conversaciones ajenas.


Cuando los invitados hubieron acabado de comer, se sentaron en el suelo y en los cómodos cojines para tomar el té y las pastas. Kid aprovechó para ir al baño, pero a lo que volvió, un grupo de muchachos habían rodeado a Trafalgar y se habían sentado a su lado. Y él no había hecho nada para impedirlo, ni siquiera le había guardado un sitio a su lado. Fantástico. La noche mejoraba por momentos. Enfadado, se sentó en una esquina de la sala con una botella de vino entre las piernas y varios postres, y así pasó la velada, lanzando miradas de odio a los chicos que hablaban con Trafalgar y a él mismo, porque parecía disfrutar mucho con su compañía. No había nadie que se le acercase, era el bicho raro. En parte lo agradecía porque no tenía ganas de hablar con nadie, pero necesitaba interactuar un poco, ser sociable aunque sólo fueran cinco minutos.


Las copas de vino volaban, tanto para Kid como para los invitados. La música era agradable, se oían las flautas de pan, un arpa y varios tambores pequeños. Las esclavas desnudas bailaban al son de la música y entretenían a los invitados con sus bailes exóticos y su extraordinaria flexibilidad. En otros tiempos, Kid ya hubiese raptado a un par de ellas y se las hubiese follado en cualquier rincón, pero ahora las cosas habían cambiado. Ahora le gustaban los hombres, aunque tampoco estaba seguro de ello. Si se fijaba en los hombres que había en la sala, alguno le podía parecer levemente atractivo, pero ninguno le gustaba como lo hacía Trafalgar. Le tenía completamente loco. Y verle así vestido, sonrojado por los efluvios del alcohol, y tan sonriente, le  volvía más loco aún. Además, el incienso le estaba atontando y cada vez tenía más ganas de follárselo.


Pero no tenía ni puta idea de cómo acercarse a él. Estaba rodeado por completo, y encima el desgraciado parecía disfrutar de lo lindo con esa situación. Su hombre muerto de asco en una esquina alejado de la civilización, como si fuese una bestia extraña, y él de cháchara con unos jovenzuelos que, encima, le ponían ojitos y le sonreían más de la cuenta. Uno de ellos se atrevió a coger con sutileza la mano del moreno y la besó, logrando que éste riera despreocupadamente. Se estaba divirtiendo. Trafalgar estaba disfrutando de lo lindo siendo el centro de atención de aquellos muchachos, era el rey del mambo. Y eso, a Eustass Kid, le producía rabia. Mucha rabia. ¿Quién cojones se habían creído? Trafalgar Law era suyo. SUYO. Y de nadie más.


Pero la gota que colmó el vaso llegó por parte del moreno. Con una sonrisa juguetona en los labios, acarició dulcemente el rostro de otro muchacho mientras le susurraba algo al oído. El trago de vino que estaba tomando Kid se fue por otro lado. ¿Qué cojones acababa de pasar? ¿Iba demasiado borracho como para ver alucinaciones? Imposible, sólo se habría bebido… unas tres o cuatro botellas de vino. ¿En qué coño estaba pensando Trafalgar? ¿Es que quería follarse a uno de esos? Mejor dicho, que se lo follasen. Eso era una idea inconcebible, si Trafalgar estaba loco por él. Porque lo estaba, ¿no? Si estaban pasando unos días cojonudos, los dos solos sin necesidad de nadie más, follando como conejos sin importarles nada. Eso tenía que significar algo, no podía tratarse sólo de sexo.


Harto de sus malos pensamientos, y de ver al sacerdote jugar cariñosamente con los chicos, Kid salió de la sala como alma que lleva el diablo con la botella medio vacía aún en la mano. Apareció en el patio interior y, cuando estuvo lo suficientemente lejos de la fiesta, reventó la botella contra una de las columnas gritando como un animal salvaje. El vino salió despedido y manchó su rostro, y a la luz de la luna, parecía sangre. Se estiró del pelo para intentar calmarse, pero fue inútil. A su mente llegaban imágenes de Trafalgar con esos chicos, siendo follado de mil maneras que él aún no había tenido oportunidad de probar. Frustrado y rabioso, no sabía qué hacer. Además estaba borracho. Kid no lo sabía, o no pensaba que lo estaba, pero había bebido más de la cuenta. Y el alcohol sólo le producía más rabia y más frustración, porque su mente no era capaz de ingeniar un plan o una solución coherente. Lo único que se le ocurría era entrar en la sala y asesinar a todos los presentes, o follarse a Trafalgar en la mesa y obligarles al resto a mirar para que aprendieran de quién era el moreno, o acercarse a esos muchachos y comenzar una batalla campal que estaba seguro de ganar.


Y todo por culpa de Trafalgar Law. Estúpido sacerdote. Lo había embrujado de tal forma que ahora, toda su vida giraba en torno a él. Jodido manipulador de mierda. Así no tenían que salir las cosas. Era él quien debía beber los vientos por Kid, y no al revés. Pero tampoco quería hacer nada para no enfadar al moreno. Si entraba en la sala y destrozaba todo, Trafalgar lo mataría. Y era un tipo fuerte, eso lo reconocía aunque nunca lo admitiera públicamente. Además, no eran nada. Es decir, Kid no tenía mucha idea de relaciones, pero cuando dos personas querían estar únicamente la una con la otra, pedían salir formalmente, convertirse en novios y ya, con el tiempo, casarse. Y ellos no habían hablado sobre ello. De hecho, no habían hablado de su relación, era un tema tabú. ¿Por qué? Porque Kid no tenía ni idea de saber lo que sentía, porque no lo había sentido nunca y no sabía cómo reaccionar, y porque Trafalgar… A saber en qué pensaba Trafalgar para no hablarlo.


El pelirrojo deslizó la espalda por la columna contigua y estiró los pies, notando como se humedecían al contacto con el vino. “Qué desperdicio”, pensó, con lo rico que estaba. Allí fuera, al aire libre, se estaba mucho mejor que en el interior. Corría una suave brisa, el ambiente no estaba tan cargado con el incienso, y lo mejor de todo: no tenía que verles las caras a esos indeseables malnacidos con los que había cenado. Sin pensárselo dos veces, el pirata decidió quedarse allí, sentado en el suelo y apoyado en una columna, descalzo y borracho, hasta que la fiesta acabase.


-¿Se puede?-preguntó Ace con educación después de llamar a la puerta de la cocina y dejarla algo abierta “accidentalmente”.


