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Entre dulce y salado por sue

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Notas del capitulo:

 

 

Hi hi!!! Happy new year!! Luego de muchas vicisitudes he logrado terminar el capi!! :D (inner: pero si que te has tardado un montón ¬¬) lo sé!! Sorry!!! Ando con compu prestada, por lo menos! T-T pero lo importante es que estamos aquí *_* sin más preámbulos... a leer se ha dicho!!! 

 

 

 

 

 

 

 

Riki comenzó a trabajar para William, siendo llamado más que nada para actuar como el Chef jefe en las reuniones sociales del Am. En tales eventos, el rubio solía invitar a importantes hombres de negocios – negocios de variada índole, tanto lícitos como ilícitos -; pero por más infladas que estuvieran las cuentas bancarias o el poder que eran capaces de imponer sobre otros, la mayoría de los sujetos, prescindía de toda etiqueta a la hora del romance.

 

 

En cierta ocasión, uno de los hombres se interesó de tal manera en Riki, que no lo dejó quieto hasta que el moreno llegó a su límite, tomando una de las copas de vino y arrojándole el contenido en pleno rostro.

 

 

- ¡¿Cómo te atreves?!

 

 

- ¿Cómo se atreve usted?... Viejo rabo verde.

 

 

William permaneció en silencio mientras el hombre le comentaba su frustración contra el joven Chef, quien se hubo retirado inmediatamente de haber realizado el temerario acto.

 

 

- Dígame señor Manchester ¿La comida ha sido de su agrado?

 

 

- Pues... si, lo fue.

 

 

- ¿Y qué opina del vino? ¿No le parece que se trata de una buena cosecha? – Y mientras lo decía, le indicaba a un camarero que le trajera una nueva copa.

 

 

- La verdad es que no tengo queja alguna.

 

 

- Entonces no hay nada que reprochar. El señor Riki ha venido a cocinar y eso lo ha hecho excelentemente. En cuanto a la actitud para con usted, no sé que clase de desacuerdo tendrían, pero le aseguro que interrogaré al muchacho para que me cuente con lujos y detalles sobre lo ocurrido… Y sabe usted que me hablará con franqueza.

 

 

- No será necesario... – Se alarmó de sólo imaginarlo.

 

 

- Si usted lo dice… Ahora, si me disculpa.

 

 

El Am se retiró y el sujeto sintió que el alma le regresaba al cuerpo. Hablar con William hacía sentir a cualquiera que estaba expuesto a una especie de amenaza.

 

 

No tardó en encontrar a Riki, fumando en un lugar apartado en el jardín.

 

 

- ¿Y eso que andas por aquí, tan solo?

 

 

- Sólo buscaba un lugar tranquilo para fumar.

 

 

- ¿Sucedió algo?

 

 

- Nada en especial…

 

 

- ¿En serio? Me parece que no eres honesto.

 

 

- Eres bueno para saber cuándo la gente miente ¿Es un don natural? – Sonrió - …Digamos que uno de tus invitados quería algo que no estaba en el menú.

 

 

- Entiendo… y ese “algo” ¿Es muy delicioso?

 

 

La sonrisa de Riki aumentó en dimensión.

 

 

- Pues… a mi novio le gusta. Tanto, que lo dejo repetir las veces que quiera.

 

 

- ¿De verdad? Me parece que lo consientes demasiado.

 

 

- No me molesta que sea un glotón.

 

 

- Sabes, no es bueno atarse a un sólo amor y menos siendo tan joven Riki.   

 

 

- Quizás tenga razón. Pero en esa clase de cosas lo menos que hace uno es pensar ¿No lo cree? - Expresó resignado ante un hecho incuestionable - ¿Le molestaría si me voy ya?

 

 

- ¿Tanto te ha incomodado el señor Manchester?

 

 

- Nada de eso. Tengo una grabación pendiente.

 

 

- ¿Seguro? ¿Es eso realmente?

 

 

Riki comprendió al instante a qué se refería.

 

 

- Es cierto, aunque no me lo diga, éstas salidas que he tenido con usted le han incomodado bastante a mi pareja ¿Qué puedo decirle? Iason puede ser demasiado celoso - Dio unos toques al cigarro para deshacerse de la ceniza - Admito que me gusta hacerlo molestar de vez en cuando, me parece divertido recordarle que todavía puedo gozar de independencia… Pero no le miento, realmente tengo una grabación. Ya he atendido a los comensales, así que no encuentro motivo para retenerme un minuto más aquí.

 

 

- Entiendo. Has cumplido con tu parte de forma espléndida. Puedes marcharte si es tu deseo.

 

 

William no tomó a mal sus palabras, mucho menos interfirió en su partida. Y es que en el tiempo compartido con el pelinegro, se había ganado parte de su  respeto.

