Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Música radioactiva por Layonenth4

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Desclaimer en la ficha del fic. 

Capítulo 1

Desequilibrio de blanco y negro.

-

— ¡Sherlock! —Se escuchaba su voz resonar por todo el lugar, viendo a borrones a causa de la hinchazón de su ojo, como los hombres de negro permitían que gigantes de blanco se raptaran aquel tesoro — ¡SHERLOOCK!

Pero nadie lo escuchaba, a nadie le importaba mientras el hombre de elegante traje gris y mirada violeta seguía ordenando su destrucción.

 

5:30 a.m.

5:30 a.m.

Todo iniciaba cuando el aparatoso ruidito del despertador lo dejaba sonar dos veces hasta que se decidiese por no seguir ignorándolo y estirar su mano para pararlo.Posiblemente no se haya mantenido otra vez despierto tan tarde, y esa noche la pesadilla no había pasado de los cinco minutos de su duración normal, pero cada día bajo la misma rutina era un suplicio de monotonía. Tanto que tener que mover su brazo ya era una tortura muy cómoda.

El cobertor  se movió de su lugar cuando se sentó sobre la cama restregándose los ojos con su dedo pulgar e índice mientras se permitía un bostezo y tragándose un berrinche por no querer dejar su lugar calientito y protegido del mundo oscuro. Ya que, deber es deber y el no podía permitirse ser miembro del club de desobligados dormilones. Aunque mucho le apetece.

Tomo el control de su buro y encendió las luces pulsando el botón correcto, las ventanas se abrieron y en menos de cinco minutos alguna mucama le subiría a preparar la habitación y su baño en lo que el salía a correr. Odiaba correr. Pero amaba comer esos pastelitos de chocolate, lo único comestible de la cafetería de la universidad y lo único que le hacía creer que existía algún Dios bendiciendo la mano de la obesa mujer de la cocina. Pero seguía odiando correr.

Se quito el pijama negro de seda y vistió su traje deportivo entallado italiano, con unos Nike edición ilimitada a todo terreno, para solo salir a cumplir su condena de unos treinta minutos y otros treinta de ejercicio cardiovascular en solitario. Ah, pero que ricos estas esos mugrosos pastelitos.

En el camino el sol apenas daba su anuncio al día, pero el simplemente lo veía como una molesta evidencia que ni su color amarillento funcionaba para iluminar la Tierra, solo opacaba su bella calamidad con la absurda idea de esperanza y fuerza, según las arcaicas canciones. No le importaba mucho pensar en eso, se rindió en cambiar sus pensamientos desde los diez años, lo único que lo mantenía al corriente, era que necesitaba respirar con urgencia pero si se detenía, se tiraría sobre el camino y no habría fuerza de la naturaleza que le hiciera pararse de ahí hasta dentro de veinte años. ¿Por qué debía tener complexión robusta? ¿Por qué era necesario cumplir con dieta y ejercicios? Maldita la hora donde ser hijo de su madre significaba ser un plagio de ella en masculinos con los estúpidos genes Vernet en su físico. No es como si importara de todas maneras, poco le vino a interesar los comentarios de sus compañeros en la primaria o en la secundaria, solo que fue la orden de Sherrinford y ni que mas hacerle. No quería que los pastelitos de la cocinera rechoncha en la universidad desaparecieran del menú como por arte de magia… ¿ya maldijo a esos estúpidos y sabrosos pastelitos?

El ritmo de la carrera disminuyo, pero no dejo de correr y prefería terminar de una buena vez. Que va, solo le faltaban 19.0036… 19.0067… si pasaba del, o, ya solo faltaban 20 minutos.

Así paso su hora maldita, ejercitarse por los campos traseros de la mansión y después volver a su habitación para enterrarse cinco minutos bajo las burbujas de su bañera. Cuando comparo el hecho de que podía aguantar la respiración bajo el agua durante cinco minutos sin interrupciones, contra el hecho de trotar patéticamente durante diez minutos y estarse desmoronando sin aire, no supo si llorar o llorar dramáticamente mientras comía chocolate. ¿Qué tan patético se podía llegar a ser? No había límites, eso era seguro.

