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Io ti Penso, Amore por azumicard

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John.


Después que Sherlock marchó al concierto, yo me tumbé en el sofá y procuré conseguir un par de horas de sueño. Vano intento. Mi cerebro se había excitado con exceso con todo cuanto había ocurrido, y resonaban la melodía.  En cuanto cerraba mis ojos veía ante mí el rostro de él tocando el violín majestosamente. Me resultaba dificultoso apartar de mí, cierto sentimiento de admiración por tocar una pieza tan compleja.  Apenas había llegado del conservatorio y las notas músicas persisten en tomarme cautivo, pero no de cualquier persona, nada menos que Sherlock Holmes.  Estaba tocado el violín, en medio de la sala de estar, con la vista hacia la ventana que daba a la calle. Anuncié  mi llegada, él respondió el saludo y continuó sacando hermosos sonidos al instrumento.  Luego de guardar mi chaqueta en el perchero, fui a tomar asiento sobre mi respectivo sillón.  Descansaría mientras disfrutaba del concierto privado.

— Acaba de cambiar la pieza musical –dije.

Mis palabras afectaron su desempeño. Silenció de golpe la melodía. Bajó el violín, en simultaneó  el arco. Al girar todo su cuerpo, nuestras miradas se conectaron brevemente.  

— Disculpe, ¿Qué?

—  Su… su interpretación…-titubeé- Presenta notable cambio en el tempo, es porque enlazó una nota con otra; un bucle. ¿Acaso está poniendo a prueba mis habilidades?  O es parte de alguno de sus experimentos.

—  El autor de la segunda pieza –preguntó sin responder a la mía.

— No soy adivino. Ninguna persona podría saberlo si solo escuchar 5 segundos.

Dicho esto, Sherlock acomodó el violín en su hombro y tocó por cinco minutos.

—  Y bien ¿Quién es el compositor?

—  ¡Lo sé! Pero no logro recordar el nombre. Espera un segundo, Sherock. Lo tengo en la punta de la lengua.

— Niccolò Paganini –dijo, sin otorgarme tiempo - violinista, compositor y teórico de la música italiano. Fue uno de los mayores virtuosos del violín de su época, cuyas innovaciones en la escritura para dicho instrumento sólo pudieron ser superadas por él mismo.

— ¡Demonios! No me dejaste responder… -interrumpió mi reclamo.

— Sus excentricidades y la habilidad que tenía para tocar el violín, contribuyeron a extender la leyenda de que el famoso compositor había hecho un pacto con el demonio.

— OH… ¡El Trino del Diablo!

— Conocida también: La Sonata para violín en sol menor. Es famosa por ser muy exigente técnicamente, aún hoy en día.

Otra demostración de sus vastos conocimientos sobre música. Y yo estaba ahí para alabar cada frase que decía, a pesar de interrumpir mi participación.

— ¿Quiere saber la historia?

— Por favor, ilústreme.

— Una noche, en 1713, el autor soñó que había hecho un pacto  con el Diablo y estaba a sus órdenes. Todo iba maravillosamente bien; todos sus deseos eran anticipados y satisfechos. Ocurrió que, en un momento dado, le dio su violín y desafió al Diablo a que tocara para él alguna pieza romántica. Se llevó una gran sorpresa cuando lo escuchó tocar. Una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue el estado de éxtasis y deleite que quedó pasmado y una violenta emoción lo despertó. Inmediatamente tomó el violín, desenado recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuso es por lejos, la mejor que jamás ha escrito, llamado “La sonata del Diablo”…

— “Pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre...” – concluí la historia- Obsesión por lograr la perfección.

— Componer no es difícil, lo complicado es dejar caer bajo la mesa las notas superfluas.

Ambos nos quedamos en silencio, mirando al vacío o a la nada. Sin previo aviso, Sherlock rompió el flujo del tiempo, cuando aquellos sonidos provenientes del violín inundaron el ambiente.  Disfrutamos la compañía del uno al otro. Me atrevería comparar  con el aspecto patibulario de Paganini: sus excentricidades y la habilidad que tenía para tocar el violín. En este caso,  también es igual de bueno con el piano. Si quisiera aprendería tocar otro instrumento, lo haría, sin duda alguna. Es un genio, un maldito genio de la música.

