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Io ti Penso, Amore por azumicard

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John.

Nunca había sentido el cuerpo tan pesado al despertar. La sencilla tarea de abrir los ojos, se convirtió en todo un reto. Obligué a mi cuerpo obedecer las órdenes impuestas, sin embargo, tardó más de la cuenta.  Cuando recobré la consciencia, mis ojos  enfocaron un lugar diferente a mi habitación. Estaba durmiendo en la cama de Sherlock.  De un salto me puse de pie, el brusco movimiento provocó  descompensación y dolor de cabeza casi insoportable.  Mágicamente llevaba puesto el pijama. Sin adelantarme a los hechos salí en busca de agua; moría de sed. Caminé  rumbo a la cocina.

— Buena día, John –escuché una voz desde la sala de estar – Tuviste una noche ocupada para dormir hasta estas horas.

— Se equivoca, yo…

— ¿Dónde se encuentra, Sherlock? –preguntó, Lestrade.

— ¿Qué?

— Lo que escuchó. Vine por él, pero no encontré a nadie –se levantó – Llevo quince minutos aquí, y nadie vino a recibirme. La única persona que vi al llegar fue  la señora Hudson, la segunda tú. Puede decirme donde se encuentra Sherlock.

— No tengo la menor idea.

Me incorporé a mi objetivo; tomar agua de inmediato. Acto seguido, preparé café para dos tazas y lo llevé hasta él.

— No ha considerado llamarlo –dije.

— Fue lo primero que hice. No contesta – dio un sorbo- Es astuto, sabía que iba a venir, pero huyó. Siempre lo mismo, se adelanta a los hechos. No sé cómo logra adivinar mis movimientos.

— Él no adivina –le corregí.

Me miró con una sonrisa en el rostro.

— Utiliza la observación,  para llegar a las conclusiones que dice usted adivina.

— Dicha habilidad la conozco bien por parte de los hermanos Holmes. Pero su hermano Mycroft, le supera por mucho.

— Conoce bastante de ellos –comenté- Sherlock es reservado; su vida es privada. En todo este tiempo nunca habló de su familia, parece no interesarle el tema. Intenté en varias ocasiones indagar más sobre su vida pasada; fue inútil.

—  La sangre musical viene de familia. Para su padre, un  violinista aficionado, era evidente que el caso de su retoño era algo fuera de lo común. Su esposa comenzó a impartirle las primeras lecciones de solfeo en la casa familiar, a tocar sus primeras notas al piano. A los tres años ya daba muestras de unas aptitudes excepcionales para la Música, y su madre decidió asumir la educación musical de Sherlock niño.

— ¿Y Mycroft?

— Él llevó clases de violín, a diferencia de Sherlock – dejó la taza vacía sobre la mesa -  Su pasión por el violín comenzó a los seis años de edad cuando veía a su hermano mayor tocar. Así se dio inicio la rivalidad entre hermanos, para demostrar quién de los dos era el mejor violinista.

— ¿Quién ganó?

Dio un suspiro.

— No tiene relevancia. Pero, Mycroft dejó la música un par de años después de haber iniciado. Tuvo otros intereses. 

— Son distintos y a la vez parecidos en varios aspectos –me puse algo inquieto realizar la siguiente pregunta-  ¿Volverán a viajar fuera de la ciudad? 

— Si.

— A dónde y por cuánto tiempo -contraataqué con otras preguntas.

—  No  te  preocupes, seguirás soportando su presencia  hasta dos semanas después de  su cumpleaños –respondió sin dejar de sonreír- Pero, después tendrás que dejarlo partir  por un tiempo prolongado.

 — ¿Cuánto?

— Un mes calcula, Mycroft… y no se equivoca.

 

 

La noticia vino de sorpresa, desestabilizó mi pequeño mundo. Aunque en el fondo, sabía que algo así se veía venir por los logros obtenidos en todo este periodo.   Había llegado el momento de aceptar la realidad y empezar a acostumbrarse a la ausencia de Sherlock por periodos cortos o prolongados. Ya no lo tendría tirado en el sofá o escuchar sus conciertos madrugadores.

