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Syrens por Rigel MCM

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Notas del capitulo:

N/A. ¡Es miércoles y aquí está el capítulo 3! Realmente no puedo creer que esté siendo puntual – cosa que es muy rara en mí. Espero disfruten esta actualización.

 

N/A2. Muchas gracias por sus comentarios, sé que hay dudas por ahí, pero les pido paciencia todo tendrá sentido… al final :) nah, pero muchas resoluciones tendrán lugar conforme el fic siga su curso.

 

Me disculpo por los errores ortográficos y/o de redacción…

Capítulo 3

 

Quinn abrió los ojos cuando sintió unos labios recorrer su cuello y lo primero que vio fue una cabellera negra; sus manos se aferraron a lo primero que encontraron, un par de hombros, desnudos y suaves. Su respiración se aceleró cuando detectó ese delicado y familiar perfume, cuando sintió la palma de su mano en su pecho, justo encima de su corazón. Quinn estaba segura que la morena podía sentir su fuerte palpitar.

“San…” susurró la rubia, ocasionando que la chica levantara el rostro, en el cual se divisaba una sonrisa juguetona, mientras que sus dilatadas pupilas reflejaban su obvia excitación.

Quinn podía sentir ese mismo deseo recorrer cada rincón de su cuerpo, concentrándose en su vientre, esperando el momento para fluir libremente, para estallar.

Las manos de la rubia se permitieron acariciar cada centímetro de piel en la espalda de Santana para finalmente envolver su esbelta cintura entre sus brazos, invitándola a eliminar el espacio que aún existía entre ellas, exhalando un suspiro cuando su propio cuerpo sintió la calidez de la mujer sobre ella, encajando perfectamente.

Por su parte, las yemas de los dedos de Santana acariciaron el rostro de Quinn con lentitud, como si intentara memorizarlo con su suave tacto; lo tocaron con languidez, acariciando cejas, nariz y el contorno de sus labios. Su mirada café se enfocó en su boca, mientras Quinn esperaba expectante, con hambre. Sin ser consciente, se humedeció los labios, movimiento que por fin logró que Santana se abalanzara a su boca.

El beso fue agresivo, pasional, necesario… Quinn sentía que podía pasar una eternidad así, acurrucada con Santana, saboreando su boca.

Con sus manos, indujo a la morena a comenzar a moverse rítmicamente, con la firme intención de aliviar esa presión en la parte más íntima de su cuerpo, una sensación que comenzaba a ser insoportable; necesitaba que Santana calmara esa estrepitosa necesidad que ella misma provocaba con su cuerpo, con sus caricias, con sus besos…

La falta de oxígeno la obligó a terminar con el caluroso beso, su respiración era jadeante, errática. Tragó saliva con dificultad cuando sintió que el ritmo de la morena aumentaba pero no lo suficiente como para liberar esa exasperante pero deliciosa presión.

“San…” musitó otra vez Quinn antes de dejar escapar un gemido de placer. Sus dedos, húmedos por el sudor mutuo, estrujaron la delicada piel de la cadera de su amante, logrando sentir la contracción de sus músculos, sin importarle – en ese preciso momento – que más tarde esa zona sufriera algún tipo de daño, no cuando su éxtasis estaba casi a punto de estallar.

