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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D:D

Ya sé que prometí subir las actualizaciones en viernes y hoy es domingo, así que bueno, eso sólo puede significar una cosa: no debéis fiaros de mí xD. Nah, es bromis, soy una tía legal. Pero esta semana tardé más de la cuenta en escribir y me pilló el toro u.u

Aquí os traigo el penúltimo capítulo del fic... Qué duro se me hace decir esto, joder xDDD. Creo que debería empezar a agradecer a gente y demás, pero lo haré en el último capítulo en plan despedida apoteósica. A lo grande, como a mí me gusta :]

He de avisaros, antes de que comencéis a leer, que he hecho una cosa que no sé si os gustará. Igual me matáis por ello, igual os gusta pero pensáis que está mal redactada o que no está bien señalada, no sé. En fin, la opinión es libre y acepto cualquier tipo de crítica. Bien me queráis hacer un altar, bien me queráis apalear como a un pobre sabueso sin dueño (no apaleéis animales, o vendrá Kali y os castigará a todos, y Kali es peor que Ishtar, ahí lo dejo...).

En fin, sin más dilación, dentro capítulo! :3 

Zoro se removió adormilado entre las sábanas. Su mano tocó el cuerpo caliente de otra persona, y abrió un ojo con dificultad. Apenas veía nada en la penumbra, pero enseguida pudo distinguir el rubio cabello de Sanji, quien dormía plácidamente a su lado. El espadachín sonrió levemente y se acurrucó más contra el delgado cuerpo de su pareja. Aunque llevaban ya casi dos años de relación, aún no se había acostumbrado a compartir la cama con otro más. Había anhelado tanto estar con Sanji, que ahora todo le parecía un sueño. Con el perfume del cabello del cocinero entrando por su nariz, Zoro se volvió a dormir.

 

Despertaron con el amanecer, aunque Sanji siempre tenía mejor despertar que Zoro. El rubio se removió entre los brazos del espadachín para soltarse de su agarre y le besó en la frente.

 

-Buenos días, Zoro –dijo sonriente, pero sólo obtuvo un bufido del otro porque no quería moverse de la cama-. No tardes, el desayuno estará listo y si no te quedarás sin nada.

 

Sanji encendió una vela y comenzó a vestirse. Inevitablemente, el peli-verde posó sus ojos sobre aquel cuerpo que tanto le gustaba, pero no pudo deleitarse mucho tiempo con él porque sus orbes enseguida se fijaron en el tatuaje. Zoro suspiró, esa mancha negra no tenía que estar ensuciando el precioso cuerpo del cocinero. De repente, le agarró por la cintura y le obligó a sentarse en la cama, rodeado por sus brazos y piernas. Sanji se iba a quejar, no quería sexo tan pronto, pero no dijo nada cuando giró la cabeza y vio como Zoro dejaba un delicado beso en aquella mancha de tinta imborrable que tenía en su omoplato derecho. Ahora fue él quien suspiró.

 

-Han pasado dos años y todavía no puedes verlo –comentó con cierta gracia mientras entrelazaba sus dedos con los del peli-verde-. Tendré que ponerme un vendaje…

 

-No es eso, Sanji –respondió el otro algo molesto. No le gustaba que hiciese bromas con cosas tan serias-. Es solo que…

 

-Zoro –le cortó el rubio encarándole-, olvídate de eso. Han pasado dos años, y mi opinión sigue siendo la misma –dejó un suave beso en los labios del otro-. Te lo dije entonces y te lo repito ahora: no me importa ser un maldito si con ello puedo pasar el resto de mi vida contigo –le sonrió dulcemente-. Prefiero mil veces morir entre tus brazos que vivir eternamente solo. Así que deja de preocuparte tanto –le estiró cariñosamente de los mofletes para dibujarle una sonrisa en la cara-. ¡Y no me beses el tatuaje que duele!

 

Zoro se mesó los mofletes algo doloridos y, haciendo caso omiso a su pareja, volvió a besar el extraño tatuaje que le unía a Kali para siempre, un fino círculo con  la letra ‘K’ en sánscrito, el idioma materno del espadachín. Cuando lo besaba, el peli-verde sentía cómo ardían sus labios, señal inequívoca de la presencia de la diosa, pero no dejaría de hacerlo por mucho que le doliera.

 

-Ayer vi a Ace –comentó el espadachín entre besos en la nuca.

 

-¿A sí? –se sorprendió el rubio-. ¿Y no te miró con cara de odio por robarle a su pareja?

 

-Él me la robó a mí –bufó molesto-. Yo sólo la recuperé.

 

-No te pongas celoso, marimo-kun –le picó Sanji mientras le incitaba a que siguiera besando su cuello-. Sabes que el tiempo que estuve con él no pude olvidarte.

 

-Eso no quita para que no te hayas acostado con él –refunfuñó de nuevo el peli-verde. Le costaba reconocerlo, pero imaginar a esos dos en la cama le producía urticaria.