-A-Adelante-contestó un tímido Sanji desde el interior, recogiendo todos los platos limpios para fregar la otra tanda que le quedaba. El mero hecho de escuchar su voz le producía escalofríos, y más en un sitio público como era la cocina del palacio, que cualquiera podía verlos. Y ese cualquiera incluía al marimo estúpido.


-La cena estaba deliciosa, Sanji-sonrió el pecoso mientras se acercaba a pasos agigantados al rubio. Era una sonrisa delicada, pero que escondía unas oscuras intenciones-. Me alegra haber tenido la oportunidad de probar algo que hayas cocinado-y besó su mano, como siempre hacía al verlo, pero el rubio aún no terminaba de acostumbrarse.


-M-Me alegra que te g-gustara-contestó el cocinero algo ruborizado, y sutilmente se soltó del agarre y continuó con su tarea guardando platos.


Ace sonrió divertido al ver lo rojo que se había puesto Sanji, pero sobre todo al ver cómo evitaba su mirada y cómo le giraba la cara para no cruzarse con él. Se sentó en una silla de la mesa de la cocina mirando atento a su chico, sin perder un solo movimiento que hacía, viendo cómo se consumía su cigarro por los nervios. Y el pecoso sólo se podía reír para sus adentros. Cuando Sanji terminó de recoger y se puso a fregar, dándole la espalda a Ace, éste vio la oportunidad perfecta y se acercó a él rodeándolo por su cintura y susurrándole al oído:


-Me prometiste que nos veríamos esta noche…-y dulcemente lo besó en la nuca, haciendo que el rubio se estremeciera sobremanera-. No tiembles, que sabes que no te haré nada malo…


-E-Estoy ocupado-dijo Sanji rápidamente con la voz aguda porque se le había secado la garganta ante ese último comentario-. C-Cuando acabe de f-fregar… seré todo tuyo.


El cocinero dijo esto último con los ojos cerrados y en un susurro por lo vergonzoso de sus propias palabras, pero para Ace eran perfectas. Eso era lo que quería: a Sanji sólo para él.


-He visto que aún quedan dulces, comeré unos pocos mientras espero-y el moreno se sentó de nuevo regalándole al rubio un beso en la mejilla.


-¡Espera!-se exaltó el rubio. Ahora era el momento adecuado-. T-Tengo otra tarta que… ¡creo que te gustara!


Nervioso, se dirigió hacia la enorme despensa de palacio, la habitación contigua a la cocina junto con la bodega. Había guardado el pastel allí, cubierto y resguardado por un fino trapo, protegido de cualquier curioso. Sanji se había esforzado como nunca, y en consecuencia, dadas sus cualidades culinarias excepcionales, la tarta tenía una pinta increíblemente deliciosa. Hasta un diabético sería incapaz de resistirse. Era una forma de demostrarle sus sentimientos, porque él nunca había cocinado exclusivamente para Zoro, y era algo que le gustaba. Sanji sabía que era un buen cocinero, y como tal, le gustaba que le pidiesen platos especiales. ¿Y qué mejor forma de demostrar su amor que con un pastel?


-T-Toma…-el rubio destapó el dulce y se lo puso en las narices al pecoso, quien se había sentado en la mesa a esperar-. Espero que te guste…


-Vaya… tiene una pinta deliciosa-sonrió el moreno mientras gustoso cortaba una porción y la colocaba en un plato aparte. Al dar el primer bocado, los ojos se le iluminaron-. Está… está… ¡buenísimo! ¡Es lo mejor que he comido nunca!-esa sinceridad desbordante hizo sonrojar al cocinero-. ¿Es para mí?


-C-Claro-contestó Sanji aún sonrojado-. Es mi forma de agradecerte… la c-cita que tuvimos el otro día en el burdel…


Ace se comió su porción de tarta en un abrir y cerrar de ojos, y antes de que Sanji pudiera volver al trabajo, le agarró del brazo para sentarle sobre sus rodillas.


-Esta noche va a ser mucho mejor, te lo aseguro-dijo el moreno serio, con seguridad. Con suma delicadeza, acercó el rostro del rubio al suyo y le besó tiernamente, deleitándose con su sabor, paseando su lengua con lentitud dejando un rastro de fresas y miel-. No podré esperar mucho más, Sanji, te quiero conmigo ya…


-Deja que acabe con esto, por favor…-susurró el rubio escondiendo su cara en el cuello del pecoso por la vergüenza. La verdad es que tenía unas enormes ganas de estar con él, pero el deber era el deber-. No tardaré, te lo prometo.


Dicho esto, Sanji se levantó de las rodillas de Ace y le acarició la mejilla con cariño. El moreno recibió con gusto la muestra de afecto y agarró su mano dulcemente para besarla con ternura, como hacía siempre. Y todo ello sin dejar de mirarse, perdiéndose el uno en el otro, en la inmensidad del océano que eran los ojos del rubio, y en la oscura noche que eran los ojos del moreno. Se devoraban con la mirada, uno más decidido que el otro, pero ambos con las mismas ganas. Estaban tan enfrascados en ese momento romántico que no escucharon los pasos que procedían del pasillo, unos pasos que acabaron por entrar en la cocina sin avisar.


Cuando Sanji vio a Zoro en el marco de la puerta, se le heló la sangre. Allí estaba el espadachín, con su traje de gala por la fiesta, pero con sus espadas porque estaba de guardia. Al rubio siempre le había gustado ese traje, Zoro estaba realmente atractivo con él. El peli-verde lanzó una mirada furtiva a los amantes, analizando la situación con presteza, pero no dijo nada. Con paso lento y decidido, como caminaba siempre, se dirigió a la bodega y cogió su botella particular de vino. Cuando la tuvo en su poder, salió del la cocina también en silencio.


Sanji no volvió a respirar hasta que el espadachín no salió de la habitación. Se había quedado, literalmente, completamente paralizado. Era uno de sus temores, que Zoro los pillase, pero nunca llegó a creer que pudiese pasar. Ingenuo. Quería verle para demostrarle que estaba pasando página, que había encontrado a alguien mil veces mejor que él, que estaba preparado para olvidarle. Pero en el momento de la verdad, el rubio se quedó paralizado. Petrificado. Sin saber qué hacer. Y que Ace le estuviera agarrando la mano con cariño no había ayudado. Él quería encontrárselo, pero en una situación menos violenta, menos evidente. Quizá fuese una contradicción en sí misma, querer demostrarle que  había avanzado página pero de una forma sutil, sin restregárselo por la cara como un niño.