“Déjalo venir,” susurró Santana antes de besar su barbilla. La rubia entreabrió los labios, inhalando y exhalando con dificultad, percibiendo una vez más el perfume de aquella mujer encima de ella, pero esta vez era mucho más intenso y por alguna razón sentía que ese aroma incrementaba su propia excitación y, con ella, su necesidad de experimentar el mejor orgasmo de su vida, sólo bastaba un poco más, quizás un beso, quizás un movimiento de cadera en el punto exacto… “déjame sentirte, Lucy…”

~~~QS~~~

Quinn despertó súbitamente con la respiración agitada y un tanto incómoda debido al sudor que se había acumulado en su espalda en el transcurso de la noche, provocando que la playera de algodón azul con la que solía dormir se adhiriera a su piel. Frunció el ceño ante el disgusto de la sensación, por lo que se sentó lentamente sobre la cama; se sintió un tanto desorientada, sobre todo por la impresionante vista del océano que se extendía frente a ella, reflejando la luz del sol matutino que también entraba agresiva en su habitación de blancos muros.

Claramente, había olvidado cerrar las cortinas la noche anterior.

Miró a su alrededor con una extraña confusión, como si aquel espacio fuera nuevo, como si fuera la primera vez que despertaba en aquella cama rodeada de un inmaculado y sobrio diseño. Era como si su mente hubiera sufrido una regresión, esperando despertar en una habitación diferente, con muros más oscuros, y decorada con pesados muebles de ébano, en una cama de cuatro postes con pesadas cortinas aterciopeladas color ocre.

Quinn miró a su izquierda, con dirección a la puerta, preguntándose por un instante si su dama de compañía estaba por entrar, cuestionando si había sido de su agrado la nueva decoración. No obstante, conforme los segundos transcurrían, la rubia se fue haciendo consciente de la realidad, del lugar y el tiempo en el que ahora vivía. Sus ojos avellanados notaron que su computadora portátil estaba abierta, hibernando, y recordó que se había quedado dormida mientras investigaba algo. Su dedo índice se movió delicadamente sobre el touchpad y, un segundo más tarde, la pantalla se iluminó, mostrando el último sitio web que había consultado…

Ambrosía… leyó Quinn, mientras recordaba que la noche anterior – luego de haber escuchado la palabra – buscó toda la información sobre aquella bebida de una manera casi obsesiva, sólo para darse cuenta de que la Internet no podría ser de utilidad, después de todo, era inverosímil pensar que una bebida tan extraordinaria y mítica podría encontrarse de forma tan sencilla.

¿Acaso era inocente pensar que la existencia de la ambrosía podía ser real? La mujer lo dudaba, su inmortalidad debía tener una explicación y esa bebida podría ser lo que por años estuvo buscando. Tal vez debía regresar a esa isla que fue su hogar por algunos meses, después de todo, Chipre fue el lugar en donde su juventud se eternizó.

“Pero Santana, no quiero perderla…” susurró Quinn para sí misma antes de que el recuerdo de su sueño invadiera su memoria. La chica se mordió el labio cuando la imagen de su cuerpo bronceado, de sus ojos oscuros, de sus sensuales labios, se apoderó de su mente; el sueño había sido tan vívido, tan real, como si Santana hubiera estado realmente con ella. Era como si el sueño hubiera sido más como un recuerdo, lejano, enterrado en lo más recóndito de su cerebro.

Quinn se levantó, caminó hacia la gigantesca ventana y la deslizó para poder acceder al balcón. El clima era húmedo pero, al mismo tiempo fresco; cerró los ojos e inhaló profundamente, mientras su mente intentaba despejarse. Sin embargo, ese resultaba un quehacer imposible, ya que no podía dejar de pensar en Santana.

Esa mujer la estaba invadiendo, o mejor dicho, estaba conquistando cada parte de su ser; se estaba apoderando – no sólo de sus pensamientos – sino también de sus sueños. Santana era una persona enigmática, misteriosa, quien parecía tener el talento de encantar a cualquier persona a su alrededor con tan sólo una mirada, con una sonrisa, con su mera voz.

¿Quién era esa chica?

‘Lucy…’

La voz de la morena pronunciando su antiguo nombre resonaba en sus oídos, como un susurró que le rogaba por algo… Quinn rápidamente se deshizo de ese pensamiento, no había forma de que Santana supiera su primer nombre, pero no podía evitar sentir una curiosa añoranza.

 

~~~QS~~~

 

‘El Comedero de Ken’ era un restaurante a un par de kilómetros del Hilton, que había adquirido cierta fama por su comida hawaiana tradicional y también porque el pequeño establecimiento se había vuelto popular entre jóvenes turistas con bajo presupuesto debido, no sólo a la excelente comida y baratos precios, sino porque era un espacio en donde podían convivir con surfistas locales. Cuando Quinn conoció a Talia, este había sido el primer lugar al que la había invitado, arguyendo que si de verdad quería experimentar la cultura hawaiana, ‘El Comedero de Ken’ era un lugar obligatorio que se debía visitar, además de que era el restaurante favorito de la morena precisamente por la ausencia de los turistas adinerados con los que debía lidiar todos los días.

El cocinero y también dueño, Ken Tanaka, era un hombre con aspecto malhumorado, quien tenía el ceño fruncido la mayor parte del tiempo. Los rumores que circulaban entorno al hombre murmuraban que eso se debía a que, algunos años atrás, el hombre había sufrido de un corazón roto cuando su prometida lo dejó en el altar por otro hombre. Desde entonces, Ken se negaba a sonreír, sin embargo, aquel sábado, las cosas parecían diferentes, ya que el cocinero, en compañía de una extraña castaña y Talia, reía sin tapujos.

