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Latidos silenciosos por urahara

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Muy bien, voy a contarte cómo es que fui traicionado, repelido y abandonado gracias a lo que soy o tal vez gracias a lo que la gente a mi alrededor es:
Cuando yo tenía 15 años, y ya había descubierto hace años que me gustaban los hombres y de hecho estaba completamente seguro de ello, yo y mis padres solíamos ir a la iglesia todos los domingos e incluso algunas semana también los viernes y miércoles, ya que siempre fuimos muy católicos y muy cercanos al sacerdote que oficiaba la misa, el Padre Marco, especialmente yo, porque era muy bueno con los niños y yo era algo así como su favorito.
Con el transcurso del tiempo ya no podía ocultar más mi “condición”, el hecho de ser gay se me presentaba como algo pecaminoso y poco digno de mí, ahora me siento avergonzado de haber pensado así, pero en esos tiempos lo que la iglesia y mis padres decían, para mí, era ley, y decían claramente: “tales personas no entraran al reino de los cielos”, las dudas y temores acosaban mi consciencia hasta el punto de no poder soportarlo más. Así que para sacarme ese peso de encima, un día lunes, decidí ir a confesarme sin que nadie lo supiera, ni siquiera mis padres. Entonces me salte por primera vez las clases de las 3:00 para correr a la iglesia, confesarme con tranquilidad y luego llegar justo a tiempo a la escuela, antes de que mis padres fueran a buscarme a las 5:00.
-Ave María Purísima.
-sin pecado concebida.
-¿De qué te arrepientes Mateo?
-Padre Marco, creo que he hecho algo malo, pero no puedo remediarlo aunque quiera, es algo que es parte de mí- no sabía muy bien cómo explicarme.
-todo pecado puede ser perdonado, Mat- así solía decirme – vamos, dime, y así liberaras tu alma.
-creo… no, estoy seguro de que… soy gay- dije las últimas dos palabras como un susurro casi inaudible, tratando en vano de que no me escuchara.
Levante lentamente mi vista, que había permanecido clavada en mis manos tiritando, y mire con temor al Padre Marco quien estaba apoyado en una pequeña silla de madera igual en la que yo estaba sentado, ya que la iglesia no tenía confesionarios.
-ay, pequeño, ¿realmente crees que eso es malo?- yo solo lo mire extrañado- no es malo lo que sientes, simplemente es poco común. No es algo de lo que debas arrepentirte- y entones se acerco para abrazarme, ese abrazo marco el inicio de una época en la que por fin me sentí en paz conmigo mismo, todas las dudas y temores que me habían invadido todo ese tiempo se extinguieron, por el simple hecho de que una persona me apoyaba, solo una y nadie más, eso era suficiente para darme valor, al menos por un tiempo.
Es extraño que tú me hayas dicho algo muy parecido el día en que te lo confesé ¿recuerdas?, por eso no había confiado en ti, por eso me negaba a creer nuevamente, porque él, el Padre Marco, mi pastor y amigo, me abandono a mi suerte. Yo confiaba en él, e incluso el me hizo confiar también en Dios, pero ambos parecieron abandonarme. Ya pronto llegare a eso.
Después de esa confesión el tiempo transcurrió, y yo iba cada vez más seguido a la iglesia. Después de la escuela siempre iba a jugar, hablar, leer y rezar con Marco; era como mi mejor amigo, y parecía que a él también le caía bien… parecía.
Pasaron los días e incluso algunos meses y Marco se convirtió en mi pilar, el único en el que podía mantenerme estable, gracias a él cada vez me sentía más confiado de lo que era. Pero para mí solo un pilar dejo de ser suficiente para mantenerme en pie, por lo que llego el día en el que me arme de valor y decidí contarles la verdad a mis padres, ya que, por lo que Marco me había dicho, Seguramente me aceptarían y querrían ya que es algo “normal”. Nada más alejado de la realidad.
-papá, mamá, soy gay- dije directamente, sin pelos en la lengua, nunca me gusto irme por las ramas.
