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Noche de tragos por MissLouder

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Notas del capitulo:

Notas: En este capítulo, deberán tener en cuenta que Albafica y Manigoldo a penas y tenían contacto y su relación se fue extendiendo gracias a las misiones compartidas y un hecho peculiar; Una precuela para explicar ese hecho, es el fic que hice de llamado "¿Cuál es tu verdadero nombre?"donde su amistad empezó con las pesadillas de Manigoldo. En cambio a Kardia y Dégel que ya tenían su química desde su llave y cerrojo que todos conocemos bien y llamamos: Fiebre y frío.

Advertencia: Creo que ninguna, salvo de que nuestros niños… sufrirán de…

Noche de tragos.

Capítulo 2.

Amnesia.

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La mente de Dégel naufragó por los recónditos espacios de su subconsciente, logrando encontrar después de tanto divagar, la puerta de la conciencia. Sus párpados se abrieron con súbito esfuerzo, sintiendo bajo su cuerpo una inhóspita colcha y el cómo crujía cuando intentó moverse. Se removió un poco más, sintiendo el infierno mismo arderle en la espalda y en sus extremidades.

—¿Qué? —Aspiró poder reorganizar sus ideas, sino fuera por el indescriptible dolor de cabeza por el cual estaba siendo sometido.

Lo primero que debía hacer, era obligarse a estudiar en donde se encontraba; no reconocía ni siquiera la cama de clavos donde descansaba su cuerpo. Era una pequeña habitación, no muy distinguida para ser la suya, pero si decente para pasar una noche descarriada. Había una sola ventana y, estaba cubierta por una cortina que parecía ser una sábana, que no estaba creada para cubrir aberturas en las paredes, a pesar de ser idónea para ser capaz de servir de contraluz para que los rayos del sol no lastimaran su nublada vista.

Se incorporó de medio cuerpo, para cuando sintió una lluvia de tachuelas inducírsele en la cabeza. Sintió como su estómago estaba revuelto, anunciando que pronto desecharía lo que tenía en su interior, lastimosamente, por la boca. El dolor de cabeza le estaba matando, su espalda gritaba plegarías y para mayor decadencia de su inestabilidad, se encontró sin ninguna prenda de ropa encima.

—Oh, Athena, por favor —suplicó—. Ten piedad de esta nefasta alma.

Se restregó los ojos intentando no caer en pánico, debía mantener la calma, respirar hondo, no perder los escrúpulos en separar cada extremidad de… ¿Kardia? Su mente orbitó el primer nombre, lo buscó en la pequeña habitación donde sólo había una mesa con un florero en su exterior, un pequeño armario al fondo de la habitación, una puerta frente a él que parecía ser el baño y, la cama individual donde ahora estaba acostado.

Lo primero que debía hacer era al menos cubrir su patética desnudez, ya después planearía el asesinato perfecto contra cierto caballero de Escorpio, que por muy poco que recuerde, sabía que él tenía la culpa. ¿De qué lo culpaba? No importaba, sólo sabía que era el responsable de hacerlo despertar en una extraña habitación, desnudo, y padeciendo al parecer una enfermedad terminal, diagnosticando todos los aparentes dolores recorrerle el cuerpo: Resaca desenfrenada.

No encontró su ropa a simple vista, sino que localizó una camisa blanca de botones colgada en la cabecera de la cama. Perfecto, ahora, no sólo debía cargar con la cruz que se acostó suponiendo que los dioses tengan piedad, y haya sido con Kardia; y no es que sea el mejor consuelo de todos. Sino que también, debía lucir una prenda que sólo le cubriría mitad del cuerpo.

¿Dónde estaba su ropa?

Su mente se iba despejando a cuentagotas, y en su proceso de estabilización su estómago anunció la primera queja del día, sintiendo subir el ácido de su estómago llegarle hasta la garganta.

Tomó la camisa como reflejo, levantándose de la cama e ir al baño a toda prisa. Se tambaleó, obviamente, sintiendo como si la ventana se hubiese movido de lugar, pero sabía que no era ella, sino él. Llegó al tocador vaciando su pobre estómago contraído, esperó un poco más, esperando otra salida inesperada y al no tenerla, dejó salir todo el aire que contenían sus pulmones. Ahora su dolor de cabeza, había subido de nivel quizás histórico.