Quinn se sintió incómoda, ya que estaba ahí con la firme intención de hablar con su aún novia y ponerle fin a su relación bajo los mejores términos. Pero verla ahí, tan contenta y sin la menor idea del porqué la rubia la había citado, provocaba en Quinn una cierta sensación de culpabilidad, lo cual resultaba raro, debido a que esa no era la primera vez que la chica de ojos avellanados le rompía el corazón a alguien.

La rubia respiró hondo antes de dirigirse a la mesa que su novia ocupaba.

“Fue un placer conversar con ustedes, señoritas, pero me temo que debo volver al trabajo,” escuchó Quinn decir al hombre, mientras éste se levantaba. “Señorita Fabray, bienvenida,” dijo Ken cuando se percató de la presencia de la recién llegada, “¿ya almorzó?”

“Ya, gracias,” dijo Quinn un tanto perturbada por la sonrisa del hombre, “pero me encantaría un expresso.”

“En seguida,” dijo el hombre antes de dirigirse hacia su cocina.

“¡Amor!” Exclamó la morena antes de abrazar con fuerza a Quinn. “Te extrañé,” susurró Talia antes de inclinarse para besar a su novia, pero para su sorpresa, la rubia volteó el rostro, esquivando un beso que terminó en su mejilla.

“Yo…uhm… también.” Quinn sabía que esa insignificante reacción había lastimado a Talia, quien lo supo disfrazar bastante bien. Sin embargo, a pesar de que había sido un movimiento discreto, no fue inadvertido por el par de ojos castaños de aquella desconocida.

Talia se aclaró la garganta y volvió a sonreír de manera amigable cuando notó que Quinn y la otra chica se miraban fijamente. “Quinn, te presento a Sugar. Sugar, ella es mi novia, Quinn.”

“Mucho gusto,” dijo la rubia luego de sentarse junto a la morena.

Aquella desconocida de cabello y ojos castaños, y piel ligeramente bronceada, poseía un rostro ciertamente atractivo, pero con un aire infantil y despistado. La chica, Sugar, había inclinado su rostro ligeramente hacia la derecha, mientras sus ojos miraban atentamente a la rubia, provocando en ésta y en Talia una sensación de incomodidad, pero, a pesar de eso, Quinn encontró en ese comportamiento algo familiar.

“¿Sugar?” Inquirió Talia, al mismo tiempo que tomaba la mano de su novia de forma posesiva.

La castaña agitó la cabeza, “lo siento, lo siento,” dijo la chica con una sonrisa tímida en el rostro, “es sólo que por un momento pensé que ya te había visto.” Sugar extendió su mano con cortesía, “es un gusto conocerte, Quinn.”

La rubia estrechó la mano de la chica, aunque con un poco de renuencia y curiosidad, ya que Quinn había tenido la misma sensación – algo que comenzaba a ser repetitivo aquellos últimos días; la voz de Sugar, aunque aguda, era intrigante, difícil de olvidar. “Yo… tuve la misma impresión, de que nos hemos visto antes. ¿Quizás en Beiste’s?”

“No tengo la menor idea de qué es eso,” dijo Sugar automáticamente, con una expresión vacía en el rostro.

“Oh… tal vez te estoy confundiendo.”

“Sugar llegó a la ciudad hace un par de días,” dijo Talia tratando de llamar la atención de Quinn, “sus hermanas y ella van a abrir un club pronto, eh…” sus ojos oscuros se dirigieron a la castaña, “¿cómo dices que se llama?”

“Syrens,” susurró Quinn con seguridad.

La castaña sonrió al escuchar el nombre del club. “Así es. Hemos estado promocionando el lugar desde que llegamos, les va a encantar. La música, el ambiente y mmm…” Sugar cerró los ojos y en su rostro se notaba un deleite, “las bebidas son algo que nunca han probado en su vida.”

“¿Una probada de ambrosía?” Inquirió Quinn con seriedad.

Al escuchar eso, la sonrisa de la castaña se transformó en una mueca. “La ambrosía es prohibida,” dijo Sugar antes de forzar una risa, “y es un mito antiguo.”

“Sí, eso mismo me dijeron, pero también me contaron que Syrens ofrece algo que se le acerca,” añadió Quinn, tratando de sonar casual.

Sin embargo, la rubia había sembrado una curiosidad de Sugar. “¿Quién fue?”

“¿Disculpa?”

Justo en ese momento uno de los meseros del restaurante colocó el expresso que previamente Quinn había ordenado, estableciendo un paréntesis en la conversación.

