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Somos Hermosos por jotaceh

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Notas del capitulo:

Hola a todos!!! espero que se encuentren bien y que todos sus sueños se estén cumpliendo!!!

 

Aunque me retrasé un poquito, aquí les traigo un nuevo capítulo!!! espeor que les guste... o que por lo menos no sea demasiado traumante e.e

Bueno, como les había dicho, comencé a trabajar!!! y aunque me he cansado porque tengo que viajar mucho, el trabajo no ha sido tan dificil... porque en realidad no he trabajado, solo he estado en capacitación jajajajaj ahora esta semana será la verdaderamente dificil, tendré clases en las tardes y moriré, porque apenas podré comer :( recen, oren, invoquen al demonio, hagan una manda, vendan su sangre, por mi.... :( pidanle a sus santos que me vaya bien... :( ahora si que tengo un poquito de miedito e.e espero que no me den trabajo muy difícil D:

 

Bueno, eso... cuidanse!!!!

CAPITULO XI: No hay luz al final del camino.

¿Saben? El otro día me vi al espejo y vi mi nariz más pequeña, mi piel más tersa, mi cuerpo más delgado, mis ojos más grandes mientras que mis labios más carnosos. Ya no era el adefesio que solía contemplar a diario, sino que alguien nuevo, un sujeto más atractivo. No es que me haya hecho un tratamiento estético, ni mucho menos una operación, sino que las palabras de amor de Leandro han calado hondamente en mi corazón. –Eres el ser más hermoso que ha pisado la tierra… Me gustaría pasar a tu lado el resto de mi vida… ¿Cuándo me darás tu flor?- Ok, lo último que recordé que me dijo no es para nada romántico. ¿Por qué está tan impaciente? Yo todavía no quiero tener relaciones sexuales, me da un poco de pánico toda la mecánica que me han contado. ¿Y si sucediera un incidente bochornoso? No, no quiero traumatizar a nadie, mucho menos a quien tanto amo.

Jamás me había sentido tan vivo, con tantas energías y ganas de vivir. Hemos ido a tomar helado, a caminar por la plaza, me ha comprado ositos de peluche, corazones de chocolate, flores de múltiples colores y un sinfín de otras pequeñeces que me alegran innegablemente. Si bien todo ha sido muy rápido, siento como si esto fuese el inicio de una historia sin fin, porque… aunque en un principio no quería reconocerlo, creo que quiero pasar el resto de mi vida con Leandro. Tal vez me estoy precipitando, apenas llevamos un mes de noviazgo, solo que todo es tan hermoso, tan perfecto, como nunca antes había experimentado, que no deseo que se acabe. ¿Y si nos casáramos? Él tiene esposa, solo que podría solicitarle el divorcio… o que trágicamente se coma un pedazo de carne envenenada, muriendo como sucedió con mis perritos. No, nunca me atrevería a quitarle la vida a alguien, aunque sea la desgraciada de Margarita.

-El piso está sucio… las mamparas quedaron impregnadas con la grasa de tus dedos… ¿Esa es una telaraña?... ¡Limpia mejor, inútil!- Es lo que acabo de escuchar a mi espalda. Resulta ser que doña Petronila está más estricta de lo normal, tanto que cada acción que realizo la encuentra defectuosa. Tengo que volver a realizar mi labor, aunque según mis estándares, todo había quedado perfecto. No me enfado, y es que el estado de adormilamiento amoroso en el cual me encuentro, provoca que todo lo vea color de rosas, incluso los insultos y gritos que mi jefa me dirige todos los días. ¿Qué le estará sucediendo? Nunca ha sido amable, solo que antes por lo menos no me regañaba con tantas ganas, ni mucho menos tan seguido. ¿Tendrá problemas? -¿Y a ti qué te importa? Métete en tus asuntos…- Es lo que me responde justo después de preguntarle. Quise saber para poder ayudarla, posé mi mano sobre su hombro para reconfortarla, solo que nada resultó como quería. Si ella no busca ayuda, supongo que no puedo hacer nada para remediar su sufrimiento. Sigo con mi trabajo pensando en doña Petronila, nunca me ha gustado saber que alguien sufre a mi alrededor.

