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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D:D:D:D:D

No me matéis, que Lukkah-chan ha dado señales de vida! Madre mía, de verdad que siento muchísimo no haber podido subir el capítulo la semana pasada, pero no me encontraba capacitada para ello. Apenas había escrto cuatro cosas, y norraba y reescribía todo el rato porque no acababa de encontrar el punto exacto.

Encima, un maldito profesor me está friendo a trabajos en la uni y no tengo tiempo ni para comer ¬¬ *cofcofdesgraciadocofcof*

Antes que nada, anunciar que éste no será el capótulo final. Sí, ya sé que dije que acabaría aquí, pero he reconsiderado mi idea y creo que tendrá un capítulo más. Cuando lleguéis al final veréis por qué.

Y lo segundo, para que no me matéis después de leer, sólo un apunte: las personas actúan de forma muy difernete cuando piensan en un problema y cuando verdaderamente se enfrentan a él. Ahí queda eso.

Y os dejo con la lectura que estaréis impacientes  (yo lo estaría xD) *3*

Ahí estaba Trafalgar Law, quieto, inmóvil, paralizado. Kid lo escrutó de forma exhaustiva, aprendiendo y guardando en su memoria las nuevas características del tatuado. Estaba más delgado, y con ello parecía más alto y esbelto. Sus morenos cabellos también habían crecido, ahora un poco desordenados. Sus ojeras, más prominentes, enmarcaban unos ojos fríos y heladores pero igualmente hermosos, de ese gris metálico que tan bien recordaba el pirata. Ese gris metálico que tantas noches le había impedido conciliar el sueño. Pero… No sólo el físico había cambiado. Kid lo notaba, lo sentía: Trafalgar estaba diferente.


Vestía una túnica negra únicamente, con el cuello en pico que dejaba al descubierto parte de su pecho, y unas mangas y una cola largas y anchas. Era el mismo tipo de túnicas que llevaba siempre, pero ahora… Era negra. Un negro lúgubre, triste, apagado. Como el aura que despedía el sacerdote. Le miraba aturdido, sorprendido por su presencia.


-Eus-tass-ya… –dijo en un susurro casi imperceptible, moviendo sus carnosos labios de manera automática. No podía creer que después de dos años, Eustass Kid estuviera con él. Después de dos largos años, había regresado.


Y estaba cambiado. Más alto, y mucho más fuerte. Con esos extravagantes ropajes de pirata, ese horrible abrigo de pelo color vino con el que seguro se estaba asando de calor, esos pantalones chillones de topos, esas botas de cuero marrón, esas extrañas gafas de metal que sostenían su desbaratado cabello rojo fuego. Lo tenía más salvaje, ahora toda su cabeza parecía despedir llamas, dándole un aspecto mucho más fiero. Y sus ambarinos ojos, iguales a como los recordaba aunque ahora tenía unas horribles cicatrices en uno de ellos, rompiendo la finura de su nívea piel. Law siguió el camino de la cicatriz, la cual parecía ya cerrada por completo, de su ojo pasando por su pecho y se escondía hacia su brazo, pero no pudo ver el final por el abrigo. Seguro que llegaba hasta el término de la extremidad.


Le estaba mirando serio, callado, sin inmutarse, pero también con algo de… ¿Pena? Trafalgar no podía descifrar qué escondían esos dorados ojos, pero había algo más. Como también había más de un sentimiento recorriendo su corazón. Estaba… Estaba realmente feliz de verle, de tenerle allí, de comprobar que estaba vivo, y su cabeza ya estaba buscando razones por las que había regresado, razones que le hacían más que feliz. Pero…


-Trafalgar –dijo al fin el pelirrojo, con voz queda. Pero Law le interrumpió.


-Eustass-ya –repitió, esta vez con más seguridad. Y pronto sus ojos reflejaron ira, mucha ira. En un segundo, Law tenía en su mano la copa que había dejado caer minutos antes, y en otro segundo, ésta se dirigía con una velocidad inusitada hacia la cara del pirata-. ¿¡CÓMO TE ATREVES A VOLVER DESPUÉS DE LO QUE HICISTE!? ¡MALDITO PELIRROJO DESCEREBRADO! ¡DESAPARECE DE MI VISTA, EUSTASS KID!