“Me refiero a, ¿quién te dijo que nuestro club ofrece algo que se parece a la ambrosía?” Cuestionó Sugar con demasiado interés.

Quinn le dio un sorbo a su bebida, degustando el delicioso sabor amargo. “¿Tiene importancia?”

Sin embargo, antes de que la conversación prosiguiera, el móvil de Talia timbró; su ceño se frunció cuando vio el nombre del contacto por lo que se disculpó antes de ponerse de pie y atender la llamada. Dos pares de ojos la siguieron, como si se estuvieran asegurando de que la morena se hubiera alejado lo suficiente para no escuchar su conversación.

“Cuando termines con ella asegúrate de hacerlo en un lugar no tan público, así te evitarás una incómoda escena,” dijo de pronto Sugar.

Quinn alzó una ceja, sorprendida por la falta de tacto de la otra chica. “Con que te gusta entrometerte en los asuntos de los demás, ¿eh?”

La castaña se encogió en hombros. “Si no deseas que alguien se entrometa, no deberías ser tan descortés con la que todavía es tu novia, quien, claramente, piensa que tiene algo seguro contigo.” Dijo Sugar con una voz dulce, casi inocente. “Además, si hablamos de intromisiones, tú te estás metiendo con una de mis hermanas.”

“Yo no…”

“Claro que sí,” interrumpió Sugar sutilmente, “la información que posees sobre nuestro negocio no es algo que se le menciona a cualquier persona. La discreción es algo que mis hermanas y yo atesoramos, pero por alguna razón tú – en tan sólo un par de días – has logrado ganarte la confianza de alguna de nosotras y me gustaría saber de quién.”

La voz de Sugar carecía de hostilidad pero tampoco expresaba algún tipo de amabilidad; era un tono neutral pero había algo más, algo que la estaba invitando a responder con honestidad. Era como si esa aguda y dulce voz la estuviera obligando a abrir cada parte de su mente, nublando su parte racional que le indicaba evadir cada cuestionamiento.

“Santana…” musitó la rubia con una débil renuencia.

Sugar abrió los ojos con sorpresa, como si hubiera esperado escuchar cualquier nombre excepto ese.

“Lamento la tardanza.” Talia reapareció algo agitada y un tanto molesta. Sus ojos oscuros miraron a su novia con decepción, “una de las chicas de recepción llamó, surgió un problema con un huésped, así que debo irme.”

Quinn salió de su extraño trance, recobrando consciencia. Sin embargo, recordó que debía hablar con Talia con urgencia. “Pero… necesito charlar contigo. Es importante,” murmuró la rubia.

Talia colocó su bolso sobre su hombro derecho, “lo sé, pero hoy no va a poder ser posible; pero quizás mañana podremos hablar durante el almuerzo, ¿te parece bien?”

La rubia no parecía muy convencida, no quería alargar las cosas pero no tenía opción. Debía esperar un poco más. “Okay, mañana paso por ti.”

“Perfecto,” la morena tomó a la rubia desprevenidamente, logrando besar sus labios por un par de segundos. “Entonces nos vemos mañana,” sus ojos cafés miraron a Sugar, “fue un gusto conversar contigo.”

La castaña sonrió cortésmente. “El gusto fue todo mío, Talia. Por cierto, no olvides la inauguración este viernes.”

“Por supuesto que no y ten por seguro que promocionaré el club con nuestros huéspedes.” Talia miró la hora en su teléfono, “es mejor que me apresure. ¡Nos vemos!”

“Hacen una linda pareja, es una lástima que no tiene futuro,” comentó Sugar a nadie en particular, pero sin duda era un comentario que irritó a Quinn, quien no pensó dos veces en permanecer ahí, después de todo, la razón por la que había visitado el restaurante, ya se había ido.

La rubia extrajo de su bolso un billete de cinco dólares que dejó sobre la mesa.

“Espera, ¿ya te vas?” Inquirió Sugar con cierta preocupación.

Quinn se puso de pie para luego mirar a la chica con cierto desdén. “No te ofendas, pero no me gusta la gente que me juzga y cuestiona mis decisiones,” dijo la rubia antes de salir del restaurante.

No obstante, antes de que pudiera llegar a su auto, Sugar la tomó del brazo, acto que sorprendió a Quinn, quien no podía creer el arrojo de esa mujer. Sus ojos avellanados miraron la mano bronceada en la castaña, los cuales, de inmediato, enfrentaron a los castaños de Sugar de forma amenazante.

