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El sacerdote de Ishtar por Lukkah

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones!

Creo que he subido el capítulo más rápido de lo que me esperaba, y eso es bueno, ¿no?

Primero decir que me siento encantada de que nadie os hubiérais esperado el castigo de la diosa. Eso me hace sentir poderosa (?) xDDD. y segundo, agradecer eternamente los apoyos que me estáis dando, porque de verdad que escribo esto para que la gente lo lea, no hago nada con tenerlo en mi cabeza sin salir. Muchísimas gracias a mis lectoras, y en especial a Shuri-chan, Ann-chan y Korone-chan, que me dan unos consejos tremendos. Y pasáos por su página porque tienen unos fics buenísimos (PUBLICIDAD xDD).

Y sin más dilación, os dejo con el capítulo! :3

-Sanji-kun, esta mermelada casera está buenísima-sonrió una peli-naranja, mientras se hacía otra tostada.


-Nami-swan, tú te mereces lo mejor que hay-contestó el rubio, mientras fregaba los platos. Él desayunaba mucho antes. De hecho, era la persona que antes se levantaba del palacio a pesar de ser el que menos horas dormía… La muchachita sonrió contenta. Sanji era todo un caballero, pero llevaba unos días comportándose de forma rara.


-Una vez conocí a un hombre que era capaz de cocinar con los pies porque no tenía manos-dijo Usopp, un hombre moreno con una enorme nariz, logrando la atención de Luffy y Chopper. Usopp siempre contaba historias fantásticas sobre hechos que le habían ocurrido alguna vez en la vida, aunque Luffy siempre le suplicaba historias de piratas. Eran sus favoritas. Nadie se las creía, a excepción claro de Luffy y Chopper, los más inocentes.


-¡Eso es increíble! ¡Quiero conocer a ese hombre, Usopp! Shishishi-y la sonrisa del moreno apareció en su cara, una sonrisa adorable. En palacio, todos querían a Luffy. Había sido el último soldado en incorporarse a la guardia real, hace unos cuatro años. Por ser tan inocente, le trataban como un niño, pero a Luffy no parecía importarle en absoluto.


-Ojalá pudiera quedarme a escuchar tu historia, Usopp, pero tengo trabajo-suspiró Chopper, un renito muy simpático. Trafalgar lo había reclutado para el palacio al conocerlo en una isla cercana, y al ver sus amplios conocimientos de medicina, el sacerdote decidió llevárselo. Había interpretado su asombrosa sabiduría médica como una señal de la diosa, un designio mágico y positivo, aunque Chopper no entendió nada.


-¿Tienes que cuidar al invitado de Law-sama?-preguntó Nami curiosa. Era una mujer ciertamente cotilla, se enteraba de todo lo que pasaba dentro de esas cuatro paredes que eran el palacio, pero también tenía contactos fuera de éste.


-Sí-volvió a suspirar el renito-. Aún seguirá inconsciente unos días…


-No te preocupes por él, Chopper-intervino Robin. Adoraba a ese animalito-. Eres un gran médico, se pondrá bien-y Chopper asintió sonriendo. Se despidió de todos y se marchó en busca de su maletín médico.


-¿Cuánto tiempo creéis que se quedarán en palacio?-bajando más la voz, por si acaso. Cuando vio a los piratas por primera vez escondido tras una columna del patio, se asustó bastante. Usopp era muy cobarde, pero nadie le culpaba. Kid y Killer eran tremendamente aterradores.


-No lo sé-contestó la peli-naranja, mientras sorbía un poco de zumo de piña-. Pero Law-sama está actuando de forma extraña desde que llegaron…


-Pero en el fondo está contento-inquirió Robin, sonriendo-. Creo que está muy interesado en ese pirata pelirrojo-y se rió mientras notaba como las mejillas de su amiga se sonrojaban.