Kid tuvo los reflejos necesarios para esquivar la copa, la cual le podía haber dejado un bonito moratón en el ojo, y miró estupefacto al sacerdote. ¿Y ese cambio de actitud? ¿Por qué no estaba jodido como él? ¿Por qué tenía la arrogancia de gritarle esas palabras a la cara? ¿¡Por qué tenía el valor de gritarle!? Nadie le gritaba, y menos esas cosas. ¿Después de lo que había hecho? ¿¡Qué había hecho!? Él sólo actuó en consecuencia, fue todo culpa de Trafalgar por obligarle a elegir… Y por mentirle. Le había engañado, había jugado con él como si fuera un chiquillo. Y lo peor de todo: había jugado con sus sentimientos. Había maniatado su corazón, la primera vez que se enamoraba, y lo había pisoteado hasta desangrarlo. Y la prueba estaba en que la maldición aún no se había roto. ¿Por qué seguía sin ser recordado? Fácil solución: porque Trafalgar Law nunca le había amado.


-¿¡Qué has dicho!? –gritó el pirata. Nadie le hablaba así, y menos alguien que no tenía razón. Porque Law no tenía derecho alguno a exigirle nada siendo que había jugado con sus sentimientos de esa forma tan cruel-. ¡MALDITO TRAFALGAR! ¿¡CÓMO TE ATREVES A HABLARME DE ESA FORMA!? ¿¡ACASO NO SABES QUIÉN SOY YO!?


Y el nombrado le miró con sorna, con esa sonrisa ladina tan suya, pero sin dejar de reflejar esa ira tan ardiente en sus ojos. Era como si pudiera destruir todo de un momento a otro. Después de una larga mirada, el moreno comenzó a caminar lentamente en dirección a la cómoda de madera, sobre la que descansaba una larga espada, la cual desenvainó.


-Oh, sí que lo sé, Eustass-ya… –contestó con una tranquilidad que le puso los pelos de punta al pelirrojo. ¿Era bipolar o qué?-. ¡Eres ese que va a morir entre mis manos ahora mismo!


Y se lanzó contra el pirata sin pensárselo dos veces.


Killer permanecía en silencio, no sabía qué decir. Estaba sentado en un borde de la cama de la habitación de Penguin, su habitación personal en aquel burdel. Era relativamente amplia, con un olor especial a incienso, pero tenía los muebles necesarios: una cama de matrimonio, una pequeña mesita de noche, un par de sillones en una esquina algo descuidados, y una cómoda de madera, encima de la cual había una palangana de barro con agua. Todo estaba lleno de velas, que también servían de decoración porque no había ningún adorno o cuadro colgado por las paredes. Penguin estaba sentado también en la cama, en el mismo lado que él pero a una distancia prudencial. Tenía los dedos entrelazados entre sí hecho un manojo de nervios.


Por fin había vuelto a ver a Killer. A su querido Killer. Dos años habían pasado, dos años en los que su vida había dado un vuelco tremendo. Ahora vivía mejor, sí, ¿pero a costa de qué? Ahora podía comunicarse con Killer, ahora había aprendido su idioma (gracias a su nuevo empleo, todo había que decirlo), y estaba tan feliz que no sabía por dónde empezar. Pero también estaba muy nervioso, y el silencio de Killer lo ponía aún más. El rubio se veía raro, diferente. No podía verle el rostro, pero sabía que algo iba mal.


-¿T-Te gusta mi nueva alcoba? –preguntó tímidamente para romper el hielo.


-Es mejor que la otra –contestó el rubio con frialdad. Claro que era mejor que la otra, ahora al menos dormía en una cama decente y no en un lecho de paja como los animales. Pero que fuese mejor no restaba el hecho de que estaba en un prostíbulo.