 

-¡Pero qué niño eres, Zoro! –se rió Sanji mientras movía los brazos de éste para abrazarse con ellos-. Me canso de repetirte que el sexo con él no fue nada espectacular –mintió, no quería contarle la verdad porque, aunque Sanji prefiriera estar en la cama con Zoro, reconocía que con Ace se lo pasó muy bien. Y si se lo decía, el peli-verde vería tan hundido su orgullo que seguro le mataba a polvos hasta que olvidara al moreno pecoso-. Venga, tengo que irme.

 

Zoro seguía con un gracioso mohín en su rostro, pero Sanji le besó divertido haciendo que se le pasara levemente ese enfado tan tonto. Se quedaron así unos segundos, estando tan cerca del otro que sentían su aliento golpearle la cara, perdiéndose en esos ojos tan diferentes.

 

-Te amo, Zoro –rompió el silencio Sanji.

 

-Te amo, Sanji –contestó Zoro con una media sonrisa. 

 

El cocinero le dio otro pequeño beso, y con la chilaba a medio poner, salió de la habitación para hacer sus tareas vespertinas. El espadachín se recostó de nuevo en la cama, ya desayunaría más tarde. Ahora lo único que quería era perderse entre las sábanas de la cama, que estaban impregnadas del olor del rubio. Le encantaba su perfume. Lentamente se fue quedando dormido pensando en todo lo que había pasado desde aquella fatídica noche en la que le confesó su condición de maldito, porque si no lo hubiese hecho, seguramente nada de lo que vivían ahora estaría pasando.

 

La revuelta había sido espectacular. Quizá Zoro tenía la opinión sesgada porque todo lo que implicase espadas y lucha le gustaba, pero debía reconocer que hubo momentos en los que creyó que aquello no acabaría bien. Los esclavos, después de esa primera noche, atacaron con más fuerza al día siguiente quemando casas de nobles, entrando en templos y saqueándolos, y extorsionando a cualquiera que no fuera de su condición. Los nobles, como vieron que el Sumo Sacerdote no estaba en las condiciones óptimas para frenarla, comenzaron a sobornar a los propios esclavos para que acabaran los unos con los otros. Los hombres libres también intervinieron, alentados por los ricos, y se encargaron de destruir barricadas y acabar con la vida de los insurgentes.

 

En unas semanas, todo había vuelto a la normalidad. Pero ya nada era igual. Hubo miles de bajas de wardu, y como la sociedad no podía subsistir sin ellos, otros miles de mushkennu perdieron sus propiedades y cayeron en la esclavitud. Los awilu, temerosos de que otra revuelta se pudiera producir, endurecieron las leyes hasta tal punto que hubo tanta gente que perdió todo lo que tenía que en unos meses se volvió al equilibrio inicial. Pero ahora, los pobres eran más pobres, y los ricos, más ricos.

 

También cambió la propia conciencia de los wardu. Al ver sus esperanzas fracasadas, sus compañeros muertos por las calles sin nadie que se ocupara de ellos, perdieron todas las ganas que albergaban de revelarse de nuevo. Las leyes los tenían mucho más controlados, y ahora los guardias podían extorsionarles sin prohibición. Y eso hacían periódicamente: se preparaban redadas y asaltos a los barrios marginales, destruyendo todo lo que les parecía sospechoso y enterrando bajo tierra toda ilusión de una vida mejor. Fueron tantos hombres libres los que se vieron arrastrados a la esclavitud por no poder pagar deudas que las calles de los barrios más céntricos quedaron completamente vacías. Las familias abandonaron sus viviendas para trasladarse a la zona pobre, obligados por ley a residir allí. En consecuencia, las deshabitadas estructuras comenzaron a pudrirse y deteriorarse, derrumbándose y dejando un paisaje desolador. Por un lado, el centro de la ciudad y sus alrededores resplandecían por ser una zona bien cuidada porque allí vivían los ricos; luego había una inmensa zona alrededor de ésta de casas vacías; y por último, en las afueras, los wardu se veían confinados en pequeñas casas malolientes y que se derrumbaban periódicamente por la mala calidad de los materiales, además de que la superpoblación hacía inviable construcciones sólidas y duraderas.

 

Los nobles se habían vuelto codiciosos y, recelosos de otra revuelta, extendían sus redes clientelares hasta los escalafones más bajos de la pirámide social para controlar todo aquello que podía ser peligroso. Con multitud de trabajos mal pagados y servicios extenuantes compraban a los wardu, que no les quedaba otras que resignarse y aceptar las pésimas condiciones porque era la única forma que tenían de sobrevivir. Y para hacer cumplir sus deseos recurrían a extorsionadores de la misma condición, pues para utilizar el Ejército necesitaban el permiso del Sumo Sacerdote, pero éste no recibía visitas de nadie.

