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Mamá, él es el faraón por rina_jaganshi

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Notas del capitulo:

Gracias YuzuAtemu por tu idea. 

Cruzó los brazos sobre su pecho, al mismo tiempo en que frunció el ceño. Tal vez sí estaba siendo un poco…drástica con el faraón pero no podía evitarlo. Algo dentro de ella despertaba cada vez que le veía acercarse a su hijo como si fuera un animal en celo. Resopló con fastidio. Al menos así es como su instinto de madre le hacía ver las cosas y reaccionar a ellas. Por lo que, a lo largo de las tres semanas que habían transcurrido, la señora Muto había golpeado una infinidad de veces al antiguo espíritu.


A su parecer, eran crímenes que él cometía y, por lo tanto, conseguían un castigo de ella. Es decir, la mujer entra a tempranas horas de la mañana al cuarto de su pequeño, ¿qué encuentra? Al pervertido egipcio semidesnudo abrazado al frágil, inocente y virginal cuerpo de su hijo. ¿Qué hace? Jala por un brazo al ser oscuro para que caiga al suelo y, una vez ahí, le vacía una jarra de agua helada. ¿Es lo justo cierto? ¡Lo que cualquier madre haría! Claro que después descubrió que en realidad estaba usando una playera sin mangas y un pantalón para dormir pero ella no lo notó hasta que el faraón estaba furioso, mojado y adolorido sobre el suelo. ¿Cómo querían que supiera? Ella no era adivina.


Cambiando de escenario. La mujer llega a la casa, donde ve al egocéntrico ser sentado a la mesa, su adorable hijo también está ahí… ¡Alimentando al sujeto como si continuara siendo el gobernante de una nación! Seguramente consideraba a su pequeño un esclavo que vivía para servirle. Furiosa, la señora Muto le estrelló el altanero rostro en el plato de comida. ¿Qué más podía hacer? ¡Su primogénito no iba a ser tratado como servidumbre! Si el faraón-no-muerto quería comer, tenía manos para hacerlo. No obstante, Yugi le explicó que aún le costaba trabajo manipular los palillos, por lo que él, amablemente se OFRECIÓ a alimentarlo. Ella no se disculpó, vio lo que tenía que ver y se hizo cargo de la situación.    


Vayamos a otro día, un sábado para ser más precisos. El de ojos amatistas comenzó a hacer los quehaceres que le correspondían, mientras el otro, le seguía por toda la casa, según él “ayudando”. La señora le observó por varios minutos sin decir nada, esto cambió al verle romper un florero cuando sacudía, dejar el suelo resbaloso después de trapear, dejar restos de suciedad en los platos que lavó. Iracunda lo sacó de la casa y no le permitió entrar hasta pasadas las diez de la noche. Era obvio que realizaba esas simples tareas de manera errónea para molestarla, a su parecer, nadie podía ser tan inservible.


Una vez más, su hijo entró en escena para aclararle que al ser de la familia real, nunca se había visto en la necesidad de hacer tales faenas mundanas, mucho menos en su época de espíritu incorpóreo. Resignada le permitió regresar. Yugi, preocupado, le envolvió en sus brazos al notar que tiritaba de frío. Ella se limitó a hacerle una sopa caliente, no se iba a disculpar, mucho menos, después de gritarle que dejara de toquetear a su adorable niño o terminaría golpeándolo. Su instinto natural de madre se volvía loco al verle con su pequeño. 


Y por todos esos “accidentes” ahora estaba ahí. En la sala, sentada frente al faraón para solucionar sus diferencias. El de ojos amatistas había ido al súper mercado a comprar los víveres, como un pretexto para darles un tiempo a solas. Llevaban más de quince minutos limitándose a escudriñar al contrario. La mujer se mordió el labio inferior, le había prometido a su hijo que le daría una oportunidad al ser oscuro. ¡Pero era tan difícil! Resopló con fastidio. Se suponía que ella era el adulto, aunque si lo pensaba bien, él tenía más de tres mil años. No pudo evitar estremecerse al imaginarlo como la momia que debería ser. Agitó la cabeza para concentrarse. Luego de un gran suspiro, se decidió.  