Se termino de bañar en otros cinco y salió protegiendo su desnudez con su bata de los mismos colores neutros de su habitación y fue a parar frente a la puerta de su closet. Aunque le encantaba verse en traje, caminar con alguno de esos tan caros, hermosos, y elegantes prendas en ese instituto donde podían pasarles cualquier cosa por descuido de algún inadaptado. No, eran su dedicación entera en tomarse medidas para que se luciera en lugares con merito, no en una universidad, por mucho que esta fuese Oxford.

 Entonces, unos jeans de algodón, zapato negro, camisa blanca que ciertamente, el rojo de sus rizos ligeramente acomodados hacia atrás y su saco negro. La silueta frente al espejo le agradaba mas desde hace dos años cuando inicio su ejercicio, pero no solo por eso ¡dejaría esos pastelitos. Ha dicho!

 Miro su reloj y ya faltaban diez minutos para las siete, entonces era hora de salir. Tomo de la cocina su almuerzo empaquetado por alguna de la servidumbre y cogió una manzana del frutero para salir con ese paso tan característico suyo. No se despidió de nadie, no aviso para nada, no interesaba de todos modos.

El chofer lo llevaba a donde fuese sin ninguna replica, pero prefería que lo dejase en el pequeño parque de la avenida que dividía de una sola calle su universidad y el edificio psiquiátrico de San Barts. Su expresión siempre fue rígida, sin emoción alguna, pero sabía que en el momento que divisaba aquel lugar simplemente sabio sin la necesidad que le dijeran o mirar su reflejo, que realmente daba miedo. Entonces todo comenzó a ser gris.

Tenía esa peculiaridad de ver el mundo de ese color. Sinceramente no tenia sentirlo el verlo de otro modo, no había forma de afrontarlo diferente. El no debería estar visitando ese lugar y aun así, en contra de sus deseos y sus esfuerzos controlados por el razonamiento, seguía yendo. Aun cuando sabía que no recibiría ni un saludo, gesto o afecto, que regresaría sin un logro más y el resto del día sería lamentable. A lo mejor solo leería los diez minutos que estuviese en la habitación, o seria uno de esos escasos días donde jugarían “Operando, Clued, Pocker, ajedrez, lotería” o alguna tontería que se les ocurriese a su hermanito.

Que no haya sorpresa, no visitaría a ningún amigo (no tenia), familiar (les desagradaba a todos) o conocido (apenas se podía decir que lo conocía). A su persona, a otra víctima más de la falta de color en el mundo y por mucho que lo ignorara el otro, su único sustento para respirar, es su hermano menor. 

Bajar de la limusina, atravesar por el mismo camino que las personas, entrar por la puerta y sin permitir que la luz de las grises paredes le dañase su vista. Simplemente eran un color neutral y sin chiste. Como la vida.

No pudo evitar resoplar y gritar en su mente con dramatismo y sarcasmo: “¡ser o no ser, he ahí la cuestión!”

Patético. Patético. Patético.

— Buenos días — no respondió a la sonrisa de la mujer de gris. No había motivo. Ella se removió incomoda en su lugar, posiblemente soy el primer visitante y está nerviosa. Debería estar más preparada para trabajar — ¿Visita o cita?

Primer día de trabajo y suplente, universitaria seguro realizando su servicio. Marcas de anillos pero en su dedo anular tiene residuos de sudor y un sonrojo de fricción. Comprometida pero no lleva el anillo, avergüenza decirlo. No, muy bien arreglada y su ropa olía a lavandería, mujer independiente que duda de su compromiso y por eso dicho anillo se lo quita para trabajar. Ser rubia y presumida sonrisa le ayuda a ser sociable y aceptada. Una mujer más que termina siendo falsa.