Limpio los azulejos del baño, cuando escucho unos murmullos insistentes. -¿Cómo se le ocurre entrar aquí?... Es una desvergonzada… ¿No será de esos hombres que se visten de mujer?... ¿Buscará sexo en los cubículos?- Los hombres a mi alrededor quedan impresionados al ver que una señorita de larga cabellera rojiza se lava la cara en el tocador especial para varones. Pronto me quedo mirándola también, haciéndome las mismas preguntas que escucho incesantemente. –Ay primito, qué bueno que me encuentro con alguien conocido…- ¿Qué? ¿Por qué me está hablando? Odio que me miren quienes me rodean y ahora resulta que los hombres del baño se congregan a ver a la pelirroja que se acerca para abrazarme cordialmente. Me quedo perplejo ante sus actos, y es que no recuerdo tener una prima con esas características. –Ay mensito, soy Noah… ¿No me reconoces? Es que no he encontrado trabajo y me contaron que estaban recibiendo a chicas para ser promotoras en los supermercados… ¿Por qué solo mujeres? ¿No pueden contratar hombres? Ellos me obligaron a vestirme de esta manera, solo que se me ocurrió sentarme con las piernas abiertas y notaron que debajo de la falda había un pene… Se me olvidó ocupar ropa interior… Un pequeño detalle…- Dice el chico de cabellera azul tras sacarse la peluca. ¿Cómo puede estar tan desesperado por laborar? Él está realmente loco, hasta me da un poco de miedo.

Luego de cambiarse a su ropa normal, le comento a Noah que están recibiendo gente para trabajar como barrendero en el centro comercial, estaríamos juntos todo el día. –Claro que no, no nací para eso… Soy demasiado glamoroso para rebajarme. No es que te esté menospreciando, solo que mi piel es muy delicada…- Responde un tanto asqueado el pobre. Supongo que tiene razón, somos pocos los que somos capaces de soportar el hedor de la basura y la poca educación de la gente. Y yo que quería tener un compañerito de labores, tendré que seguir barriendo solito.

Como ya quedaba poco para terminar mi turno, me fui en el autobús acompañado de mi primo. Le veo un poco incómodo al estar tan apretujado, rodeado de personas desconocidas que ocupan cansados su metro cuadrado. –Si quieres trabajar en la capital, tendrás que acostumbrarte a estar siempre así…- Le comento en un momento en el cual podemos platicar. Noah me observa un tanto desanimado, como si recién ahora se diera cuenta de cómo se vive realmente en esta ciudad tan grande, especialmente para nosotros los pobres, que vivimos tan lejos de todo. -¿Tú sabes si Leandro puede comprarse un auto?- Escucho de pronto, quedando atónito ante la pregunta, y es que nada puede venir bien luego que el de cabellos celestes diga el nombre de mi amado. ¿Y a él qué le importa el dinero que tenga? Es mío y de nadie más, así que ni se le ocurra imaginar si quiera en coquetearle. Estoy ofuscado, tanto que podría golpear a quien se supone es mi pariente. –No sé… lo dudo.- Respondo secamente, para que se dé cuenta de lo enojado que me encuentro. ¿Ven lo que me provoca? Estoy fuera de mis casillas, levanté dos tonos mi voz, parezco un soldado iracundo en medio de la guerra. Estoy descontrolado, ¿qué haré pronto? ¿Morderle el pelo?

Intenté calmarme en lo que quedaba de viaje, es decir, durante toda una hora. Al llegar a nuestro paradero, como por arte de magia, o destino del demonio, nos encontramos justo con Leandro. ¿Pueden creer que el muy malvado de Noah le sonrío a cada rato? Caminábamos juntos los tres, obviamente yo al medio, y aun así parecía que sobraba, solo conversaban ellos dos. –Pero que anécdota más divertida… Y cuéntame, ¿qué es lo que más te gusta en un hombre?- Pronuncia mi primo de la nada, sin siquiera tener un poco de tacto con respecto a su orientación sexual. –Bueno… a mí… me gusta que sean tiernos, alegres… que se preocupen de los demás…- Responde Leandro mientras me observa a mí. Si es tan lindo, por un momento olvido que está a nuestro lado la otra cosa. –Que coincidencia, yo soy justamente todo lo que buscas…- Interrumpe de pronto el mal tercio, osando a llevar sus sucias manos a la camisa de mi petizo, guiñándole luego el ojo y usando un tono tan… tan… de hombrezuelo barato.

¿Quién se cree? ¿Acaso no se da cuenta que Leandro está enamorado de mí? Si es tan obvio. Me gustaría decirle que somos novios, solo que no podemos, lo más probable es que se lo cuente a mi papito y él nos rechace. No quiero volver a desilusionarle, ya no podría resistir que me observe con asco una vez más, porque ahora lo que he hecho, se ha convertido en lo más hermoso que he experimentado. Por eso no puedo permitir que Noah nos delate, aunque tampoco le dejaré el camino libre con mi amado, eso ni pensarlo. De la nada escucho un gritito, uno un tanto débil que se pierde en la fría noche. Resulta ser mi primo, a quien le ha dolido el piñizco involuntario que le he regalado. –Lo siento… pensé que era mi trasero, es que creo que me ha mordido una pulga…- Sonrío un tanto incómodo. ¿Cómo mis manos se mueven sin darme cuenta? De reojo veo cómo mi novio se muerde le lengua para no reírse.

