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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D:D

Como prometí, aquí subo la continuación del fic antes de que acabe la semana. Sí, ya sé que es domingo, pero he tenido un finde muy duro porque he estado en el pueblo sacando patatas. Sí, habéis leído bien, sacando patatas. Y el campo es un trabajo muuuy duro, de verdad. Tengo unas agujetas que no os imagináis :(.

Quería agradeceros a todos los que seguís al pie del cañon con el fic después de un mes sin novedades, y en especial a todos aquellos que me apoyaron desde un principio y que ahí siguen, luchando contra viento y marea por que publique otro capítulo. Ay, que me conmuevo :').

Y sin más dilación, os dejo con el capítulo :). Espero que os guste! :3

Kid se revolvió entre las sábanas buscando a su amante, pero Law hacía minutos que se había despertado. El moreno seguía en la cama, sentado, observando al pirata dormir. Así, el pelirrojo, tan dormido y relajado, parecía un bendito. Era la calma que precedía a la tormenta. Hacía horas que debían haberse levantado, pero al sacerdote le daba lástima despertar a su amante después de la noche tan agitada que habían tenido. Nunca lo había visto tan entregado al amor, y los recuerdos que venían a su mente sólo conseguían sonrojarle porque él tampoco se había quedado atrás. La magia del alcohol.


Sus tripas rugían con ganas, era ya hora de comer. Con todo el cariño y el cuidado que raramente mostraba Law, se acurrucó de nuevo junto al pelirrojo y le zarandeó levemente, susurrando su nombre dulcemente. El pirata se revolvió algo molesto, pero no pudo resistir la llamada amorosa de su pareja. Abrió un ojo con lentitud, y lo primero que hizo fue enroscarse en la cintura del mayor dándole un beso en su desnudo vientre.


-Buenos días, Eustass-ya —sonrió el sacerdote mientras acariciaba los cabellos de fuego de su hombre-. Es hora de levantarse, nos traerán la comida enseguida.


-¿Por qué no me has despertado antes? —inquirió el pirata incorporándose para besar a su amante-. Quería tener un poco de sexo vespertino.


-¿Todavía quieres más, Eustass-ya? —preguntó Trafalgar entre risas, y esta vez fue él quien se acercó a los labios del menor-. Resérvate para la noche, es más placentero.


Kid no dijo nada, sabía que su pareja tenía razón. Cuando caía la noche, Law se volvía una persona completamente desinhibida y salvaje. Era como si sacase a relucir su verdadero yo. Permanecieron en la cama comiéndose a besos hasta que una esclava llegó con la comida, quien al ver la repetida escena desde hacía unas semanas, simplemente dejó las bandejas con los platos en la mesa de café y salió de la habitación sin decir ni mu. Estaba acostumbrada, pero sabía que no debía interrumpir algo tan íntimo y que al Sumo Sacerdote gustaba tanto. Cuando los platos estuvieron servidos, la pareja se sentó a comer disfrutando de los deliciosos manjares que el cocinero rubio de cejas rizadas hacía. La sesión de besos mañanera había continuado con mimos y arrumacos durante la comida, pues uno y otro daban de comer a su pareja de una forma demasiado cariñosa para ambos. Después de comer, descansaron sus cuerpos en el sofá y reposaron la comida sin dormirse, volviendo a hacerse cariñitos y mimos. Era una sensación extraña, pero ambos estaban realmente cómodos disfrutando con las caricias delicadas del otro sin pasar de ahí.


Cuando el calor hubo frenado su intensidad, se ducharon y vistieron porque Law debía asistir a las ceremonias de nacimiento de los dioses. El moreno le dijo al pelirrojo que podía quedarse en la habitación hasta que éste acabara de rezar, pero el pirata insistió en acompañarle y verlo durante toda la ceremonia. Ese gesto sobre-protector encantó al sacerdote, pues no quería alejarse de su amante ni un segundo. Kid volvió a repetir modelito, parecía que le había gustado la túnica de corte griego de anoche. Trafalgar escogió una toga que el pelirrojo todavía no había visto, una de color azul celeste con detalles en blanco y plata.