 

https://www.youtube.com/watch?v=VR6XJsGOF1s

 

No pasó mucho tiempo para ver de cerca como la carrera de Sherlock alzaba vuelo. Había sido el solista en el concierto con la Orquesta Sinfónica, suscitando un interés extraordinario por parte de la crítica especializada. Algunos ya le consideraban una autoridad moral al piano, y esta impresión quedó patente cuando, durante aquel mismo año, el joven virtuoso ofreciera su primer recital en público con un programa que incluía páginas de Domenico Scarlatti, Ferenc, Liszt, Ludwig van Beethoven y  Fréderic Chopin. El violín pasó a ser un instrumento tocado exclusivamente en Baker Street. Conciertos privados  solo para mí y a veces la señora Hudson nos acompañaba. Se convirtió parte de nuestra rutina, disfruto al máximo cada vez que lo veo tocar con ese espíritu salvaje.  Su individualismo, característico está impregnado en cada pieza musical ejecutada, como en sus composiciones.  Un genio por excelencia.

 

 

 

 

 

Sherlock.

Inglaterra,  mi paradero actual, debido a las brillantes decisiones de Lestrade. Las últimas  cuatro horas se habían convertido en el peor escenario de aburrimiento.  Estamos hospedados en el  hotel  más exclusivo de la ciudad, sin embargo dicho lugar no contaba con un piano; fundamental requerimiento.  Para agravar la situación, dejó mi valioso violín al costado en custodia del cráneo. Mi única fuente de entretenimiento fuera de alcance y el recital sería mañana.  Quedaría  atrapado en un día aburrido, condenando  a mi cerebro al colapso. Encontrar una fuente de entretenimiento, se convirtió prioritario, por encima del innecesario proceso alimenticio.  Evadí sin problemas la paupérrima seguridad, utilicé algunas prendas del lugar para ser mi presencia imperceptible.

A diez metros de la puerta de salida, vi a Mycroft ingresar a lado de Athena. Di media vuelta, encontré escondite detrás de un grupo de personas.  Caminamos en sentidos contrarios, manteniendo distancia prudente.

— Sherlock, he estado llamando infinidad de veces dijo Lestrade, entrando  a la habitación – Por qué no coges el maldito celular y dejas de ignorarme… -hizo una pause súbitamente-  Mr. Holmes, ¿Qué hace usted aquí?

— Es impertinente referirse a mí de manera tan formal, debido a la presencia de mi asistente. No guarde apariencias.

Athena se encontraba parado, al costado de su jefe, que si  había tomado asiente en el mueble de la sala.

—  ¿Y dónde está, Sherlock? Llevo mucho tiempo, tratando de localizarlo, pero no constes. Parece que le dio por ignorar mi existencia.

—  Filtrar bobadas –clavó la mirada- Le pre ahorraré el esfuerzo físico, mi hermanito no se encuentra en esta habitación. Aproximadamente  diez minutos desde que abandonó el hotel. Y cinco para salir de su habitación, llevando solo lo que tiene puesto, además un par de… ¿guantes? – frunció el ceño- Dato novedoso.

— Fue un regalo de John.

 — Motivo.

— Ninguno en particular.  Le dio a Sherlock porque tenía las manos más frío que su propio corazón.  Desde ese día son de su propiedad.

—  Cuanto ha cambiado –sonrió de lado – John Watson, la persona capaz de  soportarlo por mucho tiempo. Será interesante ver su desarrollo, tanto como músico y persona –hizo una pausa -   Sherlock debió anticiparse a los hechos; la explicación a su misteriosa ausencia.  

Lestrade, parecía no entender, pues su rostro reflejaba confusión.

—  Nuestros padres arriban a la ciudad dentro de tres horas. Vienen con la única misión de asistir al recital. 

— Y a la opera, programada para esta noche –intervino Athena, sin despegar la mirada del celular – Además,  la cena familiar.

— Tendría  la simple tarea de ir a recoger a nuestros padres del aeropuerto.