-Sanji-Ace le llamó, pero el otro no contestó-. Sanji, ¿estás bien?-preguntó con más insistencia. El pecoso se había percatado del cambio de actitud del rubio. Se había quedado helado, pálido, hasta su pulso se había ralentizado. Y no hacía falta ser una lumbrera para saber que tenía que ver con aquel hombre de pelo verde.


-S-Sí…-sonrió forzosamente el cocinero, pero al moreno no le engañaba. Notaba su inquisitoria mirada analizándole el interior, buscando información que le ayudase a entender lo que acababa de suceder minutos antes. El pobre Sanji quería salir corriendo de allí. No aguantaba esos oscuros ojos negros, no aguantaba esos dos pozos sin fondo. Eran tan hipnóticos, que sabía que acabaría confesándolo todo, y no quería. No tan pronto. Así que cambió de estrategia-. Pensándolo mejor… ¿Y si nos vamos ya?


-Claro-contestó el otro con una enorme sonrisa. Sabía que algo no estaba bien, pero no era el momento de preocuparse por ello. Ya se enteraría cuando los dioses quisiesen. Lo realmente importante en ese momento era hacer feliz a Sanji, y si él quería irse de allí, lo haría. Sin pedir explicaciones-. Vamos a mi casa, estaremos más cómodos.


Ace se levantó de la silla y, sin soltar la mano de Sanji, se encaminó directo a su casa con paso acelerado, pero no sin antes coger la tarta. Cruzaron el patio porticado a velocidad de la luz para que nadie les viese, principalmente Law, que se enfadaría mucho si viese salir a Sanji y abandonar sus tareas cotidianas. El rubio caminaba agarrado del brazo del moreno, sin prestar atención a nada porque se conocía el paisaje de memoria. Pero Ace estaba atento, escrutando con la mirada cualquier mínimo movimiento, cualquier sombra. En una esquina estaba tirado el amante del sacerdote, ese enorme pelirrojo que había estado más callado que una tumba durante la cena. Pero cuando estuvieron a punto de abandonar el patio, lo vio. Allí estaba el hombre del pelo verde, bebiendo de su botella receloso mientras no les quitaba un ojo de encima. El pecoso le devolvió la misma mirada asesina.


Así que ése era el antiguo novio de Sanji. Menuda sorpresa, nunca creyó que su rubio se relacionaría con alguien de apariencia tan vulgar, con lo refinado que era. El chico era el jefe de la guardia personal del sacerdote, así que sería diestro con las espadas. Interesante, un enemigo digno de su categoría. Aunque si lo analizaba bien… Tampoco era muy descabellado pensar en esos dos juntos. Es decir, ese muchacho era fuerte, tenía el cuerpo muy bien definido y musculado (mucho más que él), era alto, con un curioso pelo verde, y una cara de pocos amigos que a las mujeres volvía locas. Se morían por los “chicos malos”. Antes de salir de palacio, Ace vio sus tres pendientes dorados y comenzó a pensar dónde los había visto. Su casa estaba cerca, y ambos anduvieron en silencio hasta que llegaron. Al abrir la puerta y escuchar el chasquido de la cerradura, el moreno lo recordó. Sí, ya sabía dónde los había visto, en esa lejana isla selvática con tigres y monos. Y entonces, una enorme sonrisa de tiburón apareció en su rostro. Se rió para sus adentros, apenas había comenzado a jugar sus cartas y ya había ganado la partida.


Sanji había estado pensando todo el camino en Zoro. Creía estar preparado para enfrentarle, pero en el momento de la verdad, había fracasado estrepitosamente. Un fracaso absoluto. Como siempre, Zoro había ganado la batalla sin siquiera prestar armas. Era lamentable, Sanji era lamentable. El cocinero no dejaba de darle vueltas al asunto, de debatir internamente sus sentimientos entre el espadachín y Ace. Igual era demasiado pronto para olvidarle, después de todo habían sido cuatro años, y cuatro años no se borran así porque sí.


Tan enfrascado estaba en sus cavilaciones que no se enteró de que habían llegado a casa del pecoso, ni de que éste había ido extrañamente callado durante el viaje también, ni de que había ido a por un poco de vino y le había dejado solo en el vestíbulo de su casa, en penumbra por la escasa iluminación de las velas. Cuando volvió, el moreno le llamó para sacarle de sus pensamientos, y le sonrió con esa enorme sonrisa que tenía. Esa sonrisa que encandilaba a cualquiera, tan blanca y pura, tan sincera. Era difícil encontrar alguien así por esas tierras, la mentira era una vía de supervivencia. Pero Ace era diferente en todos los sentidos. Quizá era por la infinidad de viajes que había hecho a lo largo de su vida, se había convertido en una amalgama de culturas y tradiciones de todo el mundo, era una exótica joya perdida en la frondosidad de una selva, o entre las cálidas dunas de un desierto, o en el fondo del frío océano, o en lo alto de una montaña nevada. Era tantas cosas que Sanji no podía clasificarlo. Y cuando le miraba con esos enormes ojos negros, esos dos orbes mágicos, sentía que su cordura volaba muy lejos de allí y se dejaba arrastrar hacia el mundo desconocido del Más Allá. Eran tan hipnóticos, como mirar un péndulo que te dormía, como escuchar una dulce nana antes de dormir, como pronunciar un conjuro antiquísimo que todavía conservaba algo de magia. Pero lo que más provocaba Ace en Sanji era una hoguera, un fuego interior latiendo constantemente pugnando por salir, una llamarada que le consumía lentamente. Pero no era un fuego abrasador, era un fuego placentero, eterno cuando estaba cerca del pecoso, cuando sus bocas se juntaban, cuando sus dedos recorrían con lujuria su blanca piel. Entonces, el rubio lo tuvo claro.


Ace le seguía sonriendo con el pastel en una mano y una botella de vino y dos copas en otra, esperando una reacción. Y Sanji, harto de convencionalismos, se dejó llevar. No quería otra cita perfecta como la primera, quería arder en el mismísimo infierno con ese hombre, quería consumirse entre sus brazos, derretirse como la mantequilla. Sin pensárselo dos veces, el cocinero saltó a los brazos del pecoso y comenzó a besarle con furia, con rabia, como nunca antes había hecho. Siempre había sido gentil con sus parejas, aunque hubiesen sido de una noche, pero ahora no tenía ganas de ser un caballero. El moreno casi se cae hacia atrás por la fuerza del rubio, pero de malas maneras consiguió abrazarle con las cosas en las manos en perfecto estado.