Empezó a sentir un calor infernal rodearle como el fuego rodea al carbón, una vez que dejó de vomitar. Estaba arrodillado frente al tocador, respirando como si el aire estuviera arrastrando un yunque.

Se pasó el dorso de la mano por los labios, limpiándose los residuos de su contenido estomacal, que por criterio propio, le dejaron mal sabor en la boca. Bajó la palanca, y dejó que el sonido del agua perderse en las tuberías le relajara o al menos tenía la esperanza de que lo hiciera.

Pasó por sus brazos la camisa que había tomado en su arranque de sorpresa al sentir que se venía sobre él mismo, que desagradable hubiese sido que se vomitara sobre sus propias piernas. Se dio cuenta que la camisa le quedaba inesperadamente grande, y eso en cierto aspecto, era un punto de satisfacción. No quería imaginar que Kardia le viera vistiendo ese harapo, creyendo que quería seducirle o provocar algún tipo de escena indecente no apta para él. No después de todo eso, y estaba seguro que lo primero que deseaba era atestarle un puñetazo después de recuperarse.

Se arrastró hasta su cama, y se sentó en ella escuchando los chirridos de los resortes, quienes lastimaron aún más sus oídos. Tenía sed, mucha sed y todos sus huesos crujían al caminar. Echó la cabeza para atrás, obligándose a recordar. Debía recordar. Inesperadamente, una flecha con palabras transcritas sobre ella cruzó su mente.

"Dégel no puedo acostarme contigo, estando tú en esas condiciones. "

"¿Desaprovecharás esta oportunidad?", había dicho al parecer él. Lo que faltaba, ser lo que nunca sería; un provocador bajo los efectos del alcohol, ¿algo más que pueda empeorar su desdicha? "Después de engañarnos, embriagarnos, ¿esto no era lo que querías? Ven, Kardia."

Oh, y claro que puede empeorar.

"¡Por supuesto que no!", Ese grito aún siendo un recuerdo, le hizo que le doliera más la cabeza "Sé que, me defines como la peor clase de basura, pero que te quede claro… ¡Que nunca abusaría de ti, porque yo…yo…!"

La puerta de la habitación se abrió y una mata de cabello azuleja se asomó por la abertura que se abría a su izquierda. Ladeó la cabeza casi con esfuerzo, reconociendo el rostro. Repentinamente se sintió la peor persona del mundo, si ese recuerdo que había surcado su mente era cierto…quién incitó a Kardia en… en hacer esas cosas, habría sido él. Ya no quería golpearlo, quería golpearse a sí mismo. Si los dioses tuviera piedad, deseaba que la tierra se abriera en dos y se lo tragara completamente, esperó unos segundos ansiado que su plegaria fuera oída por alguna deidad, y al no haber ningún ruido, acción o hecho que fuera en beneficio para él; cubrió su rostro con ambas manos ante la vergüenza de notar la lentitud con la que se llevaron a cabo las acciones de su compañero.

—Dégel, estás despierto —Se adentró en la habitación llevando en sus manos una pequeña bandeja. La dejó sobre la mesa y mantuvo distancia entre ellos—. Quiero que sepas, y antes que me congeles, que nada de lo que piensas es cierto.

—¿Ah, no? —Descubrió su rostro, dejando a relucir su iris furioso—. A ver, quiero oír tu explicación.

Kardia se acercó cauteloso, como si dudara que fuera buena idea residir a su lado después de todo lo ocurrido.

—Kardia, por todos los dioses, acércate de una vez —dijo realmente exasperado—. No te haré daño, no por los momentos, necesito oír tu versión.

En respuesta a esa pospuesta amenaza, el santo lució esa sonrisa que se veían en las mujeres con el carisma bien alto, pensó Dégel, y en como ese rostro cruzaba el límite de lo extraño a lo hermoso. De alguna forma, esa sonrisa, le hizo sonreír un poco a él. Kardia se arrodilló frente a él, tomando sus delgadas manos, entre las suyas.

—Primero déjame preguntarte —mencionó propiciando suaves caricias al dorso de su mano—, ¿qué es lo último que recuerdas?

«Estoy seguro que no quieres saberlo. No. Estoy seguro que yo no quiero, que  sepas» Pensó. Maquinó un poco sus engranajes mentales, antes de responder.

