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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D

Paso a actualizar a estas horas. Ya sé que es un poco raro que actualice un viernes a las 18:31 de la tarde (horario de España), pero oye, no tengo otra cosa mejor que hacer.

Bueno sí, sí que tengo otra cosa mejor que hacer: irme de vacaciones. Y cuando os cuente, me vais a querer matar. Pero oye, yo os informo y luego opináis lo que os salga del pie que para eso estamos en confianza. Ya sabéis lo que dicen, la confianza da asco.

El caso es que me voy un mes a mi pueblo, y allí no hay Internet. Problema: no voy a poder subir nada. Segundo problema: tengo que estudiar para los exámenes de septiembre eeeeeeejejeje. Así que no sé si tendré tiempo para avanzar algo el fic :_____(.

Pero para compensaros, aquí os dejo un capítulo que espero que os guste. Creo que es la primera vez en la que salen todas las parejas xD. En fin, no os molesto más. Espero que os guste el capítulo :3.

Kid sólo escuchaba los frenéticos latidos de su corazón.


Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.


Corría y corría sin rumbo fijo por las oscuras calles de Nínive. Corría y corría para dejar atrás lo que acababa de hacer, para eliminar de su cabeza esas imágenes que le atormentaban, que le taladraban el corazón una y otra vez. Lo había hecho. Había herido a Trafalgar. A Trafalgar. ¿Cómo había llegado hasta tal punto?


Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.


El corazón se le iba a salir del pecho, al igual que los pulmones. El pelirrojo daba grandes zancadas, flexionando todo lo que podía los músculos de las piernas, bombeando el aire necesario para escapar de allí. Quería huir del palacio, de la habitación de Law y de la escena del crimen. ¿Cómo iba a mirarle a partir de ahora?


Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.


Correr con sandalias era complicado, sus botas eran mucho más prácticas. Pero no las tenía, como no tenía consigo sus ropas de pirata, ni su barco, ni su tripulación. No tenía nada. El pelirrojo se paró en seco al llegar a una plaza levemente iluminada por antorchas en las paredes de las casas. En el centro había una fuente, y sin dudarlo se dirigió allí. Metió la cabeza en el agua fría para intentar relajarse, para recobrar el aliento y la compostura, para pensar en lo que había hecho. Así, con los ojos cerrados y aguantando la respiración, los problemas se evaporaban por sí solos. En el agua, todo se veía distinto.


Le ocurría ya desde pequeñito. Cuando aún era un renacuajo y vivía en el South Blue, si tenía algún problema o quería encontrar la solución a algo, Kid bajaba a la cala de su pueblecito y se pegaba horas y horas mirando la inmensidad del mar. Ese azul tan magnético, ese baile de las olas, ese olor a sal y pescado… todo le ayudaba a relajarse. Era una sensación única. Y relajado, podía encontrar la solución a cualquier problema, por muy complicado que fuese. Aunque también era cierto que nunca se había enfrentado a verdaderos problemas, siempre tenía a su tripulación detrás que le aconsejaba y le cortaban sus ganas de salir a matar. Porque Kid siempre encontraba la misma solución a todos los problemas: matar. Era algo fácil y sencillo. Si aniquilabas a quien te estaba causando problemas, ya no habría problemas. Simple. Como la mente de Eustass Kid.


El pelirrojo sacó la cabeza del agua y respiró una gran bocanada de aire. Pero el problema en el que se había metido no era simple, ni mucho menos. No era algo que se solucionase con matar porque entonces la solución sería peor que el problema. Matar a Trafalgar Law era algo impensable para él. Y si lo hiciese, su conciencia se lo reprendería noche tras noche durante el resto de su vida. Si era algo sagrado, tocado por la mano de los dioses. Imposible matarlo. Entonces, ¿qué se supone que debería hacer? ¿Huir del moreno? ¿Escapar como un perro apaleado en el primer barco que saliese del puerto? ¿Encontrar a Killer y pedirle consejo? ¿Acercarse a palacio y dar la cara como un hombre pidiendo perdón? Ninguna de las opciones le parecía buena: primero, porque él no huía, él se enfrentaba a los problemas con honor como un verdadero pirata; segundo, porque no sabía dónde cojones estaba Killer; y tercero, porque si se atrevía a pisar el palacio, Trafalgar le mataría nada más verlo.


El sacerdote no era tonto, precisamente, y sabía que Kid había ido demasiado lejos. El moreno era orgulloso, incluso más que él, y no le iba a perdonar así porque sí. Le había vejado, le había maltratado como a una puta barata, y eso no se arreglaba con un simple “perdón, no lo volveré a hacer”. Además, Kid no sabía pedir disculpas. Nunca lo había hecho, y nunca lo haría. Se arrepentía de lo que había hecho, evidentemente, pero de sus labios no saldría una disculpa nunca. Porque él no era así, Eustass Capitán Kid no pedía perdón. Y no había más que hablar.


El bajón del alcohol comenzaba a golpear al pelirrojo con fuerza, y también sus efectos. Se sentía mareado, perdido, fuera de control. El agua era refrescante, sus mojados cabellos discurrían hacia atrás mojando su nuca y sus desnudos hombros, pues antes de salir de palacio, había tenido la capacidad mental de coger unos pantalones de su cuarto ya que el traje que le había preparado Trafalgar se había quedado a los pies de su cama. Trafalgar. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Estaría hecho una furia esperando a que regresase para matarle? ¿O estaría llorando desconsoladamente?


Kid se maldijo. No podía pensar en él. Así no avanzaba, si es que acaso podía hacerlo. Nunca había tenido remordimientos, y era algo que no le gustaba. Era un sentimiento horrible. Un desasosiego constante por no saber qué hacer, por no encontrar solución alguna a un problema en el que se había metido él solito, sin ayuda de nadie. Y todo por Trafalgar Law. Jodido sacerdote, ¿qué le había hecho? ¿En qué le había convertido? Eustass Kid era feliz siendo un sanguinario pirata, un asesino de civiles, el terror de los mares. Y ahora, gracias a ese maldito sacerdote, se sentía culpable por algo que había hecho más veces. ¿Por qué? ¿Qué clase de embrujo tenía Law que no le permitía tratarle como al resto del mundo?


Ahora, todo giraba alrededor del moreno. Kid se había olvidado de todo. Absolutamente todo. Su barco, su tripulación, sus ganas de navegar y ser el pirata más temible del mundo, convertirse en el Rey de los Piratas haciéndose con el One Piece… Ya nada le importaba, sólo el moreno. Sólo Trafalgar Law. No necesitaba nada más para ser feliz, sólo a él. Y eso, en alguien como Eustass Kid, no era normal. No era normal porque él era egoísta, egocéntrico, posesivo. Quería tenerlo todo para sí, todas las riquezas que había en este mundo (las cuales, para los piratas, se reducían al One Piece, paradójicamente), quería ser el hombre más fuerte y poderoso que existiese sobre la faz de la tierra. Lo quería. Pero ahora, sus prioridades habían cambiado. Ahora, éstas se reducían a: Trafalgar Law, Trafalgar Law y Trafalgar Law.


Estos últimos días habían sido maravillosos. Encerrados en su habitación sin salir, sólo por la mañana para refrescarse en las cascadas y tomar un poco el aire. Para que el moreno le mostrase su mascota, ese gigante tigre de colmillos afilados y malas pulgas que le miraba con recelo porque también tenía permitido acercarse a su dueño sin impedimentos, y de hecho éste se lo agradecía. ¿Cómo se llamaba? Bepo, eso era. Pero no necesitaban a nadie más para ser felices. Trafalgar Law y Eustass Kid se complementaban de una forma nunca vista, como si fuesen verdaderas almas gemelas. Encajaban como un tornillo en una tuerca. Era una analogía burda y simple, pero era el máximo romanticismo que Kid podía expresar. Él no era romántico, de hecho aborrecía los mimos y los cariñitos, eran demasiado para él, pero ahora con Trafalgar, la cosa había cambiado. Ahora se pasaría el día entero abrazándole, o aspirando el dulce aroma a jalea real que desprendía su cabello, o acariciando su tostada piel sin ir más allá, o probando sus suculentos labios carnosos, o perdiéndose entre la profundidad de sus ojos grises. Era tan…


A Kid se le hizo un nudo en la garganta. Trafalgar era tan perfecto y él lo había mancillado. ¿Cómo había sido capaz de llegar tan lejos? No se lo merecía. ¿Qué cojones hacía ahora? El pelirrojo se estaba desesperando, no encontraba una solución al problema. Y era un problema muy gordo, porque no podía dejar de pensar en el sacerdote. En esa maravilla del mundo. Law le había abierto un mundo nuevo, y él, por gilipollas, borracho y celoso, lo había destrozado todo. La había jodido pero bien.


Y no podía dejar de pensar en ello. A su mente venían una y otra vez imágenes del moreno tirado en la cama con la cara enterrada en los cojines sollozando, temblando de miedo bajo sus manos, acallando sus gemidos de dolor. Sangrando. Le había hecho sangre. Él, Eustass Kid, a esa joya del mundo que era Trafalgar Law. ¿Cómo había sido capaz? Estamparía su frente en el borde de piedra de la fuente si no fuera porque se quería demasiado. Porque ahí estaba el problema. Él estaba arrepentido, pero no sabía cómo mostrárselo a Trafalgar. Nunca lo había estado, y ese sentimiento era tan nuevo como el amor que creía haber descubierto también con el tatuado.


A Kid le iba a estallar el cerebro. Por suerte para él, el bajón del alcohol era tan potente (proporcional a la cantidad que había ingerido), que el sueño le estaba golpeando con fuerza. Quizá debería dormir y olvidarse de todo por un momento. Quizá a la mañana siguiente lo vería todo desde otra perspectiva más adecuada. Quizá encontrase una solución con un nuevo día. Pero no podía volver a palacio. No tenía fuerzas, no sería justo, y tampoco sabía el camino de vuelta. Con dificultad, el pirata se levantó del suelo donde se había recostado, apoyando su peso en la fuente de piedra, y a paso lento pero decidido, dando tumbos por la plaza, consiguió llegar a un pesebre con una puerta lo suficientemente enclenque para derribarla con un puñetazo mal dado. Entró en la paridera, y casi vomitó por el fuerte olor a ganado. Pero aguantó el mal trago como un estoico pirata, y tanteando el suelo porque apenas había luz, se recostó en un establo de caballos ahora vacío y lleno de heno. Había encontrado su lecho.