Ansioso por más contacto que sólo su lengua, Sanji agarró del brazo al pecoso y subió las escaleras a trompicones de las ganas que tenía hasta llegar a la habitación principal. Le quitó las copas y el vino de las manos y las dejó como pudo en la cómoda, pues de las ganas que tenía casi se le caen y se rompen. Por su parte, Ace estaba totalmente confuso y sólo era capaz de balbucear cosas sin sentido. Ver a Sanji así de encendido era todo un espectáculo, sin duda. Y más que lo sería luego. Pero el rubio no le dejaba pensar, no le dejaba hacer nada. Cuando la bebida estuvo en buen recaudo, agarró la tarta con una mano y, con la otra, tiró del cinto que sujetaba la chilaba del pecoso. Como al chico le gustaba enseñar su cuerpo (casi siempre iba con el torso al descubierto), con sólo quitar el cinturón de tela, la chilaba se abrió por completo dejando al descubierto el cuerpo del moreno. Sanji lo empujó contra la cama, y éste cayó sobre los esponjosos cojines, pero todavía con la chilaba puesta en los hombros. Agarró la tarta, y hundió sus dedos en ella para después tirarla contra el pecho del moreno, pringándole de queso y miel. Se relamió sensualmente los labios y dejó el pastel que quedaba a los pies de la cama. El pecoso seguía sin saber qué decir, atontado por todo el numerito fogoso que estaba montando el rubio. Sólo podía dejarse hacer, no quería perderse nada porque ver a Sanji así de dominante y llevando la iniciativa le excitaba sobremanera. El cocinero se desnudó en un suspiro y se lanzó encima de Ace.


-¡O-Oye, Sanji, no seas tan brusco que mancharemos todo de tarta!-dijo Ace algo apenado porque quería comerse la tarta, no untársela por el cuerpo como si fuese crema-. ¡Estás completamente fuera de control!


-¿Y qué hay de malo en ello?-rió el rubio con una sensual voz mientras se colocaba a horcajadas sobre el moreno y le sujetaba las manos con las suyas para inmovilizarle-. Luego no te quejarás, te lo prometo.


Y con una sonrisa de tiburón en su rostro, una sonrisa que hacía años que no sacaba a relucir, comenzó a lamer el torso del moreno manchado de pastel. Movía su lengua parsimoniosamente, degustando cada lamida con ese sabor dulzón que era la piel de Ace cubierta con miel y queso. Y cuando encontraba algún trocito de fresa, el premio era mucho mayor. La curiosa lengua de Sanji provocaba leves descargas que hacían que Ace se removiera de placer, y el hecho de estar sujeto y no poder hacer nada, en cierta forma, le excitaba. Su respiración se había agitado, y con el vaivén, el rubio enterraba su cara en el musculoso pecho y se manchaba hasta las cejas de pastel. No se estaba conteniendo en nada. Era lento, pero nada delicado. Sanji se comía el pastel como si no hubiese probado bocado en días.


El rubio deshizo el agarre de sus manos, pero con una mirada le dijo a Ace que no las moviera de allí, que no las necesitaba para nada. Entonces comenzó a descender por el pecho del moreno, lamiendo y succionando todo trozo de piel que se le pusiera por delante. Introducía su lengua por los pliegues de los abdominales, haciendo que Ace se retorciera en una mezcla de placer y de cosquillas. Sanji continuó descendiendo hasta llegar al ombligo, y allí se tomó todo el tiempo del mundo para lamer la zona descendente. Mordía con gracia la piel, ya libre de restos de tarta, mientras acariciaba también con lentitud los muslos y la ingle del moreno, haciéndole perder la paciencia. Pero cuando llegó al vello púbico se detuvo, algo que molestó al moreno, que se quejó haciendo un gracioso mohín.


-Aquí no tienes tarta-susurró Sanji señalando el erecto miembro de su compañero. Ace le miró juguetón, suplicándole en silencio que continuara lamiendo. Por una vez, ser el dominado y no el dominador estaba siendo deliciosamente delicioso. Sanji sonrió ladinamente, y se limpió los restos de miel que llevaba en la mejilla y en la barbilla, dejándola caer sobre el pene del moreno-. Oh, vaya, parece que sí que hay…


Sin hacerse de rogar, el rubio se introdujo el miembro del pecoso en su totalidad. Éste suspiró de placer deseando que aquello no acabase nunca. Sanji lamía y succionaba con maestría la hombría de Ace, subiendo y bajando, introduciendo su lengua por todos los recovecos que la estirada piel le dejaba, tragando toda la miel que había echado minutos antes. Con sus manos comenzó a masajear los testículos del moreno, clavándole con cuidado las uñas, pellizcando levemente la zona, logrando que Ace gimiese de placer y a veces de dolor. El rubio no sabía por qué, pero someter a alguien le estaba excitando muchísimo. Tal vez fuera porque a él siempre le habían dominado, y hacer cosas nuevas siempre era gustoso.


Cuando se cansó de ello, masturbó al moreno mientras seguía succionando su polla. La masturbaba con dos manos, como si no diese abasto con una, y su lengua jugaba con el glande y la zona superior del miembro. A veces mordía y clavaba los dientes, haciendo gemir al pecoso con más fuerza de la normal. Éste no podía apartar la vista del rubio, de cómo lamía con tanta efusividad su hombría. Estaba concentradísimo en su tarea, como si no existiese nada más para él. Ni siquiera le miraba. Y saberse el centro de su atención sólo le ponía más caliente. Sanji era todo un artista con la lengua.


Ace no pudo contenerse más y agarró los rubios cabellos de su compañero dándole a entender que siguiese así, que no parase, que estaba disfrutando de lo lindo. Sin ser consciente de ello, comenzó a marcarle el ritmo, presionando su cabeza y levantándola, además de moviendo ligeramente sus caderas. Sanji empezó a tragar más, y con más ganas, llegando a un punto en el que casi se ahoga y tuvo que parar para escupir algo de líquido y coger aire.


-¿Estás bien, Sanji?-preguntó Ace un poco preocupado incorporándose en la cama-. No deberías forzarte tanto, me gusta así…


-¡Cállate, maldito pecoso!-contestó el rubio mortalmente serio y con un deje de cabreo en sus azules ojos. Y ante la sorpresa del moreno, Sanji lo volvió a tumbar en la cama colocándose otra vez sobre sus caderas-. Esta noche mando yo, ¿entendido?