Y otra vez ese silencio incómodo. A diferencia de Penguin, que estaba realmente feliz de ver de nuevo al rubio, Killer no las tenía todas consigo. Quería comprobar que estaba bien, que estaba sano y salvo después de aquella revuelta, pero ahora que lo tenía delante… Todos los malos recuerdos acudían a su mente sin cesar. Y con ellos, sus sentimientos. Una y otra vez, el pirata veía en su cabeza su pobre corazón destrozado, pisoteado, hecho añicos por un chiquillo que ahora ya no era tan chiquillo, un muchachito que le sonreía tímidamente como si no hubiese pasado nada, como si estuvieran volviendo a empezar. Pero habían pasado dos largos años, dos años de lamentos y de incertidumbre.


-¿K-Killer? –le llamó el castaño algo preocupado. Le estaba hablando y parecía que no le estaba escuchando-. ¿E-Estás bien?


El nombrado se volvió aturdido, descubriendo que esos ojos negros, esos dos pozos sin fondo, le estaban mirando con inquietud, pero también con pesar y desazón. ¿Por qué le miraba así? Ya sabía que daba pena, Killer era consciente de lo que reflejaba su persona, pero no quería que Penguin también se lo recordara. Porque él era el culpable, porque por él estaba así. Por él tenía el corazón destrozado. ¿Y ahora qué? ¿Por qué le regalaba esas miradas? ¿Acaso estaba preocupado por él? ¿Por qué? Si era su culpa, ¡su jodida culpa! Killer no quería su limosna, no quería su pena. Estaba claro que Penguin había salido adelante, y encima trabajando en un prostíbulo. A saber con cuántos hombres se había acostado esos dos años…


El interior del rubio se empezó a llenar de ira, ira por haber sido tan estúpido y estar dos años preocupándose por alguien que le rompió el corazón y que ahora le trataba con pena, como si aquello que le hizo hubiese sido inevitable pero atrás en el tiempo, enterrado en el pasado, y por supuesto que el pastorcillo no daba muestras de pedir perdón. No estaba arrepentido, no creía haber hecho nada malo. Y Killer, por imbécil, con el corazón roto dos años. Enfadado, se levantó bruscamente de la cama sin decir palabra en dirección a la puerta. Quería irse de allí, quería borrar de su mente la imagen de Penguin y todo lo que él conllevaba. Quería olvidarle por completo.


Penguin, al ver que el pirata se levantaba de repente y agarraba el pomo de la puerta para salir, se lanzó hacia él para pararle, tirando de su brazo y obligándole a girar para encararle. Pero el aura que despedía Killer era aterradora, siniestra. No podía ver su rostro, no podía ver sus ojos, pero estaba seguro que ardían de rabia. Soltó su brazo de repente, algo asustado, había reaccionado sin pensar y ahora no sabía qué hacer. Pero no quería que Killer se fuera de allí, no quería perderlo de nuevo.


-N-No te vayas… –balbuceó con la mirada compungida-. Killer, por favor…


-No me mires así –contestó el otro serio, haciendo que Penguin se achicase aún más-. No necesito tu limosna, no necesito que me mires con pena.


-P-Pero yo no… –el pastorcillo no sabía qué decir. No le quería mirar así, simplemente no quería volverse a quedar solo.


-¿Qué has estado haciendo estos dos años? –Killer volvió a la carga-. Ya veo que ahora eres… –no quería decirlo, pero estaba tan enfadado que no podía contenerse-. ¿Acaso pensabas en mí mientras te follaba alguno de tus clientes? Mira todo esto –alzó los brazos señalando la habitación en general-, seguro que tienes lista de espera, ¿verdad?


Penguin iba a contestar, pero las palabras se morían en su garganta. Había empezado a temblar, esa voz de ultratumba de Killer le ponía muy nervioso. Pero más que asustado, estaba dolido. Los términos que habían expresado el rubio, las palabras que le había dedicado se habían clavado en su corazón como dos puñales. ¿Por qué le decía aquello? ¿Por qué de repente actuaba de esa forma? Ni siquiera le había dejado explicar por qué tenía que estar en aquel lupanar de poca monta. Ni siquiera le había regalado un comentario dulce desde que se habían visto…


