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Lolita por Shisain-chan

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Notas del capitulo:

En este mundo hecho de hierro forjado, de causas y efectos entrecruzados, ¿podría ocurrir que el oculto latido que les robé no afectara su futuro? Yo la había poseído, y ella nunca lo supo.


 


Nabokov

— ¿Así que el hombre que se hospeda  en tu casa  es un militar?

— Sí, Winry —respondió Edward.

El joven subía lentamente por uno de los árboles del patio trasero para alcanzar el frisbee que se había quedado atorado en una de las ramas.

Había pasado casi una semana y media desde la llegada del Coronel, pero pocas veces lo veía pues el militar siempre estaba ausente y llegaba a casa hasta entrada la noche. A veces Ed ni siquiera se daba cuenta de si su huésped dormía o no en casa pues su madre le dio una llave para que no se sintiera comprometido a pedir que le abrieran la puerta.

— Yo también seré militar, verás —decía Edward, subiendo un poquito más por el ancho tronco.

— ¿Un militar? Pero ni siquiera sabes trepar un árbol —exclamó, Winry.

Como si estuviera prediciendo el futuro, la ramita en la que Ed apoyaba su pie, se quebró provocando que el chico trastabillara.

— ¡¡Cuidado!! —gritó la niña.

Pero Ed ya se había sujetado de una rama y con el impulso de esta fue capaz de alcanzar el disco. Bajó dando un gran salto.

— ¿Lo ves? Te dije que podría —declaró Edward, mostrando en alto el juguete que representaba su gran hazaña.

— Vamos, Ed, es mi turno de lanzarlo.

Edward se lo entregó y ambos corrieron de regreso a la pradera para seguir con su juego.

El coche de la señora Elric se estacionó a un costado de la casa y la mujer descendió cargando una bolsa de víveres recién adquiridos. Sonrió a los dos niños que se acercaron emocionados al verla llegar.

— Buenas tardes, Winry. ¿Tus padres están en casa?

— ¡Hola, señora Elric! —respondió la pequeña rubia, agitando la mano—. Sí, mamá y papá están allí...

— Iré a saludarlos más  tarde.

La señora Elric dio la media vuelta dirigiéndose a la casa y en ese instante el Coronel Mustang salió por la puerta principal.

— Edward, dile a tu madre —susurró la niña.

Ed asintió como si se le hubiese encargado una misión muy importante.

— ¡Mamá! Espera un  segundo.

La señora Elric se volvió con paciencia.

Ed le soltó su petición como si fuese la más esencial de las cosas.

— Llévanos ésta noche a la feria.

La mujer sonrió dulcemente, con un gesto maternal.

— Por supuesto.

Edward y Winry dieron un brinco de felicidad. De pronto la mirada de Edward se posó  al Coronel que había tomado asiento en la banca del porche para leer. El hombre no reparaba siquiera en la escena, pues los negros ojos permanecían fijos en el libro. .

— ¡Mamá! —exclamó Edward—. Que el Coronel nos acompañe

Al oírse mencionado, el hombre levantó la mirada.

— Es una buena idea, Coronel — convino Trisha, volviéndose para verlo—. Es muy divertido y creo que le sentaría bien un momento de   distracción  luego de tanto trabajar ¿No cree?

El Coronel paseó la oscura mirada primero por cada uno de los niños y después por la mujer que  esperaba pacientemente una respuesta.

— Disculpe ¿Cuál es la propuesta? —preguntó debido a haberse perdido la primera parte de la conversación.

— Que vaya con nosotros  a la feria esta noche —se apresuró  a responder Edward.

Mustang suspiró,  indeciso.

— De acuerdo.

— ¡Bien! —dijo Edward, emocionado—. Winry, vayamos a decirle a tus padres.

La chica asintió para luego salir disparada hacia su casa, seguida por los acelerados pasos de Edward.  

La señora Elric y Mustang se quedaron a solas. La mujer subió las escaleras del porche y se detuvo junto a el asiento del militar.

— Hoy es el ultimo día de la feria —dijo Trisha—. Sé  que está usted muy ocupado pero creo que es algo que no puede perderse, aunque esté aquí solo por su misión.

— Creo que puedo permitirme una noche —respondió el Coronel intentando parecer amable.