El ruido de los balidos de las ovejas, las pezuñas de las cabras y sus collares con cencerros despertaron al pirata. El pelirrojo se revolvió entre el montón de heno haciendo caso omiso, pero tenía una resaca de tal envergadura que hasta las silenciosas pisadas de un gato le parecían un terremoto. La potente luz del sol se colaba por las pobres paredes de adobe del recinto, molestando, más si cabía, al pirata. Con un potente rugido de león, éste se incorporó en la paja y se acarició las sienes con insistencia para intentar calmar su dolor de cabeza. Esto era un puto infierno. Un puto infierno. Kid sentía como su cabeza iba a estallar de un momento a otro, como se le clavaban finas y largas agujas que le recorrían el cerebro de un extremo a otro, como su sangre se espesaba al pasar por los capilares de su frente, como sus ojos se habían vuelto terriblemente endebles a la luz, como su garganta estaba más seca que un desierto, como su estómago advertía con escapársele del cuerpo de un momento a otro por el nauseabundo olor del pesebre. Una arcada le recorrió el esófago. Joder, olía a animal que echaba para atrás.


Torpemente, se agarró a las columnas de madera que sostenía el tejado de hojas de palmera y consiguió ponerse de pie. Ante la asombrada mirada, y bastante asustada también, del dueño del pajar, que había entrado para aviar a los animales y preparar a las ovejas y cabras para sacarlas a pasear, Kid salió del pesebre y anduvo lo más rápido que pudo hasta la fuente más cercana, la plaza donde había estado la noche anterior. El calor ya se dejaba notar, y como sus pasos eran lentos y torpes, el camino hasta la fuente se le hizo largo y tortuoso. Cuando llegó, sumergió la cabeza de nuevo para refrescarse y bebió agua del pilón de hierro. Joder, el agua era algo bendito en esos momentos. Después de saciar su sed, Kid se remojó levemente el pecho y los brazos, pero el olor a choto no se iba ni queriendo. Necesitaba un baño. Y la única bañera que conocía estaba en palacio, y no quería ir allí. No tan pronto. Eliminó de su cabeza los recuerdos de la noche pasada, los cuales se agolpaban en su cerebro pidiendo ser recordados otra vez, y con frustración se dirigió hasta el único sitio en el que podría bañarse sin estar en palacio: las cascadas.


Y allí que fue el enorme pelirrojo, sin pensar siquiera en el largo camino que le quedaba, en el creciente calor que aumentaría con el paso de la mañana, en los molestos mosquitos de la selva, y en el punto más importante: Trafalgar estaría allí. Porque siempre iba por las mañanas a refrescarse a ese paraíso natural privado, a pensar en sus cosas y a jugar con su mascota. Era un hecho sumamente importante, pero a Kid se le pasó por alto. Ni siquiera se lo imaginó. Así, que convencido de que las cascadas sería el mejor sitio para refrescarse y poner en orden sus nuevos sentimientos de culpabilidad recientemente adquiridos, el pirata se adentró por las calles rumbo a la selva.


Le costó una eternidad, pero al final llegó. El pelirrojo calculaba que, por lo alto que estaba el sol y el calor bochornoso, sería ya mitad de mañana. No tenía hambre, y eso que acostumbraba a comer como un felino hambriento, pero esa mañana no. Tenía el estómago cerrado. El vino de la isla no era como el corriente que estaba acostumbrado a beber, pues con la fermentación manual no se sabía la cantidad de grados que adquiría el brebaje y se hacía necesario rebajarlo con agua. Pero eso Kid no lo sabía, y toda la noche estuvo bebiendo vino a palo seco. Y así estaba ahora, que no valía ni para escombro. Pero cuando el pelirrojo divisó la fina arena y sintió la humedad en su piel, corrió con las únicas fuerzas que le quedaban en el cuerpo y se lanzó al agua con pantalones incluidos. Se sumergió un par de veces, y salió de nuevo a la superficie para tumbarse sobre la dorada arena bajo la sombra de una palmera. Y allí, en ese paraíso natural inigualable, el pirata se quedó dormido. Por cansancio, por falta de sueño, y porque, inconscientemente, no quería pensar en Trafalgar. Porque no encontraba una solución posible a su error. Así que era mejor no pensar en ello. No pensar en nada.


Law se removió entre las sábanas algo adormecido. Apenas había dormido esa noche, pero eso era lo que menos le importaba en esos momentos. Estaba acostumbrado a pasar noches enteras en vela, él no solía dormir en demasía, pero la noche anterior había sido diferente. Completamente diferente. Y lo diferente no le gustaba, porque era desconocido y no podía controlarlo. Porque él era Trafalgar Law, y lo controlaba todo. Todo. Volvió a apretar la camiseta rota de Kid sobre su pecho, aspirando el tibio olor del pelirrojo que se había quedado allí impregnado, pero apenas olía ahora. Había pasado toda la noche con la camiseta entre sus brazos, engañando a su mente para sentirse cerca del cuerpo del pelirrojo. Pero él no estaba. Kid no estaba.


El pirata había desaparecido, se había esfumado como alma que llevaba el Diablo. Y todo por su culpa. Por no haber estado pendiente de él durante la fiesta, por no haberle controlado con el vino, por no haberle dedicado una mísera mirada. Pero lo que de verdad había cabreado al pelirrojo y le había obligado a beber fue su promiscuidad desenfrenada. Había estado toda la noche tonteando con esos lindos muchachitos, lanzándoles miradas indiscretas, sonrisas ladinas, susurros ardientes. Pero Law no lo podía evitar. Le encantaba coquetear, ser el centro de miradas lujuriosas y comentarios subidos de tono. Le encantaba saberse así de poderoso, saberse capaz de excitar a cualquiera que quisiese, sobre todo si eran jóvenes apuestos.


Y eso no era culpa suya, no era algo que pudiese cambiar del día a la mañana. Así le habían educado indirectamente, dándole todo lo que quería desde que fue nombrado Sumo Sacerdote, ofreciéndole miles de chavales dispuestos a vender a su madre con tal de estar cinco minutos con él. Porque a todo el mundo le gustaba sentirse querido, deseado. Y más él, pues su posición le alejaba del resto del mundo, estaba por encima de todos y no podía rebajarse a relacionarse con cualquiera. Incluso algunos aristócratas no eran dignos de su presencia. Sí, ese era el problema: Trafalgar Law quería ser querido. Lo deseaba por encima de todo en esta vida. Nunca se lo había suplicado a los dioses porque su vida les pertenecía, pues era el enlace entre el mundo terrenal y el suyo divino, pero era un sentimiento que siempre había estado presente en su interior. Y ahora que había conocido al pelirrojo, todo había aflorado a la superficie arrasando con su antigua concepción del mundo y las relaciones sociales, como si fuese un tifón, un huracán, un tsunami, un terremoto.


A duras penas, se levantó de la cama con cara de pocos amigos y se lavó la cara en un intento de borrar los duros recuerdos de la noche pasada. Pero era algo difícil, porque su cuerpo y el dolor en la parte baja de la espalda se lo recordaban a todas horas. Law se miró al espejo auto-inculpándose. Se lo merecía. Su hombre tenía todo el derecho del mundo a comportarse como lo hizo, y él seguiría pensando lo mismo aunque hubiese llegado hasta el final. Porque Trafalgar había descubierto al verdadero Eustass Kid, al verdadero pirata sanguinario del que se había enamorado. En sus ambarinos ojos había visto el brillo vencedor de quien extorsionaba a una víctima, ese brillo de poder desenfrenado que bombeaba tu corazón a mil por hora y segregaba adrenalina por los cuatro costados. Ese brillo asesino.


Porque eso era Kid. Era un pirata, un forajido, un delincuente que robaba por placer, un asesino de civiles. Él mismo lo había descubierto al tiempo de conocerle indagando en su bola de cristal, conjurando a los dioses para que le contasen sobre el pasado de su hombre. Pero lo que le habían contado no se podía equiparar a lo que él había presenciado anoche. Todo el dolor y el terror que sabía que causaba no eran comparables al brillo maníaco que desprendían sus ojos de oro. Ése era el verdadero Eustass Kid. Y a Trafalgar no le importaba, al contrario, le gustaba. Le gustaba que su hombre fuera así de poderoso, así de salvaje. Porque podía serlo, tenía las cualidades suficientes para serlo. Si no se convertía en el Rey de los Piratas, sería el pirata más temido de todo el mundo. Y él estaría encantado de ayudarle.


Con lentitud, el moreno se secó la cara con una delicada toalla de algodón y se vistió con su túnica semitransparente de siempre. La preciosa túnica oscura seguía tirada a los pies de la cama, pero no se la quería poner. Ni siquiera la tocó, ya la recogerían las sacerdotisas. Con paso cansado y decidido, se llevó a la boca una tostada de mermelada de fresa y una taza de zumo recién exprimido. La devoró en cuestión de segundos y salió de su habitación en dirección a las cascadas, como siempre. Y hoy más que nunca lo necesitaba. Necesitaba desconectar, necesitaba jugar con Bepo para olvidarse de todo. Y cuando estuviese libre de culpa, cuando sus pensamientos se hubiesen calmado, saldría a buscar a Kid. Aunque sabía que no le haría falta, sabría que el pelirrojo volvería como un perro apaleado porque le amaba con locura, porque había caído en sus redes de cabeza y sin protección alguna. Lo que no tenía tan claro era cómo reaccionaría, porque apostaba a que seguía enfadado. Pero en realidad eso tampoco era un problema porque Law le diría algunas palabras bonitas y se le pasaría el enfado. Tenía tanta labia que podría conseguir que un manco creyera que tenía brazos. Y esa era una cualidad que no iba a dejar desaprovechar.


Con fuerzas renovadas por el ligero desayuno, se dirigió a las cascadas por los pasadizos secretos que le acercaban más rápido de lo normal a las murallas por ir directamente hacia allí sin rodeos y, sobre todo, por lo encontrar a los habitantes, que le harían las correspondientes reverencias y alguno muy desesperado saltaría a sus brazos en busca de alguna solución para su sufrimiento. Pobres ilusos, le provocaban repulsión y asco. Eran obreros, clase baja, y no podían relacionarse con él, que era el supremo de la clase alta. No podían tocarle, no podían hablarle, no podían mirarle a los ojos directamente. El castigo sería ejemplar si lo hacían. Y aún así, había locos que se saltaban las normas para luchar por subida, para continuar con su mísera vida de pobres. Cuando eso pasaba, Law sólo suspiraba escéptico. Esa gente no merecía vivir, estar entre los seres humanos normales.


El moreno recorrió la selva con algo de prisa, quería llegar cuanto antes a las cascadas y sumergirse en el agua cristalina con su querido tigre. Oh, Bepo, su querida mascota. Él le hacía los días menos largos, menos monótonos. Si pudiese, hacía años que se lo habría llevado a palacio. Pero el tigre era un animal salvaje, necesitaba estar libre para vivir. Y allí en palacio acabaría atacando a alguien y lo tendría que matar. La sola idea de encontrarlo muerto, aunque fuese por otro animal, le producía escalofríos. Si Bepo moría, una parte de su interior también, porque se habían vuelto inseparables. Eran uno.