 

 

Lo cierto era que a Riki no le hubo incomodado tanto lo acontecido con aquel hombre “respetable”, podía defenderse fácilmente de los tipejos de su clase y para nada era una jovencita que se escandalizaba por nimiedades de esa índole.

 

 

Un tema de mayor importancia lo tenía sumamente desconcertado.

 

    

A pesar de ser un cocinero experto – o tal vez por el hecho de serlo -, Riki apreciaba el que cocinaran especialmente para él; por eso, cuando al despertar, Iason le había llevado el desayuno a la cama, no pudo quedar más encantado con el gesto de su pareja. 

 

 

- Vaya… Creo que podría acostumbrarme a esto – Expresó junto a una sonrisa.

 

 

- Te mereces mucho más – Besó a su moreno – Y prepárate, porque en la noche, te espera una sorpresa.

 

 

- ¿Ah, si?… ¿Y cómo qué será? - Una idea le vino a la mente - ¿Acaso me dejarás ser el activo ésta noche? – Una sonrisa maliciosa se formó tras esa pregunta lanzada con picardía.

 

 

Para un hombre que estaba acostumbrado a mantener la ligereza en sus expresiones faciales, fue muy complicado mantener el temple ante tal expresión. Por suerte, Iason fue capaz de suprimir su sobresalto.

 

 

- Tendrás que esperar para saber.   

 

 

- ¿De verdad? ¿Y no hay forma de que cambies de opinión y me des, siquiera una pista de lo que es? – Buscó de incitarlo con coquetería.

 

 

- No, no… debes esperar mi amor.

 

 

- Vale – Dijo resignado para luego empezar a comer – Ciertamente, a ti no se te puede ganar una.        

 

 

No podía esperar la hora para resolver la incógnita de qué tenía Iason entre manos.

 

 

Por su lado, Iason también sufría de la terrible tortura que conlleva la espera. Sentía que las horas pasaban horriblemente lentas en la oficina.

 

 

La verdad contenida era que cuando estaba lejos de Riki, su vida se volvía monótona y vacía.

- Señor Iason. Ha llegado un paquete para usted - Le comunicaron, sacándolo de su letargo.

 

Lo recibió y antes de abrirlo, leyó la nota conjunta:

 

Espero que te gusten y que te los comas todos. Los he preparado especialmente para ti. Te amo, Riki.

Sus ojos azules se llenaron de un esplendoroso brillo. No era la primera vez que Riki tenía esa clase de detalles con él, pero si era la primera vez que el muchacho se los hacía llegar a la oficina. Tal prueba de su amor, fue la que lo hizo destapar la caja y llevarse uno de los dulces a la boca.

 

 

La suavidad le recordaba a los malvaviscos y su dulzura, proveniente de un cremoso relleno, le dio la seguridad de probar otro y otro… pero se detuvo al sentir el relleno de almendras…

Él las detestaba…

Y Riki lo sabía…

De pronto, la extrañeza ante ese desliz de parte de su querido, se sumó a un leve malestar que le nubló la vista.

- “Qué demonios…”

Fue perdiendo la fuerza hasta caer al suelo...

... Donde finalmente, perdió la conciencia.

 

 

***

 

 

El sitio al que habían definido como su nueva guarida, no era muy espacioso; se trataba de un cuartucho situado en un pequeño edificio abarrotado de inquilinos.

 

 

Una decisión algo arriesgada, pero ubicarse siempre en lugares solitarios y apartados del resto de la gente, era demasiado sospechoso, siendo que seguramente, los que estaban tras su rastro, buscarían a primeras los sitios más recónditos, - como habitualmente escogían – como una cabaña, una granja o hasta una cueva; lugares perfectos para quienes no desean ser encontrados.

 

 

Como fuera, aquello era lo mejor que podían pagar con el poco dinero que habían obtenido realizando pequeños trabajos ocasionales; no era la gran cosa, pero el lugar les servía de camuflaje y les permitía conseguir algo de comida sin tener que arriesgarse a morir envenenados – o como la vez anterior, sufrir una intoxicación - por consumir alimentos o plantas desconocidas; aparte de contar con una buena cama que no rechinaba cuando se subían a ella, porque lo que más odiaba Raoul sobre la faz de la tierra, era el chirriar de los objetos, fuera de camas, puertas o ventanas.

 

 

Por lo menos aquella cama era una bendición, puesto que en su situación de fugitivos, les había tocado dormir sobre catres, paja e incluso en el mismo duro suelo.

 

 

Pero en la perspectiva de hombres enamorados en las que se encontraban, poco les importaba si vivían en una lata de sardinas o se cubrían con cartón.

