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El Ministro de la soledad por PukitChan

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El Ministro de la soledad

Por:

PukitChan

Capítulo 1

Las cosas que no supimos reconocer como importantes

Siete años antes

Era casi media noche cuando, desde la entrada de su habitación, un elfo entre murmullos de disculpa anunciaba una inesperada visita. Gregory Goyle giró sobre su cama, ahogando un par de maldiciones en su almohada. De todas las personas que conocía, solo existía una lo suficientemente egoísta para despertarlo cuando sabía de antemano lo mucho que amaba dormir. Aun así, a regañadientes, Goyle agitó su mano para indicarle al elfo que todo estaba bien.

—Llévalo a ese lugar —ordenó, intentando alejarse de la cama—, pero no le prepares té ni nada de lo que te pida.

—Como usted ordene, señor —recitó el elfo, justo antes de desaparecer. Gregory cerró sus ojos cuando, más dormido que despierto, buscó a tientas la capa que había dejado a su lado apenas un rato atrás. Al encontrarla, la colocó encima de su pijama mientras encendía la vela más cercana. Contempló la flama oscilante, preguntándose qué nuevo recuerdo vería desaparecer esa noche. No obstante, y pese a lo inminente de la realidad, no quiso ahondar más en ello, por lo que sujetó el candelero y salió de la habitación hacia la intimidante penumbra del pasillo.

Por lo general, Gregory evitaba la oscuridad. Era curioso que algo a lo que no le tenía miedo de niño, de adulto se hubiera vuelto uno de sus más grandes temores. Y aunque no le sorprendía (un año en Azkaban podía crear los más grandes terrores), sí le fastidiaba. En noches como esa, lo último que Gregory necesitaba era que su pasado reviviera para atormentarlo. Aunque no es como si pudiera controlarlo.

«Tal vez debería hacer lo mismo que él» reflexionó un instante, mirando la puerta ante la cual se había detenido. «Todo parece ser más fácil cuando te escondes de esa manera.»

—¿Tan difícil era esperar a que amaneciera? —preguntó en cuanto ingresó a la elegante habitación.

—De cualquier manera terminaríamos aquí —respondió el hombre parado frente a la chimenea que no había sido usada en muchos siglos. Gregory se rascó la ceja, pensando cientos de cosas, pero sin pronunciar alguna—, porque lo prometiste.

—El día en el que hice esa promesa —dijo Gregory de mal humor, caminando con cierta torpeza hacia el sofá más cercano que encontró—, no pensé que me despertarías como si hubieras matado a alguien… espera, no lo hiciste, ¿verdad? No quiero enterrar un cadáver en el jardín. Mi madre se volvería más loca de lo que está.

—No seas idiota. No pretendo condenarme más tiempo.

Y aunque Gregory sabía que era verdad, no estaba convencido. No era algo normal que, aún con la promesa que hicieron, Draco Malfoy llegara sin avisar a su casa, y mirara con más atención al polvo que a él.

—He tomado una decisión —dijo el rubio, recorriendo con su dedo índice los ornamentos tallados en la piedra de la chimenea. Gregory nunca lo había visto actuar de esa manera tan impersonal antes. Malfoy era arrogante, malicioso y sarcástico, y ahora parecía más bien distante. ¿Por fin, los resultados que tanto tiempo había esperado Draco, estaban llegando?

—¿Y cuál es? —preguntó, cansado de esperar. A él no le gustaba descifrar las cosas ni sacar conclusiones basadas en simples gestos o en silencio. Gregory no era tan perceptivo; siempre había preferido las cartas sobre la mesa.

—Seré el Ministro de Magia.

Draco no se movió de su posición ni siquiera cuando Greg frunció el ceño y miró su espalda, intentando comprender las palabras que había escuchado. ¿Ministro de Magia? Si no se rio, fue porque sabía que Draco era sincero en sus frías y calculadas intenciones. Sin embargo, eso no evitaba que la idea fuera absurda. Draco Malfoy, el mortífago que casi había asesinado a Dumbledore, no tenía posibilidades de ser Ministro. Además, Gregory se estremecía tan solo por imaginar a alguien como el rubio en el poder. Draco era egoísta y mimado. Siempre esperaba que otros resolvieran sus problemas, inclusive ahora. ¿No por eso había acudido con él? ¿No Gregory estaba haciendo ahora lo que antes también había hecho en la escuela? ¿Recoger el desorden de Draco y protegerlo hasta de sí mismo?

—¿De verdad piensas perder tu tiempo de esa manera, Draco? Tus padres terminaron en una mejor situación que muchos de nosotros después de la guerra. Aprovéchate de ello.

Malfoy volteó para poder mirarlo bien. Existía algo tan caprichoso en esa mirada que Gregory se preguntó si era consciente de lo que hacía. Draco, por supuesto, jamás prestaría atención a sus advertencias, y él no lo detendría. Ya había aprendido que era mejor no meterse en el camino de alguien como el rubio.

—No pregunté tu opinión. Simplemente te dije cuáles son mis planes.

—¿Solo viniste a eso? Porque si es así, regresaré a dormir…

—Goyle, no es por eso por lo que estoy aquí. Incluso tú lo sabes.

