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Elecciones. por Layonenth4

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Notas del capitulo:

Debería estar actualizando otros fics... pero pues #YOLO

Solo una última vez. 

Todo de mi te ama a ti

Amo tus imperfecciones

Cada arista y temores

Si das todo de ti

Todo daré de mí

Mi final y mi comienzo

Aun gano si estoy perdiendo

Y yo te doy todo de mí

Si tú me das todo de ti

-All of me, Kevin, Karla & la Banda.

 ~*~

 

 

Tres tazas de café no le era suficiente, tres tazas de café puro no significaban nada. Y el brownie se echó a perder para desgracias del a vida. ¿Dónde quedo el sabor amargo y ardiente que viajaba por su garganta hasta su estómago? Junto a su cordura, ósea, perdida en el lugar más remoto del mundo.

No era dramatismo ni paranoia, era la pura verdad. Mientras él rellenaba la ficha clínica de su primer paciente matutino, al final del pasillo cirujanos con quienes había compartido algunas charlas y pocas salidas, rodeaban a la nueva celebridad londinense como cachorritos moviendo la cola por juguete nuevo. Y aquel maldito solo se limitaba a asentir y hablar con su parloteo sobre-desarrollado que en vez de causar mareo y espanto en los “cachorritos”, era como si el tipo tuviese un traje de carne en cima por el brillo de los ojos extras.

Tuvo que apartar la mirada, o el líquido de las tres tazas irían a parar al suelo del mismísimo pasillo.

Pero realmente no los podía culpar; cuando Sherlock entraba en su zona profesional no existía persona en el mundo al que no atrajera como un imán gigante, aunque pareciera robot con tanta palabra técnica y el asentó arcaico típico de un inglés que fue educado en la alta sociedad, solo lograba atraer la curiosidad y crearla en alabanzas hacia él. Eso o fanfarroneaba demasiado y provocaba tal cantidad de envidia que se volvía plaga. Pero al fin y al cabo siempre seria el médico al que todo mundo acudía por una primera opinión y ultima, porque siempre acertaba y si no, lo remediaba con sus cuatro especialidades resplandecientes en los títulos de revistas científicas y periódicos que le rendían tributo.

¿O tal vez era el maldito uniforme azul oscuro de dos piezas que, aun bajo la bata blanca, le sentaba bien a sus ojos? Coincidencias del destino, era el mismo color que portaban en Londres.

Pero, ¿por qué no era desagradable? ¿Por qué no los ahuyentaba? ¿Por qué no comenzaba a descifrar cada oscuro comportamiento mundano en ellos y estos salían corriendo, no sin antes decirle que se valla al infierno, para que él fuera a salvar el día?

¡¿Y por qué estaba pensando en salvar el día?!

Necesito otra ronda.

Pensó el rubio mientras tomaba el último trago del vaso desechable  y cerraba la carpeta con algo de redundancia.

— Eso es demasiado café para ti, John. — no se dio cuenta de cuando se puso a su lado, pero lo tenía justo hombro con hombro, capaz de oler la humedad más los cítricos de su cabello. No quiso moverse de ahí.

— ¿Desayunaste? — el movimiento de sus ojos fue claro y eso hizo a John sonreír ante su lucha ganada desde el primer round.

— Tu sí. Todos los días, juzgando los siete kilos de más. — canto victoria muy tarde. Inhaló y exhaló aire apretando sus labios, mientras le entregaba la carpeta a la enfermera frente a él y volteaba a mirarlo de frente, siendo consciente de la diversión plantada en sus globos oculares. 

— Seis y medio. — le dijo mirándolo al rostro y el otro levanto una ceja inquisidora.

¡No podía contra ese terco!

Rechino los dientes y dio la media vuelta para desaparecer por el corredor, aunque era capaz de escuchar los pasos del otro atrás. Después lo tuvo al lado gracias a sus alargadas piernas y siguieron de frente.

Era consciente de cada mirada sobre ellos, algunos lo saludaban y otros solo murmuraban “¿Ese es Sherlock Holmes?” con caras de sorpresa y una que otra boba oportunista. Nop. Definitivamente no había extraño esa sensación de sentirse observado por el poste que iba a su lado.

El silencio estaba entre ellos mientras en un plan mudo se dirigían a la habitación de su paciente en común, pero John podía leer claramente en el comportamiento corporal del otro que estaba en una meditación profunda, intentando no voltear y decirle a cada uno de ellos que apestaba, que se acostó con el sujeto que estaba al lado del otro sujeto, que comió en casa de su mamá o que mato a alguien y lo escondió en el patio de la casa de su abuela por las manchas invisibles en sus calcetines, etcétera, etcétera. Pero le sorprendía en verdad esa gran cantidad de esfuerzo y aunque la tentación de burlarse de él era grande, le hacía preguntarse, ¿por qué aguantaba tanto?

¿Sherlock sabia comportarse profesionalmente? Sí ¿Sherlock también podía comportarse como engendro de la maldad y provocar la resurrección de la segunda guerra mundial? ¡Sí! Por eso se sentía a la defensiva, preparado para que en cualquier momento tener que meterse entre un puño rabioso y la cara de su ama… ami… mari… compa… ¿Qué era Sherlock en ese momento?

— Y ahí vamos de nuevo. — lo escucho murmurar y tragar aire nuevamente, postrando esa cara fría que no se percató cuando la desapareció. Y se sorprendió de no haber chocado con algo en todo el trayecto si estaba tan sumido en su mente.

Pero vio al hombre afroamericano con la edad sobre sus hombros y bolsas bajo sus parpados, pero muy sonriente como cada mañana cual niño en navidad. John también tomo fuerzas del universo y su sonrisa cordial ya estaba en su rostro para cuando su actual jefe estaba llegando frente a ellos, tratando de ocultar su emoción y maléfica travesura.

Richards Webber puede ser el mejor hombre con carisma y presencia, un líder nato y ferocidad en cada uno de sus movimientos al caminar, pero cuando veía algo beneficioso para su hospital, parecía un viejo brujo de esas películas infantiles. Le recordaba un poco a Mycroft, solo que el pelirrojo si sabía ocultar su entusiasmo. ¡Webber estaba que baila zamba ahí mismo!

— Jefe. — saludo el rubio, pero el hombre solo asintió en su dirección.

John quería recordarle que  un año atrás, el centro de atención y dueño de esa sonrisa del gato de Alicia, había sido él.

— Doctor Watson. — Respondió Webber y rápidamente viajo su mirada resplandeciente al hombre más alto, estirándole la mano para estrecharla  — ¡Doctor Holmes! Por fin ha llegado.

— Jefe Webber, gracias por recibirme tan precipitadamente. — la cara de mármol seguía intacta, pero cuando tuvo que responder el gesto del canoso la comisura del labio derecho tembló un solo 0.3 segundos antes de juntar las palmas.

John no quito la mirada incrédula de su rostro y Sherlock lo miro de reojo también, clara señal de que fingiera que no vio nada. El rubio volvió su mirada al frente y sonriente con su jefe, no sabiendo si quería echarse a reír o llorar por el anuncio apocalíptico más grande de la historia.