Apreté los puños, conteniendo la mezcla de emociones. Suspiré profundo sin llamar la atención; fracasé porque Lestrade se dio cuenta al instante. Simplemente sonrió, luego se puso de pie.  Agradeció la taza de café y se despidió, sin decir otra palabra más.  A los pocos minutos, suena mi celular; un mensaje de texto.

 

Ven de inmediato. Tres calles más abajo          - SH

 

  Estoy ocupado       -  JW

 

Dentro de 15 minutos. Te recomiendo acelerar el paso         -  SH

 

La historia de siempre: no le interesa la opinión de nadie, salvo la de él mismo.  Utilizando cualquier recurso para lograr que las personas actúen según lo previsto.   Podría simplemente ignorar el mensaje y continuar con mis actividades, pero  de manera inexplicable terminaba acatando sus órdenes, quiera o no.  A toda prisa, tomé una refrescante ducha, luego cambio de ropa y salir a su encuentro.

 

— Bien, cual la emergencia –dije al verlo parado.

— Llegas con anticipación -sonrió- Conversar con Lestrade no requirió de mucho tiempo. Debieron hablar  sin rodeos, directo al tema principal. Y a juzgar por el lenguaje corporal, te ha afectado considerablemente: no lo suficiente para preocuparte y no poco para restar importancia.

— “Por Júpiter, que precisión” –pensé.

—  Entremos -anunció-, le explicaré el motivo por el cual lo cité a la brevedad posible, aunque tardó  más de lo previsto.

— Sherlock, acababa de despertar.

Mantuvimos la conversación mientras entramos a una librería.

— Corrección; ya estabas despierto cuando envié el mensaje. Calculé el tiempo que duraría la visita, basado en los temas a tratar.

— ¿Estas huyendo de Lestrade? –pregunté, viendo al público – Dijo que intentó localizarte, pero no contestas el celular. Su último recurso sería, Mycroft.

—  Ambos están confabulados…  Por aquí es. – me guió hasta llegar al lugar indicado – Existen asuntos más importantes por atender en la agenda ocupada de Mycroft. Y  Lestrade ocupará su tiempo en papeleo esta semana, quizás la siguiente también.

Cuando me dispuse a responder, él paró su marcha.  Nos encontramos en la sección de música. Había personas de diferentes edades y géneros escogiendo partituras de su preferencia. Un verdadero paraíso para cualquier músico.

— Te han asignado nuevas piezas musicales – habló, Sherlock- , de las cuales aún no compraste las respectivas partituras.

— ¿Eh?... ¡¿Estuviste espiando mis cosas, otra vez?!

— No lo llamaría así –respondió tranquilo, como si fuera la víctima.

— Cuantas veces te he dicho que no  hurgues entre mis cosas.  De una vez por todas respeta la PRI-VA-CI-DAD. ¡Mi privacidad!

— Como decía –prosiguió, dejando sin efecto mis palabras-, necesitas empezar a llevar un ritmo de prácticas constantes. Tus habilidades como pianista dependen de la variedad de piezas que puedes tocar.  Pasando al siguiente punto; la composición. Todo pianista ha oído la palabra y sabe que significa, pero tan sólo unos pocos pueden hacerlo bien. Algunos intentan durante toda su vida ser capaces de componer una única pieza musical, y otros parecen ser capaces de arrancar del instrumento bellísimas composiciones en cualquier momento.

— Y aunque parece ser natural en algunos –le miré directamente a los ojos para luego suspirar- Iré por esas partituras o me torturarás hoy con uno de tus conciertos –bromeé.

— Aquí te espero.

Mientras yo me ocupaba en buscar las partituras en varios stands, vi que Sherlock manipulaba su celular; algo había llamado su atención para tener la mirada fija en la pantalla. Continué mi labor, en el proceso me puse a pensar el porqué, Sherlock me invitó a comprar. Simplemente los hubiera comprado vía Internet como suele hacer, y luego entregarme o dejarlas sobre el piano. Actuaba sospechoso, y yo estaba  a la defensiva.  Él no hace nada sin algún propósito. ¿Acaso estaba viendo el lado humano de Sherlock?

—  Son todas y agregué dos piezas más –dije al acercarme a él.

— Oh, vaya, estás estudioso.  Vayamos a pagar.

— Si.