-¡He dicho que no me mires de esa forma! –gritó el pirata nervioso. No soportaba ver esos ojos de nuevo llenos de miedo, llenos de pánico-. ¿Crees que no sé que soy feo? ¿Crees que eres el primero que me lo dice? Antes que tú ha habido muchas mujeres, incluso putas, que se negaban a pasar una noche conmigo porque temían encontrarse un monstruo bajo el casco… –el rubio soltó toda la bilis que llevaba dentro-. Pero ellos no me importaban… Me daba igual lo que dijeran de mí… Hasta que te conocí. Tú… –hizo una pausa, su voz se estaba quebrando por momentos y la garganta le ardía como pies descalzos sobre cenizas-. Tú fuiste la primera persona que llegó a mi corazón, tú fuiste el primero que de verdad me importaba…


-K-Killer… –fue lo único que Penguin pudo decir. Estaba paralizado. Paralizado por el miedo, porque sentía que Killer iba a explotar (más aún) de un momento a otro; pero también estaba paralizado por sus palabras. Ese dolor, esa sinceridad, ese lamento… Jamás se hubiese imaginado que el pirata estaba tan dolido-. Killer, yo n-no…


-¡Pero tú me despreciaste como hicieron los demás! –le interrumpió el rubio, y calmó su ira dando un puñetazo contra la pared haciendo que Penguin diese un pequeño salto del susto-. Yo… Yo te había entregado mi corazón, te había abierto mi alma y te había regalado todo. Fuiste… Fuiste la primera persona de la que me enamoré –su voz cambió de tonalidad a una mucho más amarga y cruda-. Lo fuiste todo para mí, mi vida y mi ser, mi sol y mi cielo, mi cuerpo y mi alma –hizo una pausa para tragar saliva y continuar-. ¿Y cómo me lo pagaste? Eh, Penguin, ¿cómo me lo pagaste? –el nombrado se estremeció al escuchar su nombre con tanto odio acumulado y se echó para atrás asustado-. Cuando por fin había conseguido reunir el valor suficiente para mostrarte mi rostro, cuando por fin me veía capaz de hacerlo… ¿Qué es lo que hiciste? –el pequeño no respondió, y Killer insistió con más fuerzas-. ¿¡Qué es lo que hiciste!? –otro puñetazo a la pared-. Huiste de mí, saliste corriendo, despavorido… ¿Cómo crees que me sentí en ese momento? ¿¡Cómo crees que sienta eso, Penguin!?


El pequeño pastorcillo estaba acurrucado a una distancia prudencial de Killer, pero de tanta impresión que tenía, no podía moverse. Estaba paralizado por un cúmulo de sensaciones difíciles de explicar. Primero, tenía miedo porque nunca había visto así a Killer; segundo, sentía muchísima culpabilidad por todo lo que había hecho; tercero, quería ir a consolar al rubio porque era una forma de redimirse, quizá; cuarto, deseaba explicar su versión de los hechos; quinto, tenía muchísimas ganas de llorar; y sexto, quería pegar un bofetón a Killer por gritarle, por tratarle de esa manera ya que, aunque lo hubiese hecho mal, exigía un mínimo de respeto.


-¿No vas a decir nada? –preguntó el pirata con voz queda-. No puedes imaginarte cómo sienta eso, ¿verdad? Claro, ¿cómo vas a hacerlo?, si eres perfecto. Mírate, con esos ojos negros que parece que te vayan a comer, con ese pelo graciosamente revuelto, con ese cuerpecito dulce y delicado… –Killer se llevó las manos a la cabeza, comenzaba a sentir un fuerte martilleo en su cerebro que no le dejaba pensar. Lentamente, fue escurriéndose por la pared hasta quedar sentado en el suelo.


Penguin se preocupó, y algo tímido, se acercó al rubio para comprobar qué le pasaba. Se arrodilló a su lado y aproximó su pequeña mano a uno de los fornidos brazos del pirata, pero cuando éste sintió mínimamente el roce, se tensó y lo apartó bruscamente, haciendo que el castaño cayera al suelo de culo. El rubio se levantó enseguida, viendo a Penguin temblar todavía tirado en el suelo, observándole con esos ojos negros imbuidos en pánico. No, esa mirada no, por favor. Esa mirada no.


