Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Somos Hermosos por jotaceh

[Reviews - 151]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a todos!!!!

Espero que se encuentren muy bien y que todos sus sueños estén cumpliendo :D

 

Bueno, como saben... vivo en Chile y hace un par de días ocurrió un terremoto... afortundamente donde yo vivo no ocurrió nada, sentimos el movimiento pero nada más D: y luego las réplicas... Espero que quienes viven en el Norte Chico se encuentren bien... ANIMO!!! :3

 

Y bueno.... aquí les traigo un nuevo capítulo.... A leer!!!!!

CAPITULO IX: Ya no estoy solo

-¿Por qué lo hiciste?... Apenas me conoces, no eres parte de mi familia… hace muy poco que nos conocimos, ¿por qué te has sacrificado tanto por alguien que no se lo merece?- Hemos decidido conversar en el cobertizo del patio, aquel lugar techado que nos protege de la fuerte lluvia que no tiene ánimos de amainar. Andrés se ha enterado de la verdad, que he trabajo todo este tiempo para el doctor Eguiguren con tal de pagar su preciada cirugía. –No sé… quizás porque me gustaría que en este mundo no se hicieran las preguntas que acabas de hacerme.- Respondo simplemente y es que es todo lo que mi cabeza limitada puede generar. Eso es lo que realmente deseo, todo sería mejor si nos ayudáramos los unos a otros sin importar razones, solo con la idea de hacer feliz al resto. El rubio está en lo cierto, apenas nos conocemos y supuestamente no debería cooperarle al punto que lo he hecho, solo que me nace hacerlo, anhelo con todo mi corazón que encuentre la vida que siempre ha querido, es lo único que me ha movido a trabajar todo este tiempo.

El chico queda mudo, me observa detenidamente como si quisiera decirme algo, solo que no es capaz de hacerlo. Le doy una palmadita en la mano, ya que no es necesaria ninguna palabra, soy feliz tan solo al tenerle a mi lado en esta noche de lluvia. Todo está oscuro y húmedo, tanto que nuestra respiración termina en vapor. El sonido de los tejados recibiendo las gotas nacidas de las nubes, ensordecen el ambiente, a la vez que me hipnotizan, como el dulce cántico de las sirenas. Siempre me ha gustado observar y escuchar, son las actividades que más aprecio. Mirar la creación, lo hermoso que es el mundo que me rodea, aunque disfruto especialmente el encontrar la belleza donde todos ven miseria. ¿No es el loto apreciado por crecer en el barro? Pues es eso lo que siempre he buscado encontrar. Escuchar las historias de quienes me rodean es como entrar en su propia alma, tomar por un momento su vida y actuar como ellos harían. Para mí no hay nada mejor que aquello.

De la nada siento un calor desconocido, uno que extrañamente invade todo mi ser, reconfortándome por completo. Andrés me abraza como un si fuese un pequeño niño asustado, buscando protección en los brazos fuertes de su padre. –Te quiero mucho…- Escucho su susurro en mi oído, como la más cálida de las brisas, reconfortante y vivaz. ¿Esto se sentirá ser un padre? Es lo único en lo que puedo pensar y es que el recuerdo de la bofetada de mi propio progenitor, sigue latente, como el dolor del golpe en mi mejilla. Inevitablemente pienso en todas las veces en que he hecho esto, abrazar y profesar mi amor a quien nunca me ha respondido. ¿Eso es importante? Claro que no, porque yo le querré por siempre, suceda lo que suceda. Si buscáramos una retribución al amar, simplemente nadie lo lograría.

En la noche no puedo conciliar el sueño, y es que durante el día ocurrieron tantos sucesos, que mi mente está ocupada tratando de retenerlos todos, buscando que no se escape ningún detalle. Me quedo en la sala, aquel lugar que tan bellamente ha arreglado Leandro, no pareciendo ya la casa de pobres que por siempre lució. Y es él mismo quien me asusta pasada la medianoche, buscando conversar. –Hablas dormido… cuando todavía dormíamos en el mismo cuarto, te oí decir que habías logrado un trato con el doctor ese… Así fue cómo me enteré.- Dice al rato, cual psíquico pudiendo leer mi mente. Claro que quería enterarme de la forma en que el petizo supo de mi secreto. –A veces hablabas tanto, que no me dejabas dormir.- ¿En serio? ¿Él diciéndome eso? Si fue por su culpa que pasé noches enteras en vela, debido a sus molestos ronquidos.