—Recuerdo…—Dejó una coma extenderse un poco más, como si dudara de su propio juicio; hecho que nunca hubiera ocurrido si no fuera por la intervención directa de su compañero—, haber ido al bar de la señorita Calvera, estaba con Albafica, Manigoldo y estabas tú.

—Muy bien —Aplaudió cómo si le hubiese enseñado algo, y él lo hubiera hecho con toda la perfección que le cubría—, ¿qué más?

—La señorita Calvera nos obsequió una bebida, y…

Kardia enarcó una ceja pensativo.

—¿Y?

—No lo sé, son recuerdos muy dispersos —confesó aferrándose un poco a las manos de Kardia—. Creo que nos besamos, que Albafica se besó con Manigoldo, que me besé con… con Albafica… —Los recuerdos empezaban a llegar cuan más hablaba—, oh dioses… me besé con Albafica…, y luego tú…—Volvió a sentir la fuerza colérica que lo impulsaría a cometer un asesinato—. ¡Kardia de Escorpio!

El santo instintivamente retrocedió ante el descenso de la temperatura, esquivando por los pelos un pilar de hielo que amenazó con dejarlo como postal de cartas.

—¡No malinterpretes las cosas, Dégel! —gritó en su defensa—. ¡Ten piedad!

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! —Se escuchó detrás de las paredes, haciendo callar inmediatamente a los residentes actuales—. ¡Eres de lo peor, Manigoldo!

—¡Por un demonio, Albafica! —replicó una segunda voz—. ¡Kardia y yo, no les hicimos nada! ¡Ustedes fueron los que se cayeron a ese maldito barril de vino!

—¡¿Y esperas a que te crea?!

Dégel alzó una ceja en busca de una explicación.

—Sí, señor don tranquilidad. —reconoció masajeándose la cabeza—. Calvera nos obligó a quedarnos aquí, porque estábamos muy ebrios, o al menos ustedes… —Respiró hondo al sentir como su respiración empezaba a mostrar su condensación en el aire, pero aún así prosiguió—: Subiendo las escaleras, ambos se estaban riendo de sus propias borracheras y, en un momento Albafica perdió el equilibrio y tú venías casualmente detrás. Ambos se cayeron sobre unos barriles que estaban bajo las escaleras, donde, tú y Albafica atravesaron el barandal —Mostró una sonrisa burlona ante la mirada fruncida de Dégel—, ¿de casualidad no te duele la espalda?

Kardia no vio el siguiente acto, ya que en un parpadear Acuario se lanzó sobre él enviándolo al piso.

—¿Y es por eso que desperté sin ropa? —preguntó trancando la respiración de su compañero con su brazo —. No me digas, qué coincidencia.

—¡Aunque no lo creas! —espetó.

En la otra habitación, Piscis también inmovilizó a su compañero en la cama, donde con sus manos simulando una abrazadera le tenían incrustado en la cama de latón.

—No te creo. —sentenció con frialdad.

—Pues, mi credibilidad es lo único que te queda, ya que no recuerdas una mierda. —rebatió su compañero sin luchar, realmente no es que la posición le incomodara—. No te hice nada, no me acosté contigo. Todo lo que pasó anoche, sólo fue una travesura entre todos. Sin mencionar que tú y Dégel se besuquearon después de atravesar la baranda de Calavera, que por cierto, debemos pagar —Suspiró evadiendo el gélido brillo que expedían los ojos cobaltos—. Eso y nada más.

Albafica no se inmutó, no le creía en lo más mínimo, aunque su cabeza estuviera a punto de estallarle y, tuviera un pequeño cardenal en el torso; no era signos que debía creerle. Su mente estaba totalmente en blanco, y no recordaba tan siquiera en cómo había osado a beber vino; cuando su sangre y el licor, son la peor clase de combinación posible y, más para él.

—Eres de lo peor, un ser sin escrúpulos ni moral. —insultó antes de bajarse de esa posición—. No hay más asco que sienta por ti, y en caso de que nos hayamos acostado, quiero que sepas que en mi sano juicio nunca lo haría. Porque te odio, porque sólo eres un arrastrado que no merece la armadura de oro.

Manigoldo abrió los ojos en par ante esas palabras, la mirada de Albafica era demasiado severa, y el tono de su voz no flaqueaba. Apretó los dientes.