-¡Maldita sea, no me mires así! –chilló el rubio, y Penguin cerró los ojos asustado mientras contraía su cuerpo inconscientemente-. ¡Me rompiste el corazón, Penguin, me hundiste en el barro! ¿Sabes lo que se siente cuando te hunden en la mierda? ¿¡Sabes lo que se siente cuando destrozan tu corazón!? –Killer agarró a Penguin por los brazos y lo levantó, golpeándolo contra la pared de manera que no pudiera apoyar sus pies-. ¿¡Sabes lo que es estar dos años sin poder sentir nada!? ¡He estado dos años sufriendo! He estado todo este tiempo pensando una y otra vez en ti, sin poder borrarte de mi cabeza, ¿y sabes por qué, Penguin? –el castaño lo miró por encima del flequillo levemente, pero enseguida volvió a cerrar los ojos, llorando en silencio-. ¡Porque me rompiste el corazón! ¡Jugaste conmigo como un muñeco, y cuando conseguiste tu propósito, te deshiciste de mí de la forma más cruel posible! ¡Tú tienes la culpa de todo! –y el pastorcillo, sin poder aguantarse más, comenzó a llorar desconsoladamente. El pirata sintió una mezcla de emociones cuando lo vio así, llorando tan afligidamente, pero no sabía a cuál de ellas obedecer. Sentía pena por él, por haberle hecho llorar, pero también sentía mucho asco por verle así. Le soltó de repente, haciendo que Penguin cayera al suelo, y con voz ronca pero más calmada, se despidió-. Me voy de aquí, no quiero verte nunca más.


La habitación, por extraño que pareciera, no había sufrido graves daños. A pesar de que Law y Kid estaban peleando con fervor, había algo que les contenía. Aunque ambos querían luchar con todas sus fuerzas, no lo conseguían. Era una sensación extraña, pero los hombres sentían una barrera imaginaria, un freno que impedía que hicieran verdadero daño al otro. O quizá, simplemente, es que realmente no querían matarse entre sí. Quizá, ese sentimiento que les había empujado a reunirse de nuevo era más fuerte que las repentinas ganas de asesinarse.  Era cierto que Kid había vuelto, había regresado, pero también era cierto que Law le había estado esperando pacientemente.


Porque lo había hecho. Había guardado dos años de su vida, había dedicado dos años de su finita vida a esperar por su amor. Porque ver el cuerpo muerto de Bepo, ver como Kid salía de la habitación para no regresar jamás… Ver todo aquello le había cambiado. Había perdido a su amor verdadero, al hombre que realmente le había hecho sentirse especial, y otra vez se había quedado solo. Otra vez sentía la soledad en sus huesos, otra vez amanecía en una cama fría y enorme, espaciosa, que no podía llenar con otro cuerpo que no fuera el de su pelirrojo. El temor más grande de su vida, el miedo más desolador, lo había vuelto a vivir.


Pero lo peor de todo no era eso, sino el sentimiento de culpabilidad. El moreno tenía la certeza de que Kid estaba tan enamorado de él que jamás se separaría de su lado, que acataría cada orden que le diera sin rechistar. Pero se equivocaba. Eustass Kid no era de los que se dejaban dominar tan a la ligera. De hecho, no era de los que se dejaban dominar. Entonces, ¿qué había hecho mal? ¿Había pecado de presuntuoso? ¿Había calculado mal su estrategia? ¿Se había equivocado en algún paso? No… Simplemente, Eustass Kid no era fácil.


En esos dos años, la soledad le había golpeado mucho más fuerte. La había sentido con más intensidad, en sus propias carnes. Y el sacerdote sabía que era por haber pedido a Kid. Cuando era joven, también había permanecido solo, pero ahora, en esos dos años, ese tipo de soledad había sido mucho más cruel. Había llorado tantas noches por su amado que creía verse incapaz de volver a llorar de nuevo porque, simplemente, se había quedado sin lágrimas. Ya no tenía a nadie a quien abrazar por las noches, ya no tenía a nadie con quien acurrucarse en el sofá a hacerse mimos, ya no tenía a nadie. Por mucho que Trafalgar había intentado borrar de su memoria al pelirrojo, no lo conseguía. Multitud de hombres pasaron por su cama con anterioridad, pero desde que conoció a Kid, ya no quería otro. Sólo a él.