 

La feria estaba repleta de personas aquella noche. Había luces por todas partes y numerosos juegos mecánicos de todos tipos y tamaños. Incluida una Montaña Rusa de proporciones colosales.  Los juegos de destreza ocupaban dos enormes pasillos e incluso había puestos de comida y otros de bebidas alcohólicas. Mustang realmente se asombró y comprendió el por qué la posada estaba tan llena y es que más que una feria rural aquello parecía un auténtico parque de diversiones.

Winry y Edward corrían de un lado a otro, mientras los adultos los vigilaban a una prudente distancia.

Ya habían jugado mucho, Edward había ganado una pistola de juguete para él  y un pez dorado para Winry.  Después de insistir mucho, consiguió que el Coronel jugara tiro al blanco, que por supuesto venció invicto, ganado un perro de peluche que le cedió a los niños.

Aunque le había costado imaginarlo, Roy estaba divirtiéndose mucho en la feria. Veía a Ed entretenerse junto a su amiguita y de vez en cuando lo atrapaba mirándole de forma afectuosa para luego regalarle una fugaz sonrisa que Roy recibía de buena gana.

— Señora Elric —dijo Winry—. ¿Podemos subir a la montaña rusa?

La mujer observó el complejo juego que se erguía ante ellos.

— ¡Vamos, mamá!

Asustada, la mujer asintió.

— Bien, pero no me reprochen nada si me desmayo.

Roy soltó una carcajada.

— Señora Elric, es un juego de feria, no  será tan malo.

Edward y Winry cogieron a Trisha de una mano cada quién y jalaron de ellas para llevar  a la mujer hasta la plataforma metálica mediante la cual accedían al  juego.

Cuando el tren de la montaña llegó, Ed ayudó a su madre y a Winry a subir juntas en uno de los vagoncitos. Al incorporarse, le lanzó una significativa mirada al Coronel, quien no pudo más que reír por lo bajo. Ambos subieron juntos en un carro. Y comenzó.

Edward y Mustang que iban en la cabeza del tren, disfrutaban tremendamente el recorrido del juego mientras que Trisha y Winry se abrazaban para no entrar en pánico. Cuando las chicas estuvieron a punto de desmayarse, el juego terminó.

Al sentirse protegidas por la firmeza de la tierra, las dos mujeres se refugiaron en la seguridad de una banca mientras se esforzaban para que sus corazones se quedaran en su lugar. Edward, revitalizado por la adrenalina de la montaña rusa, recorría la feria con la mirada para ver cuál sería la próxima parada y no tardó nada en encontrarla.

— ¡Winry, vamos a la casa embrujada! —pidió Ed, con total éxtasis dibujado en sus ojos.

La niña dio un respingo, horrorizada.

— ¡No! ¡Basta de emociones para mí! —respondió aferrándose a la banca como un náufrago se aferra a su balsa—. Ya no puedo más.

— ¡No! —exclamó Edward, arrodillándose junto a ella—. No, no, no, no. Por favor, Winry. Tenemos que ir, hazlo por tu pez dorado —imploró Edward, agitando con fuerza la bolsa frente al rostro de Winry. El pobre animalito en el interior de la bolsita se sacudía de un lado a otro.

— He dicho que no —dijo ella firmemente.

A Mustang le hacía gracia la escena, pero de igual forma pensaba que nada le costaría complacer al chico, así que decidió intervenir.

— Tranquilo, Edwrad. Yo te acompañaré.

Los dorados ojos, resplandecientes y agradecidos, se volvieron para ver a su salvador. Mustang vio su reflejo en ellos y le pareció que nada reflejaba tan bien lo existente en el mundo como los ojos de Edward. No pudo más que sonreír.

— Entonces vayamos, Coronel.

Ed comenzó a caminar seguido por Mustang. La fila para entrar a la mansión embrujada, avanzaba rápidamente. Entraban por pequeños grupos de tres o cuatro. Pronto llegó el turno de Ed y Roy.

El interior de la casa estaba completamente oscuro. Un empleado de la feria les dio indicaciones y acto seguido abrió una puerta que llevaba a un corredor envuelto en la penumbra. Edward avanzaba decididamente. Roy no podía ver gran cosa fuera de las siluetas de las paredes, de los muebles y la de Edward. El único sonido que llegaba hasta ellos era el de la música de fondo que daba un toque lúgubre al lugar.

