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Sahara por HitchNoDanna

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Notas del capitulo:

Hola, hola!! He aquí la cuarta entrega de ‘Sahara’, que por cierto quedó bastante más larga que las anteriores.

 

Notas preliminares: En esta ocasión he utilizado parte de la letra de una canción llamada If not here, where? de Amoral, del álbum Fallen Leaves & Dead Sparrows (2014). Dicha letra estará en cursivas y negritas (o sea así), y estará distribuida de tal manera que separa algunos sucesos, pero puede interpretarse como si se estuviera cantando en una sola escena. Aunque la canción completa maneja partes tranquilas, rock y algunas voces guturales, imaginen que sólo se usa la voz clara. Por cierto, sólo incluí la traducción al español por cuestiones de espacio.

No es obligatorio, pero pueden escucharla mientras leen:

https://www.youtube.com/watch?v=aFHZY8xNmMs

 

Disclaymer: Los personajes de Saint Seiya, así como la canción ‘If not here, where?’, son de sus respectivos autores.

Parte 4: La balada de la reina

 

Nuevo día. Aunque sus nuevos amigos le ayudaban a hacer más llevadera su estancia, el tiempo se le hacía eterno, y la ausencia de su amor le carcomía el alma. Cada noche, desde que partió de Egipto, sus sueños reconstruían en su mente los momentos que vivieron juntos, tanto felices como de duelo. Y los días tampoco eran la excepción, pues casi cualquier cosa terminaba por traerle a la memoria al objeto de su adoración.

 

—Ya te lo he dicho, no sirves para cantar —la voz de Camus lo sacaba de sus pensamientos.

—Tú no sirves para bailar y no te digo nada por eso —le replicó Milo.

—Lo estás haciendo justo ahora…

 

Y era cierto que Milo no servía para cantar. Esta mañana lo había escuchado, y a decir verdad le hizo desear con el alma no haber sido encontrado por él y su compañero. Sin embargo el peli-azul le ponía todo el corazón… tal como su amor cuando le oyó por primera vez, cuando le conoció. Lo recordaba bien.

 

No he visto el cielo azul en quién sabe cuánto tiempo
aún sigo buscando la sombra.
Recargo la cabeza en una roca
aceptando el precio que pagué

 

Gracias a la influencia de Aioros y Aioria ya se encontraba de pie, frente al faraón. Desde el pulcro claf (1) de líneas blancas y azules, el deslumbrante ureaus (2), la esplendorosa joya de lapislázuli en su barbilla (3), los ostentosos ornamentos en cuello, pecho, manos y tobillos, los blancos e inmaculados shenti y saya, los dos lunares que sustituían sus cejas, el talle fornido, la piel clara como alabastro, así como los penetrantes ojos magenta, infundían ese aire de divinidad del mismo Ra encarnado en hombre.

 

—Ya veo que los rumores eran ciertos —murmuró con voz serena, pero firme y grave. Sin duda el hombre era de respetar.

—¿Rumores? —sin embargo eso lo tomó por sorpresa, que no pudo evitar mostrar en su rostro.

—¿No lo sabes? —el soberano parecía querer reírse, pero no lo hizo— Dicen que tu belleza es tal que podrías equipararte con alguien de la familia real… incluso conmigo ¿puedes creerlo?

—Para nada, Majestad —dijo más por educación que por verdadera modestia—. Tan sólo soy un simple médico. Por cierto, mi nombre es Shaka.

—Lo sé. Pero dime, buen Shaka ¿Qué te ha traído a estas tierras? Y no me vengas con que bridas tus servicios desinteresadamente, porque sé que hay algo más. No te sientas cohibido de decírmelo. A decir verdad soy más benevolente de lo que parezco.

—Siendo así… estoy aquí por dos razones. La primera es hacerme de todo el conocimiento sobre la Medicina de estas tierras… quiero volverme igual o más reconocido que mi padre —dijo con total seguridad, aunque internamente no estaba del todo convencido—. Y la segunda es simplemente tener una vida mejor.