—¿Le haces cosas inapropiadas a mi hijo? —inquirió analizando el semblante molesto del de piel bronceada.


—No —contestó. La mujer le miró atentamente durante varios segundos, antes de desviar la mirada. 


—Mentiroso —masculló, ocasionando que el otro gruñera— he visto como lo miras —agregó, enfureciendo aún más al egipcio.


—No puedo evitar mirarlo así, lo amo —el tono autoritario logró que la mujer se asombrara. No obstante, regresó a su expresión iracunda.  


—No tienes que acostarte con él para demostrarle que lo amas. 


—Por última vez, no hago ese tipo de actividades con mi aibou —la mujer alzó una ceja extrañada.


—¿Por qué no? ¿Acaso no es lo suficientemente bueno para su alteza? —ironizó ahora ofendida. El egipcio no pudo ocultar su mueca de desconcierto. ¿Qué no el problema era que ella creía que tocaba a su hijo de manera pervertida? Cerró los ojos un momento para aclarar su mente, luego los volvió a abrir para encontrarse con la mirada molesta de la mujer.


—Yugi es perfecto, en todo caso, soy yo el que no es lo suficientemente bueno para él —confesó—, además, no creo que sea el momento adecuado para dar ese paso en nuestra relación —sin poder evitarlo, la señora le aventó un cojín que le pegó directamente en el rostro.


—¡Te prohíbo acostarte con mi hijo! —esta vez un tic nervioso se apoderó de la ceja de Atem. Nunca en sus dos vidas había coexistido con una madre histérica. Respiró hondo varias veces, tenía que relajarse, enviarla al reino de las sombras estaba lejos de ser una opción viable, efectiva sí pero se ganaría una reprimenda por parte de su pequeño, cosa que quería evitar.


Se sumergieron en un nuevo silencio. No perdiendo de vista los movimientos del contrario. El antiguo espíritu se sentía en plena batalla, casi podía visualizar el desierto frente a él, majestuoso, amenazador e inmenso. No obstante, sin importar el desafío, él lo superaría, nada iba a alejarlo de su adorable Yugi, ni siquiera su madre. La susodicha frunció el ceño, casi como si hubiera escuchado cada uno de los pensamientos del otro. De manera impulsiva, tomó otro cojín para volver a arrojárselo a su adversario, esta vez, lo esquivó.


Refunfuñando se cruzó de brazos. Debía existir una manera de llevarse bien con el de ojos carmesí pero no confiaba en él. En lo que a ella respecta, el faraón estaba aprovechándose de su hijo. Entendía que, en su vida pasada, se sacrificó por su nación. Sin embargo, de todas las personas en el mundo, ¿por qué había elegido a su pequeño? ¿Qué le aseguraba que no estuviera fingiéndose enamorado para permanecer y disfrutar de una nueva vida? ¡Ese era el verdadero problema! No iba a permitir que lastimara a su tierno retoño, quien, seguramente si amaba a dicho ser maligno.


Enfurecida con sus propios designios, se puso en pie, se acercó a su adversario y comenzó a golpearlo con otro de los inocentes cojines. Atem se cubrió con sus brazos, no podía regresar el ataque pero podía intentar esquivarlo. De manera veloz, saltó el respaldo del mueble donde se encontraba, sorprendiéndose al ver a la mujer hacer lo mismo. Una persecución dio inicio. La dueña de la casa le aventaba un sinfín de objetos que, apenas, evadía el de cabello tricolor. En este punto, era urgente encontrar una solución. No comprendía a la madre de su pequeño, no sabía lo que tenía que hacer para que confiara en él.