Antes de irme a acostar al sillón, voy a mi cuarto, para cerciorarme que David se encuentre bien y que no necesita de más cuidados. Al abrir aquella puerta me encuentro con la peor de las escenas, a un niño delgaducho encaramado en el marco de la ventana, apenas pudiendo su cuerpo enfermo, intentando huir del lugar donde busco protegerlo. Sus ojos aterrados me demuestran que no esperaba mi llegada y es que entré en el momento justo para impedir que se marchara. El dolor latente de la bofetada que me dio don Carlos no puede compararse con la conmoción que aquel muchacho me provoca en este momento. ¿Quién se cree? ¿Acaso piensa que puede sobrevivir por su cuenta en medio del vendaval que se gesta afuera?

En lo más profundo de mi ser se gesta un sentimiento horrendo, uno al cual siempre he temido y que muy pocas veces dejo salir. El enfado me invade por completo, nublando mi mente y mis actos. Corro hasta la ventana para tomar a David e impedir que huya, que se exponga de manera tan negligente. Solo me percato de lo que he hecho, cuando mi mano se entibia debido al contacto tan brusco. Le he abofeteado y al ver el rostro descompuesto del muchacho, soy capaz por fin de deshacerme de aquella ira impertinente. –Quien ayuda no lo hace solo para hacer sentir bien a otro, sino que también por egoísmo… ¿Acaso quieres entristecerme con tu partida? ¿No ves que sería feliz al verte mejorar?- Pronuncio mientras intento introducirme en su mirada, esa que por tantos años se ha encontrado perdida, sin un rumbo que seguir. Finalmente desiste de la huida, por lo que le cambio de ropa y le acomodo en la cama para que siga en reposo, para que pueda recuperar fuerzas. Espero que no vuelva a hacer algo como eso, realmente sufriría mucho sabiendo que ha regresado a vivir a la calle.

Sin dormir nada, me dirijo a la consulta del doctor Eguiguren. Allí paso las primeras horas de la mañana, limpiando los pisos y sacudiendo el polvo de los muebles. Al tiempo llega Carlota, con quien puedo reír y jugar libremente, sintiendo la dicha que todo niño experimenta y que yo vengo a conocer recién a mis treinta años. Mi sobrina se esconde mientras yo debo buscarla. Veo detrás del gomero, de los sofás, en algunas oficinas desocupadas y aun así no la encuentro. -¡Me rindo! Sal de dónde estés…- Grito en los pasillos cuando me percato que no podré ganar la partida.

-Nunca pensé que luego de años seguirías dándome vergüenza…- Un fuerte escalofríos invade mi cuerpo por completo, como si el mismísimo demonio estuviese detrás de mí. Atemorizado volteo, encontrándome con los ojos más poderosos que he contemplado en mi vida, con una energía tal que logra derribarme por completo. El pavor va dando paso lentamente a la pena. No… aquel no puede ser el niño con quien me crie, la frialdad que emite no puede pertenecer a mi hermano. No es necesario que actúe, ni siquiera que siga hablando, a lo lejos ya puedo comprender en lo que se ha convertido. Su alma está tan corrompida y sucia, que el solo tenerle cerca me provoca miedo. –Escúchame pedazo de mierda… Quiero que te vayas ahora mismo de aquí y que olvides que alguna vez nos volviste a encontrar… Ni tú ni aquel par de ancianos inservibles van a destruir todo lo que hemos conseguido con tanto esfuerzo… ¿Entendiste imbécil?- Me paralizo tan solo al sentir sus grandes manos en mi cuello, apretándome como si fuese la más repugnante de las bestias. No, este energúmeno no puede ser mi Orlandito… Soy incapaz de creerlo.