Al principio solo hubo silencio, una reacción entendible, pero lo que paso después realmente no me lo espere.
Mi madre me miraba aterrada, impactada, decepcionada; luego me gritaba, desesperada, me tiraba de las ropas y el pelo, me sacudía para “hacerme entrar en razón”, mientras mi padre simplemente me miraba con asco. Y yo… yo solo me dedicaba a llorar sin saber que más hacer.
-¡yo no crié a un marica!- gritaba una y otra vez mi madre por toda la casa, mientras mi padre trataba de calmarla dedicándome miradas acusatorias de vez en cuando, si las miradas mataran, yo ya estaría 3 metros bajo tierra.
¿Cómo es que Marco me había mentido tan descaradamente?, me hizo mirar mi situación como algo aceptable para los demás, y yo como un estúpido le creí, creí que me aceptarían, que me querrían de todas formas… me hizo creer que yo era parte de un todo, cuando en realidad la sociedad me aislaría y me escupiría en la cara.
-pero mamá, es algo normal, así nací, eso es todo, soy completamente normal, solo que es poco común- trataba de defenderme con las palabras de consuelo que el Padre me dedicaba de vez en cuando, cuando dudaba de mi bondad; incluso también trataba de convencerme a mí mismo nuevamente de ello.
-¿Quién te ha llenado la cabeza de tanta mierda?- gritaba mi madre- necesitas confesarte ahora mismo, ¡necesitas hablar con un sacerdote!
-muy bien, llévenme a la iglesia, acompáñenme a hablar con Marco- dije para ver si es que él podría hacer entrar en razón a mis padres, quienes se encontraban ciegos por sus costumbre y no parecían ver el daño que le estaban causando a su hijo, al que decían amar profundamente. Repito, nada más lejano a la realidad.
Eso hicimos, fuimos a la iglesia, y ahí, en frente de Marco sus palabra me sorprendieron; ahora que lo pienso no sé porque, era obvio lo que iba a decir.
-Marco, por favor dile a mis padres que se equivocan, diles que no soy un pecado ni una aberración, solo soy poco común- le rogaba con desesperación a mi confidente, que en ese momento parecía mirarme con lastima, como diciéndome “perdón por esto”.
“Por favor, por favor no me falles justo ahora” me repetía a mi mismo una y otra vez y lo transmitía con la mirada “no me falles cuando más te necesito”.
-Por favor dile que lo que hace está mal, ¡dile que lo que ES esta mal! por favor convéncelo de arrepentirse, dale una oportunidad de una vida eterna- decía mi madre entre sollozos. Yo solo continué suplicando con la mirada, esperando una respuesta que me favoreciera, pero esta nunca llego.
- Mateo- hablo por fin, dirigiéndose a mí- lo que tú haces…
-lo que tú ERES- le corrigió mi madre.
-lo que tú eres- continuo él- no… no está bien- parecía sentirse culpable, y el arrepentimiento se reflejaba en esos ojos azules, pero yo no quise levantar mi mirada del piso y verle la cara de nuevo.
No supe como sentirme, ¿lastimado? ¿Engañado? Creo que la mejor palabra para describirlo sería… traicionado.
Desde ese día mis padres ya no me hablaban, incluso puedo afirmar que ya no me querían, se había creado un muro entre nosotros que nos impedía comunicarnos, ni siquiera puedo decir que me trataron mal de alguna manera, simplemente intentaron ignorar mi presencia, ya no me iban a buscar después de clases, tampoco charlábamos en la cena, ni mi madre me arropaba antes de dormir, en realidad ni siquiera era capaz de mirarme.
Como podrás suponer me inscribieron a cuanta clase religiosa se encontraron, a charlas para “salvar el alma” e incluso, lo más patético, reuniones de “cura contra la homosexualidad”. También me cambiaron de colegio a uno estrictamente católico.
