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El Ministro de la soledad por PukitChan

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El Ministro de la soledad

Por:

PukitChan

 

Capítulo 3

Los recuerdos que ya no duelen y que fueron escondidos por la arena

 

Cuatro años antes

 

Gregory resopló mientras, por quinta vez en tres años, sellaba un nuevo cofre. Nunca antes se había planteado cuántos recuerdos, emociones y sentimientos era capaz de albergar una persona. Solo hasta ahora comprendía las miles de experiencias que se necesitaban para formar a alguien. Y en lugar de admirarlo, solo sintió temor. ¿En qué clase de persona se convertiría Draco si seguía haciendo eso? Cierto era que Draco nunca había sido una persona amable y considerada, pero aún debajo de su retorcida y egoísta personalidad era su amigo. Y como tal, no podía permitir que eso continuara ocurriendo.

 

—Este es el último —murmuró con su voz gruesa y ronca. Sin animarse a voltear hacia Draco, optó por ser directo en sus intenciones—. No guardaré otro recuerdo más.

—¿Por qué? —cuestionó el rubio, con ese tono tan vacío que últimamente se apoderaba de cada una de sus conversaciones y que, de cierta manera, siempre hacia sentir incómodas a las personas.

—Porque… es tonto. —Draco levantó la ceja, como si no comprendiera exactamente a qué se refería con una palabra tan carente de elocuencia—. No puedes…

—No es necesario el discurso sobre la moralidad que ninguno de los dos posee —interrumpió, incorporándose y dejando a medias su bebida—. Si lo que sientes es miedo, entonces me llevaré los cofres. Te pedí a ti guardarlos, porque nadie pensaría que se te puede confiar algo importante. Encontraré fácilmente a alguien que no le preocupe tenerlos.

Si las palabras de Draco no hubieran resultado tan ofensivas para Gregory, posiblemente las cosas habrían ocurrido de manera distinta. No obstante, Greg terminó recordando todos esos años en Hogwarts, donde Vincent y él habían soportado humillaciones similares. Lo más absurdo de todo eso era que el Draco de antes creía que Gregory era un idiota. Ahora simplemente era un hecho irrefutable.

—No vuelvas nunca, Draco —exclamó Gregory con frialdad, mirando al elfo que permanecía en una esquina, atento a las órdenes de su amo—. Entrégale al señor Malfoy todos los cofres y condúcelo a la salida. A partir de ahora no es bienvenido en esta casa.

—Como usted diga, señor. —El elfo esperó hasta que su amo saliera de la habitación para cumplir aquello que le habían encomendado. Recordando a Draco como el chiquillo que había jugado con el amo Gregory desde que tenían cuatro años, se tomó la molestia de encoger los cofres para que pudiera transportarlos con facilidad. Draco murmuró un «gracias» tan gélido que inclusive el elfo, acostumbrado a ver las decisiones irracionales de sus amos y no decir nada, murmuró:

—El amo Malfoy se está olvidando de sí mismo.

 

Draco agachó su rostro hacia el elfo y frunció ligeramente su ceño. Durante esos años se había deshecho de tantos recuerdos que ahora no reconocía qué era verdadero y falso dentro de sí mismo, pero sí recordaba algo de su infancia que también estaba relacionado con un elfo.

 

—Sé dónde puedo seguir olvidándome —respondió, antes de desaparecer.

 

 

Hermione Granger era una persona de hábitos tranquilos que podían modificarse siempre y cuando la razón fuera importante. Draco había aprendido eso al tratarla como compañera de labores. También dedujo acertadamente que había sido eso lo que salvó a Potter y a Weasley de una muerte segura durante la guerra. Por eso, al buscarla, no le sorprendió verla sentada detrás de una inmensa torre de pergaminos a los que les dedicaba una absurda atención. Él prefería relegar a sus subordinados esa clase de detalles.

 

—Granger —pronunció. Hermione se sobresaltó cuando lo vio en la entrada de su oficina, pero terminó frunciendo el ceño, al parecer enojada consigo misma mientras apartaba sutilmente los documentos que estaba revisando. Parecía cansada, aunque no por su trabajo. Esa era la clase de mirada que siempre le dirigía. Como si ella supiera algo que, aparentemente, él no.

—Malfoy… ¿puedo hacer algo por ti?