 

 

O al menos así querían creerlo; eran capaces de soportar cualquier penuria, si se tenían el uno al otro. Simplemente se habían habituado a su compañía; a sus costumbres y hábitos; a sus movimientos; a su respirar; a su sola presencia… a la más leve de las ausencias…

 

 

Convivían de aquella manera en los pequeños espacios, como si cada día fuese el único y el mejor de sus vidas; pretendiendo que cada nuevo amanecer les pertenecía y que las noches en las que se entregaban al cansancio luego de hacer el amor, les durarían para siempre…

 

 

Porque se lo merecían; todo el sacrificio y sufrimiento del que estaban siendo participes, les daba la potestad de creer ciegamente, en lo más profundo de sus corazones, que su amor, tenía el poder de entregarles la felicidad eterna y perfecta, que todos buscan a lo largo de años y años de lucha, y que ellos tenían, al alcance de sus manos…

 

 

Solamente tenían que ser pacientes y confiar en que pronto, las cosas cambiarían y podrían ser libres de disfrutar su romance a sus anchas, sin temor a que un ojo los pillara y los delatara…

 

 

Un copo de nieve ante su mirada, clavada en el blanco paisaje que se mostraba ante la ventana, le corroboró que debía ir a por más mantas con la casera o de lo contrario, se congelarían.

 

 

Lamentablemente la calefacción medio servía y el frío, se colaba por las rendijas de las ventanas hasta las articulaciones, haciendo doler incluso los huesos. Ni siquiera la búsqueda del calor de los cuerpos, a través de las caricias, les ayudaba a mitigarlo y es que el deseo, parecía haberse congelado desde la última nevada.

 

 

No; no era eso…

 

 

Raoul se acomodó las ropas en busca de algo más de calor, intentó inútilmente de nuevo subirle a la calefacción; el ruido de la tetera le hizo acercarse a la hornilla para verter el agua caliente entre las hojas de té, que pobremente, le entregaron lo que podían de infusión, siendo que habían sido utilizadas en reiteradas ocasiones. Luego de probar y verificar el sabor casi inexistente del té, se aproximó con la taza hasta la cama en dónde reposaba su compañero de viajes y amante. Verle de aquella manera, cubierto con una gruesa frazada hasta el cuello y entregado al descanso, le llenó de una especie de cariño fraterno.

 

 

Se agachó muy cerca de la cama, contemplándole más de cerca. Quería velar su sueño por siempre, protegerle a toda costa, por más insensato que pudiera parecer y más, sabiendo que Katze era fuerte y capaz de valerse por sí mismo; pero de igual manera, así se sentía…     

 

 

A sabiendas de que se encontraba despierto, acabó con su deleite de observador al tocarlo, posando suavemente su mano sobre la frente humedecida.

 

 

- Que mal… No se te ha bajado la fiebre – Raoul retiró la mano - Debe ser el cambio de clima el que te ha afectado.

 

 

- Tonterías… Ya verás como no es nada… - Musitó Katze con un hilillo de voz sin abrir los ojos.

 

 

Los párpados los sentía pesados y era tanta su debilidad, que le costaba realizar el simple acto de parpadear.

 

 

- Pero si no probaste ni un sólo bocado – Expresó el ojiverde luego de darse cuenta de que no tocó la comida, muy próxima a la cama.

 

 

- No tengo apetito…

 

 

- Aunque no lo tengas, debes hacerlo. No has comido nada desde ayer. Tienes que comer para recuperar fuerzas.

 

 

- Sólo pensar en comer, me da náusea…

 

 

Raoul miró los trozos de pan y el jugo tibio que descansaban sobre la mesita al lado de la cama; no es como si fuera una comida deliciosa, mucho menos para un enfermo con el estómago delicado. En efecto, los restos de la cena no eran comida para un enfermo.

 

 

Katze intentó demostrarle una mejoría inexistente al levantarse de la cama, pero un ligero mareo, propio del malestar, lo devolvió al colchón como si su cuerpo se hubiese vuelto de pronto, en piedra.

 

 

- ¿Ya ves como si estás enfermo? – Lo ayudó a acomodarse.

 

 

- Yo no soy de los que se enferman… – Anunció el pelirrojo, muy seguro de la confiabilidad de su metabolismo, pera era obvio que en aquellos momentos se hallaba presa de una terrible fiebre que lo descomponía, al grado de imposibilitarle llegar hasta el servicio sin ayuda del otro.

 

 

- No seas necio – Mencionó a modo de regaño – No tienes porque hacerte el fuerte todo el tiempo…

 

 

- Pero… - Iba a continuar protestando.

 

 

Detestaba el hecho de que el otro hombre vislumbrara, así fuera un poco, su debilidad.

 

 

- Está bien que te enfermes ¿Sabes? – El rubio suavizó su tono de voz – Así, puedo cuidarte.

 

 

- … Raoul… - No supo que contestar.