— Al contrario, usted junto al doctor Watson le darán a este hospital la primera cura funcional contra tumores neuroquirúrgicos sin un método tan arcaico. — ¡aja! Webber mostro las garras al fin. Soltaron las manos y el hombre se hizo a un lado con un gesto para que siguieran su camino, irónicamente John pensaba que solo le faltaba desempolvar la alfombra roja —.  Les deseo suerte.

El jefe salió de su punto de mira y ellos también partieron de nuevo cruzando por corredizos idénticos. Que Sherlock no se pierda no era ninguna novedad, aunque solo estaría el tiempo suficiente para el tratamiento de su paciente, ya se habrá aprendido los planos del hospital. Pero el tenerlo justo de lado no solo observaba que estaba más tenso que hace unos momentos, sino que lo estaba siguiendo a él perdido en su palacio mental.

Y John sabía que estaba llegando a su límite. Tanta afabilidad, cordialidad y educación lo estaban devorando y no faltaba mucho para querer gritarle a todos sus miserias, ¿pero por qué se abstenía tanto? Era tan fácil para Sherlock más que decir “buenos días”.

— ¿Cómo hiciste para que Mycroft aceptara dejarle el crédito a un hospital norteamericano? — rompió el silencio con una duda sincera, así al menos el otro podría estar concentrado en algo fuera de sus frustraciones

— Es la magia de un buen pastel triple chocolate con avellanas sobre un desnudo Lestrade. — la sonrisa floreció instantánea en John y un resoplido negando aquella imagen que lo haría partir de risa. Sherlock también había hecho una mueca más relajada con aquel resultado, pero sintió la mirada insistente del ojiazul y revoloteo los ojos antes de contestarle. — El éxito será para el Seattle Grace, pero la patente se quedó en Londres.  Además de nuestros nombres, claro.

El rubio levanto una ceja dudando de lo dicho, pero no lo menciono y se enfocó en ir relajada después de su logro. Pero no evito el pensamiento de que eso era muy poco para alguien como Mycroft Holmes fuese convencido de delegar un importante y renovable avance medico a otro hospital poco menos cosa que el suyo. El hospital Barts estaba bajo el dominio del mediano de los Holmes, y si un pequeño lugar consiguió convertirse en el más prometedor, seguro y llamativo hospital de Londres, fue gracias al jefe de cirugías más joven en la historia británica veinte años atrás. Y todo gracias a que el pelirrojo era el más competitivo, calculador, maniático controlador y sobreprotector del mundo; entonces, no podía creer que ni aunque Greg estuviera nadando en una piscina de chocolate desnudo, aquel hombre con un ego tan grande como su cerebro haya dejado ir tan fácil a Sherlock.

La pregunta es, ¿qué hizo Sherlock para lograrlo?

— ¿Internos? — la voz de su compañero lo saco de sus cavilaciones, viendo hacia adelante como lo hacía Sherlock y entendiendo su cara de susto. De hecho, pararon su camino solo para ver a tres mujeres y dos hombres jóvenes empujándose para curiosear entre las aberturas de la ventana hacia adentro.

John sintió vergüenza ajena.

Internos. Los “don nadie”, invisibles y viles esclavos por su posición en la base de la cadena alimenticia, los “menos cero”. Sus “esclavos” a cargo por esa semana. Internos que juraba, entraron al programa por obra divina y no sus cruzados cerebros.

Él no fue una estrella durante su internado tampoco, pero estaba acostumbrado a trabajar con gente más calificada, y para ser sinceros también se hartaba en algunas ocasiones cuando cometían un error tan absurdo.

El programa de internado en Barts era muy distinto al Seattle Grace en todo nivel, desde oportunidades hasta aprendizaje, así como su disciplina y dificultad nivel infinito. Así que cuando entro al Barts se podía decir que sus compañeros y él eran las ratas de biblioteca preparándose a evolucionar como la elite de elite. En cambio en el hospital norteamericano tenía todo menos eso; eran competitivos, fundadores y creadores sin reglas, sí, pero eran niños de kínder comparado a la tutela que Mycroft exigía.

Pero si él tenía esa negativa contra sus estudiantes, Sherlock en ese momento estudiándolos debe tener ganas de correr.

Correr. A Londres. Distanciados. Cada quien sus vidas… ¿Por qué tenía ganas de sonreír como un niño a punto de hacer explotar un globo de pintura en la cabeza de la directora?  

— Como en todo hospital de enseñanza. — contesto el rubio con una sonrisa que prometía mucha diversión para él y tortura para su interlocutor.

Sherlock debía estar muy sometido a sus divagaciones, porque no se tomó la molestia de investigar el por qué la sonrisa extraña en su otra persona. En vez de eso, frunció el ceño y pararon el paso a unos metros de la habitación de su paciente y con jóvenes ansiosos y caras emocionadas mirando en su dirección.

Sherlock los miro de arriba abajo sin ocultar su asco, para volver al rubio quien seguía con sus extrañas muecas faciales.

— Odio a los internos. Tú los odias. Odias enseñar. — los ademanes de Sherlock era justo lo que esperaba el doctor Watson, quien fingió inocencia ante sus argumentos

— Ya no. Soy alguien nuevo, con objetivos nuevos.  — el rubio dio dos saltitos discretos aun sonriendo, esperando ansioso ver a Sherlock dar media vuelta para huir.

Nop. Lastima. El hombre de ojos galácticos chasqueo la lengua y le pego con un poco de fuerza la carpeta de la ficha clínica al pecho, logrando que su sonrisa maligna desapareciera por una mueca de contracción mientras el otro seguía con su camino igual de tenso. No escucho los murmullos infantiles que John soltaba entre dientes mientras lo seguía.

Sherlock entro primero ignorando los intentos perdidos de los jóvenes para hablar con él y Watson sonrió un poco antes de indicar que entraran después de él. Ojala se hubiera preparado mentalmente para lo que vería.

Un niño con pijama de seda celeste estaba dormido sobre la camilla, que a juzgar por su notable dificultad para respirar tenía el ceño fruncido, distinguible molestia y cansancio, cerrando los ojos contra su voluntad. Era muy bello, ignorando el hecho de que parecía estar bajo el peso promedio y las ojeras moradas marcadas por lo pálido de su rostro, aunque si estuviera sano su piel seguiría siendo tan clara como la leche. Rizos azabaches revoloteaban por toda su mata y algunos plantados en su frente sobre sus largas pestañas oscuras, pero el sistema de respiración en sus fosas nasales apachurraran algunos.

Era un niño, seis años, y estaba sufriendo uno de los peores golpes de la vida. Era como ver a un Sherlock en pequeño sufriendo igual que Holmes en su época infantil, pero esta vez a un extremo terminal y le hizo tragar seco el pensamiento.

