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Latidos silenciosos por urahara

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Notas del capitulo:

OK, JURO QUE LA PROXIMA VEZ ACTUALIZARE ANTES!!

es que faltan unas pocas semanas para terminar el semestre y me ahogo en pruebas, pero ya tengo el próximo cap casi terminado.

(Iba a actualizar en la mañana, pero hice de niñera)

¿Saben lo que es llevar una vida monótona a mi edad? Pero una monotonía de verdad, no de esas por las que uno debe cruzar para llegar a sus metas o aquellas que llegan con el cumplimiento de todas estas, dándote un descanso alrededor de lo que ya lograste. A la monotonía a la que me refiero es aquella que te quita el sueño y los sueños; la que te hace despertar cada día sabiendo que lo vivirás igual que ayer y anteayer, y mañana y pasado mañana; la monotonía que te desgasta pero no te permite gastarte completamente, pues sientes la obligación de seguir tu vida con ella; la monotonía que es fuerte e invisible a la vez; que desaparece en los buenos momentos y vuelve durante las reflexiones nocturnas sobre el futuro, quitándote el sueño cuando ya creías haberlo superado ¿No lo saben? Supongo que no, ojala que nunca lo averigüen.
Así transcurrieron varios meses. Levantarse tarde, llegar a clases con sueño, dar mis clases con sueño. Bueno, pasar el día con sueño hasta volver a la cama, y que así el ciclo se repita. Sin embargo a eso de las 6 de la tarde, mis sentidos se ponían alerta, y por primera vez en el día mi mente se enfocaba en otra cosa que no fuera mi cama, y por cosa me refiero a 3 personas en específico, Agustín, Lucas y Mateo. Las únicas personas de las cuales había aceptado con gratitud su compañía, pues no lo hacían por interés ni lastima; aunque sin duda cada uno demostró su apoyo hacia mí de maneras muy diferentes:
Lucas llego la mañana después de mi llegada a tocar la puerta de mi habitación, y cuando digo “mañana” no me refiero a las 8 o a las 7, sino que a las SEIS DE LA MAÑANA; estaba en pijama y su cabello, el cual acostumbraba ver siempre recogido, caía sobre sus hombros algo desordenada, su respiración estaba agitada y sus ojos llorosos; de inmediato se lanzó a abrasarme y yo a duras penas pude sostenerlo sin caer. Me abrazo tan fuerte como le fue posible a aquel delgado cuerpo y no se apartó hasta que sentí como mi pijama se empapaba de sus lágrimas. Entonces pensé que ese era el verdadero Lucas, del cual me había encariñado tanto, y no aquel que había estado intentando ser recientemente.
-perdón, Gabriel – me decía entre sollozos como si él hubiera sido el culpable- lo siento.
Me miro con sus ojos grises achinados por el llanto mientras se mordía los labios intentando no sollozar más.
-lo siento- me dijo nuevamente y se cubrió el rostro avergonzado, pero no tenía por qué estar arrepentido, pues Lucas había logrado convertirse en el primer pésame que recibí como una bendición y no como una molestia, el único que me hizo sentir apoyado y valorado, pues sus palabras eran del corazón y sus lágrimas también, desgraciadamente.
Con Agustín las cosas fueron bastante diferentes. Él interrumpió abruptamente una de mis clases y con un tirón de ropa (pues no era suficientemente alto para llegar a mi oreja) me arrastró fuera del salón sin siquiera darse cuenta de que dejaba un rastro de alumnos confundidos a su paso.
En cuanto estuvimos afuera nadie dijo nada, sólo hablamos con la mirada, la suya me decía que él realmente estaba enfadado, mientras que la mía más bien se asemejaba más a la de un niño siendo regañado. Supongo que tiene sentido, después de todo, Agustín era lo más parecido a un padre que tenía.
-hasta que apareces –hablo finalmente-. Crees que por ser profesor no respondes ante mí, eres un sacerdote, Gabriel, y no puedes irte sin dejar rastro.
-perdón- susurre apenado y fue lo único que pude decir.
- Me tenías horriblemente preocupado, Gabriel Soriano ¿Y crees que te voy a perdonar?
-No- respondí agachando la cabeza y sin moverme de mi lugar, hasta que “Agus” comenzó a tirar de mis ropas nuevamente.
-Vamos, ahora agáchate porque si no, no puedo abrazar a tal edificio.
Me quede en blanco, sin entender aún que debía hacer, pero con un fuerte tirón, me obligo a agacharme más y más hasta sentir sus brazos rodearme la espalda con la mayor fuerza que alguien de su edad podía y al notar la fragilidad de aquel abrazo noté, o más bien recordé, la fragilidad de la vida misma. Irremediablemente se me escapo una lágrima.
-¿Cómo has estado? –me preguntó- Ay, pero que preguntas estúpidas, no me hagas caso.
No respondí, sin embargo mis lágrimas me delataron.
-Está bien Gabriel, no es cierto lo que te dije recién, te perdono, ya no llores- “ya no llores” nuevamente las palabras que me había cansado de escuchar, pero en labios de aquel sacerdote no parecían vacías, sino llenas de amor.