— Sherlock Holmes. — quiso reír cuando la mujer puso esa mueca de desagrado al buscar dicho registro en el sistema. Era tan divertidamente macabro ver esa miserable expresión en los rostros de los humanos que rebasaban lo bajo de ordinario

William Sherlock Scott Holmes Vernet: 18 años, internado a la edad de 10 años. Diez intentos de huir y diez, exitosamente completados. Diagnosticado de sociópatia, psicoanalista, sordomudo por problemas psicotraumaticos, esquizofrenia, déficit de atención, a los diez años. Adicción a las drogas a los doce años. Paciente agresivo-pasivo.

Oh, toda una monedita de oro, ¿no?

 

 

El día se hacía relativamente normal, bueno, normal para cualquiera.

Hey te conozco, y aunque no hables, si tengo suerte quizás me llames…

Esa maldita canción la escuchaba en todos lados, desde que Sally no para de cantarla en el departamento que compartían y luego Molly la cantaba en mitad de un examen esa misma mañana. Ahora, el era víctima de tal tonadita… aunque debía admitir, que apesar del sonido pop de esa nueva era, le traía una sensación de verdad misteriosa, como una epifanía si tenía suerte y su vida comenzaba a iluminarse.

En la cafetería el alumnado paseaba de aquí para allá, aunque ya era medio día y ese era el tráfico pico para todos. La mayoría aprovechaba esa hora para salir a comer o simplemente irse a casa, pero desde las doce hasta la una la universidad quedaba completamente vacía de las aulas y centros educativos para refugiarse en los jardines, cafetería o los enamorados en sus zonas secretas.

Por eso helo ahí, cruzando su tercer y penúltimo año universitario con total brillantez y desenfreno, que después de los finales terminaba hecho un zombi. No por desvelarse hasta la hora de examen por estudiar, posiblemente por la fiesta de victoria ante una feroz batalla celebrada con cerveza, baile, si tenías suerte con alguien agradable en una cama, y más cerveza.

Sus ojeras de mapache eran totalmente justificables con ese simple razonamiento. Sep.

 — Greg, si queremos que nuestra relación funcione, necesitamos hacer esto. — la voz de John lo hizo saltarse de sus fantasías a la realidad, donde nada de lo anterior recientemente dicho era cierto. ¿Fiesta de victoria? Le costó un huevo tener excelencia en todas sus notas. ¿Cerveza y sexo? ¿A quién diablos se les ocurrió decir eso de la universidad?

— No sé si estamos listos para ese gran paso John — respondió el mencionado castaño con entables canas cruzando por sus hebras chocolate. Tenía su emparedado hogareño de crema de maní y galletas oreos a la mitad y su leche de chocolate en la misma bandeja frente a él, pero el rubio frente a él impedía que terminara su primera comida en el día por sus malditos ojos de borrego degollado.

— Greg, ¿quieres que sigamos juntos? — John tomo una de sus manos y las junto, logrando que el canoso rodara los ojos ante las acciones románticas del otro.

— Sí, John, sí quiero. — ¿Qué le costaba decirle que estaba tan cansado, que invernaría con sus emparedaros, lechitas, y una cama reconfortante en pleno otoño? ¡Al diablo su relación!... un minuto, ¡eso sonó demasiado gay!

— Entonces, ¡deja de ser tan cabrón y apóyame! — el rubio le soltó su mano y con la misma le dio un coscorrón bien dado. ¡Sí le dolió! Ambos tenían una musculatura desarrollada a base del ejercicio que los sometió el equipo de Rugby y después el simple hecho de querer correr todas las mañanas y boxear un día que otro.  Por eso, dolió.

— ¡Controla tus hormonas Watson!  — le decía un poco molesto ante el punzante dolor en su cabeza.

John Hamish Watson fue un compañero del equipo de Rugby en la secundaria, y aunque era dos años mayor que él su amistad perduro hasta esas fechas, donde Greg ya iba en el segundo año universitario y John seria un graduado excelente el próximo verano y admitido en su misma facultad. Música. Oh sí, música, en una de las facultades más prestigiadas y a la vez solicitadas en todo el mundo, RAM o como todos los orgullosos ricos bastardos decían, la Royal Academy of  Music. Gracias a John y Mike sus notas han sido excelentes desde el bachiller, pero eso no justificaba el hecho de que le cueste lagrimas, sudor y sangre (literal, solo le faltaba empezar a vender sus órganos) para permanecer en su hogar.