-¡No me extraña!-gritó Luffy-. ¡Yo también lo estoy! Es un pirata muy fuerte, seguro que ha vivido muchísimas aventuras y conoce historias geniales-y todos se rieron, pues el moreno no había percibido el tono de voz de Robin cuando había hablado-. Bueno, me voy a hacer guardia. Le tocaba a Zoro, pero nos hemos cambiado el turno, quería ir por la noche-se despidió de todos mientras se llenaba la boca con un bollo y salió corriendo de la cocina.


Al oír aquellas palabras, Sanji tembló y un vaso se le escurrió de las manos, rompiéndose en mil pedazos. Sanji lo miró y sonrió resignado, su corazón también estaba roto. Los tres que quedaron en la cocina le observaron preocupados, sabían que el rubio no estaba bien.


-Esto… Sanji-kun-comenzó la peli-naranja, rompiendo el hielo-. ¿Te encuentras bien?


-Por supuesto, Nami-san-sonrió el cocinero, pero la mujer no se dejó engañar por esa forzada sonrisa-. Esta mañana me he levantado un poco torpe.


-Sanji… sabemos que no estás bien…-continuó Usopp. También se había dado cuenta de la falsa sonrisa de su amigo, pues no había nadie capaz de engañar a un mentiroso tan profesional como él. Pero Sanji no contestó, apartando la vista para recoger los cristales rotos mientras se encendía un cigarrillo. El olor pronto inundó la estancia. No era un cigarrillo corriente, pues en la isla no crecían plantas del tabaco. Era un canuto, un porro de marihuana. A muchos los dejaba atontados, pero Sanji estaba acostumbrado a sus efectos.


-Cocinero-san, sabes que puedes contar con nosotros para lo que quieras-intervino Robin-. Si tienes problemas con Espadachín-san, puedes hablar con nosotros-el susodicho se encogió mientras terminaba de recoger los pedazos del vaso. Unas lágrimas comenzaron a brotar de sus azules ojos. Robin había dado en el clavo, como siempre.


-S-Sanji…-susurró Usopp con miedo-, ¿habéis discutido?


El rubio no pudo aguantar más y comenzó a llorar desconsolado. Sus rodillas flaquearon, y terminó por desplomarse al suelo, apoyando su espalda contra la encimera de madera. Hundió su cabeza entre sus rodillas mientras protegía sus rubios cabellos con sus brazos, como cuando te proteges de algún golpe. Asustados, sus amigos se levantaron de las sillas y se acercaron a él, arrodillándose en el suelo. Robin acarició un hombro del rubio, y éste tembló ante el contacto, llorando más aún. Los tres se miraron preocupados, no sabían qué hacer.


-N-no… puedo m-más…-habló el rubio en un susurro con una voz temblorosa y rota por el dolor. Había tardado unos minutos, pero al fin se había calmado-. Y-yo no… s-siento que… Zoro…-y se mordió el labio al pronunciar su nombre, conteniendo las ganas de llorar de nuevo.


-Está bien, cocinero-san, está bien-dijo calmadamente Robin, mientras lo acercaba contra su pecho para darle un abrazo tranquilizador. Robin era como una madre para todos. Acarició los rubios cabellos de Sanji y guardó silencio hasta que éste estuviera preparado para hablar.


-Y-yo… no puedo… continuar… c-con esto…-dijo al fin, más calmado-. N-no puedo seguir viéndole…-Sanji se apretó contra el pecho de Robin mientras todo su cuerpo temblaba descontrolado-. N-no puedo más…


-Sanji-kun…-Nami no sabía qué decir, pero odiaba ver al rubio en esa situación-. Deberías hablar con él… hablarle de…-dudó unos segundos-. Tus sentimientos…