Los tórtolos salieron de la mano de la habitación rumbo al patio porticado, donde el moreno debía practicar rezos en honor a la Diosa Madre mientras la población acudía a llevar ofrendas a la estatua que habían movido desde la sala de detrás del trono. La imagen de la diosa se colocó sobre un pedestal amplio, donde el mayor se situó para practicar sus rezos. Pronto, los pies de la efigie se llenaron de velas, flores, cerámicas, fruta y cereales, así como pieles y objetos más elaborados, como pulseras y anillos de bronce. El sacerdote se colocó a sus pies, rodeado por un círculo de velas perfumadas, y rezó durante toda la tarde.


Los habitantes debían recorrer todos los templos de la ciudad dejando ofrendas a los pies de cada dios, conmemorando así su nacimiento. Law no podía hacer rezos a todos ellos, por lo que se quedaba sólo en el templo de Ishtar como Sumo Sacerdote suyo. Del resto de dioses se ocuparían las sacerdotisas. El pirata se resguardó tras una columna, observando el patio desde su posición, sin quitar un ojo de encima a su hombre. Rezando, tan concentrado como estaba, musitando palabras incomprensibles en un susurro imperceptible, parecía protegido por un aura mística que lo envolvía y le confería una belleza casi angelical. Las luces y sombras provocadas por las velas recorrían la piel morena del sacerdote, jugando con ella alargando sus ojeras, o volviendo su cabello de un precioso color azul oscuro, o haciendo brillar sus pendientes con fuerza. Kid tragó saliva, era como si Trafalgar hubiese sido creado exclusivamente para ello.


La tarde pasó lenta para el pelirrojo, aunque sentía que podía pegarse horas y horas observando a Law. Estaba tan concentrado en su trabajo que interrumpirlo le parecía una osadía indigna hasta de un pirata maleducado como él. El patio se llenaba de gentes que venían, dejaban sus ofrendas y rezaban alguna oración pidiendo la bendición de los dioses, buena fortuna y buena salud para el año venidero. Aunque se marchaban cuando acababan, los que entraban eran más que los que salían, y el patio estaba a rebosar. De repente, algo brillante llamó la atención del pirata. A lo lejos, un destello de luz le dañó los ojos de una forma muy familiar. Un destello de luz producido por el reflejo de un casco metálico blanquiazul que conocía a la perfección. Ahí estaba su segundo de abordo, Killer. Entre la marabunta de ciudadanos, el pirata había hecho su aparición desde hacía… El pelirrojo había perdido la cuenta de hacía cuántos días que no veía a su mejor amigo, algo impensable antes de llegar a Babilonia. El rubio iba acompañando a su pareja, un jovenzuelo bajito y enclenque a todas luces. Kid no pudo evitar sonreír socarronamente, ¿así que era ese su “hombre”?


Killer, mediante gestos, dijo a Penguin que le esperaría en una de las columnas de los lados para no interferir mientras él colocaba las ofrendas, y se apartó cuando el pastorcillo se acercó a los pies de la estatua. Cuando Kid vio a su segundo solo, se presentó ante él con un sutil golpe en el hombro.


-¡Kid! —exclamó el rubio-. Hacía días que no te veía. ¿Estás bien? ¿Va todo bien?


-Lo mismo puedo decir de ti, maldito —se rió el capitán-. Todo va según lo planeado, Trafalgar y yo estamos más unidos que nunca.


-¿Estás seguro, Kid? —la afirmativa respuesta de su amigo lo había desconcertado-. Hace unos días fui al barco a ver cómo marchaban los preparativos… Y seguían sin recordarte.


-¡Eso es imposible! —espetó el pelirrojo-. Si Trafalgar y yo… Bueno, eso…


-¡I-Igual hay que hacer alguna ceremonia para que el castigo se rompa! —intervino el rubio al ver como a su capitán se le hinchaban las venas del cuello-. Sí, seguro que es eso.


-Puede ser… —dijo un pensativo pelirrojo-. Trafalgar no me ha comentado nada…


-Deberías preguntarle esta noche —sugirió el segundo-, el barco está listo para partir.


-¿Y tú qué harás con… Él? —preguntó señalando a Penguin, quien seguía rezando tranquilo.


-Aún no he hablado con él… —suspiró, para él era más complicado por la barrera del idioma-. Pero quiero traérmelo conmigo, y a su hermano también.


-¿¡Eh!? —Kid lo miró sorprendido-. ¿A su hermano también?


-Son pequeños, pero creo que podrán estar a la altura —los defendió el rubio-. Si no pasan el periodo de prueba, yo me haré cargo de todo.