Además, cuando estalló la revuelta, Law estaba tan enfrascado en su mundo interior, estaba tan dolido, que fue incapaz de reaccionar. Dejó que los nobles actuasen por su cuenta, dejó que se masacraran entre ellos, dejó morir a inocentes, a mujeres y niños. Cuando todo hubo vuelto a la normalidad, la aristocracia le había perdido el respeto. Le veían como un sacerdote inútil, incapaz de estar a la altura de su cargo y de lo que se esperaba de él. Podía haber parado a los wardu con sólo unas palabras, quitando esa legitimidad que creían tener, engañándoles fingiendo un castigo por parte de los dioses. La amenaza divina hubiese bastado, hubiese sido suficiente. Pero Law no hizo nada.


Y a la revuelta de los pobres le siguió la revuelta de los ricos. Para derrocarle, para quitarle de su sitio. Pero por ahí Law sí que no pasaba. Él había sido elegido por la Diosa Madre, y como tal, debía permanecer en su puesto. Al enterarse de ello, encargó un informe con el nombre de todos los aristócratas que querían quitarle de en medio, y una noche, reunió a todos, inocentes y culpables. Y cuando iban a servir los postres, con una espada que había encargado exclusivamente para él, fue despiezando a cada uno de los insurrectos. Allí, delante de todos, llenando el salón de sangre y cadáveres. Y así volvió a ganarse el respeto de los nobles restantes, que no volvieron a quejarse. Cortando el raíz.


Pero el moreno, en ese instante, se dio cuenta de algo: esa vena sádica que tenía, esa otra parte asesina, había salido a flote. Esa espada que le habían hecho, una nodachi, le había descubierto un mundo nuevo. En esos dos años, el sentimiento de la ira y la venganza había ido creciendo poco a poco en su interior. Conforme avanzaba en su entrenamiento, más sádico se hacía. Además, había comenzado a utilizar los poderes de su Fruta del Diablo, que antes tan poco usaba que parecía un humano corriente. Ahora pasaba los ratos muertos jugando con pobres, con huérfanos, con proscritos. Jugaba con ellos, les humillaba, y acababa asesinándolos de la forma más cruel y sádica que conocía. Pero el proceso no acababa ahí. Law desmembraba los cuerpos (antes de matarlos o después) y los diseccionaba, guardándose los corazones en pequeños tarros de cristal. Y había mandado habilitar una habitación de palacio para protegerlos del sol, todos ellos descansando en repisas de madera. Toda una habitación llena de botes con corazones flotando en vinagre. Incluso parecía que alguno seguía latiendo. Y en la repisa del fondo, en un sitio privilegiado, un tarro de vidrio profusamente decorado con incrustaciones de oro y plata que aguardaba su contenido: el corazón de Eustass Kid.


Porque si él no podía tenerlo, nadie lo tendría.


Trafalgar no podía asimilar la idea de estar lejos de Kid. Era inconcebible para él. Después de haber probado su sabor, después de haber convivido con él, no podía olvidarle sin más. Era como haber vivido en un sueño del que, de repente, le obligaron a despertar. Y de la peor forma posible. Ver a su querido Bepo, a su precioso tigre, con el que había compartido su adolescencia desde que había sido Sumo Sacerdote, muerto entre sus brazos le había traumado. ¿Cómo había alguien capaz de matar a un ser tan bello? ¿Es que acaso Kid no tenía corazón? Trafalgar dudaba, aunque una parte de él le decía que esos brillantes ojos de oro con los que le miraba por las noches después de hacer el amor estaban cargados de amor y pasión. Entonces, ¿por qué había matado a Bepo? ¿Por qué?


¿Y por qué le había abandonado? ¿Por qué le había dejado solo otra vez? ¿Es que no le quería? ¿Es que el amor eterno no significaba eso, permanecer eternamente al lado de la otra persona? ¿Acaso había jugado con él? No… Law estaba seguro que Kid no era de esos. ¿Entonces? En la cabeza del moreno no era posible concebir una respuesta lógica. No era capaz de asimilar por qué Kid le había dejado. Simplemente no podía. Creía tenerlo tan engatusado, tan enganchado, que abrió los ojos cuando lo perdió. Y al no tenerlo junto a sí, Trafalgar también comprendió un hecho que, hasta entonces, había pasado por encima, o había intentado pasar por encima: del mismo modo que Kid estaba enamorado de él, Trafalgar también lo estaba de Kid. El tatuado no creía estar tan enamorado, al contrario, era el pelirrojo quien había caído en sus redes. Pero la verdad no llamó a su puerta, simplemente entró como un torbellino destrozando todo a su paso. Law estaba profundamente enamorado de Kid, y la sola idea de no volver a verlo le consumía por dentro. Era una agonía.