—¿Ah, sí? —Giró en redondo con una fuerza descomunal, enviando a su agresor al suelo, haciendo que se golpeara la espalda al caer. Y tan rápido como cayó, del mismo modo se levantó, no es que las prendas que le cubrían, fueran decentes para estar desfilando en el suelo—. Complácete en pensar, que anoche te me entregaste como puta arrastrada, gimiendo mi nombre mientras te lo hice en el baño —Era mentira, pero ya se había calado un insulto que le agrietó el orgullo. Antes muerto que ser humillado—. ¿Quién es el arrastrado?

La puerta se abrió, donde Dégel y Kardia se mostraron en la abertura, percatándose de los semblantes desafiantes de ambos, que si no hubiesen entrado, mínimo una pelea de puños se hubiera llevado a cabo. Kardia se apresuró en hablar:

—Albafica, por favor, debes creernos.

Sin tener intenciones de hacer lo que le pidió, giró su cabeza en dirección a él.

—¿En dónde estamos? —Si el tono que había tomado Dégel había sido picahielos, el de ese santo era corta iceberg.

—En la casa de Calvera. Tenía dos habitaciones disponibles, y nos la facilitó para ustedes —respondió Kardia, y antes de que otro hablara, la robusta mujer le llegó por detrás.

—¡Muchachos! —llamó con su tono alegre—. ¡Aquí están sus ropas! —Tenía un cesto en sus manos, donde visiblemente Dégel vio su gabardina bien doblada y demás prendas recién lavadas—. Las lavé y ya están secas, podrán ponérselas cuando quieran —Se dirigió a los críos que odiaba, pero que en esa mañana, habían hecho un tregua temporal—. Manigoldo, Kardia, les preparé un poco de comida y sería bueno también que se bañaran. Duraron toda la noche cuidando a sus amigos y, sinceramente, dan asco —les ordenó con cuidado, ganándose la sorpresa de Acuario y Piscis; ¿cuidar? ¿Manigoldo? ¡¿Kardia?! Sí, y las vacas nadan, claro—. ¿Cómo está tu espalda, Dégel? ¿Y tú cabeza, Albafica? Anoche rompieron una de mis mesas y mi hermoso barandal, sin mencionar que vaciaron una de las reservas de mi mejor vino cuando le cayeron encima —La mujer empezó a reír sin mostrar ápices de molestia.

Dégel inclinó la cabeza con timidez.

—Mis más sinceras disculpas, señorita Calvera.

—¡Oh, para nada! —exclamó entregándoles sus prendas—. Se rieron a mares una vez que se cayeron, y alegaban que era la mejor noche que habían pasado en sus vidas. Me alegra que se hubieran divertido, aunque mi parte favorita fue cuando se besaron burlándose de los críos estos —Les sonrió y regresó hasta la puerta—. No pude dejarles ir en esas condiciones, y los convencí en quedarse. Como las camas eran individuales, Kardia y Manigoldo se quedaron despiertos y se la cedieron a ustedes —Los dos santos se habían unido cuando Dégel y Albafica se acercaron al cesto de ropa. Calvera les posó las manos en los hombros de los santos que una vez odió—. ¡¿Quién diría que estos mocosos cuidarían tan bien de ustedes?!

—¿Ellos? —Alzó una ceja Albafica.

—Sí, aunque no lo creas —Rió por debajo—. Manigoldo estuvo detrás de ti con una compresa de agua fría para evitar hinchazón en tu cabeza, ¿verdad? —Cuando les dedicó la mirada a los conspiradores, ambos habían desaparecido por el umbral de la puerta—. Oh, ¿y a donde se fueron?

Inesperadamente, Albafica sintió un nudo prensarse en su estómago. Si lo que decía la señorita Calvera era cierto, le había dicho cosas muy feas a Manigoldo. Suspiró con desgano empezando a tomar lugar entre sus ropas secas y con nueva fragancia de jabón escuálido. Sentía un pequeño ardor en la parte superior de su cabeza, y le había extrañado que no tuviera la hinchazón de un grado al que tenía que preocuparse.

—Démonos prisa, Albafica —anunció Dégel imitando el acto—. Debemos regresar.

Albafica asintió sin añadir nada más.

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Santuario.

Regresaron en silencio, donde Manigoldo y Kardia iban como de costumbre, adelante, pareciendo tener una carrera entre ellos, pero también, parecían estar huyendo de ellos.

Aunque el segundo problema recaía en el regreso y bien sabían la reprimenda que les esperaba, y como era de esperarse, estaban dispuestos a asumir su responsabilidad.