Pronto comenzaron a aparecer pequeños muñecos mecanizados que no lograban asustar ni a un niño.

— ¿Eso es todo? —exclamó Edward, claramente decepcionado de la simpleza del juego.

— Es una feria rural ¿qué esperabas? ¿Un verdadero fantasma?

Los dos seguían avanzando por el pasillo. Edward se cruzó de brazos.

— Pues no estaría nada mal.

Llegaron a lo que parecía el comedor de la casa. Un cuarto tétrico que solo podría rodearse pues el centro estaba acordonado por una cinta policial, que rodeaba la mesa. De pronto se escuchó el efecto de un estruendoso trueno y se iluminó la habitación por unos instantes, imitando a un rayo, dejando ver una persona ensangrentada colgando del techo y dos cuerpos en el suelo, completamente desmembrados.

Roy pudo ver el brinco de susto que dio Edward y casi le parecía percibir también los vellitos erizados en los brazos del niño. Pero Edward seguía fingiendo no tener miedo, aunque ahora caminaba un poco más cerca de él.

— ¿Qué pasa? ¿Ahora tienes miedo? —preguntó Roy sin poder evitar mofarse un poco del niño.

Edward le lanzó una mirada afilada.

— Claro que no.

El escenario cambió. Ahora estaban en una habitación que debía ser de algún niño pequeño, se adivinaba por los juguetes esparcidos y por las huellitas de manos rojas que estaban esparcidas por la pared, como si algún pequeño con las manitas llenas de sangre hubiese intentado escapar desesperadamente del lugar, tanteando las paredes como única referencia. Ya entonces hasta Roy sentía un ligero escalofrío subiendo por su espalda. Pero de pronto un horrido payaso mecanizado saltó frente a  Edward haciendo un sonido grotesco y provocando que el niño soltara un grito aterrorizado. Ed se aferró fuertemente al brazo del Coronel e incluso ocultó la cara en el pecho de éste.

Después de que el susto, que también había alcanzado a Roy aunque en mucha menor medida, pasara, el militar  comenzó burlarse de Edward.

— Pensé que esto era cosa de niños —dijo en un tono burlón.

— Qué gracioso —espetó el malhumorado chico, mientras soltaba al Coronel.

Pero no había terminado de burlarse cuando  se escuchó un grito femenino y Roy sintió como un par de manos huesudas lo asían fuertemente por la espalda y el potente alarido resonaba justo en su oreja. Mustang, espantado, envolvió a Edward en un abrazo frenético y cerró los ojos fuertemente.

Edward rompió a carcajadas. Roy se volvió para darse cuenta de que quien lo había asustado no era más que otra turista, una adolescente que, asustada, se sujeto de la primer persona que encontró y un grupo de otras tres muchachitas se reía del escándalo que su amiga había provocado. La chica, sin disculparse, se marchó detrás de sus compañeras.

— Mira quien tiene miedo ahora —dijo Ed, con una maliciosa sonrisa en los labios, todavía entre los brazos de Mustang.

Roy lo soltó y permaneció muy serio, con la dignidad un tanto apaleada. En  el tono más altivo que fue capaz de evocar, respondió.

— No estaba asustado, quería protegerte. Es todo.

Se dio la media vuelta y siguió andando, seguido de un satírico Edward.

Atravesaron por la cocina, casi con los ojos cerrados, para no ver las sorpresas que iban apareciendo. Un loco con un hacha los persiguió hasta la entrada del garaje.

El lugar estaba demasiado oscuro. Roy colocó una mano en el hombro de Edward para asegurarse de que no se separaban demasiado. De pronto Ed se detuvo al escuchar unos ruiditos y percibir el movimiento de un cuerpo. Roy enfocó un poco la vista y vaya sorpresa que se llevó. No se trataba de una artimaña para asustarles, sino de una pareja de turistas que pensaban aprovechar la oscuridad para besarse y tocarse pensando que nadie los veía.

Durante una fracción de segundo, se quedó anonadado observando lo que la precoz pareja hacía en la oscuridad, pero recordó que estaba ahí con un niño y al verle la cara a Ed, pudo ver que él también miraba embobado la escena.

Roy se acercó para hablarles con un tono autoritario.

— Sigan avanzando ¡Adelante!

Resultaron ser adolescentes que al oir a Roy  se apresuraron a obedecer.