Sugar no parecía intimidada ni preocupada por su falta de percepción sobre el espacio personal.

“Aléjate de ella, ¿quieres?”

Quinn entrecerró los ojos. “No te conozco, así que no me digas qué hacer.”

“Tienes razón, no me conoces, pero  tampoco conoces a Tana.” Sugar suspiró para luego dar un paso hacia atrás. “Si sabes qué es lo que te conviene, me harás caso.”

“Es raro,” la rubia cruzó sus brazos sobre su pecho, “¿estás segura que San es hermana tuya? Porque pareces un tanto celosa.”

Sugar sonrió con condescendencia. “Los celos son algo que mi mente no comprende, pero te voy a confiar un secreto, Quinn,” la castaña se humedeció los labios, como si estuviera saboreando sus siguiente palabras. “Tana hechiza sin querer, pero el amor – así como yo con los celos – no es algo que su mente entienda porque simplemente no está en su naturaleza.” Sugar guiñó un ojo de forma juguetona, “confía en mí, la conozco desde siempre.”

 

~~~QS~~~

 

Quinn enterró la punta de su tabla de surfear en la arena, para luego sentarse en la arena y observar el horizonte que comenzaba a teñirse de un hermoso arrebol. Había vuelto a la playa en donde conoció a Santana luego de la intensa conversación que sostuvo con esa tal Sugar, una conversación que había intentado sacar de su mente pero que resultaba un quehacer imposible.

Una parte de sí misma no quería creerle a esa chica, quería creer que sólo estaba intentando proteger a su hermana de algún posible dolor o decepción, lo cual era, de cierta forma, un gesto lindo, fraternal. Quinn siempre esperó que Frannie se mostrara así, protectora, pero aquellos eran otros tiempos, en los cuales las parejas se unían por interés con el único fin de engordar fortunas, por lo tanto, el amor no tenía lugar.

Amor… pensó por un instante Quinn, pero así como se presentó, desapareció, siendo sustituido por el recuerdo de cierta morena.

Santana mostraba un obvio interés por ella y el beso de la noche anterior, aunque fue en la mejilla, parecía menguar la tensión sexual entre ellas.

‘Pero la tensión sexual no es amor’, pensó Quinn con amargura.

No obstante, no podía ser posible que, luego de dos días, la rubia estuviera pensando en algo tan intenso y delicado como lo era ese sentimiento en específico.

No, definitivamente, no estaba enamorada de Santana. Le gustaba, sí, después de todo era una mujer sumamente atractiva, con una sonrisa hermosa y cuando hablaba lo hacía con tanta seguridad que podía captar la atención de cualquiera. Además tenía el poder de causar en Quinn una serie de sensaciones que le resultaban ajenas, pero muy adictivas.

Por otra parte, no era como que Quinn entendiera el amor como tal. Ella tampoco se había enamorado, nunca se lo permitió porque realmente no había encontrado a alguien que le despertara ese sentimiento que la literatura describía con tanto ahínco, un sentimiento de desesperación, melancolía o extrema dicha… Quizás eso era lo que ella y la morena tenían en común, ambas eran unas inválidas sentimentales que no podían comprender un sentimiento tan complejo como el amor…

“Tenía la ligera impresión de que te encontraría aquí.”

Aquella voz obligó a la rubia a virar su rostro hacia la derecha y, allí, a escasos dos pasos, se encontraba la mujer en la que estaba pensando, vestida con un par de short-jeans deslavados muy cortos y un top de bikini rosa. Su cabello estaba suelto, el cual se mecía al compás del cálido viento que comenzaba a soplar.

Quinn quedó absorta ante tal visión, su par de ojos recorrieron de arriba abajo aquella imagen y no pudo evitar recordar su sueño.

“Creí que tardarías un poco más en retomar el surf,” Santana se sentó junto a la rubia, “la gente suele traumatizarse cuando enfrentan a la muerte.”

Quinn se obligó a mirar al atardecer con tal de no parecer una completa tonta. “Te habrás dado cuenta de que no soy como toda la gente.”

La morena dejó escapar una ligera risa. “Eso es lo que me gusta de ti, que eres diferente y… misteriosa,” finalizó la mujer con cierta timidez en su voz.

Eso era otra de las muchas cosas que confundían a Quinn, la forma en como le hablaba, tan delicada pero honesta. Santana no temía decir lo que pensaba o sentía, y eso despertaba algo en la rubia, un deseo que no se centraba en algo meramente carnal, deseaba que Santana siguiera enumerando todas las cosas que encontraba atractivas en ella, pero también quería que le contara más cosas de sí misma. Quizás de esa manera, Quinn podría encontrar un defecto que le pusiera fin a su atracción.