Si te soy sincero odiaba mi nueva escuela, los profesores y alumnos me miraban como acusándome, no me sentía cómodo sin mis amigos, que de repente dejaron de hablarme, por lo que mis notas bajaron y yo me comencé a transformar en un niño problema sin darme cuenta, no era mi intención, pero no me sentía con la motivación para estudiar, así fue hasta que me di cuenta que esa posición de alguna extraña manera me favorecía, se convirtió en la única manera de llamar la atención de mis padres; sí, ya sé que suena desesperado, pero no sabes lo frustrante que es no recordar la voz de alguien a quien vez todos los días y que amas desde que tienes memoria.
Así es como comencé a bajar mis notas, jugar bromas pesadas y encerrarme en mi habitación a leer y escuchar discos de Gun’s and roses, Pink floyd y Nirvana a todo volumen, aunque finalmente me quede prendado de esos grupos y disfrutaba haciendo algunas bromas. Pasaron años así, en los que no me comunicaba con nadie que no fuera un personaje literario, mis padres, solo cuando me regañaban y algunos empleados de mi padre, de los que en algunas ocasiones me hice muy cercano, al convertirse en los únicos que se preocuparon por mí. De a poco me fui transformando en el típico estereotipo de chico malo, rockero, antisocial y sin interés en sus estudios, lo que provoco que una y otra vez me expulsaran de cada escuela a la que mis padres me inscribían, incluso intentaron meterme a un seminario, pero los sacerdotes los convencieron de que termine mi educación antes.
De vez en cuando Marco venia a visitar a mis padres, pero yo nunca salía de mi habitación, solo ponía a todo volumen canciones como “the number of the beast”, “jesus don´t want me for a sunbeam”, “jesus don´t love me” o incluso alguna veces la canción “puto” de molotov, eso era suficiente para que se diera cuenta de que lo que menos quería era hablar con él.
A los 17 comencé a escaparme de casa y frecuentar con personas que me bautizaron como su “follamigo”, con ellos tuve mis primeras experiencias. Eso se convirtió en un espacio para olvidar la realidad. Como ya sabes aun lo hago de vez en cuando, pero en esos tiempos era una obsesión enfermiza.
Esa fue ni vida hasta que, después de mi suspensión del colegio San Sebastián, finalmente me aceptaron en este, el instituto Nuestra señora de la Santa Cruz, gracias a la posición social de mis padres que como sabrás es político. Aquí intente subir mis notas y superar mi tristeza, ya que no me gustaba en lo que me estaba convirtiendo, más bien en lo que ya me había convertido; pero después de un tiempo me di cuenta de algo, ¿Qué pasaría cuando me graduara del instituto? Seguramente mis padres volverían a inscribirme en un seminario, yo no quería eso, no estaba seguro de que hacer con mi futuro, pero sabía que quería tener una vocación, trabajar haciendo lo que me apasionara, por eso comencé a bajar mis notas a propósito, excepto en matemáticas, eso no era necesario, ya que siempre me ha ido mal con los cálculos; quería repetir curso para no graduarme y así no tener que enfrentar a mis padre y a sus decisiones, no era tan difícil, solo una o dos notas mínimas en algunas materias era suficiente. Entonces este instituto se convirtió en mi refugio, un lugar al que no quería renunciar, sé que no es una buena solución, pero es algo momentáneo hasta que sepa cómo arreglarlo o hasta que mis padres se rindan. Al menos ya supere el hecho de que no me acepten, es más, ahora yo no los acepto.

-Bueno, entonces pasaron los años y aun sigo aquí - dijo finalizando su relato.
Desde el inicio de su narración Mateo había derramado lágrimas silenciosas, pero en ningún minuto dejo de hablar, solo de vez en cuando su voz se quebraba. Pero ahora que ya no tenía nada más que decir y que después de tantos años había revelado lo que nunca se contó, podía al fin llorar todo lo que no había llorado.
Durante su relato yo me mantuve expectante, atento y shockeado con cada una de sus palabras e incluso mis ojos amenazaron con soltar un par de lagrimas de vez en cuando, hasta que su narración termino y mi primer reflejo fue abrazarlo tan fuerte que el impulso logro que ambos cayéramos al suelo de baldosas frías, pero eso no rompió el abrazo, al contrario, logro que él también me abrazara desesperado.