-Está… —el pelirrojo lo miró dubitativo unos segundos, pero no podía negarse si él también pensaba llevarse a Trafalgar-. Está bien. ¡Pero estarán bajo tu responsabilidad directa!


-¡Sí, sí! —exclamó el rubio contento, y Kid suspiró feliz. A su mejor amigo también le había dado fuerte eso del amor.


Un tímido Penguin apareció para romper el bucólico reencuentro entre los amigos. Miedoso, tiró de la chilaba de Killer para hacerse notar, escondiéndose detrás de él como si fuera un niño. Pero Killer estaba tan contento por la noticia de poder llevarse a los dos hermanos consigo que pensó en presentárselo a su amigo, pues a fin de cuentas el resto de su tripulación ya lo conocía. Le agarró por los hombros, y lo colocó delante de él.


-Mira, Kid —comenzó eufórico-, éste es Penguin.


Kid lo escrutó con la mirada, clavándole sus ambarinos ojos en el más minúsculo recoveco de su cuerpo, analizando todo de él. El pastorcillo sintió un pánico horrible ante la mirada de aquel furibundo pirata de cabellos de fuego, y comenzó a temblar bajo los brazos de su amado. Si aquel hombre enorme era un pirata amigo de Killer, no quería volver a verlo más. Provocaba auténtico pánico. Pero la fobia llegó cuando el pirata, de repente, le sonrió como un tiburón sin aparta su vista de sus oscuros ojos. El pastorcillo emitió un gritito muy agudo y corrió detrás de su amante para usarlo como escudo.


-No está mal… —sentenció Kid-. Pero ya puede aprender rápido, no parece muy fuerte.


-No te preocupes, le entrenaré todos los días —dijo Killer seguro-. Tenemos que irnos, aún nos quedan más templos que visitar… Acuérdate de preguntarle eso al sacerdote, Kid.


-Esta noche sin falta se lo diré —musitó el pelirrojo mirando de reojo a su hombre-. Nos vemos, Killer-los amigos se fundieron en un abrazo amistoso, y el pelirrojo pudo ver por encima del hombro de su amigo cómo el pastorcillo le miraba asustado-. Y por lo que más quieras, no lo partas por la mitad.


-Eh, ¿quién es el salvaje aquí? —rió el rubio aceptando el abrazo.


El pirata y su muchachito se fueron, éste agarrando con fuerza el brazo de aquel porque aún seguía algo consternado. En cuanto Kid los perdió de vista, concentró su atención de nuevo en Trafalgar, quien seguía rezando como si nada. Pero el moreno se había enterado de todo.


El ocaso se aproximaba cuando Sanji apareció por palacio. Con tanta gente, depositar las ofrendas en los templos se hacía complicado. Había verdaderos fanáticos que se pegaban horas rezando, o que cometían algún desorden público flagelándose o autolesionándose. Sobre todo los wardu causaban más problemas, porque iban en tropel a pedir el favor de los dioses y se producían altercados. El rubio había decidido ir solo a rezar, pues Nami y Robin estaban muy ocupadas atendiendo el templo, y el resto de compañeros tenía su propia rutina devota. Además, Ace no le había podido acompañar porque debía practicar los rezos con su “familia”, algo así como un ritual que los unía más y hacía sus lazos fraternales más fuertes. Quizá ese era el único defecto que tenía el pecoso: su trabajo. Ser el continuador de Donquixote Doflamingo no era algo de lo que enorgullecerse, pero para el moreno resultaba ser todo lo contrario. Ace sonreía como un niño cuando le contaba sus viajes, pero en el fondo Sanji sabía que le ocultaba las partes más escabrosas, que sin duda había. Porque todos allí sabían que la familia Donquixote no era trigo limpio, y si habían conseguido ser tan poderosos había sido a la fuerza.


Pero el cocinero tenía en mente algo mucho más importante: hablar con Zoro. Sí, después de la charla con su amigo por la mañana, por fin había conseguido el valor suficiente para enfrentarse al espadachín y soltarle todo a la cara. No sería tarea fácil, pero nada en esta vida lo era. Y menos en cuestiones del corazón. Sabía que el peli-verde no había salido de palacio porque él practicaba otra religión y hacía los rezos en su habitación personal. Era normal, él venía de una isla muy, muy lejana. El rubio, antes de hablar con él, decidió darse una ducha para relajarse un poco, pues tenía los nervios a flor de piel. Prepararía la cena más tarde, pues ahora que Law tenía compañía por las noches, los horarios se habían vuelto más flexibles.