—Ya veo… —el soberano se quedó callado unos minutos, en que no dejó de mirarlo— Buen Shaka, los dioses han decidido ser benévolos contigo. Tan sólo tendrás que superar una prueba, y a cambio te darán sus bendiciones para que tu sueño se haga realidad (4).

 

Conocí a un viejo hombre, vi el miedo en sus ojos.
Sus palabras aún resuenan en mi cabeza.
Debí haberlo escuchado, debí haberlo intentado,
pero elegí darle la espalda.

 

Sus pasos resonaban firmes, su corazón latía como si éste quisiera dejarlo sordo, mientras un escalofrío siniestro le recorría la espalda. Estaba siendo conducido prácticamente al matadero, y la compasiva mirada de quienes lo escoltaban a los aposentos reales no era para menos. El desafío impuesto por los dioses consistía básicamente en curar a la reina de una enfermedad de la que nadie lo había logrado. Para colmo todos ellos ya habían sentido la ira del faraón. Por un momento se maldijo a sí mismo por hacerle caso a la clarividente, pero también vio la oportunidad para entregarle a la esposa del faraón la caja por la que pasó algunas peripecias.

 

En esos pensamientos estaba cuando una melodiosa balada, entonada por una voz clara única, atravesó sus tímpanos.

 

Este lugar no es para ti;
nunca lo fue y tú lo sabías.
Las cosas nunca serán las mismas.

Si todo lo que amaste ha cambiado,
si todo lo bueno parece haberse ido,
sólo queda culparte a ti mismo.

 

Sentada sobre un rico lecho de finas sábanas, abrazando sus largas y esbeltas piernas, mientras su larga y sedosa cabellera le cubría la espalda y parte de los brazos, la Divina Adoratriz pronunciaba versos cuyo sentimiento comenzaba a traspasarle el alma. Si Saori le hubiera descrito con lujo de detalles su visión completa, jamás le habría creído sobre la existencia de un ser tan bello y divino como el que sus sentidos apreciaban justo ahora. Desde el suave aroma a flores de la cabellera lila, la blanca y tersa piel rebosante de juventud y vida, las facciones casi aniñadas, los dos lunares sobre las dos preciosas esmeraldas que tenía por ojos, hasta los finos labios que vocalizaban tales palabras, emanaban un aura tan mística e incluso más divina que la del mismo faraón.

 

Sin embargo no le pasaron desapercibidos algunos detalles: uno, su voz era de un timbre más aproximado al de un hombre que al de una mujer; dos, traía un kalasiris (5) holgado a pesar de su status; y tres, su mirada y su canto reflejaban una tristeza alimentada por una soledad perpetua.

 

Todo lo que queda son historias,
escenas de ensueño.
Todo lo que importaba ahora se desvanece,
tratando de dejarte libre.

 

Comenzó con un sencillo interrogatorio sobre sus dolencias y síntomas; observó detalladamente la piel, los ojos, la respiración y otros signos; e hizo algunas maniobras con suma delicadeza, tales como girarle el cuello o las extremidades. Hubiera palpado su tórax y abdomen, pero por algún motivo no se le permitió retirarle la prenda, ni tocar en esas zonas. Hacía pequeñas anotaciones en su lengua materna, en un papiro que un sirviente le proporcionó; pero por más que repasaba una y otra vez, no lograba dar con aquello que aquejara a su Adoratriz, pues los síntomas no concordaban con su aspecto lozano y saludable. Lo único que había de anormal era esa mirada cargada de tristeza… y entonces lo comprendió.

 

—Por favor les pido a todos los presentes, incluyendo a su Alteza, se retiren. Su Adoratriz ha sido víctima de un ente maligno y debo sacarlo de su cuerpo. El procedimiento no es sencillo, y si hay demasiada gente, podría apoderarse de alguno de ustedes. Por favor retírense y dejen todo en mis manos.