 Sanji enmudeció. También dejó de temblar. Era como si se hubiese convertido en piedra. Estaba frío como un témpano de hielo, y sus ojos se habían cristalizado con las lágrimas, que ya no salían. Sanji no tenía fuerzas ni para llorar. Apreciaba la preocupación de sus amigos por él, pero no comprendían nada. No eran capaces de comprender cómo se sentía. No eran capaces de comprender que, a pesar de todo el dolor que le producía, tenía que ver a Zoro. Era una necesidad, se había vuelto algo obligatorio a lo largo de estos años. Sanji entró en palacio cuando apenas tenía siete años. Vino como pinche de cocina, y cuando su maestro murió, encontró trabajo como primer cocinero. Era feliz entre los fogones porque no le faltaba de nada (aunque su vida no estaba llena de lujos), había hecho muy buenos amigos, y porque podía cocinar con alimentos de primera calidad. En palacio todos comían como reyes, empezando por el sumo sacerdote. Si hubiese continuado en el pueblo se habría visto encerrado en una taberna de mala muerte rodeado de pescado podrido.


Pero todo cambió el día que llegó Zoro. Sanji, a sus diecisiete recién cumplidos, había experimentado los placeres que las prostitutas de la ciudad podían ofrecerle. Aprendía rápido, y trataba muy bien a las mujeres, independientemente de su condición. Cuando iba al burdel, todas le rogaban porque las escogiera esa noche. Pero esa noche algo cambió. Mientras esperaba a que le asignaran una mujer, Zoro entró en el local acompañado por otros hombres, todos de la guardia real, que fueron a saludarle nada más verle. Sanji se sonrojó un poco, pero no se sentía incómodo. Al fin y al cabo, todos iban a hacer lo mismo que él. Pero cuando vio a Zoro, algo en él cambió.


Allí estaba el muchacho, apoyado en el marco de la puerta jugueteando con una botella vacía de sake. Sanji observó su trabajado cuerpo a pesar de tener la misma edad que él (o eso le pareció), su curioso cabello verde, sus tres pendientes dorados que tintineaban sin parar, su cara de pocos amigos, sus cejas delgadas y picudas, sus gruesos labios, sus ojos alargados… Algo dentro de Sanji dio un vuelco. ¿Su corazón? ¿Su estómago? Su corazón bombeaba descontrolado, y su estómago había desaparecido para convertirse en un agujero sin fondo. Cuando sus miradas se cruzaron, Sanji supo que se había enamorado.


Al día siguiente, Zoro entró a trabajar en la guarida real. A veces se cruzaban por los pasillos, o se veían en el patio. Pero Sanji era incapaz de mirarle a los ojos. Siempre le esquivaba la mirada, esa mirada seria y penetrante, que parecía que te cortaba en mil pedazos como hacía él cuando descuartizaba un pollo para preparar un guiso. Pero en su dieciocho cumpleaños, todo cambió.


Aunque tuvo que trabajar durante todo el día, el rubio estaba feliz. Por fin tenía la mayoría de edad. Ya era un adulto y actuaba como tal, pero cumplir los dieciocho era algo especial. Además, sus amigos le estaban preparando una fiesta para después de cenar y le habían comprado un regalo con todo su dinero ahorrado. Sanji estaba realmente feliz, y lo demostró en la fiesta: riendo, cantando, bailando y bebiendo. Sí, bebió más de la cuenta. Cuando todos se marcharon, Sanji les prometió que él se encargaba de recoger todo. Era lo menos que podía hacer después de la gran fiesta que le habían preparado. Aunque no estaba en condiciones de poder fregar ni un plato.


Apenas llevaba cinco minutos y ya estaba exhausto. Pero un ruido lo detuvo: unos pasos se acercaban. Giró para ver de quién se trataba, y palideció al ver a Zoro en el marco de la puerta de la cocina, jugando con un bote que se guardó en el bolsillo. Sanji no fue capaz de articular palabra, más aún cuando Zoro se acercó lentamente, quedando en frente suyo a escasos centímetros. El rubio se ruborizó sobremanera, y apartó de un empujón al espadachín. Pero éste, a pesar de haber bebido más que el rubio, no iba borracho, y fue capaz de anticiparse al movimiento del cocinero. Agarró una de sus muñecas y tiró hacia sí, consiguiendo que sus labios hicieran contacto con los del rubio. Pasó su otro brazo por la espalda de Sanji, presionando e impidiendo que se zafase de su agarre.