 

 

Recibir sus atenciones era más de lo que podía pedir.

 

 

El tono rojizo de sus mejillas, producto de la fiebre, le otorgaban un toque que daba la impresión de que realmente sus palabras lo habían avergonzado. O quizás si lo hubieron hecho; aún así, el pelirrojo prefería seguir mostrando su lado fuerte.

 

 

Siempre había sido de aquel modo; él luchando y protegiendo a los demás.

 

 

Se suponía que él debía de protegerlo, de defenderlo a capa y espada de todo lo que se presentase ante ellos. Así lo había jurado; así se lo prometía secretamente cada noche cuando se entregaban a la pasión.

 

 

El que ahora el rubio buscara su bienestar le parecía extraño, fuera de lugar… pero era una extrañeza que no le molestaba para nada.

 

 

Tenía razón. Era bueno mostrar su lado cansado y débil de vez en cuando.  

 

 

Y más si era frente a su amado ojiverde…

 

 

Katze se acomodó en su sitio y bebió del té que le hubo acercado su compañero. Al ver que no iba a seguir oponiéndose, el rubio se peinó y colocó la peluca castaña.

 

 

- Lo mejor es que te quedes a descansar – Mencionó Raoul mientras le acariciaba los cabellos.

 

 

- ¿…Saldrás?

 

 

- Necesito ir por más mantas o te congelarás.

 

 

- Ten cuidado… con lo que dices… - Expresó, conociéndolo.

 

 

- Lo tendré… Enseguida vuelvo – Depositó un dulce beso en la frente del otro.

 

 

El Am salió de la habitación que les servía de casa, hasta el pasillo que conectaba a los demás anexos del edificio.

 

 

Era un lugar acogedor a pesar de todo, de esos a los que se suelen ir cuando se desea tomar un descanso del agitado mundo citadino o en caso de autoexiliarse a la hora de escribir un buen libro o dedicarse de lleno a la pintura.  

 

 

- Buenos días.

 

 

- Oh, buenos días señor Max ¿Y el señor Harry? No me diga que aún no se ha levantado.

 

 

- Se encuentra algo indispuesto. Pasando una fiebre para ser más precisos.

 

 

- Oh, santo cielo… ¿Pero está muy grave?

 

 

- No sabría decirle, pero preferiría que permaneciera en cama un tiempo más; es algo terco cuando se refiere a su salud… ¿Me haría al favor de conseguirme más mantas, un termómetro y aspirinas?

 

 

- Claro, enseguida se los consigo. También le prepararé un caldo de pollo que le hará sudar esa fiebre.

 

 

- Gracias y disculpe la molestia… Si quiere puedo ayudarle en la cocina.

 

 

- Bueno, normalmente me negaría señor Max; pero viendo como son ustedes dos… - Mencionó luego de ofrecerle una mirada entrecerrada, como quién escudriña.

 

 

- ¿? ¿Puedo preguntar a qué se refiere exactamente?

 

 

- Ustedes son el tipo de hombres que “andan juntos” ¿No? Ese cuento de que son un par de amigos en un viaje de estudio, podrá creérselo cualquiera, pero no una señora de mi edad, que ha visto tantas cosas y ha tenido tantos y pintorescos inquilinos a lo largo de los años – Fue muy abierta con su opinión.

 

 

- “Que calamidad… Si Katze se entera, así como está, es capaz de querer levantarse para que nos marchemos enseguida…”

 

 

- Pero no se preocupe – Continuó la mujer, quizás leyendo su preocupación en aquel ceño ligeramente fruncido – Con tal de que paguen el alquiler y no causen ningún alboroto, todo estará bien… Ahora venga, hagámosle el caldo al señor Harry y levantémoslo de esa cama.

 

 

- Si.

 

 

Mentirle a aquella gente no era para nada agradable. Pero el rubio se había dado cuenta de que era capaz de hacer cualquier cosa, con tal de defender lo que habían creado en el tiempo que llevaban juntos…

 

 

- Oh, no…

 

 

- ¿Qué sucede?

 

 

- Pensé que tenía aspirinas, pero ahora que reviso no queda ni una. Es normal en estas temporadas que traen tantos males. La tienda no está muy lejos, pero con éste frío…

 

 

- Iré a comprar. Traeré lo suficiente para que puedan disponer de ellas cuando sea necesario.

 

 

- ¿En serio? Es usted un buen hombre – La señora le hizo una seña y se alejó por unos instantes, al regresar, le colocó alrededor del cuello, una bufanda de delicado tejido blanco – La tejí yo misma. No puede arriesgarse a que el frío lo tumbe a usted también – Sonrió – Aprovecharé de pedirle que me traiga algunos ingredientes que me hacen falta para la sopa. Usted sabe, ha habido tantos enfermos que lo que uno compra, se va en un santiamén…

 

 

- Cuente con ello.  

