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Hidden Desire por Melancholy

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Notas del capitulo:

Para las que se preguntaban qué sucedió al finalizar el pacto ;) Mil gracias a las personitas que comentaron el primer capítulo, espero que sea de su agrado ^^

Cuando recuperó la conciencia, el alba apenas comenzaba a despuntarse en el cielo. Casi dos horas y media más tarde, su cuerpo continuaba anclado en el pequeño mar del lecho, como si aquel en verdad fuera su sitio. A su espalda, Hashirama roncaba suavemente, reavivando una y otra vez el "nefasto" recuerdo de la noche anterior. Madara gruñó de pura frustración. Podría... no, más bien, debería aprovechar la oportunidad para matar a ese sucio chantajista con sus propias manos. Deseaba hacerlo, realmente; lástima que su cuerpo se negase a obedecer a los deseos de su mente.

«Maldito desgraciado...»

Como si pudiera escucharle, y quisiera burlarse de su estado, Hashirama emitió un suave ronroneo y se puso también de lado, directamente contra su espalda, rodeándole con un brazo y hundiendo el rostro en su espesa melena. Madara permaneció inmóvil hasta que notó que la respiración contraria volvía a ser regular, exhalando el aire que había estado conteniendo. Con cuidado, intentó deslizarse fuera de su alcance, logrando que Hashirama fortaleciera el agarre de su cintura. Tras forcejear débilmente durante un largo instante, resopló con fuerza, despertando al joven Senju en el proceso.

—Buenos días... —musitó Hashirama, esbozando una pequeña sonrisa.

—Lo serán para ti —replicó Madara casi al unísono, removiéndose con impaciencia—. ¿Vas a soltarme de una vez? ¿O también pretendes que desayunemos juntos?

—No me desagrada la idea... —confesó Hashirama, liberándolo por fin.

—Vete al infierno —espetó Madara, irguiéndose con torpeza y cubriendo su desnudez con una sábana.

—Tendría que arrastrarte conmigo. Ahora que sé lo que es tenerte, no pienso dejarte ir fácilmente...

—¡¿Te quieres callar?!

Hashirama contuvo la risa. El líder de los Uchiha se aferraba a la prenda con tal ímpetu que le permitía atisbar zonas de su cuerpo que, gustosamente, profanaría hasta que el exceso de placer le hiciera colapsar. La expresión de su rostro cambió al instante. El simple pensamiento le había enardecido a niveles increíbles, inflamando cierta parte de su anatomía que ahora ardía en deseos de ser atendida por una mano caritativa.

Ajeno a las ávidas intenciones de Hashirama, Madara recorría el dormitorio con la mirada en busca de su ropa —o lo que pudiera quedar de ella, ya que el otro joven practicamente se la había arrancado del cuerpo en un arrebato de pasión—. Tras localizar las prendas rasgadas a los pies del lecho, fue hacia ellas a paso raudo, ansioso por borrar esa fatídica noche de su memoria y retornar a su hogar. A su verdadero y único hogar.

—Oye, Madara... —La voz de Hashirama sonó como un frágil silbido que apenas llegó a penetrar en los oídos del joven Uchiha, quien se hallaba totalmente concentrado en recomponer su vestimenta.

Suspirando, Hashirama se irguió y echó mano a lo más cercano que tenía en ese momento: un mechón de cabello azabache. Tras devolverle bruscamente al lecho, el joven Senju se tumbó sobre su amante, aplastándolo bajo su poderosa musculatura.

—¡¿Te has vuelto loco?! ¿¡Qué demonios crees que haces?! —rugió Madara, cuyo fulgor en la mirada amenazaba con reducirlo todo a cenizas.

—Ya hemos pasado una noche juntos, ¿no puedes aguantar a mi lado unos minutos más?

Madara entreabrió los labios, dispuesto a enumerar todos y cada uno de los motivos por los que debía y deseaba marcharse de allí cuanto antes. Pero, por más que lo intentó, no fue capaz de emitir ni un solo sonido. El calor que desprendía el cuerpo ajeno y que, a la vez, envolvía el suyo, le confundía y le perturbaba en igual medida. Era un calor sofocante, de los que apenas permitían respirar. Un calor que se infiltraba por cada poro de su piel y le incendiaba las entrañas.

Cuando Hashirama suprimió la distancia entre sus bocas, rozándole los labios con una timidez jamás vista en él hasta entonces, su cuerpo se estremeció de deseo. Era inquietante la facilidad con la que ese hombre doblegaba su espíritu, dejándolo como un títere a su merced. Frunció los labios ante la posibilidad de que su odio por Hashirama se hubiera transformado en una sola noche, negando con la cabeza momentos después. Aquello no podía ser cierto. Simplemente, se negaba a aceptarlo...

—Quédate, por favor...

El tono bajo y sumamente íntimo que Hashirama le confirió a dichas palabras amenazó, por un instante, con derribar las defensas del joven Uchiha. Solo por un instante...

Quizás podría... Solo esa vez...

Madara gruñó para sus adentros, desechando la idea. No iba a flaquear. No podía flaquear...

—Quita de encima... —exigió, empujándole por los hombros.

Hashirama no tuvo más remedio que acatar esa orden.

Madara se puso en pie rápidamente y se dirigió hacia la puerta corredera. Pero, antes de que llegase a cruzar el umbral, su acompañante le cogió por un codo y le atrajo hacia sí con firmeza, reacio a debilitarse por su rechazo. De un momento a otro, la estancia empezó a encoger, y la temperatura subió nuevamente.

Madara miró directamente a los ojos de su ex rival. Cuando creyó distinguir un brillo especial en ellos, el joven viró el rostro, temeroso de su significado. Hashirama le tomó por la barbilla, instándole a encararle una vez más para, después, besarle suavemente pero de forma tan sensual que el joven Uchiha pudo sentir como se calcinaba cada célula de su cuerpo.

—Volveremos a vernos, Mady... —masculló Hashirama, apartándose de sus labios con parsimonia.

El entrecejo de Madara se pronunció aún más. Aquella deformación tan cómica de su nombre —y que tanto detestaba desde su niñez— le había traído un sin fin de recuerdos indeseados, haciendo a su corazón doblemente vulnerable. Resopló, y acuciado por la necesidad de huir de la tentación que Hashirama representaba para él, se zafó de su agarre con destreza, limpiándose los labios con el dorso de una mano.

—Ni lo sueñes, bastardo... —sentenció, abandonando la estancia definitivamente.

Hashirama rió con suavidad. Por las barbas del Susanoo que hallaría la forma de atraerlo nuevamente a su lado, sin importar cuánto pudiera costarle; pues aquel hombre arrogante, implacable y tremendamente obstinado no solo le había robado el sueño y la tranquilidad, sino también el corazón.


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