Trato de encontrar mi voz y explicarle que no puedo irme, que debo pagar la operación de Andrés, que no tengo intenciones de contarle a nadie cuál es su verdadero origen, solo que no toma en cuenta ninguna de mis plegarias. –Cada segundo que pasas cerca de Rodolfo es una amenaza. Eres tan estúpido, que puedes decir que somos hermanos sin querer… No me arriesgaré a que suceda eso… Te  lo diré una sola vez, y espero que te quede claro. Si no te vas por las buenas, tendré que forzarte a hacerlo… ¿Acaso quieres que me desquite con tus padres? ¿Quieres verle sufrir?- Y en ese momento todo mi mundo se paralizó. Ahí estaba, quien es mi propia sangre, diciendo que dañaría a nuestros papitos solo con la intención de verme lejos. Lloro por la crueldad de este ser, aquel que por tantos años adoré como al mejor de mis hermanos. –Tengo un amigo que tiene un asilo de ancianos… Uno tan bueno, que casi todos los viejos terminan en el paraíso… No querrás que te declare interdicto y me haga cargo yo de tus padres ¿verdad?- Susurra finalmente, apretando mi cuello aún más, logrando que salgan de mis ojos las últimas lágrimas. ¿Quiere verles muertos? ¿Eso es lo que me acaba de decir? ¿Si no dejo de ayudar a Andrés lo enviará a un asilo hasta la muerte?

-¿Tío? ¿Por qué le haces daño a Ale?- Y a quien estaba buscando aparece detrás de aquel enorme jarrón, ese frente a nosotros, aquel desde donde se puede ver y oír todo lo que ha sucedido. Entre lágrimas veo a la pequeñita de mis sueños, por quien también me alegro mañana tras mañana al saber que vendré a este consultorio. Carlota nos observa asustada, temerosa ante tanta violencia. Con sus ojos chiquitos y esas apretables mejillas me ve humillado, forzado a retirarme cuando lo único que quiero es jugar con ella. La mano de Orlando se relaja y abandona mi cuello, lo que aprovecho para correr a los brazos de mi ángel, abrazarla tan fuerte como pueda y recordar aquel calor tan amigable. Ya nunca más podré volver a verte, no escucharé más tu risa, y es que no puedo poner en riesgo la vida de mis papitos. Espero que algún día me puedas perdonar por tanta debilidad. –No llores…- Susurra la niña mientras me acaricia el cabello. Nunca pensé que me sentiría tan seguro en los brazos de quien es tan menuda. ¿Cómo es posible que yo siendo tan grande necesite tanto de la compañía de alguien tan pequeñito?

No logro estar mucho tiempo así y es que mi hermano mayor nos separa. –No es bueno que le sigas viendo… es alguien muy peligroso, sobrina.- Dice antes de llevarse a Carlota, aun cuando ella no desea retirarse. Le veo alejarse, siendo prácticamente arrastrada a ello. Sus ojitos se repletan de tristeza, la misma que le vi cuando le conocí, cuando estaba sola detrás del sofá. –Te amo…- Muevo mis labios con tal que ella me entienda, justo antes de perderla de vista allá a lo lejos, luego de un largo pasillo. Ya no me queda de otra más que marcharme, sepultar los anhelos de Andrés y la bella sonrisa de mi adorada sobrina.

~*~

Simplemente no voy a trabajar al centro comercial, no tengo ánimos como para ello. Tras dejar mis utensilios en el cuarto de aseo, abandono el edificio donde se encuentra la consulta del doctor Eguiguren, sin despedirme de nadie y con la cabeza gacha. No conozco el barrio acomodado y sin preocuparme de ello, camino por sus calles sin pensar, simplemente dejándome guiar por mi instinto. Al rato me percato que estoy perdido y ni siquiera me importa, porque mi alma ya se encontraba a la deriva. ¿Qué me duele más? ¿Qué mi hermano se haya convertido en un demonio? ¿Qué sea capaz de dañar a sus propios padres? ¿Qué no pueda cumplir el sueño más grande de Andrés? ¿Qué no pueda ver más a Carlota? Todo es tan triste, y es que tengo la culpa de todo, como siempre ha dicho mi papito, todo lo que toco siempre se convierte en mierda. Si no puedo ayudarme a mí mismo, ¿cómo puedo pretender hacerlo con lo demás?

En medio de aquellos edificios de cristal me encuentro con una pequeña plazoleta, coronada con un vetusto álamo, uno tan antiguo que apenas puede soportar el peso de sus ramas. Debajo de su sombra me acurruco, cerrando los ojos e intentando olvidar todo lo ocurrido. Ya no quiero nada más, sería tan feliz si fuera como este árbol, dejándome mecer por el aire y sin preocuparme por nada más que no sea los rayos del sol. La brisa es fría y congela todos mis pensamientos.