Con cansancio, recibió el golpe de un libro en la parte trasera de su cabeza. Desorientado se tambaleó hasta las escaleras, como pudo, logró subirlas para adentrarse en el cuarto que compartía con el de ojos amatistas. No pasaron ni cinco segundos cuando la mujer le alcanzó. El egipcio observó a su alrededor, su atención se posó en su baraja. ¡Eso es! Acabaría con el malentendido de una vez por todas.


—Señora Muto, la reto a un duelo —habló convencido, la susodicha achicó los ojos, luego, sin previo aviso jaló uno de los mechones rubios que enmarcaban el atractivo rostro. 


—¡Lo sabía, quieres matarme para quedarte con mi hijo! —el egipcio rodó los ojos con fastidio.


—Por supuesto que no, lo que quise decir es que juguemos algo, el que gane aceptará las condiciones del otro —explicó. La mujer soltó el cabello, sin embargo, le miró dubitativa. 


—¿Qué clase de juego? ¿Cómo voy a saber que no haces trampa? —cuestionó cruzando los brazos sobre su pecho.


—Usted puede elegir qué jugaremos —se quedó pensativa durante largos minutos. Por una parte, si ganaba haría que el espíritu se alejara de su pequeño antes de romperle el corazón pero si perdía… no podía arriesgarse a ser asesinada, aunque él dijera que no era lo que pretendía. Analizó la situación, sin duda alguna tenía frente a ella una oportunidad que tal vez no se repetiría.


—De acuerdo, ven conmigo —salió del cuarto para dirigirse al propio, el egipcio esperó pacientemente en la puerta mientras la mujer revolvía los cajones de un viejo armario. Cuando encontró lo que buscaba, regresó en sus pasos, esta vez, caminó hacia las escaleras, las bajó una a una, preguntándose si estaba haciendo lo correcto. Desechó las inseguridades. El futuro de su hijo dependía de ella. Con confianza se sentó en una de las sillas que rodeaban a la mesa, el más alto le imitó—. Jugaremos Koi Koi* —le hizo saber.


—Ya que no estoy familiarizado con dicho juego, ¿podría explicarme cómo se juega? —ella asintió con la cabeza.   


Durante varios minutos se dedicó a mostrarle las reglas del juego, incluso le hizo una lista en la cual anotó los objetivos y las posibles combinaciones que se podían hacer. Después, no le tomó mucho tiempo al egipcio aventurarse a jugar. La señora Muto repartió las cartas, cuatro para el chico, cuatro abiertas sobre la mesa, cuatro para ella. Repitió el proceso una vez para que cada uno tuviera ocho cartas en su poder. Luego, depositó la baraja que sobró en medio de ambos.


Sabía, por lo que escuchó de su padre, que el faraón se desempeñaba extraordinariamente en cualquier juego, sin importar la clase o la dificultad, siempre encontraba la forma de salir victorioso. Sin embargo, ella, al igual que su hijo, había crecido rodeada de los excéntricos objetos de Solomón Muto. Rompecabezas, naipes, ajedrez, damas inglesas y un sinfín de juegos japoneses que, por tradición, siempre se jugaban en su casa. Por lo mismo, se sentía segura de sus habilidades.  


Mientras tanto, en el súper mercado, Yugi caminaba junto a su rubio amigo. Ambos paseaban por el lugar, recorriendo los pasillos en busca de todos los objetos que pedían en la lista de compras. En realidad, habían conseguido todo desde hace un buen rato pero continuaban deambulando con el fin de darle más tiempo a solas a su madre y a su novio. Esperaba que al llegar todo el asunto estuviera solucionado. Casi podía imaginarse las próximas vacaciones de verano, yendo a la playa con sus amigos, su abuelo, su madre y el faraón. Una linda sonrisa se posó en sus labios. Sin embargo, su fantasía se rompió con el ligero golpe en su frente.


—Yugs, yo sé lo que te digo, fue una pésima idea dejarlos juntos, en un espacio tan pequeño…sin posibilidades para escapar —el menor ladeó la cabeza confundido.


