Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

69 Bullets por Vampire White Du Schiffer

[Reviews - 13]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Cosas rositas, sexys. Oshe zhi.

VIII.

Verbo.                                           

Difícil saber cuál era la realidad y diferenciarla entre todo el barullo de voces era el trabajo de nuestro asesino. ¿Quién era aquél? ¿Acaso un ángel en una tierra de monstruos? Todos somos monstruos de alguna manera. Una fina película puede despertar la bestia que reside en cada pecho humano. Fuimos bestias alguna vez. Fuimos inmorales. Gozamos la inmortalidad también. Era lo que realmente queríamos. Perder un paraíso para poder disfrutar de su dulce y punzante recuerdo con nostalgia mientras se viaja en un barco sin rumbo. Conduce. Continúa vagando hasta llegar tu destino. No te detengas.

—Incluso cuando eres libre de elegir, continúas eligiéndolo a él –las palabras le llegaron confusas, tenía la mente vagando por la niebla del recién despierto.

—¿Qué? –se incorporó ligeramente, pero una mano insistió en que debía continuar recostado r13;No-kora –la apartó. No reconoció el rostro de su interlocutor.

—Aún el cambio de clima te tiene en su poder.

—No es cambio de clima-kora –renegó y se levantó de la cama —¿Y tú quién eres?

—Ya lo averiguarás –sonrió y le extendió la mano en gesto cordial –. Eres mucho más menudo de lo que decían.

A Colonnello no le hizo ni una pizca de gracia. El cuerpo de un militar y, específicamente, el suyo, era una oda a cierto hercúleo personaje de mitología, pero no se pondría a discutir con un desconocido que a todas luces parecía saber más de él de lo que convendría; después de todo, su escape con aquella extraña mujer y el arribo a un cuartel todavía, si cabe, más extraño. Se había imaginado que el futuro la inteligencia militar se las habría ingeniado para crear complejos dignos de tecnología alienígena; no era así, pero verse en semejante paraje familiar le traía algo de consuelo. Significaba que no tendrían que lidiarse guerras mundiales… o quizá ya habían sido libradas.

A solas se cambió sin dejar de pensar en lo que pudo traerlo a este tiempo además de otras preguntas que tenía que formular a quienes fueran sus anfitriones. Le sorprendió que la ropa del arcón fuera suya, incluso estaban el botón y la banda militar desgastadas.

Estando en el pasillo se encontró de nuevo con la mujer que lo guío hasta una oscura sala de control.

Más de una persona le miró con curiosidad, más el sentado cuyos ojos eran de un depredador consumado, y ocultaba su mentón tras las manos enlazadas.

—Sin formalidades, ¿estamos de acuerdo?

—Empieza-kora.

 

 

IX.

Beta.                                              

—No se trata de eso –dijo el chico de ojos dorados –. La misión no será más peligrosa que el haberte traído. Supongo.

—Para haber tenido el honor de ser mi guía…

—Obedezco órdenes. Pero te aclararé una cosa, es un capricho del destino.

—¿Qué?

—Todo.

—¿Cuándo te construyó el maniático?

—Verde. No me construyó. No soy un robot.

—Por tu forma de hablar lo dudo.

El chico se detuvo y lo miró con seriedad.

—Si tienes algo para decir más vale que sea bueno –soltó el engreído asesino de negro.

—De haber sido mi decisión habría protegido con gusto a Colonnello… -no había ni soltado el nombre completo cuando Reborn lo azotó contra la pared.

—Así que también está aquí, ¿Dónde está? –sino fuera por el ceño fruncido aquella sonrisa habría parecido hasta ansiosa.

—Al fin una alteración –se mofó. Reborn vio los ojos dorados que desde un principio le causaba preguntas, una tras otra –. Colonnello está… bien. Y si me sueltas seguirá igual.

—No me amenaces, mocoso. Tsunayoshi será el Don de la mafia pero tú y yo sabemos cómo acabaría un encuentro indeseable –lo empujó.

—Sawada Tsunayoshi era el Don. Hay nueva administración –se arregló la ropa y los cabellos color de oro.

Reborn guardó silencio, hasta que quiso formular la cuestión.

—¿Qué es de él?

—Por lo que sé, muerto. ¿Qué más da?

 

Cuando llegaron a la misma sala de control los ojos de Reborn se encontraron primero con los de Colonnello, después en los de Skull, Viper, Fon, Luce… y Verde.

—¿Por qué demoraste? –inquirió el líder.

—El sujeto es difícil de dirigir –respondió y se colocó a su izquierda.

—Esperaba una fiesta de bienvenida –Reborn se sentó donde quiso y subió los pies a la mesa.

—Alegra el alma verte con bien –dijo Luce.

—Ya me cansé de preguntar, así que –sacó a León en forma de pistola dirigiendo la mira hacia el cabecilla.

—¡Reborn! –se asustó Skull.

—Quietos –ordenó el líder a sus subordinados que tenían múltiples tipos de armas enfocadas en Reborn –. Está bien, puedes disparar con una condición –miró a Colonnello –. Que él decida sobre mi vida o mi muerte.

¿Qué rayos ha sido eso? ¿De qué fiestita privada se había perdido?