Junto a Agustín me sentía comprendido, él más que nadie entendía como me sentía pues a corta edad sus padrea habían abandonado este mundo.
Continué llorando por un rato, y es porque en momentos como esos eran en los que aterrizaba en la realidad, que no podría subirme a mi auto e ir a ver a mi madre, ella no estaría allí. Y si esa era la realidad entonces no sabía que era lo que estaba haciendo vivo aún. Pero eso fue al principio, al principio uno siempre llora, uno siempre sufre, pero con el tiempo todo pasa; y si no lloras y sufres cuando debes, algún día explotaras en un mar de llanto que te hundirá en una laguna de depresión.
Finalmente mi compañero me pidió, o más bien obligó, a ir a mi habitación a descansar y ante mis quejas respondió “Gabriel, eres sacerdote, no te van a descomulgar o algo. Les hablare algo sobre Noé y volverás para tu próxima clase” y entonces me echo de ahí antes de que pudiera explicarle que estábamos en la unidad de los sacramentos de iniciación.
Esa fue la última vez que lloré con alguien de testigo, decidí que ya había llorado lo suficiente y fumado más que eso, y que ese sería mi último día de duelo. Claro que eso era de lo que quería convencerme, pero de alguna forma me sirvió; a veces mentirte a ti mismo es bueno, pues la mentira se vuelve de a poco una realidad. Por primera vez desde la… bueno, la muerte de mi madre, me planteaba la idea de superar la misma, superarlo de la única forma que se me ocurría, ocupando mi mente en otra cosa.
Todas las tardes sin falta, cuando ya todos se encontraban en sus respectivas habitaciones o en sus clubes, Mateo y yo estudiábamos en mi salón… bueno, era algo parecido a estudiar, pero en compañía de alguien como Mateo simplemente no puedes esperar a que todo vaya de acuerdo a como lo planeaste. Esperábamos ansiosos la gran fecha de premiación, pues nada más podíamos hacer, ya habíamos enviado los invitaciones a sus padres (firmadas de parte del mismo director del instituto, quien ya estaba al tanto de todo) y postulado a varias otras becas, pero siendo honestos, gracias a la situación económica de los padres de mi alumno, ganar cualquier otra beca sería algo improbable, por no decir imposible.
Aunque no sólo nos juntábamos en calidad de alumno-maestro, también disfrutábamos de ir a la iglesia con Agustín los fines de semana y de vez en cuando íbamos por un helado con Lucas e incluso con José, quien se mantenía siempre alerta a mi lado, tan cobarde como la primera vez que repare en él.
Es por eso que me sorprendió enterarme que formaba parte del club de boxeo, y no sólo eso, sino que era uno de los mejores, y pude comprobarlo cuando acompañe a los chicos a una de sus prácticas. También acompañamos a Mateo a las suyas. Todos esperarían (incluyéndome) que mi ángel fuera esa clase de chicos que se saltan las clases extracurriculares, por lo mismo me sorprendió tanto enterarme de que, no sólo sí estaba en un club, sino que estaba en el club de baloncesto, incluso no pude evitar reírme al verlo junto a sus compañeros de equipo, parecía una pulga. “Cierra el hocico” me decía cada vez que me escuchaba reír; pero lo más sorprendente era que de verdad era bueno, no era excelente (ya sería el colmo que fuera excelente cantando, escribiendo, pintando y además en los deportes), pero no era malo. Siempre veía sus prácticas al borde del asiento, casi como esperando que en cualquier momento pase por entre medio de las piernas de uno de sus contrincante con la pelota aun rebotando, sí, así de pequeño se veía (por no decir, un tanto ridículo).
Lucas por otro lado, pertenecía al club de artes el cual abarcaba desde la pintura y la escultura hasta el teatro y la escritura. Recuerdo haberle preguntado a Lucas, ¿por qué Mateo no estaba en ese club? Pero él sólo me dijo que lo había expulsado por “mal uso del material de trabajo”, entonces tuve la certeza de lo qué había pasado y me pregunte en qué pared del instituto Mateo había hecho aquel grafiti.
En fin, la vida seguía, pero no como lo haría un reloj, sino más bien como un temporizador, pues llegaría el momento en que el tiempo se acabaría, la paz se acabaría, y supongo que el inicio del final de esa paz llego una tarde nublada de fines de agosto.
Había salido tarde de una reunión de profesores, así que iba camino a la habitación de Mateo para pedirle perdón por hacerlo esperar, cuando escuche una discusión. No era la primera vez que debía interrumpir una pelea de pasillo, sin embargo esta fue diferente a las demás, mientras me acercaba fui escuchando una voz familiar, y lo peor de todo un llanto familiar.
