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Sin rumbo - RAG2 por CrystalPM

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Karen daba vueltas a lo largo del jardín de Aldrich, inmerso en sus pensamientos. De vez en cuando dejaba escapar un gruñido de impaciencia y rabia, mientras sus ojos se posaban en su acompañante. Jenna, frente a él, le sostenía la mirada como solo Jenna lo sabe hacer: con rebeldía y cabezonería contenida. Llevaban así unos cuantos minutos, y ambos sabían que su contrincante no iba a ceder, no en este tema.


— Llevan una semana sin dar ningún reporte —mencionó Karen. Su voz suena pastosa, cansado de haber repetido lo mismo mil y una veces. Jenna le respondió como las mil y una veces anteriores.


—Sabíamos que eso era una posibilidad cuando iniciamos el plan.


—Cuando vosotros iniciasteis el plan —remarcó el rey, sin preocuparse en esconder su descontento—, no recuerdo que me invitaseis a dar mi opinión.


—Estabas demasiado ocupado planeando bodas —comentó la muchacha con sarcasmo.


—Eres un encanto de personas ¿lo sabías? — El chico se cruzó de brazos y no pudo evitar reírse por la ironía—. Ahora entiendo por qué me gustas.


Jenna pareció ponerse a la defensiva ante su sarcasmo.


—Majestad, váyase a la...


Karen se estaba cansando de aquella conversación sin sentido así que decidió ir al grano, interrumpiendo el insulto.


—Voy a salir a buscarles.


Puso rumbo a la entrada de la mansión. Jenna se separó del tronco sobre el que había estado apoyada observándole  y se apresuró a seguirle.


—Ni siquiera sabes dónde están. Además, vas a interferir en su trabajo.


—¡Puede que estén en problemas!


—O puede que tú les metas en problemas si decides ir ahí.


Aquello hizo dudar al rey, que enmudeció unos instantes.


—No puedo quedarme aquí a esperar —confesó, en un susurro tan bajo que la muchacha tuvo que hacer esfuerzo para entenderle. Mantenía los ojos fijos en el suelo de piedra, incapaz de alzar la mirada—, siempre estoy esperando y preocupándome sin poder hacer nada. No puedo más, Jenna.


La joven soltó un largo suspiro.


—Es el precio que tienes que pagar, Karen. Cuando tienes que sostener el peso de un reino entero no puedes permitirte pensar en los deseos de un solo individuo. Incluso aunque ese individuo seas tú. 


Aquellas palabras no eran servían de consuelo para el rey, comprendiendo que aquella frase se aplicaba a mucho más que solo su deseo de ir a buscar a su amigo. Iba a quejarse de nuevo cuando porque la muchacha le agarró repentinamente de la manga y tiró de él hacia ella.


—¡Eh! ¿Pero qué haces? — la muchacha se llevó los dedos a los labios, pidiendo silencio, mientras sacaba la espada y se colocaba frente a él, protegiéndole.


—Pisadas —susurró. 


Entonces Karen lo oyó, el serpenteante sonido de la ropa moviéndose entre las ramas, el cuero haciendo crujir las hojas bajo su peso. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se maldijo por no haber sacado su espada, como Jenna siempre solía hacer. 


De repente el sonido cesó, haciendo el silencio aún más estridente de lo que debería haber sido. Karen podía sentir su corazón reaccionando al peligro, acelerando su pulso y de nuevo maldijo no tener un arma, maldijo que ella tuviese que ponerse delante de él frente a la amenaza. 


—Al menos...— intentó susurrar mientras alzaba la mano hacia la cadera de la muchacha. "Al menos déjame tu puñal" pensaba decir, pero la chica chistó y le sujetó la mano aplastándola contra su propio cuerpo para que no hiciese alguna tontería.


—Silencio —ordenó, un poco más alto de lo que había planeado.


Una voz diferente a la de ambos sonó en la oscuridad. 


—¿Jenna?


Pero en vez de Jenna, quien reconoció la voz fue Karen.


—¿Daniel? 


Una figura apareció entre la maleza, soltando un sonoro suspiro de alivio. Los rasgos del joven Hook se hicieron visibles gracias a las tenues luces del jardín, sobre todo su sonrisa.


—Menos mal, vi a alguien moviéndose desde fuera, pero no sabía a ciencia cierta si serías vosotros.


Antes de decir nada más Jenna ya había recorrido la distancia que les separaba, propinándole un golpe en la nuca.


—¿Qué haces escondiéndote como si fueses un asesino, mocoso? 


—¡Ay! 


—¡Casi nos matas del susto! 


El rey se apresuró a ponerse entre ambos antes de que la chica decidiese ser ella misma la asesina.


—¿Por qué te escondes, Daniel?


El rostro de alivió del joven desapareció y miro a ambos lados con nerviosismo, asegurándose de que nadie les observaba.


—Será mejor que hablemos en privado.


—Por supuesto, podemos ir a la habitación de invitados y una vez te asientes hablamos.


—¡No! —murmuró el chico con voz quebrada—. Nadie puede saber que estoy aquí, por favor. 