Pero eso es una historia alterada de ese momento, donde un desesperado rubio lo fulminaba por no haberle prestado atención a su parloteo. El moreno con notables canas a pesar de su juventud, le dio a su amiga una sonrisa como el gato de Alicia en el país de las Maravillas, en un intento banal de disculpa, a lo que Watson solo se limito a respirar profundo.

¡No era su culpa que esa cancioncita no abandonara su mente en ese momento! Era músico, ¿Qué quería Watson que hiciera al respecto?

— Es una sencilla cita doble con mellizas, Greg. ¡Mellizas sexys! — John sentía que hablaba con un niño, pero aunque el brillo libido se vio en los ojos oscuros del otro, pareció que un oscuro recordatorio le abofeteo el rostro y negó pasible y sin ganas con la cabeza.

— Pídeselo a Mike. Es adorable. — comento con una risa amargada el sujeto, John intento animarlo un poco, era su amigo después de todo

— Ellas cantan decentemente, es una oportunidad para la banda. ¿Y tú quieres que lleve al más tímido de nosotros para convencerlas? — sin explicar porque, eso les arranco una risita ambos, pero no fue suficiente para levantar los ánimos del amargado. Eso alarmo al rubio menor.

La música y la banda que habían formado juntos desde que se conocieron y resulto que Molly cantaba de las mil maravillas, siempre han sido la vida de su amigo. Greg se ha esforzado tanto por vivir su sueño y John quería hacer lo mismo, que si bien no se veían venir como una gran banda, cada que tocaban una de sus canciones, simplemente no tenia igual. Por eso aun no se habían rendido, al menos él, en encontrar ese algo que les hacía falta para que no solo sonara bien, sino excelente.

Pero cuando posiblemente la respuesta ante todas sus frustraciones sean un par de gemelas que quieren coquetear con dos de los chicos más coquetos de la facultad, este no se deja por… oh, ¡oh! ¿Cómo pudo ser tan idiota?

— Bien Lestrade, ¿qué pasa? — su amigo estaba mal por algo. No es que sea un mártir, pero Greg jamás ha sido de los que pierden sus sonrisas por nimiedades o por algún noviazgo roto, sino por la desgracia que siempre parece perseguirle.

— ¿De qué hablas? — el castaño frunció el ceño y volvió a su sándwich casero, dándole una salvaje mordida que espantaría a cualquiera y después un sorbo a su refresco, como cualquier universitario casualmente comiendo cuyo único estrés persiguiéndolo eran sus calificaciones de ese semestre. Pero eso no era suficiente demostración para que su amigo, quien por cierto lo conocía bien, callera en una característica falsa.

Bien, John intento darle la oportunidad de que se lo dijera, pero aquel era tan orgulloso e independiente que de nada serviría de todas maneras su sano intento de compresión. No, no con la pesadilla que Greg cargaba desde su rota infancia, lo sabía muy bien.

— ¿Charlotte? — menciono el serio John, cuyos brazos estaban cruzados y su cuerpo recostado en la silla, con una pose de total sabiduría

— Carry. — respondió el castaño, aventando lo que resto de su sándwich ya sin apetito. Eso sabía  tan glorioso, pero el solo recuerdo de lo sucedido esa mañana en su casa… no, era más que suficiente para que su gloriosa merienda se fuera al caño. John soltó un largo suspiro cuando su amigo tomo la misma posición que él, dejando en claro que era una charla que en ese momento, no quería tener. Otra cosa que también comprendía, aunque también lo entendía. ¡Qué va, entendía toda la cosa!

— Una madre alcohólica y una madrastra diabólica no deberían estorbar en tu vida. — comento, repitiendo tantas y tantas veces las mismas palabras que, aunque sabían que no arreglaban nada ni cambiaban la situación de terror que sufría el músico, podía sentir el apoyo y compresión de otra persona.