Roy le indicó a Edward que lo siguiera. El chico no dijo nada al respecto, solo obedeció, pero en rostro poseía un deje de curiosidad, una expresión embelesada que extrañó a Roy en cierta forma. La última fase del recorrido consistía  en  atravesar una habitación que simulaba ser un pantano, por lo que debían ir en bote a través de un estanque artificial.

Ed y Roy subieron sin cruzar palabra mientras un asistente los aseguraba al bote.

Roy miró por el rabillo del ojo a Ed y a pesar de la oscuridad alcanzó a apreciar las mejillas sonrojadas del menor. Por alguna razón recordó la tarde en que Ed se sentó sobre sus piernas y casi pudo sentir la sensación de los muslos del chico sobre él.

Ahora Ed estaba a su lado, pensativo y callado. Más le valía alejar esos pensamientos... Pero Ed recargó el rostro sobre su hombro. Roy sabía que el chico era consciente de lo que hacía, así como de las sensaciones que estaba provocando en él ¿Quién era ese niño? Le pareció que el chico intentaba hechizarlo, sin necesidad de hacer o decir gran cosa, solo haciendo algo tan simple como recostarse en su brazo. Y Roy se escandalizó al darse cuenta de las ganas que tenía de tocarlo, por lo que una vez más intentó distraer su mente lanzando su vista hasta lo más lejano de la habitación. De pronto  Edward giró la cabeza lentamente, posando sus labios en el brazo de Roy. Él pudo sentir la calidez de un beso a través de la tela de la camisa, sobre el marcado músculo.

— Oye ¡Ya es suficiente! —Roy lo apartó energéticamente, tomándolo por los hombros. En ese instante un zombie salió del agua para asustarlos  pero ninguno de los dos le prestó atención.

Edward seguía callado, mirándolo como si estuviese enojado.

— Tal vez no lo sabes porque no vives con tu padre, pero un chico de tu edad no se acerca tanto a otro hombre ¿Entiendes? —espetó Roy, a penas moderando el volumen de su voz, pues estaba bastante molesto —. Ni siquiera está bien que te comportaras así con tu madre pero con un hombre es aberrante. Estás en una faceta de formación sexual ¿sabes lo que es eso?

No recibió respuesta. Edward sólo se cruzó de brazos y desvió la mirada, evidentemente enfadado. Roy se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos en las rodillas y comenzó a frotarse el rostro.

Este chico necesita a su padre. No tiene ni idea de lo que es la sexualidad,  pensó Roy.

Pero se vio sacado de sus pensamientos cuando el toque gentil de los dedos de Edward comenzaba a recorrer lenta y sensualmente desde su hombro a su espalda, bajando traviesamente por ella. Mustang volvió la mirada a él y lo que encontró, lo dejó impactado. Edward seguía acariciándole la  espalda decididamente, mientras le dedicaba una mirada firme y seductora. Roy llegó al punto de no saber si Edward estaba retándolo para ver si podía contener sus impulsos, o si esperaba incitándolo así para comprobar si tenía las agallas de entregarse a la locura.

En ese momento la barca llegó a la orilla del pantano y un asistente se acercó para ayudarlos a salir.

Afuera Trisha y Winry los esperaban ansiosas.

— ¿Qué tal estuvo, Ed? —preguntó la pequeña, que daba brinquitos impacientes.

— Cosa de niños —respondió el chico como si nada de lo anterior hubiese sucedido.

Mustang, en cambio, todavía tenía grabada esa penetrante mirada de Edward en la mente.

— ¿Teniente Coronel? —escuchó una voz masculina.

Roy encontró a el Sargento Monroe, de civil, acompañado de otros cuatro hombres.

— Buenas noches —saludó por inercia.

Monroe se acercó con una gran sonrisa en el rostro.

— ¿Así que su casera es la señora Elric? Buenas noches, señora —saludó con confianza.

Trisha le devolvió el saludo con su habitual amabilidad. A Mustang le quedó claro que ellos ya se conocían.

— Coronel ¿por qué no nos acompaña a la taberna un rato? —le invitó el sargento.

Tan solo por pensar en el ardiente sabor del alcohol, Roy se sintió más relajado. Lo que quería era desafanarse de la peculiar familia, de Edward, más específicamente y poner en orden a todo el barullo de pensamientos que lo abrumaban.