Caminé detrás de él, con algo de dificultad por el peso de las partituras. Al llegar al cajero, una hermosa señorita nos atendió. Tenía el cabello castaño, corto hasta los hombros. Sonreía todo el tiempo; sin duda era mi tipo de mujer.

— ¿Coquetear también forma parte de su labor? –lanzo la pregunta, Sherlock.

— No… solo soy amable…

— Mientras intercambiamos palabras, usted estuvo mirando a mi compañero todo el tiempo. Mantener contacto visual durante el proceso, sin olvidar la dulce sonrisa; su arma de seducción – sonrió como burlándose de ella- Por último, no paraba de arreglarse el cabello.

— Que tenga buen día –forzó sonreír – Gracias por su compra. El siguiente. 

Salimos de la librería, como si nos hubiera echado.

— No era necesario ser tan caballeroso, Sherlock. Estaba haciendo su trabajo – alcé mi voz de protesta-, no es manera de tratar a una dama. 

—  El experto en mujeres aparece en escena.

— ¡Deja de burlarte! Hablo en serio.

 

Mantuvimos silencio, al mismo tiempo que nuestros pies proseguían el camino trazado por Sherlock.  El escaso enojo acumulado en mi interior y el orgullo, fueron ingredientes para no dirigirle la palabra.  A él no parecía importarle porque tenía la misma expresión serena. En una de esas inspecciones al rostro de Sherlock, noté como sus ojos cambiaron de dirección. Nuestras miradas se encontraron  por mutuo acuerdo y duró  fracción de segundos. Lo suficiente para  poner en jaque mate mis emociones. 

Definitivamente, volver a Baker no estaba en los planes de Sherlock. Caminamos en dirección contraria unas 3 cuadras y luego paró un taxi. Me cedió el pase, así que subí primero, enseguida él. El vehículo se puso en marcha, entre nosotros el silencio seguía gobernando.

— ¿Puedo saber  a dónde vamos? –pregunté, viendo a otro lado.

— Lo sabrá al llegar.

Giré la cabeza.

—  Puede  esperar unos minutos más. Estamos cerca de nuestro destino -agregó- La desesperación es producto de idiotas. Todo a su tiempo, Watson. –dijo con una sonrisa en los labios.

 

 

Durante nuestra caminata por los alrededores del  Palacio de Westminster, pude notar como el cielo se cubría de gris. El ocaso cedía el paso a la inclemente noche invernal.  Me arrepentí no haber traído mi chaqueta. Además, quien iba imaginar que esta salida duraría más de  media tarde.

— Sherlock… -hablé para llamar su atención- Exactamente qué estamos haciendo aquí – pregunté, teniendo las manos cruzadas.

— Caminar. No es obvio.

— ¿Con qué fin?

— Es tan evidente, que consideró un insulto tener que explicar el por qué –me miró para responder.

Insistir en el tema era para que él me hiciera añicos con sus argumentos. Quería llevar la fiesta en paz. Me vi forzado, mantener silencio debido a los vientos helados golpear mi rostro y recordarme mi falta de ropa.

— El silencio, también aporta información – habló repentinamente y detuvo su paso-, en este instante percibo tu casi irregular respiración. El sonido de tus pasos cada vez son débiles. Ligeros movimientos de los brazos en busca de calor por varias partes de tu friolento cuerpo.

— Solo siento un poco de frío, no lleves tus conclusiones al…

Una cálida sensación se posó en mí. Borró cualquier rastro de frió para dar pase libre: calor corporal. Al darme cuenta, Sherlock se había sacado su gabán para colocarlo sobre mis hombros. Me dejó mudo.

—  Tú lo necesitas más que yo.

Se quedó solo con la bufanda y los guantes. También, vestía un fino jersey plomo, pantalón negro y zapatos del mismo color.

— El clima  juega en contra de nosotros –hizo una pausa- Debido a los recientes acontecimientos, la mejor opción para esta tipo de situación es interrumpir  la segunda actividad y continuar con la siguiente – arregló el gabán de mis hombros- Tendré que pedirle, caminar unas cuadras mas.

— ¿Tomaremos un taxi?

— Exacto. Vamos.