—El elfo, Dobby —dijo directamente—. ¿Lo recuerdas? Permitió que ustedes escaparan de la mansión Malfoy.

—¡Por supuesto que lo recuerdo! —exclamó sonrojada y mirándolo con incredulidad—. ¡Nos salvó la vida! ¿Cómo puedes…?

—¿Dónde está? —preguntó sin tapujos. Realmente no tenía deseos de escuchar la indignas condiciones de trabajo de los elfos, una vez más. No obstante, ella titubeó y sus ojos se humedecieron—. ¿Acaso le sirve a alguno de ustedes?

—Murió tras escapar de la mansión —dijo, y sus palabras sonaron entrecortadas y difíciles, al menos para ella—. Harry lo enterró poco después.

—¿Dónde?

—¿Disculpa?

—¿En qué lugar lo enterraron?

—¿Para qué necesitas esa información? —preguntó ella, cruzándose de brazos. Era obvio que no cedería fácilmente la ubicación. Draco entornó los ojos, preguntándose qué clase de persona creía que era. Sí, el pasado aún tenía su peso, pero ¿no por eso Draco había optado por dejarlo a un lado?

—No voy a desenterrar sus huesos, Granger, no tengo tan mal gusto. Está muerto, no hay nada que pueda hacerle. Aprendimos a no jugar con la muerte hace muchos años, ¿no lo crees? Tampoco deshonraré su memoria, si eso es lo que te preocupa.

—No puedo simplemente…

—Su tumba está a las afueras de Cornwall —respondió por fin una voz masculina. Al escucharla, Hermione apretó los labios y bajó el rostro, como si estuviera maldiciéndose por no haber puesto un hechizo silenciador.

—¿«A las afueras»? —cuestionó Draco, al ver a Potter entrar a la oficina.

 

Cambió, pensó Draco. Y era cierto. No era solo que fuera el Subjefe de la Oficina de Aurores y se portara con la seguridad de alguien que se sabía poderoso. Harry parecía distante e indiferente, aunque Draco sabía que era solo una apariencia. Quizá solo estaba comportándose de esa manera porque él estaba presente. Después de todo, un año atrás, cuando Harry lo había buscado para preguntarle sobre lo que había pasado aquella noche, Draco lo miró con la misma severidad con la que se observa a un niño que no entiende en qué momento terminó el juego.

 

«Fue solo sexo, Potter. ¿Acaso quieres repetirlo? Quizás la próxima semana, tenga una hora libre…»

 

Harry, por supuesto, lo rechazó.

 

—Está cerca de una casa que le pertenece a Bill y a Fleur Weasley. Pero no la encontrarás.

—¿Por qué?

—Está protegida con el encantamiento Fidelio. —Luego, tras un instante en el que la mirada de Harry se suavizó, murmuró—: Hablaré con Bill. Quizás no le importe…

—Harry… —reprendió Hermione.

—No hará nada realmente contra Dobby —dijo Potter, con la certeza de alguien que sabía demasiado bien que a ese Draco ni siquiera parecía interesarle el lastimar a alguien. Simplemente se dejaba llevar por sus instintos más básicos.

—Muy bien, Potter. —Draco le lanzó una mirada a Hermione y dio un cabeceo a modo de despedida. Cuando Harry y Hermione estuvieron solos, ella se acercó a su amigo y colocó una mano en su hombro.

—¿Estás bien, Harry?

—Por supuesto que lo estoy… —musitó, sobando el puente de su nariz—. ¿Por qué alguien como él tendría que afectarme? Estoy muy bien con Anthony.

 

Hermione sonrió condescendientemente.

 

—Lo sé. Lo siento.

 

 

«Aquí yace Dobby, un elfo libre»

 

La hermosa y solitaria costa de Tinworth, en Cornwall, era un paraíso perdido. Sin dificultad alguna, Draco consiguió imaginarse a Harry con los ojos llorosos mientras sepultaba a Dobby. Seguramente él había tallado ese epitafio, tratando de que su cuerpo doliera, porque de esa manera podría aliviar un poco el peso de su dolor. Así de sentimental era Potter.

 

¿Así lo había sido Draco también?