Volteo a ver al susodicho y este se había refugiado en la esquina más alejada de la habitación, dejándole la palabra mientras solo veía al niño con su máscara indiferente, enterrado seguro dentro de su palacio mientras él hablaba con los internos

— Atención equipo, hoy puede ser su día de suerte. — con voz baja los internos tuvieron que agudizar el oído y el ser preciso, queriendo evitar toda molestia en el infante. ¿Y los padres? No lo sabía, pero si el inglés no había dicho nada él no preguntaría. — El doctor Sherlock Holmes es un reconocido neurocirujano de toda Inglaterra, y siendo colega mío en Londres, ha escogido al Seattle Grace  para realizar el primer procedimiento contra un tumor cerebral, sin necesidad de extirparlo.

— ¿Sherlock? — una vocecita forzada y adormilada le interrumpió su monologo, volteando como todos al niño que recién se despertaba.

John volvió a tragar seco y pestañeo varias veces sin creer lo que veía. Sherlock se paró como resorte de su sitio y en un santiamén  ya estaba al lado del niño, el pequeño abrió su boquita para decir algo pero debió sentir dolor en alguna parte de su cuerpo porque cerró sus ojos fuertemente y la presión comenzaba a alterarse. El moreno mayor hizo lo impensable y el rubio hubiera querido cargar con su celular y tomar una foto ante tal escena que maravillaría a toda Inglaterra: Sherlock tomo la mano pequeña del niño ojiazul cristal entre su palma y la otra la paso sobre los rizos rebeldes.

— Resiste un poco más. — susurro el hombre y el pequeño obediente y sin rechistar, cerro sus ojos cayendo nuevamente en el sueño. El doctor no soltó la mano del niño hasta que estuvo seguro de que el paciente dormía.

Miro a Watson con un movimiento innecesario de cabeza, dándole libertad para seguir con la explicación. El doctor cerro la ficha clínica que se aprendió ayer por la noche y no aparto la mirada embelesada de los dos morenos, pero su tono firme estaba más que frio.

— El paciente Hamish fue ingresado a las 22:00 horas de anoche, niño de seis años diagnosticado conglioblastoma multiforme*, mejor conocido como “tumor mariposa”, esparcido en el 42% de su cerebro. Ha sufrido un ataque taticardiaco* desde que ingresó al hospital y dos más durante el ensayo clínico. Inestabilidad en la pierna derecha y temblores en la izquierda. — un verdadero infierno, pensó el ojiazul.

Los cinco jóvenes médicos levantaron las manos con emoción, y John solo señalo a la rubia más alta que sabía era la mejor de su grupo, rogando porque cualquier comentario o duda que tuviese no fuera tan estúpida como para arruinar la escena de “dos” tiernos Sherlock en faceta humana.

— Perdone doctor, pero es completamente inoperable su tumor y más en su condición. — bueno, el comentario no fue tan estúpido, pero Sherlock soltó al niño y giro en su dirección con su erguida figura de autoridad.

— Incorrecto. — y ahí vamos, pensó John evitando con toda su fuerza pegarse la palma a la cara— El doctor Watson y yo hemos desarrollado una infusión  supresora que irá reduciendo la protuberancia, inyectando el químico directamente al tumor con una precisión exacta de tiempo, fuerza y contenido. Esperamos a ver su estabilidad, cerramos y lo veremos desvanecerse completamente del sistema nervioso del paciente.

» Esto es una obra maestra de la medicina, obra maestra que no perdonare que echen a perder con su mediocre intelecto y excusa de un inexistente talento médico. — cuatro de ellos estaban temblando y la rubia alta tenía claro gesto ofendido —  Pero no me puedo librar de ustedes, así que quedara claro que solo uno podrá entrar a quirófano para observar este inigualable procedimiento, por lo que más les vale que mi trabajo no sea en vano y este niño este vivo y listo para las 19:00 horas de hoy.

Los internos asintieron con frenesí y John con una sonrisa brindándoles apoyo moral les soltó la ficha clínica para que los cinco se repartieran las actividades a proceder para el pequeño paciente. Ambos doctores especialistas salieron de la habitación y John se acercó al mostrador de la enfermera de guardia, recargando los antebrazos sobre este. Sherlock lo acompaño recargando la espalda con los brazos cruzados.

John tenía preguntas, Sherlock quería darle las respuestas y esperaba a que el doctor rubio escogiera cuál de ellas realizar. Dicho doctor exhalo el aire de sus pulmones y miraba hacia la nada cuando, peleando contra sus cuestionamientos que en algún momento volaron del ensayo medico hasta las sentimentales: ¿por qué te fuiste? ¿Por qué no regresaste? ¿Por qué no firmaste el divorcio? ¿Por qué viniste en realidad? ¿Por qué después de tres años separados?

Dudas cuyas respuestas no quería saber a ciencia cierta, porque solo volvería a doler. Ya no quería que doliera.

— ¿Hamish? — cuestiono John mirando el rostro de Sherlock, quien frunció el ceño sin entender por qué de todos los temas que tenían para discutir, escogía justamente uno tan banal. O al menos para él, porque John comenzó a interesarse en verdad por la respuesta

— ¿No eres tú el que siempre  anda creyendo en las casualidades? — respondió Sherlock viéndolo todo como era su costumbre, y este movió sus palabras con cautela, sintiendo ese dejen de peligro que siempre sentía junto a Sherlock y sus misterios 

— Casualidades, sí. Pero contigo nada es casualidad ni normal, así que no sé si quiero preguntarte de donde sacaste a ese niño.

— Santa llego antes, es simple.

— Se nota que tiene apego contigo, ¿cuál es su nombre? — insistió Watson mostrando verdadero interés en el niño, hasta que un click en su cabeza y un escalofrió por su espalda le hizo girar con susto hacia su compañero — Oh dios, ¿Cuál es su bendito nombre, Sherlock?

Sherlock lo miro de reojo y su manzana de Adán bajo con disimulación. Única seña en Sherlock Holmes de que no estaba seguro en contestar o no ante su culpabilidad, porque estaba claro para John que ese sujeto era culpable de algo. Secuestro o tal vez una adopción ilegal. 

Para Sherlock la frase “el fin justifica los medios” le era indiferente, pero a veces la seguía al pie de la letra. ¡Muy al pie de la letra!

— Doctor Holmes. — la voz de la jefa de cardiología le hizo mirar como la rubia mayor sonrió ante la nueva celebridad, hombre que solo le devolvió la mirada vacía.

Oh tal vez no tanto, juzgando como se puso en la misma postura que John de inmediato. Este solo suspiro, prediciendo nuevamente lo que venia

— Anda, hazlo. — animo John, pero del azabache solo es escuchaba su respiración pesada. John choco su hombro un momento contra el de su compañero, dándole ánimos de dejar fluir al verdadero ser oscuro que moría por salir  — Sherlock por favor. Solo hazlo.