Aceleró su paso cuando vio el claro y la vegetación comenzaba a ser menos espesa, casi trotaba como un caballo. Cuando sus pies se posaron sobre la suave arena y se hundieron ligeramente, el sacerdote se sintió mucho mejor. Esa paz, ese rincón privilegiado donde nada ni nade le podían molestar. Sí, eso era vida. Respiró el aire puro y sus pulmones se inundaron de humedad. Aquello era un paraíso terrenal. Iba directo a sumergirse en el agua, pero algo le llamó la atención. Algo que no tendría por qué estar allí. Algo diferente. Y cuando se giró para verlo totalmente, se quedó petrificado. Su corazón dejó de latir, sus pulmones dejaron de respirar, su piel dejó de sentir.


Allí estaba Eustass Kid, tumbado bajo la sombra de una palmera durmiendo plácidamente. Law no pudo evitar acercarse rápidamente, pero siempre sigiloso como un gato. Cuando llegó a su lado, se sentó sobre sus rodillas y le observó en silencio. El pelirrojo estaba profundamente dormido, roncando a pierna suelta con sus brazos y piernas extendidos como si fuese una estrella de mar, pero no parecía relajado. Su rostro no estaba tranquilo, parecía estar teniendo una pesadilla o un mal sueño, simplemente. Law dudaba si existía algo que asustaba a su hombre. Y la conciencia tampoco debía corroerle mucho. Acercó más su rostro al del menor, quedando a escasos centímetros de su afilada nariz, y le llamó en un susurro:


-Eustass-ya, despierta-dijo Law más para sí que para él-. Eustass-ya.


Insistió un par de veces hasta que el pelirrojo comenzó a mover sus extremidades y se llevó una mano a la cara para frotarse los ojos. Y cuando los abrió, se quedó paralizado. Ahí estaba Law, mirándole minuciosamente con sus enormes ojos grises, muy cerca de su cara, tan cerca que casi podía sentir su respiración pausada y tranquila. Joder, era tan hermoso.


-Trafalgar…-fue lo único que Kid fue capaz de decir, todavía seguía en shock.


El moreno retiró su cabeza y volvió a sentarse sobre sus rodillas para dejar que el otro se incorporase a su lado. Sabía lo que tenía que decir, pero no sabía cómo expresarse de la mejor forma posible para que el pelirrojo no se enfadase de nuevo. Porque le miraba con esos ojos ardientes de pirata, esos ojos llenos de crueldad y rabia. Esos ojos que le hacían temblar cada vez que le miraban así, tan profundamente.


El menor se sentó en la arena y observó al tatuado. Todavía seguía aturdido, no pensaba encontrárselo allí, y no tan pronto. No tenía nada preparado para decirle, no sabía cómo disculparse. “Eres gilipollas, sabes que Trafalgar viene aquí todas las mañanas. ¿Por qué hoy iba a ser diferente?” pensó internamente. Sí, su otra mitad tenía razón. Era un imbécil integral. Y para eso no había alguna solución posible. Encima, Trafalgar le miraba con una expresión que no sabía descifrar: estaba serio, pero algo en su mirada le decía que también asustado y arrepentido. ¿Arrepentido de qué? ¡Si él había tenido la culpa de todo!


-Eustass-ya, yo…-comenzó dubitativo el moreno, pues el pirata parecía no querer decir nada-. Yo… yo…-Law estaba realmente arrepentido, pero sabía manejar la situación y expresarse como debía para parecerlo más todavía. Era todo un experto. Así que comenzó a quebrar su voz y a tartamudear sin poder decir nada, además de respirar con dificultad y sollozar levemente-. Lo s-siento…


Algo en el corazón de Kid se rompió. ¿Le estaba pidiendo perdón? Eso era imposible. Tenía que seguir estando dormido. ¿Se sentía culpable? ¡Pero si él no había hecho nada! A ver, algo de culpa había tenido en no hacerle caso y tontear con los otros chavales, pero había sido él quien la había cagado hasta el fondo forzándole y mancillando su cuerpo. Ese cuerpo que se veía delicioso bajo la túnica semitransparente. Tragó saliva, no podía aguantar esa mirada de tristeza en los ojos de Trafalgar. Esos preciosos ojos grises no podían reflejar un sentimiento como ese, simplemente un ser tan bello como él no podía mancharse con algo así.


Kid quería consolarle, pero no encontraba las palabras adecuadas. Nunca había sentido nada parecido a esto, y no sabía cómo reaccionar. Con cariño, llevó su mano a la mejilla del moreno y la acarició con delicadeza, como queriéndole decir que estaba allí, que no tenía que preocuparse de nada y que él no había hecho nada que le hubiese conducido a actuar como lo hizo. Él no era quien había jodido todo.


Trafalgar cerró los ojos y sintió la caricia del menor, moviendo su cabeza para acomodar por completo su mejilla a la enorme palma de la mano del pirata. Aunque su mano estaba llena de callos de trabajar y moldear hierro, de pegar palizas hasta romperse los nudillos, aunque no tenía la piel suave como la suya, se sentía terriblemente bien. Era algo mágico, como el cuerpo de Law reaccionaba al mínimo contacto con el de Kid. Así, con los ojos cerrados y únicamente sintiendo la mano de Kid en su mejilla tranquilizándole, era como si no existiese nada más. Law no necesitaba nada más para ser feliz. Toda su vida había vivido engañado, ni dinero, ni poder, ni ofrendas, ni esclavos ni dioses. Lo único que necesitaba era a Eustass Kid.


Con sus musculosos brazos, el pelirrojo lo agarró y lo atrajo hacia sí, colocándolo entre sus brazos y dándole u caluroso abrazo. El tatuado se dejó hacer satisfecho. Se sentía tan bien entre los brazos de su hombre, entre esas fornidas extremidades. Se sentía protegido, resguardado de todo, pero también querido. Y eso era lo que más gustaba a Trafalgar Law. Sentirse querido por su bestia pelirroja. Kid lo apretó con fuerza, no quería soltarle. Quería que sintiese que él no tenía la culpa de nada, que no tenía por qué pedir disculpas por algo que no había hecho. Pero las palabras no salían de su garganta.


-Ya ha pasado todo…-fue lo único que susurró al oído del moreno, algo sin mucho sentido y que no reflejaba lo que estaba pensando en esos momentos. Pero así era Eustass Kid.


Law abrió sus brazos y los entrelazó en el cuello de su amado, hundiendo su cabeza en el hueco del cuello de éste. Aspirando su olor de macho. Ese olor que tanto le volvía loco. Tenía el cabello algo húmedo. Kid, por su parte, le besó los azabaches cabellos y apretó más aún sus manos a la cintura de éste. Y así se quedaron, en silencio, sin mediar palabra porque no hacía falta, y porque ninguno quería romper el mágico momento de la reconciliación. Porque estaba claro que se habían reconciliado, y ahora su relación se había hecho más fuerte. Ambos sentían su corazón latir con fuerza cuando veían al otro, sentían esas irrefrenables ganas de besarle, de perderse en la inmensidad de sus ojos, de encerrarse en la habitación y no salir nunca jamás, de amarse hasta que el astro rey les diese los buenos días.


Así estuvieron un largo rato, hasta que Kid deshizo el mágico ambiente que se había creado con una simple y llana pregunta, tan simple y llano como era él:


-¿Detrás de la cascada hay una cueva?-preguntó todavía agarrando al moreno. Había abierto los ojos hacía un rato y parecía vislumbrar un hueco en la roca detrás del chorro de agua.


-Sí…-contestó Law algo suspicaz. No quería romper el hechizo que los envolvía, pero las ganas irrefrenables de explorar de su hombre parecían más fuertes. En fin, por algo era un pirata.


Ante la afirmativa respuesta, el pelirrojo se levantó junto con Trafalgar, a quien sostuvo entre sus brazos como si fuese una princesa, y se dirigió al lago sin dudar. Por fin algo interesante que le llamaba la atención. Pero a su pareja no parecía hacerle gracia esa repentina vena exploradora que había aparecido de la nada.


-¡O-Oye, Eustass-ya!-le llamó mientras se sujetaba con fuerza al cuello de su amante y sentía como el agua le mojaba el trasero, todavía con la túnica puesta-. ¿No pensarás entrar ahí?


-¿Por qué no?-preguntó Kid con una enorme sonrisa de tiburón en su rostro. Las aventuras le ponían a mil-. Es sólo una cueva.


-¡No es sólo una cueva!-le corrigió Law serio-. Es la cueva donde la Diosa Madre Isthar y su consorte, el dios Tammuz, se amaron por primera vez a escondidas del resto de dioses y amantes de la Diosa Madre. Es un lugar sagrado-sentenció el moreno-, y como tal no te está permitida la entrada.


-Pero voy contigo, y tú si puedes entrar, ¿no?-Trafalgar puso cara de pocos amigos, pero se abstuvo de contestar porque el pelirrojo tenía razón-. Igual encontramos ese tesoro tan grande del que hablan las leyendas… Quién sabe.


-No digas tonterías, Eustass-ya-dijo el tatuado con un extraño mohín que hizo mucha gracia a su amante.


Cuando llegaron a la parte profunda, Kid tuvo que soltar a Trafalgar porque si no, no podía nadar. Ambos se aproximaron al lado del lago donde había rocas, y percibieron que Bepo estaba allí, descansando pero sin quitarles un ojo de encima. Law le hizo una carantoña desde el agua y le indicó que bajase a nadar con ellos, pero el tigre se rehusó y prosiguió tumbado. Kid respiró aliviado, no tragaba a ese tigre de la misma forma que el animal tampoco lo soportaba a él. Continuaron nadando, agarrándose a la roca lo más que les permitían sus cuerpos al pasar al lado del chorro de agua, pues caía con fuerza y seguro que hacía mucho daño. Atravesaron la cascada, y entraron en una enorme cavidad en la roca. Estaba bien iluminada por la luz que entraba por la cascada, dejando ver las gruesas paredes de roca madre modificadas con el paso del tiempo por el agua, que había creado estalactitas y estalagmitas en éstas. Eran realmente escarpadas.


El pelirrojo se quedó flotando un momento para analizar el nuevo paisaje, pero continuó nadando hasta el fondo de la cueva sin dudad. El moreno le seguía cerca, pero algo reticente. Estaban en un santuario, en un lugar sagrado, y eso era pecado. Algo le decía que su hombre tramaba algo, tenía ese brillo hambriento en sus ojos. Por fortuna, allí no había ningún tesoro. Siguieron avanzando hasta que sus pies logaron tocar la superficie. Habían llegado algo lejos de la entrada de la cueva, pero ya no tenían camino que seguir. La cueva se cerraba con la misma pared rocosa y escarpada, pero el ambiente había cambiado. Se habían adentrado en una estancia más pequeña que el resto, iluminada gracias a pequeñas vetas que se abrían en el techo por donde entraba la luz. Kid alzó la vista cuando pudo posar sus pies en el lugar más plano y alto que encontró, pegados a la pared izquierda de la cueva. El agua les llegaba a ambos por la cintura.