 

Nunca creí ver un acto de buena voluntad de parte del ser más desconsiderado. Me alegra saber que fui parte del inusual comportamiento. Sentado, no podía mantener la mirada de frente, la sola presencia de Sherlock, sentado a mi costado, hacía que mis manos tiemblen ante los nervios, las palabras no fluyen porque la garganta está seca. Y mis ojos buscan los suyos para entablar una conversación silenciosa. Me aferraba al gabán cálido, impregnado de su masculino olor que invadio mis fosas nasales. Todo era tan extraño, no sabía por qué los latidos de mi corazón se intensificaban, cada vez que Sherlock parecía acercarse a mí. Provocando que mis mejillas se tornaran de color carmesí  y desviar la mirada.

Las luces nocturnas resaltaba la belleza de la ciudad. Por la ventana del taxi, constate la  gran cantidad de personas que albergaba los establecimientos y calles. Así, me cuestioné si era factible continuar llevando la prenda.  Es sumamente grande, dos tallas más, me vería ridículo caminando así.  Fui el primero en bajar del vehículo, y mientras pagaba la cuenta, aproveché para quitarme la prenda.  Le agradecí, al tiempo que aproximé su gabán hacía él.  La tomó con las dos manos, en el proceso nuestras manos rozaron como si hubiera sido predeterminado.  Caminamos tres cuadras cuesta arriba, doblamos a la izquierda y media cuadra más llegamos a un edificio elegante.

— Es aquí – anunció Sherlock.

— ¿Seguro que es lugar corrector? –cuestioné por el aspecto del lugar.

— No juzgues a un libro por su cubierta. 

— Lo que me preocupa es el costo de la entrada… -tragué saliva- , mi economía no es la mejor de todas. Gasté mis últimos ahorros en comprar una entrada para el concierto sinfónico

— El cual no asististe por quedarte dormido sobre el piano.

—  Ni lo menciones –renegué al recordar- Llevaba horas practicando, mis manos no podía tocar más. Decidí tomar un breve descanso, que se convirtió en tres horas. Al despertar, ya era demasiado tarde.

— Venimos a escuchar música y no quedarnos aquí parados, sosteniendo una conversación de temas pasados –dijo en tono incómodo- Entremos.

Aquel día, comprobé el poder influyente de la familia Holmes. Al anfitrión le bastó escuchar el apellido  para conducirnos a una mesa reservada, dentro del elegante salón.  Los asistentes, eran personas de familias adineradas, lo sabía por el tipo de vestimenta.

— No te intimides por su superflua imagen.

— Yo… -aclaré la garganta- ,yo no estoy intimidado.

— Me alegra saber eso – me regaló aquella sonrisa mágica- La razón principal por la que vinimos es ella.

Me acercó una revista especializada en música clásica. La imagen de una hermosa mujer sobresalía en la publicidad. Su frondoso cabello negro perfilaba su fino rostro. Sus labios rojos al igual que sus profundos ojos, llamaban la atención de cualquier persona. Además, el vestido rojo marca bien sus delineadas curvas. La expresión en mi rostro debió delatarme, porque Sherlock retiró la revista de mi alcance. Y continuó hablando.

 

—  Es una  violinista, con excelente técnica, demasiada para ser cuestionado bajo mi lógica – junto las palmas de sus manos y apoyó los codos sobre la mesa- El poco tiempo que lleva en el mundo de la música, ha demostrado gran destreza tocando el violín.

— ¿Cuál es el inconveniente, entonces? – bebí vino. 

 — Ella.

 

En el instante que terminó de hablar, una ola de aplausos se apoderó del salón. Al el escenario subieron dos personas, uno de ellos era la mujer de la revista. Ahora tenía puesto un bello vestido marfil, con escote pronunciado. El cabello recogido en un moño, dejando ver los aretes. En su mano derecha sostenía el violín. La otra persona, era también una dama, vestía un simple terno femenino.  Se ubicó en respectivo lugar; el piano.  Y de pronto dieron inicio a su presentación.