Greg soltó un suspiro y paso sus manos sobre su rostro respirando, intentando saber que el aire seguía a su alrededor y no romper nada o la cara del primer sujeto que le mirara feo. Pero simplemente, ya no había aire a su alrededor. John interpreto el silencio como el desenlace de su reunión para almorzar, también dándose cuenta que el no llegaría a su instituto a una hora de RAM, así que tomo su mochila y simplemente se puso de pie para retirarse.

— Promete que lo pensaras mejor — insistió el rubio con una mirada implorando, sabiendo que el ojinegro solo asintió por compromiso. No quería rendirse, pero su maestro de ciencias era el engendro del diablo, así que decidió dar marcha atrás y simplemente brindarle una sonrisa condescendiente. Siempre, él mismo ha sabido, que sonreírles a personas ordinarias era sencillo, hacerlo con personas que comparten tus pesadillas, seguro era más difícil. — Esta noche, no faltes.

Greg solo le dio la media sonrisa, aunque quería darle una completa para que no se preocupara. En vano, nuevamente.

Y es que la idea de salir con un par de gemelas no sonaba mal. Ir a tomar a un bar para festejar que ha mantenido sus calificaciones con un memorable éxito y encontrar un chico con quien pasar la noche tampoco sonaba descabellado. No, su bisexualidad no era el problema de su amargura ni los escasos billetes que cargaba en sus bolsillos, o que su gusto por el alcohol fuese inexistente en su vida. No, no era algo tan sencillo como aquello que podía enlistar con planificación, al menos que los problemas de tu madre con el alcohol fuesen de mal en peor o que tu madrastra te halla llamado por milésima treceava vez consecutiva pobretón bastardo y malparido y darte lo que cubriría solo una semana de gastos, aunque te perteneciera la mitad del dinero que ella malgastaba.

Oh si, su historia no era interesante y mucho menos alarmante, simplemente un padre director de teatro que se volvió un infeliz infiel dejando a su madre y a él a los seis años, para casarse con una zorra diez años menor que él. Verdad de Dios que el sexo debió ser muy bueno, para que haya soportado a esa maniática de las cosas brillantes dos años antes de fallecer y desaparecer de la vida sin ningún problema. Era rico, eso todo el mundo del entretenimiento lo sabía, pero el único heredero del 50% de sus bienes monetarios y la mansión en las montañas de Escocia, Charlotte se había encargado de mover sus glúteos operados por una de las más importante firmas de abogados financieros, y amenazarlo con alejarlo de su madre y esconderlo en un orfanato de mala muerte. Claro que en su inocencia el comprendió que debía quedarse callado ante tremenda amenaza, aunque no supo qué lugar hubiese sido más aceptable para un niño de su edad, si un orfanato tercermundista o con su deprimente madre que descargaba su frustración y mediocridad con él. Durante años, esas fueron sus peores pesadillas.

Claro que al cumplir 18 y ser legalmente el mayor beneficiario de la herencia, Charlotte le amenazo nuevamente pero con algo que le doliera en su presencia adulta: encerrar a su mamá en la cárcel por abuso infantil. No es que Carry no se lo mereciera, o que fuera mentira, pero era su madre, la única persona que estando lucida unas veces al año era la que lo arropaba en las noches tras leerle un cuento. Si, fue una bruja y la detestaba por caer tan bajo al perder el amor de su esposo, pero no dejo de ser la que lo alimento y vistió con lo poco que lograba darle, o que le decía que la arrullara con una de sus tocadas en la guitarra. Carry Lestrade (jamás se cambio el apellido ni quito el diamante de su mano) no podía ir a la cárcel, teniendo su propio infierno en su vida.

Pero con el problema de esa mañana, después de haber logrado estar sobria para el trabajo de mesera que solo Dios sabría como es que aun no la han despedido del bar, el llegar borracha y con la televisión empeñada por una miserable botella de alcohol adulterado. No es que fuera la primera vez que lo hacía, pero bajo la presión de la universidad todo era relativamente nuevo y exasperante. Lo estaba dejando sin ganas de nada, sin vida.     

Entonces ante la insistencia de estar perdiendo el oxigeno a su alrededor y tener pensamientos bastante desmotivocionales, tomo sus cosas y dejo su calorífica comida fuera de toda opción sobre la mesa, para salir de ese lugar.