— Una noche entera John y ya puedo decir que he conocido 52 Dónovan y 107 Anderson. ¡107! ¿Acaso existe una fábrica de clonación de cerebros podridos o algo así? ¿Debemos investigar al mercado negro? — sip, ese era el Sherlock que recordaba. Tanto que en vez de regañarlo le hizo reír

— Oh vamos, no son tan malos. Tienen los mejores en todo el lado este del país. — Sherlock lo miro con cara de “no seas Lestrade” y John noto que volvía tensarse, al punto de que sus nudillos ya eran apretados contra la mesa.

Lo decidió tan rápido que se olvidó dónde estaban, tan solo lo jalo con fuerza al pasillo más solo que vio y escondidos en una esquina, el neurocirujano golpeo la pared y dejo su mano al lado de la cabeza rubia quien esperaba todo el monologo.

Dos minutos tardo Sherlock en darle todo los datos innecesarios que ubico toda la noche, y solo eran los que más le perturbaron por tremendo nivel de estupidez. John sabía que no volvería a ver a sus compañeros americanos de la misma manera, justo como en Londres.

—…La cardiocirujana se acuesta con la residente genio. El traumatólogo tiene crisis de su guerra y ayer tuvo otro ataque donde estrangulo a su esposa, y ella no le quiere decir que tuvo un aborto espontaneo porque no era hijo de él y puedo decirte una y mil razones para que no entres a ninguna habitación de receso las próximas tres horas. Vida profesional y vida privada, ¡se nota que toman muy a pecho la diferencia!

Sherlock exploto todo en voz baja y al terminar, se desplomo sobre el hombro de su amigo quien mantenía el rostro neutro, volviéndose a acostumbrar a la sensación de ser la batería o fuente de luz como le llamaba Holmes. Por costumbre le paso un brazo por la cintura y otro sobaba su espalda como si a un niño chiquito estuviera consolando, cosa que así era de todas formas.

Sintió la espalda alargada, delgada y de fuertes omoplatos, pero estaba seguro que había bajado de peso esos tres años de no verlo, así como que dejo crecer sus cabellos tres centímetros. Que cambio la colonia a la nueva edición francesa o que fue tan descuidado como para comenzar a dejarse crecer la barba. Pero solo el físico y muy poco, porque aunque haya tenido un nuevo record en aguantar a la gente menos que él, seguía viéndolo y sabiéndolo todo. Seguía caminando con ese estilismo orgulloso e indecente para los mortales pero con la punta del zapato izquierdo siempre de lado al pararse o la maña de tener las manos dentro de los bolsillos de la bata cuando no era necesario o la pluma negra seguida de la azul pero no en medio del bolígrafo especial para firmar.

Ese era Sherlock, pero ya no era su Sherlock…

— ¿Mejor? — pregunto, antes de que sus pensamientos se desviaran a su rincón de pandora

— Ni la mitad. — claro, porque solo le detallo la mitad de los problemas en todo el hospital. Sherlock levanto la cabeza y la mano que estaba en su espalda se deslizo hasta soltarlo, pero sujeto la otra en su cintura solo para sentir el tacto mientras el otro no se diera cuenta — Gracias.

¿Pero por qué ya no era suyo? ¿Por qué todo lo que tuvieron se fue al traste? Siete años juntos, dos de pareja y cinco de matrimonio en los que creyó que serían muchos otros para estar junto al hombre más maravilloso del mundo, pero apenas este vio la oportunidad de escapar y no lo pensó dos veces; no pensó en lo que pasaría con su relación, su vida laboral, en él. Solo siguió a otro más loco sin importarle nada, cuando John creyó que ya todo era suficiente pues no le quedaba nada más para darle.

Sherlock solo decidió irse cuando todo se volvió “normal”.

El reflejo de todo eso debió verse en su mirada, porque Sherlock volvió a cortar la distancia y los dos pares oculares chocaron, sosteniendo su rostro hacia arriba para mantener la mirada. ¿Por qué en Sherlock había arrepentimiento? ¿Miedo era lo que identificaba? No, tal vez algo cercano a la culpabilidad pero también lleno de inocencia… incomprensión.

El pálido abrió los labios preparándose para hablar, pero infortunadamente fueron interrumpidos.

— Doctor Watson. — la voz cantarina de Mary logro que inmediatamente ambos se separaran y voltearan a verla.

La rubia llevaba su traje verdoso que la distinguía como tal en su oficio, pero aunque trataba de solo mantener una sonrisa a medias con John, no podía evitar mirar de reojo a donde minutos antes había estado otro doctor. John también siguió la espalda que antes tenía entre sus extremidades y la observó alejarse. Alejarse.

— ¿Podemos hablar? — Mary volvió a llamar su atención  y John volvió del pasado a la realidad en un pestañear. La rubia estaba recargando su hombro en la pared a su lado, esperando a que le prestara atención.

El cirujano se volteo como ella y teniéndola frente a frente recordó quien era ahora y con quien debía estar. Con quien se había esmerado en prosperar y olvidar aquello que lo volvió débil, pero feliz. 

— Mary por favor, déjame explicarte que entre él y yo… él es un… bueno. — ¿cómo explicar algo tan extraño? Su relación con Sherlock no había llevado nombre nunca, incluso la historia entre Greg y el pelirrojo era más natural y cotidiana que la suya con el moreno.

Tal vez ser sincero sería buena idea: “lo conocí en un bar, tuvimos el mejor calentón de la historia, después resulto ser mi superior, tuvimos sexo durante todo mi internado y en mi residencia me propuso casarnos a mitad de un desastre natural en el Támesis. Después llego James Moriarty con su súper cerebro y se lo llevo a la India por tres años, alejándolo de mí, rompiéndome el corazón acompañado de tres litros de helado. Fin. Pero qué crees, yo no era ni soy gay, en Londres lo llamamos Holmes-sexual. ”

Ahora que lo veía todo resumido, en verdad su vida carecía de completo sentido.

— ¿Complicado? No te alteres John, no eres el primer novio que resulta ser gay. Aunque eso no sea un consuelo. — el problema es que no era complicado, era tan simple que daba miedo el que no tuviera lógica.

— No soy gay. — John omitió las ganas de contarle sobre la Holmes-sexualidad, porque era tan estúpido si no lo acompañaban Greg y Anthea en su miseria. Mary lo miro incrédula y John sacudió la cabeza para acomodar sus ideas — con Sherlock todo paso diferente. Repentino y bastante hormonal, ¡tenia veinticinco años!  

— ¿Eran internos y decidieron casarse? — ella sonaba tan sorprendida como todas las personas que se enteraban de su matrimonio. Controlo su afán de rodar los ojos.

— En realidad él ya estaba en su último año de residencia y fui su interno por ese tiempo. Es un maldito genio, y al mismo tiempo un tanto desagradable. — y egoísta, petulante, ofensivo, ególatra… John tenía un sinfín de adjetivos junto a sinónimos que describirían perfectamente a Sherlock, pero la escena que presencio del moreno junto al niño le hacía recordar que también tenía virtudes, y una de ellas era salvar vidas sin recibir nada. — Pero es un genio y buena persona.