El techo estaba extrañamente decorado con dibujos de color ocre, óxido y negro. El negro cubría toda la parte superior de la estancia, a imitación de un manto nocturno. Rodeando la veta más grande de todas, por la que entraba más luz, había dibujado una gran estrella de ocho puntas de color óxido, con la pintura algo desgastada por el paso de los años y la humedad del lugar. A su lado había dibujado un planeta de un ocre intenso con pequeñas manchas en verde, ese verde tan típico del hierro cuando se oxida. El resto de vetas estaban sin decorar, y sobre el manto negro se asemejaban a estrellas blancas por donde se colaba la luz. Kid no entendía mucho de astrología, pero podía adivinar algunas constelaciones allí representadas, como la de Virgo. Sus noches en vela mirando las estrellas en el barco habían servido para algo. Pero quizá lo más curioso de todo aquello era que la luz que entraba parecía tener algún filtro invisible que la hacía cambiar de color, pues no era blanca, sino de un rojo anaranjado, y al contacto con el agua, ésta cobraba una tonalidad violeta. Sin duda, era un lugar que sobrecogía. Kid lo sentía, allí había algo. No sabía clasificarlo, pero allí había algo.


-¿Estás contento, Eustass-ya?-preguntó Law un poco malhumorado mientras se acercaba a su lado y posaba sus pies sobre la superficie. A él, el agua le cubría un poco más por ser más bajito que el pelirrojo-. Regresemos, aquí no hay nada.


-Aún no…-susurró el pirata analizando minuciosamente la cueva, buscando una veta por la que colarse y continuar con su camino. Pero allí no había nada más-. Tiene que haber un hueco por el que llegar a otra cueva.


-No hay nada más, Eustass-ya-le corrigió el moreno-. La cueva acaba aquí.


-Tiene que haber algo más, lo noto-dijo Kid convencido. Él no era muy entendido en cosas así, pero sabía que allí había algo. Era una sensación extraña, se sentía fuera de lugar, pero a la vez, tremendamente cómodo. Como si ya hubiese estado en ese lugar pero no tuviese un buen recuerdo de ello-. Aquí hay algo, Trafalgar.


Y entonces, al llamarlo, sus miradas se cruzaron y sucedió. Ese sentimiento que Kid notaba en su pecho, esa magia en el ambiente, esa cueva hechizada… afloró. Allí, solos en el interior de la cueva, una cueva sagrada llena de encanto y embrujo, allí, en ese preciso instante, Kid se dio cuenta de los fuertes sentimientos que tenía por Trafalgar. De cómo le latía el corazón cada vez que susurraba su nombre con esa curiosa forma de llamarle, de cómo se quedaba sin aliento cada vez que sus labios chocaban, de cómo rugía su pecho cada vez que se hacían uno bajo las delicadas sábanas de seda.


Y el moreno no se quedaba impasible tampoco. Cuando sus miradas se cruzaron, algo en su interior se encogió. ¿Su corazón? ¿Su estómago? No estaba seguro de ello, pues esa forma en la que Kid le miraba… Esa mirada le turbaba. Esos ambarinos ojos, esos preciosos ojos de oro, le estaban regalando una delicada mirada de asombro, de admiración, de fascinación. Law se sentía como una joya, una estatua de la más pura obsidiana que Kid no dejaba de mirar con estupor. Era su maravilla. Una ola de calor le recorrió todo el cuerpo y, por primera vez, deseó fervientemente despertarse todas las mañanas al lado de Eustass Kid. Su hombre.


Algo atontado con el sentimiento tan mágico que le abrumaba, el pelirrojo se acercó con lentitud al tatuado y, con la más extraña delicadeza de la que nunca hacía gala, le besó. Un beso calculado al milímetro, un beso puro, un beso eterno, un beso de amor verdadero. No hacía falta profundizar, no hacía falta mostrar la pasión desenfrenada que ambos sentían al ver al otro. Con estar así era más que suficiente.


Pero pronto, esa pasión desenfrenada llamó a sus puertas, y no pudieron contenerse. Kid agarró de la mandíbula al moreno y le hizo abrir la boca para poder introducir su lengua. Law, por su parte, se agarró al cinto de su hombre y clavó sus uñas en él, señal inequívoca de que también quería llegar más lejos. Y es que, sentir la lengua juguetona del pelirrojo en su boca era una delicia. Cada vez que le besaba, tenía ganas de más. Ya no podía vivir sin sus besos, se habían hecho indispensables para él. Como el respirar. Y el pirata lo sabía, sabía cómo Law se estremecía cuando le metía la lengua, sabía cómo reaccionaba su cuerpo, cómo le pedía más. Y eso le encantaba, le encantaba tener tanto poder sobre él. Quería entregarle todo, quería demostrarle que estaba allí con él para lo que fuera necesario. Que le quería. Porque sí, Eustass Kid había puesto en orden sus sentimientos, allí en esa mágica cueva impregnada de mitos de dioses que desconocía, y se había dado cuenta de que le quería. Quería a Trafalgar Law. Y estaba seguro de que su amor era correspondido.


El moreno arañó con más fuerza el cinto del pelirrojo y tiró de la lazada que lo mantenía atado. Los pantalones se desabrocharon al momento, y cayeron hasta las rodillas del pirata. No podía hacerle una mamada porque el agua le llegaba por la cintura, y Law estaría más concentrado en aguantar la respiración que en chupar apropiadamente, así que jugueteó con sus manos en busca del erecto miembro del pirata. Tenía unas ganas tremendas de tenerlo dentro suyo, pero los juegos preliminares era algo que le encantaban. A Law le gustaba jugar, era el preludio de lo que iba a pasar.


Kid gruñó cuando Trafalgar comenzó a masturbarle, lentamente, haciéndole sufrir. Su lengua también había ralentizado la velocidad, y ahora se movía sin apenas intención, dejándose arrastrar por la del pelirrojo, perdiéndose en la inmensidad de sus oscuros y finos labios. Pero él también quería participar, no quería quedarse quieto y dejarle a Trafalgar todo el trabajo. También con parsimonia, como jugando a su juego, el pelirrojo comenzó a desatar los lazos del pecho de la túnica del moreno, y cuando todos estuvieron deshechos, deslizó la prenda hasta sus codos, desnudándole y dejando al descubierto su pecho y sus hombros. Acarició su tostada piel con deseo, clavando sus uñas con cuidado pero con ganas. Cada caricia en la piel del tatuado era aliviadora, calmaba su sed de sexo por él, pero al mismo tiempo le incitaba a probar más, a continuar acariciando y arañando esa delicada piel hecha con la más magnífica maestría divina. Sí, Trafalgar Law era un regalo de los dioses.


Quitando sus manos de su miembro, las condujo a su cuello sonriendo ante el gracioso mohín que ponía el moreno al apartarle de su diversión, pero el pirata también quería jugar. Lo alzó y éste entrelazó sus piernas en su cintura y sus manos en los hombros de Kid, pero no dejó que se pegara a su torso. Al contrario, lo sostuvo alejado con una mano mientras que con la otra se apoyaba en la pared para no perder el equilibrio. Law lo miraba con cara de desconcierto, no sabía lo que tramaba su hombre. Con esa sonrisa tan depredadora, el pelirrojo deslizó su lengua por el cuello de Trafalgar hasta llegar a sus pezones. Entonces comenzó a besarlos y a morderlos con ímpetu, sacándole largos gemidos y suspiros aumentados por el eco de la cueva. El moreno se echó más para atrás, dejándole más espacio de acción, y Kid entendió este gesto como una vía libre para hacer lo que quisiera con él.


Y no se equivocaba, cuando Kid tomaba el control de la situación, Law perdía la cordura y se dejaba hacer encantado. Le volvía loco que el menor lo dominase como lo hacía, le volvía loco que le montase durante horas, que le hiciese gemir como nadie lo había hecho nunca. Era una sensación extraña, porque a él le gustaba mandar órdenes, ser el jefe, pero con Kid… todo en él cambiaba. Hasta su percepción del mundo. Hasta le hacía dudar sobre cosas que jamás habría dudado, como lo peligroso que era el océano, lo diferente que era el mundo exterior más allá de Babilonia. Cuando le miraba con esos ambarinos ojos, esa mirada intensa que te dejaba sin respiración, Law perdía la razón de ser y haría cualquier cosa que le pidiera. Porque era su forma de demostrarle que le necesitaba, que quería estará su lado por el resto de su vida. Que… le quería. El moreno tenía un dilema interno importante, nunca había querido a alguien y no sabía lo que era eso, pero tenía clara una cosa: quería a Eustass Kid sólo para él. Le necesitaba como el respirar, y nadie más debía ser más importante en la vida del pirata que él. Porque sí, porque Law así lo quería. Y cuando Trafalgar quería algo, lo conseguía.


-Eustass-ya…-gimió el moreno-. Házmelo ya, por favor, Eustass-ya…


-¿Ya no aguantas más?-preguntó lujurioso el pelirrojo mientras seguía mordiendo uno de los pezones de Trafalgar-. La verdad es que yo tampoco estoy para resistirme…


Dejándole de nuevo en el suelo, le besó con furia y le giró, colocando su brazo apoyado desde el codo hasta la muñeca en la pared para que Law pusiera allí su pecho y no se clavase la escarpada pared. No iba a permitir que algo mancillase el cuerpo de esa maravilla perdida. No de nuevo. Law apoyó su agitado pecho en el brazo del pelirrojo, y con sus manos se subió la túnica hasta dejar al descubierto su trasero. Era algo incómodo, porque el vestido era muy volátil y se escapaba por todos lados por las leves corrientes de agua, y también se le resbalaba de la piel por estar empapado, pero si Kid no había querido quitárselo, él se lo dejaría puesto.


El menor observó con detenimiento el culo del sacerdote, sumergido bajo el agua. Como no lo veía muy bien por la poca iluminación y el color extraño del líquido elemento, decidió palparlo. Lo masajeó con ganas, clavando sus dedos y haciendo que su dueño jadease impaciente. Apretaba sus muslos entre sus poderosas manos, perdiéndose en los suspiros de impaciencia que emitía Trafalgar. Hundió su nariz en el azabache cabello de su amante y jugueteó con sus pendientes, mordisqueando y succionando el lóbulo de la oreja, algo que sabía que le volvía loco. Trafalgar gimió con más fuerza, pero se sonrojó sobremanera cuando la cueva aumentó su sonido y lo multiplicó por toda la estancia.