No quiso buscar la autorización, le llegó en un simple suspiro. La sonrisa desplegada por el líder fue digna de memorizarse en cada uno de los presentes.

—Olvídalo, Reborn-kora. –cubrió la frente con su mano derecha, al segundo se levantó —A menos que quieras ser filicida. –un rencor reciente pero de tan buena fuente estaba guardado en el rostro de Colonnello –. Te resumiré la situación: nos trajeron para mantener a salvo los especímenes que engendrarán a la treceava generación Vongola.–se largó, dejando que el silencio se volviera tinieblas.

 

 

X.

Par.                                                

Lo primero que exigió Reborn fue ver a Colonnello. Por supuesto que no se lo negaron, le dieron seña de dónde encontrarlo, sin embargo encontró la puerta cerrada… como si eso fuera tope para Reborn.

—Me debes una puerta-kora –dijo después de escuchar el restallido.

—Tengo necesidades –se le acercó con intenciones marcadas en piel.

—El exhibicionismo no es para mí-kora –se apartó.

—Creí que contigo los síndromes premenstruales eran cosa del pasado. ¿Por qué recae el enojo en mí?

Colonnello miró la pared.

—Fue culpa mia-kora –se cruzó de brazos –. El maldito deseo de inmortalizarse teniendo hijos.

—En medio del infierno los malditos desean bendiciones. Con una sola serían capaces de vender el alma que no tienen. En eso no distanciamos.

—¿Qué es…? –los labios del moreno buscaron los suyos hasta que el beso los formó una sola persona.

 

 

 

XI.

Pozo.                                             

Frío. Las cadenas cumplían su propósito, cada eslabón que le toca la piel está conjurado con más de un sello. De su boca, la afirmación y la negación estaban atrapadas, sin ser jamás articuladas. Sus versos… sí. Eran esos versos los que lo habían condenado a este lúgubre lugar. Eso y el bien apodado genocidio. Claro, a un poeta como él no podía culpársele únicamente por esparcir un poco de pólvora aquí y allá.

A Rokudo Mukuro le tiene sin cuidado lo que la mafia pensara de él. Odiaba ese mundo. Una tenaza ardiente se le clava en el pecho cada vez que los recuerda. Aquel punzante dolor proveniente del rencor y se fermenta con el paso de cada segundo atrapado en el péndulo de su condena.

¿Le llegaría el día de ser libre?

Llegará.

Todas las piezas estaban moviéndose. Él está encarcelado, pero de esa manera contribuye a la rotación del mundo.

Despierta en medio de sudor frío, pasa la mano por su frente y se maldice mientras levanta la mirada para recordar que no está solo. En la otra cama está ése pomposo sujeto que en un parpadeo se sienta y le sonríe.

—¿Pesadilla?

—Olvídalo –pero el sujeto le sostiene la mejilla, obligándole a declarar.

—Ese episodio quedó atrás –dice al escucharlo.

—No gracias a ti –sonríe con sorna.

—Quién sabe –baja la mano y se encoge de hombros –. Todos somos juguetes del caprichoso destino –los azulinos ojos escudriñando una oscuridad plácida cerca de la mesa donde descansan sus anillos –. Tu encarcelamiento, tu liberación y tu decisión no son más que apariencias. No hay voluntad. No hay coincidencias.

—Debiste ser orientador vocacional.

—¿Verdad?... ¿Podrás dormir si te digo que no te dejaré nunca?

—No mientas –frunció el ceño –. Esta noche ha sido la última. Mañana fingiré que peleo contigo otra vez por alguna razón estúpida y me marcharé sin dejar huella.

—Es tu estilo –reconoció –, pero tienes un hogar, Mukuro-kun.

—¿Qué clase de infierno es ese?

—El limitado por mis brazos.

—Eso pensé.

Se dejó envolver por esa promesa mientras Gesso Byakuran lo tomaba entre las sábanas. Mukuro pensó que en cuanto llegara el alba los otros  aparecerían en el marco de la puerta haciendo lo que saben hacer: destruir. Dejarían al sujeto sin memoria, como una hoja de inmaculado blanco, mientras él se volvería a sumir en ese pozo ahora clasificado como guardián de la niebla…

 

 

 

XII.

Reto.                                             

El agua se balancea, o ¿era él quien se balanceaba? En medio de la muchedumbre no sabría decirlo con exactitud. Reborn a veces les ponía entrenamientos y/o pruebas muy extraños, como esa vez sobre conservar la sonrisa después de una extenuante práctica para obtener como recompensa el secreto detrás de los arco iris. Pues bien, ahora tenía que transportar un cántaro lleno de agua por todo el Mardi Gras sin derramar una gota.

Ignoró los collares, ignoró los vítores y las miradas de curiosidad. Él tenía su propio festival. Ahora no tenía ojos para nada que no fuera ese maldito cántaro.

—¿Y? –preguntó el asesino.

—¿Y bien qué? –sintió el sudor correrle por la sien.

—Descríbeme el desfile. Cuántas mujeres. Cuántos hombres. Cuántos collares púrpuras. Dorados. Verdes.

—Eh… —y sintió el agua ser vertida en su cabeza.