Y lo era. Sherlock Holmes era un neurocirujano de renombre, cardiólogo de consulta, traumatólogo cuando estaba en exceso aburrido y un investigador de cosas bizarras pero que según el mismo, aseguraba un avance de la medicina. Ojala los “avances de la medicina” no fueran el retroceso de lo que fue su chamuscada cocina.

Pero así era Sherlock, tan frio y calculador, solo interesado en descubrir lo impensable y ser el quien hallara su final. No mentiría diciendo que salva vidas por una noción moral o sentido heroico, tan solo era su ambición de luchar contra la misma muerte, aunque siempre es consciente de que ella llegara a todos tarde o temprano. Pero había momentos, existían una porción diminuta de personas, por quienes ha pasado noches en vela solo para sanarlas.

Su mismo ensayo clínico reflejaba todo lo que Sherlock era: una esperanza. Fantasiosa, imposible, inexplicable, justamente la descripción correcta para alguien como el alto inglés. No le importaba ganar títulos, premios, privilegios ni fama, solo hacia su trabajo por que amaba hacerlo.

Y eso es lo que John llego a amar de Sherlock.

La cara de Mary y su triste sonrisa debió avisarle que seguramente tenía cara de idiota, pero ninguno menciono nada.

— Ni si quiera puedes decir algo negativo de él. — comento la rubia después de pensar sus palabras. John se exaspero

— ¡Claro que sí! — solo que también hay cosas buenas. Lo bueno es que su cerebro por fin le hizo caso y limito las últimas palabras a sus pensamientos.

Mary negó con la cabeza, tomo su rostro y se paró de puntillas para besarle. Casto, con sentimiento puro y calmando su mente, sintiendo esos labios dulces y pegajosos, seguro por el labial casi insospechado que le quedaba a la perfección por ser rubia. Apenas iba a corresponder el sensible contacto, pero ella separó sus rostros con delicadeza sonriéndole con sinceridad y ternura, mientras con sus dedos pulgares acariciaba su rostro.

— John, en realidad no me interesa lo que tuviste con él en Londres, igual que con tus pesadillas, ninguna me interesa en nuestro futuro. —  esas palabras sonaron inquietantes, pero pudo suprimir las ganas mortales de salir huyendo. — Yo te amo, y tenemos algo tan lindo y casual que podemos convertirlo en más. Ámame John, y te daré todos los días de mi vida que pueda darte.

Tenía una mujer que lo amaba y cambiaria todo por él. De un momento a otro tuvo la sensación de estar haciendo algo malo, algo que no estaba bien y él de todas maneras lo estaba permitiendo como un villano de su propia historia.

Mary era la mujer que encajaba justo en el perfil de lo sagrado y muy difícil de obtener para alguien como él, Mary quería tener un vínculo con él y ambos estaban listos para el siguiente paso. Pero de alguna manera, no pudo decir que sí justo ahí, y lo peor es que ella seguía sonriendo.  

— ¿Te veo en el bar?

La enfermera se marchó del pasillo guiñándole con picardía y a paso seguro, justo como una mujer de su calibre lograba tener el mundo a sus pies; a todo el mundo menos a él, que no sabía ni que pensar en ese momento en el que debería estar todo claro.

¡Justamente la noche anterior pensaba pedirle matrimonio! Pero ya no se sentía seguro, ni dispuesto, ni si quiera podía pronunciar la palabra fuera de su mente. Y estaba seguro que nada tenía que ver con Sherlock, porque aunque él hubiese estado desde el inicio, un hombre como lo que era con todas sus facultades mentales y prioridades claras y fijas, hubiese tomado a esa mujer en ese momento y estar dispuesto a hacerla feliz por toda una eternidad.

Pero no era ese hombre en esos momentos, y solo se engañó durante los últimos meses. No, los últimos dos años de recuperación solo se puso una venda en los ojos e ignoro al mundo para caminar a su preferencia, no como debía.

Y ahora lo tenía todo claro: Sherlock salió de su amada ciudad y fue a parar con el mayor logro de la ciencia a un sitio inferior, para buscarlo varias intenciones más. Se estaba tragando toda su bilis solo por permanecer en ese sitio a su lado, pero él ya no estaba por completo solo.

O tal vez sí. Cuando llegaba a su campo no era la misma calidez de un hogar, ni cuando estaba en la tranquila casa de Mary a su lado, ni ese hospital le daba la adrenalina que le dio Barts. No se sentía él, hasta ese día, donde nuevamente caminaba al lado de Sherlock dispuestos a salvar una vida.

¡Maldita confusión!

El doctor pasó su mano por sus cabellos y mejor salió de ese pasillo, decidido a concentrarse en su trabajo y solo en su trabajo, ajeno a esos dos que lo volverían loco por querer dividirlo en dos.

El día paso rápido y eso lo agradeció de sobremanera porque todos sus niños en el área pediátrica le alegraron el día y lo mantuvieron ajeno a todos sus problemas. Aunque por un minuto recordó cual fue su motivación de especializarse en cirugía pediátrica, y eso fue cuando recién se casó con Sherlock y estaba más que claro que “hijos propios” no era un plan para ninguno de los dos; dos hombres como pareja, uno de ellos sociópata antisocial y el temiendo por cualquier ser vivo que respirara cercas de Sherlock, habían sido factores que considero y acepto al decir “acepto” frente a un juez.

Como cualquier persona con traumas de hogar, él deseaba una familia, pero con Sherlock había decidido que para locuras solo ellos bastaban, sin necesidad de dramas paternales. Pero aun así, el capricho seguía ahí, así que el neurocirujano se tuvo que quedar bien calladito con sus horribles opiniones acerca de su decisión, y apoyarlo, porque siendo pediatra tenía a niños por todos lados rodeándolo y era feliz cuando lograba sanarlos, o estar a su lado hasta en el peor de los momentos.

Curioso, de esa manera se sentía completo. Y ahora que tenía la oportunidad de tener su propia descendencia de las pocas veces que su novia lo mencionó, el prácticamente cambiaba de tema para que a la señorita se le olvidara eso que tanto le espantaba. 

Ahora llegaba a la conclusión que aparte de sufrir delirios, también tenía bipolaridad.

 

 

 

 

 

Las 7:00 p.m. de la tarde llego, y él ya estaba listo para recibir a su pequeño milagro dentro del quirófano, mientras una enfermera le amarraba la bata quirúrgica y alguien más le ponía los guantes de látex.

Siempre antes de cada cirugía cerraba los ojos, apreciaba su entorno con el resto de sus sentidos y le pedía a cualquier ser divino que todo resultase bien. Confiaba en sus conocimientos, en sus instintos y en su equipo médico. El quirófano era su sitio, el lugar al que pertenecía y eso lo supo desde que tomo el bisturí por primera vez en una situación real y realizo su primera apendicetomía con todos los honres para un simple egresado de la universidad. Él era grande dentro de esa habitación.

La puerta se abrió y él salió de su ensoñación, viendo claramente como Hamish entraba agotado sobre la camilla, pero totalmente nervioso y mirando por todos lados mientras se mordía el labio inferior con una crisis nerviosa. Nuevamente, era como ver a Sherlock perdido y eso pudo contra su ética.