 

Las grandes familias de delincuentes se habían convertido en las mantenedoras de la paz y el statu quo. Cuando recibían noticia de algún esclavo insumiso o reticente a hacer algún trabajo, le hacían una pequeña visita en su casa y le propinaban una paliza que muchas veces conllevaba la muerte. Por eso escasamente había disturbios, todos allí habían aprendido la lección y no se jugarían la vida por algo tan estúpido como no acatar una orden. Y entre todas esas familias, una destacaba por encima de todas: la familia Donquixote, en manos de Portgas D. Ace.

 

Zoro aún recordaba el día que Sanji le contó que había dejado al pecoso. Su, ahora pareja, y el moreno se vieron varios días después de la revuelta. Al parecer, Ace había estado muy ocupado con sus subordinados porque algunos de ellos habían roto el código de conducta y se habían aliado con los wardu contra los nobles, y claro, tal afrenta no podía quedar impune. Sanji no dijo nada, aunque sus palabras le sonaran a excusa barata, ahora ya no le importaba. Al mayor tampoco pareció importarle que la relación se acabase, sabía que Sanji estaba completamente enamorado de Zoro y que ese sentimiento era muy difícil de eliminar, pero guardaba la esperanza de que el espadachín no fuese capaz de confesarle su amor. Así, su corta aventura terminó con un leve mal sabor de boca, pero ambos quedaron como amigos a pesar de que escasamente se habían visto desde entonces. Aunque claro, Zoro no le perdonaría de la misma forma que Ace tampoco lo haría. Ellos habían sido rivales, y aunque el peli-verde había ganado la partida, siempre quedaría esa malsana rivalidad silenciosa.

 

¿Quién se hubiese imaginado que Sanji accedería a convertirse en un maldito sólo por estar con él? Ni el propio Zoro se lo creía a veces. El rubio era como un soplo de aire fresco, como el motor de su corazón que le ayudaba a continuar, como el camino que guiaba sus pasos. Sin duda, era lo mejor que tenía, lo mejor que había existido nunca. Antes lo quería, pero nunca hubiese pensado que estar con la persona amada era tan placentero. Poder besarse sin remordimientos, poder estar todo el tiempo con él, poder perderse en sus preciosos ojos azules como el cielo, poder abrazarlo durante las noches. Eran pequeños gestos que hacían su vida cotidiana más llevadera, y si tenía que morir pronto, Zoro sabría que moriría feliz. Porque había tardado mucho en darse cuenta, pero por fin admitía a los cuatro vientos y sin remordimientos que era un maldito y que, a pesar de no encontrar el descanso eterno tras la muerte, iba a vivir feliz junto a la persona que más amaba en este mundo.

 

Eustass Kid abrió los ojos con pesadez. Otra noche que no dormía bien, para variar. Esa era su rutina nocturna desde hacía dos años. Dos jodidos años que no era capaz de conciliar el sueño y dormir a pierna suelta. Dos putos años. La cama en la que estaba recostado, las sábanas en las que estaba envuelto, la habitación en la que se encontraba… No era suyo. El pelirrojo suspiró enfadado y observó el techo de madera del camarote del segundo de abordo. Porque ese era ahora su lugar en el barco. Era el segundo de abordo. Eustass Kid ya no era capitán de los Piratas de Kid, que mágicamente habían pasado a llamarse Piratas de Killer. Sí, Killer era el capitán de la tripulación. Extrañaba su cama, extrañaba su puesto, pero esa no era la razón principal de sus desvelos nocturnos.

 

Otra vez había soñado con él. Otra vez, su loca mente había imaginado su tostada y delicada piel, sus sedosos y azabaches cabellos, sus sabrosos y tiernos labios, sus penetrantes ojos grises. Esos ojos metálicos que no podía olvidar. Por mucho que quisiera, por mucho que lo desease, Kid no podía sacárselo de la cabeza. A pesar de haber pasado dos años, dos largos años en los que su vida había cambiado por completo, no había podido olvidar a Trafalgar Law. Recordaba a la perfección su ladina y sensual sonrisa, sus brillantes pendientes de oro, sus atentas pero frías formas, sus largas piernas de infarto, y su olor dulzón y empalagoso. Sí, hasta el olor había permanecido con él en esos dos años perdido por el mar.

 

¿Por qué continuaba el sacerdote en su memoria? ¿Por qué, si todo a su alrededor había cambiado, había permanecido en su cabeza? ¿Qué tipo de embrujo era ese? ¿Acaso era todo culpa del castigo de la diosa? Prefería no pensar en ello ni mucho menos en aquella mujer divina… Porque su corazón parecía querer ofrecerle una respuesta mucho más sencilla y que a todas luces parecía la correcta. Pero el orgulloso pirata no quería aceptarlo… O no se atrevía a hacerlo. Porque eso significaba abandonar aquello por lo que había estado luchando tan a conciencia durante toda su vida.

 

Esos dos años habían sido los más largos de su vida, en opinión del pelirrojo. Era como si alguien les hubiese echado una maldición, un mal de ojos que no les dejaba avanzar. Los comienzos habían sido duros, como todos, pero esos dos años… Esos dos años habían sido muy complicados. No ya por el hecho de que él no fuera el capitán y el papel de segundo se le hacía muy difícil de llevar, sino porque parecía que los astros se habían confabulado para mostrarles lo cruda que podía ser la vida. Ya lo sabían, pero lo habían aprendido de nuevo.