Repentinamente, tuvo la sensación de que Sugar le hablaba al oído, susurrándole que no tenía oportunidad con Santana…

“¿Alguna vez te has enamorado?”

Aquella pregunta fue inesperada y Santana realmente parecía confundida. “¿Cómo?”

Quinn se atrevió a mirar a la morena directamente a los ojos, debía encararla para poder estudiar su rostro en búsqueda de honestidad o hipocresía. Tenía la necesidad de comprobar lo que Sugar le había dicho. “¿Te has enamorado?”

Los ojos cafés de Santana miraron atentamente a los avellanados de Quinn. Por un par de minutos, ambas guardaron silencio, pero finalmente la morena habló. “Sí…” Santana suspiró con cansancio, “fue hace mucho, pero la amé demasiado.”

Celos… esa fue la primera sensación que Quinn experimentó, luego un poco de ira, porque esa Sugar le mintió y, por casi medio día, la rubia se permitió confiar en la palabra de una desconocida; algo que resultaba sumamente inocente en una mujer con más de cien años de edad.

“¿Qué se siente?” Fue la siguiente pregunta de Quinn, pero esta vez, no fue capaz de mirar a la chica junto a ella. “¿Estar enamorada?”

“Es desesperante,” susurró la morena con un poco de fastidio, “frustrante; es una angustia que te carcome desde adentro porque sólo puedes pensar en una sola persona; es como un compromiso tácito que no te deja disfrutar de los placeres más simples.” Sin embargo, luego de una pausa, Santana esbozó una pequeña sonrisa, “pero también es reconfortante y emocionante; cuando te corresponden con la misma pasión es algo indescriptible, es como una euforia permanente.”

Quinn tragó saliva con dificultad; sentía que sus ojos se habían humedecido ante tal descripción. “¿Qué pasó entonces? ¿Por qué no estás con ella?”

El rostro de la morena se volvió sombrío, “simplemente no podía ser, pero eso no significa que no lo hayamos disfrutado. Fue una experiencia que atesoraré por el resto de mi existencia.” Santana se aclaró la garganta e intentó sonreír amistosamente. “¿A qué viene esto?”

La rubia se acodó un mechón de cabello tras de su oreja. “Hoy conocí a tu hermana Sugar,” mientras decía esto, sus ojos por fin se atrevieron a mirar de nueva cuenta a la otra chica, “no parecía muy contenta cuando se enteró de que te conozco.”

Santana sonrió ampliamente, como si estuviera complacida por la actitud de la castaña. “Sí, bueno, Sugar es algo sobreprotectora, aunque no estoy muy segura del porqué.”

“Me dijo que me alejara de ti,” dijo Quinn con exasperación, “además, no entiendo, ¿son hermanas o qué? Eso me tiene confundida.”

“Mis amigas y yo nos conocemos prácticamente desde siempre, pero mi relación con Sugar es un poco más estrecha, es como mi hermana menor… uhm…” Santana frunció el ceño, al mismo tiempo que desviaba la mirada de forma incómoda. “De hecho, ella fue la que, de cierta forma, me presentó a Brittany.”

“¿Brittany?” Inquirió torpemente Quinn, sabía quién era pero, por alguna razón, tenía la necesidad de escucharlo de labios de Santana.

La morena asintió con la cabeza. “Ese era el nombre de la chica de quien me enamoré.”

“Oh.”

Ambas mujeres miraron hacia el horizonte, los matices de atardecer se volvían más intensos, revelando que la noche no tardaría en caer, por lo que las dos chicas se hacían conscientes de que pronto debían decir adiós.

“¿Crees que… uhm… algún día volverás a sentirte como con Brittany?” Susurró Quinn con timidez y un poco de miedo.

“Por mucho tiempo pensé que no, estaba segura que nadie podría despertar en mí algo parecido…” respondió Santana con firmeza, “pero ahora no estoy tan segura.”

Aquella confesión encendió en Quinn un brío de esperanza que opacó la angustia que previamente la ahogaba, que la carcomía lentamente, que no le permitía pensar en nada ni en nadie más que en esa mujer a escasos centímetros de distancia…

‘Me estoy enamorando’, pensó la rubia mientras observaba el agonizante atardecer.

 

Continuará…

Notas finales:

Espero les haya gustado. Nos vemos el próximo miércoles :)

 

Saludos!


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