Caminando recibió un aire frio, seco mas las hojas borgoñas del piso que caían por el otoño venidero. Detestaba esas imágenes de la gran ciudad. El venia de un pequeño lugar en el campo, la única cosa que su padre no les quito cuando se fue, donde comenzó a interesarse por los sonidos que lo rodeaban, por las cosas que veía y por los miles de sueños que quería. No era un prodigio de la muisca, apenas podía decir que sabía tocar sin errores la guitarra, pero fue lo único que lo mantuvo cuerdo mientras se encerraba en su closet para escapar de su madre,  y lo que le ha seguido sobre la cordura en esos momentos. Entonces no se rendiría tan fácil.

Aunque pensándolo bien, ¿mellizas sexys? Su banda era musical, con géneros variados aunque particularmente le encantaba el rock, no un lugar donde un par de rubias (seguro que eran rubias) se vieran bien frente al escenario. Para el lucimiento femenino ya contaban con Molly, muchas gracias.

Entonces, ¿Qué era lo que faltaba en su banda? ¿Qué era lo que necesitaban? ¿Qué es lo que aun no les hacía sonar espectacular? Debía saberlo y debía saberlo ya, porque las letras de John se agotaban y su frustración incrementaba.

Fue entonces y solo entonces, cuando un sonido que rara vez escuchaba a esas horas o que minuciosamente podía apreciarlo con paciencia, le llamo la atención. No, no solo su atención, sino el corazón, el alma y esa pequeña parte de su vitalidad que se componía de notas musicales. Un sonido triste que a pesar de eso, le hizo recordar la canción que tanto lo perseguía.

Pedí un deseo ayer, no me preguntes cual fue…

No, no se iba a poner a cantar esa ridícula cancioncita juvenil cuyo nombre ni le sonaba de saberlo, no ante ese sonido que le llamaba. Oh, malditos complejos de músico.

Troto y troto, incluso escalo en dos en dos los escalones que dividían el ajetreado jardín de estudiantes del pequeño teatro desolado de la facultad. Era tan pequeño que solo los alumnos de práctica lo utilizaban, así que no le extrañaría que fuese un nonato dejando sus frustraciones. Pero ese nonato, desarrollaba música que le pedía a gritos ser descubierto, no podía ignorarlo y no sabía por qué.

Llegando y teniendo que patear la puerta que estaba atascada desde adentro, entro al conservatorio con apariencia desesperada, pero las notas de un característico y torturado violonchelo le llenaron los oídios, hipnotizándolo por tan horribles sentimientos plasmados en tan hermosos acordes. Paso del pasillo y llego desde arriba de las butacas del público, son una sola luz encendida y esa era la de el centro del escenario, de un amarillo horrible pero que era opacado por la bella iluminación de la música. También de la persona que la estaba creando.

Sin aliento y con los labios entre abiertos, sin contar que dejo de parpadear desde que diviso el extraño punto pelirrojo manejando el instrumento, se acerco bajando las escaleras de los lados y paso al frente, teniendo que dejarse caer en uno de los asientos por el temblor en sus piernas.

Y es que sonido más brillante (por que no estaba seguro en seguir catalogando algo depresivo como hermoso) no había escuchado nunca, mas allá de su niñez donde su madre le cantaba nanas entre las tormentas, cuando aun la vida seguía siendo color de rosa entre los relámpagos que golpeaban las montañas fuera de su casa. Relámpagos que volvieron en su adultez, pero como si fuese una imponente sombrilla gigante, ese sujeto con sus notas musicales detuvo con tan solo mover el arco sobre las cuerdas del instrumento entre sus piernas.

Bien, eso sonó mal. Bastante mal l de hecho, pero el comentario no fue desmentido cuando dejo de prestar atención a lo que escuchaba y paraba su visión frente a su creador que estaba lo suficientemente sumido en explayar sus emociones agresivas sobre las inofensivas cuerditas.  Bien, que bueno que estaba en un lugar con poca iluminación, o su sonrojo seria evidente.