 

En esos dos años habían visto su barco destruido varias veces, cuando antes apenas tenía rasguños cuando se enfrentaban con la Marina o contra otra tripulación rival. En esos dos años habían perdido la compañía de algunos compañeros, bien por muerte o bien por deserción, algo insólito hasta la fecha. Pero también, y esto les afectaba en primera persona, en esos dos años se habían vuelto más débiles. Ya no eran los piratas que solían ser, habían perdido el rumbo, y lo que era peor, la esencia de pirata. Seguían siendo los más despiadados asesinos de los océanos, pero era una tripulación que varaba a la deriva en busca de un tesoro fantasma que ya no importaba a nadie. Si ya no perseguían el One Piece, ¿qué clase de piratas eran? Pero para rematar la pesadilla en la que se había transformado su vida, sólo Kid y Killer parecían percibirlo. El resto de tripulantes actuaba como siempre, siguiendo fielmente a su capitán sin poner en duda sus actuaciones. El problema radicaba en que, estando la cabeza de la tripulación perdida y sin rumbo, ésta no podía continuar.

 

Porque Kid y Killer estaban más que perdidos. Porque ellos sí sabían de su pasado, sabían de sus problemas en Babilonia y sabían de la maldición de la diosa. Porque para el resto, aquella parada en la isla había sido únicamente para reparar el barco y reclutar a un nuevo compañero, ahora segundo de abordo conocido como Eustass Kid. Era extraño, pero ambos amigos habían decidido guardar el silencio ya que, aunque les contaran la verdad, no se lo creerían y desconfiarían del pelirrojo.

 

Estaban tan perdidos que en muchas ocasiones habían acabado heridos de gravedad. Y Kid era el que peor parado había salido de los dos. Había perdido su brazo izquierdo, sustituido ahora por uno más grande y de metal. Tampoco le importaba, no le molestaba, y hasta era más resistente y práctico que su extremidad anterior, pero sabía que no era estéticamente agradable. Ahora, su imagen era más aterradora si cabía. Era el segundo de abordo más temido en todos los mares con una recompensa de 200.000.000 Berries por su cabeza. Porque Killer era ahora Capitán Killer, quien también había cambiado y se había hecho más fuerte para poder hacer frente a tal fatal destino. El rubio tenía una recompensa de 470.000.000 Berries.

 

Con desgana, el pirata se levantó de la cama, se vistió y salió del camarote en dirección a cubierta. Tampoco tenía hambre. Se sentó en la popa del barco, solo, respirando el fuerte olor a mar y llenado sus pulmones de sal. No había un olor mejor. O intentaba fingir que no había un olor mejor. Sus ambarinos ojos se perdieron en el oleaje, algo salvaje por estar en alta mar pero perfectamente domeñable con un barco tan grande como el suyo. Suspiró pesadamente. Dos años sin avanzar, dos años sin mejorar. ¿Por qué?

 

Su mejor amigo apareció en escena y se sentó a su lado sin decir palabra. Tampoco lo estaba pasando muy bien. En lo que llevaba de año había roto tres cascos, algo impensable para el antiguo Killer. Pero el nuevo Killer tenía otras cosas en mente, o mejor dicho, otra persona. No estaba cómodo siendo el capitán, y más sabiendo que Kid era el auténtico jefe. Pero no había día que no amaneciera con el rostro imbuido en miedo de Penguin. No había día que no se despertara con el reflejo de esos preciosos ojos negros llenos de terror, de pánico por verle. Y cada día, su corazón se rasgaba un poquito más, se rompía un poquito más hasta el punto de no sentirlo siquiera.

 

-Hace un buen día –habló el rubio sin muchas ganas-. Parece que aún tardaremos unos días en pisar tierra firme –su compañero no dijo nada, siguió inmerso en sus pensamientos-. Kid. Kid.

 

-Ya te he oído la primera vez, joder, Killer –contestó al fin el pirata molesto por la insistencia de su amigo. Si no quería hablar, no quería hablar-. No estoy de humor.

 

-¿Otra vez el mismo sueño? –se atrevió a preguntar Killer, aunque la respuesta era más que evidente. Sabía que no debía hurgar en la herida, pero como los dos se encontraban en la misma situación, intentaban apoyarse mutuamente. A fin de cuentas aún seguían siendo mejores amigos-. Oye, Kid…

 

-¡Sí, otra vez ese jodido sueño! –le cortó el pelirrojo nervioso-. Dos años… Han pasado dos putos años y todavía… –su voz se quebró y tornó ronca y profunda-. Todavía…

 

Killer se le quedó mirando serio, pero su amigo estaba enfrascado en el mar. Al fin, después de mucho meditar, el nuevo capitán habló:

 

-Kid… –le llamó el rubio-. ¿Volvemos?