— ¿Estás bien Hamish? ¿Listo? — el niño lo volteo a mirar, su cuerpo se tensó por completo y sus expresiones fueron como las de un animalito tratando de protegerse. Recordó con algo de tristeza que hasta hace poco el infante vivía en la calle sumiso a cualquier peligro.

Y él sabía sobre aquello. Tener que defenderte desde pequeño sin siquiera saber cómo o por qué. Pero al menos el pelinegro quería vivir y estaba dispuesto a todo, solo que como cualquiera de su edad, estar solo en esa situación era mucho más aterrador. Más si aparte de estar encerrado en una habitación fría, arriba sobre sus cabezas había más gentes fisgoneando de lo que harían. Era una operación revolucionaria y por eso la cabina estaba abarrotada de médicos, pero eso estaba amentando la ansiedad del paciente.

— Sabes, yo también me llamo Hamish. Es mi segundo nombre, de hecho. — Sherlock aun le debía una explicación del por qué un huérfano tenia justamente su nombre, pero al menos por esa vez le sirvió de mucha ayuda.

Hamish frunció el ceño, pero se relajó por completo aun cuando las enfermeras le comenzaban a implantar los cables de la máquina y le cambiarían su inhalador por un respirador. Pero su carita desconfiada seguía presente.

— ¿Dónde está Sherlock…?

— Aquí Hamish, obviamente. — ni bien el niño termino de mencionarlo, el cirujano de parecido idéntico entro al lugar con el tapabocas sobre su rostro y las enfermeras cubriéndolo justo como a él.

Él niño jamás despego los ojos de su doctor y John tampoco, sintiéndose como en aquellos tiempos donde mirar, asistir u operar junto al pelinegro era uno de sus mejores momentos en el día, fuesen con los resultados que fuesen. Aparte de que bajo la luz de los reflectores, los ojos del neurocirujano se tornaban de un color azul profundo con un brillo hermoso, desconcentrando a más de uno en su labor, incluyéndole. 

Todos estaban en sus posiciones y Sherlock fue el último en unírseles, observando fijamente al niño que pareció tranquilizarse cuando se quedó a su lado. John ya estaba junto a la cabeza esperándolo, pues aparte de ayudarlo a colocar el supresor, debía estar cuidando todos los demás órganos del paciente en caso de un shock. Pero desde ese punto tenía una imagen clara de lo unido que estaban esos dos.

— ¿Me curaras? ¿En verdad lo harás? — escucho murmurar al pequeño, y aunque Sherlock parecía tan rígido como siempre, quien lo conociera podría identificar ese brillo blando en su mirada

— Yo no Hamish, la ciencia y el doctor Watson, te salvaran.  — ambos voltearon a verlo, y él solo pudo entrecerrar la mirada divertida con su compañero de proyecto, recibiendo la misma diversión en los ajenos.

El niño por fin se tranquilizó y el anestesiólogo lo puso a dormir. Por fin la cirugía daba inicio.

Sherlock no tenía ningún ritual antes de comenzar a operar, de hecho prefería comenzar a cortar rápido antes de que lo emocionante se escapara del cuerpo, ósea antes de salvarles la vida y luchar una vez más contra la muerte. Pero la primera vez que lo asistió vio sus labios moverse aun detrás del tapabocas repitiendo unas palabras, y después descubrió que era su propio rezo, su propia motivación: era la oración de un Holmes, le dijo Anthea.

— ¿Listo? — le pregunto cuando lo tuvo a su costado frente al microscopio  compartido, ambos con los lentes de gran visión y con instrumentos en la mano para dar inicio. Recibió una mueca de superioridad que no hizo más que subir su buen humor — Que la reina nos perdone.

— Mycroft no se enojara por este pequeño experimento. — No estaba bien que ambos rieran dentro de un quirófano y recibieron múltiples miradas extrañadas o de reproche por eso mismo, menos si eran los únicos que entendían esa broma tan clásica.

 Y llego el sentimiento de sentirse cómodo, necesitado, útil, en casa. Por eso perdió la inspiración cuando le pasaron el bisturí a Sherlock y este le dio una última mirada antes de enfrascarse en esa pequeña cabecita que de suerte conservaría sus rizos.

 — Que comience el juego. — la oración fue dicha, y ambos estaban ahí para volver a la aventura.

 

 

 

 

 

Abrir, entrar y posicionarse en la zona afectada era lo más sencillo de todo aquel procedimiento, permanecer frente al tumor y mantenerlo neutralizado hasta que el supresor se adentrara en su masa era lo complicado, más con un “mariposa” tan desarrollado como el que tenía Hamish. Había un sinfín de complicaciones, pero sin duda la más peligrosa era que el supresor no fuese controlado y se dispersara en la sangre y distribuirse en los órganos, infectándolos y ocasionando un shock séptico imparable.

Les ocurrió con el segundo prospecto, y fue la primera vez que vio como un ser vivo si podía llorar sangre, y gotear de todo orificio posible.

La inyección era por medio de una intravenosa que iba dejando entrar el líquido con dos aplicaciones con un lapso de treinta segundos, mientras otros dos debían controlar el tumor para que no se escondiera más profundo del cerebro; para eso su equipo de enfermería en Londres practicaron dos semanas con anticipación para el proceso en lo que él y Sherlock mantenían el control, pero en esa ocasión solo contaban con Summers, la mejor interna que parecía gelatina al lado de Sherlock.

— Ni siquiera respires. — Le amenazó Sherlock, ocasionando que la interna tragase en seco bajo esos ojos del demonio, antes de tomar con cuidado y divinidad las dos perillas metálicas que antes sostenía el cirujano.

— Solo mantén las pinzas en su lugar, y no te muevas.  — le pidió con toda amabilidad y calma que podía contar en ese instante. Ambos prefirieron que ayudara a John en sostener las pinzas que mantenían al tumor estable, antes que inyectara el supresor de forma brusca y estúpida, echando a perder todo.

Pero tan poco era necesario dejarla hecha piedra como aquel desconsiderado lo hizo.

— Cuenta regresiva, Watson. — determino Sherlock mientras en el frente del cráneo abierto del pequeño sostenía la jeringa al aire, observando la pantalla del lado derecho que les permitía observar el interior del cerebro

— 1…, 2…, 3. — el líquido era tan liviano que paso rápido, de color verde y sin un olor apropiado, adentrándose derechito a la masa negra que obstruía el cerebro.

El chiste en el que solo dos personas anteriores a Hamish aprobaron, era que la protuberancia no rechazase el líquido con la dosis precisa en su interior, para eso el lapso de los treinta segundos y no precipitarse a un derrame. Por eso, que los primeros 5 gramos del supresor entraran sin problemas en aquella cosa negra, fue motivo de victoria.

— Supresor adentro.  — se escucharon los aplausos de adentro y fuera de la sala, y desde la cabina el apoyo moral estaba elevado.

