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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! Perdón por la espera, pero he estado muy liada estos días con la universidad... Y no sé por qué, pero no estaba nada inspirada para escribir :'(.

Os traigo la continuación, esta vez con sorpresa (?!), aunque creo que es bastante obvia, no? xD.

Y por supuesto, agradeceos a todas las que me leéis, y en especial a Shuri-chan y a Ann-chan, que son dos cielos de personas y me animan en mis horas bajas, porque cuando no me siento inspirada leo sus reviews y me siento mucho mejor :).

Y sin más dilación, os dejo el capítulo!

Kid, Killer y Franky anduvieron por la calle hasta que llegaron a la plaza. No habían visto nada en especial durante su camino, las casas eran todas iguales. Era como si el pueblo fuese todo igual, como si sus habitantes hubiesen sido cortados por el mismo patrón. Y en la plaza central de la ciudad (y la única que había) estaba el palacio. Si las murallas les habían impresionado, esto les dejó anonadados.


En medio de la plaza, el palacio se anunciaba imponente. Franky había dicho que se le llamaba zigurat en sumerio. El zigurat tenía una base rectangular, y se accedía a él por una escalinata en la parte frontal. No tenía murallas que lo protegiesen, pero los habitantes de allí tampoco parecía que quisieran acercarse. Cuando pasaban por su lado, hacían una leve reverencia y continuaban con su camino. El palacio estaba rodeado por columnas, que en realidad eran figuras de mujeres con manos y pies de águila. Todas llevaban una extraña corona de cuernos y varios tatuajes en brazos y pecho. Tras las columnas, y entre la pared del palacio, caminaban los soldados, haciendo la ronda. El palacio estaba construido en ladrillos terracotas, y las estatuas de mujeres tenían un color más oscuro, parecían de chocolate. El tejado era plano, como el de las casas, pero a diferencia de éstas, tenía un muro de ladrillos de unos 50cm de alto. Y lo que más llamó la atención de los piratas fue el enorme jardín que había sobre el tejado: se divisaban innumerables árboles, flores y arbustos. Parecía una reproducción de la selva que dominaba la isla. Pero el palacio tenía una segunda planta, pero no tenía la misma superficie que la primera. De hecho, Kid calculó que ocupaba la mitad. Y también había una tercera planta, aún más pequeña que la anterior. Y una cuarta, que medía lo mismo que el camarote del pelirrojo. La segunda planta estaba pintada con el azul fayenza de las murallas; la tercera planta estaba pintada de un morado casi místico; y la cuarta estaba sin decorar.


-Bueno, muchachos- comenzó Franky-, debería volver al barco. He dejado solos a vuestros compañeros mucho tiempo.


-Claro, puedes marcharte- continuó Kid-. Gracias por traernos aquí, pero ahora continuamos solos- y Kid sonrió de tal forma que al peli-azul se le erizaron los pelos de la nuca.


-Por favor… recordad todo lo que os he dicho durante el viaje…- y ante el asentimiento de ambos, Franky se marchó dubitativo. Sabía que no era buena idea dejar a esos dos solos, pero no podía hacer nada. No quería verse envuelto en problemas.


-¿Y bien?- preguntó Killer cuando Franky ya se había perdido entre la multitud-. ¿Qué hacemos ahora, capitán?


-Ya que hemos llegado hasta aquí, sería una falta de educación por nuestra parte no presentarnos ante ese sacerdote, ¿no crees, Killer?- aunque la educación no era precisamente lo que les caracterizaba, el rubio sonrió. También tenía ganas de fiesta. Y con una ladina sonrisa, Kid comenzó a subir la escalinata.


Cuando llegaron arriba, los soldados dejaron de andar y les miraron. Los dos soldados que flanqueaban la puerta se cuadraron. Vestían una toga de manga corta que les llegaba hasta las rodillas de color amarillo, una pechera de cuero, un pañuelo atado a la cintura de color verde que hacía las veces de falda encima de la toga amarilla, y sandalias de cuero. Por supuesto, iban armados con una lanza y un escudo, además de protegerse con un casco de bronce acabado en pico (que a Kid le recordó la forma de una teta) y brazaletes de bronce también.


-¡Quietos!- gritó uno de ellos-. ¿Quién osa adentrase en palacio y molestar al Sumo Sacerdote?


-Soy Eustass Capitán Kid, y este es mi compañero Killer. Queremos hacerle una pequeña visita al sacerdote- el pelirrojo sonrió-, serán sólo unos minutos.