El corazón de Sanji dejó de latir. Su sangre se agolpó en su cerebro nublándole la vista. Su estómago se cerró formando un nudo en la garganta que le impedía respirar. Había soñado tantas veces con esos labios, había deseado tantas veces sentirlos, había rogado a la diosa tantas oraciones por que el marimo se fijara en él. Y, por fin, sus plegarias habían sido escuchadas. El beso era rudo, un mero contacto de labios, pero a Sanji le parecía perfecto. No se atrevía a abrir la boca a pesar de que su lengua estaba ansiosa por juntarse con la de Zoro, por reconocerse, por saber cómo era.


Cuando se separaron, Sanji estaba en otro planeta. Completamente fuera de sí. Cuando alcanzó a ver a Zoro, sus mejillas ardieron. Le estaba mirando seriamente, pero sus mejillas habían tornado a un curioso color rojizo. Y Sanji se sonrojó aún más al pensar que era él el culpable de ese rubor tan delicioso. Todo en Zoro era delicioso. Pero ahí estaban, entrelazados y sin ser capaces de mediar palabra.


-Aquí tienes mi regalo de cumpleaños-rompió el hielo el peli-verde. Su voz era ronca y fuerte, pero su respiración estaba levemente agitada. Aunque en comparación con la del rubio, aquella parecía más que serena. El corazón de Sanji volvió a latir, y le retumbaba en la cabeza como un tambor a punto de romperse de tan fuerte que sonaba. Le pedía más. Necesitaba más. Quería más.


Dejando a un lado sus miedos y sacando fuerzas de donde fuera, Sanji se calmó por un segundo y se lanzó a la boca de su compañero. Colocó sus manos sobre el fornido pecho de Zoro, rasgando levemente su camisa. Pero el rubio no estaba tan calmado (ni tan sobrio) como pensaba, y sus labios se desviaron de su trayectoria, yendo a parar a la comisura de la boca del espadachín. Además, había cerrado los ojos para que Zoro no los viese: no quería que notase cuánto le deseaba. Temblando, casi se echa a llorar ante su patética actuación. Zoro le separó la cara con su mano libre, y sonrió lascivamente al ver el rostro del rubio: estaba completamente rojo, temblando sin parar, con sus azules ojos a punto de liberar unas lágrimas. La expresión del cocinero le encantó. Verle tan sumiso y tan asustado le pareció muchísimo más placentero que todos los polvos que había echado con las furcias de la ciudad. No se equivocó al adentrarse en la cocina esa noche e ir en busca del rubio.


Sin poder contenerse, Zoro volvió a besar a Sanji. Esta vez, el beso fue rudo y fogoso, lleno de lujuria y deseo. Sanji abrió la boca levemente al notar las ansias del peli-verde, y sus lenguas se fundieron en una sola. El espadachín recorría la cavidad bucal del cocinero con torpeza, paseándose por todos sus rincones, pero a Sanji le importó más bien poco que Zoro no supiera besar como era debido. Aquel beso era lo mejor que le había pasado nunca. Con miedo, colocó sus manos en el cuello de Zoro y acarició su cabello. Había deseado tanto tocar ese pelo.


Pero las manos de Zoro no eran tan tímidas, sino todo lo contrario. Una acariciaba frenéticamente su espalda, a veces llegando hasta bien abajo, mientras que la otra se afanaba en desabrochar el lazo de la chilaba del rubio. Cuando lo consiguió, desnudó a Sanji rápidamente tirando de la prenda, que la colocó en el suelo como si de una manta se tratase. Al verse desnudo, Sanji intentó taparse torpemente con sus manos, que se dirigieron a su  miembro ya erecto. Acostumbrado a imaginarse el contacto con el peli-verde, el roce de verdad le había puesto a mil. Zoro mostró una lasciva sonrisa, le gustaba lo que estaba viendo.