Mis hermanos fueron invitados a un cumpleaños y yo me alegro porque podré jugar. Me coloco la única camisa que no tiene enmendaduras y los pantalones que Orlando dejó de usar el año pasado. Mojo mi cabello con tal de bajar esos pelos que siempre se levantan, me veo en el espejo y me encuentro guapo… Corro hasta la puerta para irme con ellos, solo que sus rostros demuestran otra cosa. Me dicen que me tienen una sorpresa, que me han comprado un nuevo juguete y que debo ir al armario para encontrarlo. Alegre corro hasta allí y una vez envuelto en la oscuridad de aquel mueble, sus puertas se cierran y quedo atrapado en la nada. Por más que grito nadie me ayuda y debo resignarme a que nadie me socorrerá… nunca. De la nada apareció mi salvador, el único amigo que tuve, ese con cual jugaba todas las veces en que me encerraban en el armario. Me escuchaba y reía conmigo, inventábamos mundos nuevos, ante él no era feo ni estúpido, simplemente éramos amigos. Él me salvó de la soledad… Alberto siempre estaba ahí.

Lentamente abro los ojos, mis sueños se desvanecen debido a los gritos. Todo es confuso y no logro entender qué sucede a mi alrededor. Poco a poco recuerdo el lugar donde me encuentro y por ello percibo extrañas esas voces, ¿qué hacen aquí? -¿Estás bien? ¿No te pasó nada? Estábamos preocupados…- Es lo que Andrés me dice desesperado, zamarreándome fuertemente. Sus ojos perturbados es lo primero que diviso, pero no está solo. Mientras abro más los ojos, me entero que también está Leandro y David, quien parece mucho mejor que ayer. -¿Te asaltaron? ¿Te golpearon? ¿Por qué no llegabas a trabajar?- Pregunta ofuscado el petizo, como si fuese un policía interrogando a un ladrón. Recién en aquel momento me percato lo tarde que es, porque la noche ya ha caído. ¿Estuve durmiendo bajo el álamo toda la tarde?

Mientras me ayudan a levantar, me comentan que el rubio me buscó en el centro comercial durante el mediodía, quería hablarme, solo que al enterarse que no había asistido a trabajar, se preocupó mucho. -¿Por qué no tienes un celular?- Me recrimina en medio del relato. Como no podían contactarse conmigo, decidieron venir a este barrio para recabar pistas. Así buscaron por largas horas, hasta que David me encontró durmiendo debajo de aquel árbol. –Este chico es muy porfiado, todavía tiene fiebre y aun así quiso venir a buscarte…- Le acusó Leandro, logrando que el muchacho se ruborizara debido a la preocupación que sintió por quien simplemente conoció ayer.

Caminamos hasta la parada de autobús, mientras les invento una excusa. –Es que… estaba aseando un laboratorio médico y sin querer, rompí una máquina muy costosa con mi escoba… Sí, eso… El doctor Eguiguren se enojó mucho y me dijo que ya no iba a operar a Andrés… Lo siento mucho, yo quería ayudarte, pero como siempre arruino todo…- Me detengo de golpe al recordar que le he fallado a mi niño. La razón no es la real, aunque el resultado sí, ya no podré pagar por su cirugía, si lo hago serán mis padres quienes perezcan. No quiero llorar de nuevo, solo que la congoja me invade inevitablemente. –Sin ti seguiría siendo María, viviría en la calle, no tendría amigos y sufriría por creer que nací defectuoso… ¿Qué has arruinado? Todo lo que tengo es gracias a ti y ya no puedo pedir más… Cambiaste mi vida y siempre te lo agradeceré… Ahora deja que sea yo mismo quien luche por sus sueños.- Me consuela el rubio, entregándome esa sonrisa tan hermosa, esa que brilla aun cuando sea noche.

-Tú ya sabes lo produces en mí… Nunca antes había sentido lo que era el amor y aunque solo pueda acompañarte como un amigo, soy feliz por dejar que te proteja y que te vea todas las mañanas…- Sigue Leandro, mirándome de aquella manera que no me permite odiarle, esa misma que hizo cuando me entregó mi primer beso. Mi pecho no puede estar más lleno, de encontrarse completamente vacío, de repente se repleta gracias a ellos, quienes tan solo con su presencia me han devuelto a la vida. –Yo… tú…- David intenta hablar, solo que no puede, no encuentra las palabras necesarias y simplemente, se decide por abrazarme, por apretarme con aquellos brazos tan delgados. –Que lanzado eres… yo también quiero…- Fingiendo molestia, el petizo aprovecha para abrazarme. –Ah… entonces yo también.- Andrés es el último en unirse a aquella unión múltiple, todos simplemente me expresan de esa manera lo mucho que me quieren. ¿Pueden creer que he dicho eso? Pues ahora me doy cuenta que es verdad, hay gente que me quiere y se preocupa por mí, que aunque no son de mi familia, quieren estar a mi lado para sonreírme, regañarme cuando cometa errores y felicitarme cuando cumpla mis metas. En medio de aquel calor que jamás se escapará de mi corazón, me doy cuenta que ya no estoy solo.