 

No podía recordarlo. Y la explicación a ello era tan sencilla que inclusive cabía en sus bolsillos. Literalmente lo hacía, porque cuando levantó la palma de su mano, miró en ella aquel hermoso cofre que un elfo se había encargado de encoger y que permanecería así hasta que el mismo Draco removiera el hechizo. Intentó esbozar una sonrisa, pero cada día hacer eso se tornaba más y más difícil. Se agachó lo suficiente para dejar los cinco diminutos cofres sobre la tumba, antes de hacer justo al lado, con la ayuda de un hechizo, un pequeño agujero, pero suficientemente profundo para que entraran los cinco cofres. Los colocó en una perfecta hilera y antes de enterrarlos en la arena, Draco cerró los ojos y de su pecho, un recuerdo más surgió: un hilo plateado que se mecía entre sus manos por la brisa marina. Con ese hilo plateado, Malfoy envolvió uno de los cofres: el que tenía los recuerdos de su infancia.

 

Porque aunque un elfo sea libre, jamás olvidará a su familia.

Mucho menos al caprichoso y pequeño Malfoy que Dobby ayudó a criar.

 

Sepultó sus recuerdos en la arena, bajo el resguardo de la tumba de Dobby. Draco cerró los ojos, notando cómo un recuerdo más en su mente parecía oscurecerse: aquella memoria en donde el rubio, teniendo apenas cinco años, había llamado a Dobby llorando, porque un pavorreal lo había perseguido.

 

«El amito Malfoy debe dejar de atormentar a los pavorreales. No es agradable.»

 

—Hace mucho tiempo que dejé de hacerlo. Tal vez te sientas orgulloso.

 

 

Dos años antes

 

De la chimenea unas intensas llamas verdes flotaron cuando, a las nueve de la mañana en punto, Draco llegó al Ministerio junto con cientos de personas más que trabajaban allí. La diferencia radicaba en que, mientras otros trabajadores se encontraban en su trayecto con viejos colegas y amigos para hablar, Draco Malfoy siempre caminaba en silencio, con la frente en alto e ignorando a todos como si él fuese la única persona que se trasladaba por esos pasillos; para él, el resto debían ser simples hormigas que susurraban en voz baja al verlo.

 

Nadie le conocía un amigo, una pareja o un simple conocido. Se rumoreaba que estaba separado de su familia y que ni siquiera sus antiguos compañeros de la escuela mantenían conversaciones con él. Las personas que trabajaban bajos sus órdenes aseguraban que, aunque no era un jefe irracional, era incómodo estar cerca de él, no solo por su mirada fría sino también por aquella expresión tan carente de emociones.

 

«Si fuera a causa del dolor o por la culpa, sería más fácil entrar en su vida… pero ni siquiera se trata de eso. Simplemente parece alguien que olvidó que posee sentimientos.»

 

Los rumores que corrían en los pasillos del Ministerio no le afectaban a Draco, por supuesto. Mientras más escalones subía, mientras más ascendía de posición en su trabajo, las palabras ajenas se iban difuminando para él. La lástima de las personas ya no podía alcanzarlo. Desde hacía mucho tiempo (no podía precisar cuánto) había dejado de necesitar a las personas. Sus conversaciones se limitaban a monosílabos y órdenes. Sus almuerzos eran solitarios. Cuando buscaba sexo, lo conseguía sin que hubiera sentimientos de por medio. Ya había comprendido que las emociones lo habrían detenido en su camino hacia el ascenso porque, decisiones que en el pasado hubieran hecho tambalear sus creencias, ahora eran tomadas con un pragmatismo irrefutable.

 

Ya no le importaba con quién trabajaba; sangre sucia, sangre limpia, mestizos, squib, muggles… porque pasaría por encima de ellos si era necesario para llegar a su meta. Después de todo, si lo conseguía, si llegaba a ser Ministro, entonces él los dominaría a todos, proponiendo las reglas que quisiera, por muy estúpidas que sonasen.

 

¿Así es como se construye un imperio de soledad, Draco?

 

—¿Señor Malfoy?

—¿Sí?

—El señor Weasley lo busca.

—¿Cuál de todos ellos?

 

Su asistente titubeó.

 

—Percy Weasley —aclaró—. Del Departamento de Ministro de Magia y Personal de Apoyo.

—Está bien.