Se lanzó encima de su presa, haciendo que el rubio cayese al suelo por la fuerza del impulso. Sanji era fuerte, pero Zoro le superaba. Volvió a besarle con más deseo todavía. Sanji presionaba la cabeza del peli-verde contra sí, intensificando el beso, queriendo notar toda la lengua de éste dentro de sí. Se separaron sólo cuando estaban a punto de ahogarse, y un fino hilo de saliva se escurrió por la comisura de la boca de Sanji. Ante semejante visión, el espadachín no pudo contenerse y volvió al ataque, esta vez contra el cuello y el lóbulo del rubio. Los besaba con frenesí, recorriendo centímetro a centímetro la blanca piel del cumpleañero, que había comenzado a gemir suavemente.


Sanji se sentía extasiado, como si estuviera en el Paraíso. Aunque no era el Paraíso ni mucho menos, estaba tirado en el suelo de la cocina a altas horas de la noche mientras Zoro le besaba y le mordía el cuello. Si tenía que morir, ya podía hacerlo contento. Un gemido más sonoro se escapó de su garganta cuando el peli-verde comenzó a succionar sus pezones con ansia. El rubio se llevó una mano a su boca, no se podía permitir sucumbir ante los placeres del espadachín… pero lo estaba haciendo.


Con una inusual dulzura que Sanji jamás hubiese creído posible, Zoro besó su torso y fue  descendiendo hasta su abdomen, dejando un húmedo camino de besos. Joder, Sanji estaba fuera de sí. Su miembro le pedía atención, quería jugar, aunque no sabía muy bien cómo. O mejor dicho, sí sabía cómo pero no estaba dispuesto a aceptar tal respuesta. No tan pronto. ¿Cómo era posible que con un solo roce de los labios de ese estúpido marimo, él estuviera cayendo en sus encantos, en sus redes? “Porque lo amas” susurró una voz en su rubia cabeza, pero Sanji no quería aceptar esa realidad. Era un hombre al fin y al cabo, no podía rendirse a su oponente tan fácilmente.


Como si el peli-verde hubiese escuchado sus pensamientos, acarició su miembro con fuerza. Sanji gimió más fuerte sin poder contenerse, a lo que Zoro sonrió maliciosamente. Ya se había cansado de esperar, quería entrar en materia ya. Lo necesitaba, y su prominente erección bajo sus pantalones así lo corroboraba. Masturbó a Sanji con fuerza, rápidamente, apretando bien su miembro entre su gran mano. El rubio cerró los ojos. Esto no podía estar pasándole a él. Esto era un sueño. No era posible sentir tanto placer. No era posible que una única persona fuese capaz de crear ese tipo de emociones en él. No era posible que fuese Zoro.


Se sobresaltó al notar la húmeda lengua del peli-verde recorrer su cuello. Mientras le masturbaba frenéticamente, Zoro había comenzado a succionar su cuello, sin llegar a marcarlo para alivio del rubio. Apretó con fuerza el corto cabello del espadachín cuando sintió que se aproximaba el fin. Se iba a correr.


-Z-Zoro… mmnh…. N-no puedo más…-pudo decir entre jadeos-. M-me corro… ahhhhh…


Un espasmo recorrió su cuerpo cuando su líquido seminal salía con fuerza de su miembro, manchando la mano de su compañero y ambos torsos. Seguía con los ojos cerrados, era incapaz de abrirlos por miedo a lo que iba a encontrar. Tenía miedo de ver a Zoro sudando, respirando con dificultad, con las mejillas sonrojadas… Tenía miedo porque sabía que, si le veía así, no sería capaz de controlarse y le pediría más. Y Sanji no podía rebajarse más.


Pero el ruido de un bote abriéndose hizo que, al fin, se atreviera a mirar. Y lo que vio le causó temor: Zoro, completamente desnudo, se estaba lubricando los dedos con el gel del bote que minutos antes tenía guardado en el bolsillo de su pantalón. Joder, Sanji intuía lo que iba a pasar a continuación, y no quería. Tenía miedo, mucho. Él estaba acostumbrado a estar con mujeres, y las mujeres no tenían esa enorme polla dura y palpitante entre las piernas, esa enorme polla que estaba deseando entrar en él. Intentó incorporarse para salir corriendo, pero la mano de su compañero se lo impidió, empujándole otra vez contra el suelo.