~*~

-Quiero saber qué es lo que realmente siento por Ángela, por eso la he invitado a pasar el fin de semana a la playa… Y como sé que no conoces el mar, también quiero que vayas tú.- Es lo que me dijo el viernes Andrés, impresionándome debido a la noticia. Salté por toda la casa, dichoso porque por primera vez vería el océano. ¿Pueden creer que a mis treinta no lo conozco?

Las cosas se han tranquilizado un poco, ahora puedo dormir más y el tiempo que me sobra, lo ocupo para buscarle un colegio a David. Ahora compartimos cuarto y es que mi papito terminó aceptándolo, aunque claro, tuvo que ser luego de un reto de mi mamita. Cada vez que veo al muchacho me alegro y es que su semblante ha mejorado mucho, ha recuperado un par de kilogramos y el color le ha vuelto a la piel. Para serles sincero, es bastante inteligente, tanto que ha sorprendido incluso a don Carlos. ¿Saben? Últimamente me da la impresión que de las tres personas que han ido a vivir a nuestra casa, mi padre se está encariñado por fin con uno, con el joven que le ha ayudado en las tareas del hogar.

Esta mañana es el gran día, por fin nos iremos de viaje y conoceré el mar. Salgo con mi mochila, donde he dejado un par de mudas de ropa, un par de golosinas y mis documentos. Solo al salir de casa me percato que si voy a la playa me convertiría en el mal tercio, en el chaperón en medio de mi niño y la castaña. ¿Qué hago? Si solo voy a estorbar. –Claro que no lo harás, si ya pensé en eso… por eso invité a Leandro también.- Me responde Andrés ante mis dudas, justo cuando el petizo hace su aparición, ya con su traje de baño puesto y una chaqueta encima. No creerá que se pueda bañar ¿verdad? Porque es invierno y todavía hace frío.

Finalmente los cuatro abordamos el bus en dirección a un pequeño pueblo costero. Tras cada kilómetro que nos acercamos me emociono más y más, porque conocer el océano es uno de mis grandes sueños desde que era niño. –Es tan grande que no puedes verlo todo… ¿Sabes que es bueno? Beber el agua de mar, es muy rica… te la recomiendo.- Me dice el ex esposo de Margarita, a quien le ha tocado el asiento a mi lado. El día de hoy me parece hasta más simpático. Recodaré sus consejos y los pondré en práctica cuando lleguemos a aquel lugar tan hermoso. -¿Y nos podremos bañar? Si es invierno, debe estar muy fría el agua.- Le pregunto ante mi duda y es que cómo anda con el bañador puesto desde que salimos… -Claro que no, el mar se comporta de otra forma… en verano es frío y en invierno es cálido… ya verás cómo te gusta… Si no traes traje de baño, puedes ingresar con ropa interior…o des… des… nudo- Ya sus últimas frases me hacen recordar con quien hablo y es que lo pervertido le sale hasta por los poros. Obvio que no me verá en ropa interior, prefiero utilizar una bolsa de plástico antes.

¡Lo odio! Les juro que odio a ese petizo de espalda peluda, porque cuando se sacó la polera me di cuenta. ¿Pueden creer que me mintió? No resistí ni dos segundos en la playa y es que el agua estaba gélida, tanto que creo que aún tengo hielo en los pulmones. Y para qué hablar del sabor del mar, nunca había probado algo tan salado. ¿A quién se le ocurrió echar tanta sal en la playa? Me arruinaron el sueño de infancia. Aunque tampoco debo alegar tanto, en realidad  el océano es hermoso, cuando me bajé del bus y lo tuve en frente, cuando el viento marino tocó mi piel morena, me sentí purificado, liberado de mil años de ataduras. ¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin conocerle? Aun cuando debía pegarle a Leandro, estaba tan relajado con la brisa del mar, que no fui capaz. Sin embargo, es cosa que regresemos a la ciudad para que me acuerde que debo vengarme.