Ascendieron las doces casas, sorprendiendo a la mayoría de los santos por no llevar puestas sus armaduras y con aires de no haber dormido en el Santuario. Los dos conspiradores ignoraron todo y subieron sin prórroga a la sala Patriacal. Con Dégel y Albafica pisándole los pasos.

Llegaron a las grandes puertas de ese hermoso templo, que se abrieron al momento, como si esperaran su visita pacientemente. Los santos respiraron hondo y con la valentía con la que se caracterizaban, se adentraron sin flaquear.

—Buenos días, santos de Oros. —Ese tono de voz, daba claras muestras que la mañana no sería buena con ellos—. Me pueden explicar, ¿dónde pasaron la noche y, sin mi consentimiento?

¿Buena? No jodas, sería una mercenaria, sin duda.

—Pues, viejo, te diremos la verdad…

—Soy el responsable. —interrumpió Manigoldo a su compadre—. Yo engañé a Kardia, como bien sabe que no es muy difícil. Le dije que usted me había dado permiso de salir esta noche; y él inocentemente cayó en mi mentira, y una cosa llevó a la otra —Kardia fue a rechistar a su espalda, pero Manigoldo le sostuvo por su parte baja haciendo que ahogara un grito—. Kardia convenció a Dégel, y luego convencimos a Albafica. Les dimos dosis extras a los niños bonitos para que no se limitaran y bueno, aquí nos tiene.

—¿Dosis extras? —Levantó una ceja el Patriarca.

—Sí, maestro. Ya sabe, más licor que pudiesen soportar —vaciló al sentir varias agujas en la espalda con cosmos alterándose. Albafica y Dégel a pesar de estar perplejos ante esa declaración, se mantuvieron en silencio esperando los siguientes acontecimientos, mientras Kardia intentaba balbucear que él también estaba involucrado, y lo habría logrado sino fuera por la mano que se ejercía en su miembro se apretó aún más, haciéndole caer en el abismo del dolor y el silencio—. Yo soy el que merece reprimenda, no ellos. Ya sabe que sus personalidades son intachables, exceptuando a Kardia que, sólo por esta vez, fue inocente de mis mentiras.

—Oh, vaya. Estoy decepcionado de ti, Manigoldo —habló su maestro finalmente levantándose de su trono—. Como castigo harás misiones de doble importancia hasta que saldes tu imprudencia. Hay una misión en Italia esta tarde, los santos de platas no tienen guía, pero, ¿quién diría que acabo de conseguírselos? —sentenció sin mirar a los demás santos—. Partirás dentro de una hora. Sígueme y te daré las indicaciones que necesitas. Sin rechistar, ni descansar, hablaré después con los otros. Y una vez que llegues, partirás a Suiza y, si veo que no has aprendido la lección, te haré cargo de otras cosas, ¿quejas?

—No, maestro, ninguna.

—Muy bien. Sígueme.

Manigoldo soltó a Kardia sin aire, y lo dejó caer al suelo mientras él se disponía en seguir los pasos de su maestro.

—Maldito seas… —gimoteó sosteniéndose su mallugado aparato—, ¿por qué hiciste eso?

—Kardia, idiota, te necesito fuera de esto —le explicó con voz baja, pero que Albafica oyó perfectamente. Repentinamente pareció susurrarle algo que sus oídos no alcanzaron a descifrar. Sin embargo, Kardia pareció entenderlo con claridad.

« No puedes desperdiciar esta tarde con Dégel. Demuéstrame que mi castigo no será en vano, o te mataré»

Y sin más, se fue de la habitación siguiendo los pasos de Sage.

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El Patriarca no tuvo contemplaciones con Manigoldo en imponerle el castigo, pensé que obviamente no exentaría la falta, pero no imaginé que el precio era mayor —comentó Dégel, mientras salían del gran templo.

—Pues, no hicieron nada para ayudarlo —masculló Kardia enojado—. Yo iré a dar mi versión luego, no dejaré que Manigoldo tomé por los cuernos al toro, no sin mí. Partiré con él a Suiza, y allá nos las arreglaremos.

—Parece que tu tregüita con él, deja mucho que desear —bufó la tercera voz detrás de ellos. Kardia se giró en su dirección con gotas de frustración.