Durante la cena, observo detenidamente las manos del sujeto de cabellera celeste, ya que como justo se ha sentado al lado de Leandro, temo que utilice sus dedos para realizar quizás qué trabajo. –Mañana hay reunión de apoderados y quería saber si puedes ir…- La voz débil de David interrumpe la comida, un tanto avergonzado producto de su petición. Por un momento olvido al mal hombre que intenta robarme a mi novio, para emocionarme con el brillo en los ojos de mi pequeño. –Claro que sí, estaré orgulloso de ir…- Le respondo sonriendo a más no poder y es que acaba de hacerme sentir como si fuera su… padre. Siempre me he preocupado de mis papitos debido a lo mucho que me han entregado, gracias a ellos tengo vida, y jamás me había preguntado cómo sería tener mis propios hijos. Ahora que lo pienso, tanto con Andrés como con David he sentido aquel calor protector, aquella necesidad imperante de verles feliz, de sacrificarme con tal de no provocarles ninguna tristeza. No tienen mi sangre, ni mis rasgos, sin embargo, están tan dentro de mi corazón, que nada de ello hace falta para amarles como si fueran mis retoños.

Luego de lavarme los dientes, me dirijo hasta mi cuarto. Como se me ha hecho costumbre, me despido de David que duerme en la cama de al lado. Cuando me agacho para acariciar su frente, me doy cuenta que su piel está un poco avejentada y que tiene más vellos que de costumbre. -¿Qué haces tú aquí?- Pregunto sorprendido al percatarme que se trata de Leandro. –Bueno, cambié de cama porque tengo miedo que Noah me viole en la noche… ¿Te molesta que esté tan cerca de ti?- Sonríe pícaramente el petizo, demostrándome que se ha dado cuenta lo mucho que me enfada que mi primo le coquetee. Finalmente pasamos un largo rato, cada uno en su catre, conversando distendidamente, de cuanto tema se nos pose enfrente.

-Quiero contarle todo a tu padre, me gustaría que aprobara nuestra relación…- Dice de pronto, impresionándome a tal punto que me caigo del colchón. ¿Qué? ¿Está loco? Si es obvio que mi papito no nos aceptará y no dejará que sigamos con esto. –Ya no aguanto más el tener que escondernos, quiero que vivamos nuestro amor como cualquier otra pareja normal.- Insiste, logrando que todo lo que cené se revuelva en mis entrañas. Esto me supera, tirito solo al imaginar el rechazo que don Carlos nos dará, los gritos que resonarán en cada pared de la casa. –No… le conozco y jamás accederá a aceptar lo nuestro… Por favor no hagas esto, nada bueno saldrá…- Le suplico que se retracte, el miedo me invade, nublándome la visión y todo otro sentido. –Hay pasos que debes dar, de lo contrario nunca podrás avanzar y te quedarás pegado en esto que has construido… por miedo.- Leandro me levanta del suelo con la única intención de convencerme. Acaricia mi cabello y con su calor me reconforta, me da la fortaleza que siempre me ha hecho falta. No sé si sea buena idea, si tal vez me arrepienta luego, pero termino por aceptar su petición. Mañana, luego de la reunión de apoderados de David, les diremos a mis padres sobre nuestro amor.

Durante toda la jornada de trabajo pienso en la reacción de mi papito cuando se entere que estoy enamorado de Leandro. Aunque sé que nada bueno saldrá, tengo la esperanza que el poder de este sentimiento logre un milagro. ¿Podría elegir entre mi padre y mi novio? Claro que no y es que a ambos los quiero del mismo modo. Deseo seguir contando con los dos para siempre, que seamos felices sin importar las diferencias. ¿Tan difícil es anhelar eso? ¿Tanto que es imposible?