De repente, los dedos de Kid rozaron una parte de uno de los glúteos de Trafalgar diferente. Tenía forma de círculo, y la piel estaba más sensible y desprotegida que el resto. Parecía una herida reciente que apenas había comenzado a curarse. Y entonces, como un flashazo, el pirata lo recordó. Le había marcado. No había tenido suficiente con mancillar su precioso cuerpo del pecado, no, había tenido que marcarle. Encima en el culo como si fuese ganado. Un sentimiento terrible de culpabilidad le inundó y, como si temiese herirle de nuevo, Kid se quedó quieto así como estaba, con su pecho pegado a la espalda de Trafalgar, una de sus manos en su trasero y su cabeza descansando en su hombro.


-¿Eustass-ya?-preguntó Law girando su cabeza lo más que podía, pues veía cómo su hombre había enterrado su cara en su hombro-. ¿Por qué te detienes?


-¿Te… duele?-contestó el pelirrojo con otra pregunta, ignorando la de su compañero y acariciando de nuevo la herida-. Yo… yo te he marcado…


-Eustass-ya-Law se giró para mirarle directamente a los ojos-, estoy bien. En esos momentos no sabías lo que hacías, pero ya está todo arreglado-explicó mientras le acariciaba la mejilla y le sonreía tiernamente-. Es una marca que indica que yo soy tuyo, de la misma forma que tú eres mío.


Kid se quedó pensando unos segundos esas palabras. El moreno las había dicho sonriendo, pero estaba tremendamente serio. Sus ojos no reflejaban felicidad, sino un sentimiento indescifrable para el pelirrojo que aseguraba no era felicidad. Pero eran unos ojos tan bonitos, eran tan… hipnóticos. Y contestó sin pensar:


-Sí…-susurró-. Tú eres mío y yo soy tuyo.


Tremendamente satisfecho con la respuesta de su hombre, se lanzó a sus brazos y le besó pasionalmente. Ahora sí, ahora lo tenía. Eustass Kid estaba bajo su poder, lo tenía completamente dominado y haría todo lo que quisiera con él. Le había costado, sus planes no habían salido a la perfección porque había acabado enamorándose de él, pero podría mantener sus sentimientos a raya y conseguir su objetivo: no separarse nunca de Eustass Kid. O eso creía Law.


Con decisión, el pirata volvió a girar a Trafalgar y, sin dudar, metió un par de dedos en su entrada. Éste gimió sonoramente, clavando sus uñas en el brazo de Kid que tenía delante y le separaba de la pared. Tembló porque le había dolido levemente, porque a pesar de estar húmedo y morirse de ganas por hacerlo, su cuerpo aún no estaba listo. Se maldijo a sí mismo por ser tan débil, pero aguantaría. Iba a aguantar los envites de su hombre para demostrarle que estaba dispuesto a sufrir con tal de hacerle feliz. El pelirrojo sacó los dedos y los volvió a meter, y Law sintió de nuevo ese punzante dolor. Apenas era nada reseñable, pero no le permitía disfrutar del sexo como debería.


Así que allí, en esa cueva mágica, le rezó a la Diosa en silencio. Una muda petición, una mínima conexión mental con ella. Lo que pedía tampoco era gran cosa, que su cuerpo no sufriera por esos momentos. Una suave brisa se coló por la cueva, por el hueco que tenía dibujada la estrella de ocho puntas, y se manifestó ante el moreno con unas simples palabras: “Aquello que pides, te será concedido”. Fue un susurro casi imperceptible, desde luego para Kid, pero para un humano normal también. Pero él era el Sumo Sacerdote, sabía entrever los actos de los dioses en todos los fenómenos naturales y no naturales del mundo, y más si eran obra de la Diosa Madre Ishtar. A ella le debía la vida, ella era la creadora de todo, la madre de todas las madres y la diosa de todas las diosas. Y así, su entrada dejó de dolerle y pudo sentir el hormigueo de placer que le producían los dedos del pelirrojo en su interior.


No los movía muy rápido, no estaba seguro de que Law estuviese sano por completo. Apenas habían pasado unas horas. No quería forzarle, no quería hacerle daño de nuevo. Gemía y se estremecía con cada movimiento, arañaba su brazo, pero Kid no quería volver a cagarla. No ahora que estaban tan bien. No ahora en un lugar tan mágico. Sus dedos continuaron adentrándose en el cuerpo del mayor, buscando fervientemente esa parte de la anatomía de éste que volvía locos a los dos: a Trafalgar porque era su puerta al paraíso carnal, y a Kid porque ver a su compañero gimiendo y rogando por más le ponía como una bestia en celo. Era matemático, una reacción química. Escuchaba los gemidos de Trafalgar, y su entrepierna se encendía para ponerse en funcionamiento. Nunca había sentido esa sed de sexo por nadie, nunca lo había deseado tanto con alguien. Pero Trafalgar Law era tan diferente que rompía todos sus esquemas mentales. Y lo mismo le sucedía al moreno con el pelirrojo. Era ver ese torso musculoso desnudo, o un mero vistazo con esos penetrantes ojos, que Law se derretía entre sus brazos. Eran dos personas muy distintas, pero se necesitaban la una a la otra más que el comer o el respirar.


Pronto llegó a ese punto, ese botón oculto para el resto del mundo salvo para él, esa zona que había descubierto por casualidad y ahora dominaba en su totalidad. Ese punto que les hacía vibrar a los dos. Trafalgar jadeó con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el hombro de su amado, quien no pudo evitar morderle el lóbulo de la oreja y sacar más gemidos de su garganta.


-Más, Eustass-ya…-susurró el tatuado-. Más, más…


Y su hombre le hizo caso, y metió un tercer dedo que fue directo a hacerle compañía a los otros dos, buscando esa entrada al paraíso del placer. Pero eso no era suficiente para el sacerdote, él quería más.


-Eustass-ya…-volvió a gemir de nuevo, y el nombrado gruñó de placer-. Hazlo ya, ya…


Una gota de sudor frío recorrió la nuca del pelirrojo haciendo que su cuerpo se tensara al instante. ¿Estaba hablando con seguridad? ¿Estaba seguro de lo que le había pedido? Sabía que estaba disfrutando, pero… él también tenía unas ganas tremendas de metérsela, pero su polla no era como sus dedos. Era bastante más grande. Pero el dilema mental fue solventado cuando Trafalgar, impaciente, giró su cabeza y besó el cuello del pelirrojo, succionándolo, dejándole una bonita marca rosada. Y eso fue más que suficiente para borrar las dudas del pirata. Fue la gota que colmó el vaso, la gota de brea que dio alas a la hoguera.


Sacó sus dedos del interior del moreno y los sustituyó por su palpitante miembro, que estaba a punto para atacar. Un misil tierra-aire. Lo introdujo con lentitud, sintiendo todos los pliegues del interior del sacerdote, sintiendo su estrechez opresora, sintiendo el calor que desprendía la zona. Law jadeó de una forma extraña, un gemido ralentizado, como si lo hubiese dividido en fases, hasta que notó al completo el miembro del pirata en todo su esplendor y entonces suspiró de placer y de alivio. Al fin la tenía dentro.


Susurró unas palabras en sumerio incomprensibles para Kid, y éste comenzó a moverse. La postura no era muy cómoda porque notaba como su antebrazo comenzaba a sangrar de estar presionando la pared de la cueva, el agua le llegaba por la cintura y sentía un hormigueo por las piernas señal de que le pedían salir ya del agua, pero lo que menos le gustaba era no poder ver la cara de Trafalgar a la perfección. Así como estaban, sólo podía verle de perfil y, como mucho, tres cuartos de su cara. Pero no era suficiente. Quería ver cómo esos preciosos ojos perla le suplicaban más embriagados en placer, sumidos en un vidrioso manto de satisfacción. Con su mano libre, giró la cara del moreno y le besó con pasión, moviendo su lengua con facilidad en la boca de su compañero, palpando su deseo y sus ganas.


El pirata se movía despacio, pero para Law daba igual la marcha que era igual de placentero. Nunca habría imaginado a su hombre tan comedido, tan tibio, pero ese chico nunca dejaba de sorprenderlo. Con las embestidas lentas y calculadas, el camino hacia el orgasmo era una tortura. Sintiendo en su plenitud el palpitante miembro del menor, sintiendo las ganas que tenía de devorarlo allí mismo pero a su vez, la extraña parsimonia y el control corporal y mental que ejercía sobre sí mismo para no poseerlo como siempre. Kid estaba siendo cariñoso, delicado, amable… amoroso. Era una faceta completamente nueva, una faceta que provocaba sentimientos encontrados en el moreno. Por un lado, echaba de menos esa bestia salvaje que le controlaba y le trataba como una marioneta, como una muñeca de trapo; pero por otro lado, ver al pelirrojo así de sensible y demandante de cariño era algo que le conmovía, le enternecía, le hacía latir el corazón con fuerza. Eustass Kid era inclasificable. Era único.


Mientras se movía con calculada parsimonia, el pelirrojo llenaba de besos los hombros y el cuello del moreno, consiguiendo suspiros y jadeos entre los gemidos de placer aumentados por la orografía de la cueva. El eco de la misma los hacía resonar en sus oídos, en su cabeza. Se clavaban en su sien y le volvían loco. Eran como una droga: una vez que los había probado, sólo quería más y más. Se habían vuelto indispensables para él. A veces ralentizaba el ritmo y besaba al sacerdote, logrando gemidos de fastidio y queja por haber aminorado la marcha, que ya de por sí era lenta.


Era un compás lento, extraño porque Kid nunca follaba así, pero tortuosamente placentero. Un bendito martirio. Con cada estocada, el pirata sentía cómo la estrechez del moreno le comprimía la polla, cómo su cuerpo se la tragaba a un ritmo desenfrenado, como le pedía más. Pero él no iba a hacerlo, no iba a aumentar la velocidad. Quería follárselo así, lentamente, despacio, con mimo, con cariño. Demostrándole que era algo más que un cuerpo para él. Porque Trafalgar Law era mucho más.


El moreno no podía más. Se estaba desesperando. Desesperando porque no alcanzaba el orgasmo. Porque cada vez que creía llegar, Kid ralentizaba el ritmo y le torturaba de nuevo, impidiendo que se corriera. Pero ya no podía más. Necesitaba correrse, lo necesitaba. Bajó una de sus manos a su erecto miembro y comenzó a masturbarlo con ganas, pero el lacerante ritmo de su hombre le impedía acelerar más de la cuenta. Era como si una mano invisible le contuviese y sólo le permitiese ir a una determinada velocidad. Law se mordió el labio inferior aguantando las ganas que tenía de gritar de rabia. Pero era tan placentero, joder.