—Déjame decirte una cosa, Albafica —empezó en tono serio. Que con parsimonia y una gran molestia —mayor—m a la del santo de Escorpio, escuchó—: No sé qué le dijiste a Manigoldo, y lo que sea que le hayas dicho, espero que te retractes con él —Se miraban desafiantes, y si Dégel no se fuera interpuesto en medio, las cosas podrían haber empeorado—. Manigoldo no es el tipo de personas que se echa la culpa por sus "compañeros" y mucho más, siendo discípulo del viejo. Obviamente su meta es quedar bien frente a él, y mira lo que hizo por nosotros.

Sin que en su rostro resbalara alguna expresión que no fuera un semblante gélido, les pasó por un lado a los santos y se adentró a su templo sin mayores problemas.

—Nos vemos, Dégel. Te enviaré un antídoto cuando pueda. —Inclinó la cabeza—. Fue un placer, ¿no?

—Hasta luego, Albafica.—respondió de la misma forma afable, donde al ver la sonrisa sarcástica en el rostro del santo más hermoso, sonrió de la misma forma—. Sí, claro. Hay que repetirlo.

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Manigoldo llegó a su templo después de su polifacético sermón, nunca había visto al viejo tan enojado, y toda la riña que tuvo que tragarse sería una conmemoración que le duraría semanas. Se desplazó por los pasillos llegando a su recámara donde, una vez dentro se sacó la rosa que tenía escondida en su bolsillo y la dejó sobre su pequeña mesa cerca de la ventana.

Sí, una rosa. Que justamente, Albafica le había obsequiado la noche anterior como prueba que no olvidaría los hechos que habían pasado. Y que las cosas entre ellos cambiarían, y sí que cambiaron.

Se zumbó en la cama unos momentos, con el cansancio latiéndole en la cabeza. Debía alistarse para ir a su misión, y sinceramente, sólo quería dormir. Esperaba que, al menos, Kardia tuviera la oportunidad con Dégel para que lograran decirse; que se gustaban como idiotas. Sabía que hasta él mismo se sorprendió al meter las manos por ellos, y más cuando Albafica le dio una patada por el trasero… Aunque bien sabía que sólo intentaba cubrir el sol con un dedo, queriendo despejar su mente de esos hirientes recuerdos. Cambió de posición en la cama, sintiendo el peso de las palabras agrietar algo su interior.

"Eres de lo peor, un ser sin escrúpulos ni moral. "

"Sólo eres un arrastrado que no merece la armadura de oro", esa sin duda, fue la que conllevó más peso.

Observó su pequeña mesa de noche junto a la cabecera de su cama, urgió su mano por una de las aberturas que tenía como decoración, alcanzando uno de los cajones de su mobiliario. No tenía muchas ganas de levantarse, salvo para emprender su ruta para su propio país.

Después de tantear con las texturas entre sus pertenencias, encontró lo que andaba buscando. Era pequeño, o al menos esa era la impresión que daba cuando estaba en su palma. Una moneda de oro, que en su centro del tamaño de una lágrima, había un pequeño agujero. Quizás para valor monetario en unas de las casas de canjeo, su valor se asemejaba a una echada del lugar por llevar artilugios de tan poca cotización. Pero, para él, el significado que cargaba era uno mayor, que ningún otro objeto podría conllevar. Era una pequeña ofrenda para deidades de cemento, quizás, aunque para él tenía otro significado que sólo era el sello de su pasado. Un recuerdo físico de su madre.

Parecía un niño buscando refugio en las palabras silenciosas de una difunta. Bueno, no del todo, en realidad, técnicamente él había sido obligado a crecer con la edad de catorce años. Después de esa fecha, la supervivencia se había vuelto su prioridad y, el conseguir comida; un objetivo secundario después de asaltar a hogareños por órdenes de su magíster. Un hombre al que deseaba olvidar con un ahínco temerario, pero cuan más se esforzaba, más le llegaba a la mente esas torturas por las cuales tuvo que pasar. Nadie había ido a salvarle, su único salvador había sido él, después de escapar del segundo infierno, se adentró al tercero; la devastación de su país a manos del dios de la muerte.

"Las memorias, son las cadenas que nos atan al pasado", le había dicho ese hombre con voz chillona y burlona "Y yo seré esa cadena, que te devolverá a este infierno. No lo olvides"

Chasqueó la lengua y se levantó de la cama de un salto. No iba a caer en eso de nuevo, él tenía esas citas con el pasado preparadas para las noches, donde el sueño no le hacía visita por ser ahuyentado por las voces de las almas.