Gregory bufó y se puso una vez más de pie. Atravesó la habitación y subió unos pequeños escalones que lo condujeron a una pintura, cuyo habitante gruñó cuando fue despertado, pero que aun así concedió la petición de Greg, al abrirse y mostrar un hueco en la pared, donde había un precioso cofre tallado en madera oscura. Goyle lo sujetó y colocó encima de la mesa de centro, frente a Draco, quien simplemente miró cómo el otro lo abría a través de una serie de rituales mágicos que él mismo había establecido.

El cofre contenía, cuanto menos, cien frascos de cristal. Una cuarta parte de ellos tenía dentro una especie de líquido plateado. El resto permanecía intacto. Gregory tomó uno de los vacíos y se acercó a Draco, extendiéndoselo. El rubio pareció dudar durante un momento el tomarlo o no, pero al final lo sujetó con extrema delicadeza.

—¿Estás seguro? —preguntó Greg. Draco entornó los ojos y murmuró:

—¿Me preguntarás lo mismo cada vez que haga esto?

—Lo sé —masculló—. No sé por qué pierdo mi tiempo contigo.

Draco lo miró a los ojos y por un momento Gregory creyó que iba a preguntarle algo. Al final, Malfoy pareció cambiar de idea pues tensó sus labios y, de alguna parte de su túnica, sacó la varita que había conseguido en Francia.

Las velas que colgaban del techo temblaron cuando Draco se colocó la punta de la varita en su pecho. Al igual que en las ocasiones anteriores, la temperatura de la habitación pareció descender cuando, al cerrar los ojos, un pequeño hilo plateado emergió de su pecho; del lugar en donde estaba su corazón.

Era un recuerdo.

Con cuidado, casi como si fuese un preciado tesoro (y muy probablemente lo era), Draco guió ese recuerdo al frasco que el otro le había dado. Tras guardarlo y sellarlo, el rubio levantó su rostro y Gregory descubrió que había más soledad y menos emociones en sus ojos. Si bien la mirada de Draco nunca se había caracterizado por ser expresiva, Goyle sabía perfectamente cómo era la mirada de alguien que, poco a poco, se estaba quedando sin sentimientos.

—Ten —dijo, entregándole de vuelta el frasco. Gregory casi creyó sentir un latido desvaneciéndose cuando sostuvo el recuerdo entre sus manos.

—¿No lo echarás de menos?

Draco tardó unos minutos en contestar.

—Dejó de doler hace mucho tiempo. No importa demasiado si lo tengo en mi mente o no.

Gregory metió el frasco en el cofre y tras guardarlo, supo que no tenía sentido seguir con esa conversación. Draco ya había alejado de su mente demasiadas memorias de su pasado para arrepentirse de ello. Y de acuerdo con sus propias palabras, Draco no borraba definitivamente sus recuerdos porque en algún momento podría necesitarlos. Empero, mientras ese momento llegaba, Draco prefería no tenerlos. Greg pensaba que, más que analizarlos en un pensadero, lo que Malfoy estaba haciendo era esconderlos de sí mismo.

Sin embargo, toda acción tenía su consecuencia, y en Draco era que, paso a paso, se volvía una persona más fría y más solitaria. A medida que se desprendía de todas esas experiencias que lo hicieron derramar sentimientos que no creía poseer, de verdad se estaba quedando sin ellos.

¿Acaso Draco no se había dado cuenta de que aquello era un ciclo infinito?

¿Siempre que los recuerdos y las emociones escaparan de su control, él simplemente se desharía de ellos?

¿…Cuántos cofres llenos de frascos necesitaría Gregory Goyle para esconder por completo el corazón de Draco Malfoy?

—Escuché que conseguiste un puesto en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, Draco. ¿Es verdad?

El aludido sonrió de lado.

—Lo es.

*

 

En un precioso cofre, escondido detrás de un retrato que no paraba de gruñir, se encontraba el recuerdo de un muchacho; una memoria antigua, pero vívida de su niñez. Estaba él, aburrido, de pie en un banquillo mientras una bruja regordeta medía el largo de la túnica que usaría por primera vez en Hogwarts. Luego, otro niño de aspecto triste y ojos verdes entraba a la tienda también. Y aunque se miraban a los ojos, ambos parecían incómodos.

No se trataba de un encuentro extraordinario. Ni siquiera de uno agradable. Hasta podría ser llamado aburrido. Y aunque Draco Malfoy no lo sabía, fue ese el momento en el que Harry Potter entró a su vida.

Es por eso que quería esconder y olvidar ese recuerdo.

Porque, de esa manera, Potter nunca más podría interferir en su camino

O, cuanto menos, eso era lo que Draco esperaba.

Notas finales:

Autora al habla:


¡Hola! Aquí, presentando este primer momento. Ok. Explico: El prefacio contó el momento "Actual" de la historia. En este y los siguientes capítulos se irá narrando de atrás hacia adelante lo que pasó para que Draco llegara a donde estaba como Ministro de Magia. Partimos de un punto base, donde Gregory comenzó a ayudar a Draco, cuando apenas ingresó al Ministerio. :3 Espero que se entienda, a veces soy pésima explicándome, jajajaa xD.


Por eso adoro los Festivales de fanfics xDDD.


 


¡Muchas gracias por leer!


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