Capítulo VII – La vida de pirata es para mi...
Una cosa que definitivamente John a lo largo de su vida procuró no olvidar fue que Sherlock, en efecto, fue un niño, y como todo niño tuvo sueños imposibles, que olvidó cuando fue creciendo y perdiéndole en interés a todo lo que no beneficiase su trabajo, muchos de estos sueños quedaron guardados (si es que no fueron eliminados) en algún rincón oscuro de su palacio mental, pero John no los olvidó, pues había una parte de él (la nostálgica y soñadora, la que Harry le decía siempre que lo hacía ver como un viejo) guardaba especial cariño por esos momentos, y es que pocos pensarían que Sherlock alguna vez quiso ser pirata, y que como todo fanático se empapo del tema, de una forma muy propia suya: investigando, recolectando relatos, imágenes...
Fueron días y noches enteras leyendo, “dramatizando” (porque no Dios quiera que a John se le escapase la palabra 'jugar' porque Sherlock era capaz de echarlo del cuarto) de soltar cada teoría ridícula sobre la vida de los grandes personajes de la piratería a nivel mundial, sobre como vivieron, por quién fueron contratados, porque dimitieron o que pudo pasar con ellos después de desaparecer. Era una fascinación tan grande y vasta, tan insaciable que John nunca volvió a ver esa expresión en los ojos de Sherlock hasta muchos años después, cuando tenía un caso especialmente difícil, o cuando hacían el amor, con las sábanas enredadas en las piernas y los ojos del detective recorriendo su cuerpo con una fascinación casi científica.
Como sea, aun faltaban muchos años para eso, y el pequeño John no tenía forma de imaginarse lo que depararía de sus vidas, amarrado como estaba del mismo abedul en el que había encontrado a Sherlock, esperando a que él (o quien sea en realidad) se digne a ir a buscarlo y que lo desatase, maldiciendo por lo bajo y rogando que no fuese Harry la que lo viese así, porque era capaz de clavárle un picahielos en la frente a Sherrinford. Llevaba dos horas cuando Sherlock (que llevaba desde la mañana en su palacio mental) se dio cuenta de que no estaba y comenzó a buscarlo, y a partir de allí no pasó mucho para que le encontrase.
- Sherrinford es un animal – gruñó por lo bajo cortando el nudo con la navaja que siempre llevaba en el bolsillo (robada al susodicho animal, si venimos al caso, Alyssa nunca dejaría que Sherlock andase con un arma blanca) – Sherlock, es un hermano – suspiró John, sin muchas ganas de reñirle principalmente porque el también pensaba que era un animal, solo que no lo decía en voz alta – ese neandertal no es mi hermano, Mycroft, por más que lo odie, si es mi hermano, por lo menos él si tiene clase, Sherrinford no, es como un animal persiguiendo su propia cola, creo que no es mas inútil porque todavía no se decide entre fumarse ese puro de marihuana que tiene escondido bajo la cama, porque el whisky ya no ha arruinado bastante...
- ¿Sherrinford metió marihuana a la casa y no se los has dicho a tu madre? - preguntó John, sorprendido más por eso que por el hecho de que el hermano de su amigo se estuviese drogando. De todas formas, ya Harry le había advertido que había poco que pudiesen hacer por él – oh, no te creas, me la estoy guardando para una... ocasión especial, Mycroft también, si venimos al caso, el bâtard a tenido suerte de que estemos de buen humor últimamente... ya te solté – le avisó, y, efectivamente, John sintió como sus brazos perdían el agarre y caían contra su costados, entumecidos y adoloridos. El rubio suspiró, frotándose las muñecas. Entonces el pelirrojo se sentó a su lado y le pasó un vaso donde sirvió un poco de jugo de manzanas que había traído con él.
– vele el lado bueno a esto John, por lo menos Sherrinford no nos molestá más hoy, conseguí en la biblioteca dos nuevos libros que de seguro nos servirán mucho en nuestra investigación, siempre y cuando la vieja de la biblioteca no comience a llamar a la casa de nuevo para que devuelva los libros...