Los soldados se miraron entre sí y dudaron unos instantes, pero al final les dejaron entrar. No parecían problemáticos. Ingenuos. Las puertas de palacio se abrieron, y ambos pasaron, escoltados por dos guardias. Al traspasar la puerta, llegaron a un patio de mármol granate con vetas más claras. En medio del patio había una especie de mesa de ceremonias de piedra, alzada sobre un pedestal, y debajo de éste, unas canaleras discurrían haciendo eses hasta una pequeña piscina de aguas cristalinas, las cuales brillaban con fuerza ante los rayos de sol. El patio estaba rodeado de columnas, iguales a las que rodeaban el resto del palacio. Kid y Killer fueron guiados a través del patio y llegaron hasta una puerta, situada en el otro extremo del mismo. La puerta estaba protegida por otros dos soldados, que la abrieron al ver la señal de sus compañeros. Los piratas atravesaron la puerta, esta vez solos, y un intenso aroma a incienso les inundó. El ambiente se había vuelto más pesado, más caluroso y más húmedo. Kid tragó, empezaba a tener calor. Notaba como el sudor le resbalaba por la nuca.


La sala, más pequeña que el patio, estaba decoradísima: no había ni un espacio de la pared en blanco. Los expertos en arte lo llamarían horror vacui, pero Kid no lo era, así que simplemente pensó que tantos adornos le hacían daño a la vista. El suelo seguía siendo de mármol, esta vez más claro que el del patio. Las paredes, de unos cuatro metros de alto, estaban divididas por la mitad con una cenefa dorada. En la parte de abajo, sobre un fondo amarillo suave, se veían hombres montando a caballo, cazando fieras, pescando… Todos llevaban esas togas, y unas extrañas barbas de rizos que parecían postizas. La parte de arriba, de color azul celeste, mostraba una procesión de hombres y mujeres, con ropas mucho más ricas que los anteriores y coronas de dientes de jabalí. La procesión se dirigía a la pared del fondo, la cual no terminaba de cerrarse, dejando paso a un estrecho pasillo que terminaba dividiéndose en dos. En las esquinas de la pared, como vigilando el pasillo, había dos enormes toros alados que llegaban hasta el techo de la estancia. Los toros tenían cabeza humana, igual al resto de figuras de la estancia: tenían la cabeza de un hombre con el cabello largo y rizado, igual que su barba, decorada con cuentas doradas. De sus orejas colgaban unos pendientes en forma de lágrima de un azul fayenza muy vistoso. Sobre su cabeza reposaba una corona, también con dientes de jabalí, pero a diferencia del resto de coronas, sobre éstas aparecía un sombrero de copa cuya parte superior acababa en forma de pétalos de flor. Los cuernos eran de oro, mientras que la corona era negra con estrellas azules celestes y blancas; los pétalos finales también eran azules celestes, enmarcados en una cenefa dorada. El cuerpo de aquellos toros era de un gris apagado, con las pezuñas negras. En cambio, las alas eran muy vistosas. La primera franja de plumas era azul, la segunda, violeta, y la tercera y la más grande, dorada. Franky mencionó que aquellos híbridos eran Lammasus, seres que recrean el equilibrio entre el cielo, la tierra y el agua, y permiten intermediar entre los hombres y las divinidades. Como espíritus del hogar protegían al pueblo común, y solían colocarse en las puertas, guardando lo que había dentro.


Y en el centro de la estancia, pasando desapercibido en un primer momento para Kid, el cual había quedado completamente abrumado por la magnificencia y el lujo de la sala, había una pequeña escalinata hecha de azulejos azules y, arriba de ésta, el trono. El trono era bastante modesto en comparación con la estancia, pensó Kid, pero cuando se fijó más detenidamente, vio que estaba en completa consonancia con ella. El trono estaba bañado en oro con patas acabadas en garras de león, cuyas cabezas asomaban por el reposabrazos, levemente curvado, y con un dibujo exterior de más hombres con barba, muy decorados. El respaldo estaba también decorado con estos motivos, pero lo más característico eran las enormes alas de oro y lapislázuli que salían de éste, abiertas, de unos 70cm cada una.