—¿Qué estás insinuando? —preguntó con ingenuidad, el otro suspiró.


—Amigo, no puedes ser tan ingenuo —se detuvo para inspeccionar los refrigeradores, haciendo una mueca de asco ante los exóticos sabores de helado que estaban queriendo vender como novedad. Alejó aquellos que le parecían desconocidos hasta tomar el típico de vainilla y colocarlo en el carrito que el pequeño empujaba. Una vez hecho eso, retomó su conversación—. Tú madre y Atem, son las personas más sobreprotectoras que conozco. La primera no quiere al segundo porque no está dispuesta a dejar que te aparte de su lado y… ¡Demonios, el otro es el faraón! Aquel ser orgulloso que es capaz de matar a quien se atreva a ponerte una mano encima.


—No estoy entendiendo tu punto —comentó con un puchero en los labios. A su parecer, eso los hacía iguales, los dos buscaban su seguridad. ¿Por qué entonces no se podían llevar bien?


—Yugi —el llamado lo sacó de sus cavilaciones— tu madre me persiguió con una escoba esa vez que, por error, te pegué un chicle en el cabello —con parsimonia comenzó a poner las cosas sobre la banda magnética, de donde una chica las tomaba para empezar a calcular el total de la compra—. No me sorprende que quiera moler a golpes al sujeto que te toquetea…


—¡Yami no me toquetea! —exclamó avergonzado, Joey le ignoró.


—Por otro lado, tenemos al espíritu que se volvió loco cuando Dartz te arrebató de sus manos… ¿si te contó Tea lo que le hizo a Weevil? —el pequeño asintió con la cabeza—. La verdad no me sorprendería si llegas y Atem está desangrándose en el suelo, mientras tu madre disfruta de un viaje sin retorno al reino de las sombras —hizo una pausa para guardar las comprar en bolsas— Oh, probablemente tu abuelo sufra de un ataque al corazón al ver dicha batalla —cuando volteó para pedir el dinero, se encontraba solo.


Yugi salió corriendo a máxima velocidad, esquivando a los inocentes transeúntes que disfrutaban de su vida cotidiana. ¡Eso no iba a pasar! Joey estaba bromeando, su madre jamás lastimaría a su novio, quien, tampoco se atrevería a condenar a su progenitora a una eternidad en la oscuridad… ¿verdad? Atormentado con sus pensamientos, continuó con su carrera, tuvo que detenerse de manera abrupta para no chocar contra una pared, sin embargo, nada le salvó de irse al suelo y rodar unos cuantos metros.


Adolorido se puso en pie para retomar su maniático comportamiento. Tenía que llegar antes de que cualquier cosa rara pasara. ¡Pedía a Ra porque su novio mantuviera la calma! ¡Y a cualquier otro Dios porque su madre no lo hiciera enojar! Al visualizar la conocida esquina, bajó el ritmo para trotar, evitando así otro accidente. Enseguida, volvió a correr hasta toparse con la entrada de la tienda. La atravesó, encontrando a su abuelo detrás del mostrador. Aliviado fue a abrazarlo, confundiendo al anciano, no obstante, no le dio tiempo de cuestionar sus acciones, de inmediato se adentró en la casa.


Un suspiro escapó de su boca al ver no ver sangre por el suelo. Levantó y acomodó los cojines, así como, un libro que estaba fuera de su lugar. Después se dirigió al comedor. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, tanto así que se abrazó a sí mismo. Sentados uno frente al otro, se encontraban las dos personas que buscaba. Un aura maligna envolvía el ambiente, transformando su cálido hogar en un espeluznante sitio. No se atrevía a adivinar si era el reino de las sombras o energía perversa emanando de su madre.   


