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¿Seguimos fingiendo, verdad? por PinketDiana

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Tutear.

 

Ciel se está preguntando: qué es más fastidioso, si es el estar en esa situación en general o que Sebastian este allí, viviendo aquella pesadilla junto a él. Cierra los ojos y suspira, tentado a frotarse la nariz de forma continua, aquella señal que había acordado con el mayor cuando ya no resistiese más.

 

Mira hacía su derecha, y el señor Everdeen está susurrando hacia su esposa, una mujer de cabello rojizo y un gran y bonito vestido azul turquesa. Ciel mira hacia sus zapatos y, intentando que nadie se de cuenta, se quita primero un zapato, reprimiendo un suspiro de placer que sale de sus labios, y posteriormente el otro. Jadea. Dios, acaba de recuperar varios años de vida, eso es seguro.

 

-¿Me está tentando?- Salta de su asiento cuando Sebastian aparece de la nada a su lado, tendiéndole una mano.

 

-Cállate.- Espeta, en tono tajante.- ¿Nos podemos ir ya? Quiero quitarme estos atuendos tan molestos.

 

El mayordomo asiente, pero contrario a lo normal, se pone de espaldas a Ciel y se agacha.

 

-¿Se puede saber qué haces?- Ríe de forma tonta, fingida, por supuesto, ya que los señores Everdeen lo están mirando de forma extraña.

 

-Cariño, si te duelen los píes...- El tono del mayor baja, tanto que solo puede escucharlo Ciel. ¿Por qué le habla en aquel tono tan dulce, entonces, si solo está hablando para él? No quiere una resputa.- puedo llevarte, para que no tengas que andar. He visto que tienes los píes hinchados y con heridas...

 

Agradece que no lo haya cogido como princesa, porque realmente le molesta eso, así que, pasando los píes por la parte alta de la cintura de Sebastian y las manos por detrás de su cuello, se deja cargar por Sebastian, quien, sin decir palabra, camina hacia la salida.

 

-¡Adios, señores Everdeen!- Se despide el menor, con una voz de señorita que no sabe de dónde sale.

 

El silencio les hace compañía, abrazándolos. No es incómodo, pero sí molesto y es que no saben qué está bien decir y que no. Al menos después de la situación que se dio antes de salir de la cabaña.

 

-Has elegido tu apellido.- Reclama Ciel.

 

-¿Perdona?

 

-Que tú no has elegido mi apellido, no somos Phantomhive.

 

-Tú siempre serás un Phantomhive, Ciel.- No dice nada sobre que lo esté tuteando porque no le molesta, su corazón late rápido siempre que escucha su nombre saliendo de los labios de Sebastian. Siente sus mejillas ardes y momentáneamente recuerda a sus padres. La calidez se marcha lejos, dejándolo frío y desconsolado.

 

-¿Puedo preguntar, al menos, porqué no has escogido mi... apellido?- Pregunta, bajándose de la espalda de Sebastian cuando llegan a la puerta de su cabaña. Cuando abre la puerta la oscuridad los ciega, andando a tientas hasta el candelabro que hay sobre la mesa principal.

 

-El apellido Phantomhive, obviamente, es muy conocido, ¿verdad? Pues no tendría sentido usar tu apellido, porque los Phantomhive nunca tuvieron una hija y no quiero que en esta historia que hemos creado haya cosas sin fundamentos, ¿me entiendes?- Ciel asiente, sentándose en la silla, ahora ya sin ese molesto vestido y mandando los zapatos todo lo lejos que pueda.

 

El reloj suena, dando las 9.

 

-Debería cenar.- Y dicho esto, el mayor se dirige a la cocina, para hacer de cenar, pero impulsado por sus instintos, Ciel se levanta, aunque todavía le duelen muchísimo los píes, siguiendo a su mayordomo y se pone a su lado, sonrojado y sintiéndose diminuto.

 

-Deberíamos cenar...- Mira hacia el suelo, deseando que se lo trague de alguna manera.- Estamos casados, deberíamos actuar como tal...- Siente los brazos de Sebastian a su alrededor y por unos minutos ignora lo que su mente grita, lo que la sociedad podría pensar y sigue a su corazón.

 

-¿Y cómo actúa un matrimonio?- Y por primera vez en años, Sebastian ve la verdadera personalidad de niño en Ciel.

 

-¡¡Vamos a cocinar juntos!!- Y se ríen a carcajadas aunque no hay motivo.

 

De verdad parecemos un extraño matrimonio...”


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