—Cada gota es una persona. Ahora todas están muertas. Tu atención debe estar en una. Y en todas.

Yamamoto Takeshi repitió su misión en Río, por eso, años después, no le costó ningún trabajo dar con la persona que tenía que asesinar. Sabía cómo lucía y cómo trataría de escapar aprovechándose del caos. Un paso en falso y podría desencadenar una estampida. Se acercó. Lo último que la víctima vio fue una línea blanca, no sabría jamás que el arma del guardián de la lluvia lo había partido en dos sin que una gota de sangre manchara el suelo.

 

 

 

XIII.

La treceava.                                  

Inclinado hacia atrás, el aliento hiede a whisky y vuelve a intensificarse cuando da otro trago a la botella. Los ojos abiertos a medias. La boca sin estar del todo cerrada. Él parpadeaba y la ilusión se desvanecía, pero la sensación no le abandona.

—No puedes tocar nada. Nada puede tocarme.

Un instante que ha durado todo, era lo mínimo para esperar, que esa perfección durase un instante. Bufet ambulante para gusanos.

—El sofá.

—Ya está solucionado el asunto del sofá –gruñe ­—¿Ahora qué quieres?

—No lo sé.

—Acabarás por tener cosas que no necesitas –tomó el sombrero negro, dándole un giro terminó en su cabeza.

—¿Alguna vez pensaste que doscientos años harían la diferencia?

—La décima generación tuvo sus buenas rachas, nada es inalterable.

—Tal vez la autodestrucción sea la respuesta.

—Jamás –se levantó —, me gusta demasiado el licor como para morir.

—Pero decidimos mantenerlos a salvo.

—Un eufemismo de mierda. Los invocamos para que follen entre ellos, guardamos sus espermas y lo demás es historia –se echó una risita pero no escuchó replica –. Haré lo que sea con tal de garantizar mi existencia. Y la tuya. Así seamos Caín y Abel.

 

 

 

XIV.

Rau.  

Dino—Sólo después de todo desastre y contra toda probabilidad, resurgiremos; Quizá deba probarme en el purgatorio por mil años, ver si soy digno de volver a respirar bajo el sol y sostenerte en mis brazos una vez más, Kyōya.

 

Reborn—En la naturaleza no se ven animales viejos, los mata un animal más fuerte y quizá sea eso lo que al ser humano convenga. Hemos sobrepoblado el infierno

 

Mukuro— Destruimos todas las cosas bellas que no serán nuestras, por una especie de capricho de pueriles almas; pero me temo que vivimos demasiado y enfermamos lo que nos rodea.

 

Hayato—¿Me dejarás ir?

 

 

 

XV.

Inicio.    

Colonnellor—Cada uno de nosotros tiene razones que el otro no entiende por separado, sólo logramos encender una pequeña llama en la empatía cuando vemos el conjunto, como si la decisión de cada uno hubiese sido plasmada en una pintura y sólo a través de unir todos los trazos podemos interpretar lo que el prójimo hace. Eso sucede cuando veo en los ojos de los demás un infierno que se ha reflejado en los míos.

 

Kyōya—Lucha contra mí y verás que no hay necesidad de probar nada.

 

Byakuran—No hay manera en que puedas escapar del destino que tenemos juntos. Está dibujado en tu mentón cuando lo sostengo con dos de mis dedos.

 

Takeshi—Nunca.

 

 

 

XVI.

Transferencia.

Despierta.

Abrió los ojos por meras ganas, era todavía muy pequeño para entender esa parte de sí mismo —sobre ese carácter de mierda se cargaría en unos años—;y solo entrecerró los ojos intentando transmitir la molestia que le significaba levantarlo a tan descarada hora de la… ¿madrugada? El sol de mediodía mentía.

—Me alegra haber hecho este trato con Tsuna –las largas mangas se mezclaban con el color de las sábanas y la cabezota rubia no hacía sino resaltar la hora que realmente era –. Eres muy lindo, Kyōya –apuró la mano derecha para acomodarle el mechón negro al niño de cinco años que en esos momentos ocupaba la cama.

—¿Cómo llegué aquí?

—Te… te invoqué. r13;qué explicación tan inútil, pensaron los dos –. Ah, supongo que estaba tan ansioso por verte así de pequeño que no pensé en qué hacer o decirte después –incluso después de decirlo se sintió todavía más  idiota –, pero quiero aclarar una cosa, Kyōya –levantó el índice y lo miró con seriedad –, si te sientes confundido no es culpa de nadie más que de ti mismo pero veinte años más… experimentado.

—Eres un abuelo loco –salió de la cama y al poner los pies en el suelo vio que estaban los brazos esperándolo.

—Tendré más de veinte años, pero no soy un abuelo.

—Así luces –refunfuñó.

—Será por tantos disgustos que incluso tengo arrugas –aceptó a regañadientes –. Escucha –lo dejó en el suelo y le puso las manos sobre los hombros –, cuando me veas de nuevo no te atrevas a negarme una fotografía tuya de niño –advertido eso se aprovechó del momento, sacó su celular y capturó justo el momento en que dejó un beso en la pequeña mejilla –. Si me amas haré todo cuando pidas, Kyōya.