Limpio y aseado, el rubio se dirigió a la habitación personal del peli-verde. Por el camino, no pudo evitar fumarse un par de cigarros porque la ducha, en vez de relajarle, le había puesto más nervioso. Dio un par de vueltas al patio mientras fumaba, y al final se decidió a entrar. Como era costumbre, la estancia estaba guarnecida por dos soldados, pero Sanji entró sin problemas al ser miembro del palacio. La habitación estaba parcialmente iluminada, pues aún entraba luz natural por las rendijas de la vieja puerta de madera, además de varias velas colocadas en la mesilla de noche. Y tumbado en la cama como si de un enorme tigre se tratara, Roronoa Zoro fingía dormir. Cuando la puerta se abrió ni siquiera se inmutó, pero el rubio carraspeó para llamar su atención y consiguió que éste abriese un ojo con desgana. El peli-verde lo miraba serio, molesto por la interrupción pero sobre todo, por ver al cocinero en su lugar de descanso personal. Le había dicho que no se acercara más, que se alejara de su lado para siempre, y no entendía qué hacía allí. Sanji estaba nervioso, pero apretó los puños y con voz baja pero firme, comenzó:


-He venido a hablar contigo, Zoro.


-¿Qué quieres? —espetó el espadachín sin levantarse de la cama-. Mi tiempo es oro.


-Necesito hablar contigo —insistió el rubio-. Tenemos que zanjar todo esto de una vez por todas.


-Habla —contestó el espadachín sentándose en el borde de la cama sin apartar la mirada del cocinero-. Tienes cinco minutos.


-Tsk… Siempre tan agradecido —murmuró Sanji por lo bajo, pero Zoro lo escuchó y su rostro se endureció aún más-. He venido a decirte algo que quizá ya sepas, pero que no puedo evitar soltarlo de mis propios labios para poder acabar con… —el rubio no encontró la palabra adecuada para definir su antigua relación con el peli-verde, así que continuó con su discurso-. Quiero que sepas que me has hecho mucho daño, que me has hecho sufrir durante estos cuatro años sin un motivo aparente, y que yo, por imbécil, he acabado enamorado de ti sin poder evitarlo. Han sido tantas las noches en las que deseé mi muerte… —Sanji comenzó a temblar sólo de pensar en lo vivido, pero se aguantó las ganas de llorar y continuó-. Pero ahora he conocido a alguien que verdaderamente merece la pena, y que sin duda me está haciendo más feliz de lo que me harás tú en toda la vida. Porque ahora me doy cuenta de lo ruin que eres, de lo mala persona que eres, pero también de lo pobre que debe ser tu vida para no tener otro divertimento que joder a quienes te rodean y quienes intentan acercarse a ti. Porque ese es tu problema, que has creado una barrera entre tú y el mundo y nadie puede franquearla —el rubio comenzaba a exaltarse, soltando todo lo que llevaba dentro-. Y así lo único que conseguirás es quedarte solo, porque nadie te aprecia en realidad salvo ese bobalicón de Luffy… Los compañeros no te tragan porque eres un presuntuoso, porque siempre vas a tu ritmo y nunca cuentas con los demás, y porque te crees por encima del resto. Tú sabrás lo que haces, pero una cosa te diré, Zoro —y le apuntó con su afilado dedo índice-. ¡Has perdido la única oportunidad que tendrás en la vida de ser feliz!


La respiración de Sanji se había agitado por el discurso que iba improvisando a velocidad de la luz, pero que parecía aprendido porque lo llevaba tanto tiempo dentro que le fue muy fácil soltarlo. Inquieto, se encendió otro cigarro con manos temblorosas esperando una respuesta por parte del espadachín, pero ésta no llegaba. Zoro le miraba serio, sin inmutarse, moviendo únicamente sus párpados. De repente, apartó la vista con cara pensativa, como si quisiera decir algo, pero sólo salió de sus labios un suspiro. Un suspiro que enervó al cocinero.