 

-¿Eh? –le miró el otro confuso-. ¿Qué dices, Killer?

 

-¿Quieres volver, verdad? –contestó con otra pregunta el pirata, esta vez con un deje tierno en la voz y muy cálido-. Quieres… Volver a Babilonia.

 

-Y-Yo no… –Kid se quedó callado intentando encontrar una respuesta satisfactoria, pero todos sus sentidos le gritaban la misma. Claro que quería volver, claro que quería verle de nuevo-. No creo que debamos…

 

-¿Desde cuándo te riges por lo que se debe hacer y no? –se rió el otro para quitarle un poco de hierro al asunto y que su capitán se sintiera más cómodo-. Estos dos años hemos estado perdidos y sin rumbo fijo, seguro que tú también te diste cuenta –Killer comenzó con la explicación-. El Log Pose está desubicado porque aún te hace caso, y sabe que aunque quieras el One Piece… Hay algo más importante para ti…

 

-Killer, yo… –Kid no sabía qué decir-. ¿E-Estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Q-Quieres volver a…?

 

-No hay día que no me pregunte cómo estará –suspiró el rubio triste-. No era muy fuerte, y temo que haya muerto después de aquello… Pero esta incertidumbre me está consumiendo…

 

-¿Entonces? –cuestionó el pelirrojo aún dubitativo, pero con un brillo especial en sus ojos que gritaba a los cuatro vientos las ganas que tenía de regresar-. ¿Volvemos?

 

-¡Barto-Bartolomeo…! –gritó Cavendish mientras hincaba sus uñas en la verde cabellera de su pareja y notaba su semilla esparcirse por la boca de éste-. ¡A-Ahhh!

 

El nombrado sólo sonrió triunfante y tragó el amargo y caliente líquido que su pareja acababa de verter por su interior. Sin rastros de líquido, el esclavo se recostó sobre la cama al lado del rubio, que intentaba recobrar la respiración todavía acelerada.

 

-Feliz cumpleaños, Cavendish –sonrió el peli-verde estrechándolo entre sus brazos y dejando un delicado beso en la mejilla de éste-. He hablado con las sirvientas para que traigan el desayuno cuando ordenemos, pero ya les avisé que no molestaran en todo el día, que no pensábamos salir de la habitación.

 

-Eres un maldito pervertido, Bartolomeo –dijo el rubio acurrucándose en el pecho de su pareja.

 

-Tu madre te ha enviado una carta, llegó ayer por la noche –continuó el vampiro pasando por alto el insultante comentario-. Tan puntual como siempre-beh.

 

Pero el rubio le cortó abalanzándose sobre los labios de su pareja. Hoy era su día, su cumpleaños, y no quería perder el tiempo con tonterías.

 

-Ya le responderé mañana –contestó con rabia, y volvió a besar a Bartolomeo-. Quiero mi regalo, Bartolomeo.

 

-¿Eh? ¿Y luego el pervertido soy yo? –se rió el otro, y deslizó sus gruesas manos por el níveo cuerpo del príncipe sacándole suspiros entrecortados y suaves jadeos. Pronto llegó a su miembro, que ya estaba erecto de nuevo esperando atención-. Pero si ya estás listo-beh.

 

-¡C-Cállate y hazme el amor de una buena vez, Bartolomeo! –gruñó el rubio sonrojado, y le mordió en el cuello molesto por hacerle esperar tanto. Llevaba toda la semana insinuándole que quería que este día fuera especial, que quería pasarlo con él y que le hiciera suyo las veces que hiciera falta hasta que su cuerpo no pudiera moverse.

 

El peli-verde sólo se quejó por el mordisco, pero con una sonrisa en los labios de oreja a oreja, y la pareja se perdió entre las nuevas sábanas de seda que ya no eran tan nuevas después de año y medio en aquella casa, bien lejos de su hogar natal. Las islas colindantes eran parecidas a Babilonia, por eso tardaron un par de meses en llegar a su destino: Masr. Aquella isla era enorme, mucho más grande que Babilonia, con un clima parecido pero sin la humedad de la selva, pues aquí sólo había desierto. Pero la diferencia esencian con su antigua casa, y con el resto de islas, era que en Masr no había esclavos. Por supuesto que había siervos y personas inferiores, pero nadie podía considerarse un objeto material como era ser esclavo. Y eso era lo que necesitaban para empezar los dos juntos después de asesinar al padre de Cavendish y lavarse las manos culpando a los wardu sublevados. Como Cavendish había previsto, toda la herencia fue a parar a sus manos, y su madre se mudó con su hermana. Así ellos pudieron empezar de nuevo como un par de aristócratas porque, eso sí, Cavendish no iba a renunciar al lujo ni a la buena vida en su futuro hogar.

 

-Como ordene, amo –dijo con sorna Bartolomeo, y abrió los glúteos del rubio para introducir su endurecido miembro en el interior de su pareja, robándole suspiros y gemidos mucho más sonoros e indecentes.

