Su azulina mirada se ensanchó, tanto que sus pupilas se resecaron. Sus labios se encontraban entreabiertos, mientras que un ligero aliento se salió lentamente de esos carnosos labios carmín.
¿Hablaba realmente en serio el prestamista?
No lo podía creer. Bajó lentamente la mirada a las blancas sabanas que yacían puestas en sus delgadas piernas. Sus puños se cerraron mientras que de sus tersos dedos la estrujaban.
—Pero...— Intentó pronunciar, pero no encontraba las palabras adecuadas de las cuales decir.
—¡Ayase, mírame!— Rogó el prestamista, tocado con sus gruesos dedos la delicada y tersa mejilla del rubio. Lo abrazó más, juntando sus cuerpos por completo, dejando que cayera a un lado la sábana de seda
— No hay opción, Ayase. Esas personas tienen mucha influencia entre los grupos Yakuzas, su objetivo eres tú. No puedo dejar que te pase algo...
—Pero debe haber otras opciones Kanou-san...
—¡No las hay!— Lo interrumpió con un grito. El menor sorprendido, bajó la mirada, y de sus azules ojos se comenzaron a mostrar unas cristalinas lágrimas.
El mayor arrepentido, tomó de sus dedos el rostro del menor, observando el sufrimiento que cargaba el rubio, ese dolor que se notaba en su mirar. El prestamista, tampoco quería que pasara esto, no lo quería, pero no podía hacer nada al respecto.
—Ayase, perdona. Pero es necesario que por un tiempo salgamos del país. Entiéndeme. No quiero que te pase nada malo.
El prestamista con sus gruesos dedos limpió cualquier rastro de lágrimas. Acercó su rostro al del menor, rozando sus labios con los carmesí del rubio.
Faltaba sólo unos milímetros para que se fundieran en ese tierno beso. Los dos lo necesitaban, lo anhelaban tanto que, sin pensarlo dos veces cerraron los ojos y sus labios se unieron.
Sus labios se movían en un acompasado movimiento, suave, tierno e innegable para ambos.
Al poco tiempo, su necesidad de respirar los hizo separarse.
—Kanou-san, ¿Qué haremos respecto al embarazo? Hoy me tenían que hacerme un eco. Para poder ver el bebé... —La voz se fue mitigando conforme decía cada palabra. Su mirada divagó en un punto inexistente.
—No te preocupes, allá hay un médico de confianza — Dijo el mayor, observando cómo el menor estaba preocupado.
El prestamista se sentía culpable, si sólo hubiese amenazado a ésos médicos, no hubiesen abierto la boca. Ayase no estuviese tan desesperado.
Pero no podía hacer nada, ninguno de los dos. Porque el hubiera no existe. Aunque más los deseara.
***
—Konou-san... ¿Cuánto tardaremos en llegar? — Preguntó el menor inquieto, observando por la pequeña ventana del avión.
Agradecía el rubio que el avión en el que habían abordado ambos, estuviese completamente vacío, puesto que el prestamista había reservado uno particular.
Ayase miró por la pequeña ventana, donde claramente se veía que volaban por encima del gran mar. El rubio tragó saliva, nervioso. Cerró los ojos y suspiró para tranquilizarse, ya que había dejado su hogar, en el lugar que había vivido toda su vida. pero ahora eso ya no importaba, ya no era de ningún valor, porque ahora su hogar es con el prestamista y esa pequeña criatura que crecía dentro de él.
No importaba donde fuera, si estaba el prestamista se sentía completamente seguro.
El menor al sentir una gran mano rozar su mejilla, abrió sus grandes y hermosos ojos azules, mirando a quién le brindaba esa tierna y reconfortante caricia. Le sonrió al mayor, con una gran expresión de alegría en su rostro, pues si el mayor estaba a su lado, no le importaba nada más. Ésa sería su felicidad.
—Cuando lleguemos, tendremos que descansar. El cambio de horario se te hará un poco difícil hasta que te acoples a el — Dijo el prestamista mientras seguía acariciando delicadamente la blanca y tersa piel de su mejilla.
—De acuerdo, Kanou-san...