En un mísero puf apareció Hibari de veintitrés años sosteniendo una pistola contra la sien de Dino Cavallone.

—Maldito bastardo –susurró metiendo más fuerza al cañón –. Me hiciste recordar esa estúpida promesa tuya, harás lo que yo diga.

—Eso significa que me amas –sonrió

—Quizá sólo significa que soy un embustero.

—Mientras sólo la víctima sea yo –se encogió de hombros.

—Tonto, no hay nadie más.

 

 

 

XVII.

Corbata I.   

Entre los usos que puede dársele a un pedazo de tela dudo mucho que el creador de las corbatas tuviera en mente amarrarme las manos, por más que intenté explicárselo a Kyōya no quiso creerme. Dijo algo así como «debiste nacer con una embotada en la boca» no sé si se expresó así por todas las cosas dulces que le digo al oído cuando estamos en la misma cama o por si quiere que le haga un masaje con mi intrépida lengua pero no se atreve a articular y quiere que mi aguda interpretación freudiana llegue solita a esa conclusión.

—Veré si con esto logras calmarte el resto de la noche –de acuerdo, damas y caballeros, sé que en otras circunstancias eso me haría ver como un maldito potro en celo… pero la culpa la tiene este endemoniadamente sexy guardián de la nube. Recién regresó de su entretenida misión para detener a Byakuran y todo eso, desconozco qué habrá visto… si me vio me carcome las entrañas saber qué piensa sobre Dino Cavallone del futuro, por preguntárselo terminó atándome las manos.

—Oh vamos, Kyōya, fue una cuestión inocente. Me preocupé mucho por ti.

—Lo estoy notando –movió sus caderas sobre el pantalón que gustosamente oprimía mi entrepierna endurecida.

—Nn, sí, eso también… pero es en serio. ¿Podrías soltarme? Quiero abrazarte mucho mientras duermo.

—Lo último que quiero es dormir –susurró al inclinarse sobre mi pecho. En un abrir y cerrar de ojos, sacó mi miembro erguido y lo comenzó a masajear. Diablos. –¿Quién te enseñó eso?

—Aún no ves la mejor parte –descendió y por todos los dioses del Olimpo, me besó la punta del… ya saben. Cuando toda su boca, su húmeda lengua recorrían la longitud de mi punto flaco sentí que desfallecía.

—¿Te atreviste a engañarme? –murmuré.

—Hacerlo con tu yo/viejo no es engaño.

Eso me saco de mis casillas. Rompí la corbata y lo puse bajo de mí.

—Wow, alguien se puso celoso de sí mismo.

—Como no tienes una idea.

Le quité el pantalón para acariciar sus nalgas, con prontitud pasé a la parte de las caricias morbosas sobre su ano, masajeando el lugar donde me internaría. Mi lengua pasó un gran tiempo allí. Cuando acerqué mi hombría él respingó.

—¿Qué sucede?

—No saques tu lado bestia tan pronto –evitó verme.

—…

—¡Bruto! –mi miembro de pronto se sintió prisionero en la jaula más cálida y embriagante de todas –. Mnn… Nn… No… Nnn…

No me detuve en toda la noche, ni siquiera cuando Kyōya parecía de verdad arrepentido por haberme mentido.

 

 

XVIII.

Corbata II.  

Maldita sea, siempre supe que él tenía esa clase de intenciones malogradas, me pregunto si tendré que soportar semejante estupidez más de una vez, segundos después y por la bobalicona sonrisa de Gesso obtuve la respuesta: el sujeto te piensa follar hasta partirte en dos con este chisme hasta que encuentre el látigo que le escondiste.

La finta de sus dientes clavándose en mi carne provocó un leve jadeo. Iba a lanzarle un reclamo pero me selló la boca con su mano, me llevó hasta la ventana de enorme cristal donde mi diáfana imagen se divisó. No tardé en sentir sus caderas contra mis nalgas. Sus leves insinuaciones de arriba hacia abajo comenzaban a marearme. Mi corazón palpitó de una emoción que en este momento no sé explicar.

Con calma comenzó a desvestirme abajo y desabotonando mi blanca camisa. Mi cantarín reflejo decía todo lo que mi lengua no quería. Jadeé más. Quise sentir mi saliva escurriendo entre sus finos dedos. Intenté aflojar el nudo pero si lograba liberarme probablemente tendría peores consecuencias que este exhibicionismo. En otro tiempo le habría golpeado hasta perder la fuerza y el orgullo, quién sabe qué entidad alienígena me ha trepanado el cerebro. Su mano no cesa en trazar un sendero sobre mi trasero descubierto por lo cual no puedo evitar sentir cierto fatídico placer. Todas sus caricias y todos sus besos surten efecto inmediato en mí.

Cuando me gira el rostro para darle un beso nuestras lenguas inician una danza de cadencia única.

—Me eres tan necesario como el aire, Mukuro-kun.

—Mi… mientes. –cierro los ojos mientras su dura virilidad me atraviesa y se balancea su pecho sobre mi espalda.

—Nufufu, tienes razón. ¿Te imaginas si tu jefe supiera que duermes conmigo?