Y sentado en el trono, como si fuese un verdadero rey, el sumo sacerdote. Kid lo escrutó minuciosamente, quería analizar su personalidad y sus movimientos. El sacerdote era un hombre joven, igual unos años más mayor que Kid, de piel y cabello morenos, con una pequeña barba. Vestía una túnica azul cobalto de manga corta, en cuyos bordes había una cenefa de hilo de oro. La túnica tenía un leve escote redondo, por el que se advertían las clavículas del sacerdote. Encima de esta túnica llevaba una sábana (o así lo describió Kid, pero en realidad era una toga) rosa atada a un hombro, la cual caía hasta los pies, atada a la cintura con un cinto de piel, y adornada con plumas también rosas en los bordes. La túnica de manga corta dejaba ver los extraños tatuajes del sacerdote en sus brazos, completamente desnudos salvo por una pequeña pulsera de cuentas. También llevaba dos aretes de oro en cada oreja. En su mano derecha sostenía un cetro de oro con incrustaciones preciosas, y en la parte superior de éste, había una esfera de cristal con algo dentro, algo que Kid no supo adivinar. El sacerdote los miraba serio, intensamente, con unos ojos fríos y secos como el acero, pero brillantes a la vez. Kid pensó que iba maquillado, pero pronto descubrió que eran ojeras, bastante prominentes. Seguía escrutándolos, analizándolos, sin decir palabra. Kid se tensó, no le gustaba que la gente le mirase así, y menos ese hombre. Cuando iba a decir algo, el sacerdote se le adelantó:


-¿Qué es lo que deseáis saber, mortales?- preguntó con una voz neutra, pero terriblemente suave y, por qué no decirlo, sensual. Miró a Kid intensamente, y se mordió el labio inferior.


-Soy Eustass Kid-comenzó el pelirrojo, con una voz ronca pero serena, no pensaba amedrentarse ante ese canijo-, capitán de los Piratas de Kid-se detuvo un momento, midiendo sus palabras-. Hemos oído que en este palacio hay un enorme tesoro… y hemos venido a saquearlo.


Killer miró a su capitán con asombro. ¿Cómo se atrevía a ser tan directo? Desde luego, ya sabía que la discreción no era el punto fuerte del pelirrojo, pero nunca lo hubiese imaginado tan imprudente como contar su plan al enemigo. El sacerdote, sin embargo, no pareció inmutarse lo más mínimo. Torció la cabeza levemente, de la misma forma que hacen los perros cuando no entienden lo que les estás diciendo, y sonrió. Y esa sonrisa hirvió la sangre de Kid.


-El tesoro que aquí albergamos le pertenece a la diosa-prosiguió el sacerdote, con la misma voz pausada y sensual, mientras miraba la bola de cristal de su cetro-. Y en todo caso, sólo aquel hombre capaz de dominar a todos los demás, aquel hombre que destaque por encima de todos, aquel hombre que sea considerado por el resto como un ser superior… podrá obtener el tesoro de la diosa-el sacerdote hizo una pausa, imitando a Kid-. Es decir, el Rey de los Piratas.


Kid se rió estrepitosamente, con esa risa de hiena que, por la acústica de la sala, quedó aumentada, dándole un aspecto mucho más siniestro. El sacerdote abrió levemente los ojos, quizá un poco sorprendido. Pero volvió a sonreír mientras miraba fijamente al pelirrojo.


-Entonces no hay problema alguno-habló Kid después de calmarse-, porque yo seré el Rey de los Piratas-dijo esto con solemnidad, sentenciando su discurso, pero sonriendo a la vez, una sonrisa que a más de uno le pondría los pelos de punta. Pero el sacerdote ni se inmutó.


-Esa afirmación es imposible de ser conocida por un mortal como tú-contestó el sacerdote, serio. Su voz había cambiado, era más impersonal si cabe, y mucho más fría, como de ultratumba-. Sólo los dioses son poseedores de la verdad.


-Pregunta a tu dios-rió Kid, conteniéndose, intentando no mostrar lo ridícula que le había parecido la contestación del sacerdote-. Seguro que te responde lo mismo.


-Si eso es lo que deseáis, así se hará-sentenció el sacerdote, volviendo a mirar la esfera de cristal, que ahora brillaba levemente-. Pero los dioses requieren algo a cambio de mostraros la verdad-prosiguió el moreno, y los piratas lo miraron extrañados-, y puesto que es una verdad sumamente importante y reveladora, la ofrenda a los dioses debe ser igual de valiosa…


-¿Qué es lo que necesita tu dios?-preguntó Kid, molesto. No le gustaban los jueguecitos del sacerdote, ni mucho menos ese tono de voz tan pausado y meloso. Le ponía de los nervios. Ante la pregunta de Kid, el moreno se tensó, y el pelirrojo hubiese jurado atisbar un hilo de rabia en sus grisáceos ojos. Pero fue leve, un destello. ¿Acaso su comentario le había molestado? ¿Había sido irrespetuoso con sus dioses?


-La diosa necesita… un sacrificio humano.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido? Por fin ha salido Law! Pero estoy imaginando muchas más escenas donde mostrar toda su potencialidad, pues aquí sólo se le describe vagamente jeje :>. Espero que os haya gustado, y si tenéis alguna duda o comentario que hacedme, por favor, no os cortéis y me escribís un review!

Muchas gracias por leer, y nos vemos en el próximo capítulo! :D:D:D<3<3<3


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