Y sin darle tiempo a rechistar, Sanji agarró el pene de Ace y se lo introdujo en el interior de una estocada logrando que ambos gimieran a la vez. Se sentó de una forma más cómoda, y comenzó a moverse arriba y abajo de manera frenética, impulsándose con los tobillos y echando los brazos hacia atrás sujetándose en las piernas del otro. El moreno, para ayudar a su compañero, colocó sus manos en la cintura de éste para moverle también.


Ace estaba en la gloria. El interior de Sanji era tan perfecto, tan húmedo y estrecho. Sentía como su polla se abría paso perfectamente a pesar de la estrechez, como la saliva del rubio y su propio cuerpo lubricaban la zona y, por más que saliese y entrase, no sentía dolor ni la más mínima dificultad. En parte le molestaba, porque eso quería decir que el chico había sido follado multitud de veces, tantas que su cuerpo se había adaptado, pero ahora estaba con él, cabalgándole como una fiera desbocada, gimiendo sin parar, y eso era lo importante. El aquí y ahora. El momento presente. Ya se encargaría de eliminar cualquier rastro del molesto pasado para que Sanji fuese únicamente suyo.


Sanji movía la cintura en círculos, y también hacia arriba y hacia abajo, ayudado en parte por Ace. El rubio estaba fuera de control. Gemía sin parar, como nunca antes lo había hecho, en parte por ser él quien dominaba y no al revés como sucedía siempre. El sudor se escurría por su frente y pegaba sus cabellos al rostro, tapándole todavía más la mitad de su cara. De su boca salían gemidos y jadeos entrecortados mezclados con suspiros y palabras a medio terminar, aunque la mayoría eran frases obscenas que Ace conocía perfectamente. Aún así, le gustaba que Sanji se las dijera, le gustaba que saliese de su pompa de jabón perfumado y se codease con las clases bajas y el barro. Aunque él tampoco era de las clases bajas.


En un momento dado, el rubio se recostó en busca de los labios del moreno, pues sentía su boca seca como un desierto y necesitaba el húmedo contacto. Juntó su pecho con el del pecoso y unieron sus manos con fuerza, apretando, como si no quisieran separarse nunca. Al primer toque con sus labios, Sanji abrió la boca desesperado y demandante de cariño. Necesitaba sentir la lengua de Ace, necesitaba jugar con ella y perderse entre su saliva. El moreno aceptó gustoso el beso y sonrió para sus adentros, Sanji sabía a pastel, y estaba, aún más si cabe, más delicioso. Todo en él le encantaba, y n sabía muy bien por qué. Nada más verlo en el burdel, notó un pinchazo en su corazón, un hormigueo por su espalda, un revoloteo en su estómago. Un flechazo.


Sacando su lado perverso, Ace agarró las piernas de Sanji con las suyas y lo giró en la cama, quedándose él arriba y el rubio abajo. El cocinero no tuvo oportunidad, estaba muy enfrascado besando y bebiéndose el alma de su compañero. Cuando reaccionó, ya era demasiado tarde y su nívea espalda descansaba sobre el colchón de plumas de oca.


-¡A-Ace! Déjame arriba-se quejó el rubio gimiendo y haciendo un mohín de lo más gracioso y sensual-. ¡Esta noche mando yo!


-Lo siento, hermoso, pero ahora me toca a mí-contestó el moreno con sorna y con una lujuriosa sonrisa que no hizo más que avivar el fuego interior de su compañero-. Vas a saber lo que es bueno, ojitos azules.


Y dicho esto, Ace se sentó en la cama sobre sus rodillas y abrió de piernas al rubio para empalarle sin ningún cuidado. Éste gimió sonoramente y enredó sus extremidades a la cintura del moreno, sujetándose como podía al cabecero de madera de la cama. Cuando ambos estuvieron bien colocados y cómodos, es decir, en dos segundos y medio, el pecoso comenzó a moverse liberando las ganas que tenía de follárselo de una buena vez. Porque estaba bien ver a Sanji cabalgándole como una amazona descontrolada, pero en el fondo, él prefería llevar la voz cantante y marcar el ritmo.


Ace era bueno en el arte de amar, y lo sabía. Y sabía que Sanji lo sabía. Sus viajes por todo el mundo conocido le habían llenado de experiencias y nuevos aprendizajes, técnicas y métodos sexuales que le convertían en todo un experto. Desde que había despertado su apetito sexual, se había sentido atraído por los hombres, y al entrar en la familia Donquixote, lo comprobó de primera mano. Los novatos siempre se convertían en las putas de los socios con más renombre en la “familia”, como a Doflamingo le gustaba llamar a su mafia. Y Ace no fue una excepción. Al contrario, como era tan guapo, los jefes se lo rifaban. Además era un muchachito joven, un adolescente de unos 15 años, y la dulce inocencia juvenil y la virginidad eran algo que gustaba sobremanera allí.


Estuvo varios meses sin dueño, como se llamaban los jefes, hasta que un buen día Doflamingo le puso bajo las órdenes de un hombre que jamás había visto nunca. Se llamaba Marco, era muy inteligente y tranquilo, con un curioso cabello rubio en forma de piña. Siempre le trató como un hermano pequeño, cuidándole y ayudándole en todo lo que era necesario, y poco a poco, Ace se fue enamorando de él. Al principio, Marco se resistía porque aún veía al moreno muy joven, pero al final no pudo resistirse más y le correspondió. Pero siete años más tarde, el rubio fue herido de muerte en una pelea y todo se acabó. El pecoso lo pasó realmente mal, Marco fue su primer y único amor. Con él había viajado a todas partes, habían hecho muchos trabajos juntos, se había convertido en su motor para continuar viviendo. Por eso cuando Marco murió, Ace estuvo a punto de suicidarse. Pero antes de ponerse la soga al cuello y ahorcarse, recordó una charla que tuvo con el rubio en la que le confesaba que no tenía familia, había sido abandonado a los pies del templo de la Diosa Madre y allí lo habían criado hasta que cumplió el año y la familia Donquixote lo adoptó. Si él moría también, nadie le recordaría. Nadie pondría ofrendas en su tumba, nadie rogaría por su alma a los dioses del Inframundo, nadie encendería una vela por él ni cantaría una plegaria en su honor. Y eso Marco no se lo merecía, porque había sido la mejor persona que Ace había conocido.