—No soy nada para él –jadeo.

Besa mi espalda sobre la que ha lanzado su esperma.

—Somos dos perfectos mentirosos.

 

 

 

XIX.

Corbata III. 

A veces debo dejar que Gokudera se meta en líos para irlo a rescatar, incluso entre esas veces puedo obtener alguna pequeña recompensa… para que me entiendan mejor debo describirles la situación que, a pesar de causarme un enojo que no creí volver a sentir, al final salió bien.

Gokudera nunca quiere hacer pareja conmigo durante las misiones, no desde que le dediqué una canción, olviden eso creo que él no quiere que les platique porque sus mejillas se ponen rojas de recordarlo. El punto era que le dejé hacer su voluntad mientras yo me encargaba de otro pequeño trabajo en el poblado cercano, todo iba tranquilo cuando el anillo en mi índice derecho comenzó a brillar con una llama blanca r13;llama especial que pedí a Shoichi para indicar cuando Gokudera me necesitarar13;está de más decir que corrí como si alma dependiera de ello y que casi pierdo la tranquilidad que me caracteriza cuando lo vi rodeado de asquerosas manos mientras las suyas estaban atadas por una corbata. Al acabar haciéndolos astillas a cada uno de esos bastardos no le quité la vista de encima.

—No tienes derecho a estar molesto conmigo, estúpido –obviamente eso sí me dio la prerrogativa.

—Es una tela desarrollada en los laboratorios de una familia inglesa, estuve investigando sobre eso una vez que Hibari me habló sobre ella. Es interesante, poder restringir la energía de cualquier ser vivo, incluso de las bestias residentes en las cajas, pero bastante estúpido en forma de corbata.

—Deja de parlotear –frunció el ceño.

—Me pregunto qué te harían ellos en mi lugar –rasqué mi mentón –. Quizá pensaban en esto –lo bese en el cuello y él se retrajo hacia la pared –, o esto –le desabotoné la camisa para descender a su pecho y lamerle los pezones hasta endurecerlos –. Mnn…

—Hazlo rápido, friki del beisbol…

—¿Por qué?

—No resisto más… por favor…

—Debiste pensarlo antes –metí dos de mis dedos en su parte baja, sintiendo la humedad prestarse a mis servicio –¿Qué hubiera pasado de no estar aquí? Te habrían hecho inimaginables cosas.

—No… no lo hubiera… resistido –inclinó la cabeza hacia adelante –. Era asqueroso… pero… -se mordió la lengua.

—¿Pero? –le insté a continuar mientras perfilaba mi arma sobre su entrada.

—Sólo contigo –susurró cerca de mis labios –quiero hacerlo.

 

 

 

XX.

Corbata IV.

A Reborn le encantó el regalo. Es difícil lograr eso, especialmente porque en lo que a corbatas se refiere tiene un gusto muy hijodeperra. Así que me sentí satisfecho, pero cabe aclarar que sólo era el preludio de lo que ocurrió. Todo comenzó cuando me dejó colocársela alrededor del cuello, la deslicé con suavidad y con rapidez hice los trucos que me enseñó Lal para dejarla al punto, claro que Reborn no sabe eso, si de ustedes depende, por favor, no se lo digan. Una vez que pudo posar y ver su magnificencia a través del espejo sonrió de lado como el pícaro que es y me miró sobre su hombro.

—Lo has hecho bien, por primera… -entrecerró el ojo y durante una milésima de segundo, que los dos perfectamente pudimos captar, su poderío se tambaleó, se sujetó del marco del espejo y la mirada que me dirigió esta vez fue de enojo. Obvio.

—Hice un encargo muy especial a un viejo amigo-kora –me acerqué despacio, dándole tiempo a que diera la vuelta y lentamente fuera cayendo sobre la alfombra, su respiración entrecortada me dio la señal que buscaba: estaba débil, como nunca, el más grande asesino de nuestros tiempos únicamente a mis pies. Me quité la chaqueta y me coloqué sobre sus piernas, tomando su rostro entre mis manos para poder besarlo a mi antojo.

—Eres un gran idiota –logró decir después de que el hilo de nuestras salivas se rompió.

—Sólo contigo-kora –sentí su entrepierna contra mi, palpé la mía en insinuantes caricias, me mordí el labio –. Ojalá pudieras tocarme, Reborn –pasé mi mano derecha por mis pezones, retorciendo uno hasta que gemí muy quedito sobre su oído.

—Hijo de… —en mi boca metí su miembro sosteniéndolo con mi izquierda, no sé quién estaba por volverse más loco, si él por inmovilidad o yo por la felicidad de someter a mi voluntad a Reborn –eres demasiado lento –dijo, pero sus ojos eran mi deleite, lo masturbé con ganas, pasando la palma de mi mano sobre la punta de su pene. r13;Me pagarás al tripe.

—Sólo cuando te logres quitar… ¡Mierda! –sus manos se aferraron a mis caderas encajándome sobre su humedecida hombría, sentí calidez de mi sangre –. Me… ese desgraciado de Verde me engañó… kora –la enormidad de Reborn me había partido.