— Pero, como sabe que no fue para allá…-calla al ver el rostro de Mycroft y sus ojos penetrantes -  Claro,  usted vino a encomendar esa misión a él, sin embargo escapo antes. Es muy astuto como un zorro- asiente con la cabeza-   Pretendiendo disfrazar su huida con una cortina de humo, cuando  el motivo es distinto.

Mientras las palabras seguían en el aire, Mycroft se puso de pie, restando importancia si era importuno. Tenía trabajo por realizar y no perdería un minuto más en conversaciones banales.  Cogió el paraguas que lo esperaba en la entrada, a su atrás, Athena seguía los pasos de su jefe.

 — Siendo usted, consideraría  la opción de colocar un GPS a mi hermano. Así tal  vez, sabría todo el tiempo su paradero – dijo con ironía.

—  ¿No va a preguntar sobre el recital?

—  En lo absoluto. A juzgar por la cadena de eventos, todo anda en orden. Pero, su visible nerviosismo previo al gran acontecimiento, delata la carencia de confianza en sus propias habilidades como manager y la de su representante como músico. 

— Su actitud me preocupa. Socializar no es de su interés, aleja a las personas como todo un profesional. Esta industria se basa en crear relaciones  humanas.

— Detalles que debe dar solución.

—  Pero, Mycroft, yo…

—  Buenas tardes.

Lo dejó con la palabra en la boca.  Con gran asombro vio desaparecer en el umbral de la puerta a ambas personas.

 

 

Llevaba una hora caminando sin rumbo por las calles infestadas de personas. El invierno crudo  azotaba sin piedad, los guantes cumplieron muy bien su función. Ahora mismo tendría las manos congeladas si no fuera por John.  A varios cientos  de kilómetros separados, empecé a extrañar el sonido de su piano,  su peculiar voz por las mañanas  y a los diversos  reclamos,  carentes de fundamento.  La idea de llamarle se apoderó de mi mente,  la tención era cada vez grande cuando mis dedos rozaban el celular, incitando a realizar la acción.  Otras siete  cuadras caminé mientras estuve sumergido en mis pensamientos. Había desistido  por considerar la acción inoportuno porque él estaría ahora mismo en clases o ensayando; dependía de algún incidente impredecible. Un momento ¿Por qué debería preocuparme si soy o no inoportuno? Simplemente debería enviar un mensaje de texto o llamar, sin importarme su disponibilidad.

La pelea interna duró poco tiempo. Logrando la estabilidad requerida, retomé el sendero desconocido.  Mis pies frenaron, la fachada de una tienda era lo que mis ojos observaban. Para resumen el hecho, compré cigarros contra el implacable clima y porque necesitaba fumar. En Baker es prohibido, como solución recurro a los parches de nicotina; utilizados en días estratégicos y cantidades. Así ahorro muchas amonestaciones de John  y charlas sin sentido, aunque él si las encuentra.

Teniendo el crepúsculo a la vista, me dispuse a fumar. Coloqué un cigarro entre mis labios, adopté la típica postura al buscar un encendedor inexistente. Al instante, una señorita se acercó a ayudar encender el cigarro con el suyo.  La coquetería femenina es evidente, agradecí el gesto mediante una sonrisa y proseguí caminando. Por buen tiempo me habían privado de esta sensación satisfactoria. Inhalar el delicioso humo para después expulsar por la boca. Es mil veces mejor que los parches, solo era eso la ventaja de estar lejos de mi compañero de piso; libertad.

 A varios metros, los sonidos del violín llegaron con la brisa y el tumulto de personas obstaculizó anunciaron un espectáculo callejero. Tchaikovsky, concierto de violín en Re mayor, Op. 35. Mi pieza favorita cuando era niño.

 

https://www.youtube.com/watch?v=cbJZeNlrYKg

 

— Te has equivocado –dije desde mi posición.

Nadie se inmutó ante mi comentario, la música era predominante o los espectadores no tenían oído musical.

— Pésima técnica… es casi una tortura para los oído –contraataqué – Mal posicionamiento del violín y presión excesiva, de tal manera que perjudica la interpretación. A su vez, la mano derecha rígida causando inestabilidad en el arco.

— ¡Quién dijo eso! – detuvo la ejecución.