 

 

Raoul salió del edificio sin notificarle a Katze, puesto que estaba convencido de que de enterarse, el pelirrojo se opondría rotundamente.

 

 

La blanca nieve lo recibió junto a su helada estela. Siempre era agradable salir, aún con los incontables riesgos que ello conllevaba.

 

 

No tardó en encontrar la farmacia y en su interior, se dedicó a revisar exhaustivamente los componentes de los antipiréticos. Arrugó el entrecejo ante un nuevo descubrimiento: desconocía si Katze era alérgico a algún medicamento o cual era su tipo de sangre.

 

 

¡Cuán mal se sentía! Era indigno de catalogarse su devoto amante, si desconocía de él las cuestiones que podrían considerarse las más mínimas, pero que en una emergencia, se volvían asunto de vida o muerte.

 

 

Suspiró. Sabía que no era el momento para preocuparse por aquella cuestión.  

 

 

- ¿Lo conozco? – Le preguntó un hombre tras acercársele.

 

 

- No creo.

 

 

- ¿Está seguro? Su cara me suena – Insistió, muy convencido.

 

 

- Se habrá equivocado – Desvió el rostro, enfrascado en la tarea de llevarse el medicamento adecuado.

 

 

En eso, su atención fue llamada por lo anunciado en un pequeño televisor situado dentro del local. Estaban dando las noticias y mostraban los casos de desapariciones, entre ellas, la de una chica cuya foto reconoció al instante.

 

 

Era ella. No había duda.

 

 

- Mimea… - Murmuró.

 

 

Nada le quitaba aquel presentimiento, estaba seguro.

 

 

Su padre tenía que ver en el asunto de su desaparición.

 

 

Era como si, después de haber descubierto la faceta malvada de su progenitor, todas las catástrofes y calamidades del mundo, lo vinculasen.

 

 

Compró el medicamento y salió de la farmacia rápidamente, junto a la preocupación que le había generado la noticia de la joven desaparecida.

 

 

El frío se colaba por debajo de su abrigo, motivándole a acomodarse la bufanda y a frotarse repetidamente las manos enguantadas, expeliendo también el aire sobre ellas en un intento por calentarlas.

 

 

Y pensar que tenía dinero suficiente para invertirlo en la bolsa, en la compra de acciones que se le retribuirían en un futuro… pero no podía disponer de él en ese preciso momento, para comprarse un par de guantes decentes que realmente cumpliera con su función.

 

 

Sentía dormírseles los dedos, pero no importaba.

 

 

En ocasiones, debían hacerse sacrificios…

 

 

De pronto, surgió ante él un hombre, cual sombra dispuesta a romper con la soledad que la nevada ofrecía. El ojiverde continuó su camino, como si aquella aparición únicamente hubiese roto por corto tiempo la magia que las calles desiertas, le habían entregado desde que hubo salido de la casa de inquilinos. Más cuando estuvo muy cerca del sujeto, casi a su lado, capaz de rozarlo, sin siquiera dirigirle la mirada, éste se atrevió a romper el silencio, hablándole con una familiaridad abrumadora.

 

 

- Lo hacemos fácil o de la manera difícil. Tú escoges.

 

 

No acabaría de formular aquella oración, cuando el hombre tomó a Raoul con fuerza del brazo. Inmediatamente, el ojiverde se puso a la defensiva.

 

 

- No tengo dinero.

 

 

- Tranquilo, esto no se trata de un robo – Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios - ¿Dónde está el “Petirrojo”?

 

 

- ¿Petirrojo?

 

 

- Ya veo… no están juntos. Como sea, tú eres más importante. Luego me ocuparé de él.

 

 

- Suéltame - Trató de soltarse del agarre impuesto.

 

 

- Creo que no has entendido “Principito” – Jaló lo suficiente a Raoul para hablarle muy cerca al oído – Te vienes conmigo o te obligo a ello.

 

 

- Yo no voy a ninguna parte.

 

 

- ¿En serio? Eso vamos a verlo.

 

 

La espalda de Raoul chocó contra la pared del callejón hasta dónde el hombre le había arrastrado. Era bastante alto y fornido; no era un sujeto ordinario, de eso estaba seguro. Quizás se tratase de algún mercenario que estaba tras la recompensa.

 

 

- ¿Es necesario que use la violencia? Porque pareces pedirla a gritos – Comentó el individuo sin abandonar su sonrisa; al parecer, aquella era la parte que más le gustaba de su trabajo.

 

 

Al ver que Raoul sólo se limitaba a clavarle la mirada, el hombre procedió a atacarlo, haciendo uso de sus puños. Un sólo golpe en el abdomen, que le sacó el aire, provocó que el ojiverde se doblara tan sólo un poco, pues el atacante lo tomó de la cabeza, quitándole la peluca y descubriendo así, su dorada cabellera.