Nos quedamos en un hostal, uno muy barato porque somos pobres y para mi mala suerte, Andrés decidió que debía compartir cuarto con el petizo. Claro, nuevamente tener que soportar sus ronquidos. –Si quieres podemos compartir cama… hace mucho frío para dormir sin compañía…- Me insinúo el muy descarado cuando nos fuimos a dormir. –Prefiero congelarme…- Le respondí. Lo siento, sé que es una buena persona y todo eso, solo que  me genera cierto rechazo, es algo más fuerte que yo.

Como lo presagié, no pude conciliar el sueño y decidí ir a conversar con los demás. Tampoco era tan tarde y no creí que interrumpiría nada, por lo que toqué a su puerta. Esperé prudentemente a que uno de los dos apareciera, pero nada de eso ocurrió. Toqué nuevamente sin tener resultados favorables. ¿Habrá sucedido algo? Comencé a preocuparme y me decidí a abrir la puerta. Para mi suerte estaba sin cerradura e ingresé sin hacer mayor ruido. ¡Madre mía! ¡Ojos Santos! ¡Patitas para qué las quiero! Siempre me pregunté cómo tenían relaciones sexuales las distintas parejas. Primero supe que los heterosexuales interactuaban con sus genitales, eso ya lo saben. Luego, cuando escuché eso de “dar por el culo”, me enteré que los homosexuales intimamos normalmente de forma anal. ¿Y las lesbianas? Y es que ninguna tiene pene, así es que aun cuando tengo treinta no podía comprender su mecanismo. Bueno, eso era antes de entrar de improviso al cuarto de Andrés, porque lo encontré con Ángela… ustedes saben… ambas en una cama, desnudas… besándose… y ahí comprendí que no necesitan de un falo… porque tienen dedos. –Ups… no vi nada…- Dije avergonzado antes de cerrar de golpe la puerta e irme a mi cuarto. No dormí nada y es que esa imagen quedó grabada en mi mente.

Así es que como no pude dormir nada, nuevamente, decidí salir a caminar por la playa al amanecer. Esto es lejos la postal más hermosa que he presenciado. Jugueteo con las olas, llevando mis pies descalzos. Todo es magnífico, idílico, y aun así, vienen a mi cabeza los recuerdos de aquel día, de la amenaza de Orlando y la tristeza en los ojos de Carlota. Mi corazón se comprime, me pierdo en la inmensidad de mi complejidad cuando de pronto, salgo a flote gracias a una verdad, a una revelación que llega a mí de pronto… Alberto.

Ese día soñé con mis vivencias pasadas, con esas largas tardes que pasaba a solas con mi amigo imaginario, con ese que me daba la felicidad que no encontraba en ningún otro lugar. ¿Por qué se llama de la misma manera que mi amado? ¿Será casualidad? Es evidente que no, que Andrés tenía razón cuando me encaró y que todo ha sido producto de mi soledad, que tanto el niño de mi infancia como del que me enamoré en la adolescencia son falsos, ideados por mi necesidad de afecto. ¿Puede haber otra respuesta? Ya no puedo negarlo, huir de esto significaría seguir alimentando una farsa.

-¿Qué haces aquí?... ¿Estás llorando?- Me encuentro de frente con Leandro, quien parece que me ha estado buscando al no encontrarme en el cuarto del hostal. ¿Y qué siento por él? ¿Será que inconscientemente le rechazo al saber que me he enamorado? Le contemplo a lo lejos, mientras se acerca lentamente. En ese momento, solo ahora, me percato cómo late fuertemente mi corazón cada vez que le tengo cerca, lo nervioso que me coloco al hablarle y lo feliz que soy al saber que tras llegar a casa podré discutir con él, verle sonreír alegremente mientras juguetea conmigo. Es real, me ha cuidado todo este tiempo y ya no puedo negarlo… me he enamorado de Leandro. Cuando le tengo en frente y mientras sentimos cómo el sol comienza a aparecer en el horizonte del océano, me decido a dar el primer paso y le beso sutilmente, entre temeroso y apasionado, buscando comprender por qué le amo. 

Notas finales:

Nos leemos!!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).