Buscó al culpable mediante la mirada entre el reducido público.

— Yo.

— Y usted quién demonios se crees para criticar mi arte.

— La música es el arte más directo, entra por el oído y va al corazón – dije mientras di dos pasos hacia delante-  Lo que usted acaba de hacer, es opuesto a cualquier arte.  El hecho de tenerlo en las calles es un atentado a las personas por ofrecer música de bajo nivel.   Sobre todo pretender ser artista cuando en su sangre solo corre alcohol.

Me bastó observarlo pocos segundos. Volvía a tomar la palabra, antes de escuchar su respuesta poco inteligente.

 — Su vicio a la bebida se manifiesta en la inestabilidad de la mano izquierda. Sus dedos aprietan sin sentido las cuerdas contra la superficie del mango, produciendo notas aberrantes –expliqué, señalando los puntos en cuestión- Además, la mano que sostiene el arco, sufre al tocar notas específicas; alterando el ritmo. Ese sobre esfuerzo, dejó a la vista las marcas de su brazo.

— ¡Ya basta!  -se exalto-   Usted es un engreído fanfarrón. Conozco los de su clase; criticar como si fueran eminencias en la música.  Cerebritos sin poder tener la habilidad para tocar un instrumento – sonrió triunfante, intimidar a través de los ojos que desprendía furia- Mas acción, menos palabras.

Puso el violín frente a mi rostro.

— Por qué no lo hacemos más interesante –propuse- La persona ganadora, se llevará el   instrumento como premio más…- saqué la billetera- todo el dinero.

— Prepárate para perder.

Mostró una sonrisa triunfadora y confiada por sus habilidades musicales.

 

A medida que transcurrían las horas, el clima se volvía implacable. Una taza de café transmitía calor a mis manos y el líquido proporcionaba los elementos que requería el cuerpo humano.  Sentado con vista hacia la calle,  podía observar  el ambiente mientras disfrutaba del café. Nada interesante por ver, lo mismo sucedía dentro del local; cada quien entretenido con  sus respectivos celulares. Resultó inaceptable compartir el mismo oxígeno,  me levante de la silla dispuesto a salir de inmediato. El celular vibrar me detuvo a cuatro pasos de la salida. Miré el nombre del remitente y metí el aparato al bolsillo donde estuvo. Ignoré la llamada y  continué mi camino.

— Que quieres, Mycroft – contesté de mala gana.

— No seas rudo hermanito,  estoy realizando el trabajo que fue destinado para ti. Podrías al menos demostrar algo de gratitud –soltó una risita -  Hallé tu ubicación, se una buena persona y sube al automóvil que está estacionado cerca de ti.

—  Por qué debería obedecer tus órdenes-cuestioné.

—  Nuestros padres aguardan tu llegada.

— Yo no acepté nada.

—  Sabemos que ni tú ni yo queremos tener esta conversación absurda.  Ahorremos palabras y sube al automóvil; solo estas diluyendo el tiempo.

 

 

Corté la llamada una vez llegué al lugar, el conductor estaba parado y al verme abrió la puerta para poder ingresar.

— No tienes buen aspecto, Sherlock – dijo, Mycroft en tono burlón.

— Y como va tu dieta.

— Bien.

El intercambio de palabras parecía haber llegado a su fin por el eminente silencio entre los dos.  Desvié la mirada hacia la ventana, así no soportaría ver su rostro.

— De donde sacaste ese violín –dijo.

— ¿Disculpa?

— El  que tú  tienes es un Stradivarius –sus ojos se posaron en el estuche del instrumento-  A quién ingenuo lograste arrebatarlo.

— Un seudo artista callejero. Lo gané limpiamente.

Lanzó aquella mirada sarcástica. Inclinó la cabeza.

—  Su soberbia lo llevó a cavar su propia tumba. Cegado por las emociones del momento, me retó a un duelo musical –expliqué los hechos, sin verlo a la cara- Requería de un violín, vi en ese sujeto la oportunidad perfecta para lograr mi objetivo.  Lo dejé ser el primero, alimentar su inflado ego, que posteriormente pisoteo y  dejarlo en ridículo.