 

 

- Así está mucho mejor – Le agarró de uno de los bucles y le obligó a mirarle a los ojos - ¿Creíste que podías ocultarte por siempre, Raoul Am? ¡Qué ingenuo! No sabes lo que has generado con tu infantil capricho… muchos se están jugando el cuello por ti y tú, pasándola de lo lindo.

 

 

De nuevo el sujeto arremetió con lo puños, pero ésta vez, el rubio pudo librarse de los golpes haciendo uso de las maniobras de defensa que Katze le hubo estado enseñando.

 

 

- Vaya… no estaba al tanto de que supieras pelear. Al parecer, no has estado perdiendo el tiempo. Pero, no podemos seguir jugando. Tengo que llevarte conmigo cuanto antes.

 

 

Raoul se fijó en el cuchillo que el hombre sacó de entre sus ropas.

 

 

- Si sigues resistiéndote, no me dejarás más opción que usarlo. No creo que importe un par de rasguños.      

 

 

- Lamento informarte que no tengo pensado ir a ningún lado y menos contigo.

 

 

Raoul se las arregló para esquivar los ataques una vez más, hasta que su espalda dio de nueva cuenta, con la pared de concreto de aquel callejón sin salida.

 

 

- Maldición… - Se dio cuenta de que había desgarrado parte de la bufanda.

 

 

- Te tengo – De nuevo, aquella tormentosa sonrisa.

 

 

La expresión en el rostro de Raoul no denotaba miedo alguno. Tenía en la mente una única cosa que lo tenía tan enclaustrado, que no había cabida para más: Katze lo esperaba con una fiebre.

 

 

El perpetrador dio unos nuevos pasos, hundiendo la capa blanca ante el peso de sus zapatos gruesos. Haciendo crujir la nieve…

 

 

Raoul entrecerró la mirada cuando el sujeto se abalanzó sobre él una vez más.

 

 

- ¡!

 

 

De un rápido movimiento logró capturar el cuchillo, tomándolo desde la misma hoja. El hombre no podía creer lo que veían sus ojos. Raoul no dudó en oprimir mayor fuerza y aunque se cortó la palma de la mano profundamente – el guante no le había protegido mucho que digamos durante el forcejeo -, logró arrebatarle por fin el arma blanca.

 

 

Con la respiración entrecortada, el rubio dirigía el arma en dirección al hombre que instantes atrás, le estuviera amenazando con ella.

 

 

- ¿Qué harás? ¿Piensas matarme? - Sonrió – No eres capaz… El que huye y no se enfrenta a su destino no es más que un cobarde…

 

 

Mientras le hablaba, el rubio se percató de que el hombre aprovechaba el momento para llevar su mano hasta su saco, de nuevo… ¡Tenía que ser ahora o nunca!

 

 

“Tenía que protegerlo, a cualquier costo. No había espacio para dudas”

 

 

Y llevado por ese pensamiento, el rubio se abalanzó sobre el sujeto, provocando que ambos cayeran sobre la nieve y el revolver, lejos del alcance.

 

 

- Te ha enseñado bien – Expresó el hombre ante el rubio que arriba suyo, lucía como un ángel que llevaba a cuestas la muerte.

 

 

- ¿Por qué no sacaste la pistola de una vez?

 

 

- Supongo que te subestimé… Y bien ¿Lo harás realmente? – Preguntó, puesto que el Am le punzaba el cuello con el cuchillo.

 

 

- Es la mejor opción – Dedujo – Después de todo, los muertos no hablan.

 

 

Los ojos del hombre reflejaron unas pupilas verdes, cargadas de una motivación fulminante.

 

 

- Sabía decisión… – Sonrió, por última vez.

 

 

***

 

 

- Oh, señor Max ¿Qué tal la salida?

 

 

- Algo friolenta...

 

 

- Esto...

 

 

El hombre se percató de que la mujer le miraba el cuello.

 

 

- Lamento informarle que perdí la bufanda ante la ventisca.

 

 

- No se preocupe, son cosas que pasan… ¡Por Dios! ¿Qué le ha ocurrido? - Se dio cuenta de su herida.

 

 

- Resbalé. Al parecer bajo la nieve había restos de una botella y me apoyé directamente sobre ellos – Mintió.

 

 

- ¿Y sus guantes?

 

 

- Los tiré. No cubrían mucho de todos modos.

 

 

- Venga. Le ayudaré con eso.

 

 

Al rato, Raoul entraba a la habitación con las mantas y una pequeña cacerola.

 

 

- ¿Cómo te sientes? – Preguntó mientras dejaba la olla sobre la mesa y le colocaba la frazada – Ven, acomódate para que comas un poco. Y no me digas que no tienes hambre.