— ¿Le importaría volver sola? —preguntó Roy a la señora Elric.

Ella negó con la cabeza.

— En absoluto. Diviértase. Vamos, chicos. Es hora de irnos —la mujer instó a los niños a marcharse. Ellos la siguieron de mala gana. Mustang pudo captar en los ojos de Edward lo mucho que le desagradaba la idea de separarse puesto que el niño no apartó los desaprobadores ojos ámbar de él, y por esa misma razón Mustang  partió con los demás.

 



Roy no estaba en verdadera sintonía con el resto de los muchachos. Reía con ellos y de vez en cuando hablaba por iniciativa propia pero interiormente estaba aislado en su propio mundo. No dejaba de pensar en Edward, Edward, Edward que venía una y otra vez a su mente. Le parecía sobrenatural la manera en que se metía en sus pensamientos, por la fuerza. Bebió al menos tres tarros dedicándolos solo a él. Pero por otro lado estaba la fecha. El día siguiente, tres de diciembre sería, como todos los años anteriores, un infierno en la tierra. Por ello esa noche no le importaría nada y seguiría bebiendo, después de todo, el mundo estaba mal, se había vuelto loco y él no era más que un trocito de esa infinita locura; algo pequeño, insignificante y sin poder para cambiarlo.

Era tarde cuando se deslizó por la puerta de la casa en que se hospedaba. Todo se tambaleaba bajo sus pies y ningún pensamiento terminaba de formarse antes de dejar de existir. Subió cuidadosamente las escaleras para llegar a su habitación pero se cruzó antes con la puerta del dormitorio de Edward.

Ese pequeño perverso, se dijo.

Sintió entonces una furia repentina. Ese mocoso estaba jugando con su cordura, retándolo como si tuviera el control y para rematar, su imagen no le dejaba a solas ni un instante. El chiquillo quería jugar con fuego, pues bien, no había más que quemarlo. Oh, sí,  vaya que él podía hacerlo. Tal vez así  aprendería.

Abrió la puerta en silencio. El interior del cuarto estaba a oscuras pero era más cálido que el resto de la casa. Sobre la cama descansaba Edward, cubierto con pesadas mantas y durmiendo profundamente. Se acercó hasta él, hasta quedar de pie junto a la cama..

Dormido,  se veía más frágil e inocente. En realidad le habría parecido como cualquier otro niño si no desprendiera esa energía magnética que tanto le atraía. Qué fácil habría sido tocarlo aun si él no lo quisiera. Sonrió amargamente ¿Qué más daba si el chico no quería? Para eso estaba ahí, para hacerle ver lo mal que estaba, actuando como una ninfula y obligarlo a afrontar las consecuencias.

Se puso en cuclillas junto  la cama y se permitió pasar los dedos por las doradas hebras que conforman el  cabello del niño.

— Eres hermoso, demonio —susurró excitado.

Y Edward abrió los ojos.

El niño tardó un poco en reaccionar y reconocer al hombre que se había colado en su habitación, pero Roy esperó pacientemente, sin alarmarse.

— ¿Coronel? ¿Qué hora es? —preguntó,  taciturno.

— Muy tarde.

— ¿Acaba de llegar? Siéntese —dijo Ed, haciéndole espacio en la cama.  

Sin pensarlo, Roy se recostó  su lado.

El niño se lo permitió y no con el descaro de esa misma noche, sino con la ingenuidad de un cachorro ante el peligro.

— ¿Sabe? Después de que se fue discutí con Winry. Ella quería quedarse con el perro de peluche solo porque es niña pero yo también tengo derecho a tenerlo...—comenzó a parlotear Edward pero Roy no le escuchó.

Estaba perdido observando la blanca piel de Edward iluminada por los rayos de la luna. No pudo resistir el impulso de  seguir acariciándole el cabello -cosa que hizo-, luego tocar  su cuello con la punta de los dedos mientras el chico balbuceaba y cuando cayó en cuenta sus dedos ya habían llegado a acariciarle el pecho sobre la pijama. Para entonces, Edward ya había dejado de hablar y permanecía serio, casi paralizado. Edward había comprendido  que había un ebrio tocándolo en su habitación.

— ¿Tienes miedo? —preguntó Roy, encontrando irresistible la vulnerabilidad de Ed, casi deseando una  respuesta afirmativa por parte del chico.