— Que considerado eres –sonrió, lo vi en el reflejo –Mummy estará interesado por escuchar tu relato en la cena.

— Y saber cómo enviaste a su hijo menor a  manos de un inepto manager.

— No lo llames así.

— Ahora lo defiendes, sabiendo que su trabajo no es del todo bien. Lo has comprobado durante la visita sorpresa que tenías planeado para mí.  

 

Predecir el siguiente movimiento de Mycroft, afectó su orgullo. Ejerció presión sobre el puño del paraguas, al escuchar, decir las palabras correctas.  A juzgar por la expresión de su rostro, sabía que gané una batalla, más no la guerra. Y en cualquier momento borraría mi sonrisa de triunfo por un ceño fruncido.  Tocar melodías agridulces como solía hacer en alguna derrota o simplemente torturarlo a través  de infernales sonidos, producidos por un violín desafiado. Era innegable, Mycroft adquiría cada vez más poder dentro del gobierno Británico.   Con ello, su afán por tenerme vigilado las 24 horas, incluido los viajes fuera de la ciudad. No fue coincidencia tenerlo hoy aquí, vigilando todo respecto al recital; es definitivo no confía en Lestrade como profesa.  

Ambos preferimos del silencio, así que cada quien mantuvo la boca cerrada hasta llegar a nuestro destino.  A punto de poner un pie afuera, terminé con la puerta a escasos centímetros de mi rostro. Enseguida la voz de Mycroft decir: “Al extremo, encontrarás una caja que contiene el traje de etiqueta que utilizarás en la cena.  Te sugiero apresurarte, nuestros padres no tardarán en llegar. Ni se te ocurra huir otra vez”  En tiempo record terminé. Al entrar comprobé lo que había deducido con anticipación;  restaurante al tope de su capacidad. Caminar fue incómodo, las miradas puestas en mi persona, como si no tuvieran nada mejor que hacer. Sentado me disponía enviar un mensaje de texto a John, cuando  de pronto, escuché pasos acercarse a nuestra dirección. No me quedó otra alternativa  que guardar el celular y ponerme de pie para recibir a nuestros padres.

— Sherlock, mi niño –sonrió al verme- Cuanto has crecido y  te has puesto más guapo desde la última vez.

Sus suaves manos recorrieron mi rostro y parte del cabello.

— ¿Dónde estuviste? Estas casi helado.

— Es invierno –respondí.

— Lo sé, pero no justifica el hecho que estés casi helado –me dio un abrazo confortante e innecesario- Estamos en la época navideña, la mejor del año porque puedo tener a mi familia junta.

A ninguno de los dos nos agradaba dicha festividad.  

— Ya sé cual será tu próximo regalo, una hermosa bufanda tejida por mis propias manos y para Mycri unos guantes.

— Mycroft es el nombre que me pusiste. A ver si  eres capaz de pronunciarlo bien- la corrigió – Y recuerda, las labores manuales nunca han sido una virtud para ti.  Nosotros tuvimos que pagar los desastres. Por ejemplo el intento fallido de dos chompas de talla incorrecta.

— Habla por ti, a mi me quedaba bien –intervine-  el obeso eres tú.

 

— Basta los dos, compórtense – alzó la voz y nos mando a sentarnos.


La cena se desarrollo sin algún imprevisto. Mummy tomó la palabra para relatar los viajes  realizados fuera del país.  Los conciertos que habían asistido en Francia y Praga. A su vez resaltar la música de esos lugares. Mi atención llegó a ese punto, luego filtre la conversación y me ocupé en terminar la comida. Todo el momento la tentación por coger el celular estuve presente, hacerlo sería el peor error. Padre se había dado cuenta de mi comportamiento, al verme hizo un gesto como en el pasado, cuando  me advertía algo.  Sonará absurdo, pero  me recordó a John. Solo atiné a sonreír y continuar torturando el filete.