-¿Es que no piensas decir nada? —preguntó molesto-. ¿Te vas a quedar callado después de todo lo que te he dicho?-Sanji sintió una presión muy agobiante en el pecho-. ¿Tan poco te he importado siempre que no eres capaz de dignarte a contestarme? —la presión aumentaba por segundos, y el rubio fue incapaz de aguantar una lágrima salvaje-. ¿¡Tan poca cosa he sido para ti, maldito espadachín de mierda!? ¡Eres un desgraciado insensible! ¡Ojalá te quedes solo el resto de tu vida sin más compañía que tus jodidas espadas!


Sanji salió enfurecido como un animal salvaje a pasos agigantados. Los soldados que custodiaban la puerta se asustaron al ver al cocinero tan fuera de sus cabales, estaba rojo de ira y rabia. Para no llamar la atención porque aún había gente en el patio y Trafalgar seguía rezando, se escondió en las columnas hasta que llegó a la puerta de palacio, y de allí fue directo a la cocina. Cuando entró, pareció volver en sí. La cocina era su hábitat natural, por así decirlo, y como nunca había nadie, se sentía libre entre esas cuatro paredes. Se sentó de golpe en una silla, y de repente, comenzó a llorar desconsoladamente. Ahora sí que estaba todo claro.


Un parsimonioso Zoro seguía sentado en el borde de la cama, como si aquello que acababa de presenciar no fuera con él. Pero una cosa era lo que exteriorizaba, y otra muy distinta cómo se sentía. Las palabras de Sanji le habían dolido en el alma, más de de lo que hubiese querido.


-Qué equivocado estás, cocinero —el espadachín suspiró abatido-. Pero es mejor así…


Era ya de noche cuando Law terminó sus obligaciones como sacerdote. Kid no se había alejado ni un momento del patio, siempre vigilándolo, salvo en el breve encuentro con su segundo de abordo y otra vez que fue al baño. La tarde había sido aburrida, claro que lo había sido, pero nadie tenía la culpa por ello: Trafalgar tenía que atender sus tareas, y Eustass se rehusó a alejarse de palacio. Las sacerdotisas comenzaron a recoger las ofrendas perecederas, como frutos y cereales, y las guardaron en la despensa de palacio para su posterior consumo. El resto se quedaron a los pies de la estatua de la Diosa Madre, pues el patio podía recibir ofrendas también por la noche para todos aquellos que no hubiesen tenido su oportunidad.


Kid estaba tumbado en el sofá, desganado, sin dejar de darle vueltas a las palabras de su mejor amigo. Si el castigo no había desaparecido, ¿en el fondo Law le quería? Es cierto que nunca se lo había dicho, pero las miradas que le dedicaba y cómo le hablaba, sus expresiones cuando estaban a solas y las noches de infinita pasión le indicaban lo contrario. Tampoco él se había confesado, creía quererle pero, como nunca había sentido algo así, no estaba seguro totalmente. Desde luego que el moreno era la persona con la que quería pasar el resto de su vida, y confiaba en que el otro sintiese lo mismo, pero… ¿Quién se lo aseguraba con certeza?


-Eustass-ya —le llamó el sacerdote-. ¿Vienes a darte un baño conmigo?


Kid lo miró de reojo. El mayor estaba ya dentro del agua, mojado de pies a cabeza y envuelto en ese gel floral que teñía el agua de color y olía a dulce. Le estaba mirando de una forma muy sensual, tan sensual como el tono de voz que había utilizado para llamarle, pero el pelirrojo pareció no percatarse. Más bien, pareció resistirse a sus encantos.


-Claro… —contestó al final, y se levantó del sofá pesadamente, como si no tuviera muchas ganas.


Los sensores de alerta de Law enseguida se pusieron en funcionamiento, pues notaba a la perfección cuando su hombre no era su hombre. Le observó desnudarse lentamente, y se hizo a un lado cuando éste entró en la bañera, para luego sentarse entre sus piernas dándole la espalda como hacían siempre que se bañaban juntos. El pirata le dio un pequeño beso en el cuello y comenzó a embadurnarle de jabón perfumado por uno de sus brazos con parsimonia. Siempre era delicado con su piel, siempre le trataba como si fuera un pedazo de cristal a punto de romperse, pero esta vez estaba siendo más cuidadoso que de costumbre. Law adoraba cuando su hombre era tan amable con él, porque a pesar de que durante el sexo era una fiera sin control, cuando se acurrucaban o se hacían mimos era todo lo contrario. Pero el que fuera más delicado que de costumbre no hizo más que aumentar las alarmas del moreno.