 

El viaje había sido largo, casi un mes sin pisar tierra, pero al fin se vislumbraba el horizonte de la isla. Imponente, como siempre, por ella no pasaban los años. Era como si el tiempo se detuviera una vez cruzado el umbral. Pero algo había cambiado. Se acercaron a la costa, al minúsculo y pobre puerto que allí había, y cuando desembarcaron, se dieron cuenta que allí o había nadie. Aún permanecían algunas casas en pie, de barro y de madera, pero aquello parecía un pueblo fantasma. La selva, que había crecido salvaje e incontrolable, se había apoderado de los límites y la playa cada vez amanecía más pequeña, como queriendo que no hubiera posibilidad de parar en esa isla. Como si algo o alguien, un ser superior, quisiera minar las ganas de los viajeros con la magnificencia de esa selva de atracar en sus dominios.

 

Los piratas vieron un bote pequeño, y decidieron utilizarlo para subir río arriba hasta la capital. Tras unas firmes órdenes, sólo Kid y Killer continuaron con el camino, el resto de la tripulación se quedó protegiendo el barco porque el ambiente estaba enrarecido. Había algo allí que no acababa de convencerlos del todo, había algo al acecho. Los dos amigos se montaron en el bote y tardaron un par de horas en llegar a Nínive. La sensación de verse observados por algo superior les acompañó durante todo el trayecto. La selva amenazaba imponente, como un gigante verde sin rostro, con infinitud de sonidos de animales nada agradables. Los cocodrilos, que a veces se dejaban ver en el río, también les indicaban su trágico final si caían al agua.

 

Atracaron en el puerto de la ciudad, el cual recordaban más grande y más abarrotado de gente. Apenas había tres o cuatro barcos descansando, y unos cuantos marineros descargando mercancías que parecían peces recién capturados. Los miraron inquisitorialmente cuando los vieron llegar, pero no dijeron nada. Los piratas se lanzaron un par de miradas cómplices y continuaron con su destino. El primero en separarse fue Killer, a quien la estructura de la ciudad se le hizo más rara. No la recordaba así. Además, y eso era algo que le llamaba mucho la atención, apenas había gente por la calle. Si hacía memoria, esa ciudad estaba abarrotada siempre y a todas horas, sobre todo cuando el sol aún no calentaba como en ese momento. Pero las calles estaban vacías, y muchas casas se veían en deplorable estado, vacías, tiradas, con los tejados hundidos y puertas y ventanas tapiadas. ¿Qué demonios había pasado allí? Instintivamente su corazón comenzó a latir con más fuerza cuando se aproximó al barrio donde vivía Penguin. Estaba impaciente por ir, pero primero escuchó lo que su capitán tenía que decirle. Aunque para el resto no fuera así, para él siempre sería su capitán.

 

-Nos encontraremos mañana en el puerto… Pase lo que pase –sentenció el pelirrojo con seriedad. El rubio asintió, y ambos amigos continuaron por sus respectivos caminos.

 

Kid se dirigió hacia el palacio como quien se dirigía a una muerte segura. Sabía que Trafalgar estaba vivo, era un hombre fuerte y, además, era el Sumo Sacerdote de esa jodida isla. Conforme se acercaba, el palacio se vislumbraba en el horizonte imponente. Allí seguía esa mole de ladrillos adornada con bonitos jardines, resplandeciente al ser iluminado por completo por los rayos de sol cada vez más débiles por acercarse la noche.  

 

Las calles parecían más transitadas mientras sus botas de cuero marrón le acercaban al palacio. En la plaza central había un pequeño puesto de frutas y verduras y varias mujeres alrededor regateando con el vendedor para conseguir un mejor precio, algunas parejas acarameladas paseando y disfrutando del atardecer… Pero aquello estaba realmente vacío. Lo único que veía eran uniformes, uniformes andantes de guardias y soldados. Estaba todo repleto de esos asquerosos perros del poder. Al pelirrojo le daba igual que no siguieran las directrices del Gobierno Mundial, todo aquello que mantenía un orden que no encajaba con su modo de vida le provocaba una rabia casi incontrolable. Menos mal que la Marina no había llegado a esa isla, porque tampoco tenía ganas de enzarzarse en una pelea.

 

El pirata se paró en la escalinata que accedía al palacio, aquella escalinata que vio llena de sangre y muertos la última vez. Ahora estaba limpia y reluciente, como el palacio. Por él no pasaban los años. Aunque sí percibía un aura amenazadora, imponente. La misma sensación que había tenido al desembarcar en la isla, pero aumentada por mucho. Era un sentimiento agobiante, extraño, que le hacía respirar con pesadez y mermaba sus sentidos. Pero debía hacerlo. Por mucho que su cuerpo le pidiera marcharse de allí, Kid tenía que hacerlo.