-No tengas miedo, cocinero-dijo Zoro con una ronca voz en lo que Sanji interpretó como un susurro-. Sólo te dolerá un momento.


La sonrisa del marimo lo tenía absorto. Esa lasciva sonrisa. Esa sonrisa que demostraba las irrefrenables ganas que tenía de poseerle, a él, a un jodido cocinero. Volvió a mirar el erecto miembro del peli-verde. Joder, estaba muy duro. ¿Y eso lo había conseguido él? Se sonrojó hasta extremos insospechados, no creía que fuese capaz de gustarle a Zoro o, por lo menos, excitarle de esa manera. Se mordió el labio inferior, estaba poniéndose duro de nuevo.


Pero la intromisión de un dedo en su interior lo sacó de sus pensamientos. Zoro había introducido uno de sus dedos en su entrada, moviéndolo en círculos. Sanji se estremeció un poco, pero no se quejó. La sensación era extraña, completamente desconocida para él, pero no por ello era incómoda. De hecho, una ola de calor se estaba apoderando de su cuerpo. Miró a Zoro. Estaba concentrado en su tarea, pero se le notaba satisfecho. Suficiente para él. Sólo quería que el marimo fuese feliz. Y si era feliz haciéndole eso, que lo hiciera.


El segundo dedo entró con más dificultad. Sanji esgrimió un leve gemido de dolor, su cuerpo empezaba a decirle que aquella invasión no era satisfactoria. El peli-verde movió sus dedos como si de unas tijeras se tratasen, y el rubio volvió a gemir. Cerró los ojos en un afán de contener las lágrimas que se agolpaban en sus cuencas. No podía llorar frente a él. No podía darle esa satisfacción. Lentamente, el movimiento de los dedos dejó de ser doloroso. El cuerpo de Sanji aguantaba bien el dolor, no era un debilucho después de todo. Los gemidos de queja se transformaron en gemidos de placer mientras Zoro aumentaba el ritmo.


Pero el verdadero dolor llegó cuando Zoro introdujo un tercer dedo en el interior de Sanji. Éste abrió los ojos incapaz de aguantarse, mientras las lágrimas caían por sus sonrojadas mejillas. Su cuerpo se estremeció ante la invasión que estaba sufriendo. Un dolor punzante, desgarrador, unos dedos que parecían cuchillos afilados.


-Z-Zoro… duele…-dijo entre lágrimas, intentando soportarlo-. S-Sácalos…


-Será sólo un momento, ya verás-Zoro estaba concentrado en su tarea, mientras movía lentamente sus dedos en la entrada del rubio. Sabía que le dolía, pero no quería acabar justo en ese momento. Tenía tantas ganas de follárselo. Un fino hilo de sangre salpicó sus dedos, y aminoró la fuerza de las embestidas. Joder, el culo del cocinero era tan estrecho.


Sanji contenía a duras penas sus lágrimas, enterrando su cara entre sus manos. No dejaría que Zoro le viera en esa situación. Estaba tan contento porque el peli-verde le prestase un poco de atención (y más este tipo de atención), pero era su primera vez y su cuerpo no estaba por la labor de colaborar. Intentó dejar la mente en blanco, dejarse llevar por la situación.