Se hizo el silencio. Karen y Jenna compartieron una mirada de confusión y preocupación, alarmados por las reacciones del muchacho. Jenna fue la que terminó por hablar.


—Ven, te puedo colar por la cocina sin que nadie nos vea. Karen... espéranos en tu habitación. 


El ojigris asintió y el trío partió por caminos distintos. Afortunadamente era demasiado tarde para que alguien estuviese despierto andando por la casa. Una vez a resguardo en la habitación que se le había asignado al rey Jenna habló.


—¿Ahora nos dirás por qué actúas como un paranoico?


Daniel ignoró su tono agresivo y rebuscó algo en el interior de su capa, acercándose a Karen.


—Llegué a la capital de Kraig, pude entregar el mensaje al príncipe Alphonse—De entre los pliegues de la tela sacó un pergamino marrón —, y vengo con la respuesta. 


Los ojos de la pareja se posaron en el pergamino, con miedo. Karen dudó unos instantes antes de extender la mano para tomarlo.


—Aviva el fuego, Jenna. Necesito luz.


La muchacha obedeció de inmediato. Los minutos se extendieron mientras el rey leía las palabras del príncipe para sí mismo. Nadie dijo nada, pero la joven pudo sentir como el papel se arrugaba cada más en el agarre del ojigris, a medida que iba avanzando en la carta. Cuando terminó se la cedió a la castaña, mientras posaba sus ojos en Daniel que le miraba con comprensión. Por fin el rey puso en palabras lo que ambos sabían.


—No han sido ellos —El menor asintió.


—He estado ahí, Karen, no están en situación para ninguna guerra, la gente se muere de hambre. 


—También han recibido atentados, ¿verdad? 


—Alphonse pensaba que eran por nuestra parte.


Jenna dejó escapar un gruñido de confusión.


—Si no ha sido la corte de Kraig la que nos declaró la guerra ¿Entonces quién fue?


—Nadie que se preocupe por Kraig, de eso estoy seguro —afirmó Daniel.


—Tiene razón. Nadie empezaría una guerra que saben que no pueden vencer... pero entonces ¿Quién?


—Hay mucha gente que se podría beneficiar de una guerra entre dos países—murmuró la castaña—, alguien que gane con la muerte de mucha gente.


El estampido de la madera chocando contra piedra resonó por toda la habitación cuando la puerta se abrió de par en par. Karen pudo distinguir al menos diez figuras entrando antes de sentir el filo de una espada amenazante contra la piel de su cuello. 


—Que nadie se mueva— ordenó una voz. El rey dirigió su mirada de inmediato a Jenna, temeroso de que se negase, pero la muchacha le observaba en silencio. Se mantuvieron la mirada unos instantes, diciéndose cosas que nunca se habían dicho en palabras. Karen pudo distinguir como la joven dejaba caer el papel que había arrugado entre sus puños de manera casi imperceptible, cayendo entre las llamas de la chimenea, justo antes de que le tapasen el rostro con un saco que volvió todo negro como la noche. 


 


 


 


 


 


—Acuéstate.


Christian observó perplejo a James, que ignoró su mirada y se dirigió a la única ventana de la habitación del pelinegro para correr las cortinas, sumiendo la habitación en una tenue oscuridad. Satisfecho se dio la vuelta para observar al mayor.


—No has dormido nada ¿Verdad?


El ladrón rehuyó la mirada y negó con torpeza. 


—No creo que pueda conciliar el sueño —No mentía, por mucho cansancio que tuviese, era incapaz de cerrar los ojos y no pensar. El rostro de James se suavizó.


—No hace falta que duermas, solo descansa. Por favor —Christian le dirigió una última mirada dubitativa antes de sentarse en el viejo colchón de su camastro. La madera de este crujió como los mil demonios cuando se termino de recostar, no hizo ningún amago de intentar cerrar los ojos. 


James contuvo un suspiro, sintiendo su pecho romperse en mil pedazos solo por verle en aquel estado. Con cuidado se acercó a la cama, sentándose al borde de esta. Alzo una mano hacia el pelinegro, pero la detuvo a medio camino, temeroso.


—¿P-Puedo...? —El pelinegro sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, pero asintió con pesadez. Cuando sintió los esbeltos dedos del menor hundirse en su cabellera, en una caricia tranquilizadora, no pudo contener un jadeo de alivio y dolor a partes iguales.


Se mantuvieron así unos minutos. Christian habría deseado estar en esa posición horas, todo oscuro, sintiendo solo a James, pero sus remordimientos acabaron por vencer su pelea interna. 


—No sé qué cojones esperaba cuando vine aquí —confesó. Sin ocultar su rencor—. Viví toda mi vida sin un Padre. Podría haber vivido el resto de ella sin él —Se removió en la almohada, intentando acercarse más al contacto del menor —. Podríamos ser felices ahora mismo. 


—Eh, eh —chistó el castaño, haciéndole enmudecer. Su mano viajó del cabello hasta la mejilla del muchacho, sosteniendo parte de su rostro—. No tiene sentido pensar en eso ¿Vale?