 

 

- ¿Todo bien allá fuera?

 

 

- Sin problemas – No quiso entrar en detalles.

 

 

Raoul le preguntó que si tenía fuerzas para alimentarse a sí mismo, a lo que el otro hombre respondió con una negativa; simplemente, ser atendido de aquella manera por su querido, era uno de los mejores deleites del mundo; así tuviera que pagarlo con un crudo malestar que le impedía levantarse de la cama. 

 

 

Luego de servir un poco de caldo en un plato, el Am se sentó en la cama con la clara intención de darle de comer al pelirrojo en la boca.

 

 

- A ver, abre la boca.

 

 

- Se supone que debes decir: “Di ah”.

 

 

- ¿Por qué habría…?

 

 

- Sólo dilo Raoul – Expresó con un deje un tanto infantil.

 

 

- De acuerdo… - Dispuesto a complacerlo – Di: “Ah”.

 

 

- Ah…

 

 

Aunque debido a la fiebre, le dolía hasta la mandíbula, Katze abrió grande la boca; fue cuando el rubio entendió el porqué de sus palabras y procedió a llevarle la cuchara con sopa a los labios.

 

 

El pelirrojo degustó de aquel bocado. A pesar de todo, sus papilas fueron capaces de experimentar el sabor y era un sabor bastante bueno.

 

 

- La sopa está realmente deliciosa.

 

 

- ¿Verdad que si?

 

 

- Tenía tiempo que no probaba una igual. Esa señora sí que sabe cocinar. Bueno, al menos sabe hacer la sopa como me gusta… - Mencionaba, siendo que las sopas era lo que más le gustaba dentro del amplio mundo gastronómico – Por cierto ¿Qué te pasó en la mano?

 

 

Conocía ya al rubio, al punto de conocerle la piel entera y tenía la determinación plena y minuciosa, de estar pendiente de cuando se producía cualquier cambio en la estructura de su cuerpo.

 

 

- Ayudé a la casera en la cocina… Y al parecer, los cuchillos estaban recién afilados.

 

 

El Am era poco delicado para aquellos asuntos, por eso, inevitablemente, su rudeza, propia de su naturaleza masculina – que para nada molestaba a Katze -, lo hacía más proclive a ese tipo de accidentes domésticos, así hubiera estado viviendo un tiempo solo en el pasado, con las exigencias que esto implica a la hora de alimentarse.

 

 

- Ya… ¿Y no podías haber tenido más cuidado? No eres un niño.

 

 

Katze se rió por lo bajo ante su deducción; seguramente le había pedido a la casera que le permitiese ayudarla. Y es que desde que iniciaron juntos aquella disparatada aventura, el ojiverde demostraba una mayor disposición al aprendizaje por sus propios medios.

 

 

Se sentía tan orgulloso de él…

 

 

- No te burles – Cerró un poco la mano y el dolor le hizo recordar lo que acababa de hacer…

 

 

- Hay que pedirle la receta. Podríamos intentar recrearla luego.

 

 

- Si…

 

 

El rubio desvió la mirada. Le habría gustado ayudar a la casera realmente a realizar aquella sopa que tanto había encantado al pelirrojo, pero la herida le había limitado a ser un simple espectador. Nunca en su vida había deshuesado un pollo – ya que por lo general compraba todo limpio en el frigorífico, listo para ser arrojado en la olla o en la sartén -; y mientras observaba el proceso, veía, como por acción de una neblina de su mente, el recuerdo de la piel abriéndose, la cálida sangre salpicando y los guantes como la bufanda, con la que se hubo limpiado, abandonados y manchados, junto a un cuerpo que no tardaría en ser sepultado por la nieve…

 

 

Nunca había sentido algo semejante y tal emoción, le recordó profundamente lo efímero de la cosas.

 

 

- ¿Qué sucede Raoul? ¿Te sientes mal?

 

 

- No es nada – Negó con la cabeza - Y come, que luego tengo que tomarte la temperatura.

 

 

Aquella noche en que se suponía, podría recuperar el sueño perdido – ya que Katze se sentía mejor y no debía velar por su descanso -, se la pasó sumergido en sus pensamientos.

 

 

Estaba más que clara la vinculación de su padre con la desaparición de Mimea, y así como aquel hombre en la calle lo reconoció, aparecerían otros y por más experimentado que fuera Katze en batalla, había demostrado que existían ocasiones, en que estaría fuera de combate.

 

 

Entonces, como en esa ocasión, le tocaría a él hacerse cargo…

 

 

Por nada le comentaría que apenas esa misma tarde, durante su excursión al pueblo, había acabado con la vida de un hombre.