-Eustass-ya-jadeó el sacerdote algo desesperado-, por favor, deja que me corra. Me estás torturando, Eustass-ya…


El nombrado se rió ante ese último comentario de su amante, pero le entendía. Su polla le pedía a gritos que liberase el líquido que se agolpaba en sus vasos internos. Con su mano libre, agarró una de las piernas de Trafalgar y la levantó, flexionándola y apoyándola en su pecho. Así, con las piernas abiertas, llegaba a su próstata sin ningún problema y podía rozarla con facilidad. El moreno se agarró como pudo al antebrazo de su hombre con una mano, y con la otra, agarraba su otro brazo, que descansaba sobre su cintura de avispa para no perder el equilibrio.


-Si quieres correrte-comenzó el pelirrojo en su oído-, hazlo. Vamos.


-Haz que me corra, Eustass-ya…-le contestó el sacerdote con un sensual y desesperado tono de voz. Un tono de voz que activó una parte de la mente de Kid que estaba siendo sujeta y contenida, pero que ahora se había liberado de esas cadenas internas que le apresaban. Esa parte que le convertía en una bestia salvaje, un caballo desbocado, un tigre hambriento. Hambriento de Trafalgar Law.


De repente, el pelirrojo comenzó a embestir con fuerza al moreno, como siempre hacía. Era como si hubiese despertado de un trance. Law gimió sonoramente y se dejó hacer, sin apartar la vista de su hombre. De esos llameantes ojos ámbar que le devoraban, que le hacían estremecer. Con unas estocadas tan rápidas y precisas, el moreno llegó al orgasmo en cuestión de segundos. Porque ya estaba a punto, sólo faltaba un pequeño empujón. O mejor dicho, una pequeña embestida.


Cuando se corrió, su cuerpo se contrajo y comenzó a temblar, pero como sólo estaba apoyado al suelo con una pierna, ésta acabó cediendo y se sumergió en el agua sin previo aviso, para sorpresa de ambos. Kid, que también se había corrido a la vez al sentir las contracciones de su amante, apenas pudo reaccionar apropiadamente y lo vio hundirse en el agua salpicando todo. Pero más había salpicado él, pues su polla había salido despedida del interior del moreno y había esparcido su semilla por el agua.


-¡E-Eustass-ya!-gritó el moreno cuando salió a la superficie lo más rápido que pudo. Estaba rojo de vergüenza, pero también de la excitación del acto sexual-. ¿Por qué no me has sujetado?


Pero Kid sólo pudo reírse ante esa reacción tan infantil de su hombre, y viendo el enfado en sus ojos, hundió sus manos en la mandíbula de éste y le besó. Esa era su respuesta. Y al primer contacto con la lengua del pelirrojo, Law se calmó y todo su cuerpo se destensó.


-Volvamos al palacio, me rugen las tripas.


Sanji se revolvió entre las sábanas de la cama. El canto de los pajarillos que se habían posado en el alféizar de la ventana le había despertado. Los miró unos segundos, eran unas preciosas aves del paraíso de color azul y cabeza negra, un azul tan intenso como el lapislázuli. Sonrió y se quedó unos minutos allí, recostado en la cama admirando aquella sinfonía vespertina. Pero cuando su cerebro estuvo más despierto, se dio cuenta de que esa no era su habitación. Y entonces, lo recordó todo.


Se dio la vuelta en busca de su amante, aquel moreno pecoso que tantos sentimientos despertaba en él, pero no estaba. Allí no había nadie. Entre las sábanas había una pequeña nota en papiro. El rubio la miró curioso, nunca había palpado un material como ese. Sabía que el Sumo Sacerdote tenía papiros y pergaminos con infinidad de conocimientos, pero él, como la totalidad de habitantes allí, usaba tablillas de barro para escribir cualquier cosa. Aunque no solía escribir grandes novelas, sólo las provisiones que necesitaba el palacio cuando algo escaseaba. Y a veces ni las necesitaba, los mercaderes traían la comida gratis. Bueno, era una forma de pagar los tributos.


<<Sanji, he tenido que salir para atender unos recados en el trabajo. La criada te preparará el desayuno cuando te despiertes, pídele lo que quieras. Esta noche iré a verte después de cenar, te esperaré en la escalinata de entrada al patio. Discúlpame, me gustaría muchísimo estar allí contigo en estos momentos, pero no podía eludir estos problemas. Portgas D. Ace>>.


El rubio leyó la nota un par de veces, y luego se dejó caer sobre la cama. Estaba un poco triste, le hubiese encantado haber despertado junto al pecoso, sobre todo después de la noche que habían pasado. Sus ojos rodaron hasta el suelo, y vio los trozos de tarta desperdigados por la alfombra y parte de las sábanas, y se sonrojó sin poder evitarlo. Ayer se había comportado de una forma tan distinta a como era él. Una bestia se había adueñado de su cuerpo, había encerrado a su razón en una jaula y le había transformado en otra persona.


Pero había sido divertido. Dejarse llevar por sus instintos más primarios, bajar al suelo con la clase baja, revolcarse en el barro como los animales. Un hormigueo le recorrió el pecho y sonrió inconscientemente. Estaba feliz. Muy feliz. Con Ace, podía ser él mismo, podía liberarse de las cadenas y normas sociales que estaban impuestas y volar como un pajarillo hacia un horizonte desconocido. Era cierto que él no era así de “salvaje”, pero le había gustado la experiencia y podría repetirla más veces. En cambio, con Zoro, estaba seguro de que no podría hacerlo.


Sanji asqueó la cara, ¿por qué pensaba en aquel estúpido espadachín? Ahora había rehecho su vida, y con una persona tan maravillosa como el moreno. Era como un libro abierto del que poder llenarte de conocimiento. Había viajado tanto, había visto tanto y vivido tantas experiencias… Le había contado un par de historias de sus viajes, pero Sanji sentía la necesidad de saber todo sobre él. Y cuando se las contaba, se quedaba embobado escuchándole, viendo cómo se emocionaba reviviendo algunas partes, o cómo omitía otras porque eran muy aburridas, según el propio moreno. Un sentimiento nuevo surgió en el cocinero: quería viajar con Ace. Acompañarle en alguna aventura, la que fuera. Aunque fuera navegar hasta la isla más próxima, Elam creía que era, para comprar trigo o cebada. Y eso era extraño en él, porque vivía a gusto en palacio, cocinando para todos y disfrutando de las comodidades de la clase alta de la sociedad. Pero Ace le había descubierto un mundo nuevo.


El rubio se vistió con la túnica, que descansaba a los pies de la cama, y se dirigió a la cocina para desayunar. No estaba acostumbrado a que le sirvieran la comida, pero algo le decía que si su relación con Ace continuaba por el buen camino, se tendría que ir acostumbrando a ello. El muchacho desayunó rápido, se despidió de la esclava con demasiada educación (seguía siendo un caballero, después de todo), y salió de la casa en dirección al palacio. No sabía exactamente qué hora era, pero seguro que Luffy se había despertado ya y habría asaltado la despensa en busca de comida.


Killer se despertó de la siesta empapado en sudor. A pesar de que no entraba ni un rayo de sol en la habitación, a pesar de que no había velas y estaba todo a oscuras, hacía mucho calor. Un calor sofocante. Hacía días que dormía desnudo. Penguin, que era más comedido, dormía con una graciosa faldita blanca. El rubio se apartó el sudor de la frente con la mano, el flequillo tan largo era horrible en un clima tan caluroso y húmedo como el de la isla. Bueno, el pelo largo en general lo era. Alguna vez había bromeado con Penguin haciendo que se cortaba el cabello con una de sus cuchillas, pero el menor gritaba asustado exclamando cosas incomprensibles y negando efusivamente con la cabeza. Se incorporó de la cama, agarró el casco, besó con cuidado a su muchachito para no despertarle, y salió de la habitación en dirección al “baño” para “darse una ducha”. Si es que esa habitación podía llamarse un baño, y eso que allí hacían darse una ducha.


Killer nunca se hubiera imaginado que alguien podía vivir en esas condiciones. Había visto muchas cosas a lo largo de su vida, las había sentido en sus propias carnes cuando era un niño y vivía en el South Blue con Kid, pero ahora que se había acostumbrado a “vivir bien”, como un pirata, le resultaba tremendamente complicado volver a estar en esas condiciones. Casas de adobe, con suelos de tierra y piedra si había suerte, minúsculas y escasas ventanas para que el calor no entrase, lo que las convertía en verdaderos invernaderos, techos bajos, y escaso mobiliario. Muy escaso. Ni siquiera tenían un mísero Den Den Mushi.


Entró en el cuarto de baño, una pequeña estancia de no más de cuatro metros cuadrados, en la que sólo había un barreño de tamaño considerable y una estantería de madera con telas viejas y relativamente limpias que hacían las veces de toalla. Por suerte para él, el barreño estaba lleno y no tenía que ir al río a por agua. Se introdujo en la palangana oxidada y se sentó en ella, teniendo que flexionar las piernas porque si no, no cabía. El barreño era grande, pero no servía como bañera. Con otro mucho más pequeño, se echó el agua por la cabeza y comenzó a ducharse.


Cuando salió del cuarto de baño, ya limpio y aseado, con el casco puesto pero sin ropa porque se le había olvidado en el cuarto, Penguin ya estaba despierto.  Killer entró en la habitación en busca de su chilaba verde sin mangas, y el pastorcillo le estaba esperando en el lecho de paja con un par de velas encendidas para ver en la oscuridad. Al ver entrar a su hombre como los dioses le trajeron al mundo, no pudo evitar sonrojarse hasta el extremo y apartó la cara nervioso. El rubio no pudo evitar reírse ante esa reacción algo infantil, pero no le dio importancia y empezó a vestirse. Le gustaba que su chico fuese así de inocente. Le hacía más dulce aún. Era tan rico.


Cuando terminó de vestirse, el pirata señaló las velas y Penguin entendió que quería que las apagara, así que lo hizo de un soplido. Y con la habitación en penumbra, el pastorcillo escuchó el sonido metálico del casco desabrochándose, ese sonido que se había convertido en melodía para sus oídos. Con sólo oír un leve clic, ya comenzaba a temblar de la emoción y de deseo. No sabía qué vendría después, si un pasional beso o una gozosa sesión de sexo, pero ambas opciones eran perfectamente buenas. Esta vez, le tocó el turno a un cariñoso y tierno beso que le hizo suspirar. Killer a veces podía ser tan dulce.


El pequeño entrelazó sus brazos alrededor del cuello del pirata, notando sus salvajes mechones del color del sol rozarle y hacerle cosquillas, y se recostó sobre el lecho de paja quedando Killer encima de él. Éste había apoyado sus antebrazos sobre la superficie de la cama para no aplastar al castaño con su peso, porque con lo delgadito y poquita cosa que era, podría aplastarlo sin ningún problema. Killer no estaba gordo, pero sus músculos pesaban, y mucho. Era el precio que había que pagar por tener un cuerpo envidiable.