El pelinegro alzó su mano para cubrir la del castaño y le miró a los ojos. James podía distinguir los ojos azul cristalino incluso en aquella oscuridad. Contuvo el impulso de acercar más sus rostros y besarle. 


—Acuéstate a mi lado, por favor.


El soldado necesitó unos minutos para procesar la petición, azorado asintió y se deshizo del calzado para poder tumbarse. Rostro frente a rostro. Miradas conectadas. Manos nuevamente entrelazadas. 


—Me gustan tus ojos —soltó de sopetón James, incapaz de controlarse—. Desde siempre, desde la primera vez que te vi.


Christian dejó escapar una sonrisa rota. 


—¿Te gustaron tanto que decidiste perseguirme río abajo?


El menor bufó, pero sonrió también.


—Me gustaron tanto que decidí saltar por un barranco —continuó la broma


—No sé si eso es halagador o preocupante. 


—Lo preocupante es que tú prefirieses saltar por un barranco a dejarte atrapar.


El pelinegro compuso una mueca divertida, pero no continuó con la broma.


— A mi me gustaste desde el primer día —El menor encarnó una ceja, receloso —. No me refiero que me gustaste de esa manera a primera vista. Eras un soltado, no soy tonto.


Christian sonrió al ver como el castaño le sacaba la lengua, molesto por sus palabras, aunque la sonrisa no se mostró en sus ojos. 


—Me refiero a que me gustó tu personalidad. Alguien capaz de jugarse la vida de la manera más loca solo por seguir sus ideales... Me gustó eso de ti desde el primer saltó.


James notó su rostro calentarse debido al sonrojo, pero por una vez no se molestó en ocultar lo feliz que le hacían esas palabras. 


—Gracias —dijo con sinceridad.


—¿Puedo abrazarte? —James se congeló ante la pregunta tan repentina. De nuevo se mantuvieron la mirada unos instantes, hasta que el menor se arrastró más cerca del pelinegro. Pasó una mano por su cintura, mientras Christian lo rodeaba entre sus brazos. El castaño dudó de nuevo, pero acabó dejando un beso en la clavícula del ojiazul para luego reposar su rostro en el pecho de este. 


—Descansa —su petición sonó más bien como una plegaria. 


Christian suspiró, sintiendo el calor del menor aliviar su alma. Poco a poco cerró los ojos, y, por fin, el cansancio venció a sus demonios. 


Cuando recuperó la consciencia era bien entrada la noche. La oscuridad había invadido al completo la habitación, pero pudo sentir la presencia de James aún entre sus brazos. El joven se había quedado dormido también. Su respiración acompasada hacía cosquillas en el cuello del pelinegro. Christian inspiró profundamente, embriagándose del aroma del soldado y por primera vez en mucho tiempo sintió ganas de reír. Con delicadeza afianzó el abrazo con el joven, deseando sentir cada parte de sus cuerpos en contacto.


—Te quiero. 


Susurró al oído del menor, consciente de que no podría oírle y, aunque Christian quería gritarlo a los cuatro vientos, se conformó con decirlo a aquella habitación oscura.


—Más que a nada en el mundo. 


 


 


 


 


La madrugada llegó a la pareja a modo de unos fuertes golpes contra la puerta de la habitación. 


—¡Christian, abre la puerta!


El aludido se despertó alarmado y confundido. Nervioso contempló al castaño en sus brazos, que también se estaba desvelando con rapidez. Agradeció haber echado el cerrojo la tarde anterior. 


—No pueden verte aquí —masculló por lo bajo el pelinegro, activando los sentidos de alarma aún perezosos del soldado, qué asintió mientras se incorporaba con torpeza—. Debajo de la cama. Ocúltate. 


Christian se levantó de la cama mientras James hacía lo ordenado. Anduvo hasta la puerta y de un rápido vistazo se aseguró de que no hubiese nada incriminatorio a la vista. El rostro de una chica que Christian reconoció del grupo de superiores le miró con la ceja encarnada cuando por fin abrió la puerta. 


—Date prisa, Axel quiere verte —Christian no pudo ocultar su extrañeza, demasiado adormilado aún.


—¿Axel? ¿A estas horas?


La mujer se encogió de hombros.


—Creo que ha pasado algo importante con respecto al cliente con el que tenías tratos. 


—¿Con Aldrich? 


—Sí, no me han contado nada importante, tendrás que ir tú mismo a ver de qué se trata. 


Christian supo ocultar el gruñido de frustración que luchaba por salir de su garganta.


—De acuerdo, iré en seguida. Gracias por avisar.


—No es como si no lo hiciese obligada —se mofó la joven antes de desaparecer por el pasillo. Christian cerró la puerta y suspiró.


—Ya puedes salir.


El cuerpo de James asomó por debajo de la cama y se incorporó. Christian no se dio cuenta de su rostro descompuesto.


—Será mejor que te marches, antes de que venga alguien más... ¿Estás bien? 


El menor abrió la boca sin decir ni una palabra un par de veces y le dedicó una mirada de desconcierto. 


—Christian, ese Aldrich del que hablabas ¿Cómo es? 


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