 

Porque en la vida, tú me hacías falta.

 

Oh y cuanta falta le hacía. Aunque ese comentario mental no sabía exactamente si era por su música o por que el chico con toda sinceridad, no era exactamente feo. Decidido, estaba soltando comentarios al azar y debía dejar de hacerlo.

Entonces al parecer el espectáculo de deidades se dio por terminado, y el talentoso músico termino sumido en sus pensamientos mientras intentaba regular su respiración, pasando sin que lo sospechase, su seductora mano por los gruesos y cortos rizos pelirrojos peinándolos hacia atrás. OKEY, eso era suficiente para su pobre control racional.

Y no evito aplaudir, ¿Por qué lo haría? Sera como deshonrar a tan maravillosa obra de arte. Entonces el pelirrojo por fin noto su presencia, quedando pasmado ante su inesperado oyente.

— Eso fue hermoso, pero también tan triste… — confeso al hombre, aunque la sonrisa sobre sus labios debió decir que el comentario no fue ofensivo, fue expresivo por su galante sensación tras haberlo presenciado.

El pelirrojo frunció el ceño y parpadeo varias veces, al parecer un poco desorientado aun, pero cuando Greg tuvo la intención de acercarse a él (¿cuando subió al escenario? Ni siquiera él podía contestar.), este ya tenía el estuche con su interior resguardando un invaluable tesoro y con chaqueta y mochila en mano para salir de ahí.

¿Qué? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¡Eso es totalmente inaceptable, injusto y… y… e inaceptable!

Lo acababa de encontrar, no podía desaparecer de su vida nada más. Oh señor de los cielos, ¡debía de dejar los comentarios comprometedores!

— ¡Oye, espera! — el joven con canas lo siguió corriendo, pero no fue mucho cuando ya estaba a sus espaldas tratando de posicionarse a su lado. — ¡Eso que tocaste, fue asombroso! ¿Tú lo compusiste?

Sin respuesta, el pelirrojo abrió la puerta de salida detrás del teatro dejando que la luz encandilara a Greg fortuitamente. El chico al parecer no tuvo ese problema pues no paro en ningún segundo, aunque el violonchelo parecía restarle velocidad, eso logro que Greg se pusiera frente al pelirrojo con la clara determinación figurada en su cara.

El desconocido que tenía su misma estatura frunció los labios por un microsegundo, pero su cara era tan cuadrada y fría que parecía no tener un alma, peor su palidez no le ayudaba ante quitar el sentimiento de tener a la misma muerte frente a él. Lo único que le estaba dando vida, era el azul zafiro de sus ojos. Oh, que bellos ojos tenia, ¿pero porque tan tristes? ¿Qué opacaba sus gemas azules y a su música?  

— Escucha, tengo cosas que hacer. Así que dime de una vez, ¿qué quieres? — ¡oh, y su voz!

Greg tuvo que darse la tercera bofetada mental mas una patada en los… bueno, golpearse mentalmente para dejar de babear. Además, aquel no parecía tener el momento más amigable para ser sociable. De hecho, tenía una cara que claramente le decía que si no hablaba, sería asesinado de la forma más dolorosa y creativa en menos de un minuto y contando.

— Disculpa. Soy Greg y…  ¿Quieres unirte a una banda? Mi banda de hecho. — bien. Tal vez fue demasiado sutil. Tal vez debió de alargar la conversación, invitarle un café y que procesara la invita…

— No. — el pelirrojo contesto a secas y lo rodeo para seguir caminando. Greg boqueo un par de segundos, pero recordando la asfixiante mirada paranoica de John gritándole “¡tenemos que salvar nuestra banda!” le hizo mover los pies otra vez.

— No somos famosos ni  nada, aunque créeme que lo hemos intentado. — comento el ojinegro siguiendo los pasos de su desconocido tan rápido como podía. Daba gracias a Charlie por alentarlo a él y a sus conocidos en seguir ejercitándose, pues bajar los escalones en ese veloz trote, no se hubiera librado de un buen chichón si no tuviera una excelente sincronización en los pies — Seguro nos habrás escuchado tocar en los festivales y bailes de la universidad.

