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Cazando el amor por Juvia Loxar

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Ambos magos comenzaron a caminar sin rumbo aparente por la ciudad. Bickslow no tenía ni la menor idea de a dónde ir pues jamás había estado en una cita. No es que fuera feo, solo que no había muchas chicas que quisieran ir por ahí con un hombre con la cara cubierta y con unas extrañas cosas que los seguían a las cuales el mago llamaba “bebés” e inclusive que les preste más atención a esas cosas que a las chicas… Ejem… Sí, estaba con el peliverde, ¿y ahora? Como no tenía nada pensado comenzó a idear la cita perfecta, y fue así:

1-Llevarlo a comprar un helado

2-Darle de comer a las palomas

3-Ver quién podía comer más

4-Bromas callejeras

5- Comer más

6-Y para finalizar, pero no lo menos importante, un épico, increíble, sublime e intenso concurso de eructos después de haber bebido cantidades industriales de bebidas gaseosas.

Por supuesto, no por nada lo llamaban “Bickslow, el increíblemente romántico seños de los bebés".

El señor de los bebés estaba decidido, aquella sería la cita perfecta, porque ¿a quién rayos no le gusta comer y eructar? A nadie, por eso lo había dejado al final y estaba tan ansioso por aquello que tenía una sonrisa de tonto en su cara. Era tal el grado de estupidez que podía notársele en la cara a aquel mago que a Freed se le hizo muy raro y si no fuera porque no tenía con quién más salir (pues Evergreen lo atascaría en preguntas) hubiera corrido lo más lejos que sus piernas le hubieran permitido y jamás dejarse ver en público con él. Pero bueno, no había de otra.

Siguieron caminando en silencio por un rato hasta que llegaron a un puesto de helados en el cual el dueño de los bebés hizo que se detuvieran. Justine no tenía nada en contra de los helados, así que accedió y cada uno compró su respectiva golosina, se sentaron en un banco que estaba por ahí y comieron, o al menos Freed lo hizo pues el contrario, entre lengüetazo y lengüetazo, no paraba de hablar sobre sus bebés, cómo los cuidaba, el amor que les daba y otras cosas más que a Justine no le interesaban y dejó de prestarle atención para centrarse en comer su helado.

Cuando terminaron, el enmascarado compró pan para tirarlo al suelo, pronto el dúo de magos estuvo rodeado de una increíble cantidad de palomas que se peleaban por el pan que estaba en el suelo e inclusive se posaban sobre ellos, o más bien, sobre Freed, porque al parecer ni las palomas querían al otro.

El pan se acabó y el mayor lo llevó a un restaurante en el cual el peliverde ordenó una comida balanceada y saludable, mientras que el contrario se atascó de comida hasta más no poder. Ambos se quedaron como dos horas y media, Bickslow comiendo y Freed impresionándose por la cantidad que porquerías que le cabían en el estómago hasta que arrasó con todo lo que había en la mesa, el señor de los bebés pagó (pues el peliverde se negó a dar dinero por el increíble tragazón del contrario) y salieron. Ahora seguían las bromas callejeras.

Primero caminaron por la calle hasta que el mayor localizó a su víctima, un muchacho como de veinte años que desafortunadamente se había cruzado en su camino, al cual Bickslow se acercó.

-Disculpe- dijo el perpetrador de la broma- ¿Usted es Mario?

-¿Qué Mario?- respondió el inocente ciudadano.

- ¡El que te culeó en el armario!- dicho esto, salió corriendo.

El peliverde estampó la mano contra su cara tan fuerte que se dejó una marca roja, ¿cómo pudo hacer eso? ¿Acaso era un niño? Suspiró con fastidio, ahora tenía que ir a buscar a su “cita” que se había ido corriendo perseguido por aquel pobre ciudadano enojado.

El pobre y desesperado mago rúnico ya no sabía qué hacer para aguantar aquella situación. Ya había pasado media hora y el contrario seguía con sus bromitas, así que fue a decirle que ya parara, que no era divertido, a lo que el mayor respondió con un “aguafiestas” y seguidamente un resoplido, pero había parado, al fin había parado.

Ambos se quedaron ahí hasta que Bickslow tuvo la magnífica idea de ir a comer… De nuevo. Sin embargo, el peliverde acepó ya que prefería verlo atragantarse de comida a tener que aguantar aquellas bromitas que no le parecían nada graciosas. Cuando llegaron al lugar, Freed se limitó a pedir un café, pues acababan de comer, y aun así el contrario comía como si fuera su primera comida del día. Al menos sorprendió a Justine con eso.

Cuando terminaron, el señor de los bebés pagó (de nuevo), y cuando salieron tenía una cara de emoción sorprendente. Oh sí, el concurso de eructos había llegado. Compró una increíble cantidad de bebidas gaseosas y las llevó ante e peliverde que sólo se le quedó mirando con cara de “¿y ahora qué va a hacer este idiota?”

Justine ya se estaba preparando para lo peor cuando vio, a la lejanía, una musculosa silueta que le parecía conocida. Entrecerró los ojos en un intento de ver mejor y se quedó inmóvil, ¿qué hacía ahí? Bueno, él vivía en esa ciudad, podía ir a caminar por donde le plazca, sin embargo, pudiendo elegir caminar hacia cualquier dirección, caminaba hacia el mago rúnico, quien comenzó a sudar frío. Intentó avisar a Bickslow para que salieran de ahí, pero éste estaba demasiado entusiasmado con su concurso que no le prestó atención y cuando volteó de nuevo para ver si sus ojos no lo habían engañado, se encontró a centímetros del rostro de Laxus Dreyar. 


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