Así estuvieron un buen rato, comiéndose a besos, devorándose el alma, bebiéndose el uno al otro. Porque no necesitaban nada más. Si Killer hubiese nacido en otra vida, estaba seguro que sería un habitante más de esta curiosa isla. Pero era un pirata… un pirata que llevaba más tiempo del necesario parado. Las cosas habían cambiado, y mucho. Ahora él era el capitán, algo que, en su humilde opinión, le quedaba grande. Aunque el resto de la tripulación no lo recordase, para él, Kid siempre sería su capitán. Porque él tenía madera de capitán, de líder, de comandante. En cambio, al rubio, le gustaba eso de ser segundo, era más sencillo.


“Hace mucho que no voy al barco”, pensó el joven. “Debería ir a ver cómo van las cosas, igual han acabado de repararlo y se están preguntando dónde coño estamos Kid y yo”. Sí, sería lo más probable. Con mucha malagana, se separó de los labios de Penguin, quien emitió un quejido muy infantil pero muy gracioso, y se colocó el casco de nuevo. Entonces, el menor encendió de nuevo las velas y vio como su hombre le ofrecía la mano para levantarse del lecho de paja. Sonrió, estaba tan feliz.


Sin decir palabra, el rubio agarró la mano del castaño y salieron a la calle. El pastorcillo estaba bastante confuso, no tenía ni idea de a dónde iban, pero no se quejó y siguió los pasos de su hombre bien agarrado a su mano. No quería soltarle, no quería perderle. Aceleró el paso cuando salieron a una de las calles principales, más transitada que su barrio a las afueras de la muralla, y se encaramó a su musculoso brazo escondiendo su cara por la vergüenza. Siempre había visto a las parejas de enamorados caminar así de agarrados, y por fin él tenía a alguien con quien hacerlo.


Por una vez en su vida, no se sentía despreciado. Por primera vez en su vida, había encontrado a alguien que le miraba con cariño (o eso creía), que le acariciaba con amor, que le abrazaba y le besaba sin miedo a nada. Aunque no podían comunicarse con palabras, lo cual era un problema importante, sus besos y sus cuerpos lo decían todo en la cama. A veces Killer le susurraba cosas al oído durante el sexo, cosas que no entendía pero que eran poesía para sus oídos. Escuchar su ruda voz, tan seca y tajante, tan afilada como esas cuchillas que llevaba en los brazos. Y cuando le llamaba, cuando pronunciaba su nombre con ese extraño acento de fuera, le volvía loco. Sentía que le necesitaba, que requería su presencia a su lado, que deseaba estar a su lado. Por una vez en su vida no se sentía como lo que era, un wardu.


Las cosas comenzaban a marchar bien para el joven Penguin. Su relación con Killer se afianzaba por momentos, no había sufrido ninguna pérdida de ganado desde que el rubio estaba en casa, seguramente porque sus vecinos le habrían visto y se habrían asustado, como era lógico y normal. Imponía muchísimo, sobre todo con ese casco metálico. Y para mejorar la racha, anoche no tuvo que ir a palacio a servir en la fiesta del Sumo Sacerdote. Cuando los guardias vinieron a reclutar a los esclavos pertinentes, su casa se salvó y le tocó el turno a su vecino de enfrente. Menos mal. Así pudo disfrutar de otra noche de amor incondicional de su hombre de los mares. Nunca hubiese imaginado que algo tan banal y sucio como el sexo le pudiera llegar a gustar tanto si antes, para él, el sexo era algo tabú.


La parejita feliz siguió caminando hasta que llegaron al puerto. Penguin se quedó quieto, nunca había estado allí, y la presencia de tantos barcos, mercancías y marinemos le abrumaba. El ritmo era frenético a pesar de ser media tarde, pues todos conocían que la actividad portuaria se realizaba al amanecer y durante la mañana. Algo asustado por la presencia de tantos hombres libres, que le miraban con esos ojos inquisitoriales y de superioridad, apretó la mano de su amado y se pegó a su espalda como si fuese su sombra. Killer lo notó, y le tranquilizó acariciándole la nuca de una forma muy relajante. Llegaron a un puesto de barcazas dirigido por un hombre que casualmente hablaba el idioma de Killer, así que no tuvo problema alguno en comunicarle lo que quería. Primero se montó el pirata en la barca, y luego el pastorcillo con algo de reticencia. Nunca había navegado, y no sabía nadar, así que tenía bastante miedo. Cuando la barcaza comenzó su camino río abajo, el castaño se abrazó a su hombre y no se separó de él hasta que llegaron a tierra de nuevo. El mayor lo abrazó con ganas, riéndose al ver al muchachito tan asustado, pero no tenía nada que temer porque él estaba allí y no permitiría que algo malo se sucediera.


Cuando desembarcaron en la costa, el pequeño se bajó corriendo de la barca. Estaba ansioso por pisar tierra firme. El viaje había sido tranquilo, hasta se había atrevido a mirar el agua y ver los peces que nadaban por el río, escuchar los animales de la selva, y sentir ese olor tan característico del líquido elemento. Pero en cuanto bajó y se dio cuenta de dónde estaban, se quedó paralizado. Estaban en la costa, en el mar. Sin ser consciente de ello, Penguin avanzó hasta el extremo del puerto de madera, un estrecho pasillo con barcazas amarradas a los lados, y se quedó anonadado viendo el océano. Nunca lo había visto, le habían hablado de él, pero jamás hubiera imaginado que sería de aquella forma. Las historias que le habían contado no le hacían justicia. Esa enorme masa de agua salada, tan grande que no se percibía el final del mundo, tan salvaje, tan indomable. Era algo que te sobrepasaba por completo. Él, un mísero pastorcillo del tres al cuarto, un wardu sin oficio ni beneficio, un pobre desarrapado que luchaba todos los días por llevarse un pedazo de pan a la boca, estaba viendo el océano. Y éste le había atrapado totalmente. Era magnífico.


Se sobresaltó cuando los brazos de su amado se entrelazaron por su cintura dándole un caluroso abrazo.


-Es precioso, ¿verdad?-comentó Killer a pesar de que el otro no le entendería-. Pero no más que tú.


Pero Penguin no escuchó nada, pues su mente sólo pensaba en una cosa. Una idea que le dio miedo, mucho miedo. Ahora entendía a su amado, ahora comprendía por qué era un pirata. Esa libertad que te inspiraba el mar, ese salvajismo casi animal, esa adrenalina constante en tus venas. Era algo contra lo que no podía luchar. Su corazón se estremeció y un dolor en el pecho apareció. El océano le robaría a Killer, y él no podría hacer nada para evitarlo.


El protagonista de sus pensamientos le sacó de su angustia agarrándole de nuevo la mano y echando a andar en dirección a la costa. Esa enorme mano que tenía el rubio, llena de cortes y heridas cicatrizadas, y a pesar de ser un pirata, seguía despidiendo esa calidez que te sobrecogía, esa calidez que te hacía vibrar. Que a Penguin le hacía vibrar. Era extraño, porque el cuerpo de su amado le decía que no le abandonaría, que no le dejaría solo nunca, pero el océano y las olas del mar le aseguraban que se lo robarían cuando menos se lo esperase. Su lógica le animaba a confiar en Killer, pero algo tan abrumador como el océano no debía tomarse a la ligera.


Continuaron caminando por la costa, Killer en cabeza y Penguin dejándose arrastrar por esa cálida mano. No quería soltarla, pero tampoco se sentía con fuerzas para agarrarla como era debido. Como había hecho unas horas antes por la ciudad. El sol comenzaba a descender en el horizonte, pero ambos parecieron no percibirlo. El menor porque estaba debatiéndose internamente entre sus miedos y sus esperanzas, y el mayor porque tenía una misión en mente: llegar al barco. Y eso hicieron, llegar al barco. En cuanto lo avistaron, el rubio aceleró el paso obligándole al castaño a hacerlo también.


El enorme barco con una calavera en la proa lucía imponente en la solitaria playa escondida de los ojos curiosos. Y allí estaba la tripulación, ahora su tripulación, trabajando con cierta desgana por el cansancio acumulado de todo el día. En cuanto lo vieron aparecer por la costa, dejaron sus tareas y se lanzaron hacia él felices. Hacía mucho que no lo veían, no estaban seguros de los días porque allí se hacían tan largos que perdías la cuenta, pero había pasado mucho tiempo desde que no lo veían. A su amado capitán. Le abrazaron con ganas, pero cuando se dieron cuenta de que venía acompañado, la atención pasó al pequeño pastorcillo, quien estaba algo asustado rodeado de hombres tan fuertes y rudos.


-¿Cómo va el barco?-preguntó Killer antes de que los otros se lanzasen a preguntas que no quería contestar. O más bien, no sabía cómo-. Parece que ya está listo.


-Aún tenemos que cubrir algunos desperfectos, pero aunque sea poco trabajo, nos costará-contestó Wire serio-. La madera que teníamos más cerca se ha agotado, y tenemos que adentrarnos en la selva para talar árboles. Estimo que en unos diez días podremos partir.


-Muy bien, chicos, buen trabajo-los felicitó el rubio. La verdad era que habían trabajado muy duro, y solos, y estaba muy orgulloso de ellos. Pero debía dejarse de tonterías y comenzar a tratar temas más serios-. Veréis, he conocido a alguien en la ciudad que creo sería bueno para la tripulación. Tiene espíritu de pirata, carácter, y además es poseedor de una Fruta del Diablo que lo hace jodidamente fuerte.


-¿Se refiere… a él, capitán?-preguntó con cierta duda el encapuchado, señalando a Penguin, quien enseguida se escondió detrás del rubio al saberse el centro de las miradas.


-¿Eh?-Killer se puso nervioso, no sabía qué contestar porque no sabía qué tipo de relación tenía con Penguin y no sabía cómo iban a reaccionar sus compañeros-. No, no, estoy hablando de otro hombre, uno que se llama Eustass Kid y también es del South Blue, como yo.


-¿Y quién es él, capitán?-esta vez fue Heat quien preguntó inocentemente.


-E-Esto…-la garganta del rubio se secó, pero tarde o temprano tendría que enfrentarse a esta situación-. Él es… Se llama Penguin y es… Bueno, él me acogió en su casa y…-inconscientemente apretó sus puños por el nerviosismo, y el pastorcillo aún le estaba agarrando, por lo que emitió un leve quejido de molestia.


Killer, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, soltó la mano del castaño y le pidió disculpas acariciándosela como si fuese una madre preocupada. Penguin, al verle tan atento, se sonrojó hasta las orejas y escondió su rostro bajo su turbante blanco. La tripulación observó la escena con incredulidad, nunca hubiesen imaginado que su capitán… Ninguno se atrevía a hablar, pero fue Heat quien rompió el hielo:


-Nos alegramos mucho por ti, capitán-dijo el escupe-fuego, y el resto de tripulación asintió al unísono-. Es sabido que todos los marineros necesitan una sirena.