Unos leves toques en la puerta le hicieron tocar tierra, donde antes de colocarse su armadura atendió al llamado.

—Señor Manigoldo de Cáncer —le pareció escuchar. Reconoció esa diminuta y rítmica voz, asemejándolas a la de una de las doncellas de su templo—. Le he preparado un baño de avena y, la señora Greta le ha preparado un desayuno, tal cual le gusta.

El santo aligeró su rostro al escuchar esa oferta, esas dos mujeres siempre estaban al pendiente de él. No le importaba que sólo fuera por órdenes, las sentía como parte de su no-existente familia.

Se percató que desde que habían abandonado el bar de Calvera, estaba hecho un asco. No habían aceptado la petición ni de comer, ni de bañarse, y era por eso que, tenía el cabello revuelto, el cuerpo pegajoso, unas cuantas rasgaduras en la espalda debido a las uñas de Albafica y, para finalizar, en su ropa todavía se aspiraba el olor del licor puro.

Había pasado su borrachera ya después del amanecer, después de dormir dos horas en unas de las mesas del bar; con Kardia a su derecha, ambos con el rostro pegado a la mesa.

Un baño antes de su misión no le vendría nada mal, ¿y un buen desayuno del amor de su vida? Oh, ¿qué más puede pedir? Él amaba la comida de la sacerdotisa Greta, quien sino estuviera obligada a guardarse para los dioses, sin duda, le pediría matrimonio por las semejantes comidas que preparaba. A un hombre se le compra con la belleza, y si era de estómago ancho como el de él, enamorar a su estómago era la segunda opción.

—Eres la genialidad, Adele —halagó abriendo la puerta a la pequeña rubia quien llevaba una túnica blanca y su cabello perfectamente recogido por unos pasadores de flores doradas—. Lo tomaré sin duda, tengo una misión y no llegaré hasta dentro de cuatro días o más.

La pequeña sacerdotisa asintió, y él sólo le pasó por un lado saliendo de la habitación; dando vía para que los ojos de Adele captaran una gema de color rojo de gran valor para ella.

—¡Una rosa! —exclamó adentrándose a la habitación. La tomó entre sus manos con sumo cuidado y se acercó al santo que la había observado perplejo al olvidar ese regalo—. No debería ser tan desconsiderado con este pequeño tesoro, la pondré en un florero con un poco de agua para que no se marchite —Ahora fue ella quien le pasó por un lado, haciéndole sonreír.

Emprendieron su ruta por los pasillos del templo, donde fue el protector quien volvió a hablar al ver el rostro sonrojado de la chica al deleitarse con esa rosa en sus manos:

—Ten cuidado, Adele —le advirtió mientras caminaban en dirección al gran baño que poseía cada templo dorado—. Esas rosas, son más peligrosas de lo que crees.

La sacerdotisa se detuvo ante la sorpresa.

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Por otra parte, Dégel había regresado a su templo, donde después de darse un largo baño le pidió a las doncellas de su templo que le preparan una bebida para el tremendo dolor de cabeza que le azotaba los nervios.

Las doncellas atendieron a su petición, mientras él se encerraba en su biblioteca buscando aparentemente un momento de paz, para sus memorias difusas. Estaban ahí, lo sabía, esperando que la distorsión debido a la presión de sus neuronas se aliviara, al no terminar de discernir el licor que aún las mantenía dormidas. Se sentó en la silla frente a su escritorio cruzando las manos sobre el mismo, y dejar caer su cabeza en ella.

"Dégel…yo"

« ¿Tú, qué, Kardia? », pensó.

Escuchó un repiqueo detrás de su puerta, recordando que no la había cerrado con llave. De alguna forma, lo único que recordaba con familiaridad y casi con dulzor; eran los besos compartidos esa noche, especialmente los de Kardia.

—¿Dégel? ¿Estás ahí?

Levantó la cabeza cuando sus oídos reaccionaron ante esa voz.

—¿Qué quieres, Kardia? —preguntó casi con desgano, en un hecho que, el santo tomó como la iniciativa para abrir lentamente la puerta, ya que sabía que las bienvenidas estaban de lado esa vez.

—¿Puedo entrar?

Dégel quien había regresado su cabeza a la abertura de sus brazos, sonrió.

—Ya estás dentro, Kardia.