Pero ahora que lo tenía delante, todos los sentimientos afloraban y no sabía cómo reaccionar. Porque, por una parte, quería estrecharse entre sus fornidos brazos y aspirar su aroma a hombre de los mares, esa mezcla de sudor, sal y sexo; pero por otra parte, quería despedazarlo en mil partes y guardar su corazón para siempre. Por todo el dolor que le había hecho pasar, por recordarle de nuevo qué cruel era la soledad. Y por eso ahora le encaraba con su espada, pero también con reticencia.


Law era ágil y rápido, moviéndose por la habitación como un gato con total libertad. Era como si hubiese nacido para ello. Kid, en cambio, apenas se había movido. No tenía mucho metal para dominar, pero ni siquiera se había quitado el abrigo. Es cierto que, a pesar de que había caído la noche, hacía calor, pero su abrigo de pelo seguía sobre sus hombros. Y su estilo de lucha, más estático y a distancia, le convertía en una mole de hueso y acero inamovible. Los ataques de Law los contrarrestaba con una espada corta, un poco más larga y gruesa que un puñal, que siempre llevaba en el cinto. A veces lanzaba algún objeto contra el moreno, pero fallaba deliberadamente. Sólo quería ver la gracilidad del sacerdote, ver lo raudo y liviano que se había vuelto.


Sus miradas permanecían fijas en la del otro, inmutables. Los ojos metálicos de Law despedían ira y odio por los cuatro costados, mientras que los ambarinos de Kid brillaban excitados por la acción. Era bien conocido que le gustaba pelear, y aunque esos dos años había perdido la satisfacción por ello, la había vuelto a recuperar. Pero en la mente del pelirrojo sólo aparecía una imagen: la de Law indiferente, parcialmente satisfecho, mientras que él estaba hundido en un pozo del que no podía salir. La rabia contenida pronto se descontroló, y en un momento en el que el moreno se aproximaba a él para atacarle de nuevo, esquivó la espada con agilidad dejándole pasar, y ganándole la espalda, lo estampó contra el suelo sentándose sobre sus caderas, ejerciendo toda la presión del mundo con su cuerpo y sujetando al moreno por el cuello, casi ahogándolo.


-Ya vale de juegos –comenzó el pelirrojo con voz queda-. Ahora vas a estarte quietecito mientras escuchas atentamente, ¿entendido?


-N-No me des órdenes, Eustass-ya –se revolvió inútilmente el sacerdote, pues sus manos habían quedado atrapadas con su cuerpo bajo el pirata-. Esto no es un juego… Voy a matarte.


-No me hagas reír, Trafalgar –se burló Kid con una media sonrisa terriblemente sádica-. Deja de moverte y escucha con atención, porque sólo lo repetiré una vez –apretó el cuello del moreno ahogándolo un poco más para que viese que aquello iba en serio-. No me gusta la gente que se cree superior por el hecho de haber nacido en una cuna buena, o por ser alguien especial o tener un buen estatus social. Pero mucho menos me gusta la gente que miente, que tergiversa y que manipula, sobre todo si es a mí –Trafalgar escuchaba atentamente mientras intentaba respirar mejor, pero la mano del pelirrojo presionaba con fuerza y se lo impedía-. Y, ¿sabes qué, Trafalgar? Tú cumples todas las condiciones.