Poco a poco, el dolor fue remitiendo. La sangre había dejado de salir, y los dedos del espadachín entraban con cierta soltura en el interior del cocinero. Cuando Zoro creyó que Sanji estaba preparado, sacó los dedos para lubricar su miembro, que seguía tan erecto como antes. Le jodía hacer sufrir al rubio, pero tenerlo tan sumiso entre sus manos era demasiado placentero. Con su polla bien lubricada, entró sin ningún cuidado en el rubio. No podía permitir que su entrada se encogiera lo más mínimo, no después de lo que habían avanzado. Sanji gimió profundamente de dolor. Los tres dedos no eran nada en comparación al miembro de Zoro. Sus piernas temblaron con fuerza y empezó a llorar. Pero una ola de calor lo invadió cuando, sin previo aviso, Zoro le aferró entre sus brazos, levantándolo levemente del suelo (lo justo para poder pasar sus brazos) y acercándolo a su pecho. Colocó su cabeza en el hueco del cuello del rubio, y Sanji hizo lo propio con el del peli-verde. Y así se quedaron hasta que Sanji se tranquilizó, sin mediar palabra, uniendo sus sudorosos cuerpos en un solo ser. Cuando notó más calmado al cocinero, Zoro le avisó de que iba a comenzar a moverse.


El movimiento era lento, muy lento. Zoro no salía del interior de Sanji, se movía de arriba abajo unos pocos centímetros para que el interior del rubio no sufriese más, pues otro hilo de sangre había emanado de él. Sanji seguía llorando, aferrado al cuello del marimo, pero mucho más tranquilo. Las embestidas eran tan lentas y, sorprendentemente, tan suaves que no le producían dolor alguno. Una parte de su ser quería más y, por un momento, se adueñó de su cordura para relegarla a un segundo plano. Fue sólo un momento, pero bastó para que unas palabras salieran de su garganta y le condenaran de por vida.


-Dame más, marimo…-susurró al oído de éste-. Quiero más… de ti…


El mencionado sonrió con superioridad, y mordió el cuello del rubio dejándole una marca, a lo que éste respondió con un gemido enteramente de placer. Parecía que por fin se había acostumbrado, ya no sentía dolor alguno. Perfecto, ya podía hacerle suyo. Zafándose del agarre del rubio, apoyó sus manos en el suelo para sujetarse bien, iba a moverse como él sabía. Sanji le miró un poco molesto, le encantaba sentir al marimo tan cerca, enredado en su cuello. Pero esa molestia se le pasó cuando vio su cara, con esa maldita sonrisa lasciva. Tragó saliva, había despertado a la bestia.


Zoro embistió a Sanji, primero con delicadeza, pero rápidamente comenzó a dar estocadas con fuerza. El rubio sintió pequeñas punzadas de dolor, pero pronto dejaron paso al placer. Esto no tenía nada que ver con el principio. Si había afirmado que el peli-verde estaba falto de práctica con su lengua, en esto iba más que sobrado. Las embestidas eran tan certeras, llegando hasta el último rincón del interior del rubio, tan placenteras. El cocinero no podía dejar de gemir, mucho más alto que antes, ante cada movimiento de su compañero.


Zoro había aumentado el ritmo de las estocadas, llegando a un punto sin retorno. Sanji tenía bien aprisionadas sus piernas alrededor de la cadera del peli-verde, no quería dejarle ir. No quería que aquello se acabase nunca. Sintió su miembro palpitar, estaba completamente erecto. Y como si Zoro leyese sus pensamientos, empezó a masturbarle con una mano. Y Sanji gimió mucho más fuerte.


Zoro le masturbaba con rapidez, un ritmo casi frenético. Y Sanji no podía hacer nada más que gemir. Se sentía completamente abochornado por mostrarse así ante el marimo, pero habían sido tantas noches las que había soñado con esto que no se podía contener. Zoro lo era todo para él, y no le importaba tener que rebajarse a ese nivel si con ello le hacía feliz. Y de repente, una estocada de Zoro le hizo estremecerse por completo. ¿Qué había hecho? ¿Dónde había tocado? El rubio gimió descontroladamente, y el espadachín sonrió con malicia: había encontrado su punto. Con más ímpetu, volvió a embestir al rubio, que volvió a gemir sonoramente al sentir el contacto de la polla de Zoro contra su próstata.