 

A paso lento pero decidido, el pelirrojo subió las escaleras hasta pararse enfrente de la puerta, resguardada por dos soldados. Sin pensárselo dos veces, con un leve movimiento de mano, los mandó a volar gracias a sus armaduras de metal, y entró al patio porticado. El resto de guardias, que no le habían quitado ojo de encima desde que había puesto un pie en la escalinata, corrieron a socorrer a sus compañeros y a pararle los pies después. Kid ya caminaba por el centro del patio cuando los soldados llegaron gritándole en un idioma incomprensible. Le rodearon, y el pirata suspiró enfadado por tantas interrupciones. No le gustaba lo que estaba haciendo, no quería haber regresado a esa isla, pero no le quedaba otra opción. Y tantas molestias le estaban enervando bastante, porque quería hacer aquello lo más rápido posible para poder irse de allí para siempre. Solo o acompañado.

 

Kid estaba preparado para recibir a los guardias, pero una voz los inmovilizó. A lo lejos, un hombre de pelo verde, también uniformado, les hablaba en sumerio. Los guardias miraron extraños a su superior, pero obedecieron y dejaron al pelirrojo continuar con su camino. El pirata no reconocía a aquel hombre, pero sí a la mujer que estaba a su lado. Era una de las sacerdotisas que servían a Trafalgar, la pelirroja que ahora tenía el cabello más largo y ondulado. La joven le miraba asustada conforme Kid se iba acercando, y cuando le tuvo enfrente, sus labios se movieron con dificultad por el miedo.

 

-E-Está en s-su habitación –dijo casi en un susurro. Estaba muy sorprendida de volver a verlo, sobre todo después de cómo abandonó al Sumo Sacerdote y… Bueno, todo lo que pasó el moreno al verse solo y desamparado.

 

Kid sólo asintió con seriedad y se adentró en palacio. Se encontró a varios sirvientes por el camino, quienes cuchicheaban a sus espaldas, algo que le molestaba sobremanera, pero no pensaba hacer una escena cuando le faltaba tan poco para llegar. Unos pasos más y tendría a Trafalgar delante suyo.

 

Killer se estaba desesperando por momentos. Había recorrido el barrio varias veces, y no había rastro de la pequeña choza en la que vivía Penguin. Achacaba su fracaso a la nueva estructura de las calles, que se veían más estrechas y enrevesadas que antes, con las casas más agolpadas unas sobre otras compartiendo paredes y tejados. Sabía que ese era el lugar, el pequeño pastorcillo vivía allí. Y no podía estar con las vacas porque estaba anocheciendo y jamás se atrevería a entrar en la selva con los animales cuando el sol se escondía. ¿Entonces?

 

Un mal presagio hacía rato que le acompañaba, como una oscura sombra acechando para hacerse realidad, pero el rubio deseaba con todas sus fuerzas que no fuese verdad. No se lo perdonaría jamás, haberle abandonado en esa situación tan difícil, en una revuelta tan peligrosa y con tantos muertos. Huyendo antes que atreverse a enfrentar la realidad, como haría un verdadero pirata. Pero en aquel momento, el verse rechazado por la persona que más quería, le dolió en el alma. Muchísimo. Y todavía dolía. Esa era la última visión que había tenido de Penguin, ese era el último recuerdo que siempre volvía a su mente. Sus preciosos ojos como dos pozos sin fondo llenos de miedo, de pánico aterrador. Ese grito agudo, ese chillido ante la muerte te taladraba la sien todas las noches. Su travieso cerebro había omitido las palabras de amor que el pequeño le dedicaba, sus susurros y sus gemidos en los que se escapaba su nombre con esa extraña pronunciación, y ahora sólo podía escuchar esos gritos de dolor. Y esa no era forma de recordar a Penguin.

 

Harto de deambular por los suburbios sin encontrar a su chico, el pirata salió a las calles más transitadas para ver si allí lo encontraba. Aunque claro, eso de “más transitadas” había que matizarlo. Las más transitadas antes, porque ahora estaban tan desiertas como el resto. Se podía ver a alguna persona, pero lo único que los verdes ojos del pirata veían eran guardias. Soldados patrullando la ciudad. Una ciudad desierta. Y hacía rato que se había percatado que le estaban siguiendo, y no era de extrañar. Decidió darles esquinazo sin armar alboroto, pero no podía esconderse porque las calles estaban muy iluminadas y el sol aún no acababa de ponerse del todo. El rubio comenzó a andar más rápido, y al torcer una esquina, encontró su salvación.

 

Sin pensárselo dos veces, Killer entró en aquel burdel que había abierto incluso de día. Vaya, el dueño debía ser muy influyente si podía regentar un local de ese tipo también por el día. Y encima, el garito parecía abarrotado. Se parecía a aquel prostíbulo en el que conoció a Penguin, pero de peor calidad. Aunque la distribución era idéntica: una planta calle con la recepción y un bar para los clientes, y pisos superiores llenos de habitaciones privadas. El rubio se quedó analizando el local, pero pronto decidió entrar al bar y beber un poco. No le vendría mal descansar después de todo. Se sentó en una esquina poco iluminada de la barra y pidió el licor más fuerte que hubiera al camarero, el cual se le quedó mirando un poco temeroso. Pero el pirata recibió su bebida.