-E-Eustass-ya… –susurró con un hilo de voz, y volvió a revolverse pero con el mismo éxito. Esas palabras, esos comentarios… ¿De qué estaba hablando? Él no había engañado a nadie, y mucho menos a él-. N-No sé…


-¡No me mientas! –le gritó, haciendo que el sacerdote se callara-. Sabes perfectamente a lo que me refiero, Trafalgar. Y no me mires con esos ojos de sorprendido porque no cuela –el nombrado iba a decir algo, pero la paciencia de Kid brillaba por su ausencia, y como era un tema que le dolía especialmente, simplemente perdió el control-. ¡No te hagas el imbécil, que me jode aún más! ¡Maldito desgraciado, ¿sabes lo que he pasado estos dos años?! ¿¡Sabes lo que es darse cuenta que la única persona a la que has querido de verdad, el primer amor, no es más que una burda mentira!?


Law abrió los ojos atónito. Si las palabras que le había regalado antes le habían dolido, estas últimas se le habían grabado en el alma con sangre y fuego. Su amor… ¿Una mentira? P-Pero ¿qué se había tomado? ¿Acaso se había vuelto loco? ¡Su amor era tan verdadero como el que más! ¡Su amor era realmente verdadero! ¿Por qué Kid le decía esas cosas? ¡Si era él quien le había abandonado!


-¡JUGASTE CONMIGO COMO SI FUESE UN MUÑECO! –le espetó mientras zarandeaba su cuello al punto de que Law pensaba que en algún momento se lo rompería-. ¡JODIDO SACEDORTE DE MIERDA, ME ENGAÑASTE! ¡ME USASTE COMO UN TRAPO, ME TRATASTE COMO SI FUERA TU PUTA MARIONETA! ¡Y EUSTASS KID NO ES MARIONETA DE NADIE, ¿ME ENTIENDES?! –Law estaba petrificado, incapaz de asimilar todo aquello que Kid escupía-. ¡ME HAS JODIDO LA VIDA, TRAFALGAR LAW! ¡ANTES ERA UN VERDADERO PIRATA, ANTES ERA UN HOMBRE LIBRE, Y AHORA NO SÉ NI QUÉ HAGO AQUÍ! ¡TU MALDITA DIOSA TIENE LA CULPA DE TODO, Y TÚ, EN VEZ DE INTERCEDER COMO MEDIADOR, TE PUSISTE DE SU PARTE! ¿¡QUIÉN TE CREES PARA DECIDIR MI FUTURO!? ¿¡QUIÉN TE CREES PARA BORRAR MI FAMA!? ¡SOY EUSTASS CAPITÁN KID, EL FUTURO REY DE LOS PIRATAS, Y NI TÚ NI NADIE ME LO VA A IMPEDIR! –volvió a zarandear a Trafalgar, y con una voz completamente de ultratumba, continuó-. ¿¡POR QUÉ NO ESTÁS COMO YO!? ¿¡POR QUÉ NO SUFRES!? ¡DESGRACIADO, QUIERO QUE SUFRAS! –Law lo miraba atento, petrificado al extremo de no sentir la sangre correr por sus venas, de no escuchar el latido de su corazón. Kid apretaba cada vez con más fuerza su cuello, asfixiándolo lentamente, obligando a sus pulmones a contraerse para alcanzar un poco del oxígeno vital-. Sólo conozco una forma de resolver los problemas… –dijo, con voz más calmada pero con una sonrisa en su rostro de lo más perturbadora-. Borrándolos de un plumazo. Y voy a empezar por ti, Trafalgar, porque eres un jodido problema. Me vas a pagar todo el sufrimiento de estos dos años, me lo vas a pagar con tu sangre… Si no recuerdo mal, aquí os regíais por el “ojo por ojo, diente por diente”, ¿no? Muy bien, en ese caso… Empezaré por arrancarte un brazo –y con un sutil movimiento, el abrigo del pelirrojo se deslizó por su espalda dejando al descubierto un enorme brazo metálico.


Y a Law se le cortó la respiración. Aquello no era humano.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Antes que nada, disculparme de nuevo por tardar tanto en actualizar y por alargar la historia. Lo siento, de verdad que lo siento. La próxima vez no diré cuándo se acaba el fic y punto xDD.

Lo segundo, disculparme por hacer la escena de lucha entre Kid y Law. Si no ha salido muy creíble, lo siento, no se me dan bien.

Y nada más que añadir.

Muchísimas gracias por leer, y por seguir al pie del cañon como unos campeones. Os merecéis todo <3<3<3.


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