¿Le había sucedido algo? Si esa mañana había estado como siempre, si desde el incidente de la Noche de las Candelas había sido todo perfecto. ¿Se había aburrido viéndole rezar? Podía haberse ido, tenía libertad para hacerlo. Podía haberse perdido por las calles de Nínive en busca de alguna distracción. ¿Quizá un encantador de serpientes? ¿Quizá un músico de arpa? ¿Quizá una contorsionista con huesos de goma? Pero el pelirrojo había preferido quedarse en palacio observándole de una forma muy protectora (cosa que a Law le encantaba), así que no podía estar enfadado con él ni echarle las culpas por lo que había sido una decisión propia. Quizá él le había influenciando un poco diciéndole que estaría más cómodo y gustoso si le tenía cerca, pero eso no le privaba de su libertad. ¿O sí?


Kid había estado bien hasta esa tarde, esa tarde en la que… Un brillo de lucidez brotó de la mente de Trafalgar regalándole la respuesta a sus preguntas. Había estado perfectamente… Hasta que se había encontrado con ese maldito amigo suyo. Ese pirata desgraciado, ese enmascarado del Diablo, ese rubio impertinente. ¿Por qué tenía que aparecer ahora que estaban tan bien? Killer… Ya casi había olvidado su nombre. Maldito. Maldito. Maldito. La ira comenzó a fluir por su interior, pero fue capaz de controlarse y no lo exteriorizó, aunque en verdad quería matar a ese desgraciado con sus propias manos. Quería aniquilarlo, quería hacerle desaparecer de la faz de la tierra para siempre. Quería… Una sonrisa macabra apareció en su rostro, ya sabía lo que quería.


El baño pasó tranquilo, ninguno intercambió palabras. Kid porque estaba debatiéndose internamente por el temor que tenía a no ser querido, y Law porque su maquiavélica mente estaba urdiendo un plan que no podía fallar. Cuando salieron, el moreno puso en marcha la solución definitiva a ese inesperado problema. No iba a renunciar por nada del mundo a Eustass Kid, era suyo y de nadie más, y si hacía falta sacrificar algo, se sacrificaría. Después de secarse, el pelirrojo se tumbó en la cama todavía absorto en sus pensamientos, pero Law, antes de acurrucarse a su lado, encendió unos inciensos a los pies de la pequeña estatua de madera que tenía de la Diosa Madre. Cuando el humo comenzó a emanar de las finas cañas, se acercó a su pareja.


-Eustass-ya… —susurró con voz melódica al oído de su amante mientras éste le abrazaba inconscientemente-. ¿En qué piensas? Has estado distraído toda la noche…


-No… Es nada —mintió el pirata, y le dio un beso de buenas noches en la frente-. Vamos a dormir, seguro que estás cansado de tanto rezo.


-Eustass-ya —le volvió a llamar el moreno, esta vez más serio, agarrándole de la mandíbula para obligarle a mirarle directamente-. Dime qué te pasa.


-Tú… —el pirata dudó, Law le estaba mirando tremendamente serio. Hacía días que no veía esa expresión en su rostro, esa expresión tan dura e imponente. Parecía que le estaba leyendo la mente, parecía que le estaba embrujando de nuevo. Esos malditos ojos suyos tan magníficos-. Trafalgar, ¿tú… Me quieres?


-¿Qué? —la pregunta pilló por sorpresa al sacerdote, pero enseguida reaccionó. Claro que le quería, aunque nunca se lo había dicho. ¿Acaso ese asqueroso pirata rubio le había insinuado que no? ¿Cómo se atrevía a manipular a su hombre de esa forma? Law controló sus instintos asesinos por un momento, y contestó con la mejor de sus sonrisas-. ¿Qué pregunta es esa? ¿No es evidente?


-Entonces… —al pirata no se le pasó por alto que no había dicho que sí, simplemente había respondido afirmativamente con otra pregunta evasiva-. ¿Por qué no se ha roto el castigo?