 

Percy entró y miró a Draco como si aún él fuera el niño que en Hogwarts regañaba cuando lo encontraba vagando en los pasillos del castillo. El rubio también lo analizó; Percy era eficiente, trabajador y responsable, pero no era un líder innato. Quizá por eso, luego de tantos años en el Ministerio, aún no había reunido la suficiente fuerza para ser Ministro, pero Draco estaba convencido de que cuando él lo fuera, querría tener a alguien como Percy de su lado. ¿Qué mejor que un Weasley, aún si no fuera el más popular de ellos, para ganarse un punto más en esa ridícula y estereotipada sociedad?

 

—¿Su área necesita algo de la mía? —preguntó Draco. Percy caminó hacia él y dejó caer un pergamino en el que aún estaba fresca la firma del mismo Ministro.

—Hemos aprobado tu traslado, Malfoy —dijo Percy, con seriedad—. A partir del próximo mes trabajarás en la Subsecretaría del Ministro. Bienvenido al Departamento más importante de todos.

 

 

 

Medio año antes

 

—¿Draco Malfoy como Ministro de Magia?

—Es lo que la sociedad ha escogido. Sus reformas, sus leyes, su apoyo… aunque parezca difícil en algunas ocasiones, ha sido justo. Con todo.

—Pero es tan… indiferente.

—Quizá sea por eso que lo quieren; por ser alguien inalcanzable. Lo desean lejos de ellos, pero guiándolos. Mientras esté más arriba, menos lo verán y menos incómodo será…

 

 

Harry se sentó en la arena, frente a la tumba de Dobby. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la había visitado? Ya ni siquiera lo recordaba. No porque no pensara en el elfo, sino porque a veces enfrentar lo que había perdido, lo que la guerra le había arrancado, podía ser muy doloroso.

 

Suspiró cuando una persona se colocó en cuclillas a su lado y tocó su espalda. Harry miró de soslayo a Anthony y le sonrió con cariño.

 

—Gracias por acompañarme hoy. Sé que es egoísta de mi parte.

 

Anthony negó con la cabeza mientras sus dedos recorrieron el epitafio tallado en la piedra.

 

—Es una curiosa despedida la nuestra. —Luego, los dedos de Anthony se detuvieron porque sintieron algo diferente. El hombre frunció el ceño y se acercó un poco más para sujetar aquello fino y delicado que había sentido. ¿Un cabello? No, era un hilo… un hilo casi invisible que en algún momento del pasado había sido plateado.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry acercándose también, sujetando el hilo hasta que notó que gran parte de él estaba enterrado en la arena. Curioso, sus manos escarbaron ligeramente hasta que encontró cinco diminutos y hermosos cofres llenos de arena.

—¿Son tuyos? —Anthony era consciente de que esa tumba la había hecho Harry.

—No —murmuró—. Son de…

—¿Hmmm?

—…Malfoy —susurró—. Son de Draco Malfoy.

 

¿Y si nuestro hilo del destino nunca fue rojo?

Tal vez siempre fue plateado…

 

 

Draco caminó por la amplia y elegante oficina. Era la primera vez que estaba ahí, pero se quedaría durante mucho tiempo: en unas semanas anunciarían que él sería el nuevo Ministro de Magia.

 

Lo había logrado.

 

Entonces, ¿por qué tenía miedo? ¿Por qué sentía tanto miedo? ¿Por qué no podía hablar y, sin ser consciente de ello, había comenzado a llorar?

 

Quizá porque hasta ese momento, finalmente comprendió su soledad.

Notas finales:

Autora al habla:

Buenas noches :3 Este capítulo en particular narra el avance del tiempo, las partes que fueron avanzando a medida que los años transcurrían. Explicaciones breves: después de su primer encuentro sexual, Draco y Harry no volvieron a estar juntos. Un año después de esto, Harry comenzó una relación que duró casi tres años, pero que terminó en una despedida por un acuerdo de ambas partes, aunque fue Anthony quien, indirectamente y como se ve al final, quien guió a Harry una vez más hacia Draco. ¿Se entiende? Espero que sí. No ahondé esta parte de la trama, sobre todo porque sería extender algo innecesariamente (que no se me da xD) porque relataría básicamente lo mismo; que Draco se alejaba mientras ascendía y que Harry había retomado su vida, pero sin olvidar realmente a Draco. :( Me da pena que esta breve historia esté a dos capítulos de terminar. ¡Muchas gracias por sus ánimos! =D

 

¡Muchas gracias a Anónimo por su review! nwn 


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