 

Todo mundo salía rápidamente del recinto, incluido el faraón. Sin embargo un último sirviente fue detenido por el soberano.

 

—Afrodita, ayúdalo en todo lo que necesite… —y luego agregó en un susurro—: y vigílalo.

—Sí, su Majestad.

 

Este lugar no es para mí
Nunca lo fue, y finalmente veo
que las cosas nunca podrán ser las mismas otra vez.

 

—Bien… ya puede dejar de mentir, Alteza.

 

Aquellos ojos verdes se abrieron de sobremanera, como si fueran los de un chiquillo al que descubren  haciendo una travesura. Había notado la mentira de su Adoratriz, y por ello también se valió de una para sacarse de encima al faraón y poder hablar con mayor tranquilidad.

 

—¿Cómo lo…? —inquirió Afrodita. Esto le dio a entender que él sabía algo.

—Eso no importa, sino curar a su Alteza. Y no digas que no hay nada qué curar, puesto que sí lo hay —se anticipó al reclamo silencioso de aquel sirviente—, pero su mal se encuentra justo… aquí.

 

Tocó con su índice, y por encima de la ropa, la región del corazón de la esposa del faraón. Como acto reflejo, su Adoratriz se alejó rápidamente, como si su simple contacto le quemara la piel. Entonces comprendió por qué su voz sonaba algo más grave, y por qué no se le permitió sacarle el kalasiris.

 

Todo lo que he amado ha cambiado,
y todo lo que veía como bueno ahora se ve tan lejano,
y no hay nadie a quién culpar sino a mí mismo.

 

 

CONTINUARÁ…

 

Notas finales:

1.- El claf conformaba por un lienzo de lino a rayas (generalmente azules y blancas o amarillas) aprestado en forma cuadrangular cuyos extremos superiores se sujetaban bajo la nuca quedando bien firmes por sobre la frente, y quedando los extremos inferiores sueltos a los lados cubriendo la cabeza.

2.- El ureaus era una diadema que portaba una cobra y un buitre, un emblema protector propio de los faraones.

3.- La joya de lapislázuli se empleaba a modo de barbilla postiza, que se creía asimilaba al faraón con Osiris.

4.- Tengo entendido que en realidad eran los sacerdotes quienes interpretaban la voluntad de los dioses, pero para finalidades del fic lo omití.

5.- El kalasiris era un paño envolvente, plisado y blanco utilizado por las mujeres; era ajustado y caía desde el pecho hasta los tobillos, sujeto por anchos  tirantes. Ciertas veces se cosían plaquitas, de fayenza o pasta de cristal, que al caminar chocaban entre sí produciendo un sugerente sonido como de campanillas. No obstante, el kalasiris que usaban las mujeres de los campesinos y artesanos, era más amplio y más sencillo, permitiéndoles trabajar con mayor comodidad.

6.- Aunque no lo indiqué en numerito, en el Antiguo Egipto se tenía la costumbre de raparse la cabeza, debido a que resultaba incómodo llevar el cabello largo con un clima tan caluroso y resultaba complicado lavarlo diariamente. En su lugar se empleaban pelucas, mayoritariamente por las mujeres de la nobleza. Para finalidades de referirme a los personajes sin repetir tanto sus nombres, he decidido omitir esto también.

 

Disculpen si feminicé demasiado a la Adoratriz, pero tiene una explicación que iré desarrollando en las siguientes entregas. No lo hice por mero fanservice (de hecho, detesto cuando visten al pasivo de maid o alguna de esas cosas con motivo de seducción, y no por alguna otra finalidad). Por otro lado, aunque no di nombres, supongo que ya se dieron una idea de quiénes son el faraón y su esposa. Asimismo la canción vendría siendo algo como un introductorio para lo que vendrá después.

 

Bien, pues del fic de momento es todo lo que tengo qué decir. Nos leemos en la próxima entrega. Chaito.


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