-Porque… —la mente de Trafalgar viajaba a millones de kilómetros luz para buscar una respuesta convincente, algo que disipase las dudas de su hombre. Entonces, como caído del cielo, una idea surcó su mente uniendo la solución a la pregunta de su pareja y sus problemas con el pirata de segunda. Una sonrisa malévola como la de un lobo apareció en su interior, pero su rostro reflejaba todo lo contrario-. Porque hay algo que no te he contado…


Kid lo miró perplejo. Trafalgar sacó todo su repertorio de ardides y le sonrió de forma triste, melancólica, mientras acariciaba su mejilla con dulzura. Le estaba diciendo que era un secreto muy grande, pero que seguramente no le gustaría saberlo. Y ese cambio tan brusco en la actitud del sacerdote sólo acrecentó las ganas del pelirrojo.


-¿De qué se trata? —preguntó serio, si Law se había puesto así no podía ser nada bueno.


-El castigo que la Diosa Madre Ishtar te impuso está incompleto… —susurró el moreno con un hilo de voz, y sus ojos comenzaron a humedecerse por lo que estaba a punto de decir-. Ella te condenó a ser olvidado por todos aquellos que te recordaban, ¿no es cierto?-Kid asintió sin decir palabra-. Pero… Hay alguien que no te ha olvidado a pesar de tener que hacerlo…


Los ambarinos ojos del pirata se abrieron como platos. ¿De qué le estaba hablando Trafalgar? ¿Acaso su tripulación, que eran todos los que le recordaban en aquella isla, no le habían olvidado? ¿Acaso no había recibido ninguna señal de vida de otro pirata? Era más que evidente que todos…


-No… —susurró el pirata con la mirada perdida-. N-No puede ser…


Law asintió mordiéndose el labio inferior aguantándose las ganas de llorar, y se encaramó al cuello de su hombre para abrazarlo con todas las fuerzas que tenía. Kid, sin embargo, no le correspondió al abrazo porque no podía, no se veía capaz.


-L-Lo siento mucho, Eustass-ya —dijo el sacerdote con la voz entrecortada y amarga que uno tiene cuando empieza a llorar-. La Diosa Madre me lo comunicó la noche siguiente a tu castigo, pero como luego… —hizo una pausa para mirar a su pareja a los ojos y sonreírle entre lágrimas de cocodrilo-. Como luego comenzamos a… —sus mejillas se ruborizaron levemente-. No me sentía con fuerzas de decírtelo… Lo siento, Eustass-ya.


-¿Qué tengo que hacer con Killer? —preguntó con voz queda-. ¿Cómo puedo deshacer el castigo de la diosa?


-Lo único que puedes hacer, Eustass-ya… —Law dudó a propósito, para darle más importancia a sus palabras-. Debes hacer que Killer-ya te olvide… Y sólo hay una vía posible.


-Dímelo, Trafalgar —le espetó el pelirrojo-. Haré lo que sea.


-Para levantar el castigo… —Law estaba disfrutando del momento, y las palabras que ahora diría se grabarían en el corazón de su hombre para siempre. Sería la prueba definitiva de su amor-. Eustass-ya debe… Asesinar a Killer-ya.


Y como nunca antes había sentido, el corazón frenético de Eustass Kid dejó de latir ante la atenta mirada de Law, una mirada triste que escondía una sonrisa de satisfacción total.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Ese último comentario de Trafalgar no os lo esperábais, eeeeeeh xD. Vale, dejadme que me explique antes de que me queráis matar :D. Lo que Law sufre no son solo celos, o digamos que el problema principal no son los celos (en este fic, Law es extremadamente celoso y eso entiendo que es un problema bastante serio), sino su falta de cariño. Él ha ansiado desde siempre tener a alguien a quien quierer y ser querido por alguien (sobre todo esto último), y de ahí que reaccione de esta manera con Killer. Porque cree que le va a quitar lo que más quiere en este mundo: Kid. Es por eso que se inventa toda esa historia de la Diosa, que es completamente falsa pero pasa por verdadera perfectamente.

Y segundo, creo que el comentario de Zoro cuando Sanji se va y se queda a solas también os dará qué pensar... eeeeeeejeje >:]. Ya digo que ahora saldrá más de esta pareja porque se tiene que conocer la verdad! :O

Espero que os haya gustado, y ya sabéis, cualquier cosa que queráis decirme podéis hacerlo en los reviews :). Muchas gracias por leer amores! <3<3<3<3

P. D.: Intentaré actualizar al domingo que viene, pero no os prometo nada porque mañana empiezo la universidad otra vez TT.TT


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