 

El ambiente era agradable, denso y tóxico, pero agradable. Hombres y mujeres jugaban a las cartas o bebían despreocupados mientras esperaban su turno, o simplemente disfrutaban de un momento en compañía antes de encerrarse en una habitación a cometer actos impuros. El aire fresco escaseaba, todo el bar estaba lleno de humo a causa de varios fumadores empedernidos que echaban más humo por la boca que las chimeneas. Pero al rubio no le importaba nada de su alrededor. Se había quedado allí más de la cuenta, se le había pasado la hora. Ya iba por su tercer vaso, y aquel extraño licor que le estaba sirviendo el camarero en verdad que era fuerte porque empezaba a notar como los párpados le pesaban y como la cabeza le daba vueltas. Pero no podía fracasar, debía encontrar a Penguin.

 

Tan absorto estaba en sus pensamientos que escuchó una dulce voz al fondo, diluida con el resto del jaleo, e inconscientemente pensó que era él. Pero era otra vez su mente que le estaba jugando una mala pasada. De un trago largo se acabó el vaso. Puso más atención, y en efecto escuchó esa voz acaramelada que… ¿Hablaba de una figurita de cristal? ¿Desde cuándo su cabeza le engañaba hasta el punto de fingir a Penguin hablar su propio idioma? ¿Era cosa del alcohol que por eso estaba alucinando más de la cuenta?

 

Decidido a marcharse de allí, Killer dejó con desgana unas monedas de oro sobre la mesa sin saber si era suficiente o no. Seguramente se habría pasado de precio, pero no le importaba malgastar el dinero. Al fin y al cabo era un pirata, y a diferencia de su tripulación, él sabía administrar muy bien su dinero. No iba a pelear por unas míseras monedas. Se movió con algo de torpeza por el local, guiado inconscientemente por aquella tierna voz. Pero cuando llegó a la puerta del bar se dio cuenta que aquella voz no era una invención de su cabeza. En la recepción se encontraba Penguin hablando con una muchacha que parecía trabajar allí. Y a Killer se le bajó todo el alcohol a los pies. Allí. Estaba. Penguin.

 

PENGUIN.

 

Conforme avanzaba, el pasillo se llenaba con esa fragancia que tan bien recordaba porque había sido incapaz de olvidarla. Ese perfume dulce que tanto le empalagaba pero que se había convertido en una droga para el pelirrojo, ese aroma afrutado y exótico como su dueño, mortalmente sensual. Con solo olerlo de nuevo, sintió recobrar la vida que le faltaba. Estaba nervioso, más de lo que hubiera deseado, hormigas le recorrían las pantorrillas y mariposas volaban por su estómago. Jodidos insectos, qué oportunos.

 

Armándose de valor, Kid apartó la cortina púrpura y entró en la habitación, tal y como la recordaba. Pero algo había cambiado… La atmósfera se sentía más pesada, más agobiante. Los muebles parecían los mismos, no los veía bien porque apenas había velas iluminando la estancia. Y en la cama, recostado de espaldas a la puerta, el sacerdote.

 

-¿Qué pasa ahora? –preguntó el moreno con hastío sin moverse-. He dicho que no quiero ser molestado. Y tampoco quiero cenar.

 

Kid iba a hablar, pero extrañamente no encontraba las palabras correctas. Se quedó hipnotizado cuando el moreno se irguió y se levantó de su lecho, con esa elegancia que le caracterizaba. Con parsimonia, el tatuado se sirvió una copa de vino. Dio un sorbo, y entonces decidió encarar a la sirvienta que se había atrevido a molestarle.

 

Y la copa acabó rodando por el suelo vertiendo todo el vino por los bonitos azulejos de piedra.

Notas finales:

¿Y bien? ¿Qué os ha parecido?

¿Os esperábais este salto temporal? Creo que era bastante plausible, no? Es decir, después de abrir en canal al pobre BEpo, Kid no se iba a quedar a hacer las paces con Trafalgar. Y Killer no iba a presionar a Penguin porque el pobre se quedó tan chafado que no tenía fuerzas ni para respirar.

A eso es a lo que me refería arriba, al salto temporal. Han pasado dos años como en la serie, pero los piratas no han entrado todavía en el Nuevo Mundo. Dejo este dato para que os ubiquéis por si no había quedado muy claro.

He de decir que me he pasado por el forro lo que viene siendo el funcionamiento del Log Pose y todo eso, pero sino no había manera de que regresaran a la isla. Lo siento si ha molestado a alguien :(

Y como algunas me lo pedíais con insistencia, he añadido un poco de BartoCaven para dejar finiquitada esa historia. Ahora sí que ya no saldrán más. Respecto a Ace, no sé si sacarlo en el siguiente capítulo o no. Quería sacarlo en este, pero sino el texto se me iba de madre.

Espero que os haya gustado, y muchísimas gracias por leer. Y por aguantar hasta el final. Os merecéis el cielo <3


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