—Con que fue ese científico de cuarta, ¿eh? –se desprendió de mi regalo con el sigilo de una hoja al caer y la pasó por mi cuello, inmediatamente dejé caer mi cabeza en su hombro –. Cometiste el error de subestimarme, ¿creíste que un chisme como este podría mermar mi poder?  

—¿Qué harás conmigo-kora? –alcancé a sonreírle con mis labios cerca de los suyos, olvidándome de toda energía que pudiere oponer contra él.

—Mañana es día de acción de gracias, me toca llevar el pavo relleno.

—… kora.

 

 

 

XXI.

Isildur.   

Verde lanzó la pregunta con la firmeza de quien sólo habla para obtener información sin importar que muchos de los allí reunidos pudieran sospechar sus planes.

—Si pudieras tener un hijo, ¿cómo quisieras que luciera?

—Hablas como si hacer hijos fuera en una juguetería-kora.

—En teoría…

—Tu tonito no me agrada-kora.

—Sólo responde.

—Es que… -y para su incomodidad sintió ligera vergüenza mientras con ánimo comenzó la lista de cosas con las que nunca había hablado pero sí soñado –, quizá tuvieran mis ojos o los de… -se mordió la lengua y evitó mirar al moreno que seguramente se divertía a su modo viéndolo en aprietos.

—¿Qué pretendes? –preguntó con una sonrisita el arco iris naranja.

—Es una tarde de pacífica reunión, mi única intención era iniciar una alegre charla –volvió su atención al rubio que había sido atraído por Reborn hacia una esquina de la sala, el estúpido rubio estaba enumerando con sus dedos los puntos que Verde quería saber.

—Seguramente un hijo mío tendría que ser más fuerte que nosotros-kora y carácter aguerrido por herencia mía ¿te imaginas-kora?... ¿Y tú-kora?

—Deberá tener ojos azules –dijo con total galantería sin dejar de mirarlo hasta que Colonnello entendió.

—N-no digas tonterías –viró el rostro –, tu y yo no podemos –frunció los labios –, claro que si fuera posible –sonrió –, ojala pudiera parecernos-kora.

 

 

 

 

XXII.

Obituario.  

Seguramente el que se encargaba de escribir para los muertos era un pobre diablo. Las gotas visitaban cada letra de su nombre y de las palabras que esa persona eligió para erigir el testimonio en piedra para el final de los tiempos. Crome lloraba sin parar mientras se sostenía de mi brazo izquierdo, yo tenía el paraguas. Sabía que al abrazarla rehuiría, porque no lo necesitaba de mí, sino de sus nuevas amigas que guardaban su distancia por miedo. No las culpo, yo fui quien asesinó a la persona cuyo cuerpo comienza a ser el banquete fresco para gusanos.

Si hay una manera de llegar a Vongola es tentando a las dos mocosas, un nuevo amigo llegó tentándolas con sonrisas y regalos, cosa a la que mi adorable Crome no pudo escapar, pero ella, así de ingenua y a veces frágil por su inexperiencia en la vida real, fue el peor blanco. La meta del sujeto era algo relacionado con una extorción a base de secretos sucios, un amateur, la verdad no me interesó saber cuál era su plan. Decidí matarlo en cuando Crome se dio cuenta pero por el corazón roto no pudo hacer nada en su contra.

No fue problema alguno. Por ella, y mantener su felicidad, soy capaz de asesinar y bajo tierra yace la prueba fehaciente. Aunque si el bastardo no hubiese sido tan imbécil también yo hubiera sido capaz de soportarlo mientras no la lastimase. Sin embargo, lo muerto así se queda.

 

 

 

XXIII.

Galimatías. 

No entiendo, quise decirle; más de mi garganta no logró salir vibración suficiente para que se escuchara de mis labios una palabra. Lo que deduje fue que mi breve enfrentamiento con la familia Corleone me dejó un recuerdito que se desvanecería al cabo de unos días, pero no era el único problema derivado de eso, todo quien me hablaba lo hacía en un lenguaje desconocido para mí. Y me jacto de saber más de cuatro idiomas. Sentía que todos eran discípulos de Rasputín intentando seducirme con su original modo de hablar. Ah, sinceramente no sé qué hacer cuando llegue Kyōya, él no será tan paciente conmigo como Romario que con señas se da a explicar.

Debo confesar que apenas hace un mes pude sentir completamente la piel del guardián de la nube… me siento como un maldito profanador de cunas, pero después de aquella primera vez no le he vuelto a ver por cuestiones del trabajo. Él se me antoja tan inocente y yo con estas manos manchadas de sangre he logrado manchar cada pluma de sus alas, por eso cuando me dijeron que quería verme una vez llegué a Japón, sentía dos cosas distintas, vergüenza y dicha, aunque si a eso le sumamos mi impotencia conversacional…  

No suelo beber más de una copa de vino, pero con los ojos azules penetrando mi alma no encontré otra excusa que mantener mi boca ocupada… aunque…

Extendí una mano para acariciarle la mejilla y lo besé brevemente en los labios, no se alejó y fue motivo para alegrarme, este era un mejor remedio para mi inhabilidad verbal; lo rodeé con mis brazos. Su menudo cuerpo con cálido aroma me tranquilizó como no pensé que haría. Quise disculparme por haberle atraído de esta forma, pero no podía.