Estos pensamientos le ayudaron a seguir, a continuar con su vida. El pecoso estuvo bajo las órdenes de dos hombres más, pero no duraron mucho tiempo porque Ace se reveló contra ellos. Nadie más iba a profanar su cuerpo, era propiedad de Marco. Era un recuerdo. Si lo mantenía, conservaría el olor del rubio, su tacto, sus caricias y sus besos. Era un recuerdo viviente. Pronto subió en la familia, se hizo más fuerte hasta ocupar cargos de gran poder. Y al subir tan alto como la espuma, conoció a muchos chiquillos que rogaban por pasar una noche entre sus brazos, muchas mujeres que suspiraban por su cabello de color azabache. El sexo era una parte importante de su vida, pero si nadie podía profanar su cuerpo, él profanaría el de otros. Y eso hizo. Juró que nunca más le entregaría su corazón a nadie más porque era exclusivo de Marco, pero sí podría divertirse. A fin de cuentas era un hombre y los hombres necesitan movimiento de vez en cuando.


Y allí estaba, dándole su amor incondicional a otro rubio que, sin temor a decirlo, le gustaba mucho. No estaba enamorado ni mucho menos, y Sanji jamás ocuparía el lugar de Marco en su corazón, pero le gustaba mucho. Le gustaba su forma de ser, su voz melódica, cómo agitaba su cuerpo y arqueaba su espalda, sus rubios cabellos como el sol ahora despeinados, esos preciosos ojos azules brillantes como el mar, esos deliciosos labios por los que se escapaban suspiros y jadeos… Le gustaba todo de Sanji. Hasta ese malsano hábito de fumar.


Sanji gemía sin parar, agarrándose ahora a las sábanas y cojines porque sus brazos no le daban para sujetarse al cabecero, habían perdido fuerza. Estaba en el límite, y Ace lo sabía. Aunque a él también le faltaba poco para llegar. El pecoso agarró una de las piernas de Sanji y se la colocó en los hombros, abriéndole más y obligándole a gemir más fuerte. Ahora tenía un contacto pleno con su próstata, y podía golpearla sin problemas. El rubio se revolvía bajo el musculoso cuerpo del moreno, sintiendo su respiración igual de agitada que la suya, sus negros ojos clavarse en los suyos azules. Esos malditos ojos le volvían loco, le hipnotizaban.


-B-Beso…-acertó a gemir Sanji-. Q-Quiero un b-beso, Ace…


El nombrado sonrió victorioso y se acercó hasta su boca, pero por la posición en la que estaban, Sanji tuvo que flexionar la espalda y enroscarse casi como las caracolas de sus cejas. Era una postura muy complicada pero a la vez muy placentera, pues sentía de pleno el palpitante miembro de Ace en su interior, sentía como supuraba líquido, sentía como llenaba su interior. Y con el beso, el placer era mayor. La lengua de Ace sabía tan bien, era tan agradecida y se movía tan bien. Sin poder aguantar un par de estocadas más, Sanji se corrió manchando su pecho y el de Ace, sintiendo espasmos por todo su cuerpo, temblores en las piernas y en la espalda que le hacían perder el equilibrio. Pero Ace, con sus musculosos brazos, sujetó al rubio para que no se moviera. Así, el placer del orgasmo era mayor porque estaba contenido, porque su cuerpo no se podía agitar como haría en una ocasión normal. Y porque tener a Sanji debajo de él revolviéndose como un gato en busca de espacio era algo muy placentero, gimiendo su nombre entre suspiros y jadeos entrecortados, notando como clavaba sus blancas uñas en su morena piel. Era imposible contenerse, y Ace acabó corriéndose en el interior del rubio llenándole de su semilla.


Cuando éste terminó de vaciarse, soltó el agarre y el rubio pudo descansar como era debido en la cama. Al sentir el contacto con el colchón, Sanji suspiró aliviado y reconfortado, pero estaba realmente cansado de tanto esfuerzo gimnástico. Ace se recostó a su lado, sin un ápice de cansancio en su rostro, y comenzó a besarle el cuello tiernamente.


-¿Quieres un poco de vino?-preguntó con voz acaramelada.


-S-Sí, por favor…-contestó el rubio en un susurro. Se estaba muriendo de sed.


-Voy a por las copas y el pastel, porque tendrás que coger fuerzas…-el pecoso sonrió como un tiburón y le besó pasionalmente-. No pienso parar en toda la noche.


Sanji rió algo sonrojado y, antes de que Ace se levantara a por le vino, le abrazó con fuerza, hundiendo su cabeza en el cuello de éste, susurrando unas palabras que fueron incomprensibles para el moreno.


Trafalgar buscaba sin cesar a su enorme pelirrojo entre los invitados, pero no le veía por ningún lado. La fiesta estaba acabando, y la mayoría de aristócratas y nobles se habían marchado ya a sus casas. La velada había sido maravillosa. A Law le encantaban estas fiestas, siempre rodeado de buena gente (esto es, con dinero), con abundante comida y, sobre todo, abundante bebida. Música agradable, mucho incienso para adormecer los sentidos y todo lo que uno pudiera desear. ¿Qué más se podía tener en esta vida?


Los muchachitos con los que había estado flirteando se resistían a marchar, pero Law ordenó a los esclavos que comenzasen a recoger la mesa, señal inequívoca de que la noche había llegado a su fin. Para dejarles un bonito recuerdo de la velada, el moreno les dio a cada uno un beso algo pasional pero siempre con la lengua protegida, no quería pasar a mayores. En otros tiempos se hubiese metido con todos a la cama, independientemente de si eran tres, cuatro, o diez, pero ahora no. Ahora no quería con nadie que no fuese su hombre de los mares. Oh, ese sultán de los vientos, ese demonio pelirrojo, ese dios del océano. Con sólo pensar en él, a Law le temblaban las rodillas. Era tan feliz de tenerlo.


Cuando no quedó nadie en la sala principal, el moreno se recorrió todo el palacio en busca de Kid. Subió a su habitación, pero allí no estaba, tampoco en la de su compañero que hacía días que no pisaba el palacio (para alivio del mayor), ni en los jardines, ni en la cocina o en la bodega. Algo desesperado, salió al patio para dirigirse a la escalinata de acceso, igual estaba allí tomando el aire o bebiendo tranquilamente. Sabía que en la fiesta no había estado a gusto, pero él no podía hacer nada. Era el Sumo Sacerdote, y su deber era celebrar este tipo de fiestas cada cierto tiempo. Tenía que ganarse a la aristocracia local para que no osasen quitarle el puesto. Él había sido elegido por la Diosa, y así debía continuar. Los dioses así lo habían querido. Y ningún mortal podía cambiar el destino impuesto por ellos. Ninguno.


