"¡No eres nadie para..."
El sin fin de palabras agolpadas de acusación emitidas con asco empezó a hacerse distante y logré abstraerme hasta desaparecer ese profundo tono para encontrarme en los confines más privados de mi cabeza, algo que solo yo podía lograr.
Vamos, examinemos mi vida, un jugador de basketball de habilidades tan cuestionables como su estadía en un instituto de estatus social inapropiado para mi categoría y una afición desproporcionada por la lectura de novelas ligeras.
Pero el problema no era ser un pobre diablo de clase media alta en un colegio de niños con recursos semi ilimitados en el final de un partido perdido del que el nombre que dictaba mi camisa había sido campeón por cinco años consecutivos por obligación de un toca pelotas (sino dignidad y orgullo -sí aún se tiene después de conocerlo y sostener un diálogo manifestando su poca o nula coherencia-) sino, ser el capricho del ahora quebrado señor clishé con complejo de Dios con absolutismo, Akashi Seijuuro Por supuesto.
Mi pecado solo fue comentarle que no sería su pañuelo de lágrimas.
"¡Nadie!". Exclamó eufórico intentando convencerme de ello tras haber soltado un millón de argumentos inútiles a la fuerza.
Claro que justo ahora no era nadie. El pelirrojo perdido en Wonder algún lugar sentado en aquella banca era el maldito culpable de que cada jugador del Rakuzan me viera ahora a mí como poco más culpable que él, cuando en realidad todo el problema era que el equipo contrario no era gobernado por un tirano y nosotros si.
La terraza era un lugar tranquilo, los libros no me dejaban desear compañía, era en realidad invisible, ¿era aquello tan malo que tuvo que intervenir un fulano demente?
No recordaba haber pateado a ningún niño o haber molestado a alguna abuela, no le debía nada a karma cuando un enano que dudaba estaría en mi sección o mínimo en sexto grado se asomó a saludar con poco respeto sugiriendo cosas molestas y luego ordenándolas.
No era nadie y creí que no podía ser menos. No había nadie a mi al rededor y por eso creí que no podría sentirme más solo. Tenía el orgullo que cualquiera debe darse y me insinuaron que no lo merecía.
Fue un momento malo rodeado de personas que no tenían una descripción diferente y un paquete de basura al que tendría que amoldarme, y ahora, sentado allí con probables deseos de llanto se encontraba el sujeto que me empujó a eso actuando como sí alguien se lo hubiese hecho a él.
Él lo hizo, él se puso allí.
Perdí aquel año de mi vida, tragué el amargo sabor de boca lanzándole una mirada a Reo que pareció enviar el mensaje correcto, porque calló, estaba listo para decirle a ese maldito que se levantara, porque como a mí, nadie le tendería una palma sí el mismo no se alzaba, porque la lástima por sí mismo no solo le quedaba cínica e increíblemente más egocéntrica de lo común (sí acaso era posible), es que no era tolerable.
"Akashi" y alzó la cabeza.
Le diría su lugar.
Arco Mayuzumi