—Eres un idiota. —me sorprendió entenderle, debió calcular la sorpresa en mis ojos pues sólo sonrío con burla –. Romario me contó que fuiste lo suficientemente estúpido como para dejarte atrapar por una jugarreta tan infantil.

Le sonreí. Perdóname, no volverá a pasar.

—Lo hará –se dio la vuelta y se sentó en el sofá –. Durante el tiempo que estuviste lejos encontré nuevas amistades –claro que eso no me tranquiliza para nada –. Podré saber lo que piensas, al menos esta noche.

«Te amo

—Deja de pensar, es molesto –evitó el contacto visual, puse una rodilla en el suelo y ambas manos a los costados de su uniforme. Dios, me tiré a un estudiante.

«Me amarás algún día»

Kyōya guardó silencio por unos segundos.

—Volverás a Italia.

No seas cruel, no me recuerdes que debo separarme de ti.

—Renuncia a tu Familia entonces.

Por el momento soy presa de tus garras por mi posición.

—Cierto –se reclinó y cruzó los brazos –. Todavía me debes una pelea. No volveré a perder, jamás. –ambos tuvimos el mal sabor del recuerdo de su pelea con Rokudo Mukuro.

«Por eso querías verme» me aparté de su lado. Quieres que te entrene hasta convertirte en el guardián más fuerte.

—Me importa una mierda ser guardián –fue hasta donde yo estaba –. ¿Te preocupa mi integridad? No me hagas reír, fue consensual. No tengo problema en entregarme a ti, si ese precio te basta para pelear conmigo hasta que haya absorbido todo lo que poseas.

En ese momento un chasquido en medio de una enorme niebla nos rodeó. Perdí a Kyōya de vista.

 

 

XXIV.

Voto.

El tonto caballo seguía frente a mí, pero más alto que hace dos segundos.

—Debí imaginarlo –llevó la mano derecha a su frente y con fastidio se dirigió hacia la ventana –. Buen momento para hacer la conversión, Reborn, justo cuando estaba bajo asedio –su tono de queja y su completa actitud de ignorarme resultó odiosa, no tardó en verificar su reloj –. Está tomando demasiado tiempo –se mordió el pulgar –. Ah, sigues allí –maldita sea, mas vale que deje de mirarme como si fuera un crío imbécil.

—Tú diez años después –aseguré.

—Obviamente –bufó y fue directo al mini bar –. Rayos, menos mal que Romario ya se encargaba de mejorar mi gusto para la bebida –olfateó un par de botellas –. No me interesa, pero ¿qué hacías aquí? –pareció reflexivo –, por más que intento recordar… no importa –dio un largo trago.

—Parece que el idiota de mi tiempo es tu hermano menor.

—Un estúpido reflejo –se encogió de hombros –, en esta línea temporal seguramente todavía  estaba tratando de conquistar tu frío y muerto corazón –levantó el vaso de vidrio hacia mí r13;pero logré quitarme la venda de los ojos. ¿Qué? ¿No esperabas esto? –se echó a reír –, ¿Esperabas que Dino el décimo jefe de la Familia Cavallone continuara a tus pies? Lamento echar tu precioso ego a la basura, aunque es lo mínimo que podía hacerte después de… -el vaso restalló en la pared r13;¿Por qué demora tanto? Tendré que buscar a Lambo y regresar a la antigua.

—¿Te largas? –fue lo único que se me ocurrió para hablar.

—¿Acaso quieres que me quede y contarte una historia para dormir?

—¡Deja de tratarme como a un niño!

—¡Eso es exactamente lo que eres!

—¿Qué fue…? ¿Qué haré para que te vuelvas contra mí?

—Como si ganara algo con decírtelo, apártate –me hizo a un lado, no me había dado cuenta que estaba tan cerca de él. Apoyó las manos sobre el respaldo de una silla. Se escuchaba cansado, quizá el odio de algo que todavía no hacía estaba arraigado en él. No me importa.

No debería importarme.

—¿Te hartaste de que no correspondiera a tus absurdos sentimientos?

—No –me miró de perfil. –. Debes alejarte de mí, Kyōya. Aléjate, aún tienes tiempo.

—Me niego.

—No soy quien crees, no soy el altruista y considerado que puede tolerar todo lo que quieras hacer –sus ojos almendrados estaban fijos en mi –, te alejaste cuando por fin habías reconocido lo que sentías por mí, pero no era suficiente así que me abandonaste sin decir nada… al igual cuando regresaste, pero –un destello febril –, esa vez te encerré  porque no podría soportar de nuevo perderte–me abrazó con fuerza r13;, lo lamento.

—Qué tonto, por un acto egoísta crees que te condenas al infierno –levanté las manos para tomar su rostro. Es demoniacamente alto –. No me equivoqué al elegirte, Dino Cavallone. Me dejaré atrapar cuando te vuelva a ver –su boba sonrisa me robó el aliento.

Se desvaneció tan pronto como nos separamos.

—Dentro de diez años se librará una enorme batalla, y cada Familia deberá luchar por sobrevivir… Tendremos mucho trabajo que hacer, Kyōya.