 

 

Y es que hasta él mismo no se lo creía. En aquel instante dejó de ser Raoul Am, para convertirse en una criatura fría, despiadada y sin sentimientos, que no tuvo contemplación a la hora de clavar el cuchillo, con tal de defender a toda costa su amor…

 

 

El rubio depositó un pequeño beso en la frente del pelirrojo cansado.

 

 

Cansado por la enfermedad, cansado por el estilo de vida que llevaban, cansado por estarlo protegiendo…

 

 

Ahora era su turno de protegerlo. Se lo debía por tantos años de lucha y entera devoción.

 

 

En la penumbra de la habitación, clavó los ojos verdes en dónde sabía, el pelirrojo tenía guardada el arma de fuego.

 

 

Así como no hubo vacilado ante su transformación monstruosa bajo la nieve, no vacilaría ante la decisión que acababa de tomar…

 

 

Tarde o temprano aquel juego llegaría a su fin. No podía ganarle a su padre si seguía del modo en que lo estaba haciendo. Tenía que afrontar el problema de frente. Huir ya no era más una opción. De lo contrario, acabaría perdiendo al amor de su vida en el próximo desliz.

 

 

Raoul pensó que tomaba la mejor decisión, pero, en su empeño por proteger a Katze, obvió que no tenía el derecho para hacerlo. No sin el consentimiento de su pareja. Pues, desde que se habían unido, ya su vida no sólo era suya…

 

 

… Y de saber lo que planeaba, Katze jamás lo hubiera aceptado.

 

 

***

 

 

Riki se encontraba a punto de grabar. La maquilladora hacía su trabajo en su rostro cuando de pronto, recibió una llamada telefónica urgente.

 

 

- ¡¿Qué Iason está en el hospital?! – Se alarmó, levantándose de la silla - ¡En seguida voy!

 

 

No dudó en dejar a la mujer sin darle explicaciones. Más le detuvieron antes de que pudiera salir de la televisora.

 

 

- ¿A dónde se supone que vas Riki? No podemos retrasar la grabación.

 

 

- Es urgente. Tengo que ir al hospital.

 

 

- Pero el programa…

 

 

- ¡A la mierda el programa! Iason me necesita.

 

 

Continuó raudo y sin mirar atrás hasta el estacionamiento en donde lo aguardaba su motocicleta negra; cual caballo a la espera de la partida.

 

 

Mientras iba a toda velocidad, su mente lo acribillaba con pensamientos angustiosos sobre lo ocurrido. No le habían dado detalles, por lo que un centenar de fatalidades de lo que posiblemente pudo haberle ocurrido al rubio, le arrebataba el aire y le llenaba de un enorme pavor. Y para colmo de males, sentía que el camino hasta el hospital era interminable, los semáforos estaban en su contra e inclusive, luchaba porque su propio cuerpo no colapsase ante las especulaciones malsanas, que no dudaban en atormentarle a medida que se acercaba a su destino. 

 

 

Al entrar al hospital, corrió sin rumbo fijo por entre los pasillos blancos por dónde se deslizaban las camillas con pacientes y enfermeras; guiado únicamente por su deseo de estar al lado del rubio.

 

 

- Disculpe ¿El señor Iason Mink…? – Preguntó a la mujer a cargo de la recepción.

 

 

- ¿Es usted familiar? – Preguntó un hombre de bata blanca que apareció detrás de él.

 

 

- No – Afirmó tras girarse – Soy su pareja ¿Puedo verlo?

 

 

- …Pues… Ahora el paciente se encuentra algo delicado. Lo mejor será que espere.

 

 

- ¿Cómo? – Se molestó – Ah… ya entiendo, si fuera la esposa, la novia o la mujer, si me dejaría pasar a verlo ¿Así son las cosas señor científico?

 

 

- Por favor, cálmese… - Pidió la enfermera. Estaba claro que los nervios se habían apoderado del joven – Podrá verlo más tarde. En estos momentos se encuentra en cuidado intensivo.

 

 

- Se están realizando lo exámenes pertinentes – Continuó el doctor - En cuanto estén listos, se le informarán los detalles, señor.

 

 

Seguidamente, el doctor le dejó y se perdió tras una de las puertas.

 

 

- Iason… - La angustiosa espera que tan bien conocía, volvía a oprimirle el pecho.

 

 

 

Continuará...

 

 

 

 

Notas finales:

 

 

(inner: ¡Malvada! Tanto que tardaste para mandar a Iason al Hospi! Y Raoul cometiendo asesinato! ¿Qué es eso? Xox) cosas que pasan xD a todos muchas gracias por llegar hasta aquí y si es de su agrado dejar su comentario n_n hasta la próxima oportunidad (inner: que esperemos no tarde tanto! >_<) je je procuraremos… besos y abrazos!! Bye Bye!!         

 

 

 


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