Tragó en seco. Sigilosamente se acercó. Con curiosidad observó las cartas del conocido juego, luego, distinguió los garabatos en un pedazo de hoja. Todo indicaba que este era el segundo enfrentamiento. Habían empatado en el primero y, ahora, los dos estaban a una partida de ganar. No comprendía cómo un simple e inofensivo juego podía salirse de control, bueno, sin contar el duelo de monstruos, esto debería ser por entretenimiento. Al ver el estado de concentración en el que se hallaban, el pequeño examinó los demás papeles que se esparcían a su alrededor.


Uno tenía escritas las reglas, objetivos y combinaciones posibles del juego. En otro, había una especie de lista, al parecer quien ganara obtendría algo a cambio. Su madre establecía los términos de su relación con Atem. Leyó rápidamente. Las frases iban desde prohibiciones hasta la orden definitiva de no acercarse nunca más. Frunció el ceño. Su madre no podía obligarlo a no verlo. Le dio la vuelta a la hoja, reconociendo la caligrafía del faraón. No pudo evitar sentir un dolor en su pecho. “Una oportunidad”. Eso era lo único que Yami quería. Un estruendoso golpe en la madera de la mesa lo sacó de sus pensamientos.      


—¡No puede ser que me hayas ganado! —Gritó su madre con el ceño fruncido—. ¡Me rehúso a dejar que pongas tus garras en mi hijo! —el susodicho brincó en su lugar.


—¡Mamá! —La atención se desvió hacia él, los otros dos por fin cayeron en cuenta de su presencia—. Ya te lo dije, Atem es una excelente persona, sólo con él me siento seguro, lo amo —con cariño entrelazó su mano con la de su novio, quien le sonrió. Por el contrario, la mujer se puso en pie para tomar por los hombros a su hijo y apartarlo del otro, además, le miró incrédula.


—¿Cómo sé que no está usándote para quedarse en este mundo? —por fin la pregunta escapó de su garganta. El pequeño se revolvió hasta separarse de ella. Estaba por recriminarle tan crueles palabras cuando Yami le interrumpió.  


—¡Porque mi existencia no tendría sentido sin Yugi! —Por primera vez, alzó la voz, asimismo, su rostro se contrajo en un rictus de frustración—. Renuncié al paraíso para permanecer a su lado. Les di la espalda a mis amigos y a mis padres sólo por tener la oportunidad de ver todas las mañanas la sonrisa de mi aibou, por abrazarlo, besarlo, amarlo… —hizo una pausa, agachando la mirada. De inmediato, el de ojos amatistas se acercó para abrazarle fuertemente, asimismo, depositó un beso sobre la bronceada mejilla y susurró “te amo”.


La señora Muto no hizo más que suspirar. Había perdido. Tenía que aceptar lo que sus ojos le mostraban. Frente a ella había dos chicos que se amaban con todo su ser, que harían lo imposible por permanecer juntos, que darían su vida con tal de ver al otro feliz. No necesitaba más pruebas, el faraón había soportado cada uno de sus regaños, sus golpes, sus acusaciones, en fin, como todo un hombre aguantó y jamás se atrevió a tomar represalias en su contra. Observó al inexpresivo espíritu aferrarse al cuerpo de Yugi, como si fuera su única esperanza, como si temiera que alguien los pudiera separar.


No pudo evitar sentirse culpable. Durante tres largas semanas ella le impedía realizar tan sencilla acción que parecía llenarlo de dicha. Sólo permanecer así, abrazado a su pequeño. Ningún toqueteo pervertido como ella le recriminaba. Una vez más, la mujer suspiró. En el fondo siempre supo que no tenía derecho a juzgar tan duramente al antiguo monarca pero no pudo evitarlo. Tenía miedo de perder a su primogénito o peor aún, que le rompiera el corazón. Sus cavilaciones fueron interrumpidas.              


—Señora, le debo una disculpa, entiendo que mi presencia aquí le fue impuesta, al igual que mi relación con su hijo, sin embargo, debe saber que no existe persona que pueda amarlo como yo y, mientras viva, jamás permitiré que le pasa algo. Lo protegeré de todo aquello que pueda causarle daño. También, quiero empezar de nuevo —le extendió una mano— soy el faraón Atem, hijo de Aknamkanon, amo a Yugi y quiero pedirle su permiso para estar con él —la mujer no pudo evitar suspirar nuevamente. Sonrió, acercándose, agarró la mano para jalar al chico y abrazarlo por primera vez.