Aquella analogía no hizo más que sonrojar al rubio, que en esos momentos quería ser tragado por la tierra y salir jamás. No imaginaba que iban a aceptar a Penguin tan pronto. Pero el problema realmente no era la tripulación, sino el nuevo tripulante. ¿Estaría dispuesto el pastorcillo a abandonar su vida y convertirse en un pirata, con todo lo que ello conllevaba? Francamente, el pirata no las tenía todas consigo. Pero no quería dejarle allí, no quería vivir solo ahora que lo había conocido y había aceptados sus sentimientos. Ahora que había encontrado a alguien especial, alguien que hacía que su corazón latiese desbocado.


El grito de Franky avisando de que la cena estaba lista les sacó a todos de esa extraña atmósfera que se había creado. La tripulación insistió en que ambos se quedaran a cenar con ellos, pero Killer se rehusó alegando que tenía que terminar algunos asuntos y reunirse con el posible nuevo miembro. Además, con solo echar un vistazo a Penguin, sabía que lo estaba pasando realmente mal. Se despidió asegurando que volvería lo antes posible, y la parejita comenzó de nuevo su viaje de vuelta a Nínive.


Esa noche, después de cenar, Penguin estuvo más activo que nunca. Una vez y otra vez le suplicaba por más, le pedía más. Killer no entendía lo que le estaba diciendo, pero su cuerpo se comunicaba con él a la perfección. En la oscuridad infinita, en esa andrajosa habitación, ambos se perdían en las profundidades del mundo del placer. Y es que, el pequeño tenía miedo. Tenía miedo de no volver a verlo jamás, de despertarse una mañana y no encontrarlo a su lado, de no sentir su calor, su pasión salvaje, sin sentirle a él. Penguin estaba seguro de que el océano le robaría a Killer, y él no podría hacer nada para evitarlo.


-Sanji-kun, hay alguien esperándote en la escalinata-anunció la peli-naranja amablemente, pero pronto cambió el tono por uno mucho más indecente-. ¿Quién es? ¿Ese hombre es el de la cita de hace unos días? ¡Es realmente guapo! ¿Sabes si tiene algún hermano para mí?


-¡Nami-san, no digas cosas tan indecentes!-se exaltó el rubio mientras terminaba de barrer el suelo de la cocina. Acababan de cenar, y todos se habían ido a dormir o a hacer sus respectivas tareas-. Sí, es él… Vaya, pensaba que vendría un poco más tarde, no he podido ni ducharme…


-¡Pero si estás estupendo, Sanji-kun!-exclamó la mujer revolviéndole el pelo al cocinero-. Venga, no le hagas esperar que es de mala educación-dijo mientras le arrancaba la escoba de las manos y le echaba de la cocina a trompicones-. Yo terminaré por ti. ¡Diviértete mucho!


Y antes de que pudiera replicar, el rubio ya estaba fuera de la cocina suspirando abatido. Era imposible pelear contra Nami-san. Antes de salir al patio porticado, se miró en un espejo y se arregló el pelo y se estiró la chilaba azul que llevaba siempre para adecentarse un poco. No podía presentarse de cualquier manera ante su amante. Amante… La palabra resonó en la cabeza del rubio y le hizo sonrojar. Jamás se hubiera imaginado saliendo con otro que no fuera Zoro, pero ahora estaba ahí, entregando su cuerpo y su alma a ese adorable pecoso. Se mordió el labio inferior, pensar en Ace le revolvía el estómago y sentía mariposas por su interior. Sin demorarse más, salió del palacio para encontrarse con el moreno.


Ace estaba esperando en la escalinata, pero no había llegado a subir ningún escalón de la misma. El rubio bajó casi corriendo emocionado por su nuevo encuentro, como le había prometido en la nota que leyó esa mañana. El moreno, cuando se percató de su presencia, le sonrió ampliamente con esa sonrisa tan suya que te derretía por dentro, y cuando estuvieron pegados, pasó su mano por la cintura del cocinero y le besó dulcemente.


-Qué pronto has venido-saludó el rubio-. No he tenido tiempo ni para cambiarme.


-No aguantaba más sin verte-contestó el otro sin tapujos, haciendo sonrojar al menor-. No te preocupes por la ropa, siempre estás perfecto.


-¡C-Calla!-le reprendió Sanji más rojo que un tomate-. Siempre me dices unas cosas…


-Porque te las mereces. Te mereces eso y más-y el moreno sacó una preciosa rosa con las espinas cortadas de detrás de su espalda, era una sorpresa-. Toma, es para ti.


-Ace…-el rubio la cogió entre sus dedos y la miró anonadado, era preciosa-. No tenías por qué haberte molestado… Es preciosa.


Todavía con las mejillas coloreadas, Sanji le dio un beso de agradecimiento al pecoso. Esos detalles que tenía le hacían tan especial. Era el hombre perfecto.


-¿Quieres ver las estrellas desde la azotea de mi casa?-preguntó casi en un susurro el mayor cuando sus labios se separaron.


-¡Me encantaría!-contestó Sanji eufórico.


Y bien agarraditos para no escaparse el uno del otro, anduvieron entre risitas y cariñitos hasta la casa de Ace, donde verían las estrellas cinco minutos y luego se amarían durante toda la noche. Había que celebrar la felicidad que les embriagaba.


-Oye, Trafalgar-le llamó Kid medio dormido por los masajes y las caricias que el moreno le estaba haciendo en la cabeza. Esa sensación de notar los finos dedos de Law jugando con su roja cabellera era increíble-. La cueva de esta mañana… ¿De verdad es un lugar sagrado?


-Así es, Eustass-ya-respondió el moreno suavemente, como si no quisiera hablar muy alto para no despertar a la bestia. Él estaba sentado en el sofá, y el enorme pelirrojo descansaba la cabeza sobre sus tostadas piernas. Era un momento bucólico-. En esa cueva yacieron por primera vez la Diosa Madre Ishtar y su consorte, el dios Tammuz.


-¿Por qué allí?-volvió a preguntar Kid-. Es un sitio incómodo.


-Es cierto-le dio la razón el moreno mirando el antebrazo de su amado, ahora lleno de vendajes porque estaba lleno de rasguños, arañazos y heridas-, pero es un lugar recóndito en medio de la selva. Se tenían que esconder de la diosa del Inframundo, Ereshkigal.


-¿Les quería matar o qué?-no sabía muy bien por qué, pero el pirata tenía curiosidad por aquello. La magia de esa cueva le había ayudado a ver sus sentimientos mucho más claramente, y ahora no tenía dudas de que quería a Trafalgar. Pero aún no se lo diría, tenía que estar seguro de que el otro le correspondería.


-A Ishtar, por relegarla al mundo de los muertos-explicó el tatuado-. Es la relación de amor-odio de los hermanos, Eustass-ya.


-No tengo hermanos, así que no sé lo que se siente al tener uno-comentó el pirata francamente y con una voz algo neutra, pero continuaba relajado y recostado sobre el regazo del sacerdote-. ¿Y qué pasó al final?


-Ishtar descendió al Inframundo, que para nosotros es llamado Irkalla, y Ereshkigal la mató. Cuando la Diosa Madre pereció, los seres vivos en la tierra no sentían amor y no querían reproducirse, así que comenzaron a extinguirse. Tammuz descendió al Inframundo y le suplicó a Ereshkigal que liberase a su hermana, y al final la convenció pero con una condición-hizo una pequeña pausa para que sus palabras sonaran más solemnes-. Tammuz debía vivir seis meses con Ishtar en la tierra, y otros seis meses con Ereshkigal en el Irkalla.


Kid se quedó callado unos momentos analizando las palabras del sacerdote, calculando lo que iba a decir. Para él, todas esas fábulas de dioses no eran más que eso, historias para no dormir y dominar a la gente como hacían las religiones en general. Pero no iba a decir nada, porque sabía que Trafalgar sí creía en ello, y si insultaba sus creencias le dolería. Así que optó por desviar su comentario:


-Entonces… que se escondieran en la cueva no les sirvió para nada, ¿no?-Law dejó de acariciar los rojos cabellos y miró atento a su hombre, como si quisiera una explicación de la blasfemia que acababa de decir-. Quiero decir que, si al final ese dios tuvo que dividirse y quedarse unos meses en la tierra con su mujer y otros meses con su hermana en el Infierno, la cueva, que se supone los protegería del resto, no lo hizo. Cuando tú quieres a alguien, no le abandonas durante seis meses. Siempre hay otra opción.


Law medió las palabras de su amado mientras intercambiaban miradas. Kid había intentado hablar de la mejor forma posible para que el moreno no se molestara, pero no estaba seguro de haberlo conseguido. Trafalgar estaba serio.


-Eso es cierto, Eustass-ya-dijo al fin el tatuado-, pero son dioses, y sus asuntos se escapan a nuestro conocimiento y lógica porque, como simples mortales, no podemos comprenderlo.


Kid iba a contestar de malas maneras, pero se contuvo. Había tocado la fibra sensible de Trafalgar, y no quería molestarle en exceso después del día de ayer.


-A nosotros… ¿También nos pasará lo mismo?-preguntó serio. A fin de cuentas, habían estado en la cueva. Y él se consideraba casi un dios, para qué negarlo.


-Eso depende de ti, Eustass-ya-susurró el moreno acercándose a los labios de su amado-. ¿Me abandonarás aquí solo?


-Jamás-contestó el pirata más que serio.


-Entonces no hay problema, Eustass-ya. Para siempre es para siempre.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

La verdad es que no tengo mucho que comentar, creo que está todo claro.

Me preguntásteis por Penguin. Y no, no estuvo en la fiesta como se explica. Para este fic, si no se cuenta, es que no pasa xDDDD. Es de una lógica aplastante.

En fin, Ace y Sanji van cada vez mejor. No he metido a Zoro, no lo creía necesario. Lo que piensa el marimo es, de momento, un secreto. Ace es todo un cielo, ¿se quedará con el rubio? Tachán-tachán!

Y qué decir de Kid y Law. Espero que esa última frase del moreno os haga pensar.

En fin, creo que no tengo nada más que decir. Hoy estoy un poco seca, ya lo siento. Espero que os haya gustado el capítulo, y creo que deberíais tomárosloc como un "final de temporada". Es decir, hasta septiembre (que srerá lo más probable), nada! Lo siento mucho, pensaba haber acabado la historia para estas alturas, pero no T.T

Espero que paséis un buen verano y lo disrutéis a tope. Nos leemos en los reviews :). Miles de besos amores! <3<3<3<3<3 Sois las mejores!


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