En cuento doble esquina en las escaleras pude notar a la distancia que había llegado un tanto tarde:
Pude ver a dos chicos, frente a frente, uno sostenía al otro de la camisa con una mano y con la otra formaba un puño listo para aterrizar en su rostro, tras él muy escondido, se encontraba Lucas, temblando de miedo y por el llanto.
-¿Por qué defiendes al marica, José?- dijo aquel chico, con el ultimo rastro de valentía que le quedaba. Y en respuesta, el que parecía el tranquilo y cobarde José lo empujo fuerte contra la pared- ¿Acaso es tu novio?
-sí, lo es, ¿tienes algún problema con eso?- respondió completamente enojado, para golpearlo nuevamente contra la pared y enterrarle el codo en la boca del estomago.
-que puto asco- fue lo último que dijo aquel chico antes de recibir un puñetazo. Sólo entonces pude reaccionar e intervenir, entonces, cuando estuve al final de las escaleras pude ver claramente a 3 personas en el suelo, una quejándose y sosteniéndose fuerte el ojo, las otras dos abrazándose y uno de ellos llorando.
-¿A quién castigo primero?- fue lo único que pude decir en ese momento, y le dedique una mirada de decepción a cada uno, incluso a Lucas.
En menos de diez minutos aquel chico cuyo nombre aun no descubría se encontraba en enfermería con el ojo hinchado, y José y Lucas estaban sentados en mi salón de clases, tomados de la mano y con la cabeza gacha. Yo los miraba fijamente sentado sobre mi escritorio, sabiendo que el que producía el ruido del chirrido de la puerta y los pasos cercanos, era Mateo, quien luego de entrar permaneció apoyado en la pared.
-¿Cómo es que yo no me entere?- fue lo único que pude decir al fin.
José, con valor en su mirada intento explicarse, pero antes de que siquiera pudiera entender lo que trataba de decir lo interrumpí.
-no quiero siquiera escucharte a hablar a ti. Supe desde el principio que no debía confiar en ti, ¿pero tú, Mateo? Creí que no teníamos secretos - mire a mi ángel por primera vez, él no cambio su expresión fría-. Mucho menos lo espere de ti, Lucas- dije acercándome a él, quien se encogía cada vez más sobre sí mismo- pero lo que ahora espero de ti, es que me digas, ¿por qué?
En un principio no respondió, vi como tragaba saliva y temblaba ligeramente apretando la mano de su… pareja. Transcurrieron los segundos y por un momento creí que se había quedado mudo, pero finalmente hablo con voz firme y sin temblar:
-porque estoy enamorado, padre- contesto- ¿no es esa razón suficiente?
No, no lo era para mí. No me cabía en la cabeza. Incluso a pesar de que sabía lo bueno y comprensivo que era Lucas, me costaba creer que dijera sin vergüenza alguna que estaba enamorado de aquel tipo que… había estado tan cerca de… de algo que yo sólo podía soñar. Casi lo sentía como una traición. Las imágenes de Mateo sobre José y viceversa invadían mi mente y mi corazón como uno de los peores fantasmas del pasado, sin dejarme hablar correctamente.
-…pero él- murmure señalando a José- y él…- Mire a Mateo, y por fin su expresión cambio de la indiferencia al terror, pude notar perfectamente como apretaba la mandíbula y abría sorprendido los ojos, entonces lo entendí. Mire a Lucas con compasión y dije:
-Tú no lo sabes, es eso ¿Cómo es que no le dijeron?- les dije a mis alumnos, pero ellos sólo agacharon la cabeza. Pude ver como José soltaba la mano de Lucas y este se levantaba de su asiento.
Entonces pase de estar enojado con mi alumno a sentí una profunda lastima por él, como siempre había acabado siendo la victima.
-¿Qué se supone que no sé?- pregunto mirando a todas partes, pero sólo yo le devolví la mirada, una triste mirada. Me acerque a él y tome sus manos para que se sentara.
-Lucas- no sabía cómo empezar, así que sólo iba a decirlo de frente- lo que pasa es que…-
-¡No! Espere- me interrumpió José- déjeme decírselo yo mismo, por favor. Usted dijo que estaría bien si estoy con quien ame.
-pero eso sólo si esa persona quiere estar contigo- respondí inmediatamente centrando mi atención en él por primera vez, y finalmente me dirigí hacia la puerta llevando a Mateo conmigo- tómense su tiempo, pero luego reanudaremos esta conversación.
Ya afuera de la sala de clases no le dedique una palabra, ni siquiera una mirada a mi alumno, simplemente camine hacia la salida, tanteando en mi bolsillo mi última cajetilla de cigarrillos. Ni siquiera me despedí del guardia como solía hacerlo, sólo salí de allí sin dar explicaciones, esperando que nadie me siguiera, sin embargo podía escuchar pasos tras de mí y la voz de Mateo diciendo “voy con él”.

Notas finales:

Ok, les tengo una pregunta, ¿El prox cap lo quieren desde el punto de vista de Gabi o que muestre la conversación de Lucas y José? Si no me contestan pues haré lo que me dé la gana.


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