Subo las escaleras para ir al tercer piso del centro comercial, tengo que trapear el piso de allí. No tengo muchas ganas, por lo que cada peldaño lo piso lentamente, hasta quedar completamente detenido, no por mi desánimo, sino que por encontrarme con una imagen impensada. –Te dije que me dejaras en paz… Nunca te perdonaré, eso que te quede en claro… Destruiste mi vida y ahora, aunque vendas las pertenencias que te quedan, no podrás conseguir mi perdón.- Grita enfurecida doña Petronila, histérica ante un hombre que no alcanzo a divisar. Están ambos escondidos en medio de la oscuridad de la vía de evacuación. No muchas personas transitan por aquí, solo los que limpiamos usamos este camino de vez en cuando. Por lo que alcanzo a escuchar, el tema es bastante delicado, un asunto que daña profundamente a mi jefa. ¿Será esta la razón por la cual ha estado más ofuscada de lo normal?

Debo esconderme detrás de un pilar con tal que la mujer no me observe y es que de la nada decide marcharse. Abre la poderosa puerta de metal, deteniéndose un momento debido a su peso, aunque solo basta ese pequeño segundo para poder ver cómo una lágrima cae por su mejilla. Por milagro no se percata de mi presencia. Me quedo paralizado detrás del muro intentando entender qué ha ocurrido y es que para que doña Petronila llore, debe ser algo sumamente doloroso.

-¿Qué haces aquí Janito?... ¿Acaso escuchaste algo?- Una voz conocida aparece a mi espalda, espantándome debido a que me ha descubierto. Volteo incrédulo, no pudiendo creer que aquel hombre esté justamente aquí. Allí le veo, con sus prendas rasgadas, sus cabellos amarillentos debido a la suciedad y su piel arrugada producto de su edad. ¿Por qué don Jacinto está dentro del centro comercial? Siempre le veo afuera, jamás se ha atrevido a ingresar. Soy un tanto estúpido y me cuesta entender a veces, solo que ahora no puedo dejar de comprender que la persona con quien discutía mi jefa, es la misma a quien tanto he llegado a estimar. El mendigo a quien acudo para pedir consejos conoce a la anciana, tanto que ha logrado hacerla llorar. –No… acabo de llegar, tengo que ir al tercer piso. ¿Qué hace aquí?- Respondo intentando ocultar mi sorpresa, y es que he irrumpido en algo sumamente íntimo. No soy capaz de demostrar que he escuchado parte de su discusión y es que todo indica que ambos esconden un gran secreto.

Lo que me queda de trabajo y el camino al colegio de David, lo paso pensando en la relación que poseen ambos ancianos. ¿Cómo puede ser el mundo tan pequeño?  A los dos los conocí en lugares diferentes, y sin embargo, entre ellos ya existía una relación. –Estaba viendo las tiendas, me gusta ver sus colores…- Viene a mi mente la primera vez que me encontré con Jacinto. Él estaba en la entrada del centro comercial, viendo la gran extensión del lugar, embobado con la imagen. Le fui a hablar porque debía retirarse, seguramente los guardias de seguridad le echarían a patadas por andar vestido tan pobremente y yo no quería que eso ocurriera. Luego de ese encuentro, comencé a ayudarle para conseguir comida, poco a poco nos hicimos amigos. Esperen, pero… ¿qué estaba haciendo yo justo antes de verle? ¿Acaso no estaba siendo regañado por doña Petronila? Claro que sí, estábamos en aquella misma entrada. ¿Eso quiere decir que mi amigo la estaba viendo a lo lejos? Él estaba embobado con la imagen de mi jefa, mas no con la del centro comercial. Durante todos estos años Jacinto ha sabido que conozco a la mujer y aun así no me ha dicho nada sobre qué les une.

-¿Y por qué te regañó?... Quizás se siente sola al no tener familia… Las mujeres demuestran con enfado la tristeza… ¿En serio te dijo eso?... Ella es muy estricta…- Como por arte de magia, llega a mi mente todas las veces en que he platicado con el anciano a cerca de doña Petronila. Solo en este momento logro entender que siempre ha tenido cierto interés en lo que suceda con ella. ¿Cómo pude ser tan ciego? Estoy tan impresionado que por un momento olvido que he llegado al paradero del colegio y antes que el bus siga su trayecto, corro hasta la puerta. Por poco y me paso.

Olvido todo lo que ha ocurrido en el día, lo que descubrí sobre esos dos ancianos y sobre lo que pronto sucederá al contarles a mis padres que me he enamorado de Leandro. Ahora me concentro en mi pequeño, en entender lo que las profesoras dicen delante de todos los padres. –Le felicito, su hijo es muy inteligente, aunque le hacen falta muchos conocimientos debido a los años en que estuvo sin asistir a clases, debo reconocer que su ingenio es innato… Debemos intentar de enmendar el tiempo perdido y le aseguro que tendrá un futuro brillante…- Es lo que personalmente me dice una de las docentes. Mi pecho se infla de orgullo gracias a las cualidades que resaltan a David. Yo seré tonto, pero él no y me esforzaré para que logre desarrollarse. ¿Se imaginan que llegue a la universidad? Claro que sí, lo haré aunque tenga que trabajar veinticuatro horas al día.

