La primera vez que Guillermo escucha gritos en su casa, tiene casi seis años, y él se pregunta qué ha pasado para que su papá llegue tan enfadado a casa.
Su hermana corre a su habitación, con lágrimas corriendo por sus mejillas y sus pequeñas manitas temblando.
-Tranquila, Carol, todo irá bien.- Dice Guillermo, para después abrazarla. Ella se aferra a él como si fuese su única salvación.
Se despierta sudando y totalmente agitado, con las imágenes volando en su cabeza. Se levanta y corre a la ducha, para bañarse con agua fría. Se fija en sus brazos, piernas y cintura mientras se seca, y por un segundo se siente algo, una especie de brillo, al ver como no hay nuevos cortes en su piel desde hace casi dos semanas.
Corre a su escritorio y abre los libros, dispuesto a avanzar en el trabajo.
-¿Dónde está mi comida?- Grita el padre de Guillermo, nada más entrar por la puerta. Guillermo salta de su silla, roja cobre, que suena ante el abrupto movimiento, y cierra rápido su libro de historia.
-Y-ya voy.- Su voz temblorosa sale sin poder se controlada. Baja las escaleras y se pone frente a él, esperando que todo pase rápido.- Lo siento, estaba estu-estudiando y no podía...
Algo brilla en los ojos de su padre, y Guillermo tiembla. Es esos momentos en los quería correr por la puerta y no volver su mirada hacia atrás, pero entonces, ¿cómo iba a dejar esa casa con todos los momentos vividos con su madre y su hermana? ¿a dónde iba a ir, de todas maneras? No tenía lugar en el mundo, pero al menos, tenía un techo donde acudir, aunque vivir allí fuese una tortura.
-Ahora.- Y Guillermo tiene miedo de incluso mirarlo a los ojos.
"Algo que no entiende la gente, es que la depresión no te quita la alegría, te quita la esperanza."
(...)
Su móvil suena, con la canción de 'War of hearts' y Guillermo sale de su habitación hasta la cocina a por su teléfono.
-¿Sí?- Contesta, y por un segundo teme que sea su padre, ya que ha olvidado mirar la pantalla para ver quien llama.
-¿Quieres venir a mi casa?- Es Samuel, no hace falta mirar nada, esa voz podría reconocerla en cualquier lado, y al parecer, el latido frenético de su corazón también.
-¿A tu casa?- Pregunta, y se alegra que su padre se haya ido a una reunión.
-Sí.
-¿Para qué, Samuel? Estoy estudiando y...
-Quiero ayudarte.- Las palabras tienen el efecto de hacer sonreír a Guillermo, una diminuta sonrisa. Y es que hace dos días, aún cuando su mente gritaba que era una molestia, le pidió a Samuel que le ayudase con el examen de matemáticas, ya que como había faltado tanto a clases estaba algo perdido, y no podía permitirse bajar de nota media, o su cuerpo pagaría las consecuencias.
-¡¿De verdad?!- Samuel se dice a si mismo que haría cualquier cosa en el mundo por escuchar a Guillermo así de exaltado, porque realmente parece un niño pequeño.
-Claro, ¿por qué creías que te iba a decir que no?- "Porque nadie me quiere lo suficiente" o "Porque no suele salir nada como quiero" o "Porque soy alguien que no tiene remedio"; pero en cambio, el menor no dice nada, simplemente se encoge de hombros y se siente idiota cuando se recuerda que Samuel no está frente a él.- ¿Y cuándo quieres que vaya?
-Ahora mismo, por supuesto.
-¿¡Ahora mismo, Samuel?!- Ni siquiera mira el reloj, pero sabe que es tarde.
-Claro. Podemos hacer una fiesta pijama y te quedas en mi casa a dormir.
-Pero yo... yo no sé estar con muchas personas.- Dice, asumiendo que Samuel invitará a todos sus amigos, que serán muchos ya que siempre lo ve hablando con mucha gente a todas horas.
-Solo estaremos tú y yo, Guillermo.- Piensa en muchas cosas, pero el pelinegro no puede concentrarse en nada en concreto; siempre pasa eso cuando se trata del mayor.
Y no sabe porqué, pero lo único que hace, quizá por primera o segunda vez en su vida, es dejarse llevar por el corazón.
-Vale.
"Y quizá, alguien como Samuel, poco a poco, te ayuda a recuperarla. A sonreír. A sentir."