Pero lo desarmó nuevamente esa sugerente mirada, tan tentadora que Ed le clavó en los ojos. El calor que emanaba del cuerpo de Ed estaba quemándolo y los labios temblorosos del niño,  llamándolo. A Roy no le cupo duda de que Edward finalmente lo había hechizado.

Lo tomó de la barbilla y se inclinó hacia él hasta aprisionar los finos labios con los suyos. Edward, torpemente le correspondió el beso, sin tener idea de lo que hacía.

La explosión de que se generó dentro de Mustang fue indescriptible. La pureza de esos labios era única, más poco a poco fue poniendo los pies en la tierra. Había besado a un niño de once años, mientras se ocultaba en su habitación.  Se separó de él abruptamente y se recostó en la cama sin tener el valor de mirar al niño que lo observaba inquisitivo.

Mustang se odió a sí mismo. Él no era así. Beber descontroladamente lo había llevado a cometer tal bajeza. No abusaría de un niño, no quería lastimarlo bajo ningún concepto ¿Qué clase de persona era? Definitivamente, no un violador.

— Lo siento, Edward. Te pido disculpas.

— No, no  tienes que hacerlo —dijo el rubio,  riendo con nerviosísimo —. No has hecho nada malo.

De pronto, la cara de consternación de Mustang invadió de temor a Edward. Temía que el Coronel se marchara y este  temor fue creciendo mientras veía a Roy levantarse de la cama sin dedicarlo aunque fuese una mirada.

— Lo siento —volvió a murmurar Mustang.

— ¡No!  No te vayas —Ed intentó sujetarlo por la manga de la camisa pero Roy se zafó fácilmente. Ante esto, exclamó agonizante—: ¡No me dejes!

A Roy le partió el corazón el daño que podía hacerle a un niño, un niño que no comprendía exactamente el peligro que le amenazaba. Era consciente de que seguir ahí solo empeoraría las cosas, por lo que no miró atrás ni una sola vez, al salir y cerrar la puerta detrás de él.

Edward se quedó sólo en la oscuridad, indeciso. Pensó en salir a buscarlo, estaba casi seguro de que el Coronel lo aceptaría si le demostraba que quería estar con él, pero por otra parte tenía miedo molestarlo y de un nuevo y más lastimoso rechazo. Sin embargo, llegó a la conclusión de que no le importaba en lo más mínimo hacerlo enfadar. Le quería, Roy le quería aunque se lo negara a sí  mismo; pero a él no podía engañarlo. Se deshizo de las mantas de una patada y estaba dispuesto a bajar de la cama cuando la puerta de habitación se abrió.

Sonrió, infinitamente contento esperando ver volver al Coronel pero en lugar de ello divisó a su madre entrar en el cuarto y encender la luz.

— ¿Edward? —le llamó con un tono de voz cargado de temor. Llevaba puesta la bata sobre la ligera pijama y su puño derecho descansaba sobre su pecho.

— ¿Qué pasa?

— ¿Estás bien? Escuché la puerta cerrarse.

— Fui yo. Acabo de regresar del baño.

— ¿Estás seguro? —inquirió la preocupada mujer—.  Puedo quedarme un poco, si quieres.

— Oh, claro, madre. Si quieres ven y duerme conmigo  —espetó Ed en un agresivo tono sarcástico, mientras descendía de la cama y caminaba hasta ella—. Mamá, estoy bien. Puedo dormir solo.

— Es que yo...

Edward sonrió con picardía.

— Buenas noches, mamá —dijo antes de cerrar la puerta, en las narices de su madre.

Pero Trisha continuaba inquieta. No estaba segura de el por qué,  pero temía por su hijo. Contempló el fondo del pasillo que casi no se distinguía por la penumbra y ahí estaba la puerta del dormitorio del Coronel. Ella suspiró profundamente y volvió a su recámara.

Si Trisha hubiese seguido su instinto y avanzado un poco más por el corredor, se habría encontrado con Roy Mustang, que agazapado en la oscuridad contemplaba aterrado lo cerca que había estado de ser descubierto volviendo a la habitación de Edward.

 

Notas finales:

Por faaaa dejenme saber qué piensan! Un beso ;)

 

Respondo en cuanto tenga un minuto para hacerlo


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