La noche era oscura, cerrada, sin ninguna estrella que iluminase el firmamento, pero a Law no le hacía falta. Podría reconocer al pelirrojo a kilómetros de distancia. Había asimilado su musculatura, su cabello desordenado, sus ojos brillantes como el oro, su olor masculino… Lo conocía a la perfección. Por eso no le resultó complicado encontrárselo sentado en el patio, apoyado en una de las columnas, con una botella de vino en la mano y otra rota a sus pies. Con paso firme, se dirigió hacia allí algo molesto por su desaparición en mitad de la velada.


-¿Qué haces aquí, Eustass-ya?-preguntó Law con autoridad-. ¿Por qué te fuiste de la fiesta sin avisar?-pero el nombrado sólo abrió un ojo, le miró fijamente y volvió a cerrar el ojo-. Contéstame, Eustass-ya. ¿Por qué te has ido?-pero el pelirrojo seguía mudo y sin hacerle caso, y eso era algo que Law no soportaba. Él daba las órdenes, y el resto las cumplía-. Responde, Eustass-ya.


Kid dio un largo trago a su botella de vino y continuó con su silencio sepulcral. Trafalgar, harto de que no contestase, le quitó la botella con presteza, pues él también había bebido pero muchísimo menos y sabía controlarse. Ahora sí, Kid reaccionó.


-¡Dame la puta botella, joder!-gritó enfurecido. Cuando bebía en exceso, la vena sanguinaria de Kid salía a pasear. Y desde que habían llegado a Babilonia no había sucedido ningún percance, por lo que tenía ganas de armarla-. ¿Por qué no te metes tus jodidas preguntitas por el culo y desapareces de mi vista? Vete con esos putos críos a follar como conejos, que lo estás deseando-hizo una pausa para mirarle con asco, mucho asco-. Maldita puta desagradecida…


Law se quedó mudo por un momento, nunca hubiese imaginado que su hombre fuera capaz de hablarle de esa forma. Sabía que era un monstruo sin corazón, un pirata asesino de civiles, un obseso con el poder, pero no le hubiese creído capaz de hablarle así. No con esos calificativos tan insultantes. Ni mucho menos mirarle con esos preciosos ojos dorados llenos de odio y… asco. Asco. Trafalgar le producía asco. Eso era imposible, si le adoraba. Era su tostado y tatuado tesoro.


-Te gusta que te follen bien duro, ¿verdad?-el pirata volvió a la carga-. Te encanta. Eres como una jodida zorra come-pollas, una puta barata con vestidos caros y perfumes-se puso en pie con cierta dificultad-. ¿Ya te han dado por culo esos desgraciados? ¿Y ahora vienes a por más?-le empujó contra una columna y le acorraló-. Y vienes a buscar al gilipollas de Kid para que te la meta un poco más, porque no has tenido suficiente…-Kid arrastraba las palabras por el alcohol, pero también por el odio irrefrenable que sentía en esos momentos-. Muy bien, Trafalgar, si es lo que quieres… te lo daré.


Y Kid se rió como una hiena, como un carroñero que va a rematar a su moribunda presa, como un maníaco que acaba de incendiar un bosque y ve los árboles arder sin salvación posible. Algo en esa risa estremeció a Law, algo en el timbre de su voz, algo en ese brillo asesino que relucía en sus preciosos ojos de oro. Sin darle tiempo a decir nada, el pelirrojo agarró a Trafalgar como si fuese un saco de patatas y se lo echó al hombro. Éste intentó resistirse, pero era inútil, ese hombre era mucho más fuerte que él.


-¡Eustass-ya, bájame!-gritó el moreno mientras golpeaba la espalda del pirata y pataleaba al aire sin éxito-. ¡Bájame!


-¡Cállate, zorrita!-contestó el pirata con su ronca voz, la cual retumbó por todo el pórtico del patio haciéndola más impresionante y estremecedora-. Vas a saber lo que es bueno…


-¡Eustass-ya, es una orden!-insistió el sacerdote-. ¡Suéltame!


-¡He dicho que te calles, maldita zorra!-y Kid mordió una de las nalgas de Trafalgar, clavando sus afilados colmillos de tiburón en la tostada piel hasta marcarla y hacer que brotara un leve chorro de sangre. Cuando sintió el sabor metálico de la sangre en su boca a través de la túnica, el pelirrojo paró-. Así aprenderás a estar calladita.


Trafalgar ahogó un gemido de dolor mordiendo el cuello de su túnica. No le daría el placer de escuchar un lamento salido de su garganta. Trafalgar había conocido a gente así, locos masoquistas que adoraban el dolor ajeno, que disfrutaban viendo a su pareja sufrir sin contemplaciones, pidiendo clemencia hasta que sus cuerpos no podían más. Pero jamás imaginó que su hombre pudiera ser así, jamás imaginó que pudiera llegar tan lejos… Le había marcado, le había hecho sangre. Había mancillado su precioso cuerpo color canela. Y no parecía que le hubiese importado lo más mínimo. ¿Acaso se había enamorado de un animal? Trafalgar debatió internamente para intentar olvidar el dolor. ¿Acaso se había enamorado?


Pero antes de que pudiera siquiera contestar, Kid lo tiró sobre la enorme cama del sacerdote, esa en la que pasaban las noches amándose hasta caer rendidos. El menor comenzó a desnudarse con algo de torpeza, el alcohol le volvía lento y tosco. Trafalgar aprovechó que Kid se había enredado con la camiseta para escapar de la cama sigilosamente, pero su corazón latía tan fuerte que le impedía ser tan preciso como siempre, por lo que titubeaba y daba pasos de ciego sin dejar de mirar al pirata. Cuando llegó al borde de la cama, echó a correr tan rápido como sus largas piernas se lo permitían, pero Kid se lo impidió arrancándose la camiseta y agarrándole de un tobillo, haciendo que el moreno se cayera de bruces sobre el suelo cubierto de pieles y alfombras.