Era una sensación indescriptible. Gracias a la diosa, sus plegarias habían sido escuchadas y estaba consiguiendo aquello que había deseado desde el primer momento que lo vio en aquel burdel. Pero su mente no era capaz de pensar, sólo podía dejarse llevar por ese placer inexistente hasta entonces que embriagaba su cuerpo. Sanji sabía que el final estaba cerca, y movió sus caderas en un intento de sentir más el contacto con el peli-verde. Zoro sonrió lascivamente ante aquellos movimientos, y enseguida supo qué pasaba. Aumentó el ritmo de sus estocadas y de su mano, y en unos segundos el rubio se corrió gimiendo sonoramente, inundando con sus jadeos la habitación. La entrada del rubio se contrajo, y Zoro sintió tal placer ante esa prisión caliente y estrecha que terminó dentro de él.


Sin salir de su compañero, se recostó sin llegar a tumbarse sobre él, aguantando su peso con los brazos. Tenía los ojos bien abiertos, no quería perderse ningún detalle del rubio: sin dejar de jadear, estaba empapado en sudor, la saliva se le escurría por la comisura de la boca y sus mejillas parecían que iban a explotar de lo rojas que estaban. Era jodidamente perfecto, y era sólo para él. Y no dudó en dejárselo bien claro.


-De ahora en adelante-comenzó el espadachín susurrándole en un oído a Sanji, todavía con la voz jadeante-, eres sólo mío-el rubio abrió los ojos perplejo-. Como te vea con alguien más… te mataré-sentenció el peli-verde seriamente. El corazón de Sanji dejó de latir por unos instantes. De hecho, no pudo reaccionar cuando vio salir al peli-verde de su interior, dejando un reguero de semen por el camino, ni cuando lo vio vestirse con total tranquilidad, ni cuando lo vio marcharse sin ni siquiera dignarse a mirarle.


Una voz lo sacó de su ensoñación. Sanji parpadeó unas cuantas veces, y recordó dónde estaba. Desenterró su cara de entre sus rodillas y miró a sus amigos. Tenían una cara de preocupación clarísima. Y todo por su culpa. Odiaba hacer eso, odiaba hacer sentir mal a sus amigos. Eran tan buenos con él… Por eso no podía decepcionarlos. Inspiró todo el aire que pudo, y con voz calmada y segura dijo:


-Esto se acabó. Tengo que hablar con el marimo y confesarle mis sentimientos-hizo una pequeña pausa para coger todas las fuerzas posibles para decir lo que venía a continuación-, o la relación entre nosotros habrá acabado para siempre.


Sus amigos se sorprendieron, sobre todo Usopp. Nunca creyeron a Sanji capaz de decir una cosa así, pero se alegraron por él. Había aguantado demasiado tiempo esa relación (que en el fondo no era ni relación ni era nada), y estaba matándole por dentro. Sanji era un buen chico, y se merecía ser feliz. Amaba a Zoro por encima de todas las cosas en este mundo, pero esa relación era veneno. Si sólo podía estar con Zoro de esa forma, no podía estar con él. Porque sabían que no iban a acabar bien. Y en el fondo, el propio rubio lo sabía también.

Notas finales:

¿Qué os ha parecido?

Como habréis visto, es más un capítulo explicativo que narrativo en sí, porque apenas se avanza en la historia. Pero creía necesario contar el inicio de la relación entre Sanji y Zoro, aunque más adelante se revelarán más cosas... Pobre Sanji, tuvo un mal momento pero parece haberse repuesto y estar decidido... ¿Será capaz de enfrentarse al marimo?

Por las que os habéis quedado con cara de "WHATTTT??? NO HAY KID POR NINGUNA PARTE!", lo siento por vosotras, pero en el siguiente capítulo saldrá, al fin y al cabo es el protagonista xDDD.

Y tampoco os preocupéis por el KillPen, porque también habrá. Y he de decir que me ha encantado que os encante Penguin, porque es taaaaaan mono *________* (normal que Killer se derritiera al verlo).

¡Muchísimas gracias por leer, y hasta pronto! <3<3<3


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