Se sorprendió al sentir los fuertes brazos rodearle. Sin duda alguna, Atem seguía siendo el justo y majestuoso gobernante de Egipto. Un ser que lo había perdido todo, su familia, su hogar, sus recuerdos y, aun así, venció a la adversidad. Su existencia en la nueva época ya debía de ser lo suficientemente difícil como para que ella se la complicara más. Lo único que él quería era estar con su hijo, hacerlo feliz. No seguiría interponiéndose entre ellos. Por el contrario, les ayudaría a alcanzar sus metas. Lentamente se separó del antiguo espíritu para mirarle a los implacables ojos color carmesí.  


—Está bien —su pequeño iluminó el lugar con su bella sonrisa e inmediatamente saltó a abrazarse a su novio. La señora Muto se aclaró la garganta— Pero… —los dos chicos la miraron expectantes. Independientemente de la confianza adquirida, ella, aún era la madre—. No tendrán relaciones sexuales hasta que se casen —sentenció con las manos en la cintura. El rostro del menor se tiñó de rojo, el faraón pasó una mano por su cabello en un gesto incómodo.


—¡Mamá! —exclamó avergonzado.


—Ya lo dije y, no se casarán hasta que termines la escuela y tú —apuntó hacia su yerno— necesitas trabajar en algo, quiero que Yugi tenga una hermosa casa donde puedan criar a sus hijos —en este punto el pequeño se cubrió el rostro sonrojado.


—¡Mamá, no podemos tener bebés! —declaró desde su escondite. Su progenitora sonrió.


—No tengo problema con que adopten —esta vez le brillaron los ojos— quiero tener nietos sin importar cómo y ustedes van a dármelos —les amenazó. Atem no hizo más que asentir con la cabeza. ¿Qué más podía hacer? Por el momento, lo único que le importaba era que su suegra, por fin, lo había aceptado. Ya tendría tiempo para cumplir sus expectativas. Sonriendo, abrazó a su lindo compañero para depositar un tierno beso sobre su frente y, esta vez, no recibió ningún golpe por dicho gesto. 

Notas finales:

*Koi Koi es un juego japonés que se juega con una baraja que tiene distintos dibujos, el objetivo es hacer pares o combinaciones de las cartas. La verdad es un tanto complicado en el sentido de que dichas combinaciones son específicas, no es como si hubiera dos que son la misma, como en el memorama, por dar un ejemplo de una combinación, jabalí, ciervo y mariposa. Ven, a esto me refiero, tiene que ver con el tipo de carta que sea o los meses o no sé qué tantas cosas (XD).


Rina: Te dije que terminaría por quererte —sonríe.


Atem: Sí, después de la golpiza que me dio durante tres semanas —se cruza de brazos— por favor, díganme que este es el último capítulo.


Yugi: Oh —no se puede resistir y abraza a su novio— siento que mi madre te haya golpeado tanto —con cariño, reparte besos en el rostro del egipcio.


Rini: Es lo que toda madre haría —comenta antes de reír.


Rina: Yei, pues como se dijo al principio, le mandamos un saludo a YuzuAtemu que nos dio la idea del faraón y la señora Muto hablando para aclarar sus diferencias. También, quiero agradecer a todas las personas que dejaron comentarios en el primer capítulo así como sus sugerencias que tomamos en cuenta. Por otro lado, ojalá hayamos cumplido con sus expectativas con este capítulo y, como mencioné en una respuesta a un comentario, no se convierta en una mala secuela —suspira— en fin, como siempre, espero que se hayan reído un rato, asimismo, les agradezco por leer y a quienes se toman un momento para comentar. Nos estamos leyendo.


   


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