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69 Bullets por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Me sigo regalando cosas porque soy bien Hardcore. Así que, feliz cumpleaños a mi. <3.


Hoy, cinco shots, así bien coquetos y la apertura de un arco del futuro. Habrá ponis rosas y guarradas de cama en cuanto termine de mudarme.

III.

Cita.

El humo del cigarro coqueteaba con el del café, por un momento los dos se convirtieron en uno.

La próxima misión sería juntos, miró el reloj en su muñeca, todavía faltaban diez minutos para el encuentro. Dejó un par de monedas en la mesa y comenzó a caminar sin planes. Aquel idiota lo encontraría así que no hacía falta permanecer quieto. Habían varias cosas que lo enfermaban: la conglomeración de tórtolos atolondrados, pura e insoportable melosidad se confundía en el aire… igual que el sudor o el dulce, y que a él le importaba una mierda. Sin embargo todavía, en un requiso de su corazón, o donde quiera que se alberguen los sentimientos bonitos y cálidos, existía cierta emoción y algo de deleite ante la expectación de ver a su acompañante. Estaba seguro que él lo colmaría de regalos, si lo permitiese, pero era demasiado augusto como para dejarse consentir.

… si él no se apresuraba a quitarle esas ideas absurdas de su cabeza, pronto su exterior comenzaría a quemarse.

—¡Gokudera! –una mano que saludaba a lo lejos y cuyo cuerpo se despegó del piso al correr hacia el guardián de la tormenta –¿Llevas mucho esperando? –aquella maldita sonrisa.

—Encajas a la perfección con este montón de idiotas –bufó.

—¿Eh? –el moreno dio una mirada alrededor y creyó comprender –. ¿Nos vamos? –le extendió la mano y aunque Hayato se la negó, Yamamoto por iniciativa propia la tomó y lo llevó por callejones vacíos.  Gokudera quería caminar así, y Yamamoto sabía que era tan orgulloso que no lo diría.

Hayato recordó algo reciente al ver los ojos del moreno y por un momento pensó que el cigarrillo y el café hacían muy buena pareja, porque ante sus ojos, aquellos humos y sus manos, eran exactamente del mismo color al fundirse en uno.

 

 

 

IV.

Vidrio.

Otro día para la nación nipona. Pronto florecerían los árboles de cerezo y él tenía que esperar en ese hospital mientras Crome se recuperaba de una férrea batalla librada hace una semana. Por dentro estaba hecho una furia con el Don por haber permitido que esto ocurriera, por fuera era una máscara de ecuanimidad que para la niña significaba el cielo.

—Fue mi culpa, Mukuro-sama.

—Jamás vuelvas a decir eso –le entregó una manzana en rodajas mientras tomaba otra y la pelaba sin prestar atención al gesto resignado de la paciente que suspiró después de reír.

—Usted me ha salvado incontables veces, Mukuro-sama –alargó la mano para detenerlo –, nunca me ha fallado, ni ahora –ante ello, el ilusionista sólo le pudo corresponder el gesto con otra sonrisa –, pero le tiene preocupado otra cosa –aseguró.

—Quién sabe –se encogió de hombros y dejó la manzana en la bandeja –. Un día me cansaré de ser ave de paso entre los Vongola –miró hacia la ventana –¿Vendrías conmigo? –la niña lentamente negó con la cabeza.

—Ellos también se han convertido en mi familia y esa no es la razón por la que quiere abandonar –le acarició la mejilla –. Lo recuperaremos, Mukuro-sama. Yo lo recuperaré para usted. –Mukuro permaneció en silencio, sintiendo la calidez de los delicados dedos; así que Crome lo conocía a tal manera que sabía el motivo de su ensimismamiento.

—El maldito estará mejor sino me recuerda –se levantó para mirar por la amplia ventana donde se mecían las blancas cortinas.

—Es curioso.

—¿Qué?

—El Mukuro-sama que yo conozco no se quedaría quieto ante una sentencia Vongola. Aunque fuese justa.

El ilusionista se echó a reír. La niña tenía toda la razón.

—¿No será contraproducente para ti?

—Jefe me perdonará.

—Suenas muy segura, pequeña Crome.

 

IV.

Fall.

«¿Y quién es ese orgulloso señor al cual debo rendirme?»

—No hay nadie que escuche tus lamentos –pasó lentamente el cañón de la pistola sobre la piel, lo presionó sobre la piel del prisionero —Sólo yo.

—Contigo me basta –sonrió —Es toda la verdad –sintió el pétreo y frío material recorriendo su cuello.

—¿Te dejaste capturar a propósito?

—Podrías disparar y descubrirlo.

—Quizá –dejó el arma sobre la mesa y se colocó sobre los muslos.

—¿Qué es lo que ves?

—A mí. A través de tus ojos.

—Es conveniente –se encogió de hombros y cuando el otro tocó la frente con la suya ambos cerraron los ojos al mismo tiempo. Al abrirlos, era todo distinto. Según la perspectiva.

—Me cuesta trabajo-kora –movió el cuello de lado a lado –. Tu voz es difícil y tener el ceño fruncido todo el día es una tortura-kora.

—Idiota –se quitó de encima.

—Espera, ¿no piensas liberarme de esto-kora?

—… No. Me gusta verte así.

—No seas cabrón-kora.

—El juego consistía en probar, cambiar y adaptar. El límite se reduce a dos horas y a más distancia entre los cuerpos se reduce el tiempo.