Se escuchó una pequeña risa, y el sonido del cerrojo cediendo ante la puerta.

—¿A qué has venido? —preguntó sin inmutarse.

—A pedirte disculpas… —Esas palabras, le hicieron levantar lánguidamente la vista—, no sabía que no eras tan tolerante ante el vino.

Un tic en el ojo se hizo presente en el rostro del Acuario, y al notar la extensa sonrisa casi dentífrica de su compañero, optó por la vía de restarle importancia.

—¿No quieres hablar de lo ocurrido, Dégel? —reiteró una vez más la palabra, al ver que su compañero no cedía antes sus provocaciones.

—Quiero recordar con exactitud… —vaciló en una escala sumamente baja.

—Hay mejores formas de recordar, señor don tranquilidad —Dégel levantó la vista, teniendo como expectación de la cercanía de Kardia frente a su rostro—. Reviviendo el momento, es una de ellas.

—Kardia… —nombró lentamente, mientras sus labios se acercaban casi como el imán atrae al metal. Antes de tan siquiera pensar, se encontró abriendo la boca ligeramente, dando la bienvenida a las finas comisuras de su compañero.

Cerró los ojos cuando el Escorpio levantó un poco más su mentón hundiéndose en el beso, quizás con la misma profundidad en la que descansan los restos de la antigua Atlantic.

"Kardia, yo también…"

Esa era… ¿su voz? Abrió los ojos en par, al reconocerse a sí mismo en ese recuerdo que se activó gracias al beso. Estaba dispuesto a recordar, y si con ello, debía cruzar esa línea adyacente que le dividía del santo de Escorpio; estaba dispuesto a hacerlo.

Kardia se separó de él cuando, en su sorpresa, había detenido el flujo que éste le imponía. Dégel se levantó de la silla rodeando su propio escritorio, en busca de una enfrentación con su compañero de armas. Se detuvo frente a él, observándole de una manera bastante inusual, casi enigmático.

—¿Dégel? —llamó después que esa mirada cárdena le desarticulará hasta los pensamientos.

—En parte, la verdad te escuda y es por eso… —admitió con suavidad—, que quiero ser yo, quien recuerde —Después de su baño, no le había apetecido colocarse la armadura, así que sus ropas eran técnicamente unas de las que solía usar para dormir; Holgadas, de camisa cuello ancho en forma de V, pantalón largo, y un sobretodo de la misma contextura que usaba para cuando recibía visitas en su templo, ya que el cambiarse de ropa nunca era la rápida respuesta dejando a un lado la armadura—. Y tú, estás aquí para eso, ¿no?

—No realmente —objetó con recelo, no es que esas fueran sus intenciones, no en su totalidad—. Sólo quiero que estés tranquilo, eres bastante intransigente cuando algo te inquieta.

Acuario aligeró su semblante al reconocer eso, como una nota cierta de su personalidad. Caminó hasta Kardia, quien se había sentado en el borde del escritorio aguardando una reacción próspera, y quizás, era el día en que la suerte le había sonreído. Empezó a desatarse la cinta del sobretodo, para luego pasar por sus hombros esa delicada tela hasta que, lentamente, cayó al piso.

—Tienes razón —dijo un tanto triunfante al ver la cara de estupefacción de su compañero. Se acercó taciturno, despojándose parte de sus ropas hasta que llegó a él y le pasó los brazos por el cuello—. Se tú, quién me guíe, Kardia.

Antes de que el santo pudiera responder, ya Dégel le había buscado los labios para la respuesta carnal que ansiaba despertar.

Continuará.

Notas finales:

Nota personal: Quisiera excusarme por la graaan tardanza, pero llevar tres historias en emisión fue una locura. Me dediqué a cada una por separado hasta culminar una y luego finalizar la otra. Llegó el turno de esta historia, que alargaré un poco más, ya que todo es por una cosilla que se me ocurrió y es un regalo para la familia de Alba y Mani, que como bien saben, no tienen muchos fic.

Añadí una historia de horror al pasado de Manigoldo que muchos desconocemos pero que por ser un delincuente que asesinaba a tan temprana edad, no creo que nuestro bebé fuera un angelito. Crearé un pasado digno a lo que nos enseñó Shiori. Quizás sea algo oscuro, pero es lo mínimo que vendría de alguien como Mani que siempre le categorizan que tuvo un mal pasado.


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