— Para nada. — Contesto nuevamente el pelirrojo, pero al bajar las escaleras Greg decidido se puso nuevamente frente a él y este solo tenso la mandíbula ante su pérdida de paciencia — ¿Me dejaras ir a mi clase?

— Entonces, ¿estudias aquí? —El chelista le lanzo una mirada hastiada e incrédula, pero Greg no salía de su confusión — ¿Y jamás nos has escuchado tocar?

— Evidentemente no. Si me disculpas y no estorbas. — con el estuche de su instrumento, mas una fuerza que le costó al ojiazul, logro empujar y tirar al pavimento a su “estorbo”.

Greg cerró sus ojos al caer y el dolor en su trasero le hizo mantenerlos así un ratito, para cuando los abrió su desconocido ya no estaba frente a él con su cara de estreñido, sino que estaba en la cera pasando su instrumento al chofer de una limusina negra.

— Wow… — Greg no podía creer todo lo sucedido. Rico, prodigio y atractivo, ¿Qué más podía pedir al cielo? Con ese pensamiento y una decidida intención de perseguirlo hasta convencerlo de probar con su banda, se puso de pie y sacudió su mano como loco, mientras que la otra la poso sobre sus labios y la utilizo como vociferador   — ¡Seguiré insistiendo! ¡No te arrepentirás!

Ante su sonrisa y sus chispeantes ojos como niño pequeño, observo como el chelista desfiguraba su rostro serio y frio, mirándolo con una ceja levantada e incrédula. ¿No le creía? Claramente no conocía a Greg Lestrade. Así subió a su limusina y Greg tuvo que sobarse el trasero, pero lo hizo con una sonrisa aunque no sabía por qué. Haber encontrado lo que le faltaba a su proyecto de vida, o a su vida misma, “oh, ser o no ser, he ahí la cuestión.” Tenía que admitir que se rio ante su broma y pobre imitación de Shakespeare.

Sí es de día o es por la tarde, si tengo suerte, quizás me llames.

 

Dentro de la limosina, Mycroft iba farfullando ante la mirada extrañada de su chofer de toda la vida, pero no le estaba ni mirando u ofendiendo de que su lacayo le estuviese dando esas expresadas libertades.

¿Quién era ese ser brillante? ¿Por qué no dejo de tener color a pesar de ser tan molesto? ¿Por qué era al único ser al que no le veía colores negros o blancos? ¡ni siquiera grises! Él, un inocente que tras tener una desagradable disputa con Sherrinford por la misma cantaleta de no estar dando suficiente y preocuparse más por Sherlock que por su futuro, solo queriendo tocar su sagrada herramienta de libertad, llega un fenómeno brillante a opacar su visión.

Pero es que no solo fue el color o ola luz que le dio de repente, que incluso, dio color por unos momentos a la gente del exterior, sino por el calorcito que corrió en su pecho y que no desidia irse. Tal vez el sonrojo nunca lo conociera su rostro, pero estaba seguro que con recordar irónicamente, esas pupilas oscuras, sabía que padecería fiebre o algo por el estilo al sentir el ardor en su rostro.

Oh, maldito ser inferior que llego a desequilibrarlo. ¡Incluso tuvo que someter la fuerza bruta! ¡El, Mycroft Holmes, usando fuerza bruta!... y ahora, hacia énfasis en cosas sin sentido. Oh, pero que maldito ser humanoide tuvo que encontrarse.

Pero  tal vez y solo tal vez, Mycroft no tendría esa pesadilla esa noche. 

Notas finales:

1)*Royal Academy of Music: una facultad dependiente de la universidad de Londres, supuestamente como institución publica. Aunque eso no evita sus pagos de 50 mil libras anuales xD

Gracias a los que estan leyendo y visitando esta historia. Sinceramente les agradezco que la tomaran en cuenta y espero no decepcionarlo, porque en realidad es una dinamica bastante... ham, bueno en realidad no tiene definicion como tal. Dejemosle en complicada.

*da vueltas en circulos* nos vemos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).