Salto de la dicha camino a casa, y es que aquel pequeño me ha alegrado mucho. Estoy en eso cuando me encuentro con un bulto conocido. Allí está tendida en el suelo mi mamita, inconsciente debido a los efectos del alcohol. Me detengo para poder ayudarla a levantarse, si sigue a la intemperie podría pescar un resfriado. –No quería estar en casa… tu papá está furioso…- Dice mientras la ayudo a caminar. ¿Por qué estaría enojado? ¿Qué habrá sucedido? No debo esperar mucho para enterarme. Afuera de nuestra casa, encontramos a Leandro recogiendo sus prendas, las mismas que don Carlos lanza desde adentro. –Ya basta… he permitido demasiada degeneración bajo mi propio techo… Ahora se van todos. ¡Sucios sodomitas!- Grita el hombre, a la vez que comienza a botar también las cosas de Andrés.

Me apresuro con mi mamita para comprender qué ha sucedido. Me acerco a mi papito para tranquilizarle, pero lo único que logro es que me golpee tan fuertemente en el rostro, que caigo al suelo, empujando al mismo tiempo a doña Carmen. -¿Cómo pudiste? ¿No te cansas de avergonzarme? Estuviste riéndote de nosotros todo este tiempo, mientras te revolcabas con ese sujeto asqueroso… ¿Y así dices ser mi hijo? ¿Por qué no puedes ser como Orlando?- Sigue gritando mi papito mientras me sobo la mejilla. Veo de reojo a Leandro, quien ni siquiera puede retenerme la mirada. Debo suponer que él se ha adelantado y le ha contado todo a mi padre, quien reaccionó de esta manera tan agresiva. Intento aguantar el llanto, toda esa tristeza que me invade salvajemente.

-¡Hasta cuando! ¿Acaso no te das cuenta que el único de nuestros hijos que realmente nos ha amado es Alejandro? Orlando y Pilar nos olvidaron, les damos tanta vergüenza que ya ni siquiera nos llaman… ¿Por qué no puedes entender que él solo quiere ser feliz? ¿Por qué no le dejas amar a Leandro? Si no le hacen daño a nadie… ¿No ves que mientras haces sufrir a mi hijo también me lo haces a mí?- Interfiere mi mamita, quien apenas se levanta y mantiene en pie debido a la borrachera. Encara a su esposo, demostrando entre tristeza y ofuscación. De la nada la mujer comienza a caminar y se aleja de nosotros. –No vayas para allá… ¿qué haces, mujer? ¿Estás loca?- Grita don Carlos mientras persigue a su cónyuge. Todos quedamos callados, mientras vemos a los ancianos perseguirse mientras discuten. Poco a poco comienzo a levantarme, debo ir a ayudarles, de lo contrario podría ocurrir un accidente.

Mi madre se para en medio de la venida, con los brazos en alto, gritando desesperada, encarando a mi padre diciendo aquello que jamás he escuchado. -¿Por qué no puedes reconocer que nos equivocamos? Que rechazamos a uno de nuestro hijo sin razón, que nunca le dimos el amor que necesitaba y aun así se ha quedado a nuestro lado… ¿Crees que seguiríamos vivos si no fuera porque él nos ha cuidado? No sabes cuan sucia me siento… ni siquiera una perra hace con sus cachorros lo que yo hice con Alejandro… Era solo un bebé y yo… y yo… quise ahogarlo… Quisimos deshacernos de él porque nos estorbaba… Y ahora soy yo quien está demás… ¿Acaso debería morir?- La observo a lo lejos, sin poder moverme, sin poder comprender eso que dice, sin querer descifrar lo que ha revelado.

Todo el resto es confuso. Hay una fuerte luz a lo lejos, un chirrido ensordecedor, un claxon advirtiendo el peligro. Mi mamita sigue en medio, cerrando los ojos al ver llegar el camión. Mi padre corre para salvarla y es él quien recibe el golpe de la máquina. Un fuerte escalofríos invade cada centímetro de mi piel al ver a don Carlos envuelto en sangre, tendido en el frío pavimento. El mundo se vuelve oscuro, tenebroso y espeluznante. Cierro mis ojos para despertar de esta pesadilla, solo que cada segundo que transcurre me anuncian que nada mejorará, porque esto no es más que la realidad, la cruel verdad. 


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