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=CZI2bX-E0WY

 

 

Los sonidos del violín tomaron protagonismo, absorbió la atención del público en cuestión de segundos. La introducción, un tanto melancólica se mantiene en un rango bajo, mientras las repeticiones se queda en la cuerda. Mientras los minutos mueren, los sonidos van tomando intensidad hasta llegar a un punto que, tanto el piano y el violín llegan a complementarse; danzar bajo un mismo compás. Sin embargo, llega el momento del piano, con sonidos fuertes da paso a un violín enérgico que responde al tacto rudo. Y volviendo a complementarse.

— Espléndida interpretación – dije, al tiempo que aplaudía.

— Tengo una opinión distinta a la de usted –me dirigió la mirada- Pide lo que desees. Aparte de la buena música en vivo, la comida es  exquisita.

—  Asumo que comeré solo y tú observarás… como siempre –suspiré – Me preocupa tu alimentación en estos meses que estarás fuera – hablaba y miraba la carta del menú – Y Lestrade no desempeña bien su papel de niñero.  

—  Su labor se reduce a ser mi manager –respondió con rudeza- Le sugiero apresurarse, la siguiente pieza está a punto de comenzar.

Cuando se trata de la música adopta otra personalidad, hasta el semblante cambia, al igual sus ojos penetrantes y observadores. Realicé el pedido, dentro del plazo permitido por mi compañero, quien tenía la mirada puesta en los comensales.

— Tuve el atrevimiento de pedir por ti- dije.

— ¿Disculpa?

— Pedí postre para los dos.

— No me gustan los alimentos dulces- dijo sin vacilar.

— ¡Mentira! -exclamé- Amas las galletas; cualquier sea el tipo.  Sin mencionar que devoras los pastelillos que la señora Hudson prepara – arremetí con todo el arsenal de argumentos – Debo mencionar que en diferentes ocasiones has rehusado comer platillos salados, con la intención de atacar solo el postre. Postres que preparaba o compraba en la pastelería.

— Qué pediste –preguntó, obviando mis palabras.

— Panna cotta.

— Buena elección.

En plena conversación, la violinista empezó a tocar su siguiente pieza. Al igual que la primera, la interpretación era impecable mientras se desarrolla la música. Su ejecución de los pasajes rápidos es perfecta. Toca cada nota con mucho cuidado. Al igual que los asistentes, quedé embelesado por los bellos sonidos, la fineza de sus movimientos y la sensualidad compartida con el instrumento.  Así siguió tocando tres piezas más a dúo y finalmente un solo, que se llevó los aplausos de todos los asistentes, también ovaciones.

— ¿En serio, vas a comer eso? –preguntó, Sherlock, al ver la Pizza boloñesa sobre la mesa – Teniendo platos más refinados, escogiste uno simple y sin gracia.

— Si vas abrir la boca, que sea solo para comer.

 

Mientras corté un trozo de pizza, llegó el mesero con el siguiente pedido; Lasaña de pollo y queso.  Sherlock se quedó callado mientras comía, se entretuvo bebiendo vino y observando a las personas de otras mesas.  Al inicio  creí que buscaba a alguien, pero descarte esa posibilidad debido a su actitud. Para estar aburrido, buscaba alguna distracción y la encontró. Tenía sus ojos encima de mí, cada movimiento era captado por esa mirada inquisidora.

— Sherlock, deja de hacer eso.

— ¿Hacer qué?

— Mirarme. Es molestoso – con el tenedor saqué un pedazo de Lasaña.

Alcé la mirada, dispuesto a llevar la comida hacia mi boca. Es cuando me di cuenta del verdadero problema. Otra vez me equivoqué en sacar conclusiones.

 — ¿Quieres probar? –pregunté.

Movió la cabeza en afirmación.  Cambié la dirección del tenedor; nuevo destino, la boca de Sherlock. Como si fuera un niño, abrió la boca ampliamente.  Saqué otra porción para mí, mientras lo hacía, le miré al rostro.  Disfrutaba la comida, y lo más importante, estaba comiendo.  Contento, proseguí a alimentarlo hasta terminar la deliciosa Lasaña. Dicha acción nos llevó a ser el centro de atención. Si a mí no me importaba, menos a él. Sin planificarlo, compartimos el plato, pero no el postre, que llegó justo a tiempo.

— Tienes malos modales: dejar  evidencia por tu boca. – con ayuda de la servilleta, limpio la mancha- Mermelada de fresas, ideal para acompañar a la Panna cotta.