Mientras él, ahora en mis brazos, comenzó a llorar descontroladamente; yo lo arrullaba y abrazaba, secando sus lágrimas como había deseado hacer la primera vez que lo vi llorar. Permanecimos un tiempo así, compartiendo ese momento tan intimo y rogué a Dios que Mateo no me vuelva a confundir con ese bastardo de Marco.
-y no sé porque te estoy contando esto, tal vez quiero a alguien que me diga que soy normal, pero poco común- dijo hipando por el llanto, y luego repetía una y otra vez “solo soy poco común, solo soy poco común…”
-no eres poco común Mateo, eres único- dije y alejo las manos de su rostro para verme con esos pequeños ojos azules hinchados por el llanto de los cuales corrían lágrimas hasta sus pecosas mejillas, y entre esas lagrimas me dio una sonrisa. Definitivamente desde ese día sus sonrisas se habían convertido en una droga.
-gracias por escucharme, Gabriel- susurro ya más calmado después de un rato. “me dijo Gabriel, que extraño”.
Parecía a punto de quedarse dormido, claro que estaría cansado de tanto llorar, además que ya era bastante tarde, el día se nos había ido entre confesiones, lagrimas, abrazos y consuelos.
Lo más silenciosamente posible lo tome en mis brazos, y a pesar de que no estaba dormido del todo se dejo llevar por mí hacia los dormitorios.
Cuidadosamente y vigilando que nadie estuviera haciendo un paseo nocturno, abrí la puerta de su habitación con algo de dificultad, después de todo Mateo no era una pluma y yo no era muy fuerte. Di gracias a Dios de que Mateo no tuviera compañero de cuarto. Lo deje delicadamente en su cama y arrope con algunas frazadas.
-hace años que nadie me arropaba- dijo más para él mismo que para mí.
-descansa Mateo.
-Hey, espera- se incorporo en su cama y me miro con los ojos entrecerrados por el sueño y sus rulos despeinados-Tú no me juzgaras por los errores que he cometido ¿verdad?- pensé en repetirle lo mismo que hace unos días, “no juzguéis o seréis juzgados”, pero ese día yo no escuchaba su confesión como un sacerdote, si no que como un amigo.
-claro que no, todos cometemos errores.
-sabia que lo entenderías.
Nos quedamos unos segundos en silencio hasta que vi como los parpados de mi alumno comenzaban a cerrarse y su respiración se volvía más pausada mientras se acurrucaba en sueños. Permanecí unos segundos viéndolo, asegurándome de que estuviera dormido, y sintiendo celos de Morfeo, quien podía tenerlo en sus brazos. Finalmente salí de esa habitación.
A pesar de que ya era bastante tarde, había algo que tenía que hacer antes de dormir, así que tome mi llave maestra y me dirigí a inspectoría, donde guardaban cada hoja de vida de cada alumno. Ya se imaginarán lo que estaba buscando, información de Mateo, quería corroborar algo.
Abrí la enorme carpeta y busque las calificaciones de mi alumno. Y sí, era verdad, casi todas sus notas eran sobresalientes, en especial en lenguaje, pero después de unas cuentas notas perfectas aparecía un cero, arruinando así todo su promedio.
Me sentí decepcionado por aquel desperdicio de inteligencia, y furioso ya que ningún profesor se había dignado a ayudar a esta clase de chico genio. Debía encontrar una solución a este enorme y complejo laberinto en el Mateo se encontraba solo y asustado. Así que sin mucho más que pensar me dirigí a la biblioteca y pase gran parte de la noche buscando alguna solución en esos viejos y gastados computadores.
Después de pasar tanto tiempo en el computador, en gran parte porque no era ni seré nunca bueno con la tecnología, fui a acostarme y gracias al sueño mis acostumbradas reflexiones nocturnas se convirtieron en una simple idea: “aunque él no lo quiera, voy a ayudar a Mateo”


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