—A Tsuna le gustará oírlo-kora. –tuvo que quitarse las ataduras él mismo, masajeó sus muñecas y estiró los brazos –. Aunque si me lo preguntas que él haya iniciado esta ola de pruebas es extraño-kora.

Hacía una semana de ocurrido el incidente de Mukuro y las lentillas que no funcionaron. Ambos sabían que había algo detrás de eso. A Reborn también le despertaba curiosidad todas las decisiones del reciente jefe de la mafia.

—Esta información se quedará entre nosotros –dijo. Colonnello lo miró fijamente y asintió.

—¿Qué haremos-kora?

—¿Haremos?

Oh vamos, esa estúpida sonrisa en tus labios indica que tramas torturar al pobre mocoso, quiero estar allí para verlo-kora.

 

V.

Legión.

Al término del viaje terminó golpeándose con el concreto al punto en que se le sacudieron las ideas. Conforme iba levantándose y el calor azotándole el cuerpo fue recordando que hacía apenas un minuto estaba discutiendo con Verde y Luce sobre… rayos, no lo recordaba con exactitud, sólo tenía bien fresco el entumecimiento de la mandíbula por tenerla apretada y las leves heridas en las palmas por fruncir los dedos.

Súbito. La onda de una explosión lo lanzó y esta ocasión evitó una caída patética. No sabía dónde estaba. Los edificios corroídos, la mismísima piedra parecía derretirse ante las sofocantes olas de calor. Si había sido atacado sin duda no pararían hasta dar con él, o quizá estaba en medio de un enfrentamiento que nada tuviese que ver con él. Se cubrió entre paredes casi derruidas; el sol dificultaba la visión y aunque sabía de dónde había procedido el primer ataque no tenía consigo ningún arma para responder. Casualmente antes de que fuera transportado, a donde quiera que fuese este lugar, estaba en una reunión en una de las zonas neutrales de la mafia donde se prohibía la portación y uso de armas como las suyas. Diablos. Más explosiones y el zumbido constante de balas estrellándose en la pared que lo guardaba. Tenía que salir de esa ratonera. Esconderse. Recabar información y emprender el regreso a casa.

Una pregunta vino a su cabeza, ¿quién se beneficiaba matándolo? O en caso, ¿destruyendo un lugar que ya había sido alcanzado por el apocalipsis?

Se echó correr, esquivando con rapidez y habilidad los besos de las metralletas. De repente, entendió que se había dirigido irremediablemente a una trampa; frente a sus ojos un enorme campo desértico y entre esas ondulantes llamas invisibles se erguían tanques de guerra y el grupo que seguramente tenía como único objetivo darle caza. En un segundo los uniformados le apuntaron. Al estar a segundos de aplastar los gatillos una densa nube de polvo se levantó y los cubrió a todos en un confuso abrazo. Colonnello se dio cuenta de que una silueta se posicionó frente a él y en una vibrante voz le gritó que le siguiera. Tomó la decisión en cuanto esa persona le arrojó el par de antiparras. Las balas comenzaron a danzar entre el polvo y una casi logra darle en el costado. Los pasos de rítmicos de botas se escucharon detrás de Colonnello y quien fuera su guía… que desapareció rápidamente en el recoveco y por un momento el rubio creyó que la tierra se lo había tragado, cuando vio la abertura en la tierra al que se lanzó para sumergirse en la absoluta oscuridad cuando la escotilla se cerró sobre su cabeza.

—¿Qué rayos fue eso-kora? –tenía la respiración ligeramente agitada. Un destello de luz le cegó hasta que se acostumbró al brillo de la lámpara. La persona que lo había salvado dirigió un par de miradas a los costados del túnel y metió mano entre el resquicio donde salieron inquietas ratas. Se iluminó el pasillo entero y a unos metros se divisó una puerta.

—¿Te hirieron? –la voz obviamente pertenecía a una mujer. Entre tanta ropa no lo habría adivinado jamás, Reborn sí pero porque ese desgraciado nunca le amarraron las manos cuando fue infante.

—No-kora. Gracias –frunció el ceño –. Explícame qué ocurre-kora. –la mujer se quitó el turbante blanco.

—Estás en el año 2056. Te diré todo en cuanto estemos seguros –se dirigió hacia la puerta.

—¿Debería confiar en ti-kora?

—«En el campo de guerra siempre sigue tu primer impulso». Y decidiste seguirme.De ti aprendí eso.

—Ah, nos conocemos entonces-kora.

—Nos conoceremos.

VI.

Ave.

Reborn mantenía el arma apuntando a la cabeza del hombre.

—¿Me has examinado lo suficiente? –preguntó.

—No confío en ti.

—Y no tengo reproches. Sólo te puedo asegurar que has llegado aquí por un plan.

—El estúpido de Tsuna tiene algo que ver.

—Sí. Y no.

—Tus cortas respuestas aun alterarían los eventos.

—No. Llegados a este año logramos aislar completamente el flujo temporal. Traerlos no supondrá ningún cambio… hasta que todo acabe.

—¿A qué te refieres con eso? –Reborn estudió al desconocido. Su mente trabajaba rápido, había algo en los ojos dorados que le recordaban más a un depredador que a un aliado. Aunque durante toda su vida había trabajado con gente de ese calibre… el hombre que se erguía ante él poseía un aire confianzudo, hasta el roce de lo engreído.

—Todavía no conoces al más narcisista –dijo el hombre de ojos dorados como si supiera a dónde iban los pensamientos del moreno.

Notas finales:

Me dijeron que me veo misógina al no incluir OC femeninos. Pues acá está.


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