John se burlaría de la cara brillante del jefe Webber, aunque le hubiese encantado mejor ver la mueca denigrante de Mycroft con aquel letrero en su frente aportando un “gran trabajo, Juniors”. Eso, hasta que escucho el monitor dando grandes pitidos y a Summers completamente asustada.

La interna había movido las pinzas en su emoción, tan solo unos milímetros bajo su ángulo principal, pero fue la oportunidad perfecta de la masa para comenzar a escurrirse de su propio agarre. Eso era malo. Muy malo. ¡Como detestaba a los internos!

— ¿Qué parte de “no respires” no entendiste? ¡Sujeta esto! —  escucho a Sherlock maldecir a su propio estilo, mientras él ya estaba moviéndose rápido contra la masa que se perdía dentro de su origen. — Contrólalo John.

— Un minuto. Succión. — el que se adentrara más al órgano lograba fluía más sangre, estropeándole la visión. Si el tumor no estaba quieto para la siguiente dosis, de nada abra servido tanto esfuerzo del pequeño huérfano por sobrevivir.

— No tenemos un minuto. — de pronto las manos hábiles de Sherlock se movían junto a las suyas, sin chocar ni estorbarse el uno al otro. Trabajando en equipo.

— Sin presiones, querido. — tal vez fue el sonido del monitoreo embrujándolo, o la adrenalina de actuar rápido, o el pensamiento de ese pequeño y sus ojos cristal en su memoria. Lo que fuese, no se dio cuenta de que aquel seudónimo de su antigua pareja salió de sus labios.

— Diez segundos, John.  — Sherlock también pareció ignorarlo, enfrascado en sacar a reluce esa cosa podrida del cerebro de su infantil experimento.

El reloj iba en su contra, y ambos escuchaban el “tic tac” de cada segundo terminarse, pero fuera de esa presión todo a su alrededor desaparecía, trabajando en automático para recobrar juntos el control. Fue la pinza de Sherlock que presiono el tumor y el gancho de John quien lo saco, ambos dejándolo  en una posición sumisa y engarrotada, pero lista.

— ¡Ahora, ahora! — exclamaron ambos, y Summer presiono la jeringuilla con los últimos 5 gramos en su interior, llegando apenas terminar la cuenta de los treinta segundos.

Sherlock veía fijamente la imagen del tumor, absorbiendo el verdoso químico apresándolo. John estaba pendiente del monitoreo de los demás órganos de Hamish, y durante tres segundos de silencio supremo, la orden de “no respirar” fue acatada por todos.

El pitido de la computadora afirmando la introducción del supresor a la protuberancia, la imagen de este encogiéndose poco a poco sin dañar ninguna otra cosa, y la presión de Hamish estabilizándose, volvió a animar a todos para celebrar.

Aplausos en el quirófano y exclamaciones poco profesionales en la cabina por parte de todos los espectadores, hizo que John sonriera plenamente como no lo había hecho en tres largos años. Parpadeo varias veces aun sin creerse el hecho de haber participado en la creación de un milagro, pero ahí estaba un corazón latiente y un cerebro funcional de un niño, devolviéndole la fe y la alegría.

Miro al médico frente a él que comenzaba a sentirse incomodo por los gestos amistosos y las muestras de felicitaciones que recibía, aunque justo en el momento donde todos estallaron en palmadas, el mismo moreno había saltado de alegría y gritado “¡Navidad llego antes!”. Su ceño fruncido y un resoplido frustrado volvieron a sacar una risotada en John, pero esta vez un pensamiento se quedó permanente en su mente.

Esos latidos, ese cerebro y ese niño, le devolvieron a Sherlock. Su Sherlock.

 

 

 

 

 

Limpiaron, observaron una vez más el reducimiento de aquella masa maligna y cerraron según el protocolo. Hamish aun dormido fue llevado a su nueva habitación en el área de Observación y una muy avergonzada, temerosa y a límite del llanto Summers se quedaría a cuidarlo toda la noche.

Ambos cirujanos estaban en el cuarto de lavabo, cada uno sonriendo a su manera y con el éxtasis en lo alto de su sistema nervioso.

De estar en Londres, Greg ya los hubiera abrazado, Mycroft peleándose con su presumido hermano menor pero sin ocultar su orgullo por el gran avance. Y mientras Anthea ya habría mandado a traer el champaña y mensajeándose con su esposo de toda la situación, él y Sherlock le estuviesen marcando a la señora Hudson como niños chiquitos contando su obra maestra. Terminando claro con una gran cena en casa de sus suegros, todos reunidos y alzando las tazas de chocolate de la señora Holmes. Ese bendito chocolate.

John volvía a sentirse él.

 — Eso fue, de verdad muy intenso. — su hiperactividad estaba en sus palabras, y solo recibió esa sonrisa superior que le decía que Sherlock sentía la misma euforia.

Cerro la llave y tomo piezas de papel para secarse sus brazos, aun con el corazón acelerado de su propias memorias.

— ¿Funcionara esta vez?

— Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca es la verdad. — parafraseo con toda sabiduría que lo caracterizaba, mientras imitaba sus misma acciones de cerrar la llave y secarse.

Sherlock no conocía de poesía o filosofía, mucho menos algo de astronomía, pero a veces y solo contadas ocasiones, soltaba frases como esas que te dejaban en compleja reflexión.   

— Fascinante. — era como él contestaba a cada una de ellas. Su sonrisa debía seguir en sus labios, porque contagio a Sherlock para que por fin pusiera una sincera y sin presuntuosa en sus labios.

Pero en ese pequeño cuarto de lavado, ambos en cada esquina mirándose con sinceridad, la sonrisa fue decayendo una un rostro perturbado y nervioso. 

— Allá adentro, me llamaste “querido”.  — comento el moreno con claridad y sin dejarse desviar, matando la alegría de John.

Justo como una montaña rusa, sus emociones y sentimientos estuvieron en la cima, pero ahora se fueron prácticamente abajo, pero sin frenos, matando cada una de esas sensibilidades y cosas positivas que lo rodearon durante dos horas de cirugía.

— También creí ver el rostro de Mycroft burlándose. Fue el momento, es todo.  — se justificó sin poder mirarlo a la cara, rascándose la nuca y moviendo entre sus manos los papeles húmedos que utilizo para secarse. De pronto el aire faltaba y quiso salir corriendo — Mandare a que lo tengan bajo observación y que un interno no se le separe.

Tiro los papeles al bote que estaba a sus espaldas y camino directo y sin levantar la cara rumbo a la puerta. Sherlock estaba del lado de la puerta, y pensaba esquivarlo y pasarlo de largo, pero el moreno se puso frente a la puerta y puso el seguro. Maldita la hora donde no se dio cuenta que fueron los últimos en quedarse por tantas parabienes, cayendo atrapado en la trampa.

— ¿Iras con Mary? —   cuestiono con voz neutra, de esa que no te dejaba saber en qué estaba pensando.