El momento glorioso del postre llegó para Mycroft. A simple vista se percibía el deseo por comer Crème brûlée.  Sabe muy bien disimularlo, sin embargo  el movimiento de mano involuntario lo ponía en evidencia. Con el pasar de los años encontré la conexión entre ese movimiento peculiar y los postres.  Su ansiedad fue saciada en el instante que  el contenido de la cucharita se unió con sus papilas gustativas. Las sensaciones experimentadas lo obligaron a entrecerrar los ojos y posteriormente recobró la compostura. Sin duda es un amante de las cosas dulces. Por mi parte, preferí tomar vino, remplazando el último platillo. Era más que suficiente lo que ya había comido. Y de pronto, mi mente trajo recuerdos sobre las diversas cenas que compartía con John. Si él estuviera aquí, utilizaría algún argumente ilógico para cumplir sus órdenes. A pesar de ser pequeño, tiene un carácter de los mil demonios.

—  Prefieres galletas como postre –preguntó Mummy.

— Las de chispas de chocolate, son tus favoritas desde niño –agregó padre – Tu madre solía hornear cada día.

— No, gracias – les hable a ambos- Estoy satisfecho.

—  Podríamos ir a comprar las galletas a un supermercado, aun es temprano – preguntó mirándome a los ojos- Si deseas puedo ir a tu nuevo a departamento y preparar las cosas que deseas; como lo hacía cuando eran niños.

—  Sherlock, tiene un chef personal, a su disposición las 24 horas del día.

Frunció el ceño, confundida por las recientes palabras.

— Tengo un compañero de piso, su nombre es John Watson. Estudiante de la sección de piano, del mismo conservatorio donde me gradué. Músico prometedor, con grandes habilidades tanto para la música y otras. Bueno, son datos que sabes a la perfección, gracias al informe de Mycroft.

Ella solo dibujó una amplia sonrisa, y se quedó observando mientras hablaba. No pronunció ninguna palabra, el silencio fue su cómplice. Le bastó esos minutos para sacar sus propias conclusiones, analizar los hechos e interpretar las expresiones faciales que realicé escuchar aquel nombre. La observación, rasgo de un verdadero Holmes.

Recobré tranquilidad, una vez de regreso al hotel. Un iracundo maganer, aguardaba  mi llegada dentro de la habitación.  Por la posición de sus piernas y la marca que dejó sus brazos sobre el mueble; deduzco que lleva esperando cuarenta minutos. Y hace  treinta segundos, viene bebiendo té verde. Apacigüe  sus ánimos, ofreciendo un cigarro, el cual  fumó al instante. Conversamos mientras los cigarros se extinguían poco a poco, en cada inhalada.  Sin otro asunto por tratar, Lestrade abandonó el lugar, dejando un paquete mediano sobre la mesa. Resté importancia al objeto y al instante revisé mi celular, con la esperanza de encontrar un mensaje de John.  Me llevé una gran sorpresa, encontrar la bandeja de mensajes, vacío. Ningún  cambio desde el día de mi partida. Experimenté un vació inexplicable, al punto de buscar la respuesta a esa sensación, durante la noche. Lo realicé en compañía de  notas musicales resonar por las paredes.

 

Prohibido preguntar, prohibido hablar. No molestar hasta la hora.  -SH   02:05

No estarás pensando escapar como ayer ¿no?      

     - GL    07:00

Respetaré el acuerdo, haz lo mismo.      

      - SH   07:01

 

Luego de enviar el último mensaje del día, me tumbé sobre el sofá. Mi cuerpo encajó perfectamente. Las palmas de las manos las junté, apoyadas debajo del mentón, cerré los ojos. Tiempo y espacio, son factores que pierden protagonismo  al estar dentro de mi palacio mental. Esta vez, no requirió, utilizar los parches de nicotina. Minutos antes, recibí un mensaje de Molly, el cual contenía fotografías diversas, pero dos atrajo mi interés por el protagonista.   A John se le veía bien llevando gafas de lectura.  El simple hecho de verlo, cambio mi estado de ánimo.  –“Que sean de inspiración para tu recital de hoy. Suerte” fue el texto del mensaje. Respondí con otro mensaje.    

