08 « Si comienza mal...
Ese día, desde ya, Bokuto empezó mal.
Tsukki tenía examen temprano, por lo que salió en la mañana sin dejarles desayuno o nada.
Kuroo intentó cocinar algo simple para ellos. El problema fue que la olla terminó rota y con un agujero en el centro.
Terminaron con latas de atún y pan para desayunar.
El problema (nuevamente) fue que Bokuto luchó media hora para abrir la lata, cuando Kuroo le quitó el abrelatas y abrió su propia lata de atún. Y luego usó el abrelatas como cuchara para comer el atún.
—Así ensuciamos menos cubiertos. No quiero lavar—respondió cuando el de ojos dorados le preguntó.
Bokuto quería llorar. Tenía hambre y ni una lata podía abrir.
Se arregló la mochila al hombro y se dirigió al genkan, donde colocó sus zapatillas preferidas y salió camino a la estación de metro.
Compraría algo en un almacén o algo así.
Lo malo fue que se quedó sin dinero para poder pasar al metro, por lo que tuvo que saltar y correr antes de que los guardias lo atraparan.
Lo bueno (¡Aleluya! ¡Algo bueno en su desastrosa mañana!) fue que el metro llegó inmediatamente y, aunque fue con difícil y entre mucha gente, logró entrar en el metro antes de que los guardias lo golpearan.
Suspiró, apretando el fierro que iba en el techo para no caer.
Intentó sacar los audífonos de su bolsillo, aunque no lo logró por tener como cuatro personas alrededor de él.
Chisto, molesto. Otra vez debería ir de pie, apretado y sin música.
Al menos lo ilusionaba pensar en que jugaría voleibol al llegar a la Universidad. El tocar el balón, golpearlo, la vista al saltar.
El voleibol era lo único en el mundo que le quitaba el aliento, que le detenía el corazón, que lo hacía gritar y lo exaltaba con tanta fuerza.
El volei le sacaba un sentimiento que nada ni nadie podía entregarle.
Excepto, quizá, por Akaashi.
Ah, sus ojos negros y su blanca piel. Su suave voz, tersa al oído, y sus sublimes y contadas sonrisas.
Akaashi lo volvía loco. Era un capricho, era su cigarrillo. Adictivo, imposible de dejar. Le mataba por dentro, pero nunca dejaría de tenerlo cerca.
Akaashi era su cigarro, encajaba perfectamente en sus labios.
Si, Akaashi lo volvía tan loco como el volei, quizá un poquito más.
Vio a su alrededor, buscando a Akaashi. Quizá estaría ahí, es decir, siempre estaba ahí.
Lo vio sentado, con un librito en mano mientras movía el pie al ritmo de una canción inaudible.
El metro se detuvo en la estación y mucha gente bajó, incluido Akaashi, que pasó junto a Bokuto al intentar bajar del transporte.
El de ojos dorados se movió entre la gente, escurridizo, hasta llegar al azabache, donde se posicionó detrás de él, con la boca cerca de su nuca y sus manos tentadas a irse hacia su cintura.
—Veámonos en un café a las seis.—le susurró contra la piel. Lo vio tensarse, crisparse, y se giró a verlo con los ojos ligeramente abiertos de sorpresa y las mejillas sonrosadas.
Fugaz sonrisa y contacto visual, un asentimiento con la cabeza y un gesto de manos que Bokuto calificó como un "nos vemos" antes de bajar del metro.
Si, no comió nada, Kuroo usó el abrelatas como tenedor, el guardia lo iba a matar y seguramente se le pasaría la estación del metro como todo iba, además de no tener casi nada de dinero. Pero vio a Akaashi, le sonrió y quedó con él.
No podría ser mejor día.