Pero en su mente no se quedó en blanco, solo repitiéndose que fueron tres años en los que pudo ser ese momento, y sin embargo el sujeto sinvergüenza frente a él no movió ni un solo dedo por intentarlo. Y si no le importo entonces, no debería hacerlo ahora.

— Sherlock yo quiero a Mary, no la pienso dejar. No volveré. —claro y firme, con seguridad en sus palabras y siendo franco, pero no conto conque Sherlock ya estuviese hecho una bomba de emociones comprimidas y explotara ahora.

— No, ¡tú solo quieres huir y ser común!— alzo la voz solo un poco, pero en un sujeto frio como él era anormal. Eso lo dejo perplejo y callado, o tal vez la verdad en sus palabras y mirada desafiante. — Tú quieres hijos que te puede dar Mary, quieres a alguien que cambiaría por ti si fuese necesario y ella te puede dar todo eso con cariño y sentimentalismos banales.

»Yo no. Al contrario, yo no cambiaría nada. Es razonable que la escojas a ella.

»Pero no la amas, no como a mí. Ni la miras, ni la besas, ni la tocas como lo hacías conmigo. Es más, te aseguro que el sexo u “hacer el amor” como decías, no es lo mismo salvo que pienses en mí persona y eres bastante caballeroso como para decírselo en voz alta o ser descuidado. «

En cada palabra fue bajando el tono, pero no menos profundo, sínico y cruel, así como sincero, derrumbando cada una de sus barreras que se había autoimpuesto para no dejarse llevar por sentimientos pasajeros. Ahora su seguridad y firmeza no existían, solo sintiéndose cubierto por esa hermosa galaxia en su iris. O el aliento en su rostro que lo golpeaba por la tremenda cercanía improvisada.

— ¿Y sabes por qué? — arrastraba cada palabra, con un grosos en su tono que se le antojaba delicioso, en vez de ofensivo.  — Porque tu formas parte de lo que soy y yo de lo que tú eres, y simplemente yo no te ofrezco nada porque ya lo tienes todo, hasta mi vida misma. No cambiaría ningún centímetro de mis ser porque eso sería cambiarte a ti también.

Lo único que pudo contestar después de ese monologo de amantes y traición, el único ruido que salió de su garganta fue el jade al no sentir aire, siendo el mismo que dejo salir su último suspiro. Observó detenidamente como la presión en el ambiente se disipaba así como Sherlock bajaba sus hombros tensos y con calma y compresión, también con dolor, volvía a sostener su rostro con sus dedos apenas rozándole.

No supo si el elevo la cara o si Sherlock bajo sus labios, pero ambos terminaron rozándolos perdiendo el aliento ante la sensación perdida de un simple acto de entrega, compromiso y protección. Era increíble toda la fuerza y carga sometida en algo tan banal, pero en ese momento no la rechazaba.

Perdieron la sorpresa, la sensación de rencuentro y la responsabilidad de sus actos, solo aplazando su separación con un beso completo y en definición completa. El chasquido de la carne húmeda juntarse y presionarse era descontrolado, pero nada más perturbador que el sentir nuevamente el órgano bucal merodeando en su propia boca con un permiso que ya no debía ser autorizado.

Sintió las manos de Sherlock detrás de su cuello y otra en su espalda, abrazándolo con posesión a la que no tenía derecho, pero se lo permitía porque no podía contra el mismo deseo. Él mismo se aferró a esa estrecha cintura, sin estar al tanto de sentir el hueso de la espalda cada que se aferraba a su cuerpo.

La sensación por si sola era gloriosa y el acto correspondido una bendición. Su credo, pasado, su religión era ese hombre y renunciaría a todo por él, aun si cobraba su propia muerte.

Pero tal vez fue ese hecho, lo que lo conecto con la realidad.

Sherlock se había ido, por trabajo y un gran mérito de salvar vidas rechazadas por las grandes naciones en países pobres según Mycrfot, pero se había ido. Por tres años y de paso con el maldito desgraciado que solo quiso arruinarles la relación desde un inicio y ni siquiera se lo dijo; se tuvo que enterar por Addler, un mes después de su desaparición.

Fue cruel, fue traicionado, y fue engañado. Justo lo que le estaba haciendo a su nueva vida, a Mary.

Tras esa sensación, el beso dejo de ser eso y se convirtió en un castigo. Se separó, volteo el rostro y se soltó del agarre de su expareja. Recobro el aire y la cordura, pero ninguna palabra quiso salir a darle la cara, por lo que solo pudo negar la cabeza ante todo lo que le proponía Sherlock, lo que equivalía a ponerse la soga al cuello él solito.

Escucho un chasquido y una fuerte palmada en el lavabo de metal, mostrando el nuevo enojo en Sherlock, y mostrándole a él que con simples movimientos perdía la cabeza, los nervios y el corazón.

Los paso fuertes, el sonido del seguro quitarse y la puerta abrirse creyó que serían eternos, dolorosamente eternos, pero se equivocó, porque lo doloroso le siguieron las palabras que soltó el neurocirujano con desdén.

— Sí John, fue mi culpa haberme ido. Pero fue porque siempre te he escogido a ti. Creí que harías lo mismo.

Y ahora no podía volver a sentir el aire en sus pulmones o sus miembros moverse, porque por fin vio la doble cara en la moneda y no le gusto el peso sobre su conciencia.

Él fue escogido un día, pero él mismo no pudo elegir cuando la decisión lo meritaba. 

Notas finales:

1)      Globstoma humano o “tumor mariposa”: tumor que se abre en cobertura del cerebro hacia ambos lados, pero puede crecer de uno más que otro.

2)      Supresor contra tumores: esto no es tan ficticio, porque en la universidad de Carolina ya es una investigación, aunque aún no entra en lo práctico. Aun así, lo mencionan como ensayo clínico en la tercera temporada del Grey’s Anatomy.

3)      Taticardia: Aceleramiento inesperado del pulso cardiaco, provocando una alteración en la sangre.

4)      Shock Séptico: Es una afección grave que ocurre cuando una infección en todo el cuerpo lleva a que se presente una hipotensión arterial peligrosa

5)      NeuroScope: en realidad se llama Zeiss Neuro Scope on NC Stand, y las versiones modernas tienen hasta cuatro pares de lentillas en una misma cámara. Pero en español Neuroescópio es un procedimiento neurológico que invade la mitad superior de tu cerebro con una aguja. No era el termino apropiado xD

6)      Holmes-sexualidad: siempre hemos escuchado/leído que John no es gay, es Sherlocksexual. Pues bien, Greg tampoco es gay mis estimados mundanos, solo es Mycroftsexual. Aparte de que puse a Sherrinford como en el papel del gobierno británico, la relación que hice con Anthea y él la explicare luego, pero no tiene transcendencia en este hecho. Solo quería añadirlo desde hace mucho, pues helo aquí, un nuevo género sexual para todo Sherlockian xD

7)      Richard Webber es personaje único de la serie Grey’sAnatomy, yo solo lo menciono por breves instantes porque me dio flojera inventar un nuevo jefe se cirugía xD


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