Esta comprobado, la suerte no existe. Es producto de la mente.  Y las fotografías no fueron tomadas bien, solo un par se salvan.       – SH   14:35  


Es complejo  pensar que un objeto de casi tres metros de longitud, negro, que pesa una tonelada y media, pueda ser el centro de atención de un escenario, y no ser notado. Todos reconocemos a un gran piano de concierto cuando lo vemos, pero la atención se posa siempre en aquel que está tocando sobre ese magnífico piano.  Observar todas las marcas de expresión, matices, fraseo y tiempo, utilizar los pedales apropiadamente, y finalmente interpretar el estilo y el espíritu de la pieza de modo tal que se expresen correctamente la idea del compositor. Mi desafió era complacer a la anfitriona, quien estuvo sentada en primera fila, atenta a cada uno de mis movimientos.

El mismo método utilizado en conversaciones inútiles, apliqué en esta situación;  filtré la presencia del público.  Ambiente ideal, solo el piano y yo como solía hacer en Baker Street; tocar en completa soledad.  Lograr una maravillosa simbiosis durante la ejecución, dar brillo a notas opacas y  seducir al espectador.  En seguida arrastrarlo a tu propio mundo.  Cuando el dedo tocó la  última tecla,  no hubo sonido, pero segundos después el salón fue invadido por aplausos. Mi trabajo había termina, pero comenzaba la parte detestable para mí; socializar.  Cumpliendo el acuerdo, Lestrade se hizo cargo del asunto. Regresé a la habitación que  era una especie de camerino improvisado.  Del bolsillo de la gabardina, saqué el celular; lo predecible se hizo realidad.  Ningún mensaje suyo.

 Trabajo concluido.                       - SH   21:15

 

Fui en contra de mis propias reglas y di el primer paso. La reciente acción no tenía explicación lógica, simplemente lo había hecho. Esperé una respuesta inmediata, la cual no llegó.  Los minutos murió uno a uno, hasta que la poca paciencia desapareció. Abandoné el lugar.

— Creí que tenías un asunto importante por atender –dijo Lestrade – Es inusual verte en la fiesta post el recital.

— Estoy lo suficiente lejos de la algarabía.

— Deberías entrar, todos han reclamado tu presencia. Al magnífico y apuesto pianista que sedujo con su música –al igual que yo, reposó sus brazos sobre el barandal – Los deslumbraste. Sin duda marcaste un antes y después en sus vidas.

— Entonces, son personas fáciles de impresionar.

— Que modesto eres –rió para si –  Si te has aburrido tocar para  estos escenarios, es momento de moverte a otros más interesantes.

— Te escucho.

Tenía la intensión de escuchar la  propuesta, sin embargo, la alerta del mensaje, hizo que el foco de atención disminuyera al 40%.

De seguro fue todo un éxito, tratándose de ti. Felicitaciones     

 - JW    21:45


Respondes tarde. ¿Dónde estuviste?          

            - SH   21:45

 

Eso a ti no te compete. Puedo ir a donde se me plazca la gana y no estoy disponible para ti las 24 horas de día.                      -JW   21:46

 

Una cita frustrada o volviste a pelear con la caja registradora.  Tu escritura te delata; irritable. 

                      - SH   21:47

 

— ¿Sherlock, me estas escuchando? – preguntó, Lestrade, al verme manipulando el celular-  ¡Sherlock!

—  No grites. El ruido externo, no amerita elevar el tono de voz.

— Estoy hablando como un idiota, mientras tu atención está en otra parte - respondió enojado – ¿Podrías dejar un minuto ese maldito celular? 

 

Como odio que tengas razón. Olvídate, no entraré en detalles    

   - JW  21:48

 

No hay necesidad, por la poca información que me diste es suficiente para llegar a una conclusión. Eres predecible, John.               

     -  SH   21:48

 

— ¡Por, Dios! Estamos conversando –se sobre exaltó.

— Corrección, estoy teniendo una conversación digital. Si me disculpas. 

Bebió la copa de vino de un solo sorbo.

— Continuaremos cuando volvamos al hotel –sin decir más que decir, se retiró.

 

Acaso no tienes trabajo por hacer, algo llamado; socializar. Así me podrías dejarme en paz.

 JW  21:50

 

Acéptalo, extrañas mi presencia.

  SH  21:50

 


No seas engreído, lo único que extraño es tu música.

- JW  21:51

 

Pronto  volverás a oírla. Es cuestión de tiempo.

-  SH 21:53

 


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