— Gracias… -reí bajo – Tú también  no te resististe al sabor  y dejaste un rastro – le señalé con la mano la ubicación de la mancha – No, más a tu derecha. Ahora sube un poco… dije solo un poco. –no seguía mis indicaciones.

 

Frustrado, tuve que encargarme personalmente. Utilice mi dedo  pulgar para realizar la acción.  Nuestra amena conversación fue acompañada por dos botellas de vinos. Los temas abordados eran  distintos. Las últimas copas anunciaron que no quedaba más vino, era momento de retirarse del establecimiento.  Ya en la calle, noté una actitud extraña en Shelock.  Tenía algo que decirme, pero no se atrevía.  Abordamos un taxi y durante el trayecto no apartó los ojos de la ventana. Sus dedos estaban inquietos, jugando sobre su regazo a empuñar y soltar el agarre. Por mi parte, trataba de mantener los ojos abierto. El cansancio era inminente, en una fracción de segundos, cerré los ojos, y escaso tiempo tuve que abrirlos al escuchar mi nombre ser pronunciado por Sherlock. Al fin iba hablar.

— ¿Disfrutaste la cena? –preguntó temeroso.

— Si… -bostecé, cubriendo mi boca- Una de las mejores cenas de mi vida por la magnífica compañía.

Sherlock sonrió al escucharme.

—  Tenías razón. La violinista es una mujer muy diestra al tocar – agregué -  Quedé maravillado con su música,  aún puedo escuchar los sonidos  acariciar mis oídos –su expresión cambió y arrugó la frente-  Disfruté el día –le sonreí.

— ¿También la visita a la librería?

— Si. Fue divertido salir a comprar contigo, dejando de lado el incidente con la vendedora –recordar el episodio provocó una risa interna-  Ya ves que no es una actividad mundana ir de compras.

— Lo sigue siendo para mí –respondió con rudeza -, sin embargo, hoy fue distinto.

Conduje la mirada hacia él, noté su rostro avergonzado que ocultó mirando a la ventana del vehículo.  Aquella reacción,  lo puso al descubierto.  La extraña invitación a la librería, el intento fallido de pasear y la magnífica cena. Eran  componentes de una cita, en otras palabras: la definición de cita que maneja Sherlock en su vocabulario.  A su estilo llevó a cabo su plan, con tropiezos y sobre todo, sacar provecho a la situación. Tener una cena para observar a la mujer misteriosa. No debo olvidar, la casi discreta escena de celos en la librería. El día de hoy, dio a conocer el lado humano que muchas personas dudan que exista en él.

 

Su extraña forma de actuar, enterneció mi corazón. El frió en complicidad del sueño, me llevaron acercarme a Sherlock. En seguida dejé caer lentamente mi cabeza sobre su hombro. Podía sentir la calidez de su cuerpo fluir por cada célula viviente, también escuchar los latidos de su corazón.  Poco a poco los párpados comenzaban a deslizarse, terminando por oscurecer mi visión. Aun consciente dije mis últimas palabras.

— Gracias por lo de hoy, Sherlock…

 

 

 

 Sherlock.

El ambiente regresó a su forma original. Las festividades al fin habían concluido, no tendría molestias merodeando.  No estaba del todo solo. Nuestra casera, tenía la libertad de entrar y salir de nuestro piso,  al fin y al cabo  era parte de su casa.

— Sherlock, llevas comiendo 8 galletas  más de lo normal. Además  no has dicho ninguna palabra desde que llegué- dijo ella - ¿Te encuentras bien?

—  En perfecto estado –cogí otra galleta.

— Comer compulsivamente es  respuesta al estrés y la ansiedad -agregó- Estas actuando extraño desde que John salió esta mañana. Primero te encuentro parado, mirando a la ventana, luego caminando de un lugar a otro, como un animal enjaulado. Ahora devoras las galletas que traje para ambos – vertió más té en mi taza- Tal vez no te has dado cuenta, pero estás actuando extraño.

— No tengo idea de lo que habla –di un sorbo.

— Voy  asumir que todo regresará a la normalidad cuando John regrese.