-¿¡Dónde te crees que vas!?-y con una maestría impensable por el alcohol, se desabrochó el cinturón y se lo enredó en la mano a modo de látigo-. Tú te quedas aquí conmigo, zorrita-sonrió con superioridad mientras miraba directamente al sacerdote-. Y como se te ocurra moverte…-y golpeó el suelo con el cinturón muy cerca del cuerpo de Law, quien se encogió por instinto-. Lo pagarás muy caro…


Kid volvió a subir a Trafalgar a la cama, y se recostó encima de él, haciendo presión con su cuerpo para que no se moviera. Sujetó sus muñecas con sus manos y comenzó a desabrochar los lazos que unían la túnica de Trafalgar a la altura del pecho con sus dientes, tirando de un extremo y deshaciendo la lazada de una forma muy sensual. El moreno tragó saliva, ese salvajismo de su hombre le hacía mil veces más atractivo. Apenas terminó, abrió la túnica por completo y se quedó embobado observando el cuerpo desnudo de Trafalgar. Ese color tostado, esos exóticos tatuajes, esa piel tan fina, ese vaivén de pecho por la respiración agitada… El pelirrojo sonrió, su presa era fantástica.


Law se tapaba sus genitales con las piernas, se sentía realmente incómodo con la mirada lasciva del pelirrojo. Era más lasciva que de costumbre, era más penetrante, era más… era Eustass Kid en su pleno esplendor. No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar. Kid era superior a él en todos los sentidos. Tenía más fuerza física, podía usar su poder de Fruta del Diablo en cualquier momento… Aunque en el fondo, Law sabía que podría luchar contra Kid. Pero no quería. Y se negaba a admitirlo.


-Abre las piernas, zorrita-susurró el pirata con su ronca voz de hiena mientras le agarraba a Trafalgar por los tobillos y le obligaba a abrirse de piernas-. Esto te va a gustar.


En ese momento, Trafalgar vio como el enorme miembro del pelirrojo le saludaba, como le apuntaba sin miramientos con intenciones de entrar en su cuerpo y perforarle como una taladradora hacía con la roca. Y por una vez, tuvo miedo. Tuvo miedo de sentir dolor, de que su hombre le vejase como a una vulgar prostituta, de que mancillase el precioso cuerpo que horas antes había adorado. Internamente, comenzó a rezar. Pero en el fondo sabía que no serviría de nada, porque no deseaba que sirviera. Porque ver así a Kid, así de desbocado como una fiera salvaje, tan lleno de ansias de destrucción, le embobaba. Ver esos ojos color oro relucir como el mismísimo sol, brillantes como las cenizas todavía calientes, esos ojos que supuraban adrenalina pura por los cuatro costados. Eustass Kid estaba tan atractivo, era un verdadero imán, te dejaba sin habla y sin poder reaccionar. Te paralizaba la sangre cuando posaba sus ojos en ti. Y descubrir esa faceta suya, o mejor dicho, descubrir del todo al verdadero Eustass Kid, emocionaba a Trafalgar.


Mientras Law cavilaba internamente, Kid no perdía el tiempo. Había luchado con Trafalgar, pero al final había podido abrirle las piernas, y ahora lo tenía bien colocado boca abajo con el culito en pompa. El pobre no había tenido oportunidad alguna, sus patadas y puñetazos no servían con un hombre de la musculatura del pelirrojo. Y de su garganta tampoco salía nada, se había quedado mudo. Sólo era capaz de jadear y gemir sílabas incomprensibles. Y eso, a Kid, le volvía loco. Tener a una presa tan deliciosa como Trafalgar Law entre sus manos, alguien tan poderoso, sometido de todas las formas posibles, le encendía como nada en este mundo. Era nitroglicerina para sus venas.


Sin poder contenerse más, abrió los glúteos del moreno y le empaló de una estocada. La metió hasta el fondo. Joder, era tan placentero. Pero el tatuado no disfrutaba, al contrario. No estaba cachondo, no tenía ganas de follar, y tampoco le había preparado. Esa estocada le había dolido, y mucho. Mordió el almohadón que tenía bajo su cara para acallar los gritos de dolor, porque no le daría ese placer al pelirrojo, pero había sido horriblemente doloroso. Una lágrima incontrolable salió de sus perlados ojos para recorrer solitaria su tostada mejilla.


Kid gimió de placer, un gemido ronco y profundo, más animal que humano. Pero también era un gemido de satisfacción, de supremacía, de poder. Sí, Eustass Kid era poderoso, y lo estaba demostrando en ese mismo momento. Sintió como el cuerpo de Law temblaba bajo sus manos, y eso lo excitó aún más. Estaba muerto de miedo, y eso le encantaba. Sacó su pene para volver a penetrarle de una estocada, pero un pequeño reguero de sangre salió también proveniente del interior del moreno. Y al ver la sangre, una bombilla en el cerebro de Kid se encendió. Se quedó paralizado por unos segundos, se fijó en el rostro de su amado enrojecido y lloroso, volvió a mirar la entrada de éste por la que discurría la sangre, y salió de allí. Sin decir palabra, sin coger sus ropas, corriendo a más no poder, Kid salió de allí.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

La Fiesta de las Candelas es una inventada como una catedral de gorda, pero oye, creo que ha dado el pego xDDDDD. Tengo pensado redactar una fiesta real (la de Año Nuevo), así que nos iremos todos de fiesta a Babilonia xDDD. Aunque mejor que no...

¿Qué os ha parecido ese Sanji tan directo? Creo que es una reacción lógica, ¿no? Es decir, ha visto a Zoro y éste les ha descubierto con las manos en la masa (no pero sí), así que ha tenido un pequeño debate interno y se ha decantado por Ace. Y claro, había que demostrarlo. El lemon igual ha sido un poco raro, no sé, conforme lo escribía sentía que había algo que no casaba. Pero bueno, no puedo hacer más (lo cual es muuuuuuy triste u.u).

He metido un poquito del pasado de Ace, tampoco mucho. Creo que más de una os habéis llevado una sorpresa xDDDD. Es que Elbaf me llena la cabeza de ideas macabras...

Y ahora sí, el KidLaw. ¿Qué tal? Pobre Kid, se estaba muriendo del asco en la fiesta y ha hecho lo que todos haríamos: beber. Y así ha acabado. Igual os ha mosqueado la reacción de Law, tan parado y con esos pensamientos tan extraños, pero juro que tendrá su explicación. Aunque eso será al final del fic!

Me gustaría anunciar que hemos pasado la mitad de la historia, así que vamos derechitas al final. Cuesta abajo y sin frenos. Porque las cosas no se pueden alargar más de la cuenta, y creo que este fic en concreto no puede tener añadidos.

Por último, agradecer eternamente a mi querida one-san Pez por ayudarme tanto, porque de verdad que es un cielo de persona <3.

Y a vosotras también, gracias por aguantar la espera y por no crucificarme (de momento). Sois unos soletes todas <3<3<3.


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