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¿Seguimos fingiendo, verdad? por PinketDiana

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Notas del capitulo:

Culpen a Amor-Yaoi de que no haya podido subir capítulo en tanto tiempo, pues me va mal desde hace casi dos meses y no sé porqué. Simplemente me va a cargar la página y de pronto la pantalla se vuelve malditamente blanca. ¿A alguien más le pasa eso? 

 

Por si a alguien le interesa, puede agregarme a "Fanfiction", que ahí sí actualizob bastante antes, o a Wattpad. 

(Fanfiction: YumiSebby)

(Wattpad: YumiSebby)

Capítulo 10: Consciente.

Ciel no sabe en qué momento todo eso se ha descontrolado tanto. Empezaron haciendo algo sencillo, pues Ciel no sabía cocinar nada, obviamente. La petición de Sebastian fue sencilla y rápida: hacer una masa con harina, agua y sal. Pero, es entonces cuando Ciel va a coger un puñado de harina, ahuecándola entre sus manos para llevarla a la mesa de madera oscura, que tenía la tabla de amasar encima de ésta, donde ya tenía un pequeño cuenco con agua y un recipiente de sal, cuando un píe se interpone con el otro y cae. Ciel hubiese caído al suelo de bruces, dando con su nariz en el delicado suelo si no fuera por Sebastian, que en un rápido movimiento dejó el extraño instrumento –según Ciel- que tenía entre las manos, y lo arrojó a sus brazos para evitarle tal golpe. Y entonces todo pasó demasiado rápido. El menor empezó a reir, una sonrisa totalmente verdadera y divertida, de esas que solo había mostrado a Sebastian en ocasiones contadas. Y Sebastian siguió aquella sonrisa, sintiéndose completo por unos segundos, como si no fuese más un demonio, como si realmente pudiese sentir algo más allá que odio y desesperación.

—Te he manchado.— Consigue decir Ciel entre suaves carcajadas, respirando con dificultad.

El mayordomo mira a su traje, de color oscuro con detalles blancos y granates, y efectivamente, Ciel lo ha manchado justo en la parte inferior del hombro, dejando la huella de su mano –manchada de harina- en su chaqueta negra.

—Oh… no te preocupes.— Mentalmente se vuelve a golpear, pues lo ha vuelto a tutear, y al final sabe que eso se volverá una costumbre. No quiere que esa situación se vuelva familiar, ya que después a la vida real, a donde solo son amo y sirviente, será como dejar caer un cubo de agua helada encima de sus cabezas.— No significa nada comparado con…— En otro rápido movimiento, suelta al pequeño, quien aturdido intenta no caerse y corre hasta la pequeña bolsa de harina.

—Ni se te ocurra, Sebastian.—Dice, pero está sonriendo. Y claramente no es una orden. Así que Sebastian avanza varios pasos, con una especie de sonrisa estirando de sus comisuras. Ciel piensa que eso lo hace ver… joven, vivo, e incluso mucho más atractivo. Muerde el interior de su mejilla ante tales pensamientos y vuelve a respirar con dificultad.

—Oh, vamos, cariño, solo es harina. — Las palabras salen con tanta dulzura y cariño de entre los labios del mayor que Ciel jura que algo ha recorrido su espina dorsal, de arriba abajo y se siente… hormigueante y mágico.

Sonríe de nuevo.

—¿Entonces, no te molesta que haga esto, verdad?—Y el menor se lanza contra el demonio, sus ojos brillando y una sonrisa creciendo más y más en sus labios, sintiendo que ese día era… real. Era divertido. Era lo que por mucho tiempo estaba esperando para tener una mínima esperanza.

Empieza a pasar sus manos a lo largo de la chaqueta de Sebastian, ambos soltando carcajadas y palabras de molestia sin sentirlas realmente. No saben quién cogió la bolsa de harina, pero cuando se quisieron dar cuenta, ambos estaban bañados en esa sustancia blanca y parecían niños pequeños que acababan de revolcarse en tierra.

Y se quedaron así, mirándose, como si el tiempo fuera lo que menos importara, como si el reloj encima de sus cabezas no siguiera avanzando. Detenido, así es como ambos se sentían.

—Sebastian…— Su tono, suplicante y lleno de energía, impulsó a Sebastian a acercarse más al menor, pues era un suave susurro, y su corazón –aquel que siempre habría creído marchito y negro- estaba suplicando que cortara aquella maldita distancia de tres pasos que separaba sus cuerpos.

—¿Sí, boochan?

—Bésame.— Una súplica que desencadenaba una infinita senda de caminos y sentimientos.

—¿Es una orden?

—No, es una petición.—Ni siquiera sabían porqué seguían hablando. Estaban justos, literal y metafóricamente, sus caras a centímetros, incluso sus narices se rozaban con dulzura, sus corazones latiendo a la par… y todo podía salir tan, pero tan mal. Y a pesar de eso, ni siquiera les importaban. Solo necesitaban ese contacto como si se tratase de aire para respirar y subsistir.

—Como desees, Ciel.

Notas finales:

¡Espero que les haya gustado!


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