Tomó mi mano. Y nunca la soltó.

 

 

 

XXV.

Confeso.

La animación en sí no era fea, pero ver la mafia hecha caricaturas le resta mucha sangre y traiciones. Para serles sincero me pareció un derroche de tiempo, dinero y energía. Era mi día de descanso, así que no encontré otra cosa entretenida. Quizá es buena idea… no, demasiado lejos… bueno, no tanto si usaba mi Jeep favorito.

En menos de lo que canta un gallo estaba en casa de Tsuna.

—¡Colonnello-chan, me alegra tanto verte! Tsuna está fuera por una tarea pero en seguida te prepararé algo delicioso.

—Lo espero con ansias-kora –me saqué la chamarra y la colgué en el perchero.

—Por cierto, Reborn-chan está arriba –dijo, me estremecí –¿Sucede algo? Deberías ir a saludar, ha estado triste desde hace un tiempo, pero estoy segura de que le animará mucho ver a un amigo.

—No lo creo-kora –me recorrió una gota de sudor por la sien.

—Oh, vamos, vamos, de cualquier forma apenas iré a la cocina, les llamaré cuando todo esté listo.

Cuando subí la puerta estaba entreabierta, respiré hondo y al entrar lo vi convertido en bebé mientras lanzaba dardos al blanco en la pared desde la cama del que sería el décimo capo Vongola.

—¿Qué te trae hasta mis dominios? –inquirió con su voz infantil.

—La comida de mamá-kora.

—Mira que tu estómago rige todas tus hambres.

—No todos en este mundo tenemos los mismos gustos, ¿podrías dejar de ser un bebé-kora? Es extraño hablar sobre vicios con un infante.

—¿Estás seguro de que quieres eso? –preguntó con diversión.

—Mamá dice que has estado… triste.

—Mamá confunde la meditación porque sólo me ve como un niño.

—¿Y en qué ha estado pensando el hombre más fuerte de la mafia? –me senté en el suelo y apoyé el mentón en la mano izquierda.

—La propuesta que te hice sigue en pie, es tu turno de responder.

Tragué saliva y evité mirarlo.

—Yo… ¿En serio serías capaz de dejar todo con tal de…?

—No estoy abandonado todo, sólo estoy dispuesto a sacrificar algo de valor por un bien mayor –en seguida se esfumó y apareció a mis espaldas convertido en adulto –. Mis inversiones suelen ser lucrativas –pasó su mano por mi cuello. Sentí su pesada respiración contra mi piel.

—Nunca pierdes, ¿eh? –metió las manos debajo de mi camisa blanca, deteniéndose en mi pecho para jugar con mis pezones –. Espera, estamos en casa de… -en ese momento me arrastró hasta la cama del jefe.

—¿Crees que seremos los primeros conocidos del inútil de Tsuna en ensuciar esta cama? –eso me dio muchas ideas, rápidamente di la vuelta para quedar sobre su vientre –. C’mon, cowboy.

 

 

 

XXVI.

Lacrimosa. 

Llovía. Eso era tan evidente como que las ropas negras no se veían bien en nadie, excepto en mí. Los miré, circunspecto. El día ya era gris por mora propia de las circunstancias, pero ya estaba harto de tanta estupidez. Tanto protocolo era lo que volvía odiosos los sepelios. Los entierros por demás suicidios colectivos de intelecto.

Y aquí, entre lápidas de antiguos compañeros con epitafios más bien hipócritas, estaba yo, odiando a todos. Incluso al muerto dentro del ataúd.

Todavía tenía mucho que enseñar al torpe de Tsuna.

La vista ensombrecida por mi sombrero para ver al rubio idiota que mantenía la mano sobre la alta lápida del Noveno. Está llorando, o se siente lo suficientemente vacío como para no hacerlo. No entiendo la necesidad de tanta melancolía…

—Mientes, estás peor que cualquiera –se acerca la etérea Luce que funge como mi guardián en este tipo de ocasiones para que mi ácido cinismo no salga a flote.

—No sé de qué me hablas.

—El Noveno era una persona importante, incluso para ti –inclinó el rostro –, puede que le hayas visto como un padre.

—Sigues diciendo tonterías.

—Eres duro como roca, Reborn –puso una mano sobre mi hombro –, pero no todos somos así –miró hacia Colonnello –, debes cuidarlo. Se avecina una tempestad –miró hacia el horizonte y me sonrió – pero será una brisa veraniega si nos mantenemos juntos –apretó mi mano contra su mejilla mientras una cálida lágrima acudía.

En un último gesto los arcobalenos permanecimos alrededor de la tumba, Colonnello se aproxima a rozar nuestro brazos para enlazar los dedos meñique. Ninguno se atreve a decir adiós.

Ni siquiera la lluvia. 

Notas finales:

La nueva dinámica será el doble más uno. sino nunca publicaré 69 de estas cosas XD Así que, en tanteo, la próxima actualización tendrá 39 balas, pero tomado en cuenta que nada mas me faltarían cinco para llegar a los 69, pues el próximo capítulo es el último :v

Los llevo en mi corazóntl


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).