Los siguientes cinco minutos lo invirtió en hablar temas relacionadas a su vida cotidiana. Naturalmente la puse en semipermanente, mi mente estuvo ocupada, pensado  sobre los hechos suscitados en las últimas semanas. 

 

Mi lógica no encontraba explicación: el porqué John no demostraba cambio respecto a nosotros.  La rutina seguía siendo la misma, él con sus cosas del conservatorio y yo con mis ensayos para el siguiente concierto. Eran escasas las ocasiones para compartir tiempos juntos,  sus horarios se convirtieron en mi peor enemigo.  Pero, lo que nunca faltaba cada mañana era una deliciosa taza de café aguardándome.  Calentada el crudo invierno que azotaba a Londres.  Motivo por el cual permanecía recluido en Baker, dedicando el tiempo a tocar el violín con más determinación. Influenciado, por la música de aquella violinista.  Si bien, había logrado entrar a mi mente, la situación con John Watson, desplaza cualquier otro pensamiento importante. 

Aún vestía pijama, cuando escuché pasos aproximarse, con intervalos de silencio en cada  escalón. Traía tres bolsas de compras, divididas en cada mano.  La puerta se abrió e hizo su ingreso.

— Ya llegué –dijo al verme parado frente a la chimenea- No te preocupes, yo puedo. – caminó hasta la cocina, donde dejó las compras sobre la mesa – Vaya clima, está peor que ayer.

— Te sugerí llevar bufanda y guantes –intervine.

— Pero, mágicamente desaparecieron esta mañana. Logrando que llegue tarde por buscar las benditas prendas – su mal empezaba aparecer-. Ha sido un día cansado. No quiero malgastar mis energías discutiendo contigo,  Si tienes hambre, calienta la comida congelada que compré en el supermercado –hablaba a la vez guardaba las compras  - Asegúrate de no destruir la cocina, porque no pienso limpiar cualquier desastre ocasionado.

— Lo harás de todas maneras –sentencie.

— ¡Claro que no!

Bufó molesto, en fondo sabía que tengo razón.   
  

— Buenas noches, Sherlock –se fue a su habitación.

Uno de los tantos episodios recurrentes. La única forma disponible para captar su atención era tocar el violín, del mismo modo que lo hacía con Mycroft. Minutos después la puerta de su habitación resonó.

— ¡Demonios, deja de torturar a todo el vecindario! –gritó a viva voz.

Arrugó la frente, sus ojos estaban llenos de ira, dispuesto a atacar.

— Serán tus gritos los que despertaran a ellos –respondí sonriendo-. Que haces levantado a estas horas, deberías estar durmiendo plácidamente.

— Eso quisiera hacer, pero a un idiota se le ocurrió  arruinar mis horas de sueño –lanzó una mirada amenazadora -¿Me estas escuchando?

—  Disculpa, qué  decías.

Su ira se multiplicó por tres. Una palabra más y liberaría al demonio encerrado. Sin embargo, no quería arriesgarme, sabía cuando retirarme de una batalla.  Dejé el violín en el sofá, a pasos lentos fui acercándome, mientras de su boca salían palabras hirientes. Reste importancia a todo el barato argumento. A una distancia prudente, incliné la cabeza a su altura, acto seguido sellé sus labios con un beso. Duró poco y lo suficiente para callarlo.

— Buenas noches, John.

Lo dejé parado en medio de la sala de estar. No reaccionó durante el camino a mi habitación. Encerrado, escuché sus pasos desaparecer. 

 

Ni ese  insignificante acto influyó para ver algún cambio posteriormente. Sin embargo, con cada una de sus novias ha mostrado afecto sin medida: caer en lo cursi y predecible. He sido testigo de varias escenas románticas, sacadas de triadas películas.   Endulzar las palabras provoca reacciones favorables,  es un caso de  acondicionamiento: acción y respuesta. Que elemento faltaba para completar el esquema; esa era la cuestión.

 

 

 

Dos días después, compartíamos una taza de té, John estaba demasiado distraído con el celular para conversar, yo había echado a un lado la partitura. Reclinándome  en el sillón, me sumergí en profundas meditaciones. De pronto, la voz de John interrumpió el curso de mis pensamientos.

— Sherlock… -aclaró la voz-, tengo algo que decirte.

Me vio directamente a los ojos.


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